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CAPITULO II

Adornos de oro y plata-Viaje de bodas en los Andes-Fabricantes de cuerdas de corteza-Arbustos de algodón-Vientos y corrientes de las montañas-Población-Cultivos-Rebaños de ovejas-Noches heladas-Informes acerca de ladrones-Zapatero-Fortificación antigua-Indios de viaje-Alas de cóndor-Un padre en el camino-Sembrados de caña de azúcar-Criollos españoles-Una esclava africana-Puente Apurímac-Sembrado de col-Viuda peruana-Corrida de toros-Peces y ganado encornado-Cuzco-Mercado-Navegación en barcos de vapor-Flanco oriental de los Andes-Plantación de coca-Cabecera del Madre de Dios-Ríos Cosnipata (sic: Cosñipata), Tono y piñipiñi-Bosques-Tigres-Monos-Salvajes chunchos-Vista de las tierras bajas desde un pico de los Andes-Recolectores de quina.

Antiguamente, este pueblo era afamado por sus fabricantes de hermosos adornos de oro y plata. Al ser exportados a España eran muy bien cotizados. Aún se venden adornos antiguos, de metal virgen, algunos de los cuales son curiosas imitaciones de pájaros y animales. En las pequeñas tiendas que están alrededor de la plaza, se venden mercancías de algodón, sin embargo en todo hay poca actividad. La imagen de la decadencia es penosa; los ciegos caminan del brazo con los lisiados; no se oye sonido alguno de maquinarias funcionando o de negocios; predomina un silencio de muerte, tanto de día como de noche, el cual es roto únicamente por el repique de las enormes campanas de una torre, momento en el que los pobladores harapientos se arrodillan ante un altar repleto de metales preciosos. Los sacerdotes, salvo pocas excepciones, son las únicas personas opulentas en esta parte del país, ya que a otros se les impone tributos para el mantenimiento del gobierno y de la iglesia.

Hay muchas familias agradables aquí; los caballeros son francos y amenos. Varios de ellos vinieron a verme y manifestaron una gran alegría ante la idea de hacer progresar su país mediante la navegación a vapor. Un caballero de cabellos grises me dijo que probablemente él no viviría para ver el resultado de la expedición, pero creía que sus hijos, así como sus hijas sí lo harían. Me dio su bendición, la cual fue bastante sincera. El prefecto también estaba interesado en la empresa, y lo demostró obsequiando mapas, y proporcionando todo lo necesario para un viaje agradable por un territorio accidentado. Estuvimos cómodamente hospedados y todos nos trataron amablemente. Las damas de Ayacucho son hermosas, montan bien a caballo, son extremadamente amenas al conversar y poseen un talento natural. La que puede alardear de haber estado en Lima, nunca se queda sin intervenir. Con un aire de modestia, expresan su opinión y van al grano. Algunas responden preguntas serias afirmativamente a la edad de doce años. Una de las primeras que ellas hacen es, ¿eres casado?".

En la ladera oriental de las montañas se produce azúcar y vainilla. De los glaciares que están a la vista, traen el hielo y la sal de piedra, y del valle la crema. Las indias preparan los helados y los venden en la plaza. Nuestras pistolas se mantienen brillantes, y el acero lustroso no se oxida al aire libre. Las uvas no son de muy buena calidad. Las cabras parecen medrar mejor, y las aves de corral aparecen nuevamente por aquí. Durante la comida, al estar sentado junto a una dama, con grandes anillos de oro en cada mano, y gruesas cadenas de oro alrededor del cuello, de las cuales pendían un medallón y una cruz de oro, pude observar que se suponía que quienes llevaban adornos costosos eran adinerados. Ella, evidentemente complacida, me pidió que la ayudara a cortar sus huesos de pollo en forma de mondadientes. Algunos platos, tazas, cucharas y tenedores estaban hechos burdamente de plata maciza, aunque se piensa que hay pocas personas adineradas en la ciudad.

El desayuno se toma de 10 a 11 a.m., la comida de 4 a 5 p.m. Si se va a cenar, lo hacen a una hora muy avanzada; beben café temprano en la mañana y té al atardecer. Sólo ponen la mesa dos veces; sirven las carnes de diferentes formas, muy sazonadas con ají y especias, acompañadas de papas por lo general. La quinua*, una planta nativa, considerada una exquisitez se prepara también de diferentes maneras; las semillas se cocinan con queso, o se hierven con leche y pimienta malagueta.

El lunes 4 de agosto de 1851, a las 8 a.m., termómetro, 59º; termómetro húmedo, 54º. Nuestra ruta se extiende hacia el este nuevamente, por un camino árido y aburrido, cercado con cactos, que tienen como fruto la Tuna*. La región, a excepción de los valles, está sin cultivar. Al cruzar por un puente de piedra bien construido, encima de un río que corre hacia el norte, pasamos por un molino harinero. Los durazneros estaban florecientes y había unas cuantas flores. Después de cabalgar por estas áridas alturas, el ver un arroyo que corre rápido y fresco regocija el corazón de nuestras mulas.

La casa de postas de Matara se encuentra cerca de una garganta en la cadena de montañas que se extiende de sureste a noreste. Las papas y la cebada son de buen tamaño aquí; en el lado noreste de una colina, corté once tallos de trigo, producto de una sola semilla, y conté cuatrocientos catorce granos de las puntas de estos brotes. No es raro ver que un grano produzca veinte tallos - once es aproximadamente el promedio. Sólo es posible recoger estas cosechas gracias a un cuidadoso sistema de irrigación. Los indios guían el agua desde las alturas hasta una gran distancia; esta parece ser una de sus ocupaciones favoritas. Dondequiera que pueda haber agua, la tierra produce allí una abundante cosecha; en otros lugares, el sol del mediodía mata los tallos jóvenes.

Uno de nuestros arrieros* -un indio quechua- trae a su esposa; como están recién casados, son muy cariñosos. Parece que este es su viaje de bodas. Montada.como un hombre, en un caballo blanco, con su vestido azul y manto* escarlata se le ve bien. Lleva un sombrero de paja, con una cinta ancha. Su cabello, según sus costumbres, está trenzado y cuelga en dos trenzas sobre sus hombros. Cuando ella pasa cabalgando todos los indios la saludan, y les dicen algo agradable a ambos; ella saluda con una venia y escucha sonriente, mientras él observa modestamente, y se dedica más a atender sus obligaciones; mientras que cuando casi no se les ve, entre las montañas, él está conversando constantemente al lado de ella.

Por estos caminos accidentados los arrieros* viajan generalmente a pie. Caminan durante días con mayor facilidad que las mulas y casi igual de rápido. Por las planicies van trotando detrás del equipaje durante varias horas seguidas. Los mensaj1es que los gobernadores y subprefectos dirigen al prefecto a menudo son enviados con indios, a pie, más que a caballo o en mula. El hombre corta camino por las montañas y entrega sus despachos mucho antes de lo que podrían llegar por el camino. Creo que los indios prefieren caminar a cabalgar. Las sandalias protegen sus pies del camino rocoso y cascajoso, que a la vez es frío. Cualquier cosa que tengan que cargar es atada a la espalda, dejando los brazos libres. En ocasiones llevan un bastón pequeño en la mano para protegerse de los perros, o para apoyarse por caminos escarpados e irregulares. Los he visto andar a gatas, ascendiendo una colina.

Esperábamos una vista extensa de tierras hacia el este de la cadena de montañas por la que íbamos, pero cuando llegamos a la parte alta de la garganta, vimos una montaña detrás de otra, picos nevados y cumbres redondeadas y rocosas, valles profundos y cañadas estrechas, todo disperso en formas confusas. Después de viajar durante horas, recorrimos leguas de camino; sin embargo la distancia del Pacífico al Atlántico es corta en nuestro mapa.

En el pequeño pueblo de Ocron (sic: Ocros), la gente estaba trillando cebada y retorciendo corteza para formar cuerdas. Un hombre joven y bien parecido se separó del grupo de hombres y mujeres que estaban haciendo cuerdas, y nos ofreció un vaso de chicha*. Pareció ser descortés el rechazar un ofrecimiento amable cuando la gente le hace un favor a uno y desea que éste sea considerado como tal, pero no puedo beber eso; así es que rehusándonos dando las gracias, seguimos nuestro camino dejando a José, quien naturalmente se inclina.hacia la chicha*. Después de un largo descenso, acampamos cerca de una casa solitaria, cubierta de follaje. A las 3 p.m., termómetro, 73º. Hay moscas de los arenales, mosquitos, chinches, abejas y colibríes. Todo el paisaje pasó a ser de pleno verano; el algodón crece en pequeños arbustos, al igual que los duraznos y las chirimoyas*.

Pasó el correo peruano proveniente de Lima con dirección a los departamentos del sur. Llevan las cartas en dos cajas pequeñas de cuero sobre el lomo de una excelente mula, con una bandera roja y blanca en forma de cola de golondrina que ondea en un palo corto sujeto entre los baúles. El conductor está bien montado y armado; lleva puesta una capa escarlata y cabalga detrás; mientras que el arriero* en su cabalgadura va trotando adelante, tocando un cuerno. Viajan a un paso acelerado ya sea al subir o bajar una colina. Me gustaría examinar esa caja de correspondencia; pero frecuentemente hacen remesas por correo y el deseo de buscar cartas provenientes de los Estados Unidos en el camino puede considerarse ilegal.

