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CAPÍTULO II PARÁ

 

"Festas- Moneda portuguesa y brasileña- La hacienda de Mr. Borlaz- Un paseo hasta los molinos de arroz- La selva virgen, sus plantas e insectos- El árbol de la leche- Aserraderos y molinos de arroz- Caripé, o árboles-olla- Arbol del caucho indio- Flores y árboles en floración- Hormigas "saüba" (Atta séxdens, también llamada hormiga cortadora de hojas u hormiga parasol ("curuinshi" en el Perú) (N. del T.)), avispas y "chegoes" - Viaje por el río hasta Magoary- Los monos- El comandante de Laranjeiras Los murciélagos-vampiros-El comercio de la madera- La boa constrictora y el perezoso.

Unos 15 días después de llegar a Pará, hubo varias fiestas, o 'Testas", como ellos las llaman. La del "Espirito Santo" y la de "Trinidade" duraron cada una nueve días. La primera se celebró en la catedral, la última en una de las iglesias pequeñas de las afueras. El carácter general de estas "festas" es el mismo, pero algunas son más celebradas y más atractivas que otras. Consisten en fuegos artificiales todas las noches delante de la iglesia; las negras jóvenes venden "doces", o dulces, pasteles y frutas; hay procesiones de santos y crucifijos; la iglesia está abierta con sus servicios regulares; se besan imágenes y reliquias; y una variopinta multitud de negros e indios, todos vestidos de blanco, disfrutan al máximo, mientras las mujeres lucen toda su gloria con sus impresionantes pendientes y cadenas de oro. Además de esto, algunos miembros de las clases altas y residentes extranjeros honran la escena con su presencia; al principio y al final se celebran vistosas procesiones, y en la última noche tiene lugar una gran exhibición de fuegos artificiales, generalmente sufragada por alguna persona elegida como "Juiz de festa", o presidente de la fiesta, o por voluntarios que se prestan a ello; es un honor que resulta bastante caro en un pueblo que, no contento con un suministro ilimitado de cohetes durante la noche, se divierten disparándolos en grandes cantidades durante el día, por gusto del silbido y la explosión que los acompaña. Los cohetes se consideran como parte de la ceremonia religiosa: cuando le preguntamos a un viejo negro que por qué se disparaban por la mañana, miró hacia el cielo y respondió con mucha gravedad: "Por Deos" (Por Dios). La música, el ruido y los fuegos de artificio son los tres elementos esenciales para complacer a la plebe brasileña; y durante una quincena los tuvimos en gran cantidad, pues aparte de las diversiones antes mencionadas, dispararon escopetas, pistolas y cañones de la mañana a la noche.

Tras muchas investigaciones, conseguimos por fin procuramos una casa que nos conviniera. Estaba situada en Nazaré, a una milla y medía al sur de la ciudad, frente a una hermosa capillita. Justo detrás de ésta comienza la selva, y hay por allí muy buenos lugares para los pájaros, insectos y plantas. La casa se componía de una planta baja con cuatro habitaciones, rodeada completamente por una galería, permitiendo un paseo bastante extenso y agradable. Había en sus terrenos naranjos y plataneros, así como muchos árboles frutales y de la selva, con plantaciones de café y mandioca. Teníamos que pagar por ella una renta mensual de 20 milréis (equivalentes a 25 libras), lo que resulta muy caro para Pará, pero no pudimos encontrar otra casa tan conveniente. Isidora tomó posesión de un viejo cobertizo de paredes de barro, y lo convirtió en el dominio de sus operaciones culinarias; trabajábamos y comíamos en la galería, y raramente utilizábamos las habitaciones interiores salvo como dormitorios.

Teníamos ya muchas menos dificultades para explicar en portugués nuestros diversos deseos. Tardamos algún tiempo en habituamos a la moneda portuguesa, o más bien brasileña, que es peculiar y confusa. Se compone de papel, de plata y de cobre. El rey es la unidad o estándar, pero el milrey, o mil reis, es el valor del billete más bajo, y sirve como la unidad para hacer las cuentas; el sistema es decimal y resultaría bastante sencillo si no se complicara por otras varias monedas que se utilizan para ajustar cuentas; como el vintem, que vale veinte reis, el patac, trescientos veinte, y el crusado, cuatrocientos; monedas todas éstas con las que suelen pagar, confundiendo al principiante, pues el patac no es una parte entera del milrei (tres patac y dos vintems hacen un milreis) y además están los dólares españoles, corrientes aquí, que valen seis patacs. El milrei valía originalmente 5s. 7 1/2 d., pero ahora fluctúa entre 2s. 1d. y 2s. 4d., que no es ni siquiera la mitad, debido probablemente al exceso de emisión de papel y a su inconvertibilidad en moneda. La moneda metálica, al tener entonces menor valor nominal que real, pronto fue fundida, por lo que se hizo necesario aumentar su valor. Se logró esto recuñándola y dándole un valor doble. Así, un vintem reacuñado vale 2 vintem; un patac que lleva escrito ciento sesenta vale por trescientos veinte reis, y una pieza de 2 vintems vale como cuatro. Como las nuevas acuñaciones han disminuido de tamaño por la depreciación de la moneda, se ha producido tal confusión, que el tamaño de la moneda raramente es indicativo de su valor, y teniendo 2 piezas de exactamente el mismo tamaño una puede valer el doble que la otra. Se necesita por tanto un examen preciso de cada moneda, por lo que resulta que hacer una suma grande es algo que exige mucha práctica y atención.

Vivían en el lugar tres negros que estaban a cargo de los cafetales, los frutales, y del campo de mandioca. El jefe, llamado Vincente, era un negro fuerte y de buena constitución que tenía fama de cazador de "bichos", nombre que se da aquí a todos los insectos, reptiles y animales pequeños. Enseguida nos trajo varios insectos. Uno de ellos era una araña peluda y gigantesca, una Mygale, que sacó hábilmente de su agujero de la tierra y apresó con una hoja. Nos contó que una vez le mordió una y estuvo enfermo algún tiempo. Cuando le preguntamos sobre ello, nos dijo que el "bicho" era "muito mal" (muy malo), terminando con un expresivo "fiuuuu semejante al "¿no es así?" que hace un muchacho queriendo dar a entender que no hay la menor duda al respecto. Parece probable, por tanto, que este insecto no esté armado en vano con unos colmillos tan poderosos, pues puede infligir con ellos una herida venenosa.

Durante uno de nuestros paseos exploratorios, llegamos a la casa de campo de un caballero francés, M. Borlaz, que es el cónsul suizo en Pará. Con gran sorpresa por nuestra parte, se dirigió a nosotros en inglés y nos enseñó sus tierras, indicándonos los caminos de la selva que nos resultarían más practicables. Aquí, en las orillas del río, a una milla al sur de Pará, la vegetación era muy rica. Abundan aquí el Miriti (Mauritia flexuosa), una hermosa palmera de abanico, y una especie esbelta, el Marajá (Bactris Maraja), un árbol pequeño y espinoso que da un fruto con una delgada pulpa exterior de agradable sabor, aunque algo ácido. Cerca de la casa crecían unos cactus de treinta pies de altura y aspecto muy tropical, aunque habían sido plantados. La espesura estaba llena de curiosas Bromeliaceas y Arums, de muchos árboles y matorrales singulares, y en sus sombreados escondrijos capturamos algunos insectos muy hermosos. Abundaban las espléndidas mariposas azules y naranjas (Epicalia ancea), que se posaban en las hojas; volvían una y otra vez al mismo árbol, e incluso a la misma hoja, por lo que, a pesar de las dificultades para capturarlas, cogimos cinco ejemplares sin movernos del lugar.

