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CAPITULO III

Pasaportes - Medios de defensa - El cantino - Pacayar Chaclacayo - Un paso estrecho Yanacoto - Puente Cocachacra - El tributo - Línea divisoria entre la Costa y la Sierra - Moyoc - Variedades de papa Matucana - San Mateo - Minas de Párac - Un valle angosto - Cumbres de la Cordillera - Reflexiones.

Antes de dejar Lima me entrevisté varias veces con el Presidente, el general Castilla, quien mostró mucho interés en mi misión; y el honorable J.R. Clay, encargado de negocios de los Estados Unidos, me presentó al general Torrico, en ese entonces el único ministro del Perú, bajo el mando del recién electo Presidente,,general Echenique, quien aún no había tenido tiempo de nombrar a su Gabinete. El general Torrico me expidió el siguiente pasaporte y carta:

(Traducción)

JUAN CRISOSTOMO TORRICO,
Ministro de Guerra y Marina y encargado de Relaciones Exteriores

Ya que Wm. Lewis Herndon, teniente de la Marina de los Estados Unidos y Lardner Gibbon, guardiamarina por ascender de la misma, han sido comisionados por su Gobierno para hacer una expedición científica en el territorio del Perú, para el cumplimiento de la cual se internarán en la región acompañados por Henry Richards, Manuel Ijurra, Mauricio N. y dos sirvientes:

Por lo tanto ordeno a las autoridades de los distritos por los que ellos pasarán, que no obstaculicen el viaje de los antes mencionados caballeros y sirvientes; y que en lugar de esto les brinden toda la asistencia y facilidades necesarias para el cumplimiento de su objetivo, guardándoles las consideraciones que les son debidas*.

 

Expedido en Lima el 13 de mayo de 1851.

J.C'MO. TORRICO

(Traducción)

AL PREFECTO DEL DEPARTAMENTO DE AMAZONAS.

CABALLERO: Wm. Lewis Herndon, teniente de la Marina de los Estados Unidos y Lardner Gibbon, guardiamarina por ascender de la misma, comisionados por el Gobierno de esa nación para realizar una expedición científica en la región oriental del Perú y acompañados por Henry Richards, Mauricio N. y Manuel Ijurra, se dirigirán al departamento que usted tiene a su cargo en cumplimiento de su misión. Como la expedición merece la protección especial del Gobierno, debido a la importancia de su objetivo, su Excelencia el Señor Presidente me ha encargado avisarle que les brinde todos los recursos y facilidades que necesiten para el mejor cumplimiento de su misión, guardándole las consideraciones que les son debidas.

El presente comunicado se deberá cumplir fielmente.

Dios guarde a usted.
J.C'MO. TORRICO.

****

Este pasaporte fue expedido cuando aún estaba buscando dos sirvientes, Mauricio, el indio chamicuro, fue el único sirviente que nos acompañó.

Durante una milla o dos, nos acompañaron nuestros amables amigos y compatriotas, los Sres. Prevost, Foster y McCall, quienes subieron hasta el cementerio para decirme adiós. El Sr. Prevost nos aconsejó que nos detuviéramos en el primer pastizal que encontráramos para que las mulas se alimentasen. Como el camino por el que íbamos a viajar era famoso por los ladrones, el Sr. McCall quiso saber cómo pensábamos defendernos en caso de ataque, ya que llevábamos nuestras armas en las cajas de cuero sujetas a las grupas de las mulas y totalmente fuera de nuestro alcance en caso de emergencia. A modo de respuesta el Sr. Gibbon le mostró su Colt de seis tiros y observó que Ijurra, Richards y yo teníamos cada uno un par de pistolas a la mano. En cuanto a Mauricio, éste llevaba sus pistolas en sus alforjas; por otro lado, yo estaba convencido, debido a mis intentos frustrados por enseñarle a Luis a disparar, que era peligroso confiarle un par de pistolas porque podía dispararle tanto a sus amigos como a sus enemigos (a pesar de ser emprendedor y de tener deseos de aprender). Con la tranquilizante observación del Sr. McCall de que no pensaba vernos de nuevo, nos despedirnos y partimos.

Nuestro rumbo era aproximadamente E.N.E. por un camino aparentemente nivelado y muy pedregoso. Hacia la derecha, cerca de Miraflores y Chorrillos, se veían los verdes campos de caña y alfalfa (l); hacia la izquierda y atrás, la vegetación del valle del Rímac; pero hacia adelante todo era yermo, desconsolador y prohibido.

Justo antes de ocultarse el sol, nos detuvimos en la hacienda* de Santa Clara y pedimos forraje. Una negra vieja que estaba sentada en el suelo a la entrada de la casa, nos dijo que no había, lo que nos fue confirmado por dos hombres que iban a empezar a cabalgar y que se lamentaron de no poder alojarnos. Realmente era increíble ver tal pobreza y desgarradora miseria sólo a nueve millas de la gran ciudad de Lima; era como pasar en solo un instante de la más fastuosa civilización a la barbarie salvaje, del jardín al desierto. Seguimos cabalgando más o menos por tres millas más hasta la hacienda* de Pacayar adonde llegamos a las seis y media de la tarde.

Anocheció antes de que pudiéramos descargar las mulas, por lo que el arriero* y Mauricio tuvieron bastante dificultad en llevarlas a pastar. Evidentemente algunas de ellas escaparon ya que pude escuchar su furioso galopar por el camino. Me fui a dormir sobre una mesa en la única habitación de la casa con la confortante reflexión de que había sufrido una pérdida al inicio del viaje y que tendría que regresar o enviar a alguien a Lima a comprar más mulas.

Atormentado por estas reflexiones y oprimido por la excitación y la fatiga del día, no podía dormir; durante una hora muy larga, estuve dando vueltas "en un estado de intranquilo éxtasis", hasta poco antes del amanecer y cuando empezaba a dormirme, una pareja de gallos de pelea que estaban amarrados por las patas en la habitación, comenzaron su "saludo matinal y cacarearon con notas estentóreas a menos de una yarda de mi oído. Esto era demasiado para mi, así que salí precipitadamente para encontrarme con una mañana celestial y con el viejo Luis y la buena noticia que las mulas "estaban bien". Me desnudé de la cintura para arriba y sumergí mi cabeza, cuello y hombros en las aguas limpias y frías como el hielo, de un arroyo que descendía de los cerros y que corría paralelo al camino frente a la casa. Una vez refrescado y vigorizado, los problemas tomaron un nuevo aspecto y el ánimo y la esperanza resurgieron con más fuerza y frescura como en la niñez.

El mayordomo* o administrador de la finca era un Chino (descendiente de indio y negro) y parecía ser amigable e inteligente. Nos invitó como comida una sopa ligera (caldo) y chupe (2), mientras la tomábamos, le enseñaba a los niños de un vecino la tabla de multiplicar y el catecismo.

Por la condición en la que se encontraba la heredad, creo que esta finca rendía muy poco a su propietario, ya que sólo vi unas cuantas señales de cultivo, aunque debía suponer que el valle del Rímac que tiene una milla de ancho enfrente de la casa, (considerando que esta finca se encuentra cerca de Lima) producía buenas y valiosas cosechas de pasto y verduras. La tierra se labra con un tosco y pesado arado de madera de un solo rastrillo cubierto de fierro. Generalmente el arado es tirado por una yunta de bueyes.