Cruzamos el Río* Pampas, que corre hacia el noreste, por un puente colgante hecho de soga de corteza. Tiene ocho cables extendidos de un lado a otro, sobre los cuales se ha fijado pequeños travesaños de madera liviana para formar el piso; dos cables grandes encima de los lados llevan parte del peso al haberse atado sogas pequeñas que van desde el piso y pasan encima de ellos. Tuvimos que tener mucho cuidado al guiar las mulas una por una. Mi mula, Rose, dio más problemas que las otras; estaba mucho más asustada y no quería moverse hasta que otra mula caminase justo delante de ella, y todos la instábamos a no retroceder. Temía que se precipitara por entre las cuerdas y cayera al río, que estaba abajo a ciento veinte pies. El crujido y el balanceo del puente fue terrible por casi cuarenta yardas. Vimos pescadores abajo en las aguas de color verde claro; en las rocas estaban sentados un gran número de cormoranes, listos para zambullirse para atrapar un pescado. La corriente es rápida y muy serpenteante, da vueltas como una serpiente alrededor de la base de las montañas al dirigirse por el Apurimac (sic: Apurímac), el Ucayali y el Amazonas, hacia el Atlántico. Nace al sur de donde nos encontrarnos, cerca de las cimas de las enormes Cordilleras*; nuestro camino conduce a lo largo de sus riberas, ascendiendo entre árboles enanos, de los que cuelgan plantas de dulce fragancia llenas de flores. Aquí los productos vegetales parecen sufrir en la lucha entre la humedad del río y los rayos abrasadores del sol, lo cual parece bloquear y no dejar crecer a la planta que muestra un deseo por desarrollar.

Después de un largo y pesado ascenso llegamos a la casa de postas de Bombam (sic: Bombón); el dueño de la posta nos ofreció su casa, y pareció sorprenderle que no la quisiéramos y prefiriésemos nuestra tienda de campaña. Nos envió sopa de pollo y maíz sancochado para la cena. Un grupo de chicos se acercó jugando a nuestra tienda de campaña; sus caras se asemejan a las de los monos. Los indios mataron un puerco de gran tamaño, y las mujeres hicieron morcilla con la sangre. José me aseguró que la morcilla iba bien con la chicha*, a él parece gustarle la costumbre de vivir entre los indios.

No hay un viento regular en esta región; las corrientes de aire corren por las montañas provenientes de todas direcciones; aunque las nubes que están a lo lejos sobre nosotros indican vientos, no podemos decir si éstos vienen de alguna dirección en particular, y abajo está bastante calmado. Al estar acampados en las zonas altas, a menudo nos esforzábamos por distinguir los satélites de Júpiter a simple vista, pero aún no estamos en un lugar lo suficientemente alto como para lograrlo, a pesar de que nuestra visión es muy buena. Los ríos de los alrededores corren hacia todos los puntos cardinales de la brújula y hacen que resulte difícil decidir si son las aguas las que ocasionan los vientos, o si sólo son las posiciones relativas de las montañas las que causan estas corrientes de aire. Los vientos son muy suaves y ondean los cirros o nubes en forma de filamentos de las formas más graciosas cerca de las cumbres blancas de los Andes formando grupos abundantes Y delicados; cuando el pico está oculto, todo menos el matiz azulado que está por debajo de la nieve, vemos un velo de novia natural. Un viento del este los levanta y convierte en oscuras nubes cúmulos, colocadas sobre la helada cima, como la gorra invernal de un anciano; la expresión fisonómica es aquella de la cólera. El cambio está acompañado de truenos y parece ordenar a todos que se vistan con ropa para las tormentas. La fría lluvia cae en gotas finas sobre nosotros; el día se oscurece más y las nubes se aglomeran sobre la tierra. Los protectores de hule de nuestros sombreros y nuestros ponchos de caucho causaron admiración en un pequeño poblado. Los niños estaban en la escuela bajo un cobertizo, con sus pies descalzos recogidos debajo de ellos para mantenerlos tibios; se les veía como si quisieran que la escuela no existiera. A medida que viajamos hacia el sur la gente es mejor parecida y más alegre. Una muchacha abarrotó las alforjas de José con pan fresco y queso desde una puerta, y dijo que ella preferiría viajar a cuidar de una tienda. José dijo que en su trabajo se mojaba, ella respondió, que en el suyo siempre estaba demasiado seca. El camino se pone muy resbaladizo cuando está mojado; es mejor que las mulas tengan herraduras puestas por seguridad así como para comodidad del animal. Les preocupa mucho resbalarse bajo una fuerte lluvia; algunas mulas de carga se caen al suelo. Las llanuras están densamente pobladas y bien cultivadas. Por las montañas sinuosas llegamos nuevamente a una zona de pastos; los rebaños andan por el desierto, en donde pasamos la noche. En la cena el arriero* le dice a José, en quechua, que ésta es una región peligrosa; muchos ladrones viven en las cumbres de las montañas. En la noche, salen al encuentro de los viajeros por esta parte inhabitable del camino y hacen lo que quieren. Tienen diferentes formas de ataque. Si ven al grupo de día, y saben cuantos son, se presentan audazmente y manifiestan sus demandas; si están en duda, su guía viene solo; pregunta por la salud del viajero; pide lumbre para su cigarro, sin quitarle los ojos de encima. Después de expresar que desea comprar, regresa a su grupo, con un informe completo de su reconocimiento. Si atacan o no, lo más probable es que roben las mulas que están en los pastos durante la noche. José no se siente tranquilo; está ansioso, después de contarme la historia, por saber lo que debemos hacer. Se arregló un plan para la noche. Si el guía* (sic: guía) venía, iba a ser amarrado al equipaje tan pronto como encendiera su cigarro. José iba a tener agua caliente en el fuego; un arriero* iba a dormir con un lazo en la mano, el otro a vigilar las mulas. Si alguien se acercaba a nuestra tienda de campaña, el arriero* tenía instrucciones de enlazarlo y arrastrarlo debajo del agua caliente de José. Richards estaba armado con una carabina y dos pistolas grandes de marinero; mi escopeta de dos cañones y mi revólver de cinco tiros, con ánima de rifle, nos daban un total de diez disparos. A medianoche José miró cautelosamente hacia el interior de la tienda de campaña, y después de varias llamadas ansiosas, dijo, "Señor, el guía* (sic) está viniendo." José no admiraba el plan general de acción, pero éste no fue modificado. Al observar detenidamente, nos dimos cuenta de que el supuesto guía* (sic) era un burro mirando fijamente el fuego. Las armas que utilizan los ladrones son porras cortas y gruesas, proyectiles de piedra tirados con hondas y cuchillos. Rara vez utilizan armas de fuego, al contrario les tienen miedo. El negro salvaje y disipado, o ladrón peruano, puede presentarse valientemente con su puñal, e intentar cometer un asesinato; pero basta que oiga el piñoneo de un revólver para que desaparezca; el ruido resulta agresivo para él. Los ladrones acechan a los comerciantes que viajan, a los forasteros solitarios y a los convoyes de mercadería con cargas de plata. Las mulas son desviadas del camino hacia una garganta solitaria de la montaña, en donde sólo viven ladrones, perdiéndolas su dueño para siempre. Los Montoneros*, tal como se les llama, controlan la región de los alrededores.

Casi al amanecer en -la mañana, se oyó que José se regañaba a si mismo. Mientras estaba durmiendo el perro de una pastora había robado de sus alforjas nuestro pan y queso. Luego de hacer un bosquejo del campamento; le puse de nombre Ladrón* (sic: ladrón); y seguimos adelante. Hay una niebla espesa y nieve en el suelo. A las 6 a.m., termómetro, 39'; termómetro húmedo, 37'. En esta época, se mejoran los apacentaderos reduciendo los pastos a cenizas. Mientras que la tempestad de lluvia bate desde el este, unos rebaños de vicuñas están pastando al oeste de donde nos encontramos. La lluvia se convierte en granizo a medida que el viento varía hacia el noreste.

En el valle de Andahuailas (sic: Andahuaylas), vemos el árbol de cerezas silvestres por primera vez en América del Sur. Después de la puesta del sol, el resplandor rosado y brillante, que a menudo llama la atención en Lima, y que en ocasiones alarma a los nativos, tiene una semejanza con la aurora boreal, elevándose a lo lejos por encima de las Cordilleras que están hacia el oeste, mientras que la luna brillante ilumina nuestro camino por los Andes hacia el este. En Andahuailas (sic) acompañamos al subprefecto y a su familia en el desayuno. Colocaron nuestro equipaje en una habitación grande y las mulas en el corral. Si la hospitalidad no estuviera sazonada tan exageradamente con ají sería acogida con mayor facilidad. La vida dura de las montañas va mucho mejor con el cuerpo y la mente de lo que parecen hacerlo los lujos del valle.

