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CAPITULO IV

Minas de Morococha Una casa yanqui Montaña de Puypuy Magnífico panorama Pachachaca Río de lava Puente colgante en la Oroya Descenso al valle de Tarma TarmaMédico norteamericano Costumbres Vestidas Observancias religiosas Arrieros y mulas El general Otero Agricultura en la Sierra Camino a Chanchamayo Peligros durante el viqie Minas auríferas de Matichacra Panorama de la Montaña Fuerte de San Ramón Indios de Chanchamayo Cultivos.

Llegamos a Morococha a las 5 p.m. Esta es una hacienda minera de cobre que pertenece a unos hermanos alemanes de apellido Pflucker, residentes de Lima, que también poseen varias minas de plata de los alrededores. El cobre y la plata de estos cerros están muy mezclados, ya que ambos minerales son extraídos mediante la fundición. Aunque ya no se utiliza este procedimiento para extraer la plata, se estaba empezando a emplear el procedimiento de la molienda y el lavado (como lo he descrito en Párac) después del fracaso de la via humida (o método de lavado en barriles, empleado en Sajonia).

El mineral de cobre se calcina al aire libre en pilas que vienen a ser capas alternas de mineral y de carbón que arden durante un mes. El mineral calcinado se lleva a hornos de ladrillo, importados de los Estados Unidos; se emplea suficiente calor para derretir el cobre, el cual se derrama en moldes que están debajo; los residuos son continuamente retirados con largos azadones de acero. En este estado, el cobre se llama éxe (1); éste contiene aproximadamente cincuenta por ciento de cobre puro, el resto es plata, hierro, &a., &a. En Inglaterra donde se le refina, su valor es de quince centavos la libra. A dieciocho millas de la hacienda existe una mina de carbón fino que produce gran cantidad de este mineral, el cual es bituminoso, pero duro y de gran brillantez. La hacienda emplea aproximadamente cien trabajadores y se necesitan más, pero no se puede contratar más ahora porque es la época de cosecha y los indios están recolectando el maíz, cebada y frijoles de los valles de abajo. En un día, un hombre extrae cerca de mil libras de mineral de cobre. No creo que estas minas estuvieran siendo explotadas durante nuestra estadía, al menos no vi ni oí nada que se relacionan con ellas; tampoco pude conseguir datos estadísticos sobre el rendimiento de estas minas o sobre el costo por explotarlas puesto que noté cierta reserva sobre el asunto. El director me dijo que había muy poco mineral de plata en esta región y que de una roca se podía extraer mil marcas.e incluso mil quinientas marcas por caxon.

La actividad minera de la hacienda está a cargo de un director llamado Richard Von Durfelt, joven alemán, inteligente y todo un caballero; mientras que los asuntos fiscales y generales están a cargo del administrador, don José Fco. de Lizarralde, un simpático joven español, cuya cortesía recordaremos por mucho tiempo. El ingeniero o maquinista es mi amigo y compañero de escuela, Shepherd, quien parecía "un aprendiz de todo y oficial de nada": herrero,. carpintero, relojero y doctor. Su habitación era verdaderamente una rareza y un típico ejemplo del estilo norteamericano. Nunca había visto que en un espacio tan pequeño estuvieran reunidas cosas tan disímiles: estantes que contenían libros de prestigio; un botiquín para medicamentos; todo tipo de herramientas, desde la almádena y la sierra cabrilla hasta los delicados instrumentos del relojero; partes de relojes que yacían debajo de campanas de cristal; grabados que colgaban de las paredes, con un gran diagrama que daba indicaciones para el tratamiento de todo tipo de enfermedades y accidentes; equipo para cabalgar; alforjas, botas, zapatos y gran variedad de prendas de vestir, desde el pesado poncho de lana para hombre hasta la delicada enagua de algodón para mujer, ya que mi amigo está casado con una bonita joven de la sierra, que tuvo gran placer en conversar conmigo sobre el hogar y las relaciones de mi "paisano"..La.tibia habitación y la cama de Shepherd con muchas cobijas, constituían un gran lujo para ese clima frío. Esto es algo relativo si se tiene en cuenta que sólo había dormido bajo dos techos desde que dejé Lima. Un viejo inglés de la isla de Guernsey, llamado Grant, quien parecía una especie de factótum (2), pues sabía y hacía de todo, no se cansaba de ser amable y atento con nosotros, y completó el número de las agradables personas que conocimos en Morococha. Cenamos carne de res y de carnero con buena mantequilla y queso; hay pocas verduras. Gibbon no está bien; Richards está muy enfermo y bajo el cuidado de Shepherd.

3 de junio. Todos fuimos a ver la montaña de Puypuy, la que se dice es más alta que el Chimborazo. El lugar desde donde se puede ver queda a más o menos tres millas de Morococha. Pasamos las entradas de una mina de cobre y plata, y cabalgamos por una región pantanosa cuya hierba se corta para usarla como combustible. Vimos varias rayuelas, patos y otras aves acuáticas. Esto traía abajo todas las ideas que me había formado anticipadamente, ya que nunca me imaginé ver a quince mil pies sobre el nivel del mar, nada que me recordara la caza de patos en los pantanos de Rappanhannock. Para poder ver la montaña era necesario cruzar una cadena de colinas aproximadamente de setecientos u.ochocientos pies de altura. El camino subía diagonalmente, pero el ascenso fue la operación más penosa que he emprendido. Después de recorrer tres cuartas partes del camino, nos vimos obligados a desmontar y a jalar las mulas, pues el sendero estaba lodoso y resbaladizo. Cada seis pasos teníamos que detenernos. Gibbon confesó que ésta había sido la única vez en la que había encontrado un uso a unas espuelas tan grandes; porque cuando se resbaló y cayó (lo que frecuentemente nos sucedía a todos), dijo que se hubiera desbarrancado inevitablemente, a no ser porque al hundirse en el lodo, éstas lo sostuvieron. Creo que fui el que más sufrió del grupo. Cuando llegamos a la cima, estaba completamente exhausto y creí que mi corazón se saldría de mi pecho por su palpitar violento; y por primera vez sentí cuán doloroso era

"Respirar el aire pesado de la helada cima de la montaña".

Sin embargo, pronto me recuperé y fui completamente recompensado con el espléndido panorama. La elevada montaña cónica, revestida con su brillante manto desde la cima hasta su base cilíndrica sobre la cual descansa, se alzaba en solitaria majestuosidad desde la llanura debajo de nosotros y era realmente hermosa cuando la luz del sol que irrumpía entre las nubes, descansaba sobre su cima. Gibbon casi se congeló al querer hacer un bosquejo de ella, mientras nosotros, cansados hasta el borde de la muerte, tratábamos de disparar a una manada de tímidas vicuñas que habíamos visto pastando entre unas rocas lejanas. Tuvimos un viaje fatigoso y disfrutamos de una cena tardía y de un buen descanso por la noche.

4 de junio. Nos despedimos de nuestros hospitalarios amigos (a quienes no podía imponer más nuestro numeroso grupo) y partimos al mediodía, dejando a Richards por estar demasiado enfermo para viajar. Cabalgamos por el "Valle de los Lagos" en una dirección aproximada de E.N.E., visitando la hacienda minera de plata de Tuctu que pertenece a la administración de Morococha. Viajamos a través de una región muy ondulada, las laderas meridionales de las colinas estaban revestidas de verde con una cantidad suficiente de pasto, y las laderas del norte eran desnudas y sin árboles ni arbustos. Aproximadamente a nueve millas de Morococha, cruzamos una cadena que estaba a nuestra derecha y entramos al poblado de Pachachaca.

Este se encuentra ubicado en un valle que nace en Yauli. En este lugar el río del valle de los Lagos se une con el gran y serpenteado río del valle de Yauli. Este valle tiene un suelo liso y aparentemente nivelado de media milla de ancho, permitiendo un camino para el transporte de dos o tres millas de largo. Aquí hay una hacienda que se dedica a derretir la plata, pero no la visité ya que no tenía cartas y disponía de muy poco tiempo, pues el arriero comenzaba a quejarse y con justa razón, que le estábamos haciendo perder un tiempo desmedido en el camino.

Pachachaca es un pequeño poblado de doscientos habitantes. Parece ser gente más activa que aquella de los poblados del otro lado. Aquí hay buenos cultivos de cebada y en las tiendas vimos repollos, cebollas, melocotones y huevos. En este lugar más que en cualquier otro, fuimos objeto de gran curiosidad. Creo que la gente nos confundió con mercaderes; la mujer que nos dio de cenar y de desayunar, pareció molestarse cuando no le quisimos vender algunas velas, incluso le insistió a Gibbon para que le vendiese su sombrero de paja. Los hombres usaban pantaloncillos de lana abotonados generalmente a la rodilla, junto con dos pares de medias largas de lana. Las prendas de vestir de lana se tejen en el poblado, excepto los ponchos que se traen de Tarma. El algodón estampado de Lima se ven de a dieciocho centavos y tres cuartos la vara (33 pulgadas); una taza y un plato de la porcelana más corriente, cuestan treinta y siete centavos y medio, pero hay muy pocos compradores; el algodón para coser cuesta un dólar la libra. Los zapatos, velas y papas se traen de Jauxa. El combustible que se usa es la «taquia", abono seco de ganado. Más adelante, Gibbon y yo tuvimos la oportunidad de reírnos de nuestro comportamiento melindroso cuando rechazamos unas costillas de carnero doradas con carbón de abono de vaca.

5 de junio. Descendimos hacia el este por el valle. A más o menos una milla y media pasamos por un lugar muy singular, donde un riachuelo proveniente de un valle que se extiende entre el norte y el oeste, corre sobre una meseta de piedra, lisa y calcárea. El río bañaba esta meseta como una especie de catarata en forma de herradura, y luego, cruzando cuesta abajo el valle por el que viajábamos, se esparcía sobre una superficie aparentemente convexa de la misma, de alrededor de doscientas cincuenta yardas de ancho. Las pisadas de las mulas sobre la roca producían un sonido hueco, por lo que a cada momento temía que se rompiera. En realidad era una delgada corteza de tierra y después de cruzarla vimos que de ella emanaba una corriente de agua clara que corría hacia el camino en la parte más lejana de la meseta. Vimos un lugar similar un poco más adelante, sólo que el río daba tumbos sobre una roca de apariencia metálica en su camino hacia otro riachuelo más abajo. Los tumbos tenían la forma de chorros de colores, principalmente blancos como la sal. Presumo que cerca de aquí debe haber existido un volcán y que este tipo de roca es lava, pues parece que alguna vez fue líquida.