La casa era de adobe, es decir, de ladrillos secados al sol y el techo era de tejas. Sólo tenía una habitación, la que servía como recibidor para todos los visitantes. Las cuatro paredes de la habitación tenían salientes de barro de dos pies de altura por tres de ancho, que servían como camas para varias personas. Otros viajeros extendían sus frazadas y ponchos sobre el suelo y se echaban. Así, con todo ese conjunto de personas y cosas (blancos, indios, negros, baúles, bultos, equipo para cabalgar, gallos de pelea y cuyes) teníamos el aspecto de una caravana. La comida y la cama que el administrador nos ofreció fueron gratuitos ya que él no hubiera aceptado que le pagásemos; nuestro desayuno que consistía en chupe y huevos lo tomamos casi al frente en un tambo o posada al borde del camino.

Aunque empezamos a cargar poco después del amanecer, no partimos hasta las nueve y media. Tales demoras eran inevitables y se debían a la falta de un peón y de otro sirviente.

Pacayar está situado a mil trescientos cuarenta y seis pies de altura sobre el nivel del mar.

22 de mayo. Los caminos aún son buenos, el valle se va angostando gradualmente y las colinas se hacen más altas, áridas y rocosas. Pasamos varias recuas de asnos y llamas que cargaban papas y huevos; el recorrido de algunas de ellas es tan lejos como de Jauja a Lima. A seis millas de Pacayar se encuentra el pueblo* de Chaclacayo formado por cuatro o cinco casas de caña y barro. Una milla más allá se encuentra el Juzgado* de Sta. Inés, una casa bastante grande y bonita con una pequeña capilla cerca de ella. En tiempo de los españoles, ésta fue la residencia de un juez de paz, que por el hecho de dictar leyes y sentencias a sus vecinos, se le llamó Juzgado*. Poco después de haber partido de allí, el río se aproximaba tanto a las colinas que no dejaba espacio para el camino, de modo que se le tuvo que abrir por un lado de la colina. El camino era muy angosto y en algunas zonas parecía que colgaba sobre el río que estaba cincuenta pies más abajo.Justo en el momento en que volteábamos en una curva del camino, nos encontramos con un hombre que venía en sentido contrario arreando por atrás dos caballos, los cuales se quisieron abrir paso entre nuestras mulas de carga que se acercaron peligrosamente al precipicio. Nuestro arriero* le gritó al hombre y espoleando su caballo a través de las mulas hizo retroceder a los caballos del otro, quien agitó su látigo e insistió en pasar. Yo esperaba que se produjera una riña y agravios contra nosotros, porque el hombre no tenía nada que perder. Pero de repente Ijurra le pidió que retrocediera, diciéndole que nuestros cargamentos eran muy valiosos y que si alguno se perdía, él sería el responsable. Con esta aclaración el hombre desistió, haciendo retroceder sus caballos y cediéndonos el paso. Este incidente hizo que fuéramos más cuidadosos durante la marcha; así envié adelante a Gibbon y a Richards, para prevenir a las personas o para alertarnos a tiempo y evitar una colisión. El arriero* y el sirviente iban al centro conduciendolas mulas, mientras que Ijurra y yo cubríamos la retaguardia.

A las 2 p.m. nos detuvimos en el Tambo de Yanacoto. Allí decidí quedarme or un día o dos para arreglar las cosas que estaban fuera de su lugar y obtener n error y variación nuevos del cronómetro que se había detenido el día anterior, a unas cuantas horas de haber partido de Lima, aunque no descubrimos la falla hasta esta mañana. No obstante, esto no me preocupó mucho ya que estaba convencido que si se paraba otra vez o si se tomaba mal el tiempo, no nos sería de utilidad. Ningún cronómetro soporta las sacudidas de un viaje en mula por estos caminos, sobre todo si se le lleva en el bolsillo donde el impulso de la sacudida es simultáneo con el movimiento de la volante del reloj. Si tuviera nuevamente que llevar un cronómetro en un viaje de tal tipo, lo pondría en su caja sobre una almohadilla en el fuste de la silla y lo colgaría cuando viajara en una canoa, donde el movimiento es en sentido contrario. Armamos la tienda de campaña en un valle frente al camino y nos acomodamos lo mejor que pudimos; observamos el tiempo y calculamos la latitud de Yanacoto en 11º' 57' 20" según la Alt. del Mer.,el,Crucis.

23 de mayo. En esta etapa del viaje, bañarse antes de desayunar es saludable y placentero. En este valle, aproximadamente de milla y media de ancho, parece que no hay cultivos. Está cubierto de arbustos, excepto en la parte próxima a la orilla donde crecen cañas y gladiolos. Los arbustos son sauces enanos y un tipo de acacia negra llamada Sangre de Christo, la cual tiene un haba cochinera de cuatro o cinco semillas y una bonita flor roja parecida a nuestro mirto crespón. También hay un arbusto aproximadamente de diez a doce pies de altura llamado Molle. Es el más común de la región y tiene un alcance climático más amplio que cualquier otro de este lado de los Andes. Sus hojas son largas y delicadas como la acacia y produce una inmensa cantidad de pequeñas hayas rojas en grandes racimos. Cuando las hojas se estrujan, emana un fuerte aroma y muchas personas creen que hallarán una muerte segura al dormir bajo su sombra. El Dr. Smith, en su libro "Perú as it is" señala: "Este árbol es muy apreciado por su combustible. Las refinerías de azúcar del interior prefieren utilizar sus cenizas que aquéllas derivadas de cualquier otro árbol debido a sus altas propiedades alcalinas y a su eficacia para purificar el zumo de caña cuando se reduce por cocción a un punto consistente para luego ser vertido en moldes."

"Como ha sido señalado por Garcilasso (sic) de la Vega, los incas hacían con ella un licor altamente valioso y medicinal, que aún ahora los indios del interior lo preparan ocasionalmente, usando racimos de pequeños frutos que cuelgan graciosa y abundantemente de este bonito árbol".

En Yanacoto vimos varios casos de tertiana (sic: terciana) o fiebre intermitente, la gente parece que no tiene otro remedio excepto el beber un licor fuerte justo antes de que empiecen los escalofríos y luego durante la fiebre, toman el jugo de una naranja amarga con azúcar y agua. Cuando el caso es de gravedad, aquéllos que pueden hacerlo, como los mayordomos* y tamberos (los propietarios de las posadas al borde del camino llamadas tambos) van a Lima para pedir opiniones médicas y adquirir medicinas. Nuestro tambero mató un carnero para nosotros y después de sacarle la grasa, que siempre es detestable, preparó un buen chupe. El asado fue un fracaso pero con las aves y huevos que conseguimos, pasamos un agradable momento.

Yanacoto está situado a dos mil trescientos treinta y siete pies de altura, un poco más de mil pies más arriba que Pacayar. La distancia entre ambos es aproximadamente de diez millas con una elevación de más o menos cien pies por milla, la cual es un poquito mayor que aquélla entre Callao y Lima.

24 de mayo. Observamos el tiempo, tomamos desayuno y emprendimos el viaje a las diez. El valle sigue angostándose, las colinas se convierten en cerros en su mayor parte de granito, roca apilada sobre roca durante cientos de pies y de formas muy variadas; no hay vegetación, excepto en las grietas de las rocas donde el robusto cacto encuentra alimento.

Después de recorrer aproximadamente cuatro millas y media desde Yanacoto, pasamos la hacienda* Lachosita y poco después el pequeño pueblo de San Pedro Mama donde se ha construido el primer puente sobre el Rímac. A cada orilla del río hay un pesado y tosco trabajo de mampostería. Enormes pilares de madera que sobresalen a unos cuantos pies de la construcción de mampostería están insertados en el río. En sus extremos están colocados troncos de árboles cuidadosamente atados que atraviesan la corriente. Transversalmente a éstos, están colocados maderos de más o menos dos o tres pulgadas de diámetro, atados con soga y cubiertos con manojos de junquillos, barro y piedras.