Este pueblo tiene una población de mil quinientos habitantes; en su mayoría indios. En el valle hay seis mil. Hay mucha pobreza. Las porciones cultivadas de tierra parecen estar sobre pobladas. Los sordomudos se pasean perezosamente. Una mujer bien parecida, con un bebe en sus brazos, vino a mi puerta pidiendo pan. Su rostro inteligente se veía triste. Cuando le di dinero, la pobre criatura casi se inclinó sobre sus rodillas delante de nosotros. 1,a funda de mi fusil necesitaba reparación; y mientras recurría a un zapatero mestizo, que tenía tres o cuatro aprendices, el subprefecto se me acercó. Incautamente le dije lo que deseaba, y comenté que el hombre tenía tanto trabajo que no podría repararla a tiempo, cuando me sorprendí al oír al subprefecto ordenarle de una manera enérgica y autoritaria que hiciera el trabajo. El zapatero señaló la gran cantidad de trabajo pendiente, y dijo que posiblemente no podría atenderla; cuando de inmediato le fue ordenado que hiciera lo que se le había dicho para la mañana siguiente, y que la llevara a la casa de gobierno. El zapatero reparó la funda y recibió su paga. En adelante tuve más cuidado.

Hay minas de plata abandonadas a cinco leguas hacia el sur, una de las cuales ha sido reabierta por un norteamericano - Charles Stone. No lo vi, pero di por sentado que espera trabajar lucrativamente.

El valle produce maíz, cebada, trigo, alfalfa, legumbres, papas, pequeñas y duraznos, y unas cuantas chirimoyas* de baja calidad. La fruta llamada tanas (sic: tunas) es muy abundante; la flor del cacto es hermosa. El vino que tomamos en la mesa del subprefecto estaba elaborado con uva de Yca (sic: Ica). La esposa del subprefecto era una persona muy bondadosa. A la hora del desayuno y de la comida, en ocasiones daba de comer a diez o doce indios pobres. Le enseña a su pequeño hijo a tratarlos cortésmente, diciéndole que los ayude a aprovisionarse de agua, & a.

Al entrar al pequeño pueblo de Heronimo (sic: San Jerónimo), encontramos a todos los habitantes sin sombrero, arrodillados en las calles y puertas; las campanas de la iglesia repicaban; había una muchedumbre por el camino que atraviesa el pueblo. Un padre camina, con un libro en la mano, acompañado de un hombre que lleva una sombrilla grande para protegerlo del sol. Un gran número de mujeres y hombres va detrás, pronunciando oraciones. Uno de ellos toca una campana pequeña. Nos detuvimos bajo la sombra de una casa mientras la muchedumbre entraba a la iglesia. A medida que la gente se levantaba, continuamos nuestro viaje. Después de seis leguas llegamos a la posta de Pincor, en donde disfrutamos una cena de pichones silvestres, seis de los cuales murieron de un solo disparo. Son grandes y muy parecidos a los pichones domesticados. Los arrieros* y José los cocinaron en palos delante de la hoguera de nuestro campamento. Aquí, por primera vez, vimos una serpiente. Por las montañas elevadas se oye el canto de las ranas. A las 3 p.m., termómetro, 65º; 15 de agosto. A la mañana siguiente, a las 6 a.m., termómetro, 38º; termómetro húmedo, 36º; temperatura de un manantial, 46º.

Desde una colina estrecha, que tiene valles profundos a ambos lados, tenemos una vista de montañas cubiertas de nieve hacia el este; a un lado del camino hay un fuerte antiguo, que los arrieros* llaman "Quramba". Los arrieros* (indios quechuas) manifestaron placer y sorpresa cuando vieron el bosquejo, envolviéndose en sus ponchos y arrodillándose en el suelo, contemplándolo. Un grupo de indios subía silenciosamente la colina; cuando viajan están callados; cuando están en casa tocan instrumentos de viento y tambores. Las muchachas cantan frecuentemente, pero nunca he oído silbar a ninguna; no son muy conversadoras, salvo cuando están exaltadas, entonces las lenguas de las mujeres son notablemente rápidas. Tampoco creo que sean pensadores activos. Sus ojos se están moviendo constantemente, ya que tienen una vista aguda, y observan todo lo que está cerca de ellos de un vistazo rápido y furtivo. Su oído es muy bueno; así como también su conocimiento acerca de las costumbres, hábitos y peculiaridades de los animales, se mantienen constantemente alerta en busca de animales de caza, a los cuales cazan con trampas, ya que no son hábiles en el uso de armas de fuego; estos indios tampoco utilizan el arco y la flecha. Un muchacho del grupo tenía un par de alas de cóndor; una de las cuales media cuatro pies y cinco pulgadas desde la articulación del cuerpo hasta la punta. El hueso y las articulaciones hacen que uno recuerde las enormes bisagras de hierro de una puerta. El muchacho había atrapado al cóndor en una trampa, y como el ave era demasiado grande para llevarla de carga, le cortó las alas y parecía estar incómodo con el peso de ellas sobre su espalda. A menudo se ve al cóndor a lo largo de la costa, alimentándose de los peces muertos que flotan en la superficie; pero es entre los picos elevados de las montañas en donde esta ave salvaje construye su nido. Los escaladores más intrépidos y experimentados entre los muchachos no pueden alcanzar a sus crías, y tampoco robar sus huevos. Buscamos el nido y deseábamos mucho ver el extraordinario ascenso del ave desde el valle, cargando con su pico y garras a un corderito para sus pequeñuelos; o volando de una montaña a otra con una cría de vicuña. A los indios les gusta ponerles cebos a los cóndores; a veces se esconden lo suficientemente cerca del cebo para enlazarlos, y se ha sabido que se ocultan debajo del cebo y los cogen de las patas.

Huancarama, pequeño pueblo indio ubicado en un valle, tiene una iglesia antigua y pequeña, y una población india. Nos encontramos con el sacerdote en el camino yendo de regreso al pueblo; lo seguían un gran número de personas, a las que les leía en voz alta a medida que cabalgaba ascendiendo la colina. Nuestras mulas de carga se toparon con él en un paso muy estrecho; todos nos detuvimos, y el padre que no estaba muy aseado se dirigía al arriero* en un tono enérgico y acalorado. José le aseguró que para retroceder su grupo tenía que ir cuesta arriba; si él fuera tan amable de hacerse a un lado, podríamos pasar, lo cual hicimos. A medida que íbamos pasando, después de ciertos roces entre el equipaje, la extrema cortesía del padre fue más decorosa. En ocasiones los arrieros* se traban en peleas terribles con piedras, las que continúan con cuchillos; en esos casos el grupo más débil se ve obligado a dar paso al más fuerte. Por lo general se considera apropiado para quienes están ascendiendo, detenerse a un lado para dar un descanso a sus mulas. Aquellas que están paradas con cargas pesadas, con la cabeza en dirección cuesta abajo, sufren y están ansiosas por seguir adelante. Los ruidos que se hacen en el valle resuenan en las montañas; un alboroto en la cumbre produce poco ruido; por estas colinas el eco es extraordinario. Esta gente tiene mucho cuidado en desensillar a los animales sólo después de que se enfrían; de otro modo, dicen que les salen bultos en el lomo, que les causan dolor. Incluso dejan la brida un rato por temor de que el sacarla repentinamente haga que la mula se resfríe.

En el fondo del valle de Carquacahua vemos la primera plantación de azúcar. Un indio anciano, con una azada en la mano, está guiando las aguas de nieve derretida de los Andes entre las hileras de plantas de azúcar, que ahora miden dos pies de altura y tienen abundantes hojas amarillas. El hombre al igual que la planta parece sufrir con el calor del sol; ambos perecerían bajo él en este valle, sin el agua suficiente para irrigar la tierra; con ella, planta y produce una cosecha cada año. A poca distancia por encima de su cabeza, en la ladera de la montaña, hay otro clima, con matas enanas de cactos, pequeños manojos secos de pastos, rocas y suelo polvoriento, en donde hay ausencia de vida animal, a excepción de una lagartija verde que disfruta de los abrasadores rayos de sol. Un poco más arriba la superficie está cubierta con una capa plomiza de pasto, que se vuelve un poco verdosa a medida que se alza la vista; de pronto una faja de tierra oscura está cubierta de nieve blanca y pura, y a medida que uno mira hacia arriba parece hacerse más y más profunda, hasta que la tierra queda completamente encerrada en una pirámide de nieves perpetuas.

El indio anciano cambia su cosecha de azúcar por mercancías de algodón de Mássachusetts en la plaza.