Aproximadamente a dos millas de Pachachaca, el valle es atravesado por colinas rocosas. En este lugar enrumbamos hacia el noreste. Al principio había pasto en la región, pero poco a poco disminuía conforme avanzábamos y en su lugar aparecían esporádicamente algunos cultivos de cebada. Viajamos hasta el mediodía por la margen izquierda del Yauli, hasta que lo cruzamos por medio de un puente natural de un pequeño poblado de algunas chozas, llamado Saco. A las dos y media, después de haber cabalgado por una llanura rocosa y polvorienta, rodeada por ambos lados de cerros rocosos, llegamos al puente de Oroya. Este es un puente colgante de cadenas de más o menos cincuenta yardas de largo, por dos y media de ancho que se extiende sobre el río Jauxa, tributario del Ucayali. En este punto el río Yauli, en el que desembocan los ríos de los lagos de Morococha, se une al Ucayali. Esta es la conexión entre esos lagos, cercana a las cumbres de los Andes y al océano Atlántico, y de la cual ya he hablado.

El puente consistía de cuatro cadenas, aproximadamente de un cuarto de pulgada de diámetro, extendidas horizontalmente sobre el río desde un resistente soporte de mampostería a ambos lados. Estas han sido entrelazadas con tiras de cuero. Sobre estas cadenas y formando el piso del puente, se han colocado palos de aproximadamente una pulgada y media de diámetro. Hay otras dos cadenas extendidas horizontalmente a más o menos cuatro pies del piso y unidas a él por medio de tiras de cuero; estas dos cadenas sirven como pasamanos y evitan que las mulas salten. Cuando atravesamos el puente, éste se encontraba aproximadamente a cincuenta pies del río. Además parecía muy liviano, ya que cuando las mulas lo cruzaron, se meció y ladeó. El cargamento pesado es transportado en hombros por el vigilante del puente y sus ayudantes. El derecho de paso es de doce centavos y medio por mula, y se paga lo mismo por el cargamento. El vigilante pareció asombrarse y sorprenderse un poco cuando le dije que uno de los cargamentos que estaba dejando en una de las mulas, era el más pesado que teníamos; este era una caja llena de bolsas de perdigones, balas y pólvora, junto con muestras de minerales y piedras que habíamos recolectado.

En este lugar el río se desvía de su curso sur hacia el este por el poblado de la Oroya, donde acampamos. Este poblado tiene aproximadamente cien habitantes, a pesar que sólo vimos unos cinco o seis hombres, pues la mayoría de ellos se encontraba cosechando en las planicies más arriba del poblado. Casi todas las mujeres parecían dedicarse al hilado: sosteniendo el ovillo de lana en la mano izquierda, lo hilaban empleando un huso. Muy pocos de los pobladores hablaban el español, en cambio empleaban un Quichua tergiversado o idioma de los incas. Compramos alcacer para las mulas y para nosotros un chupe de carne con huevos y papas doradas. Vimos algunos árboles pequeños en los espacios desiertos donde habían existido casas; de estos árboles colgaban unas flores muy fragantes, parecidas al heliotropo, pero eran más grandes y de color rojo. También vimos rebaños de ovejas, sin embargo, no pudimos conseguir carnero para la comida.

6 de junio. Empezamos el viaje a las 9 a. m. dirigiéndonos hacia el N. E. y luego ascendiendo una altura considerable durante dos millas aproximadamente. Luego cabalgamos por una planicie con colinas onduladas a cada lado y cubierta con un pequeño pasto que sirve de alimento para grandes rebaños de ovejas y para algunas vacas. Después el camino va en ascenso de nuevo, de manera que la columna de mercurio del barómetro desapareció hasta las once y media, cuando nos detuvimos en la cabeza de un barranco que conducía hacia el valle de Tarma. La parte más alta de este lugar tenía una altura de once mil doscientos setenta pies sobre el nivel del mar. Durante tres cuartos de hora y con un ángulo del horizonte de treinta grados completos, cabalgamos cuesta abajo por este barranco, dirigiéndonos hacia el norte. El camino estaba lleno de fragmentos de roca calcárea y en las colinas rocosas que habían a cada lado, se veían muchas cuevas. Cuando estábamos cerca del fondo del barranco, comenzaron a aparecer las plantas y flores que nos fueron familiares al otro lado; éstas aparecían en tan rápida sucesión que parecía que una hora de cabalgata nos había llevado a un tedioso ascenso de varias millas por el lado occidental del cerro. Primero aparecieron unas cuantas flores pequeñas de las alturas de San Mateo, luego, cebada, alfalfa, maíz, frijoles, nabos, arbustos que se convertían en matorrales; matas, árboles y flores grandes y de alegres colores (predominando el amarillo) hasta que llegamos a la pequeña y bella ciudad de Tarma, la cual estaba rodeada de colinas, sauces, árboles frutales y de grandes cultivos de alfalfa (el más verde de todos los pastos) que se extendían ante nosotros, captando nuestra atención. La cabalgata de hoy día fue una de las más largas y cansadas, siendo casi todo el camino un descenso estremecedor. Por lo que respiramos con alivio ante la vista de este pequeño pueblo, en el cual íbamos a descansar después de un tedioso viaje a través de la Cordillera, sintiendo que parte de los inconvenientes y peligros de la expedición ya había sido segura y felizmente superada.

Llegamos a las 4 p.m. y cabalgamos directamente hacia la casa de un caballero, don Lorenzo Burgos, a quien llevaba una carta de presentación que me había dado mi amigo de Morococha, Shepherd; en la carta le pedía humildemente a don Lorenzo que pusiera su casa a mi disposición. El accedió sin vacilar. A pesar de nuestras protestas, cambió de habitación a su esposa enferma y nos dio su sala para acomodar nuestro equipaje y su habitación para que durmiéramos. Yo no hubiera accedido a esto, a no ser porque ésta no era su residencia habitual, sino que es una nueva casa que está construyendo y en la cual se había quedado sólo por unos días hasta que su esposa pudiese viajar a su verdadera casa. Como en el pueblo no hay posada, es costumbre ofrecer la casa de uno al viajero. Cuando (a la mañana siguiente) le di una carta de presentación del obispo de Eretria al cura de Tarma, su primera pregunta fue "¿dónde se hospedan?" cuando le respondí, pareció sorprenderse y me dijo que mi actitud había sido incorrecta al no haber ido a su casa. Don Lorenzo nos dio algo de cenar y después de un día tan fatigoso dormimos bien.

Tarma, pueblo de unos siete mil habitantes que pertenece a la provincia de Pasco, departamento de Junín, está muy bien ubicada en medio de un anfiteatro de montañas revestidas, casi hasta sus cimas, con ondulantes campos de cebada. El valle que hay más adelante, es de más o menos media milla de ancho, por dos de largo; parece ser un valle llano y está cubierto por el más verde y abundante pasto. En sus confines se pueden ver árboles frutales. Casi al final del valle, el río que lo baña se precipita sobre un grupo de rocas en forma de una bonita y pequeña catarata aproximadamente de treinta pies de altura. Su clima es agradable, por eso es un lugar de reposo para la gente enferma que viene de Lima y de los distritos mineros de climas fríos.e.inclementes. Estas personas encuentran comodidad y mejoría en esta atmósfera pura y temperatura templada y estable. A pesar que el distrito tiene cerca de veinte mil habitantes y que sus poblados se encuentran cercanos y son de fácil acceso, me contaron que el distrito no podía pagar a un médico y que el Gobierno había tenido que destinar parte de los impuestos del licor y del excedente del ingreso del puente en Oroya, con esta finalidad. La persona que me contó todo esto fue un joven médico norteamericano que se estableció recientemente en Tarma, y agregó que ni siquiera eso había sido suficiente para mantener a un médico y que luego la costumbre cayó en desuso; después se le contrató con la esperanza de tener éxito y que este impuesto se renovara para poder pagarle.

No puedo comprobar esta historia, aunque dudo de ella. Lo único que sé es que es un lugar muy saludable donde mi amigo el médico es una persona muy respetada. Cuando le propuse que se uniera a nosotros, unas damas que conocí, protestaron diciendo que ellos no se podían ir con su médico*. Creo que no hay una botica en Tarma, por eso le di algunas medicinas al doctor, además las que él había traído de Lima ya casi se habían agotado. Estoy convencido, a pesar de que hay muy pocas enfermedades, que un joven graduado en medicina y bien parecido que viniera a este pueblo con suficiente dinero para comprarse un caballo, podría casarse con una bonita joven de una familia influyente, y así tener una consulta que lo enriquecería en diez años. Luego en Cerro Paseo (sic) conocí a un joven norteamericano quien a pesar de no estar graduado en medicina, creo que con las justas era estudiante, tenía fama de doctor y tenía tantas consultas como las que podía atender. Sin embargo, este joven, como varios de nuestros compatriotas que
conocí en el extranjero, llevaba una vida disipada y como él mismo decía "se había dormido en sus laureles".

En Tarma, las casas están construidas con adobe y las mejores están tarrajeadas de blanco por adentro y por afuera; sus pisos son de yeso y losetas. Los trabajos de madera y de fierro son los más toscos que he visto, aunque la madera, proveniente de la Montaña de Chanchamayo, es bonita y de buena calidad. La madera de las puertas de la casa donde nos hospedamos se parecía mucho al "arce". Algunas de las casas están empapeladas parcialmente y tienen alfombras escocesas corrientes..La.mayoría tiene patios* cuadrados adentro; algunas incluso tienen techos planos con parapetos alrededor, donde se pone a secar el maíz, arvejas, frijoles y otros productos similares.