Al volver a casa, M. Bolaz nos invitó a varias frutas excelentes: el berribee, una especie de Anona de una agradable carne ácida parecida a las natillas, los frutos tostados del árbol del pan, muy parecidos a las castañas españolas, y plátanos secados al sol, muy parecidos a los higos. La situación de la casa era magnífica, pues teniendo una vista sobre el río hacia las islas del lado opuesto, se hallaba lo bastante elevada para ser seca y saludable. Los bosques húmedos que bordeaban el río eran tan productivos que en ocasiones posteriores nos valimos con frecuencia de la amable invitación de M. Bolaz de visitar sus tierras siempre que lo deseáramos. Como ejemplo de la voracidad de las hormigas, puedo mencionar que tras dejar mi caja de colección en la galería, durante la media hora que duro una conversación, al abrirla para añadir una nueva captura comprobé con horror que estaba infestada de pequeñas hormigas rojas que habían separado ya las alas de casi una docena de insectos y las arrastraban en diferentes direcciones por la caja; otras se dedicaban al proceso de desmembramiento, mientras otras se habían enterrado ya en los cuerpos más rollizos, donde gozaban de una deliciosa comida. Tuve grandes dificultades para hacerles abandonar su presa, y gané una útil experiencia a expensas de la mitad de las capturas del fructífero día, incluyendo algunas de las espléndidas Epicalias, que yo tanto apreciaba.

La mañana del 23 de junio nos levantamos temprano para ir a los molinos de arroz de Magoary, aceptando la amable invitación de su propietario Mr. Upton, y del gerente, Mr. Leavens, dos caballeros americanos. A unas dos millas de la ciudad entramos en la selva virgen, a la que sabíamos que ya nos estábamos acercando por la altura de los árboles y la profundidad de las sombras. Sus características destacables eran el gran número y variedad de árboles, cuyos troncos se elevaban con frecuencia sesenta u ochenta pies sin una sola rama, y son absolutamente rectos; las enormes trepadoras que subían por ellos, estirándose a veces oblicuamente desde sus cimas, como los cabos de un mástil, y se enrollaban a veces alrededor de los troncos como serpientes inmensas a la espera de su presa. Aquí dos o tres de ellas, girando en espiral una alrededor de otra, forman un cable vivo, como pretendiendo atar con seguridad a estos monarcas de la selva; allá, forman enmarañados festones, y cubiertos ellos mismos de trepadoras más pequeñas y plantas parásitas, ocultan de la vista el tronco padre.

Entre los árboles, los más sorprendentes y peculiares son aquellos que tienen unos contrafuertes que proyectan alrededor de su base. Algunos de estos contrafuertes son muchos más largos que altos, emergiendo a una distancia de ocho o diez pies de la base y sólo llegan a un metro o metro y medio de altura del tronco, mientras que otros alcanzan la altura de veinte o treinta pies, y pueden distinguirse incluso como nervaduras del tallo a cuarenta o cincuenta pies de altura. Son verdaderos muros de madera, de seis pulgadas a un pie de espesor, dividiéndose a veces en dos o tres ramales, y extendiéndose rectos hasta una distancia que permite un cómodo espacio de abrigo en el ángulo que hay entre ellos. Como su madera suele ser muy ligera y suave, les cortan a menudo grandes piezas cuadradas para hacer con ellas remos, y también para otros USOS.

Otros árboles parecen formados por varios tallos esbeltos creciendo juntos. Profundos surcos y nervaduras los recorren en toda su altura, y hay lugares en los que estos surcos los traspasan completamente, como si fueran ventanas de una torre estrecha, pero sin embargo ascienden tanto como los árboles más elevados del bosque, con un tallo recto de diámetro uniforme. Otra forma aún más curiosa la presentan aquellos que tienen muchas de sus raíces por encima de la superficie del suelo, con lo que parecen reposar sobre numerosas patas, formando con frecuencia arcadas lo bastante grandes como para que un hombre pase por debajo.

Los tallos de todos estos árboles, y las trepadoras que los envuelven, sirven de apoyo a otros muchos que cuelgan de ellos. Los Tillandsias y otras Bromeliaceae, semejantes a piñas silvestres, el Arums, una trepadora grande, con sus hojas en forma de cabeza de flecha de color verde oscuro, una gran variedad de pimenteros y. de helechos de hojas grandes, surgen a intervalos a lo largo de todo el tallo hasta las ramas más altas. Entre ellos, abundan los helechos trepadores y especies pequeñas y delicadas, como nuestra Hymenophyllum, y en los lugares oscuros y húmedos las hojas de éstos se ven de nuevo cubiertas por diminutos musgos reptantes y por Hepaticae; de modo que tenemos parásitos sobre parásitos, y nuevos parásitos sobre estos últimos. Al mirar hacia arriba, el follaje finamente dividido, perfectamente definido contra el cielo claro, es una característica sobresaliente de las selvas tropicales, tal corno observó repetidamente Humboldt. Muchos de los árboles selváticos más grandes tienen unas hojas tan delicadas como las de la temblorosa Mimosa, perteneciendo como ella a la extensa familia de las Leguminosae, mientras que las grandes hojas palmeadas de las Cecropias, las hojas brillantes y ovaladas de las Clusias y cientos de formas intermedias más proporcionan variedad suficiente; la escena gana en solemnidad y grandiosidad por la brillante luz de sol, que lo ilumina todo por arriba mientras reina abajo una oscura penumbra.

"Las flores son muy escasas y distantes entre sí, y lo único que encontramos fueron algunas pequeñas Orchideae, y hierbas poco llamativas al lado de los caminos, así como, de vez en cuando, algún matorral con florecillas blancas o verdes. Yacían en el suelo pudriéndose numerosas variedades de frutas: legumbres curiosamente retorcidas, como guisantes de casi un metro de longitud, enormes habas, nueces de diversos tamaños y formas, y los grandes frutos de los árboles-olla que tiene tapaderas, como el utensilio W cual deriva su nombre. El sotobosque se componía principalmente de helechos, Scitamineae, algunas hierbas y pequeñas plantas reptantes; pero las hojas muertas y las maderas podridas ocupaban la mayor parte de la superficie.