Al cruzar un puente de piedra, que data de 1564 y atraviesa una corriente de agua que corre hacia el noreste, nos topamos con un grupo -damas y caballeros- que viajaba a caballo. Los caballeros usan gafas protectoras verdes, y las damas velos verdes, para protegerse los ojos del fulgor deslumbrante del sol, ya que el reflejo de sus rayos sobre la nieve a menudo causa una inflamación en los ojos, que se dice es muy dolorosa en la estación lluviosa, cuando el límite de las nieves perpetuas desciende y llega al camino. Aunque no experimentamos molestia alguna producto del surumpe*, tal como se llama a dicha afección, la porción criolla de la población parece temerle mucho, particularmente los caballeros. Cuando era guardia marina, en una visita a Lima, once años atrás, me formé una muy buena opinión del jinete peruano cuando éste hacía cabriolas por la alameda al atardecer, en un animal bien adiestrado. Los peruanos, ansiosos por hacer una exhibición delante de los extranjeros, espolean a sus briosos caballos, cabalgan a toda velocidad, se detienen repentinamente, y atormentan al animal dando una vuelta estrecha y haciéndolo saltar. Un hombre pasó cabalgando junto a mí a toda velocidad, y se detuvo justo delante de mi mula; al hacerlo tiró bastante fuerte del bocado español, y el caballo al levantar rápidamente la cabeza, golpeó al jinete en la boca, cortándole los labios y sacándole seis de sus dientes, lo cual lo salvó de salir disparado por encima de la cabeza del caballo.

Las damas y sus criadas tienen una apariencia fresca, y dirigen sus caballos con facilidad. Una negra cabalgaba sobre una montura de hombre y usaba un sombrero de paja plano, adornado con una cinta multicolor. El estilo "b1oomer" prescinde de la enagua para montar; ella usaba medias de seda muy largas de color naranja, y sobre el taco de su pequeño y limpio zapato negro estaban sujetas con una hebilla unas espuelas de mujer. Su caballo se mecía al caminar, llevaba su sombrero colocado con gracia sobre un lado de su cabello crespo, el cual estaba trenzado, y tenía entre sus dientes blancos un cigarro grande; ella fumaba al atravesar las montañas, guardando cuidadosamente sus sonrisas, y accedía a repartirlas únicamente a los amigos de su señora que más las merecían. En el Perú existe la esclavitud de africanos.

Al llegar al pueblo de Abancay, el subprefecto estaba en el campo. El gobernador me ofreció amablemente una casa, pero como yo deseaba realizar algunas observaciones de las estrellas durante la noche, seguimos nuestro camino, y acampamos en los alrededores. A las 2 p.m., termómetro, 77`. Alimentaron bien a las mulas con alfalfa, las cuales sufren y empiezan a mostrar los efectos del viaje. Los loros están conversando en los arbustos que están cerca de nuestra tienda de campaña, y un grillo vive con nosotros.

El clima es muy agradable en este valle azucarero. Cerca del pueblo están las ruinas de otro fuerte. Está cubierto de una manera tan tupida de flores, enredaderas, y arbustos que un viajero no sospecharía que está pasando por una fortificación encubierta. El camino que parte de él conduce por las montañas hacia el noreste. A las 11 a.m., temperatura de un manantial, 54"; aire, 55'; sol, 60'; nubes cúmulo y vientos que soplan del norte. El camino parece estar empeorando, y las rocas sobresalientes están tan bajas, que a veces nos golpeamos la cabeza. A manera de descanso para nuestros animales, caminamos a pie. Después de unas cuantas horas de viaje, por una región desierta, llegamos a otro valle, en donde el ganado es más grande que cualquier otro que hayamos visto hasta ahora. Al pasar por un molino grande y en desuso, que está en un arroyo que corre hacia el este, llegamos a la hacienda Lucmoj, una arboleda de sauces daba sombra a la entrada; la casa era de dos pisos, grande y estaba perfectamente encalada, el jardín tenía una gran abundancia de frutas y flores; el duraznero estaba en plena florescencia. Las construcciones exteriores para los sirvientes indios estaban en buenas condiciones; el refugio para ovejas, ganado encornado, caballos, mulas, burros, y un gran número de cabras, mostraba un tratamiento inusualmente bueno. El propietario de esta valiosa hacienda era un soltero joven, inteligente y hospitalario. La muerte de su padre le dio posesión de la propiedad. Conversó conmigo acerca de su país, y comentó que "el gobierno no hacía nada por el pueblo". Al preguntarle, por qué el pueblo dependía del gobierno, se mostró sorprendido, y quiso saber si es que no todas las mejoras en los Estados Unidos eran hechas por el gobierno. Las pocas minas de plata de los alrededores han sido abandonadas.

Después de rechazar una cortés invitación para quedarnos algunos días, tomamos un atajo atravesando el maizal hacia el pueblo de Curahuasi, lugar indio pequeño y miserable. El agua de las montañas desciende por la cañada hacia pequeños sembrados de caña de azúcar. Las montañas están desiertas; al ir rodeando una de ellas, súbitamente divisamos el tan ansiosamente buscado río Apurimac (sic). Sus aguas hacen espuma al avanzar rápidamente por su lecho rocoso. Nuestra vista quedó interrumpida al dar otra vuelta, y dejando la superficie de la tierra, entramos a un túnel, abierto en la montaña, que está en la misma posición que sus estratos, perpendicular, al lado del río. En las rocas se han abierto agujeros a manera de claraboyas, y a medida que recorremos el túnel, entre luz y oscuridad, los arrieros* gritan a la recua a voz en cuello. Las mulas tienen miedo de avanzar. Al llegar a una casa que estaba abierta por ambos lados, examinamos el puente Apurimac (sic), y luego miramos hacia abajo en dirección del río, que estaba abajo a una distancia enorme. En la caseta de pontazgo viven dos mujeres, un hombre, un niño, un perro, y dos cántaros de chicha*. Las sogas de este puente colgante -de corteza, casi del tamaño del cable de cáñamo de una corbeta- están amarradas a los postes que sostienen el techo de la casa. Es mejor que los viajeros no sean demasiado meticulosos al examinar la manera en que están amarradas estas sogas. Un torno que está en el centro de la casa mantenía las sogas tensas cuando éstas se aflojaban. Una mujer negra bien parecida estaba sentada junto a una tinaja grande de chicha*, la cual vendía a los viajeros, con su hijo al otro lado; ella hilaba algodón, con una fogata humeante cerca para mantener alejadas a las moscas de los arenales. Aquí estos pequeños insectos forman enjambres. Una mujer blanca estaba sentada junto al torno, sosteniendo su cabeza entre sus manos. Pensé que tenía viruela, pero los bultos rojos que tenía en la cara se los habían ocasionado estas molestas moscas. El equipaje de las mulas era descargado a medida que se les hacía pasar por la casa, y cruzar el río una por una, cargando los arrieros* el equipaje sobre sus espaldas. Cuando Rose, un animal sumamente sensible, vió el puente, bajó la cabeza, puso sus orejas hacia atrás, sacudió la cola, y claramente pateó las palabras, "No pasaré por encima". Por lo general, se le mima y se logra persuadirla; se puso a un mulo viejo delante, y a ella detrás para que lo siguiera. A medida que el arriero* caminaba con la brida, el pontazguero iba tras el mulo viejo con un chicote, cuando el mulo retrocedía, pateaba con las dos patas traseras, tirando a la vez del arriero*. Nos protegimos detrás del torno, con un barómetro, la mujer gritó, levantó al niño por el cuello con una mano, y por la misma extremidad, la tinaja de chicha*, y se batió en retirada. Se subió al torno, y, con una ira intensa, ordenó en su idioma, diciendo a los hombres que ataran al animal inmediatamente. José se hizo a un lado del camino con Rose, ya que el mulo viejo tenía el control de la casa, y se estaba calentando; logró poner sus patas traseras en el fuego, cuando los trozos volaron en todas direcciones; el mulo se enojó, como si ya lo hubieran maltratado aquí antes. Tan pronto como se enfrió un poco, le sacaron la brida; le pusieron una cuerda de cuero por encima de la cabeza y la amarraron alrededor de su nariz; también le ataron cada pata delantera con el extremo de una cuerda, y tres hombres sujetaban las tres cuerdas. Se tiró firmemente de la cuerda de la nariz hasta que el cuello del mulo quedó estirado al máximo; la cuerda de un pie hacía avanzar una pata; luego al tirar de la cuerda del otro pie, se hizo bajar la primera pata, logrando un paso hacia adelante; así le hicieron caminar por encima gradualmente. Rose había estado observando las consecuencias de su obstinación, y mansamente avanzó detrás de él. Pagamos dos dólares por nuestras mulas y el equipaje; el arriero* pagó seis centavos y un cuarto por cada una de sus mulas; esta es la costumbre de la región. El puente tiene ochenta yardas de largo y seis pies de ancho, y está a una distancia de ciento cincuenta pies por encima de las aguas de color verde oscuro. Hay seis cuerdas que forman el piso, atravesadas por palos pequeños, atados con tiras de cuero a los cables. Esta plataforma pende de dos cables laterales con unas cuerdas de corteza pequeñas. El río corre hacia el noroeste, con una anchura de veinte yardas.