El domingo es el gran día de mercado, la plaza se llena de gente de la regi6n que viene a vender sus manufacturas como ponchos, zapatos, sombreros (hechos con lana de vicuña), &a., y a comprar coca, artículos de algodón y aguadiente (sic: aguardiente); también vienen para ir a misa y para emborracharse. En verdad esta es una escena muy bulliciosa y animada. Los hombres están generalmente vestidos con sombreros altos de paja, ponchos, pantalones cortos abotonados a la rodilla y largas medias de lana. Las mujeres llevan una falda azul de lana, ceñida a la cintura y abierta por adelante, dejando ver una enagua blanca de algodón; sus hombros están cubiertos con un manto de dos o tres yardas de una felpa de colores, llamada "Bayeta de Castilla"*. Todo lo que no se fabrica en la región se llama "de Castilla"*, así como en el Brasil se llama "da Rainha"* (de la Reina). La falda de una dama de mejor posición, se hace de una tela estampada de colores o muselina. Rara vez, a no ser que reciba visitas, una dama se toma el trabajo de ponme la parte superior de su traje, el cual le cuelga por detrás, y lleva como complemento un chal delgado que se cruza por adelante y que termina graciosamente sobre el hombro izquierdo. Su cabello, especialmente los domingos, está bien arreglado y peinado; dividido en la mitad con raya al medio, le cuelga en dos trenzas por detrás; además, usa un bonito sombrero de paja de copa baja que está cubierto con una cinta ancha. Esta dama siempre va "bien calzada"*. Las mujeres de esta región, normalmente son altas y bien desarrolladas, no son muy bonitas, pero son de modales amables, francos y agradables. Casi siempre, tienen una sonrisa simpática que irradia una expresión abierta y cautivadora llena de sinceridad.

La religión florece en Tarma, por lo que el cura parece estar muy ocupado; aunque se dice que se le engaña con la mitad de sus honorarios por concepto de matrimonios. Creo que no ha habido un día desde que estamos aquí, en que no se celebre una "fiesta"* en la iglesia; ya que, aunque no hay más de veinticinco o treinta días festivos al año, permitidos por la Iglesia y el Gobierno, aún así una persona piadosa puede celebrar una fiesta cuando quiere. El modo de hacerlo parece ser el siguiente: una persona, tanto por motivos religiosos como ostentación, durante o después del servicio religioso, se acerca al altar y besando alguno de sus adornos (no recuerdo cual), anuncia su intención de ser el mayordomo o superintendente de tal y tal fiesta* (generalmente de aquella del santo de su nombre); luego, recibe la bendición del cura. Esto lo compromete a él y a sus descendientes a correr con todos los gastos de la celebración. En Lima, ésta se realiza sin escatimar gasto alguno; durante estas fiestas lo más problemático es la iluminación con velas de las grandes iglesias, desde el piso hasta la cúpula. Las devotas señoras* de las clases más altas y ricas, prestan sus joyas y otros adornos de las imágenes que se sacan en procesión. Sin embargo, sé que muchas personas han llevado a su familia a la ruina durante varios años, al correr con todos los gastos de una de estas fiestas.

Las fiestas* en Tarma, se celebran generalmente con música, repique de campanas, con la detonación de cohetes y con danzas de los indios. Se disfraza a una docena de vagabundos con lo que se supone fue el traje de los antiguos indios. Este traje consiste en un manto rojo que cuelga de uno de sus hombros y otro blanco que cuelga del otro hombro, ambos mantos llegan casi hasta las rodillas y van sujetos a la cintura; llevan además los usuales pantaloncillos azules con un ribete blanco a la rodilla, medias de diferentes colores y zapatos o sandalias de cuero sin curtir que cubren los dedos y que se amarran a los tobillos. En la cabeza llevan un sombrero redondo de copa baja y ala ancha, hecho de lana y que va adornado de plumas teñidas de avestruz. Vestido así, el grupo desfila por las calles y se detiene de vez en cuando para ejecutar cierta danza al ritmo melancólico y monótono de una quena y de un tosco tambor que un sólo músico lleva en ambas manos. Cada hombre tiene un palo o varilla de madera resistente y un escudo pequeño de madera o cuero, el cual golpea con la varilla durante ciertos momentos de la danza, produciendo un sonido suave al compás de la música. Llevan también pequeñas campanas, llamadas "cascabeles", que amarrados a las rodillas y pies suenan con el baile. Cuando uno se les acerca puede percibir el mal olor de este grupo de indios y mestizos. Todo esto va siempre acompañado de muchos desórdenes y borracheras. Me sorprendió que la Iglesia patrocine.e .incentive un proceder tan poco moral. Si uno se guía de las historias que cuentan los propios conciudadanos, se puede afirmar que a excepción de unas cuantas personas honorables, el clero secular del Perú no tiene una moral muy alta; incluso tuve la oportunidad de observar que los jóvenes educados, tanto chilenos como peruanos, se expresan con gran desdén del clero secular. Creo que el caso del clero de las órdenes monásticas es diferente, especialmente el de los misioneros. Los que conocí eran evidentemente hombres de gran moral; y a su fervor, energía y habilidad, se debe que el Perú posea la mayoría de las grandes y ricas regiones de la república. Sin embargo, desafortunadamente para el Perú, casi todos ellos son extranjeros, principalmente españoles o italianos.

7 de junio. Todo el día he tenido un fuerte dolor de cabeza y de extremidades debido a la cabalgata de ayer. Estas sillas de montar peruanas, aunque son buenas para los animales y para cabalgar cuesta arriba y cuesta abajo, obligan a separar tanto las piernas y por tanto tiempo, que la persona que no está acostumbrada a ella, sufre fuertes dolores en los muslos; por eso tuve que cabalgar una gran parte del trayecto, con mi pierna sobre la perilla de la silla como lo hacen las damas.

Pagamos al arriero Pablo Luis Arredondo y lo despedimos. Este no era tan vivo como lo esperaba, ya que a no ser por su interés por sacarme todo lo que podía (algo muy natural) y de uno que otro refunfuño (lo que también es de esperar), no tuve razón alguna para no estar conforme con Luis. Ijurra siempre estaba discutiendo con él pero creo que Ijurra tiene el mismo defecto de casi todos sus compatriotas, es decir, la falta de temperamento y paciencia necesarios para tratar con la gente ignorante. Con palabras y algún soborno, me llevaba bastante bien con el viejo arriero, quien cargaba sus mulas con un peso superior al normal y las conducía muy bien. Frecuentemente me sorprendía ver como estas mulas superaban las dificultades con la carga que llevaban. El peso usual es de doscientas sesenta libras, pero estoy seguro que en algunas ocasiones, nuestros animales ascendieron colinas y descendieron por valles, con una carga mayor y de forma incongruente y heterogénea. Normalmente uno considera que estos sitios son transitables salo para una mula descargada. Nuestras mulas de montar eran un verdadero tesoro: de pisada firme, tranquilas, fuertes y pacientes, nos transportaban fácil y cómodamente. Gibbon dice que le apenará mucho dejar la suya cuando tengamos que regresarlas y tomar los botes.

El mercado de Tarma es aceptablemente bueno, a pesar de que la carne no está bien cortada. El precio de la res es de seis centavos la libra; una pierna pequeña de carnero cuesta dieciocho centavos y tres cuartos; las papas de buena calidad, casi un dólar el 'bushel' (3); tres cabezas pequeñas de coliflor, doce centavos y medio; hay bastantes naranjas, piñas y duraznos, que aunque no son tan buenos, son baratos; el pan es muy bueno y es horneado en pequeños moldes por un francés, su precio es de cuatro panes por doce centavos y medio... La harina la traen de Jauxa, los huevos cuestan diez centavos la docena.

El cura nos visitó y fuimos a ver al subprefecto de la provincia, un caballero de nombre Mier, que nos aseguró toda la ayuda necesaria para nuestra visita a Chanchamayo. Estos dos caballeros insistieron para que descartase la idea de viajar al otro lado del Chanchamayo, entre los indios "Chunchos", diciéndome que éstos eran hostiles con el hombre blanco, además de ser peligrosos. El cura prometió conseguirnos un sirviente. También nos visitaron varios caballeros del pueblo, entre ellos el señor* Cárdenas, quien me dio una copia del memorial de Urrutia. Todos estos caballeros parecían muy interesados en mi expedición a Chanchamayo y esperaban un informe favorable.

11 de junio. Cabalgamos aproximadamente una legua por el valle que conduce a Chanchamayo, hacia la finca del general Otero; para quien llevábamos unas cartas del Sr. Prevost y de Pasquel, obispo de Eretrea (sic). Esta finca era algo diferente de las que hasta ese momento habíamos visto en estas rutas de nuestro viaje. Esta se encuentra en un alto estado de cultivo y está rodeada de paredes de barro correctamente ordenadas. El General, un viejo caballero, simpático y con aspecto de hacendado, nos dio la bienvenida con gran cordialidad y nos mostró los alrededores. Tiene una casa muy grande que él mismo construyó, con todas las divisiones necesarias. Efectivamente, dijo que había construido la finca porque cuando la compró ésta era un lugar pedregoso y desolado, por lo que tuvo que emplear mucho tiempo, dinero y trabajo en ella. Habían dos huertas, una de verduras y frutas, la otra de flores; ambas muy bien cuidadas. Las frutas eran duraznos de varias clases, manzanas, fresas, almendras y algunas uvas. Las flores eran principalmente rosas, claveles, pensamientos, jazmines y geranios. Habían algunas plantas exóticas bajo campanas de cristal. Tanto las frutas como las flores eran de regular calidad, pero eran mejores de lo que uno espera ver en una zona tan elevada y fría. Las noches aquí, especialmente al amanecer, son bastante frías.