Encontramos muy pocos insectos, pero casi todos con los que topábamos eran nuevos para nosotros. Nuestro mayor tesoro fue la hermosa mariposa de alas transparentes con una brillante mancha violeta en sus alas inferiores, la Haetera esmeralda, que vimos y capturamos por primera vez. Obtuvimos también muchos insectos raros, pasando con frecuencia junto a nosotros la gigantesca y azul Morphos, pero su vuelo ondulado impidió todos nuestros intentos de capturarlas. En cuanto a cuadrúpedos, ninguno vimos, y pájaros sólo unos cuantos, aunque de estos últimos, oímos los suficientes como para estar seguros de que no faltaban completamente. Nos vernos inclinados a pensar que hay que modificar la creencia general de que las aves tropicales tienen una deficiencia en el canto que va en proporción al brillo de su plumaje. Muchos de los pájaros brillantes de los trópicos pertenecen a las familias o grupos que no cantan; pero nuestros pájaros de colores más brillantes como el jilguero y el canario, no son los menos musicales, y lo mismo sucede aquí en la selva con muchos hermosos pájaros de pequeño tamaño. Escuchamos notas que se parecían a las que emiten el mirlo y el petirrojo, atrayendo particularmente nuestra atención un pájaro que producía tres o cuatro tonos dulces y lastimeros; muchos tienen sus gritos peculiares, que la fantasía convierte fácilmente en palabras, y que en la quietud de la jungla producen un efecto muy agradable.

Llegamos al molino a la una, pues por causa de las interesantes cosas que había en el camino habíamos tardado seis horas en recorrer una distancia de apenas doce millas. Fuimos amablemente recibidos por Mr. Leavens, quien puso enseguida ante nosotros una sustanciosa comida. Después del almuerzo, recorrimos la propiedad y vimos por vez primera tucanes y periquitos en sus lugares nativos. Frecuentan ciertos frutales silvestres; Mr. Leavens tiene muchos ejemplares a los que había disparado, conservándolos de un modo difícilmente igualable. Hay allí un aserradero y dos molinos para limpiar arroz. Uno de los molinos de arroz se mueve a vapor, y los otros dos son hidráulicos, obteniendo la fuerza del agua gracias a los diques que han hecho en dos o tres pequeños arroyos, formando así amplias represas de molino. El aserradero había sido construido recientemente por Mr. Leavens, que es un constructor de molinos de gran práctica. Es del tipo utilizado comúnmente en los EE.UU., y la manera de aplicar el agua es bastante distinta a la que generalmente vemos en Inglaterra. Hay una caída de agua de unos diez pies que, en lugar de aplicarse a una rueda hidráulica de arcaduces o una rueda hidráulica de costado, sale de una abertura longitudinal que hay en el fondo, chocando con las estrechas paletas de una rueda de sólo veinte pulgadas, con lo que gira a gran velocidad y comunica el movimiento directamente a la sierra por medio de un cigüeñal y una biela, con lo que la sierra hace un recorrido doble por cada giro de la rueda. Se ahorran así los gastos de una rueda grande de movimiento lento, así como los engranajes necesarios para producir un movimiento de la sierra bastante rápido; además, como el conjunto tiene un número mucho menor de piezas en funcionamiento, son también mucho menores las probabilidades de una avería, y se necesitan menos reparaciones. La plataforma que transporta el leño es impulsada, contra la sierra del modo usual, pero el método de hacerlo retroceder al Final del corte es ingenioso. Se corta el agua que va a la rueda principal, y se hace caer otro chorro contra una rueda vertical, y en la parte superior del eje erguido de esta hay una rueda dentada que trabaja sobre una barra dentada del armazón, que vuelve hacia atrás con gran rapidez y de la manera más simple. Sólo se utiliza una sierra, lo que resulta más inconveniente por los diversos grosores con que se cortan los árboles.

Vimos que se utilizaban aquí diferentes tipos de madera, tanto para leña como para tablas, y Mr. Leavens nos habló de sus diversos usos. Algunas son maderas muy duras parecidas al roble, mientras otras son más ligeras y menos duraderas. Sin embargo, lo que más nos interesó fueron varios troncos de masseranduba, o árbol de la leche.

En nuestro recorrido por la selva habíamos visto varios troncos con muescas hechas por personas para extraerles la leche. Es uno de los árboles más nobles de la selva, elevándose con su tronco recto hasta una enorme altura. La madera es muy dura, de fina textura y duradera, y vale para los trabajos muy expuestos a las condiciones climáticas. El fruto es comestible y muy bueno, del tamaño de una manzana pequeña; se halla lleno de una pulpa rica y muy jugosa. Pero lo más extraño de todo es la leche vegetal que exuda en abundancia cuando se corta la corteza: tiene una consistencia que se parece a de la crema espesa, y salvo por su ligerísimo sabor peculiar, apenas puede distinguirse de la auténtica leche de vaca. Mr. Leavens ordenó a un hombre que sangrara algunos troncos que llevaban casi un mes en el patio. Este hizo varias aberturas en la corteza con un hacha, y al cabo de un minuto la rica savia salía en grandes cantidades. La recogieron en un cuenco, la diluyeron con agua, la colaron y la sirvieron con el té, y al desayuno de la mañana siguiente. El sabor peculiar de la leche parecía mejorar bastante la calidad del té, dándole un color tan bueno como la sabrosa crema; con el café es igualmente buena. Mr. Leavens nos dijo que había hecho natillas con ella, y que aunque resultaban de un curioso color oscuro, sabían muy bien. La leche se utiliza también pira hacer cola, y dicen que es tan duradera como la que utilizan los carpinteros. Como ejemplo de su utilidad para estas cosas, Mr. Leavens nos enseñó un violín que él había hecho, y cuya caja, formada por dos piezas, había pegado aplicándole leche fresca del árbol sin preparación alguna. Lo había hecho hacía dos años y había utilizado el instrumento constantemente, pero la unión se encontraba ahora en perfecto estado y el sonido recorría toda la caja. Cuando la leche se endurece en contacto con el aire se convierte en una sustancia muy dura y ligeramente elástica, bastante parecida a la gutapercha; pero como no tiene la cualidad de ablandarse con agua caliente, no es probable que tenga una utilidad tan amplia como la de este artículo.

Al abandonar el aserradero, visitamos los molinos de arroz y contemplamos el proceso mediante el cual se le quita la cáscara a éste. Para ello son necesarias varias operaciones. El grano pasa primero entre dos piedras de molino, no tan cortantes como para convertirlo en harina, pero lo suficiente para aplanarlo y hacerle perder por rotación la corteza exterior. Pasa entonces entre dos tablas de tamaño y forma similar a las piedras, guarnecidas con rígidos alambres de hierro de alrededor de tres octavos de pulgada de longitud, tan juntos que sólo un grano de arroz puede pasar entre ellos. Las dos superficies casi se tocan la una con la otra, de tal forma que el arroz se ve forzado a pasar entre los espacios de los alambres, perdiendo así el resto de la corteza y puliéndose el grano. Sin embargo, con esta operación se rompe una cierta cantidad, por lo que pasa luego entre tamizadores de diferente grado de finura que separan el polvo del arroz partido. Entonces es aventado el arroz entero, para que pierda el polvo restante, y pasa finalmente entre unas gomas cubiertas de piel de oveja con la lana, que lo limpian completamente y lo dejan en disposición de ser vendido. El arroz de Pará es de notable finura, siendo de calidad igual al de Carolina, pero por el descuido con el que se cultiva, raramente se ve una muestra tan buena. No se tiene cuidado en elegir la semilla o en preparar el terreno; y al cosecharlo, una parte de él se corta verde, pues no hay manos suficientes para hacerlo con rapidez cuando está maduro, y el arroz es un cereal que cae rápidamente de la espiga y se pierde. Por eso es raro que se cultive a gran escala, siendo producido en su mayor parte por indios y pequeños terratenientes que lo llevan a vender a los molinos.