Después de pasar San Pedro, a una distancia aproximada de tres millas, se encuentra la hacienda* de Santa Ana que pertenece al señor* Ximenes, un anciano caballero limeño, quien ha amasado una gran fortuna al dedicarse a la minería. Poco antes de llegar allí, nos encontramos con una recua de ciento cincuenta mulas de su propiedad, en buenas condiciones y bien equipadas que iban a Lima cargadas con pequeños tallos de sauce y de molle para obtener combustible.

En esta zona hay muy pocos cultivos, pero cuando nos acercamos a Cocachacra, vimos verdes campos de alfalfa y de maíz bien cultivados. A este lugar llegamos a las cinco y media y armamos la tienda de campaña en un prado cerca del río, lejos del pueblo con el fin de evitar la compañía y la desagradable curiosidad.

Aunque habíamos visto campos de alfalfa antes de entrar al poblado, ahora no podíamos encontrarlos para alimentar a nuestras mulas y cuando preguntábamos si había heno, pienso o grano, la respuesta era siempre "No hay"*. Sin embargo, Gibbon continuó insistiendo hasta que una persona le dijo en voz baja, como si estuviera compartiendo un secreto importante, dónde podía comprar un poco de maíz y consiguió uno o dos celemines (3) pelados. Continuamente estábamos preocupados y nos molestaba el hecho que la gente se negara a vendemos; creo que esto se debía probablemente a una de dos causas o quizás a ambas: el dinero valía menos para ellos que las cosas que queríamos, o, los pobladores temían que los demás tuvieran conocimiento de sus posesiones y que la autoridad se las expropiara sin recibir pago alguno.

Cocachacra es un poblado que tiene aproximadamente cien habitantes y actualmente es la residencia del subprefecto o gobernador de la provincia de Huarochirí. Según la "Guía de Forasteros" (un tipo de almanaque oficial publicado anualmente en Lima), esta provincia colinda con la de Lima y empieza a dieciocho millas de la ciudad. Tiene noventa millas de largo desde el N.O. hasta el S.E. y setenta y dos millas de ancho. Tiene catorce mil doscientos cincuenta y ocho habitantes nativos, su ingreso fiscal es de catorce mil doscientos cincuenta y ocho dólares y dos reales, mientras que su ingreso municipal es de mil ciento ochenta y siete dólares. Los habitantes generalmente se dedican a la minería, al cultivo de papa, a criar ganado o a trabajar como arrieros. Las casas, como todas las de la Sierra, están construidas ya sea de piedra o adobe y techadas con paja de trigo o cebada.

Visitamos al Subprefecto y le mostramos nuestros pasaportes peruanos, preguntándole al mismo tiempo si podía prestarnos ayuda para conseguir alimentos para nuestros animales. Esto parece que lo dejó sorprendido, yo no lo presioné porque había decidido que hasta donde me fuera posible, trataría de no apelar a las autoridades con el objeto de obtener provisiones y la pasaría sin aquello que no pudiera comprar o suplicar. El Subprefecto guardaba en su casa la contribución semestral de su provincia, destinada al mantenimiento del Gobierno y que iba a ser enviada a Lima al día siguiente. Un caballero insinuó que esa noche le podrían robar, a lo que él respondió que sus armas estaban cargadas (señalando algunos mosquetes parados por toda la habitación) y que además contaba con la ayuda de nuestro grupo, el cual parecía estar bien armado.

Muy poca ayuda le hubiéramos podido prestar. Por un lado, no tenía el carácter suficiente para obligamos y por el otro, yo no tenía intenciones de interferir en los problemas de otras personas o de impedirles que tomaran su dinero si lo deseaban. Esta contribución es un impuesto de capitación de siete dólares al año, recogido semestralmente de la población indígena que fluctúa entre los dieciséis y sesenta años. La,tarea de recaudación es asignada a los gobernadores de los distritos en los que está dividida una provincia y éstos reciben el dos por ciento de sus recaudaciones y le pagan el resto al Subprefecto, quien recibe el cuatro por ciento de la suma total reunida en los distritos de su provincia. Los prefectos de los departamentos formados por una serie de provincias, reciben un salario regular que varía entre los tres mil y cinco mil dólares, de acuerdo a la extensión y a la riqueza de sus departamentos. Dormimos cómodamente en la tienda de campaña; las noches se hacen frías.

25 de mayo. Partimos a las 10 a.m. El valle se está angostando tanto que no deja espacio para el camino, el cual en muchas zonas se ha cortado de la roca en la ladera de la colina; éste es muy estrecho, escabroso, con muchos precipicios, y sube y baja conforme atraviesa los ramales de las colinas. El tipo general de roca es el feldespato pórfido y a medida que el camino asciende, se encuentra un tipo de traquita pórfida muy común y granulada que se observa hasta Surco. Igualmente encontramos vegetación, sauces, molles y muchas variedades de cactos. Pasamos las ruinas de un antiguo pueblo indio cuyas casas eran pequeñas y estaban hechas de piedra sobre terrazas en las laderas de los cerros.

A las dos de la tarde pasamos por el poblado de Surco, el más grande que vimos en el camino. Parece capaz de albergar entre quinientas o seiscientas personas, pero en ese momento parecía abandonado ya que casi todas las casas estaban cerradas y varias estaban muy deterioradas. Nos enteramos que los habitantes estaban en las colinas cuidando sus plantaciones y rebaños y que regresaban por la noche. Pero si esto es así, y juzgando por la altura de los cerros a cada lado del poblado, creo que pierden la mitad de su tiempo en ir y venir de trabajar.

Aquí estamos dejando la región llamada Costa y entramos a la llamada Sierra. Hay tertiana (sic) más abajo, pero no hay arriba de este punto. Al hablar sobre el clima de esta región, el Dr. Smith señala "que no hay invierno ni verano sino una eterna primavera; no hay heladas, ni humedad, ni neblinas, ni el sofocante calor de la Costa. Aquí confluyen y se neutralizan las corrientes atmosféricas de la Sierra y la Costa, las temperaturas extremas de ambas, desaparecen y el resultado es un clima favorable para la persona convaleciente, cuya delicada salud necesita una temperatura agradable, uniforme y que no esté expuesta a los extremos de calor y frío, de sequedad y humedad. Los delicados habitantes de Lima se han familiarizado perfectamente con este importante hecho y están acostumbrados a frecuentar las 'Cabezadas'* o promontorios de valles que están situados en zonas donde convergen los aires de la Sierra y de la Costa, como por ejemplo, Matucana, el lugar de reposo predilecto de las personas tísicas y hemópticas, quienes viéndose obligadas a salir de la capital para poder recuperar su salud, visitan aquellos famosos sitios de convalecencia, como Tarma y Juaxa (sic: Jauja)." Indudablemente durante el viaje tuvimos un clima maravilloso pero por supuesto no nos quedamos lo suficiente como para opinar de una manera contundente sobre el clima general de esta zona.

A las 5 p.m. llegarnos a la chacra de Moyoc que pertenecía a Ximenes. Aquí nos quedamos a pasar la noche después de haber viajado alrededor de quince millas, distancia usual para nosotros en un día de viaje entre las diez de la mañana y las cinco de la tarde. Este es un pequeño valle muy hermoso y completamente rodeado de cerros. El valle se ha ensanchado tanto que hay lugar para algunos pequeños sembríos de maíz y alfalfa. El Rímac, que en este punto es un "arroyo murmurador", se precipita musicalmente entre sus orillas ribeteadas con sauces y los persistentes rayos solares que desde el amanecer caen sobre las cumbres nevadas de la ya no distante Cordillera, dan al panorama un efecto mágico y encantador.