Esta es la época de cosecha y el General estaba recolectando el maíz. Cerca de veinte peones o labriegos estaban cosechándolo en los campos y poniéndolo en pilas en un gran patio, mientras los niños y las mujeres lo "pelaban". En una esquina del patio, bajo un cómodo y pequeño cobertizo unido a uno de los graneros con asientos de piedra a su alrededor, estaban sentadas las tres hijas del General, cosiendo y probablemente vigilando el "pelado"; eran hermosas y de apariencia dulce. El General nos sacó una bandeja con vasos llenos de Italia (licor de uva moscatel de la provincia de Ica, por lo que se le llama aguardiente de Ica) y cigarrillos. Todo esto daba un ambiente hogareño que era muy agradable.

No puedo informar sobre la agricultura de esta región en lo que respecta al valor de la tierra, pues todo esto depende de su situación y condición. Las laderas de las montañas son tan empinadas y los valles tan rocosos, que me imagino que no hay mucha tierra cultivable en todo este distrito; y por lo tanto, el precio de la tierra es probablemente alto. Según el Gral. Otero, aquí se mide la tierra por «tongos" que equivalen a un cuadrado de treinta y tres varas (una vara equivale a treinta y tres pulgadas inglesas). Tres tongos hacen una "yuntada", es decir lo que una yunta de bueyes puede arar en un día. En el tongo se planta alrededor de media arroba o doce libras y media de semillas. El rendimiento del maíz es entre las cuarenta y cinco y cincuenta libras por tongo; el trigo produce alrededor de cuarenta libras por tongo, pero está tan propenso al tizón que es una cosecha insegura y por lo tanto se le cultiva muy poco. El precio del maíz es de cinco dólares la carga* de doscientas sesenta libras. En consecuencia, de esta información se desprende que un acre producirá aproximadamente cuarenta y tres 'bushels', lo que equivale a un dólar y veinticinco centavos. En las laderas de las montañas se cultiva una gran cantidad de cebada, pero el grano no llega a madurar porque generalmente se le corta verde para el pienso; aunque el General dice que no es bueno para este fin, pues la paja es gruesa y dura. Las papas son de buen cultivo, ahora en Tarma su precio es de un dólar y cincuenta centavos las cien libras; y en época de escasez se sabe que sube hasta los siete dólares. Uno de los principales alimentos de los labriegos de esta región es la "cancha" o maíz tostado. Ellos mezclan un poco de cal con los granos antes de ponerlos en las cenizas calientes que los hacen más blancos y mejoran su sabor; realmente es muy dulce y sabrosa, y me gustó más que el choclo tostado, el cual es nuestro plato favorito. La chicha, licor fermentado, también se hace a base de maíz y todas las clases sociales la beben. El General nos dio a probar un poco de la que el mismo había preparado y embotellado; estaba muy buena, tenía un color rosado y burbujeaba como la champaña. Nos dijo que nuestro maíz, al cual llamó "mais morocho*, no era tan bueno como éste para preparar ya sea la cancha o la chicha, porque éste es más tierno y dulce.

Visitamos las caballerizas, las cuales estaban muy limpias, pavimentadas y tenían entre diez y quince caballos jóvenes; además habían entre treinta y cuarenta yeguas y potros en un espacioso corral o corralón cercano. Algunos de éstos estaban bajo el cuidado de un herrero norteamericano, especializado en caballos que venía de Tarma. También hay una limpia y pequeña capilla que ocupa una esquina del "patio"*, con esta inscripción sobre la puerta: "Domus mea, domus orationis est" (4). Estaba muy bien empapelada y alfombrada; y tenía pinturas de las "Estaciones" que colgaban de las paredes. El altar era una figura de nuestra Señora de la Merced, con las imágenes de San Francisco y San Pedro a cada lado; estos santos son los patronos del general don Francisco y de su señora doña* Pedronilla (sic: Petronila). El comportamiento del General era sumamente cortés y afable; sus modales suaves y amables siempre me daban la impresión que él caracterizaba al militar de alto rango ya retirado. Todo el establecimiento me recordaba a una de nuestras mejores haciendas de Virginia, donde el propietario había heredado las posesiones de su padre y llevaba una vida acomodada.

12 de junio. Comimos con nuestro compatriota, el Dr. Buckingham y dos jovencitas, una de ellas me pareció su ama de llaves. " comida fue al estilo peruano: primero, un tipo de sopa espesa, luego costillas de carnero asadas, acompañadas con ensalada; después un plato de cuyes guisados con una variedad de verduras, lo cual hubiera estado muy sabroso a no ser por la cantidad de ají* que le habían agregado, éste hacía que la comida fuera insoportable para nuestro desacostumbrado paladar; finalizamos con el infaltable chupe y el postre de dulces*. Un limeño nunca bebe agua durante la comida, siempre come dulces después de ésta y recién en ese momento bebe agua, de manera que "Tomar dulces para beber agua"* es un tipo de proverbio dietético de ellos.

13 de junio. Cabalgamos por el camino de la Oroya con el propósito de visitar una cueva o lo que se dice es un pasaje subterráneo hecho por los incas, de veintisiete millas, que llega hasta Jauxa; pero después de recorrer aproximadamente cinco millas, decidimos que era demasiado tarde para explorarla ese día, y reuniéndonos con Richards, que venía de Morococha, regresamos. Sospecho que esta cueva es sólo el cañón* o entrada de alguna mina abandonada desde hace tiempo,

14 de junio. Fuimos hacia el sur, en dirección a Jauxa. Este valle, que va en rápido ascenso, está densamente poblado y bien cultivado. El camino es malo. Hay otro valle que se deriva de este a más o menos cuatro millas sobre Tarma; este valle se extiende hacia el sureste y conduce a la Montaña de Vitoc.

15 de junio. Recibimos una larga visita del general Otero. El vivaz y viejo caballero conversé muy plácidamente. Nos dijo que es difícil determinar la población del pueblo propiamente dicho, ya que el censo generalmente se basa en la doctrina o en el distrito en el cual el cura tiene jurisdicción religiosa y que este censo da un resultado aproximado de diez mil o doce mil habitantes, de los cuales, una doceava parte son blancos puros, cerca de la mitad son mestizos (descendientes de blancos e.indios), el resto son indios; hay muy pocos negros. Le pedí que me informara sobre el número de invidentes que habíamos visto por las calles. Me respondió que la mayoría de ellos venían de Jauxa, donde se produce mucho trigo y cebada; al parecer estas personas se han quedado ciegas porque al cernir estos granos y al separar la barcia tirándolos al aire, ésta última y las barbas les irritaban los ojos, provocándoles a la larga la ceguera.

Igualmente dijo que había pensado que yo no debía intentar cruzar el Chanchamayo en medio de los indios ya que no podría defenderme de sus ataques, dijo que también había pensado que si yo deseaba descender el Ucayali, debería tomar un tributario más al sur, llamado el Pangoa (esta es la ruta de Biedma por Andamarca y Sonomoro), ya que por esta ruta los indios de los alrededores no eran tan agresivos con los blancos. Además se sabía que el río era navegable para canoas, puesto que él mismo había conocido a un fraile de Ocopa, quien en 1817, lo había descendido para convertir a los indios del Ucayali. Luego había establecido una misión en Andamarca, donde los indios llegaban en determinadas épocas para ser bautizados y para recibir obsequios tales como hachuelas, cuchillos, cuentas, &a., pero como a raíz de la guerra de 1824 se habían suspendido las provisiones, los indios dejaron de ir. El, al igual que el subprefecto, estuvieron de acuerdo con mi idea de ascender desde la desembocadura del Ucayali con un grupo de indios bien equipados.e .inspeccionar la navegabilidad del Perené y del Chanchamayo por esta ruta.

Según las altitudes del Mer, de æ y ß Centauro, la latitud de Tarma es de 11º 25' 05" sur.

16 de junio. Dejamos Tarma para dirigirnos a Chanchamayo. Esta es la primera vez que acudí a la autoridad para conseguir medios de locomoción. Lo hice sin darle la mayor importancia y después me arrepentí de ello porque aunque había sido probablemente estafado con el precio, no habría sido causa de injusticia y opresión. Unos días atrás le había dicho al subprefecto que deseaba un medio de transporte para llevar algunos equipajes a Chanchamayo, lo que prometió darme. Ayer fui a pedírselos para tenerlos hoy día y él me presentó al gobernador del distrito que se encontraba allí y quien me dijo que él tendría lo que yo necesitaba, es decir, dos asnos, una mula para montar, y dos peones; todo esto estaría listo para la mañana siguiente. En consecuencia, esta mañana envió por mí y me presentó al dueño de la mula, al de los asnos y a dos peones. Los salarios de éstos iban a ser de, cuatro reales o medio dólar diario, les pagué a cada uno, tres dólares adelantados. Al gobernador le pagué un dólar por cada asno y dos por la mula, con la promesa que le pagaría igual cantidad a mi regreso. Luego se les indicó a los peones lo que tenían que hacer y se les envió a mi casa con una escolta de seis alguaziles (sic: alguaciles) armados con palos para evitar que escapasen o se emborrachasen antes de la partida. Los asnos y la mula también fueron enviados con una guardia similar; de manera que mi patio parecía estar lleno de una clamorosa multitud, lo que creaba tal confusión que me vi obligado a expulsar a todos, excepto a mi gente. A ésta le ordené cargar, pero luego mis ayudantes me dijeron que los dueños de los asnos no habían enviado lassos (sic: lazos) o correas para atar los cargamentos; pronto descubrí que había una renuencia general para el trabajo y que el gobernador había insistido en que los animales hicieran este servicio, a pesar de la negativa de los dueños.

Se hicieron grandes esfuerzos para que no me quedara con la mula. La.mujer de la casa quien parecía ser la hermana del propietario, me aconsejó no tomarla arguyendo que era un animal malo e indomable que me haría una diablura. Esto me sorprendió ya que el animal se veía muy dócil, por lo que ordené a mi nuevo sirviente que la montara alrededor del patio*, (éste era un recomendado del cura y parecía ser dos veces peor que la mula). El muchacho sonrió maliciosamente y probó que mi juicio era el correcto. Viendo que esto no funcionaba, el propietario (quien había utilizado a su hermana para hacerme desistir), vino hacia mí y me dijo que debía pagarle medio dólar más ya que el gobernador se había quedado con esa cantidad de la paga. Al "no marchar" esto, trató de llevarse su mula mientras nosotros estábamos de espaldas; pero al ser descubierto se tuvo que ir, se emborrachó en aproximadamente quince minutos y regresó excesivamente sentimental, abrazando, besando a su mula, llorando sobre ella y gritando con tono lastimero: "Mi macho, mi macho"*. Lo hicimos a un lado y emprendimos la marcha, seguidos, sin duda alguna, por las maldiciones de la gente.