Por la mañana, tras una refrescante ducha bajo el alimentador del molino, nos echamos al hombro nuestras escopetas, las redes para insectos y las bolsas, y dimos un paseo por la jungla acompañados de Mr. Leavens. Por el camino vimos junto al río jacanas de largos dedos, papamoscas benteví ("benteví", bien te vi; el canto del pájaro se parece a esta palabra) (* En la selva peruana, "Víctor Díaz", (también una onomatopeya de su canto), ave del Género Pitangus. (N. del T.)) en las ramas desnudas de todos los árboles, y tucanes que volaban con los picos estirados para su comida de la mañana. Oímos con frecuencia su canto peculiar y estridente, entremezclado de vez en cuando con el fuerte repiqueteo de los grandes pájaros carpinteros, y los extraordinarios sonidos emitidos por los monos aulladores, todo lo cual nos indicaba claramente que nos hallábamos en las vastas junglas de la América tropical. No tuvimos suerte con la escopeta, pero volvimos con buen apetito a tomar nuestro café con leche de masseranduba, paiche (Paiche, nombre que tiene en el Perú el Arapaima gigas ("pirarucú" en Brasil). (N. delT.)) y huevos. El pirarucú es el pescado seco que, junto con la fariña, constituye el sustento principal de la población nativa, y en el interior es a menudo lo único que se puede obtener, con lo que tuvimos que acostumbrarnos a él enseguida. No parece nada comestible, pareciéndose mucho más, si es que tengo que compararlo con algo, a piel seca de vaca desmenuzada y convertida en fibras, apretadas luego en forma de pastelitos. Para comerlo se hierve o se asa ligeramente, se trocea y se mezcla con vinagre, aceite, pimientos, cebollas y fariña, formando en conjunto una mezcla muy sabrosa para una persona de buen apetito y fuerte estómago.

Después del desayuno cargamos a nuestro viejo negro (que había venido con nosotros para enseñarnos el camino) con las plantas que habíamos recogido y con una cesta para guardar todas las cosas interesantes que pudiéramos encontramos en el camino, y emprendimos el viaje de regreso a casa prometiendo que haríamos pronto una visita más larga. Llegamos a Nazaré con la caja llena de insectos y las cabezas repletas con las interesantísimas cosas que habíamos visto, entre las cuales ocupaba un lugar predominante el árbol de la leche, el cual nos suministró un elemento necesario para la vida de una forma tan nueva y extraña.

Como deseábamos obtener muestras de un árbol llamado caripé, cuya corteza se utiliza en la fabricación de la alfarería del país, preguntamos a Isidora si conocía ese árbol y en dónde crecía. Contestó que lo conocía muy bien, pero que crecía en la jungla a mucha distancia de allí. Por tanto, una mañana después de desayunar, le dijimos que cogiera su hacha y que viniera con nosotros a la búsqueda del caripé; él, vestido como de costumbre con unos pantalones, pues con este clima se puede pasar perfectamente sin camisa, sombrero y zapatos, y nosotros en mangas de camisa y los instrumentos de caza sobre el hombro. Nuestro viejo guía, aunque cumplía ahora el cometido doméstico de cocinero y criado para todo de dos caballeros extranjeros, había trabajado mucho en la selva y conocía bien los diversos árboles, podía decimos los nombres y estaba al tanto de sus usos y propiedades. Era de disposición bastante taciturna, salvo cuando se excitaba por nuestra gran torpeza para entender lo que el quería, en cuyo caso gesticulaba con vehemencia y ejecutaba una pantomima con una minuciosidad digna de un público más amplio; no obstante le gustaba mucho demostrar su conocimiento en un tema ante el que nosotros nos hallábamos en un estado de la más absoluta ignorancia, deseando al mismo tiempo aprender sobre él. Su método de instrucción consistía en una serie de espaciadas observaciones sobre los árboles conforme pasaba junto a ellos, dando la impresión que hablaba más bien con ellos que con nosotros, a menos que provocáramos con nuestras preguntas más informaciones. "Esto" nos decía, "es Ocöóba, medicina muy buena, buena para los dolores de la garganta" lo que nos explican con el gesto de hacer gárgaras, al tiempo que nos enseñaba una savia acuosa que salía con abundancia de la corteza cuando se cortaba. Este árbol, como otros muchos, estaba lleno de marcas por el número de pacientes que habían venido a buscar el jugo curativo. "Este", nos decía señalando a un árbol magnífico, recto y alto, les una buena madera para las casas, buena para los pisos; se llaman Quaröóba". "Este", señalando a uno de los curiosos árboles acanalados, como si un haz de palos larguísimos hubieran crecido formando un masa, "es madera para hacer remos"; y como no entendíamos esta palabra en portugués, imitaba la acción de remar en una canoa; el nombre de este árbol era Pootiéka. "Este", decía señalando a otro árbol de la selva, es buena madera para quemar, para hacer carbón; buena madera dura para todo -con ella se hace el mejor carbón para las fraguas"-, lo cual explicaba dando a entender que la madera servía para hacer el fuego con que se hacía el hierro del hacha que sostenía en sus manos. Este árbol gozaba del nombre de Nowará. El siguiente fue el mismo Caripé, pero era un árbol joven sin frutas ni flores, con lo que tuvimos que contentamos con muestras de la madera y la corteza solamente; crecía al borde de un pantano en el que abundaban espléndidas palmeras. Aquí la palmera Assai tan común en los alrededores de la ciudad, alcanzaba una altura enorme. Con un tallo liso de sólo diez cm de diámetro, algunos ejemplares tenían ochenta pies de altura. Algunas veces estas palmeras son absolutamente rectas, otras suavemente curvas, y con sus coronas colgantes de follaje, son sumamente hermosas. Por aquí crece también la Inajá, una hermosa especie de grueso tronco, con una copa de follaje muy grande y denso. Las hojas semidesarrolladas de ésta, así como de otros muchos tipos de palmera, constituyen un vegetal excelente al que se da aquí el nombre de palmeto, probablemente muy similar al producido por la palmera-col de las Antillas. También crecía aquí una palmera de hojas de abanico y tallo espinoso que ya habíamos observado en los molinos. Pero la más notable y curiosa de todas era la Paxiuba, una palmera alta, recta, de tallo absolutamente liso, con una elegantísima copa formada por unas cuantas hojas grandes curiosamente recortadas. Su mayor singularidad es que la mayor parte de sus raíces se encuentra por encima del suelo, y conforme éstas van muriendo nacen otras nuevas de una parte más alta del tronco, por lo que el árbol se apoya en tres o en cuatro raíces rectas y fuertes, a veces tan altas que una persona puede permanecer de pie entre ellas, de forma que el altísimo árbol crece por encima de su cabeza. Las raíces principales suelen dividirse de nuevo antes de llegar al suelo, convirtiéndose cada una entre tres o más raíces pequeñas que no alcanzan ni siquiera una pulgada de diámetro. Aunque el tronco del árbol es muy liso, las raíces están espesamente recubiertas de grandes espinos tuberosos. Alrededor crecen numerosos arbolillos de sólo unos pies de altura, levantándose cada uno sobre sus patas divergentes, como si fueran una copia en miniatura del padre. Isidora cortó una palmera Assai para conseguir algo de palmeto para nuestra cena; es una verdura agradable de sabor dulce. Cuando regresábamos, fuimos sorprendidos por la tranquila observación de que el árbol que estaba a nuestro lado era una seringa, o árbol del caucho indio. Corrimos hacia él, hacha en mano, para cortar un trozo de corteza y tuvimos la satisfacción de ver como brotaba su extraordinario jugo. Habiendo recogido un poco en una caja que llevaba conmigo, descubrí al día siguiente que se trataba de auténtica goma india, de color amarillento pero con todas sus propiedades peculiares.