Durante esta temporada, las noches en la Cordillera son muy bellas. El viajero siente que flota por encima de las impurezas del estrato inferior de la atmósfera y que respira un aire completamente puro. Nunca me cansaba de contemplar el cielo glorioso que, aunque creo es menos azul que el nuestro, parecía palpable; una bóveda de acero iluminada por las estrellas. Estas centelleaban con un brillo intenso. Un pequeño catalejo de bolsillo nos mostró con nitidez los satélites de Júpiter; Gibbon incluso declaró en una ocasión que podía verlos a simple vista, yo no podía hacerlo porque no distingo bien de noche. Ahora la temperatura está bajando; anoche tuve frío a pesar de que tenía puesta toda mi ropa y que me abrigué con una gruesa frazada doblada en dos y un poncho de lana. En el día, los rayos solares son muy intensos hasta que disminuyen a causa del viento del S.O. que por lo general empieza a soplar aproximadamente a las once de la mañana.

El administrador Ximenes, un simpático viejo con una joven y bella esposa, nos dio forraje para las mulas a un precio razonable y un suculento chupe.,La,región produce maíz, alfalfa y papa; el maíz es de calidad inferior, pero la papa, en especial la amarilla, a pesar de ser chica es muy buena. En este lugar vimos por primera vez una verdura llamada Oca que es una especie de papa; por su forma se parece mucho al topinambur (4), sino que más larga y delgada; cuando se le hierve o dora toma un sabor muy agradable. Richards comparó su sabor con el del choclo, pero yo le dije que se parecía al de la calabaza, entonces él respondió que el sabor estaba entre los dos. También vimos otra verdura de la misma especie llamada Ulluca. Era más glutinosa y de sabor no tan agradable. Gibbon cazó un par de pequeños y bellos patos salvajes que estaban chapoteando en el río y que bajaban por los rápidos con la velocidad de una flecha.

26 de mayo. Iniciamos el viaje a las once y pasamos por el poblado de Matucana, a una milla de Moyoc. Este pueblo parece tener la misma extensión que Surco y es la capital de la provincia (aún Huarochirí). La Guía de Forasteros establece el número de sus habitantes en mil trescientos treinta y siete, pero evidentemente creo que se excede; además pienso que las cifras que da este libro en relación a las poblaciones se establecen según el distrito al que pertenece el poblado o según la doctrina* o división eclesiástica que está a cargo del Cura*. Cuando nos acercábamos al pueblo, se estaban realizando los servicios religiosos, así Gibbon y Richards que iban bastante adelantados tuvieron tiempo de asistir a los servicios y decir sus oraciones.

En este punto el río se reduce a un torrente que desciende de los cerros, con su espuma rugiendo sobre las deyecciones de los riscos porfíricos que se proyectan sobre el lecho del río a cientos de pies de altura. El valle todavía se ensancha en ocasiones dejando espacio para un pequeño cultivo. En los lugares donde sucede esto, el río está rodeado en uno de sus lados por riscos de arenisca, en los cuales una gran cantidad de loros han hecho hoyos para sus nidos. El camino por estos parajes es más ancho y nivelado en su base. Frecuentemente cruzamos el río por medio de puentes como el que describí en San Pedro Mama, llegando a San Mateo a las cinco y media de la tarde, después de haber viajado sólo doce millas. El barómetro marca el mayor ascenso que hemos hecho en un día de viaje. Acampamos en una viejo y abandonado campo de alfalfa que queda más arriba del pueblo y el jefe de correo nos dio comida.

27 de mayo. San Mateo, pueblo de casi la misma extensión de Surco y Matucana, está ubicado a ambos lados del Rímac y se encuentra a diez mil doscientos pies de altura sobre el nivel del mar. Los hombres trabajan en chacras de maíz ' papa y frijol. Las mujeres se ocupan de las labores domésticas, además de llevar los alimentos a los trabajadores en las granjas que hay en los cerros y que harían que un haragán se estremeciera sólo con verlos. Los habitantes de este pueblo viven en la pobreza y la suciedad, pero parecen bastante felices. Observamos que las mujeres beldaban los frijoles (recolectados secos de la planta) juntándolos en bieldos hechos de calabazas grandes y lanzándolos al aire; también las vimos cernir la harina proveniente de poblados del otro lado de la Cordillera, de las cercanías de Jauxa. El traje de la mujer serrana* es diferente de aquél de la costeña. Consiste en una falda muy estrecha y en un tipo de tela gruesa de lana, generalmente azul y proveniente de Lima, la cual se ciñe a la cintura con un ancho cinturón de lana decorado y que ellas mismas tejen. Al lado izquierdo llevan un mandil de lana con el ribete decorado, el cual cuelga del hombro derecho, donde lo sujeta una hombrera; cuando hace frío por la mañana o por la noche, se cubren los hombros con un grueso manto de colores que les llega hasta la cadera. Como complementos usan un sombrero de ala ancha de paja y zapatos de cuero con una tira a los tobillos y no usan medias. Esta gente parece conforme con lo que tiene y no ambiciona el dinero. Fue con gran dificultad que pudimos persuadirlos de vendernos cualquier cosa que siempre negaban tener. El Sr. Gibbon se enfermó de terciana en las minas de Párac y a nuestro regreso de éstas, ya no podía comer el chupe que en un principio se hacía con charqui o carne seca y que ahora sólo llevaba queso y papas. Di un discurso a algunos curiosos que se acercaban a la tienda, en el que apelaba a su orgullo y patriotismo, diciéndoles que me parecía raro que en un pueblo tan grande como San Mateo que pertenecía a un país tan famoso como Perú, no se pudiera brindar unos cuantos huevos a un viajero enfermo que no podía comer otra cosa. Un poco después, regresó un hombre trayendo una docena de huevos, a pesar de que había jurado por el Papa que no habían tales cosas en el pueblo.

28 de mayo. Guiados por un niño, el Sr. Gibbon y yo cabalgamos hasta la hacienda* de San José de Párac, dejando a Richards,e ,Ijurra a cargo del campamento. La cabalgata duró alrededor de tres horas por los peores caminos, los cuales estaban rodeados por los más grandes riscos y profundos precipicios que jamás he visto. Aquí la tierra pone al descubierto su gigantesco esqueleto; cerros de granito en lugar de rocas, que elevan sus grises cimas hacia los cielos y nuestra proximidad hacía que los viéramos más impactantes y sublimes. En las laderas de las colinas vimos que crecía pasto pequeño, tréboles diminutos y un poco de alimento para ganado; por dondequiera que las montañas tuvieran un bajío se veía crecer grandes cantidades de papa de buena calidad que la gente luego recolectaba.

Yo llevaba cartas del Sr. Prevost para don Torribio (sic: Toribio) Malarín, el superintendente de las minas, quien nos recibió muy amablemente y alojó con gran hospitalidad. Una estufa mantenía la casa abrigada, haciéndola muy agradable; la alcoba tenía una cama imperial de cuatro postes y el más grande y pesado escritorio que nunca antes he visto. Me sorprendió ver estos muebles:

"No me importa que las cosas sean muy exquisitas o raras, lo que me interesa saber es cómo demonios llegaron allí."

Todos los muebles deben haber sido transportados por partes, ya que nada tan grande puede haberse sujetado al lomo de una mula o haber pasado en una pieza por los tramos angostos del camino.