El Apurimac (sic) desemboca en el río Santa Ana, y es un tributario importante del Ucayali, después de recibir las aguas del Juaja (sic). Tenemos entendido que el Apurimac (sic) constituía la frontera occidental del territorio de los Incas durante el reinado del primer Inca - Manco Capac (sic: Manco Cápac). El camino desde dicho puente hacia la casa de postas de Banca sube serpenteando la montaña. En algunos lugares la roca ha sido tallada en forma de escaleras. Los arrieros* ayudan a las mulas a subir empujando el equipaje por la parte baja; nos deteníamos continuamente para asegurar la carga. Hay unas cuantas casas cerca de la posta -de una apariencia nada atractiva- los habitantes son en su mayoría mestizos * Un grupo de mujeres y hombres, todos embriagados, sentados a un lado del camino bebiendo chicha*, nos invitó cortésmente a unirnos a ellos; algunos se veían muy delgados y enfermizos; una anciana se quejaba en su cama que estaba en la puerta; un niño que estaba cerca de ella tenía una enfermedad horrible que le brotaba en la cara; estaba deformado y se veía como una persona que está al borde de la tumba, pero se entretenía jugando con el polvo; su lívida mirada fija nos hizo temer que tenía algún desorden infeccioso. Al otro lado estaba una mujer rapándole la cabeza a un niño - la cual tenía la forma de la cabeza de una mula más que aquella de un ser humano. Se encontró un cercado, que contenía un sembrado de coles, cerca de una corriente de aguas frías, que corría rápidamente desde los picos nevados que están a la vista, a través de un costoso acueducto, sostenido sobre pilares de piedra, perfectamente encalados, que conduce a una plantación de azúcar que está más abajo, sobre la margen este del Apurimac (sic). Acampamos aquí sin autorización del propietario, quien estaba ausente. Mientras nuestras mulas se alimentaban y nosotros disfrutábamos nuestra cena, llegó una mujer, y en un tono de voz apresurado y exaltado, se dirigió a mí en quechua. Nuestra dificultad era con una viuda peruana, muy bien parecida, pero que hablaba a una velocidad tremenda. José se ocultó detrás de un duraznero lleno de flores, preparando té. Dijo que era pobre, pero que tenía hijos crecidos, y que habíamos derribado la cerca de su huerto y guiado a ocho mulas por entre sus coles. José le dijo, que cuando llegamos, cansados, después de una larga marcha, ella no estaba en casa para dar su consentimiento; sus tierras nos habían gustado de una manera especial, y nos habíamos tomado la libertad de entrar a ellas para pasar la noche; en la mañana la cerca sería reparada a su satisfacción, y se le pagaría dinero por el uso de sus tierras; las mulas de los arrieros* serían llevadas fuera, y las nuestras amarradas y alimentadas cerca de la tienda de campaña, que no estaba entre las plantas, sino a una distancia apropiada a nuestro lado. Ella, sonriente, aceptó una taza de té, y pasaron la tarde juntos amigablemente, bajo la clara luz de luna, sin moscas de los arenales y con un viento del oeste.

U col, lechuga, cebollas y el ajo que se ha transplantado aquí, no medran tan bien como en la costa, y son menos aceptados que la papa; a excepción del ajo, que es el favorito de los criollos. En el chupe* se usan plantas leguminosas cuando está muy bien preparado.

19 de agosto.- A las 6.30 a.m., termómetro, 53º; estándo reparada la cerca de la viuda, ella recibió su paga, diciendo "Dios los bendiga, adiós". A medida que nos íbamos cabalgando sorprendimos a José recibiendo una respuesta a su sonrisa de despedida. A las 11 30, termómetro, 70º. El campo tiene una apariencia árida y aburrida cerca del pueblo de Mallepata (sic: Mollepata), sin embargo parece haber una mayor proporción de animales y de vegetales. Las bandadas de loros y pichones aumentan considerablemente; las ovejas son de menor tamaño; hay abundancia de ganado encornado y de caballos; las montañas son más bajas; las plantaciones de azúcar más numerosas. Unos sauces altos crecen al lado del arroyo que estamos cruzando, el cual corre hacia el sur, y de otro que corre hacia el oeste, con aguas de color lechoso, que los arrieros* impiden beber a sus mulas, diciendo que no son buenas para nuestro uso. Las personas con las que nos encontramos tienen cara de chinos, y se visten como caballeros de tiempos pasados - calzones cortos, chaquetas largas, con botones grandes y solapas de bolsillo amplias, en telas de color escarlata y azul.

A medida que cabalgábamos por el pueblo indio de Limatambo, nuestra atención se dirigió hacia una muchedumbre de personas que estaban en la plaza, la cual estaba cerrada con barricadas en las esquinas, y donde se habían puesto asientos en todo el rededor. Banderas de diferentes colores flameaban en el aire; los tambores redoblaban luego del singular sonido de unos instrumentos de viento. Habíamos llegado a tiempo para ver una corrida de toros. Los matadores estaban vestidos como payasos de circo. Las personas estaban ocupadas recibiendo y colocando grandes tinajas de chicha* cerca de las paredes. Todos estaban vestidos elegantemente y se comportaban bien. Los muchachos se reunían alrededor de un vallado que tenía una puerta de entrada a la plaza. Las muchachas se sentaban derechas en sus asientos, y se veían alegres y simpáticas. Entre todos, sólo observé a dos personas blancas, que eran de ascendencia española, y estaban elegantemente vestidas de azul. El pueblo estaba lleno de gente de la región circunvecina. Los músicos desfilaban alrededor de la plaza detrás de seis matadores indios, luego de que éstos tomaran sus posiciones, siguió un estricto silencio. Se abrió una puerta, y súbitamente apareció un cóndor enorme, atado por el pico con una cuerda, en cuyo extremo opuesto estaba amarrado un hombre de gran tamaño. Esta sorpresa causó gritos y risas. El ave aleteó sus enormes alas y se movió de un lado a otro tratando de escapar. La música comenzó nuevamente, y lo sacaron, cuando, durante otra pausa silenciosa, irrumpió un novillo salvaje. A medida que los hombres gritaban, se detuvo en el centro, como si estuviera esperando que lo oigan. Pronto empezó a moverse; sacudiendo la cabeza, arremetió, y derribó a un hombre. El indio cayó tendido sobre el suelo; el toro bramaba con furia, mientras trataba de meter sus cuernos debajo del cuerpo para lanzarlo al aire, tirando tierra hacia atrás con su pata delantera. Al no lograrlo, se puso de rodillas, sin embargo el indio estaba demasiado pegado al suelo como para levantarlo. Otros entraron y molestaban al toro para alejarlo, cuando embistió a varios, hasta que el animal estuvo completamente exhausto. Luego acometió contra la puerta, y la gente se rió tanto de él, que regresó furioso; sin embargo, habían muchos en el campo, y estaba confundido, y no pudo decidir a quien de todos nosotros podía atacar. Se retiró con la música; otros entraron, hasta que la tarde llegó a su fin. Cuando habíamos avanzado bastante por nuestro camino, José dijo que la gente bailaba contenta toda la noche. Desde lejos traen la chicha* en burros, en bolsas grandes de cuero crudo, bien taponadas; cuelgan dos bolsas sobre los costados del animal.

En la cañada plana que está cerca del pueblo de Suriti (sic: Surite) se enfrascaron algunos peces pequeños de un arroyo cuyas aguas provienen de las nieves. Durante una fuerte granizada que venía del sureste, las ovejas se reunieron en pequeños grupos, y permanecieron en círculo, con las cabezas ocultas, como una manada de perdices que va a descansar. Los pedriscos eran tan grandes como arvejas. Los truenos resonaban cerca de nuestras orejas. Al mediodía, termómetro, 65 `; dos horas después, en medio de la granizada, bajó a 41º .

En el valle se encuentra una gran cantidad de patos, gansos, agachadizas, y zarapitos negros y grandes. En la estación lluviosa, se inunda una porción de las tierras. Ahora el ganado tiene buen pasto. Esta tierra muestra los restos de un gran lago, a juzgar por las apariencias. Los sedimentos anuales que son arrastrados desde las montañas disminuyen la profundidad del agua al final de cada estación lluviosa. La tierra se levanta gradualmente, se forman canales, y el agua drena, lo cual con el tiempo librará al valle de las inundaciones. Cuando los peces se extinguen, el ganado encornado y los hatos de los pastores ocupan sus lugares. Los indios están desmenuzando los rastrojos de cebada con arados. La población aumenta. El camino está pavimentado a medida que ascendemos a la cima de una quebrada pequeña, y pasamos debajo de un arco grande, el cual sostiene un acueducto de piedra bien construido. Nos detuvimos, y contemplamos con deleite la antigua curiosidad del Nuevo Mundo - la ciudad del Cuzco, que siglos atrás fue la morada de los Incas. La vista es hermosa. Delante de las colinas no lejos de ellas, al oeste del valle, vemos las ruinas del Templo del Sol; los campanarios de iglesias católicas se levantan en medio de construcciones más pequeñas en esta extensa ciudad. El suelo del valle está cubierto de prados, mientras que a lo lejos, al frente de las iglesias, están los Andes cubiertos de blanca nieve en un cielo de color azul claro. Repentinamente una nube espesa que venia del sur se puso sobre la ciudad, y llegamos a la plaza bajo una fuerte lluvia. Al entrar a la casa de gobierno, encontré al prefecto del departamento del Cuzco muy enfermo en cama con "peste" (influenza), atendido por un doctor y un sacerdote. Su edecán se presentó con uniforme de gala, y riendo me dijo que era teniente de la marina peruana, con grado de mayor en el ejército. Llegamos a tiempo para una buena comida: sopa, pescado del Apurimac (sic), carne de res, aves de corral, papas, yuca*, arroz, y ensalada, con piñas, chirimoyas*, plátanos verdes, naranjas, y granadillas. El vino que se elabora en este valle es dulce y suave, superior al de Yca (sic); en la ladera oriental de los Andes se cultiva un café excelente. José colgó sus alforjas detrás de la puerta, por temor a que los perros se coman nuevamente su pan y queso. El viejo y las mulas necesitan descansar. Llevamos cuarenta y cinco días de camino desde Tarma. Luego de saldar cuentas con los arrieros* de Andahuailas (sic), les aconsejé ser más cuidadosos con su dinero; nunca gastarlo en chicha* para ellos antes de comprar alimento para sus mulas, lo cual me prometieron no ocurriría nuevamente. Al partir, deseaban besar mi mano - una práctica que fomentan los sacerdotes y las autoridades, pero que es particularmente detestable para el norteamericano, especialmente después de que el pobre indio ha cumplido fielmente sus obligaciones.