Como era la festividad de algún santo, por la noche había una hoguera encendida en la carretera frente a nuestra casa, y al salir encontramos a Isidora y a Vicente cuidándola. Podía verse a otros más en la calle, y parecía haber toda una línea de ellos que llegaba hasta la ciudad. Parecían tener alguna finalidad útil, pues es una señal de respeto para con alguno de los santos más ilustres, y constituye, junto con los cohetes y las procesiones, la mayor parte de las prácticas religiosas de aquí. Cuando el fuego expiró, brillaban en el cielo las gloriosas constelaciones del sur, con sus abigarradas nebulosas, y volvimos a nuestras hamacas satisfechos por todo lo que habíamos visto durante el día.

4 de julio. Conforme avanzaba la estación seca, el aspecto de la vegetación mejoraba. Sucesivamente, las plantas producían capullos y abrían sus flores, y unas hojas de color verde brillante desplazaban a las hojas semimarchitas de la estación anterior. Las trepadoras eran particularmente notables, tanto por la belleza de su follaje como por sus flores. Con frecuencia dos o tres de ellas trepaban sobre un árbol o matorral, mezclándose en la más embrollada pero elegante confusión, por lo que resultaba muy difícil distinguir a qué planta pertenecían las distintas flores, o imposible si estaban muy altas. Abundaba ahora una convolvulácea de delicado color blanco y hermoso color amarillo; las flores-trompeta, de color morado y amarillo, seguían siendo de las más vistosas; y algunas de las trepadoras nobles de hojas gruesas subían a las copas de los árboles y elevaban desde allí brillantes espigas de flores escarlatas. Entre las plantas que no estaban en flor, las que con más frecuencia veíamos eran las diversas formas de Bauhinias de hojas gemelas. Las especies son muy numerosas: algunas son matorrales, otras son delicadas trepadoras, y hay una que es la más extraordinaria entre las extraordinarias trepadoras de la selva, pues sus tallos anchos, leñosos y aplastados se retuercen hacia uno y otro lado de la manera más singular, remontándose hasta las cimas de los árboles más altos de la jungla, y colgando desde sus ramas, forman guirnaldas de varios centenares de pies de longitud. Abundaba ahora una Clusia blanca y rosa muy bella, de hojas grandes y brillantes y flores de aroma fuerte y fragante. No sólo crece del suelo, como un árbol de buen tamaño, sino que además es también parásita de casi todos los demás árboles de la selva. Sus grandes frutos, redondos y blancuzcos, reciben de los nativos el nombre del "cebola braba" (cebolla silvestre), son muy del gusto de los pájaros, quienes así, probablemente, llevan las semillas a las horquillas de los árboles elevados, en donde parecen arraigar fácilmente en cualquier materia vegetal en descomposición, estiércol de pájaros, etc., que pueda haber allí; y cuando alcanza un tamaño en el que necesita más alimento del que puede obtener allí, envía largos brotes hacia el suelo, que echan raíces y crecen convirtiéndose en un nuevo tallo. Hay en Nazaré un árbol junto a la carretera de cuya horquilla crece una gran palmera Mucujá, y sobre la palmera hay tres o cuatro clusias jóvenes que sin duda tienen, o tendrán, orquídeas y helechos de nuevo creciendo sobre ellos. También había algunos árboles de la selva en floración; y era verdaderamente un espectáculo magnífico contemplar un gran árbol cubierto por una masa de flores, y escuchar el zumbido profundo y distante de millones de insectos reunidos para gozar del dulce festín. Pero todo está fuera del alcance del naturalista curioso y admirado. Sólo en el exterior de la gran bóveda de verdor, expuestas a los rayos verticales del sol, se producen las flores, y en muchos de estos árboles no se encuentra una sola flor a menos de cien pies de altura. La gloria completa de estas selvas sólo se puede ver volando suavemente en un globo sobre la ondulante y florida superficie de arriba: tal regalo está reservado, posiblemente, al viajero del futuro.

Un negro mató en nuestro jardín una jararáca, de las que se dice es una de las serpientes más mortíferas del Brasil. Era pequeña y de colores poco brillantes. También trajeron una hermosa serpiente coral; medía alrededor de una yarda y estaba hermosamente pintada con bandas negras, rojas y amarillas. Como quizás había tenido alguna experiencia de la prodigalidad con que los extranjeros pagan esas cosas, aquel hombre tuvo la frescura de pedirnos dos milreis, o 4s. 6d. por ella, por lo que tuvo que tirarla y se quedó sin nada. Uno o dos peniques son suficientes para estas cosas, que no tiene valor ninguno para los nativos; y aunque por ese precio no las buscarán demasiado, te traerán todo lo que se ponga en su camino si saben que lo comprarás. Las serpientes abundaban de forma desagradable en esa época. Casi me tropecé con una de unos diez pies de longitud, lo que me sobresaltó bastante; y también a ella, a juzgar por la rapidez con la que desapareció. Cogí una pequeña Amphisbena bajo los cafetos de nuestro jardín. Aunque se sabe que no tiene colmillos venenosos, los negros dijeron que era muy peligrosa y que su mordedura no podía curarse. Comúnmente se le conoce con el nombre de la serpiente de dos cabezas, pues la cola es roma y la cabeza apenas resulta visible; creen también que si se corta en dos partes y ambas se arrojan a cierta distancia, se reunirán de nuevo y volverán a formar un animal completo.