Este suceso me incomodó mucho. Más adelante se lo conté al comandante del fuerte en Chanchamayo, diciéndole que hubiera preferido pagar el doble y conseguir un servicio voluntario. El me dijo que me había ganado la antipatía de toda esa gente y que yo debía acudir a los gobernadores para conseguir el transporte, ya que los indios no me darían sus bestias a ningún precio, y me contó casos en que estando en la Cordillera, con la noche que se acercaba, impidiéndole continuar su viaje, se vio obligado a amenazar.e incluso a usar la fuerza, para persuadir a un malhumorado indio para que le diera comida y abrigo a él y a su animal. En estas zonas varios viajeros también me contaron que se habían visto obligados a disparar a las aves de un indio, quien poseyendo gran cantidad de ellas, se negaba a venderlas a cualquier precio, pero quien después de lo sucedido, aceptó gustosamente una buena paga por ellas.

Ijurra me refirió también casos de opresión y tiranía por parte de los gobernadores, sobre todo en la provincia de Mainas, donde el comercio se realiza por medio del transporte de las mercaderías sobre las espaldas de los indios. Un mercader viajero va donde el gobernador y le dice: "Tengo tal y tal cargamento, deseo tantos indios para transportarlos". El gobernador, generalmente un blanco o mestizo, manda buscar al Curaca (el gobernador heredero en línea directa de la tribu de indios de aquel distrito, quien goza de gran autoridad y sin cuya ayuda los blancos no podrían gobernar del todo) y le ordena que reúna el número de indios necesarios para un viaje. El curaca los reúne a toque de tambor y los manda a tostar su maíz y a que preparen su "flambre"* (alimento para el camino) para un camino de tantas leguas; así, se les saca de sus ocupaciones y se les envía probablemente por muchos días, con un salario que el gobernador fija.

Si un hombre desea construir una casa o abrir una finca, puede contratar labriegos por seis meses con un salario mensual que consiste en yardas de tela de algodón, suficiente para hacerse una camisa y un par de pantalones; el patrón o amo los alimenta. Pero como se supondrá, ésta es la descripción de la forma de vida más ruda y común.

Parecería como que los hombres nunca pudiesen progresar bajo un sistema de absoluta esclavitud como éste; sin embargo, el darles la libertad sería abandonarlos y hacerlos retroceder a un estado de barbarie, anulando toda posibilidad de progreso y la única esperanza parece estar en la justicia y en la moderación de los gobernadores, una vaga esperanza en este lugar.

Partimos al mediodía, nos detuvimos en la "chacra" del Gral. Otero, quien nos dio una carta de presentación para el comandante del fuerte. Cuando el viejo caballero vio a nuestro sirviente »Mariano", se persignó muy devotamente y exclamó "¡Satanás!"*. Posteriormente nos contó que evidentemente éste era un muchacho malo, a quien nadie había sido capaz de manejar, pero que nosotros, siendo extraños y militares, nos podríamos llevar bien con él con disciplina y severidad; luego dio al muchacho instrucciones sobre sus deberes y sobre el correcto cumplimiento de éstas.

A una milla y media más allá de la chacra del Gral. Otero, se encuentra el pueblo de Acobamba. Calculo que tiene entre mil doscientos y mil quinientos habitantes; sin embargo, está situado en un distrito muy poblado y se dice que la "doctrina" es mayor que la de Tarma. Después de viajar seis millas más, llegamos a Palca, un pueblo apartado aproximadamente de mil habitantes; no nos detuvimos sino que seguimos el viaje y después de una milla más, "llegamos" a la chacra de don Justo Rojas, para quien traía una carta de Lizarralde, el administrador de Morococha. Don Justo se dedicaba a extraer, mediante el método de ebullición, el jugo de la raíz de la ratania para un boticario de Lima. Nos dio una gran cena que consistió en sopa de pollo y huevos pasados, y alfalfa para los animales. Asimismo nos vendió azúcar y pan de su tienda en el pueblo. Armamos la tienda de campaña en un antiguo campo de maíz y dormimos plácidamente. En esta región las estacas de las tiendas deben ser de fierro, aunque las de nosotros eran de la madera más dura que pudimos encontrar; hasta ese momento ya habíamos usado todas y habíamos cortado sus extremos superiores al tratar de introducirlas con la ayuda de una hachuela en el duro y pedregoso suelo.

La chacra de don Justo es la última del valle, el cual ahora se angosta y no deja espacio para el cultivo. Aunque según el barómetro íbamos cuesta abajo, evidentemente estábamos cruzando una cadena de montañas que el río en el fondo del valle nos había ahorrado el trabajo de ascender y descender, al abrirse camino entre ellas y dejándolas a ambos lados a miles de pies de altura sobre nosotros. El paisaje fue el más salvaje de los que hasta ahora habíamos pasado; a veces el camino se abría paso paralelo a las orillas del río, luego ascendía hasta llegar casi a las cimas de las colinas, luego disminuía la espumosa y estrenduosa corriente del río hasta reducirse a un silencioso hilo de plata. Los ascensos y descensos eran casi empinados y la escena era abrupta, indómita.e imponente, fuera de toda descripción.

Vimos algunas chozas miserables por el camino y nos encontramos con unos cuantos asnos que llevaban cañas y palos de Chanchamayo. En realidad fue una suerte que no nos encontráramos con estos animales en ciertas partes del camino donde es completamente imposible que pasen dos bestias juntas o que una de ellas de la vuelta y retroceda. la única solución es arrojar una al precipicio o jalar una mula por la cola hacia atrás hasta un punto por donde pueda pasar la otra. Von Tschudi cuenta que una vez tuvo que matar una mula con la que se encontró en uno de estos lugares.

Ese día pasamos un gran susto; estábamos cabalgando en una sola fila por uno de estos ascensos estrechos, donde el camino está franqueado a un lado por el cerro y al otro por un profundo precipicio de varios cientos de pies. El Sr. Gibbon iba adelante y justo en el descenso, cuando estaba a punto de doblar en una curva, apareció la cabeza de un toro. Cuando éste apareció por completo, el Sr. Gibbon se detuvo y pudimos ver las cabezas del resto de la manada que se agrupó al costado del toro. Escuchamos también los gritos de los pastores que desde atrás apuraban a la manada. En ese momento comencé a buscar un pequeño hueco en la ladera de la montaña y desmontando empujé con los hombros a mimula hacia ese escondite seguro; sin embargo, no vi escape alguno para Gibbon quien ya había pasado este sitio. El toro con sus astas hacia abajo y con una mirada malhumorada y salvaje, comenzó a avanzar lentamente. En realidad su cabeza estaba entre la pared de la montaña y el cuello de la mula de Gibbon. En ese instante sentí un escalofrío de agonía al pensar que la suerte de mi compañero ya estaba echada. Pero la sagaz mula de Gibbon, presionando sus ancas contra la pared de la montaña, juntó sus patas y giró completamente. Con esto el toro quedó hacia afuera (aunque yo no creía, había sitio para pasar) y pasó precipitadamente a todo galope, seguido por el resto de la manada que iba en fila. No puedo describir el alivio que sentí; Gibbon que es tan valiente y osado como debe ser un hombre, comentó: "es imposible ocultar el hecho de que estaba realmente aterrado".

A las 2 p.m. llegamos a un lugar llamado Matichacra donde sólo había una choza, habitada por una mujer y su hijo, el esposo había ido a Cerro Pasco (sic) para exhibir unas muestras de mineral de oro que había encontrado aquí. La mujer tenía una erupción en el rostro que según ella se debía a los elementos metálicos que habían en el suelo, en especial al antimonio. Ella tomó un cuchillo y raspó el suelo de su choza para sacar un poco de tierra, luego lavándola en una vasija, nos mostró que en el fondo habían partículas de metal parecidas al oro. Le mostré uno de esta tierra al general Otero quien dijo que no había oro en ella. Sin embargo, el teniente Maury que examinó parte de la que traje a casa con un poderoso lente de aumento, dijo que sí contenía oro. Las montañas tienen una excesiva apariencia metálica y la mujer nos contó que todavía habían vestigios de las operaciones mineras que realizaron los españoles en los alrededores.

Aproximadamente a una milla y media más arriba de Matichacra, comenzamos el descenso regular y empinado por un lado del cerro, desde donde podíamos ver el valle que desembocaba en una aparente planicie aunque ésta se encontraba rodeada y atravesada por distantes montañas que iban en diferentes direcciones. Pensamos que este lugar era la "Montaña". Nos detuvimos una hora en Matichacra (hacienda de calabazas, porque cerca de la casa crecía una docena de matas de calabazas) y nos preparamos un chupe con una pierna de carnero que habíamos comprado la noche anterior en Palca. Vimos algunos cultivos de maíz al lado opuesto del cerro y las cimas de estos cerros estaban revestidas de pequeños árboles. Avanzamos unas cinco millas y acampamos en una planicie cerca de la orilla del río, donde alrededor nuestro habían arbustos y pequeños árboles.

18 de junio. Este fue el día de viaje más largo y difícil. El camino era muy malo: rocoso y áspero por donde bajaba el río, empinado y difícil en los ascensos. Pensamos que el ingeniero que construyó el camino, con frecuencia "había tomado al toro por las astas" y escogido las peores partes para hacer el camino. Además lo hubiera hecho mejor, si ocasionalmente hubiera puesto un puente sobre el río, llevando el camino por las faldas de las montañas que están al otro lado. Después de recorrer siete millas y media, llegamos a Utcuyacu (agua de algodón), la primera hacienda donde vimos caña de azúcar, yuca, piñas y plátanos. Como acaba de ser establecida todavía no ha vendido nada.