23 de agosto de 1851.- A las 8 a.m., termómetro, 57º; termómetro húmedo, 55º. En la plaza encontramos, en venta, maíz, cebada, trigo, legumbres, camotes, papas blancas, chirimoyas*, plátanos verdes, bananas, naranjas, limas, papayas, sandías, granadillas, e higos secos, de la estación; también duraznos, manzanas, uvas, y cerezas. Hay una gran exhibición de cerámica, bien hecha, y pintada caprichosamente. Las mercancías de algodón blanco y estampado tienen precios elevados; igualmente las telas burdas de lana, especialmente las de color azul y escarlata. Aquí, toda la población necesita ropa gruesa. Los indios consumen las mercancías burdas, y los botones de hueso oscuro, grandes y extravagantes. Los criollos por lo general usan velarte. Todos tienen una capa, muy usada .junto al quicial, o en las esquinas de las calles, en donde el usuario haraganea al sol. Usan sombreros de ala ancha blancos o sombreros tejanos durante la semana, pero los domingos usan sombreros castoreños negros. Los chullos están muy de moda, son hechos de lana y de algodón, con orejeras, y cordones para amarrar debajo de la barbilla. Las damas, en la iglesia, usan vestidos de seda negra, finos chales de seda y medias; todavía no usan cofias. El sábado, los zapateros ingresan a la plaza, en donde sus esposas y sus hijas venden el trabajo de la semana. Es un espectáculo divertido ver a los habitantes probándose zapatos; los caballeros aprovechan la oportunidad para galantear a las damas en relación a sus pequeños pies, lo cual nunca es ofensivo.

La ciudad del Cuzco tiene una población escasa. En el departamento hay 346,031 almas. Hay muy pocos esclavos africanos en los departamentos del sur.

Encontré una disposición muy favorable en relación a la expedición, con un deseo de ayudarme. El prefecto ofreció veinte soldados para que sirvieran de escolta en la región baja, al este de los Andes. Varios hombres jóvenes se ofrecieron como voluntarios para acompañarme. Los ciudadanos sostuvieron una reunión con el propósito de formar una compañía para que se uniera a mí. A sugerencia de ellos, se solicitó al Presidente del Perú el pago de veinte mil dólares, asignados por el Congreso, para la exploración del Río* Madre-de-Dios (sic: Madre de Dios), que se supone es el mismo que el río Purús que nace entre las montañas hacia el este del Cuzco. También me complació mucho oír que un animoso y joven oficial había pedido comandar los soldados. Después de cierta investigación, me enteré de que la cabecera del Río* Madre-de-Dios (sic), estaba a cierta distancia más allá del límite entre la civilización y los salvajes, los indios chunchos.

16 de setiembre. - El día de mi partida había llegado, pero ni los voluntarios ni la tropa de línea estaban listos. Richards estaba enfermo, y lo dejamos junto con el equipaje. El destacamento quedó reducido a José y a un muchacho indio, quien arreaba un caballo viejo, que llevaba una caja de instrumentos, un pequeño equipo para campamento, y galletas como carga. Las mulas estaban en buenas condiciones. Subimos por las colinas que están hacía la izquierda del valle, tomando el camino corto o de doce leguas hacía Porcatambo (sic: Paucartambo). Viento y rumbo hacia el este, con una lluvia fría que caía en pequeñas gotas; temperatura de un manantial, 60º; aire, 54º. Un puente que está sobre el río Urabamba (sic: Urubamba) está construido con cables de broza. Nuestras mulas nos causaron muchos contratiempos para hacerlas cruzar. José fue enviado más abajo del puente para que hiciera vadear al mulo -"Bill"- ya que una mujer gorda y tísica manifestó que sus patas traseras eran demasiado peligrosas para estar a su cuidado. El río corre hacia el norte, entre montañas, que se extienden de norte a sur, con estratos perpendiculares de roca y arcilla roja, y es un tributario del Santa Ana. Nos topamos con manadas de mulas, cargadas con fardos de hojas de coca, que iban camino al Cuzco. Al amanecer, en la mañana, a medida que entrábamos a una profunda garganta, las brisas tibias del este, mezcladas con el aire frío de las montañas, me hicieron recordar la época de primavera en casa. Un anciano indio bien vestido, con un chaleco escarlata, nos ofreció amablemente parte de su desayuno; lo estaba tomando en la puerta de su pequeña y solitaria cabaña, entre estas montañas abruptas. A las 6 a.m., termómetro, 60º, y a las 6 p.m., 66º. Cruzamos un puente de piedra bien construido que está sobre el río Mapacho, del cual se dice que corre hacia el norte y desemboca en el Santa Ana, pero esto es incierto, Las casas del Pueblo de Porcatambo (sic) son pequeñas, y tiene siete mil habitantes; tiene una apariencia miserable, a excepción de los indios, quienes están llenos de salud y de vida. Muchos de ellos tienen rostros nobles, y están dispuestos a hacer cualquier cosa que se les pida, salvo entrar a la región baja que está hacia el este. Al igual que los criollos del pueblo, tienen un gran temor a la tribu de indios chunchos, quienes están en guerra con el gobierno peruano. El subprefecto y su esposa fueron muy amables; veinticinco criollos fuertes y sanos se ofrecieron como voluntarios para acompañarme; acepté sus servicios, pero al día siguiente el arriero* alarmado, desertó; todos los voluntarios sin excepción se echaron atrás, a lo que José insinuó que los voluntarios no actuaban así en América del Norte; al mismo tiempo que reconoció francamente que tenía miedo.de los chunchos.

Nuestro camino se extiende a lo largo del río por el estrecho valle, en donde los indios estaban arando con bueyes; los durazneros, manzanos y cerezos están florecientes. Los indios construyen sus casas parcialmente de madera; tallan cucharas, tazones, platos, y cestas, hermosamente, con cinceles de hierro. A las 5 p.m., termómetro, 68º. En la granja Totora, nos detuvimos para pasar la noche, y nos encontramos con un joven de Filadelfia, llamado Charles Leechler, dedicado a la recolección de corteza peruana desde hacia varios años. Al comienzo, hablaba con dificultad en su lengua nativa, pero con un verdadero espíritu norteamericano me aseguró que yo podría contar con él como compañero. Conocía partes del país que se me había ordenado explorar; sus servicios eran los más aceptables. Se unió a mí.

Desviándonos del río subimos una escarpada cordillera - la cadena oriental finalmente. Una niebla espesa se mueve hacia arriba a medida que los vientos la dirigen contra la ladera de los Andes, de manera que nuestro panorama queda reducido a unos cuantos cientos de yardas. Esperamos que la cortina se levante para poder ver los productos del valle tropical que está abajo; pero la niebla se vuelve más densa, y el día se oscurece con espesas nubes negras que se acumulan en la parte de arriba; sobreviene un temporal. Los pastos están bastante crecidos, y la cima de la cordillera está cubierta de una gruesa capa de tierra herbosa. Según el barómetro estamos a once mil pies sobre el nivel del mar. Me vi obligado a dejar mi caja de instrumentos en Porcatambo (sic) debido a los malos caminos, y a fin de llevar cebada para las mulas. De conformidad con la ley, la carga de una mula que desciende la ladera oriental de los Andes es de ciento cincuenta libras - la mitad de la carga habitual. Se ven patos silvestres alimentándose en los lagos pequeños.

21 de setiembre de 1851.- Al mediodía, termómetro, 54*. Al cabalgar a lo largo de la cordillera hacia el norte, el camino súbitamente cambió hacia el este, y al descender inmediatamente, encontramos follaje, flores, y fruta; entre ellas unas cuantas conocidas - la mora y el arándano comunes; el fruto es grande, pero muy ácido. A cada paso que damos la vegetación aumenta de tamaño, hasta que, después de descender la ladera, estamos rodeados de árboles del bosque. Ya que nuestro recorrido desciende dando vueltas hacia el centro de la tierra la brújula no nos sirve. Huesos de mulas y caballos que murieron al caer por estos precipicios, que no merecen llamarse caminos, trazan la ruta. Entre las ramas de los árboles los loros estaban cotorreando con los monos; filas de hormigas grandes cruzan nuestra senda. Nunca se ve este insecto en la cima de los Andes. Bajo un cobertizo rudimentario al lado del torrente de montaña, Cherimayo, encontramos protección contra la fuerte lluvia que caía en gotas grandes. Termómetro, 61º a las 5 p. m. No hay pastos para nuestras mulas; están limitadas a la senda por el denso crecimiento de arbustos y enredaderas, y se les mantiene cerca toda la noche cercando el sendero por ambos lados. Al preguntar a Leechier por el número de habitantes, me informó que unos cuantos hombres recolectaban corteza peruana en el monte, pero que era difícil decir donde estaban, ya que los quinos no están diseminados abundantemente por la región. Aquí, a la corteza que está cerca de la base de los Andes se le considera inferior. La de mejor calidad se vende a veinticinco dólares cada cien libras en el mercado del Cuzco.