La hacienda* está ubicada cerca de la cabecera de un pequeño valle que desemboca en el camino justo abajo de San Mateo; en este lugar el río que baña este valle se une al Rímac. Es una plaza rodeada de construcciones de un solo piso, como el molino para pulverizar los minerales, los hornos para tostarlos una vez triturados, los talleres, los almacenes y las casas habitación. La propiedad está a cargo de un superintendente y tres mayordomos* que emplean alrededor de cuarenta trabajadores. Estos últimos son indios de la Sierra, fuertes y parecen resistentes a pesar de que generalmente son de baja estatura y tienen una expresión estúpida. Normalmente, son callados y pacientes y siempre que tengan bastante coca para masticar, trabajarán arduamente. Como desayuno toman caldo* y cancha (maíz tostado) y empiezan a trabajar alrededor de las ocho. A las once toman un descanso de media hora, se sientan cerca del lugar donde trabajan, conversan ociosamente entre ellos y mastican coca mezclándola con un poco de cal que todos llevan en un calabacín. Con un alfiler de metal que llevan prendido en la tapa del calabacín, insertan un poco de coca y cal y se llevan esta mezcla a la boca. Es necesaria cierta habilidad para masticar la coca sin lastimarse los labios o lengua. Luego vuelven a trabajar hasta las cinco, hora en que terminan la jornada y se van a cenar chupe. Yo, con mi modo de vida tropical, me he estremecido al ver cómo estos hombres pisaban en el agua una gran cantidad de lodo con azogue, con los pies descalzos, a una temperatura de treinta y ocho grados Fahrenheit.

Estos indios viven generalmente en chozas cerca de la hacienda* y se abastecen en los almacenes de la misma. Al adquirir suministros quedan en deuda y por costumbre, y no por ley, nadie emplearía un indio que adeuda a su patrón; así se le obliga a seguir trabajando sin la esperanza de librarse de esa deuda, a menos que huya a una zona apartada del país donde nadie lo conozca, cosa que hacen algunos.

Las enfermedades típicas de este tipo de trabajo son la indigestión llamada empacho, la pleuresía y algunas veces los pulmones se ven afectados por las emanaciones y el polvo de los metales; pero en general, esta ocupación no parece perjudicial.

Los principales productos que se pueden adquirir en el almacén son el maíz, coca, carne de carnero, charqui, ron, azúcar, café, té, chocolate, chancaca (torta de azúcar rubia), jabón, bayeta, algodón, gruesas telas de lino, telas de lana, pañuelos de seda, ponchos extranjeros, cintas, seda, cinturones, etc, etc., artículos que se venden a los indios con un aumento de más o menos el cien por ciento del precio inicial al que fueron adquiridos en Lima y que se descuentan de sus sueldos, los que son de medio dólar por día y medio dólar más si trabajan por la noche.

El modo de extraer la plata del mineral o aprovecharlo como se dice en el Perú, es el siguiente: una vez que el mineral se ha extraído y llevado a la superficie, se le pica en pedazos más o menos del tamaño de una nuez de Madeira o nuez inglesa y se les envía a la hacienda* en bolsas de cuero sobre el lomo de las llamas o de las mulas. (La hacienda* se encuentra siempre a orillas del río más cercano a la mina, para aprovechar la fuerza motriz del agua en el molino). Una vez en la hacienda son reducidos a polvo impalpable a través de varias moliendas y tamizados. El molino es una rueda de agua horizontal con un eje vertical que sube a través del piso del molino, la rueda se encuentra debajo de este último. En la parte superior del eje hay una gran viga transversal de cuyos extremos cuelgan, por medio de cadenas, pesadas,e,informes piedras aproximadamente de una tonelada de peso cada una. Al girar el eje, estas piedras rozan un lecho cóncavo de roca lisa y sólida, construido sobre el piso del molino y el cual es atravesado por el eje. El mineral es vertido sobre este lecho, de manera que las piedras que cuelgan de las cadenas lo trituran hasta convertirlo en polvo que luego cae por los hoyos que hay en la periferia del lecho. Este polvo es cernido en un fino tamiz de malla metálica y las partes gruesas que quedan se vuelven a poner en el molino. El mineral en polvo, o harina* se mezcla luego con sal (en una proporción de cincuenta libras de sal por cada seiscientas libras de harina*) y se lleva a los hornos (que son de tierra) donde se tuestan. No sé la temperatura que es necesaria aplicar, creo que se sabe por experiencia.

El combustible que se usa en estos hornos es el estiércol del ganado llamado taquia, su precio es de tres centavos por veinticinco libras. Aquí los hornos utilizan un millón quinientas mil libras al año. Después que se tuesta, se lleva la harina* en bolsas de cuero a la plazuela de la hacienda* y se colocan sobre el piso en pilas de alrededor de seiscientas libras cada una. Este piso es de piedras lisas pero debería ser de losa cementada, ya que casi siempre se tiene que remover para sacar el azogue que se desparrama por las hendiduras. Diez de estas pilas forman una hilera que hace un caxon de seis mil doscientas cincuenta libras. Luego estas pilas son humedecidas con agua y se les agrega el azogue a través de una tela de lana. (La cantidad de mercurio que depende de la cantidad de plata que hay en el mineral, se establece por experimentos a pequeña escala que se hacen de antemano). La masa se mezcla bien con los pies y con azadones. También se agrega al caxon alrededor de cuatro libras de unas pequeñas piritas de hierro calcinadas llamadas magistral. Continuamente se examina la pila para ver que la amalgamamación marche bien, en algunas condiciones la masa se toma caliente y en otras fría. El calor se puede controlar agregando un poco de cal y estiércol podrido, mientras que para controlar el enfriamiento se agrega un poco de magistral,u óxido de hierro. Sólo la práctica y la experiencia nos permitirán reconocer estos estados. Luego se deja que esta mezcla repose por ocho o nueve días (ocasionalmente se le vuelve a pisar y a trabajar) hasta que se complete la amalgamación, la cual se establece por medio de una prueba. Después se coloca esta masa sobre una elevada plataforma de piedra y se arroja en pequeñas cantidades a un pozo que hay en medio de esta plataforma, se abre una corriente de agua y cuatro o cinco hombres la lavan con sus pies. Mientras que el agua y el lodo salen de allí, la aleación se asienta en el fondo y por una pequeña abertura que hay en la parte baja del pozo, pasa a otro pozo más pequeño forrado con cuero, donde un hombre continúa lavándola con los pies. Así continúa asentándose más aleación en el fondo del pozo, mientras que el agua y el lodo siguen fluyendo a través de un canal largo de madera forrado con bayeta verde; luego estos dos elementos caen a un depósito especialmente preparado, donde se filtra el agua, quedando el lodo que se vuelve a lavar. Cuando se termina el lavado del día, se lava en un gran pozo la bayeta verde que forraba el canal y que contiene varias partículas de la aleación. Se deja correr el agua que para estos momentos ya está limpia de nuevo y se recoge toda la aleación llamada "pella", la cual se coloca en bolsas de cuero y se pesan. Normalmente, se lavan dos caxones por día. Luego se coloca la pella en recipientes cónicos forrados con lino grueso, los cuales son colgados; el peso de la mezcla expulsa una determinada cantidad de azogue que se escurre por las hendiduras del lino y se junta en recipientes que se colocan debajo de los que están colgados. Esta mezcla, ahora seca y algo más compacta que una masilla, se lleva a los hornos donde los residuos del azogue son expulsados por el calor; la mezcla que queda es la plata piña o plata pura. Esta se funde en lingotes sellados según la ley* o calidad de la plata; se envían a Lima para la Casa de la Moneda o para la exportación.