El camino por el que descendimos al valle de Chanchamayo, se hacía más estrecho a la derecha y estaba frente a las montañas que dividen este valle de aquel de río Seco. Estábamos cerca de la intersección de estos dos valles, pero una roca que se había desprendido de las colinas que nos rodeaban, obstaculizaba el camino por el que viajábamos; así tuvimos que cruzar una montaña a nuestra derecha para llegar al otro valle. El ascenso fue empinado y difícil tanto para nosotros como para las mulas. Este camino se llama la "Cuesta de Tangachuca" o cuida tu sombrero; tiene una extensión aproximada de tres millas. Después de pasar por un bosque tupido, llegamos a una elevación baldía que era la terminación del ramal de los Andes que divide estos dos valles. Los ríos Seco y Chanchamayo se unen a los pies de este cerro y corren por el valle, el cual se va ensanchando rápidamente y cubriéndose de bosques; este valle tiene una vista totalmente diferente de aquella de esterilidad rocosa y austera que caracteriza al territorio anterior. Esta es la "Montaña" en la que tanto pensé. Sin embargo, su panorama me desilusionó totalmente, porque me había hecho la idea de que iba a ver una llanura sin límites, con bosques y praderas, cubierta con ondulante pasto y con un ancho y manso río de curso serpenteante, en cuyas orillas se podía ver abundantes palmeras y plátanos. Pero en lugar de esto, la vista desde la cumbre del cerro mostraba una región todavía interrumpida por montañas y valles (si bien en menor cantidad que antes), llena de árboles y maleza de todo tipo, bañada por un río cuya espuma rugía sobre su lecho rocoso.

Descendimos el cerro por un sendero muy sinuoso y lleno de precipicios; la mayoría de nosotros lo descendió a pie, a pesar de que se podía montar a caballo como lo hizo el Sr. Gibbon, cabalgando por las peores partes del camino y sólo desmontando cuando un árbol caído obstruía el paso. El descenso nos condujo al lecho rocoso del río Seco, al cruzarlo dejamos atrás la cadena oriental de los Andes y llegamos a la Montaña de Chanchamayo.

Hasta donde el viajero sabe, se supone que no existen dos cadenas de montañas de los Andes por la ruta que seguimos, es decir que no se tiene que ascender y descender una cadena y repetir la misma operación en la otra. Desde que cruza la Cordillera en Antarangra, el camino va en descenso hasta que se llega a la llanura. Pero en realidad si hay dos cadenas. Los ríos de la primera o cadena occidental se han abierto camino a través de la segunda cadena, formando profundos desfiladeros en el fondo de los cuales hay generalmente un camino, de manera que los pocos de la segunda cadena se elevan a miles de pies encima de la cabeza del viajero.

Una legua después de cruzar el río Seco, pasamos por un pésimo y semidestruído puente que se extiende sobre un riachuelo llamado "Punta Yacu"; este río proviene de un valle sureño y se detiene en la hacienda de don José Manuel Cárdenas, la primera hacienda de la Montaña y donde acampamos esa noche.

19 de junio. Después de viajar seis millas, llegamos al fuerte de San Ramón. El camino es un lodoso sendero de herradura, abierto en el bosque y obstruido por las raíces y ramas de los árboles, pero está nivelado. Después de dejar la hacienda de Cárdenas, se ven muy pocas rocas. Fuimos muy bien recibidos por el comandante del fuerte, don Juan Noel, un joven simpático, capitán de fragata y teniente coronel del Ejército, y por sus oficiales, el mayor Umeres y el teniente ________________. (5)

El fuerte de San Ramón está ubicado en los 11º .07 latitud sur, según la alt. del Mer. de "E Crucis". De acuerdo con el barómetro su altura es de dos mil seiscientos diez pies sobre el nivel del mar.

Del primero de marzo al treinta de agosto, el clima es bueno, pero las intensas y continuas lluvias de los otros seis meses lo vuelven desagradable, pero no perjudicial para la salud.

Como ya estábamos cerca de las faldas de la montaña, en la vertiente oriental, hice un cuadro de distancias y alturas de los diferentes puntos de nuestra ruta. El P. E. (6) junto con algunas elevaciones muestran que éstas fueron indicadas por la temperatura a la que hierve el agua.

En un punto a cuatro millas sobre Tarma, el barómetro indicó una altura de once mil doscientos sesenta pies. Es decir que en cuatro millas de distancia, hay un descenso de mil quinientos treinta y cinco pies. Sin embargo, el ascenso entre Acchahuarcu y la cima de la montaña de la cual observábamos, en el Paso de Antarangra, es más empinado que éste, siendo de tres mil trescientos cincuenta y ocho pies en seis millas.

De Yanacoto, en la vertiente occidental de los Andes, al punto más alto del Paso, hay cincuenta y nueve millas; del punto más alto del Paso al Fuerte de San Ramón, en la vertiente oriental y que está a doscientos setenta pies de altura más que Yanacoto, hay una distancia de ochenta y ocho millas. Esto da un ascenso de 232 pies por milla en la vertiente occidental de los Andes y de 152 pies en la vertiente oriental.

Lugares
Distancias
Altura sobre el nivel del mar
 
Millas
Pies
Callao
 
 
 
Lima
6
0,476
 
Pacayar
12
1,346
 
Yanacoto
10
2,337
 
Cocachacra
16
4,452
 
Moyoc
15
7,302
 
San Mateo
13
10,200
 
Acchahuarcu
9
12,898
P.E.
Paso de Antaratigra
6
16,044
 
Paso de Antarangra
6
16,199
P.E.
Pachachaca
13
12,786
P.E.
Oroya
12
11,654
 
Oroya
12
11,825
P.E.
Tarma
18
9,738
 
Palca
11
8,512
 
Matichacra
12
7,091
 
Huacapishtana
4
5,687
 
Challuapuquio
12
3,192
 
Fuerte San Ramón
6
2,605
 
Fuerte San Ramón
 
2,953
 

Yanacoto se encuentra sólo a veintiocho millas del océano que baña la base de la vertiente en la que está situado. Debido a la sinuosidad del río, el fuelle de San Ramón (que tiene casi la misma altura de Yanacoto), está aproximadamente a cuatro mil millas de su océano, pero si el curso del río fuera directo, la distancia sería de dos mil quinientas millas. Pero en mi opinión, de acuerdo con algunas observaciones que después hice con el aparato para medir el punto de ebullición, no se puede confiar en las indicaciones que dio el barómetro cuando estuvimos a los pies de la cadena oriental de los Andes, además creo que San Ramón está a mayor altura de la que indica el barómetro.

El fuerte es una construcción empalizada de más o menos seis acres, armado con cuatro cañones de proyectiles de cuatro libras y guarnecido por cuarenta y ocho hombres. Está ubicado en la intersección de los ríos Chanchamayo y Tulumayo; el primero tiene alrededor de treinta yardas de ancho y el segundo cuarenta yardas. Ambos son ríos poco profundos y están obstruidos por rocas. La corriente parece ser aproximadamente de cinco o seis millas por hora. Hasta donde pudimos observar, una canoa bien manejada puede navegar el Tulumayo.

El fuerte se construyó en 1847 por mandato del presidente Castilla con el propósito de brindar protección a los agricultores de las granjas que están atrás del mismo. Pero como los indios de esta región son pacíficos, no creo que cumpla cabalmente con su función; sin embargo, creo que los indios norteamericanos, debido a la hostilidad que constantemente muestran, cruzarían los ríos que hay más allá del fuerte y arrasarían con las haciendas antes de que los soldados los pudieran alcanzar. Los indios han descartado toda idea de reconquistar el territorio perdido, pero están decididos a luchar por la navegación de los nos y por cualquier intento de nueva conquista. Nunca se dejan ver, pero hacen evidente su presencia, incendiando algunos bosques y vegetación que hay en las laderas de las colinas y lanzando flechas contra cualquier incauto que se acerque demasiado para recorrer las riberas.

Noel nos contó que se han hecho varios intentos por establecer relaciones amistosas con ellos. Antes los indios acostumbraban salir de los bosques y acercarse a las orillas de los ríos para conversar.e intercambiar obsequios con los oficiales del Puesto. Intercambiaban arcos, flechas, aves y animales exóticos por cuchillos, cuentas y espejos. Pero estos acercamientos siempre terminaban en retos.e insultos por parte de los indios hacia los blancos Y frecuentemente con tiros de flechas.

Nos contó que hace un año o dos un tal general Castillo junto con algunos oficiales vino a visitar el fuerte con la finalidad de comprobar la habilidad de los indios para las negociaciones. Así mientras estaban cenando, un centinela les avisó que había aparecido un indio; inmediatamente el grupo se levantó y fue a la orilla para conversar con el indio. Este, después de los saludos, hizo señas indicando que quería un espejo, el cual le fue lanzado. Luego indicó que quería un cuchillo, con el que también pareció quedar complacido. Después pidió un yesquero, pero como no había ninguno a la mano, Noel regresó al fuerte por uno. A su regreso se encontró con un oficial que venía del río con una flecha clavada en su brazo; poco después se encontró con otro que tenía una flecha clavada en la espalda, entre los hombros. Al parecer, tan pronto como recibió los obsequios, el indio sacó su arco y disparó contra el General. El grupo se lanzó al escape, no obstante esto, las flechas hirieron a dos oficiales. El que fue herido en la espalda murió ocho días después. Estos flechazos ocurren frecuentemente y varios soldados del fuerte han sido heridos gravemente. Mientras nos encontrábamos en el fuerte, dispararon varias flechas contra un grupo de soldados que estaban lavando sus ropas cerca de las orillas del río. Recogimos estas flechas y el Comandante nos las regaló.