Pronto llegará la estación lluviosa regular, cuando todos los cascarilleros* (tal como llaman a los recolectores de corteza) llevan la corteza a casa. Ellos entran aproximadamente al inicio de la estación seca, o alrededor de mediados de mayo; andan errantes por la selva virgen. Cuando encuentran árboles, construyen una pequeña casa para protegerse durante la noche, bajo la cual mantienen seca la corteza. Talan el árbol con un hacha, sacan la corteza, la secan, la ponen en pequeños atados, y unos hombres -quienes por lo general son mestizos- los llevan sobre sus espaldas al punto más cercano al cual pueda traerse una mula.

Esta es una vida de gran penuria; los trabajadores a menudo no tienen como abastecerse de provisiones en el bosque. En caso de fiebre, sin embargo, tienen buen abastecimiento de quinina; pero muchos de ellos mueren. El clima es muy variable; cae una lluvia fuerte y fría, alternándose con los rayos de un sol tropical. Leechler señaló los quinos; los cascarilleros* los distinguen desde lejos por sus hojas de color brillante; muy suaves y de color verde claro, con una hoja amarillenta aquí y allí. Parándose en un lado de una cañada, los hombres estiman el valor del lado opuesto, o trepan a las copas de los árboles más altos e inspeccionan la región de los alrededores. Aquí los árboles del bosque son muy valiosos por sus variedades de maderas ornamentales. Leechler también intentó darme una idea de la cantidad de pieles de tigre hermosas y valiosas que pueden encontrarse entre los arbustos. Yo había estado pensando en el salto de agua que cae con fuerza junto a nosotros para un aserradero; cuando, antes de ir a dormir, me dijo, "Señor, cúbrase la cabeza durante la noche; ya que las serpientes aquí son muy grandes. " Estos son productos que no siempre se enumeran en una lista comercial.

A las 5.30 a.m., termómetro, 49º; temperatura de un arroyo, 19º. Mañana clara. El camino estaba sumamente obstruido con bambú, y en muy malas condiciones. Tenemos que detenernos a reparar el camino, o cortar la broza, las ramas mojadas nos mantienen húmedos; de vez en cuando una de las mulas que va delante choca contra un nido de abejas, lo cual pone todo en actividad. Nuestras mulas se hunden en grandes hoyos de fango, y se raspan entre las raíces de los árboles. Al mediodía, termómetro, 74º, mostrando un aumento de 20º desde el día de ayer a esta hora. El territorio es accidentado; las colinas están completamente cubiertas de árboles del bosque. Aún falta mucho por descender. Al llegar a la casa de un intruso, nos alojamos parra pasar la noche. Los cascarilleros* traen su corteza aquí para depositarla. El lugar es llamado Cueba. Tres familias viven en casas de bambú; los hombres y las mujeres están ocupados limpiando pequeños pedazos de tierra, donde plantan caña de azúcar, camotes, zapallos, pimientos, bananos, naranjas, papas, sandías, algodón, y yuca*. Probablemente hay un total de 40 acres limpios. La yuca* sirve de pan en los lugares donde no tienen harina; es una variedad de papa como el ñame de Panamá. Es una raíz que tiene forma de betarraga, nace de un árbol pequeño, que al crecer alcanza la altura de un hombre, con un tronco tan grueso como su dedo pulgar, y que tiene un manojo de hojas en forma de patas de gallo en la parte superior del tallo. La plantan colocando esquejes en hileras separadas, de manera que sea posible mantener a la planta libre de hierbas malas. La yuca* es apreciada y deliciosa, ya sea sancochada o tostada. A la gente le gusta mucho, y alardea acerca del tamaño de algunas de ellas. Nunca vi una mayor de 18 pulgadas de largo, ni con más de diez o doce libras de peso; por lo general eran más pequeñas; aunque ciertas personas que se encuentran lejos de sus hogares me contaron seriamente que en la Montaña* una es suficiente carga para una mula. A la mayoría de extranjeros les gusta instantáneamente la yuca* como verdura.

Limpiar la tierra es un trabajo pesado; los árboles que se cortan al final de la estación húmeda, cuando están llenos de savia, arden con gran dificultad. La broza y la maleza gruesa molestan, aunque la tierra es muy productiva, después de haberla limpiado bien. Nuestras mulas encontraron una hierba azulada, que brota luego de exponer la tierra al sol, y que mantiene al ganado en buenas condiciones. Los habitantes son en su mayoría criollos españoles, y parecen llevar una vida miserable. Incluyendo a los cascarilleros*, puede decirse que hay aproximadamente 25 personas que habitan las casas. No hay nadie más en los alrededores. Les alegra ver viajeros para oír las noticias, ya que ellos están aislados del mundo. Es posible llegar a este lugar por una ruta menos precipitosa, cruzando la cordillera más próxima a Porcatambo (sic), y entrando a la montaña* yendo más hacia el sur. Es lo que nos informan los cascarilleros*, quienes son las máximas autoridades con quienes estarnos deseosos de consultar.

En la noche, me dieron cortésmente el centro del piso de una de las casas coino cama. Tres hombres durmieron a uno de mis lados y al otro la lindísima mujer de la casa, con un bebe lactante entre nosotros, que pareefa tener un apetito sumamente extraordinario por la leche, y que resollaba y jalaba constantemente como si fuera una cría amamantándose. Las casas están construidas de bambú, colocado con una separación de aproximadamente cuatro pulgadas, de manera que pueda entrar el aire. Después de que todos nos dormimos, algo hizo ruido cerca de nuestras cabezas, y en la mañana las huellas de un tigre grande indicaban su deseo por un bebe. Los hombres pensaron que por las pisadas debía ser un monstruo; y señalaron el lugar por donde metió su garra a través de la abertura, pero su brazo no fue lo suficientemente largo. Pocas veces son tan audaces, y debe haber estado muy hambriento.

Descendiendo gradualmente, atravesamos el río Tono. Agua, 63º; aire, 74º, a las 9 30, a.m. Las colinas se hacen más pequeñas; el camino en algunos lugares es más parejo, hasta que de pronto flegamos a una pampa abierta, cubierta de un pasto abundante, en la cual está pastando una manada de mulas. Hay cuatro casas construidas una junto a la otra, y cerca de ellas hay un sembrado extenso de piñas. Una india estaba en casa; era quechua. Después Llegamos a la granja San Miguel, en donde un gran número de casas han sido construidas delineando un cuadrado, con una pequeña iglesia de madera, y excelentes naranjos en el centro, bajo la sombra de los cuales; me abrazó el Padre Julian Bovo de Revello, un misionero franciscano, miembro honorario de la Sociedad Agrícola de Santiago de Chile.

Lunes, 22 de setiembre. - A las 3.30, termómetro, 81º. Ahora estamos en el poblado de la frontera oriental, en donde cien hombres están ocupados cultivando la planta de la coca. Plantan la semilla en hileras como el maíz. En dosaños, el arbusto, de cinco o seis pies de altura, ha crecido por completo, tiene hojas verdes y lustrosas de dos pulgadas de largo, con flores blancas, y bayas de color escarlata. Las mujeres y los muchachos están recolectando ahora las hojas maduras, mientras que los hombres están removiendo la mala hierba de los campos. La recolección se efectúa tres veces al año, en bolsas de algodón. Extienden las hojas al sol sobre esteras para secarlas. Cuando el clima es húmedo las extienden bajo techo, y las mantienen perfectamente secas, de otro modo se deteriora la calidad, y el precio de mercado disminuye enormemente. Los arbustos producen por un periodo de cuarenta a setenta años, al cabo del cual es necesario volver a sembrar. Guardan las hojas en fardos de tela de algodón de setenta y Clow libras cada uno, y los envían al Cuzco, donde se vende a quince dólares cada fardo. Los indios mastican la hoja, y en ocasiones la toman Como té. Hay una demanda constante de dichas hojas. Aquellos que trabajan en las minas.son'Nasicadores empedernidos. En los viajes largos, o cuando se experimenta fatiga de cualquier clase, reemplaza a la hoja de tabaco. Tiene un efecto sedante. Algunos viejos masticadores utilizan cal muerta o cenizas de ciertas raíces para darle un sabor más exquisito. Dicha planta sólo puede cultivarse en un clima húmedo Nunca se le encuentra en los valles profundos de los Andes. Constituye el comercio interior más importante del departamento del Cuzco, y es lo que induce a los colonos a aventurarse a la base de los Andes. Aunque se puede sembrar productos tropicales, estos rara vez son cultivados en gran extensión. Se puede obtener café, caña de azúcar, algodón, arroz, chocolate, tabaco, limas y limones. El padre atiende los cultivos experimentales y la crianza de ganado; tiene un hato pequeño, unas cuantas vacas traídas de las cimas de los Andes; también tiene patos, pichones, y pollos, a los cuales alimenta con el maíz que él cultiva con sus propias manos. Su arroz de las altiplanicies es muy bueno sin haber.sido inundado. El padre es un perfecto representante de Robinson Crusoe; aunque él no tiene cabras, tiene cuatro perros. Un viejo soldado de Santa Cruz hace las veces de Viernes. En su pequeña cabaña tiene unos cuantos libros y dos sombreros viejos. Usa uno cuando trabaja en su granja, en el otro una gallina vieja pone un huevo todos los días . Parece estar feliz, pero dijo que deseaba, mucho ir a casa, a Italia, por la ruta del Río* Madre-de-Dios (sic) y el Amazonas, ya que pensaba que si podía encontrar un camino hacia el Atlántico por el cual pudieran venir sus compatriotas, él haría una fortuna.