Durante el proceso de refinación, las emanaciones de mercurio se condensan y se emplean nuevamente. Sin embargo, se pierden dos libras de mercurio por cada libra de plata. Después del drenaje del mercurio a través del lino, la proporción de plata que queda en la pella seca o aleación es aproximadamente del veintidós por ciento. Una prueba cuidadosa que el Sr. Galt, un joyero de esta ciudad, realizó en una pizca de pella que traje de Cerro Pasco (sic), mostró entre dieciocho y treinta y tres por ciento de plata pura. El precio de la sal en este lugar es de tres reales (37 112 centavos) la arroba y en Lima, el precio de una libra de mercurio es de un dólar. El Superintendente gana mil doscientos dólares al año; tres mayordomos* reciben mensualmente treinta dólares cada uno; los caporales o jefes de cuadrilla en las minas, veinte dólares; los mineros, sesenta y dos centavos y medio por día (un poco más si trabajan de noche); y los trabajadores de la hacienda*, cincuenta centavos. Esto, sin embargo, no se da en la realidad, ya que casi todo el sueldo es descontado para cancelar los suministros. El gasto anual estimado de estas minas es de treinta mil dólares con una ganancia anual de setenta mil dólares. Según una prueba a pequeña escala, un caxon de seis mil doscientas cincuenta libras de mineral molido produce cincuenta marcas, a pesar de que se obtienen sólo veinticinco o treinta mediante este proceso, mostrando así una pérdida de casi la mitad. La cantidad de plata que se obtiene de los relabes (sic: relaves) o nuevos lavados, es de más o menos veinte por ciento del total: es decir, que un caxon produce veinticinco marcas en el primer lavado y con el relabe (sic) se obtiene cinco más.

Se podrá tener una idea del valor de estas minas cuando afirmo que en Cerro Paseo (sic), situado a setenta y cinco millas de Lima y al otro lado de la Cordillera, el mineral que produce sólo seis marcas por caxon dará una cierta ganancia al minero, a pesar que se tiene que pagar algunos impuestos como aquéllos del drenaje y obras públicas de los cuales está libre el mineral de Párac. Malarín, el Superintendente, dijo que aquí el caxon debe dar quince marcas para dar ganancias. Pero al dar esto por hecho, no me asombró su afirmación de que en unos cuantos años, estas minas convertirán a mi compatriota al Sr. Prevost en "el hombre más poderoso que hay en el Perú"*, al poseer un tercio de las minas.

29 de mayo. Visité las minas. En relación a la hacienda*, éstas están situadas más abajo del valle, a dos leguas O.S.O. de ella. Están mucho más cerca de San Mateo que la hacienda*, pero no hay un camino de éstas a ese poblado. El camino, o mejor dicho el sendero, va por un lado del cerro, zigzagueando hacia arriba y hacia abajo para pasar los precipicios, luego va paralelo cerca de las orillas del riachuelo y más allá se encuentra a cientos de pies de altura de éste último. El viaje ya ha sido bastante malo en esta época y debe ser peligroso en temporada de lluvias; a pesar de que Malarín afirma que algunas veces ha viajado a caballo por aquí. Estoy seguro que yo nunca haría esto, además cuando estos caminos se ponen resbaladizos prefiero confiar en mis piernas que en las de cualquier otro animal. Muchas personas sufren bastante cuando viajan por estos precipicios y quebradas. El Dr. Smith conoció a un caballero quien "a pesar de estar familiarizado con las bajadas y subidas, una vez le dio un vértigo debido a la altura del Paxaron (5), que durante algún tiempo le afect6 la imaginación"; mientras me encontraba en Valparaíso, un miembro de un grupo de oficiales ingleses decidió cruzar la Cordillera desde esta ciudad, sin embargo tuvo que regresar porque no pudo soportar los profundos precipicios.

El valle de Párac se extiende entre el este y el oeste, y las vetas de plata se encuentran en las laderas de los cerros al E.N.E. y al O.S.O. cruzando así el valle diagonalmente. Hay cuatro minas que pertenecen a la administración de Párac y que emplean alrededor de sesenta trabajadores, a pesar de poder contratar más. Estos trabajadores están bajo el mando de un mayordomo* y cuatro caporales. Se encuentran divididos en dos cuadrillas para cada mina: un grupo trabaja desde las 7 p.m. hasta las 5 a.m. salen y descansan dos horas y continúan luego hasta las 7 p.m. A esa hora son relevados por el otro grupo. Este es un trabajo muy duro ya que las minas son muy húmedas y frías. Para sacar el mineral se usa, con una sola mano, un martillo de treinta libras y los cargadores de mineral, transportan un peso de ciento cincuenta libras sobre sus espaldas desde el fondo del cañón de la mina hasta la superficie; en este caso, una distancia de casi un cuarto de milla por un camino muy empinado y difícil. Cuando vi por primera vez ascender en la oscuridad a uno de estos hombres, pensé antes de verlo, por los terribles gemidos que escuchaba, que alguien se estaba muriendo cerca de mí; pero él hacía ésto "a propósito", ya que cuando nos encontramos ya tenía bastante aliento como para saludarme cordialmente y pedirme papel para cigarrillo. Los chicos comienzan este trabajo a los ocho años y pasan probablemente la mayor parte de sus vidas en las minas.

La mina que visitamos, llamada Santa Rosa, tiene una profundidad perpendicular de quinientos veinte pies, es decir, que el fondo de cañón de la mina que penetra la montaña en un ángulo del horizonte aproximadamente de 25', está a quinientos veinte pies abajo de la boca de la mina. Según las leyes mineras, el cañón* de la mina debe tener tres pies y ocho pulgadas de alto, tres pies cinco pulgadas de ancho con soportes para mayor seguridad. La tierra superpuesta necesita frecuentemente ser sostenida con vigas de madera que están unidas en forma de un arco gótico. No pude enterarme de cuánto mineral saca una persona por día, ya que es una cantidad muy incierta, que depende de la dureza de la roca que cubre la veta. Malarín nos dijo que había indicado a los trabajadores que no dinamitaran mientras estábamos en la mina, ya que el terrible eco de la detonación a menudo produce efectos dañinos en la gente que no está acostumbrada a ellos, ésto es algo que no le agradecimos porque nosotros estamos acostumbrados al ruido de la artillería pesada.

Al regresar de la mina, nos encontramos con una manada de llamas que venía de la hacienda*, esto es algo bastante imponente, en especial cuando uno se encuentra con la manada en una curva del camino. El líder, que siempre. es seleccionado por su tamaño, tiene la cabeza adornada con borlas de lana de colores de las que cuelgan unos cascabeles; su gran tamaño (casi siempre seis pies), su gallardo y elegante porte, sus orejas paradas, sus inquietos ojos y sus labios temblorosos, lo convierten en lo más impactante que puede uno imaginarse, cuando se le mira por un instante. Al apurarlo se hace a un lado y sigue cuesta arriba o cuesta abajo seguido por su manada por sitios que serían intransitables para una mula o para un asno.

Las llamas recorren inmensas distancias pero por etapas cortas, no más de nueve o diez millas diarias. En los viajes largos es necesario que su número sea el doble para que puedan turnarse al llevar el cargamento. La llama puede cargar aproximadamente ciento treinta libras, no cargará más; y se dejará matar a golpes antes de proseguir sobrecargada o cansada. Los machos son los únicos que viajan ya que las hembras son destinadas para la reproducción. Las llamas tienen una apariencia amable y dócil, pero cuando se irritan tienen una mirada muy fiera y escupen con odio hacia el objeto de su ira; se dice que su saliva es muy corrosiva y produce ampollas cuando toca la piel. No vimos ninguna en estado salvaje. Estos animales se crían en grandes números en las haciendas*. No tuvimos la oportunidad de ver el guanaco o alpacca (sic: alpaca) (otro tipo de oveja peruana), aunque cuando cruzamos las montañas, a veces avistamos brevemente la salvaje y tímida vicuña. Estas van en manadas de diez o quince hembras, acompañadas por un macho que siempre está en estado de alerta. Cuando se aproxima el peligro, les avisa mediante un agudo silbido y así emprenden la retirada con la velocidad del viento. La lana de la vicuña es mucho más fina y valiosa que la de otras especies y es de color acanelado.