Entre las cosas curiosas con las que nos encontramos en los bosques están los grandes montones de tierra y arena, que se hallan a veces junto al camino, pero otras veces se extienden cruzando el sendero, por lo que el viandante tiene que subir y bajar (variedad que resulta agradable en este país tan plano), pareciendo como si alguna "Compañía de Ferrocarril Directo entre Perú y Pará" hubiera comenzado sus operaciones. Estos montones tienen a menudo treinta o cuarenta pies de longitud, por diez o quince de anchura y aproximadamente tres o cuatro pies de altura; pero no son el resultado del trabajo de los obreros del ferrocarril, sino que se deben a la industria de un insecto nativo, la temida hormiga saüba. Este insecto tiene un color rojo claro, un tamaño semejante a la mayor de las especies inglesas, la hormiga de la madera, pero con mandíbulas mucho más poderosas. Causa un gran daño a los árboles jóvenes y a veces los dejan sin hojas en una sola noche. A menudo vemos, cruzando apresuradamente los senderos, filas de pequeñas hojas verdes; son las saübas, cada una con un trozo de hoja cortado con la misma exactitud como si lo hubiera hecho con tijeras, y ocultando totalmente su cuerpo de la vista. El naranjo se ve muy atacado por ellas, por lo que en nuestro jardín los árboles jóvenes se plantaban en el centro de una vasija de barro en forma de anillo que se llenaba totalmente de agua rodeando al tallo, para impedir que las hormigas los alcanzasen. Algunos lugares están tan infestados por ellas que es inútil plantar nada. No se conoce ningún medio de destruirlas, siendo su número inmenso, como puede apreciarse fácilmente por las grandes cantidades de tierra que mueven.

Constantemente nos encontrábamos con diferentes tipos de nidos de avispas y abejas; pero no teníamos muchos deseos de molestarlas. Generalmente se encuentran sujetos a la parte inferior de las hojas, especialmente a la de la palmera joven tucumá, que son anchas y ofrecen un buen abrigo. Algunos nidos son pequeñas bóvedas aplanadas con una sola abertura; otros exponen a la vista todas las celdillas. Algunos tienen solo dos o tres celdillas, y otros un gran número de ellas. Estas están hechas de una delicada sustancia parecida al papel; pero algunas especies tienen en los árboles altos grandes nidos cilíndricos de un material parecido al cartón grueso. También hay nidos en los árboles huecos y entre sus raíces, en la tierra, mientras las especies solitarias hacen pequeños agujeros en los caminos y horadan los muros de barro de las casas hasta que éstos parecen acribillados a perdigones. La picadura de muchos de estos insectos es muy dolorosa; y algunos son tan fieros que cuando alguien se acerca a su nido salen volando y atacan al imprudente viandante. Las avispas de los tipos más grandes tienen unos aguijones muy largos, y como además pueden extender mucho sus cuerpos, a menudo nos picaban cuando tratábamos de asegurarlas para nuestras colecciones.

También sufrí un poco a causa de otro de nuestros insectos enemigos: el famoso chigoe nos hizo por fin una visita. Encontré un bulto blando en el lado de mi pie, e Isidora dijo que era un "bicho do pé" o chigoe; prefiriendo extraérmelo yo mismo, me puse a hacerlo con una aguja, pero como no estaba acostumbrado a esa operación no pude sacarlo totalmente. Me froté entonces la herida con un poco de rapé y ya no lo volví a sentir más. El insecto es una pulga minúscula que excava túneles en la piel de los dedos de los pies, donde crece hasta convertirse en una gran bolsa de huevos tan grande como un guisante, distinguiéndose apenas el insecto como una manchita negra en un lado de la bolsa. Cuando penetra en la piel al principio, produce una ligera irritación, y si se le encuentra entonces se le puede extraer fácilmente; pero cuando se hace grande es muy doloroso, y si no se le presta atención puede producir una herida grave. Sin embargo, con cuidado y atención este temido insecto no es tan molesto como el mosquito, o como nuestra propia pulga doméstica.

Tras hacer los preparativos para otra visita a Magoary, más larga esta vez, empaquetamos nuestras hamacas, redes y cajas, y subimos a una canoa que comercia regularmente con los molinos, trayendo el arroz y la madera y llevando allí lo que se necesita. Salimos de Pará a las nueve de la noche, cuando la marca era propicia, y a las cinco de la mañana siguiente encontramos la embarcación fondeada esperando la crecida. Nos íbamos a dirigir a los molinos en una montaria, o pequeña canoa india, y como éramos cinco con los negros que tenían que remar, me sentí bastante nervioso al descubrir que hundíamos el pequeño bote hasta dos pulgadas de la superficie del agua, por lo que un ligero movimiento de cualquiera de los miembros del grupo sería suficiente para hundirnos a todos. Sin embargo, no había otra salida y partimos, pero descubrimos pronto que con su carga inusual nuestro bote hacía tanta agua que teníamos que estar achicándola con una calabaza por turnos todo el tiempo. Esto no era muy agradable; pero al cabo de unas pocas millas nos acostumbramos a ello, y consideramos que no era del todo improbable terminar a salvo nuestro viaje.

La pintoresca y novedosa apariencia de las orillas del río, a la salida del sol, atrajo toda nuestra atención. Aquella corriente, aunque era un insignificante tributario del Amazonas, era más ancha que el Támesis. Las orillas estaban recubiertas por todas partes por una densa selva. En algunos lugares abundaban los mangles, con sus raíces descendiendo desde las ramas hasta el agua, lo que les daba un curioso aspecto; en algunos de ellos vimos la fruta germinando en el árbol, enviando un brote que descendería hasta el agua y formaría otra raíz para el árbol padre. Tras ellos se elevaban los grandes árboles de la selva, entremezclados con las palmeras assai, miriti y otras, mientras las pasionarias y convolvuláceas dejaban caer sus guirnaldas hasta la superficie del agua.

Conforme avanzábamos, el río se hacía más estrecho y a las siete en punto desembarcamos, para estirar nuestros miembros entumecidos en un lugar en el que había un árbol cubierto con los nidos colgantes del turpial amarillo, de los que numerosos pájaros entraban y salían continuamente. Una hora después pasamos por Larangeiras, un hermoso lugar en donde había algunas cabañas y la residencia del Señor C., Comandante del distrito. Nos metimos después por un estrecho igaripé que serpenteaba en la selva durante una milla o dos, hasta que un giro repentino nos permitió ver por fin los molinos. Allí, un cordial recibimiento de Mr. Leavens y un buen desayuno compensaron sobradamente las cuatro horas de entumecimiento en la montaria, y nos prepararon para una expedición exploratoria por los bosques, caminos y lagos de la vecindad.

Durante la estancia en los molinos, nuestra rutina diaria era la siguiente: nos levantábamos a las cinco y media, cuando a cualquiera le resultaba agradable tomar un baño en la corriente del molino. Nos íbamos luego a la selva, generalmente con nuestras escopetas, pues las primeras horas de la mañana son las mejores para la caza, y Mr. Leavens nos acompañaba con frecuencia para mostramos los mejores comederos entre los árboles. A las ocho regresábamos para desayunar, y partíamos de nuevo entonces en busca de insectos y plantas hasta la hora de la comida. Después de la comida solíamos dar otro paseo de una o dos horas; y ocupábamos el resto de la tarde en preparar y secar nuestras capturas, así como en conversar. A veces bajábamos por el igaripé en la montaria, no volviendo hasta las últimas horas de la tarde; pero fue en mis primeras expediciones por la selva donde más logré satisfacer mi curiosidad al contemplar muchos pájaros extraños y otros animales. Abundaban los tucanes y los papagayos y nos encontramos a veces con espléndidas cotingas azules y moradas. Los colibríes pasaban como flechas junto a nosotros y desaparecían luego en la profundidad de la selva; pájaros carpinteros y trepadores de diversos tamaños y colores subían por los troncos y andaban por las ramas. Vimos también pequeños manakines de cabeza roja y garganta hinchada, y oímos como hacían con sus alas esos fuertes ruidos tan difíciles de producir aparentemente por unos pájaros tan pequeños.