Estas flechas como todas las de los indios que he conocido, son tan pesadas que para que alcancen una distancia de entre veinte y treinta yardas es necesario que se lancen a una altura considerable, de manera que describan una curva en el aire; es maravilloso ver con qué precisión los indios calculan el arco y regulan la fuerza para que la flecha caiga sobre el objeto señalado. En el Amazonas se cazan muchos peces y tortugas con arcos y flechas. En una canoa un indio lanza su flecha al aire, ésta describe una parábola y cae sobre el espinazo del pez, al cual un ojo inexperto no ha sido capaz de ver. La lengüeta, con la cual está armada la flecha, está enganchada en el extremo de ésta y es sostenida en ese lugar por una cuerda que se dobla alrededor del asta de la flecha y que está atada en el centro. La zambullida del pez separa la flecha de la lengüeta; la cuerda se desenrolla y la flecha flota sobre el agua; esto constituye un obstáculo para el pez y una guía para el pescador, quien sigue su flecha hasta que el pez o la tortuga estén muertos. El movimiento de la flecha es tan lento y se puede observar con tanta facilidad durante su curso que me imagino que no son peligrosos los disparos de flechas que se hacen de frente, ya que uno tiene bastante tiempo para apartarse y evitarlos. He visto a muchachos disparar a gallinazos en la playa y la flecha siempre caía en el lugar exacto donde el ave había estado posada algunos segundos antes de haberse ido.

Mientras estuvimos aquí, visitamos las haciendas de los hermanos Santa Mana, del padre Suarez y de Zapatero; creo que todos eran ciudadanos de Tarma. La hacienda del último parecía la más grande y la mejor administrada de todas las que anteriormente he visto. Una descripción del método de cultivo de los principales productos de la región, practicado en esta finca, dará una idea del sistema general de la agricultura en la Montaña.

Zapatero tiene aproximadamente cien acres cultivados, la mayoría de ellos con cultivos de caña, coca, yuca, piñas, plátanos, café y algodón. La finca tiene un mayordomo* y cuatro labriegos residentes. Estos son siervos y su manutención está a cargo del empleador, quien les paga siete dólares anuales a cada uno por su contribución al gobierno o impuesto de capitación. Cuando se necesita cultivar más tierra o cuando la cosecha de coca es recolectada, se contratan más labriegos de los poblados vecinos de Tarma, Ocsabamba o Palca, con salarios nominales de medio dólar diario; ellos mismos se encargan de su manutención pero ésta les resulta tan cara que gastan casi todo su salario. Por ejemplo, una oveja les cuesta tres dólares, mientras que en Tarma su precio es de un dólar; la yuca, treinta y siete centavos y medio la arroba de veinticinco libras; las papas, cincuenta centavos; el maíz, sesenta y dos centavos y medio. Este precio es el del maíz de la hacienda ya que si se trae de la Sierra, su precio es de un dólar con cincuenta centavos. Los labriegos que viven en la hacienda parecen estar contentos con su suerte, ellos viven en pequeñas.e .insalubres casas de caña, con sus esposas.e.hijos; trabajan muy poco; comen chalona (o carnero seco), charqui (carne salada), yuca, cancha, camotes y frijoles; beben "huarapo" (el jugo fermentado de la caña) y a veces un ron de mala calidad que se obtiene de la caña. A veces se van pero si lo hacen, deben alejarse a una distancia considerable ya que por costumbre o por ley, tendrían que regresar en calidad de deudores de sus amos.

La caña de azúcar no crece de la semilla sino de los nudos de la antigua planta y se cultiva en setiembre, a principios de la temporada de lluvias. En un año está lista para ser cortada nuevamente, produce cada diez meses, mejorando en calidad y tamaño con cada cosecha por varios años, según la calidad de la tierra y el cuidado que se le brinde. Continuará floreciendo desde las raíces por cincuenta o sesenta años, y sólo necesitará uno o dos trabajos ligeros con azadones anualmente. Después de cada poda, se quema el campo para así eliminar los desechos, la mala hierba, &a. El tamaño promedio de la caña es de diez pies, aunque he visto un tallo de dieciséis pies.

Se necesitan dos hombres para cortar y dos para transportar la caña hacia un molino llamado "Trapiche" que consiste en tres rodillos verticales de madera, colocados sobre un tosco armazón del mismo material. A estos rodillos se les hace dientes y se les pone uno junto al otro. La cabeza del rodillo del centro se extiende sobre el armazón y se coloca de tal manera que pueda sostener una viga muy ancha sobre ella; en su extremo se engancha un buey, el cual camina en círculos para poner en movimiento los rodillos. El extremo de la caña se coloca entre los rodillos para cortarlo y triturarlo; se coloca una batea de madera debajo para que reciba el jugo. Dicho molino producirá mil quinientas libras de caldo* en un día. Esta cantidad de libras producirá de doscientas cincuenta a trescientas libras de azúcar que en Tarma valen doce centavos y medio la libra.

La caña de azúcar es el producto más valioso y útil de la Montaña. Cuando sus hojas están verdes, sirven de alimento para el ganado y cuando están secas, sirven como envolturas para la chancaca y el azúcar. El tallo triturado sirve de combustible para el horno. Los chanchos se engordan con la espuma que se forma durante la ebullición. Del primer hervor se hace la chancaca o bizcocho de azúcar rubia, que se sirve después de la cena en casi todas las clases sociales y que se consume en grandes cantidades en la clase baja. En Tarma su precio es de seis centavos y un cuarto la libra. De mil libras de caldo hervido durante diez horas, se hacen cuatrocientas libras de chancaca. Todavía no se produce mucha azúcar en la montaña de Chanchamayo; realmente durante todo el camino no vi ningún producto que se le pareciera, salvo la chancaca.

La coca es un arbusto aproximadamente de cuatro pies de altura que da una pequeña hoja de color verde claro, que es la parte que se emplea. La flor es blanca y el fruto es una pequeña baya roja. La semilla se siembra en lechos alrededor del primero de marzo, a fines de la temporada de lluvias. La tierra tiene que estar dividida y limpia. Sobre los brotes se arman pérgolas de hojas de palmeras para protegerlos de sol y se les rocea con agua durante cinco o seis días, si el cielo continua despejado. En setiembre, las semillas se transplantan luego de haber estado plantadas año y medio, su primera cosecha la dan al año y de allí en adelante, cada cuatro meses. Si las hormigas no destruyen el arbusto, este continuará dando hojas por muchos años. A veces, pero casi nunca, las hojas se secan y la cosecha se arruina. Es necesario recoger las hojas y secarlas lo más rápido posible y en caso de producirse un aguacero, tendrán que recogerse inmediatamente porque se arruinarían al mojarse. Cien plantas darán una arroba de hojas, que en Tarma cuesta seis o siete dólares. Algunas personas no transplantan las semillas sino que siembran juntas varias de ellas y cuando brotan las sacan todas, excepto la más florida, a la que dejan en su lugar original.

La hoja de esta planta es para el indio Perú lo que el tabaco es para nuestras clases obreras del sur; un lujo que se ha convertido en necesidad. El indio, abastecido con abundante coca, a veces realiza labores prodigiosas y puede pasárselas sin alimento por varios días. Sin la coca se sentiría desdichado y no trabajaría. Se dice que es un poderoso estimulante del sistema nervioso y quita el sueño como el café fuerte o el té; pero a diferencia del tabaco y de otros estimulantes, no se sabe que sea perjudicial para la salud. Von Tschudi cree que su uso excesivo es dañino, pero si se toma con moderación, no es de ninguna manera nociva para el organismo; además se cree que sin ella, el indio peruano, con su dieta frugal, sería incapaz de continuar la labor que ahora realiza. Por lo tanto, la planta de la coca se considera como una gran bendición para el Perú.

Cuenta que un indio que él empleó para trabajar la tierra, trabajó duro durante cinco noches y cinco días sin interrupción, excepto durante dos horas cada noche, y realizó esto sin comer nada. Inmediatamente después del trabajo, él y el indio recorrieron en dos días, veintitrés leguas a pie; luego de este recorrido, el indio declaró que estaba listo para realizar la misma cantidad de trabajo sin alimento, si le daban abundante coca. Este hombre tenía sesenta y dos años, y nunca había estado enfermo.

El café crece de retoños y es necesario proteger las plantas del sol, cultivando el plátano de hoja ancha entre ellas hasta que crezcan y alcancen una altura aproximada de cuatro pies. Aquí no se les cuida, salvo una limpieza ocasional de las raíces y sin embargo el mejor café que he tomado ha sido el de este distrito. El arbusto crece entre siete y ocho pies de altura y su apariencia es muy hermosa. Tiene una pequeña hoja verde muy oscura, flores blancas y frutos de color verde, rojo y púrpura oscuro al mismo tiempo. Su primera cosecha la da en dos años, pero ésta es en menor cantidad y de calidad regular. El arbusto no madura hasta después de cuatro o cinco años de haberse plantado y recién a partir de ese momento durará por tiempo indefinido. El fruto tiene el tamaño y la apariencia de una pequeña cereza. Tiene dos semillas en cada haya. Cada semilla está dentro de una envoltura delgada parecida al papel y ambas están cubiertas por otra, además de estar rodeadas por una pulpa dulce de sabor agradable, la cual está cubierta por una delgada película. Debido a que no hay máquinas para sacar esta pulpa, los cultivadores reúnen los frutos, los secan al sol y luego los mojan hasta que se desprendan las cubiertas, excepto la que tiene la textura del papel y que rodea a cada semilla. Las semillas son nuevamente secadas al sol y enviadas al mercado con esta cubierta encima. En Tarma el café cuesta ocho dólares las cien libras. En Lima cuesta generalmente veinte dólares y a veces alcanza los veinticinco dólares debido a que es muy superior al café de Guayaquil y de América Central, los cuales son generalmente más consumidos en Lima.

El "algodón" puede ser plantado en cualquier época. No crece en arbustos o plantas como el de nosotros, sino en árboles de más o menos ocho o diez pies de altura. Su primera cosecha la da al año y continuará dándola por tres años consecutivos, después de los cuales el árbol se seca y es necesario volverlo a plantar. Dicho árbol da algodón todo el tiempo, pero durante la época de lluvias no es bueno y no se cosecha. No pude cerciorarme sobre la cantidad de algodón que da un árbol durante toda su vida, pero por el número de flores y vainas que vi en él, diría que tiene una producción abundante; la calidad, sobre todo la de Chanchamayo, es muy superior, este es el algodón de semilla negra que cuando se le retira las hojas, aparece la semilla perfectamente pelada y limpia.