Un amable y culto presbítero, el Dr. Cabrera, cuyo retrato está colgado en la Biblioteca de Lima, con paciencia y delicadeza logró el cruce de la alpacca (sic) con la vicuña al cual llamó paco vicuña y cuya lana se dice que es una combinación de la finura de aquélla de la vicuña y del largo de la hebra de la de la alpacca (sic). En el puerto de embarque, el valor de la lana de vicuña era, en 1838, cien dólares por cien libras; la lana de alpacca (sic), veinticinco dólares y la de oveja variaba entre los doce y quince dólares. Durante cuatro años, entre 1837 y 1840 inclusive, desde los puertos de Arica, Callao e Islay, el Perú despachó lana de oveja, alpacca (sic) y vicuña por un valor de dos millones doscientos cuarenta y nueve mil treinta y nueve dólares. (Castelnau, vol. 4, página 120).

Si se pone cuidado en la crianza de estas ovejas salvajes del Perú, el país podría obtener grandes ingresos con la venta de su lana.

30 de mayo. Día nublado y lluvioso. Gibbon guardó cama debido a la terciana, no sabemos si se contagió en Lima o ayer en la húmeda y fría mina. El quería beber toda el agua fría que deseaba a pesar de las recriminaciones de nuestros amigos, quienes sorprendidos le dijeron que eso lo mataría. El fuego de una estufa es muy agradable; durante el día el termómetro marcó 50* Fah.

31 de mayo. Un día hermoso. A las 5 a.m. el termómetro marcaba 36 º. El tipo general de roca es el porfírico rojo. Hay yerba para el pastoreo y las laderas de las colinas están cubiertas con arbustos de más o menos ocho o diez pies de altura de los que penden racimos de flores azules, parecidas a nuestra lila. Hay varios tipos de ortiga, uno de los cuales tiene una pequeña flor amarilla; Malarín dice que ésta puede provocar la gangrena y la muerte. Yo no tenía la intención de comprobarlo, pero dudo de tal aseveración, una planta tan peligrosa no puede ser tan abundante en zonas donde están expuestos a ella tanto el pastor con sus piernas descubiertas como el minero. Regresamos con Gibbon a San Mateo.

01 de junio. Encontramos enfermo a Richards y al arriero que se quejaba por la demora. Cargamos y partimos a las once. A las doce llegamos a un valle que se angostaba formando una cañada aproximadamente de cincuenta pies de ancho. Esta extensión ocupaba el río, a excepción de un angosto pero llano y nivelado camino de mula que había en su orilla derecha. Este es un lugar muy especial. A cada lado la roca porfírica roja se levanta perpendicularmente a quinientos pies de altura; en algunas zonas se yergue sobre el río y el camino. El viajero siente como si estuviera pasando a través de algún túnel de los Titanes. La salida superior de la cañada es tan empinada que se ha abierto un camino en la roca para el paso de mulas y el río se precipita con una espumosa furia por el declive rocoso, arrojando nubes de blanco rocío sobre el viajero y dejando el sendero resbaladizo y peligroso.

Pasamos las haciendas* mineras de Chiglla y Bella Vista. La región está muy habitada; se ven casas durante todo el camino entre estos dos poblados. En este lugar la cebada no da granos pero se le corta para el forraje. Ahora ya no se ve la alfalfa sino un delgado y pequeño pasto y empezamos a tener dificultades para conseguir alimento para los animales. Vimos repollos que crecían en los jardines de Chiglla, un apartado poblado aproximadamente de trescientos o cuatrocientos habitantes. Poco después de pasar Chiglla, las montañas parecían bajas, dando la apariencia de una región ondulada y estaban cubiertas de verde hasta sus cumbres. Luego de voltear una curva del camino, las cumbres nevadas de la Cordillera se veían cercanas y también parecían bajas frente a nosotros y en las partes en que la nieve o el verde no cubrían la tierra se podía ver que ésta era de un color rosado intenso. El tipo general de roca es el conglomerado. A las cuatro nos detuvimos en el tambo de Acchahuarcu, donde acampamos y compramos alcaser (sic: alcacer) (cebada verde) a un precio de doce centavos y medio la brazada llamada "tercio", justo lo suficiente para una mula. Como el mercurio del barómetro estaba por debajo de la escala, tuvimos que sacar la caja de latón de encima y marcar con un cortaplumas la altitud en la columna del interior.

2 de junio. Partimos a las diez y media. El camino es tolerablemente bueno y no tiene muchos precipicios. A las doce llegamos a un nivel donde vimos las primeras capas de nieve. Estábamos marcando el barómetro cuando vino cabalgando hacia nosotros un viajero, quien resultó ser un antiguo compañero de escuela mío, del que no sabía nada desde la niñez. En este lugar el encuentro fue un suceso extraordinario y muy agradable. De la misma manera fue una suerte que mi amigo fuese jefe de máquinas de las minas de Morococha y que nos diera una nota para el administrador, la cual nos aseguraba una acogida hospitalaria y uno o dos días interesantes. Sin todo esto, nos hubiéramos visto obligados a seguir nuestro camino ya que aquí el forraje es muy escaso y la gente de las minas tiene que pagar un precio alto por su alcacer y no desea darlo a cualquier viajero extraviado. A las 2 p.m. llegamos al punto más alto del camino llamado el paso de Antarangra o roca cuprífera. (El paso de la Piedra Parada que cruza por las minas de Yauli, está a unas millas a nuestra derecha). Algunos puñados de musgo yacían en la ladera de una colina cercana sobre nosotros, pero Gibbon y yo espoleamos nuestras jadeantes y temblorosas mulas hasta la cima de la colina, teniendo a nuestro alrededor tan solo nieve, granito y porfirico oscuro y gris.

Me desilusionó el panorama de este lugar. Los picos de la Cordillera que estaban sobre nosotros, parecían bajos y se asemejaban a una de las regiones montañosas de nuestro país en un día de invierno, mientras que, el contraste de las colinas nevadas con los estratos inferiores de un verde intenso, además de los tranquilos y pequeños lagos que yacen escondidos en el centro de ellas, daban un aire de serena belleza al panorama tan distinto de aquella grandeza indómita y desolada que esperaba ver.

Con la cámara lúcida, Gibbon tomó una fotografía de la Cordillera. Gasté una caja de fósforos tratando de hervir la nieve para medir la presión atmosférica, mientras que el pobre Richards estaba tiritando en el suelo, envuelto en nuestros cojinetes, un mártir de la veta.

La veta es una enfermedad causada por el enrarecimiento de la atmósfera en estas zonas de gran altura. Los indios la llaman veta o vena porque creen que es provocada por las venas de metal que propagan una infección venenosa. Es algo notable que aunque esta enfermedad se debe a la ausencia de presión atmosférica, en ningún caso de los que he conocido o leído, a excepción de éste (y Richards estuvo enfermo antes) ésta se produjo a una gran altura, sino que siempre se dio en una zona más baja; algunas veces en un lado, otras veces en el otro. Los síntomas de esta enfermedad son un terrible dolor de cabeza, hinchazón de las venas de la cabeza, respiración dificultosa y entumecimiento de las extremidades. Se dice que el olor de ajo mitiga los síntomas y los arrieros* generalmente untan los ojos y la frente de su ganado con un ungüento hecho a base de sebo, ajo y orégano, como medida preventiva antes de intentar el ascenso. No me di cuenta de que nuestros animales estaban enfermos, a pesar de que temblaban y respiraban con dificultad, lo cual lo atribuía a la escarpada colina por la que habíamos pasado. El barómetro marcó 16.730, indicando una altura de dieciséis mil cuarenta y cuatro pies. El agua hirvió a l82.5"; la temperatura del aire era de 43`.