Pero para mí, el mayor de los regalos fue mi primer contacto con los monos. Una mañana en que paseaba solo por la selva escuché un crujido de hojas y ramas, como si un hombre caminara rápidamente entre ellas, y esperé que apareciera en cualquier momento algún cazador indio, cuando de pronto, los sonidos parecían venir todos a un tiempo de las ramas altas, y volviendo mi vista hacía allí, vi a un gran mono que me miraba y que parecía tan asombrado como yo mismo. Me hubiera gustado poderle observar bien, pero él pensó que sería más seguro retirarse. Al siguiente día, hallándome cerca de allí con Mr. Leavens, escuchamos un sonido similar y comprendimos que todo un grupo de monos se estaba aproximando. Nos escondimos, por tanto, bajo algunos árboles y esperamos su llegada con las escopetas amartilladas. Finalmente les vimos deslizándose entre los árboles, saltando de una a otra rama y pasando de un árbol a otro con la mayor facilidad. Finalmente, uno se aproximó demasiado para su seguridad. Mr. Leavens disparó y el animal cayó al suelo, desapareciendo el resto a toda velocidad. El pobre animalito no estaba muerto y sus gritos, su semblante de aspecto inocente y sus manitas delicadas me parecieron idénticas a las de un niño. Como había oído con frecuencia que su carne era buena, lo llevé a casa y mandé que lo cortaran y lo frieran para el desayuno: tenía aproximadamente la misma cantidad de carne que un pollo, y se parecía algo a la del conejo, sin tener un sabor demasiado peculiar o desagradable. Otro nuevo plato fue el cotia o agouti, un animalito a medio camino entre el cobayo y la liebre, pero con patas más largas. Es abundante y su carne se considera buena, aunque resulta bastante seca e insípida.

Una mañana, cogimos la montaria y fuimos a hacer una visita al comandante de Larangoiras. La mañana era hermosa; las golondrinas y los martín-pescadores volaban delante de nosotros, pero el hermoso pavón (Eurypygia helias), que era lo que más deseaba ver, se mantuvo prudentemente apartado de nosotros. Las orillas del igaripé estaban cubiertas con una especie de Inga, en flor, de la que Mr. B. obtuvo algunos hermosos escarabajos florales ("Floral beetles", en el original. (N. del T.) Entre las raíces de los mangles corrían muchos cangrejos ("Calling crabs", en el original. (N. del T.)); su única pinza grande y erguida, como haciendo señas, les daba un aspecto muy grotesco. En Larangeiras el comandante nos recibió con gran cortesía en su palacio de postes y arcilla, en donde nos ofreció vino y plátanos. Sacó luego un haba grande, muy gruesa y dura, que rompió con un martillo poniendo al descubierto una sustancia harinosa amarilla que envolvía las semillas: tiene un sabor dulce y los indios la comen con gran placer. Cuando le expresarnos nuestro deseo de penetrar en la selva se ofreció amablemente a acompañarnos. Llegarnos pronto a un altísimo árbol bajo el cual había muchas de las legumbres, de las que recogimos algunas buenas muestras. El anciano caballero nos llevó entonces por varios caminos, mostrándonos los diversos árboles, algunos de ellos útiles como madera, otros como "remedios" para todos los males de la vida. Un árbol, que abunda mucho, produce una sustancia intermedia entre el alcanfor y la trementina. Recibe el nombre de brea blanca y se recoge mucho, utilizándose fundido con aceite para embrear botes. Quizá su fuerte olor, parecido al alcanfor, pudiera hacerlo útil de algún otro modo.

En los campos que rodeaban la casa había un árbol del pan, algunas plantas de algodón y una hermosa castanha, o castaño brasileño, con varios frutos grandes, y muchos nidos de turpial amarillo, que parece preferir la vecindad de las casas. Como habíamos encontrado en el libro de Mr. Edwards una mención a que había obtenido algunas buenas conchas en Larangeiras, hablamos sobre ellas con el Señor C., quien inmediatamente abrió una caja y sacó de ella dos o tres muestras aceptables; encargamos por eso a su hijo, un niño de once o doce años, que nos consiguiera muchas a un vitem (medio penique) cada una, y se las enviara a Mr. Leavens al molino, lo que sin embargo nunca llegó a hacer.

Durante nuestra improvisada conversación, llevada a cabo con nuestro menguado vocabulario portugués, el Señor C. nos preguntaba con frecuencia cómo era tal o cual palabra en "americano" (pues así se llama aquí la lengua inglesa) y por lo visto le divertían mucho los términos absurdos e incomprensibles que utilizábamos nosotros en la conservación ordinaria. Le dijimos, entre otras cosas, que a "rapaz" le llamábamos "boy" en americano, y esa palabra (boi) significa buey en portugués. Para él aquello era un completo absurdo y le provocaba grandes carcajadas, pidiéndonos que se lo repitiéramos varias veces para que no se le olvidara un chiste tan bueno. Incluso cuando nos alejábamos hacia medio río y decíamos nuestros "adeos", sus últimas palabras, gritadas con toda la fuerza de la que era capaz, fueron: "O que se chama rapaz?" (¿Cómo dicen ustedes rapaz?).

Uno o dos días antes de irnos de los molinos, tuvimos la oportunidad de ver los efectos de las operaciones del vampiro (Se trata de un murciélago chupador de sangre (Phyllostoma sp.), mal llamado "vampiro", pues los murciélagos del género vampyrus son frugívoros.), en un joven caballo que Mr. Leavens acababa de comprar. A la mañana siguiente de su llegada, el pobre animal presentaba un aspecto lamentable, pues grandes chorros de sangre coagulada bajaban de diversas heridas de su lomo y costados. Me atrevería a decir, sin embargo, que la apariencia era peor que la realidad, pues los murciélagos tienen la habilidad de extraer la sangre sin producir dolor, y es muy posible que el caballo, como un paciente bajo la influencia del cloroformo, no se hubiera enterado en absoluto del asunto. El peligro está en que los ataques se repitan todas las noches, hasta que la pérdida de sangre sea grande. Para impedir esto, se suele frotar con pimientos rojos las partes heridas, y todos los lugares con probabilidad de ser mordidos; y esto inhibe en parte el sanguinario apetito de los murciélagos, aunque no totalmente, pues a pesar de esta aplicación el pobre animal fue mordido de nuevo a la noche siguiente en otras zonas.