Aquí también hay algodón de color amarillento (el árbol se parece en todo al del algodón blanco) y posteriormente en Brasil, vi algodón de semilla verde, en el que las semillas (generalmente en número de siete por cada vaina o mejor dicho por cada división de ésta, ya que la vaina parece sostener al algodón en cuatro partes distintas) estaban todas juntas en un solo nudo y envueltas por el algodón. Un hombre activo obtendrá cien libras de algodón diarias.

La "yuca" (raíz de casaba) se planta en cualquier época y crece del tallo de la planta; da sus frutos en nueve meses; crece hasta los quince o veinte pies de altura, del grosor de la muñeca de un hombre. Es difícil distinguir esta planta o su fruto, de la mandioca. En Perú ésta se llama "yuca brava"* mientras que la primera es la "yuca dulce"*. Esta se puede comer cruda, mientras que el jugo de la otra es un veneno mortal. La yuca del Perú se utiliza con los mismos fines que la mandioca del Brasil. Es el sustituto general del pan y la yuca asada o hervida es muy agradable. La bebida más común de los indios se llama "masato" (7) que también se prepara de la yuca. Cada planta produce de veinte a veinticinco libras de la raíz comestible que crece en racimos como la papa; algunas de ellas son tan grandes y gruesas como el brazo de un hombre.

En un año hay tres cosechas de "maíz". Este es de buena calidad pero se tiene que tener mucho cuidado para preservarlo del gorgojo y de otros insectos después que se le recolecta y se le guarda. Generalmente se le coloca en el piso alto de la casa y de vez en cuando se le fumiga, de lo contrario el maíz se arruinaría.

El "plátano"* es el nombre genérico para todas las clases de bananas o bananos, de estos últimos hay varias especies llamadas respectivamente "guineas", "de la isla ", &a., que son la fruta más común de la región. La gente come plátanos crudos, asados, hervidos, horneados y fritos. No puede haber una comida sin ellos y sirven también para preparar un ron repugnante. Los indios por lo general cortan el fruto verde y lo asan. Crece de retoños o de bulbos tiernos; da frutos con tanta facilidad y abundancia como para fomentar y contribuir con la holgazanería de la gente, la cual no trabaja si puede conseguir algo tan bueno sin el menor esfuerzo.

Frecuentemente he pensado que un gobernador haría una buena obra y mejoraría la condición o al menos el carácter de los gobernados, si hiciera que estos incendiaran o arrancaran cada "platanal"* de su distrito, obligándolos de esta forma a trabajar un poco más para ganarse el pan.

Las otras frutas son piñas de calidad regular, las cuales sin duda serían sabrosas si se les brindara mayor cuidado y atención; sopa agria, un tipo de chirimoya* adulterada y papayo*, un fruto grande del tamaño aproximado del melón, con una cáscara verde y pulpa amarilla que es comestible, muy dulce y de exquisito sabor. Tiene semillas como el melón y crece bajo las hojas de un tipo de palma, en racimos como el coco. Hay unos cuantos naranjos pero todavía no dan fruta; un naranjo no da buena fruta hasta después de seis años y en la mayoría de las haciendas sólo han estado bajo cultivo durante tres años.

En Chanchamayo, las únicas herramientas agrícolas que se utilizan son pequeños machetes toscos con los cuales se corta la mala hierba y se cavan huecos en la tierra para plantar semillas.

Esta región no tiene buenos pastizales, pero a pesar de ello, había un poco de ganado que pertenecía al fuerte y que parecía estar en buenas condiciones. Toda la carne que se consume se trae de la Sierra. Parece que es difícil desarrollar la ganadería en esta región. Todos los terneros nacen muertos o mueren poco después de nacer con un bocio o protuberancia en el cuello. No tuve oportunidad de investigar esto, pero después leí en un relato de una expedición misionera que en 1846 realizó un padre italiano, el padre Castrucci de Vernazza, al territorio de los indios del Pastaza; éste decía: "Cerca de Moyobamba se cría ganado con gran dificultad debido al 'subyacuro', especie de gusano que se introduce entre la cutícula y el tejido celular, produciendo grandes tumores que destruyen al animal."

Las casas de las haciendas se construyen con pequeños y toscos postes verticales con travesaños sobre ellos, formando la estructura de la casa que se rellena con caña brava* y se techan con estrechas hojas de palma, que se trenzan y colocan sobre una gran pértiga que hay sobre los travesaños. Las hojas están unas sobre otras en forma de tejas y son una protección eficaz contra la lluvia y el sol, aunque pense que la lluvia pasaría por las cañas de los lados ya que muy pocas casas están revestidas. El comandante del fuerte quería tener sus construcciones techadas con tejas ya que cuando estas hojas de palma se secan, son extremadamente inflamables, además pensaba que las construcciones del fuerte corrían peligro ante los no distantes incendios de los indios. El señor* Zapatero me dijo que había contratado a un trabajador para que por ochocientos dólares le construyera en su hacienda, una gran casa de adobe con puertas y ventanas de buena madera, techada con tejas para hacerla a prueba de incendios. En Tarma la misma casa le costaría entre tres y cuatro mil dólares, debido a la dificultad que hay para transportar la madera desde la Montaña. El señor* Zapatero es un catalán y parece un hombre muy decidido. Considera que el Gobierno podría retirar las tropas del fuerte en cualquier momento, por eso él tiene cuatro pequeños cañones giratorios, que piensa instalar alrededor de su casa, y como ha invertido mucho dinero y trabajo en su hacienda, la mantendrá hasta sus últimas consecuencias y no la dará sin antes lucharla.

Es una lástima que no hayan más hombres como él, porque en Chanchamayo existen muchos acres de buena tierra que están sin cultivar debido al temor de que los soldados se retiren. Ante esto, muchos de nuestros amigos de Tarma nos ofrecieron títulos de propiedad de grandes extensiones de tierra debido a la inseguridad que sentían en cuanto a la estabilidad del Gobierno que los lleva a no invertir tiempo y dinero en el cultivo de estas tierras. Otro gobierno como el que acaba de terminar, el del presidente Castilla, disiparía estos temores y luego si el gobierno peruano invitara a colonizadores, proporcionándoles medios de transporte para llegar a esta región y brindándoles una pequeña cantidad de dinero para su subsistencia hasta que lograsen limpiar el bosque y cosechar sus primeros frutos, estoy seguro que en unos cincuenta años se verían poblaciones cercanas a las nacientes navegables del Ucayali, donde los colonizadores fácilmente encontrarían compradores para los ricos y variados productos de sus tierras en sus propias puertas.

23 de junio. Iniciamos el regreso a Tarma, acompañados por el Comandante y su sirviente. Ascendimos una parte de la colina en Río Seco. Algo muy agotador. Sólo pude caminar la mitad de la ruta, el resto del viaje cabalgué. El ascenso toma una hora y el descenso, una hora y cuarto. Acampamos en Utcuyacu.

24 de junio. Perdí mis alforjas con algún dinero adentro, enviamos a Mariano (nuestro sirviente de Tarma) junto con el sirviente del Comandante, de regreso al lugar al otro lado de la gran colina, donde había sacado las alforjas para poder acomodar la silla de montar. Partieron a las seis y nosotros a las ocho, siguiendo nuestro camino de regreso; esta fue la cabalgata más larga y difícil que hemos hecho hasta ahora. Por eso nos sorprendimos cuando a las nueve de la noche, los sirvientes junto con las alforjas nos dieron el alcance. Por lo menos debieron haber viajado treinta y seis millas por estos terribles caminos, cruzando dos veces la gran colina y ascendiendo casi dos mil pies de altura. Gibbon no lo podía creer, pensaba (y con mucha razón) que el chico había escondido las alforjas en Utcuyacu y que después que dejamos aquel lugar, las sacó y nos siguió, convenciendo o engañando al soldado para que guardase el secreto. Sin embargo, el Comandante consideraba que su sirviente era incorruptible y para esta gente esto no es una gran hazaña.

Uno de nuestros peones cargó en su espalda y durante un día (quince millas) un atado de alfalfa que Gibbon levantó con mucha dificultad y que según él pesaba más que yo o más de ciento veintiocho libras.

26 de junio. Despedimos a Mariano porque no confiábamos en él. A pesar de que es hábil y activo, es descuidado y deshonesto. Nos es difícil aceptar que fuera el "cura" quien nos lo recomendó, sabiendo que su carácter era conocido en el pueblo. Creemos que el "cura" como el resto de la gente, se alegró de librarse de él, estando dispuesto a encajárselo a cualquiera.

Deleitamos a la gente de Tarma con nuestras noticias favorables de Chanchamayo y nos llenaron de cortesía y gentilezas. Los tarmeños no estaban de acuerdo con mi visita a la Montaña del Pozuzu y Mayro; en realidad temían que allí encontrara una mejor ruta hacia el Amazonas.

NOTAS AL CAPITULO

(1) Así aparece en el original. (N.T.)
(2) Factótum es aquélla persona que, en una casa o dependencia, desempeña todos los menesteres. (N.T.)
(3) Bushel es una medida de áridos en los Estados Unidos. Su equivalente es 35,23 Its. Se está manteniendo el término en inglés por no existir un término equivalente en español. (N.T.)
(4) En latín en el original. Quiere decir: "Mi casa, es casa de oración'. (N.T.)
(5) Así aparece en el original. (N.T.)
(6) P.E. es la abreviatura para "punto de ebullición". (N.T.)
(7) El masato se obtiene de la yuca, al frotar la raíz hasta que quede una pulpa blanca que luego se hierve. Durante el hervor, las mujeres indias que lo preparan, mastican pedazos de esta pulpa y los escupen a la olla. Después que está lo suficientemente caliente, se vierte esta mezcla en grandes jarras de barro tapadas, que se ponen a fermentar. Cuando se va a tomar la bebida, se saca de la jarra con un calabacín, se mueve con los dedos y luego se bebe. Es repugnante y altamente tóxica. (N.A.)

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