Desde aquí el camino está cortado en un lado de la montaña, a cuyo pie yace un bonito y pequeño lago. La hacienda* de Morococha está ubicada a orillas de un segundo lago que se comunica con ésta; dicho lago vuelca sus aguas mediante una pequeña y mansa corriente en un tercer lago que se encuentra más abajo. Estos lagos son respectivamente el Huacracocha o Lago de los Cuernos; el Morococha o Lago Pintado, debido a la variedad de colores, como el rojo, verde y amarillo de las montañas circundantes que se reflejan en sus tranquilas aguas y finalmente el Huascacocha o Lago de la Soga.

Aunque no había sesenta millas desde el mar, habíamos cruzado la gran "divisoria" que separa las aguas del Atlántico de las del Pacífico. Los últimos pasos de nuestras mulas habían producido un cambio sorprendente en nuestras referencias geográficas ya que súbita y rápidamente habíamos roto toda conexión con el Pacífico y habíamos llegado a otras aguas que se agitaban y burbujeaban alegremente mientras serpenteaban por nuestros pies, para unirse con las contentas olas del océano que bañaban las costas de nuestra querida tierra. Ellas me susurraron sobre mi patria y mi corazón se fue con ellas. Pensé en Maury, en sus investigaciones relativas a las corrientes marinas, y recordando la cercana conexión física que él señaló y que existía entre las aguas del Amazonas y aquéllas de nuestro majestuoso Misisipi, meditativamente dejé caer un poco de musgo verde que se había desprendido de la ladera de una colina y deslizado hacia la superficie del apacible lago de Morococha. Mientras el musgo flotaba, seguí su recorrido en mi imaginación a través de las fastuosas regiones, los hermosos cielos y el paisaje encantador de los trópicos, hasta que llegó a la desembocadura del gran río; luego prosiguió a través del Mar del Caribe, por el Estrecho del Yucatán, hasta el Golfo de México; desde allí a través de la Corriente del Golfo y así hasta las costas de la "Tierra de las Flores". Aquí me imaginé que se encontraría con los silenciosos y pequeños heraldos lanzados por manos de simpáticos amigos y compatriotas desde las nacientes del Misisipi o desde el "Lejano Oeste" en las distantes fuentes del Misuri.

Realmente sólo era un poco de musgo que flotaba en el agua, pero mientras yo meditaba, soñando despierto y estimulado por las circunstancias que me rodeaban, mi imaginación lo convirtió en un botecillo tripulado por duendes cuya misión de gran importancia era llevar mensajes de paz y de buena voluntad, noticias de comercio y navegación, de colonización y civilización, de libertad religiosa y política, del "Rey de los Ríos" al "Padre de las Aguas" y posiblemente al reunirse con éste en el estrecho de Florida, "hablaría" a través de una trompeta de sonido más fuerte que los tempestuosos espíritus enviados por las Ninfas del Lago Itaska, para saludar al Morococha.

Ahora, por primera vez estaba claramente en el campo de mis operaciones. Había sido enviado para explorar el valle del Amazonas, para examinar sus riachuelos y para informar sobre su navegabilidad. Se me mandó explorar sus campos, bosques y ríos, medir la capacidad de éstos últimos, tanto activa como pasiva para el intercambio y comercio con los estados del cristianismo y para dar a conocer al espíritu,e iniciativa de la ¿poca, las riquezas que yacen allí ocultas, esperando el toque de civilización y el hálito de la máquina de vapor para que les den animación, vida y existencia palpable.

Ante nosotros se extiende este inmenso campo vestido de un eterno Verano y abarcando un área de miles de millas cuadradas que nunca han sido transitadas por el hombre civilizado. Detrás de nosotros, con una grandeza formidable, se elevaban las crestas y puntiagudas cimas de los Andes, revestidas de perfecto Invierno. El contraste era chocante y el campo invitador. Pero ¿quiénes eran los labriegos? Gibbon y yo, nadie más ya que los otros no eran ni espigadores; a pesar de ello, todo estaba bien. La expedición había sido planeada y arreglada en nuestro país con gran juicio y consumada sagacidad ya que ésta hubiera fracasado si hubiera sido a gran escala, de acuerdo a su importancia.

A pesar de que las aguas sobre las que estaba parado seguían su curso para unirse con los ríos de nuestro hemisferio Norte y juntar, para los propósitos prácticos de comercio y navegación, las desembocaduras del Amazonas y del Misisipi en una sola, poniéndolas a las puertas de nuestra nación, la distancia que debía navegarse no podía ser menor de diez mil millas del primer punto navegable del Amazonas al primer punto navegable del Misisipi. Sin duda hay amplios, varios y grandes tipos de climas, suelos y producciones dentro de tal extensión. No se puede sobrestimar la importancia que tienen para el mundo la colonización, el cultivo y el comercio en el valle del Amazonas. Con los climas de la India y de todas las zonas habitables de la tierra, apilados unos sobre otros en rápida sucesi6n, aquí gracias a la labranza y a la ganadería se traerían las producciones del este hacia esta magnífica cuenca del río y se desembarcarían en unos cuantos días hacia Europa y los Estados Unidos.

Unas cuantas millas atrás habíamos ingresado por primera vez a la famosa región minera del Perú. Una gran cantidad de plata, que constituye el dinero circulante del mundo, fue extraída de la cadena de montañas sobre las que estamos parados, principalmente de las laderas de las montañas limítrofes con el Amazonas y la mayoría de ella proviene de las laderas cuyas aguas desembocan en el Amazonas. ¿Sería posible para el comercio y la navegación que se realizan por este majestuoso río y sus hermosos tributarios, alterar el curso occidental de este río de plata que va hacia el Pacífico, y conducirlo mediante máquinas de vapor por el Amazonas hacia los Estados Unidos, para que allí se compense con el río de oro que probablemente llegaría hasta nosotros desde California y Australia?

Me apremiaban las preguntas que no podía contestar y las reflexiones que no podía ocultar. Oprimido por tal carga y por la magnitud de la misión que tenía, volví despacio y triste, lamentando en mi interior mi propia falta de capacidad y sintiendo sinceramente que el deber que tenía, no hubiera sido asignado a personas más capaces y mejores que yo.

NOTAS AL CAPITULO

(1) Alfalfa.- Tipo de mielga muy verde y de uso generalizado en esta región para el forraje. (N.A.)
(2) Chupe.- Alimento universal de la dicta en la Sierra. Caldo o sopa a base de papas, queso y manteca, a veces se sancocha carne en él. Es el último plato que se sirve durante la comida antes del postre en la mesa de un caballero. (N.A.)
(3) Celemín.- Medida de capacidad para áridos (4,625 litros). (N.T.)
(4) Topinambur.- Herbácea perenne originaria de México, cuyos tallos alcanzan hasta 2 m. de altura. La planta se cultiva por los tubérculos que se forman en la base del tallo y sirven de alimento al ganado y al hombre. Se asemejan a los de la papa pero su sabor es dulce y parecido al de la alcachofa. (N.T.)
(5) Así aparece en el original. (N.T.)

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