Mr. Leavens es nativo del Canadá, y tiene muchos compromisos con el comercio maderero de ese país, por lo que tuvimos muchas conversaciones sobre la posibilidad de obtener un buen suministro de madera del Amazonas. Parece algo extraordinario el que la mayor parte de nuestra madera la traigamos de países en los que la navegación se paraliza casi la mitad del año por causa del hielo, y en los que los ríos están siempre obstruidos por rápidos y sometidos a tormentas, lo que hace que el bajar las balsas sea un asunto muy peligroso; en ellos hay, además, poca variedad de madera, y una gran parte de ella es de tan mala calidad, que se utiliza sólo por su bajo precio. En cambio el valle del Amazonas y sus incontables corrientes tributarias ofrecen un país en el que los ríos están abiertos todo el año, y hay cientos e incluso miles de millas sin rápidos que los obstruyan; además, las tormentas violentas suelen ser raras en cualquier estación. Las orillas de todas estas corrientes están recubiertas de selvas vírgenes que contienen árboles madereros en cantidades inagotables, y con tan incontables variedades que cualquiera que sea el propósito para el que se necesita la madera se puede encontrar una de calidad apropiada. En particular está el cedro, del que se dice que es tan abundante en algunas localidades que, teniendo en cuenta las ventajas antes mencionadas, podría enviarse a Inglaterra a menor precio que el pino blanco de Canadá. Es una madera que se trabaja casi con la misma facilidad que el pino, tiene un fino olor aromático y es igual en apariencia a la caoba común, pudiendo adaptarse bien por tanto a las puertas y todos los acabados internos de las casas; sin embargo, por la falta de un suministro regular los comerciantes aquí se ven obligados a utilizar pino de los Estados Unidos para hacer sus cajas de embalaje. Durante siglos, el hacha del leñador ha sido la pionera de la civilización en los sombríos bosques de Canadá, mientras que los tesoros de este país, grande y fértil, siguen siendo aún desconocidos.

Mr. Leavens había sido informado de que se puede encontrar cedros en abundancia en el Tocantins, el primer gran tributario del Amazonas desde el sur, por lo que tenía grandes deseos de hacer un viaje para examinarlo y ver si era posible bajar una balsa de madera hasta Pará; acordarnos ir con él en tal caso, con el propósito de investigar la historia natural de esa zona casi desconocida- Decidimos partir, si es que hacía tal viaje, a las pocas semanas; como habíamos estado casi quince días en los molinos, volvimos a Pará a pie, enviando en canoa nuestro equipaje y colecciones.

Habían llegado barcos desde Estados Unidos y Río de Janeiro. El Gobierno Imperial había dictado hacía poco una ley que se esperaba produjera un efecto muy beneficioso sobre comercio y la tranquilidad de la provincia. Había sido costumbre hasta hacía poco obtener casi todos los reclutas del ejército brasileño en esta provincia. Los -indios que bajaban por los ríos con sus productos eran agarrados a la fuerza y llevados como soldados. Se llamaba a esto alistamiento voluntario, y se había producido durante muchos años, hasta que los nativos dejaron de bajar a Pará por miedo a él; y se bloqueó seriamente el comercio de la provincia. Se había dictado ahora una ley (como consecuencia de las repetidas quejas de las autoridades de aquí, que asustaron al gobierno con la perspectiva de otra revolución), prohibiendo el alistamiento en la provincia de Pará durante 15 años; así que ahora esperamos vemos libres de los disturbios que podían haber sucedido por dicha causa.

Nada me impresionaba más que el tranquilo y ordenado estado de la ciudad y sus alrededores. Nadie llevaba cuchillos u otras armas, y había menos ruido, peleas o borracheras en la calle, día y noche, que en cualquier ciudad inglesa de igual población. Si tenemos en cuenta que la población es analfabeta en su mayor parte, que se compone de esclavos, indios, brasileños, portugueses y extranjeros, y que el ron se vende en todas las esquinas a dos peniques la pinta, ello dice mucho de la buena naturaleza y la magnífica disposición de la gente.

3 de agosto. Recibimos a un nuevo huésped en nuestra galería en la persona de una joven y hermosa boa constrictor. Un hombre que la había cazado en el bosque nos la dejó para que la inspeccionáramos. Estaba fuertemente atada por el cuello a un palo de buen tamaño, que le estorbaba su libertad de movimientos, y parecía impedirle casi la respiración. Medía alrededor de diez pies de largo y era muy grande, tan gruesa como el muslo de un hombre. Estuvo aquí, retorciéndose, dos o tres días, arrastrando su traba con ella, estirando a veces su boca abierta con un bostezo muy sospechoso, y retorciendo el extremo de su cola hasta formar un rizo muy apretado. Finalmente acordamos con aquel hombre comprarla por dos milreis (4s. 6d.), y tras preparar una caja con barrotes en la parte superior pedimos al vendedor que la metiera en la jaula. La serpiente comenzó inmediatamente a recuperar el tiempo perdido, respirando de ] modo más violento; las espiraciones sonaban como el vapor de alta presión que se escapa de una locomotora del Gran Oeste. Continuó así durante varias horas, realizando una media de cuatro inspiraciones y media por minuto, y luego se quedó en silencio, el cual mantuvo después a menos que fuera perturbada o irritada.

Rechazó los pájaros que le dimos, incluso aunque estuvieran vivos, a pesar de que había estado sin alimento durante más de una semana. Se dice que las ratas son su alimento favorito, pero no pudimos conseguirlas. Estas serpientes no son en absoluto raras ni siquiera cerca de la ciudad, y se consideran que son totalmente inofensivas. Para cazarlas se empuja un palo grande debajo de ellas, se enroscan en él, se les agarra con cuidado la cabeza y se les ata al palo para poder llevarlas fácilmente a casa. Otro interesante animalito fue un joven perezoso que Antonio, un chico indio que se había alistado a nuestro servicio, nos trajo vivo del bosque. No era más grande que un conejo, estaba cubierto de un áspero pelo gris y marrón, tenía una cabeza pequeña y redondeada, y un rostro tan parecido al semblante humano como el de los monos, pero con una expresión triste y melancólica. Apenas podía arrastrarse por el suelo, pero parecía muy cómodo sobre una silla, colgándose del respaldo, las patas o los travesaños. Era un animal extremadamente tranquilo e inofensivo que se sometía a cualquier tipo de examen sin otra manifestación de descontento que un gemido melancólico. Dormía colgado con la espalda hacia abajo y la cabeza entre las patas delanteras. Su alimento favorito son las hojas de la Cecropia peltata, de la que comía a veces un poco de una rama que le proporcionábamos. Tras permanecer tres días con nosotros, lo encontramos muerto en el jardín, adonde había escapado esperando sin duda llegar a su hogar selvático. Apenas había comido nada estando con nosotros, y por lo visto había muerto de hambre.

Estábamos ahora muy atareados empaquetando nuestra primera colección de insectos para enviarla a Inglaterra. En sólo dos meses habíamos conseguido 553 especies de Lepidóptera, de las que más de 400 eran mariposas, así como 450 escarabajos y 400 insectos de otros órdenes, lo que sumaba en total 1.300 especies de insectos. Mr. Leavens decidió hacer el viaje al Tocantins, y acordamos salir en una semana, esperando con gran placer visitar una zona nueva e inexplorada.

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