Había llegado al final del camino para mulas. La única manera de acortar la distancia entre nosotros y el Atlántico era desmontar y abrir una ruta por el bosque a pie. La maleza es tan espesa, que es difícil ver por donde pasan los tigres y otros animales salvajes.

José se quedó a cargo de las mulas. Con un barómetro y un poncho colgados a mi espalda, un revólver al cinto, y un cuchillo largo en la mano, arremetf por el monte, en compafiia del padre, Leechler, y cuatro indios; el padre llamaba silbando a sus perros. Después de una lucha sumamente difficil, al cabo de doce horas Llegamos a la ribera del río Cosnipata (sic), en el territorio de los salvajes chunchos. El río es muy veloz, tiene un lecho rocoso, de cuarenta yardas de ancho; el agua es de color verdoso. Este no nace por el sur, en la cordillera de Carabaya, donde la gente está en los lavaderos buscando oro. La marcha del día fue por un territorio plano, con excepción de dos pequeñas colinas. Leechler cazó dos pavos silvestres, y un pescado muy bueno, que sirvieron para el arroz sancochado y el maíz seco de la cena. Teníamos muchísimás picaduras de hormigas asi como aguijonazos de abejas. Los brazos derechos estaban cansados de abfir una ruta con machetes. Según nuestro cálculo, hemos viajado nueve millas; se construyó una casa de arbustos; nuestras camás, el suelo desnudo; los perros están echados junto a nosotros; se habian desplazado en todas direcciones durante el dia, y estaban muy cansados. El padre Llamaba a uno de ellos Paititi, en honor de un extenso pueblo de los chunchos, situado en la selva virgen al noreste de donde estamos; a otro Alerto, (vigilante); al tercero Cabezon, (cabeza grande); y al cuarto, Valedor, (protector). Paititi era un perro de tamaño mediano, de cola corta y de color chocolate, era el más valiente y activo. El padre me lo presentó amablemente. Uno de los indios cayó enfermo; le administró tres pildoras contra la bilis, que lo curaron después de una dormida. Al cortar suficiente madera de balsa temprano en la mafiana, se ataron los troncos juntos, y la primera balsa de construcción norteamericana fue echada al agua de este tributario del Amazonas. Me embarqué con Leechler y un anciano indio hacia la otra orilla. Había cascadas más arriba y río abajo de donde estibamos; la corriente era veloz; impelfamos la balsa con peIrtigas parte del camino, pero pronto encontramos que el río era demásiado profundo para ese proceso. Desembarcamos en una isla pequeña y rocosa, después de que casi fuimos arrastrados hacia la caseada; Leechler perdió la balsa al ir de regreso por el padre; la corriente fue demásiado veloz para él, y tuvo que nadar para salvar su vida, mientras que nuestra barca fue Llevada velozmente río abajo, y se destrozó contra las rocas. A la 1 p.m., termómetro al sol, 100º , temperatura del agua del río, 70º. Al atardecer, Leechler había estado trabajando con el padre y los indios, cortando más troncos de Árbol. Cruzó a nado, y prefirió pasar la noche en la isla conmigo a dormir en el monte; nos echamos sobre las rocas, bajo una intensa fluvia, con fuertes truenos, que resonaban allá arriba en los Andes. A medianoche, el anciano indio nos Llamó desde nuestra cama de agua; el río estaba creciendo; la noche era oscura, y llovfa a cántaros. Encendimos un fósforo, entonces descubrimos que no podríamos escapar; vimos que las aguas corrfan rápidamente entre nosotros y la orilla; una crecida repentina de tres pies nos arr-astraría. Leechler me aseguró que no podríamos alcanzar la orilla nadando. El anciano indio dijo que "yo era un hombre malo por Llevarlo allí, cuando él no podía nadar". Se colocó una marea al borde del agua, y nos sentamos muy incómodos a esperar lo inevitable. El bramido de las aguas era tremendo. Al mirar la marca, Leechler encuentra que el tamaño de nuestra isla se ha reducido enormemente debido a la inundación. El anciano indio oye ladrar a los perros, y pensamos que los chunchos están atacando al padre en tierra firme; me culpel a mí mismo por haber traído a estas personas tan lejos. Si el río continda creciendo a la velocidad actual, estaremos perdidos; de pronto, el anciano indio mirando hacia arriba, volteó hacia Mí con ojos de alegría, señaló hacia el sureste, y dijo en quechua, "alba". Esto fue un gran alivio, especialmente al ver la sonrisa del indio; era expresiva, natural, y sabia. A medida que amanecía, la tormenta se serenaba, e inspeccionamos nuestra prisión. Las aguas se Había puesto turbias, la madera flotante pasaba saltando junto a nosotros, unos troncos enormes rodaban a medida que flotaban río abajo; el tucán silvestre, con su enorme pico, chillaba a medida que volaba sobre nosotros hacia su nido; los peces parecían regocijarse con la inundación, saltando en el aire corno si estuvieran haciendo sefias para que crezea el río; mientras que el buen padre ya entrado en años, que Llevaba vestiduras del color del tabaco rapé, nos indicaba con señas que las aguas estaban bajando. Las olas que se levantaban por el rápido movimiento del agua en medio del canal Llegaban casi a I& altura de nuestras cabezas, y el tamaño de la isla se Había reducido enormemente. El agua disminuye muy pronto después de que pasa la tormenta, y alcanzamos la tierra firme del otro lado. Leechler perdió una segunda balsa al tratar de cruzar nuevamente el río para traer al indio, y pasamos otra noche con el destacamento dividido. Nuestras provisiones se estaban acabando. Ahora se construyó una pequeña balsa de bambú, encima se puso el barómetro, las pistolas y la ropa. Dejamos mis provisiones al anciano indio, y se le dijo que se quedara allí hasta que regresáramos. El indio dijo que "si lo dejIbamos solo, los chunchos lo matarian, o los tigres lo devorarfan en la noche; si lo dejábamos saltarfa al río"; pero nuevamente se le ordenó quedarse donde estaba mientras buseábamos ayuda, que cuidara de sus provisiones, y pronto estarfa con sus amigos. Le dijo a Leechler que obedecerfa, pero que "primero deberfa traer su coca", que estaba al otro lado.

Con Leechler en un lado de la balsa de bambú y yo en el otro, saltamos al río y después de un arduo trabajo, nadando, alcanzamos al padre a tiempo para evitar que nuestra balsa cayera por la cascada. Al atardecer estábamos en la granja San Miguel, después de tres; días de arduo trabajo, y de dos noches sin dormir. Luego de descansar tuvimos muchas dificultades para conseguir personas que fueran con nosotros por el anciano indio. El padre pronunció un discurso animoso entre ellas, que tuvo el efecto deseado. Al atardecer acampamos en la confluencia de los ríos Tono y Cosnipata (sic). Para mi gran alegría, el anciano indio apareció frente a nosotros, después de que Leechler lo Llamara. Temprano en la mañana, derribamos un árbol transversalmente sobre el Tono, por donde atraviesa una masa de rocas, y al descender una. cierta distancia a lo largo de las riberas de dicho arroyo, llegamos a un paraje tranquilo del río. Se construyó otra balsa con la cual rescataríamos al anciano indio, pero también se perdió, y rescatamos a los hombres derribando un árbol de gran tamaño sobre las rocas, al cual se asieron. El anciano indio se Había comido todo lo que tenía la noche que lo dejamos, y ahora estaba muy hambriento; estuvo encantado de recibir su coca, y me entregó los cigarros que le di para que fumara. Entretuvo a los otros indios, contándoles cómo lo Había tratado el hombre blanco. Después de seguir por el Tono todo el día, Llegamos al río Piñipiñi, un río tan grande como el Tono, con un ancho promedio de cuarenta yardas. Vi de inmediato que no podríamos Llegar más lejos, pero fue una satisfacción ver estos dos ríos, el Tono y el Piñipiñi, unirse y formar la cabecera del río que los indios quechuas Haman Anwru Mayu, (río serpiente), al cual el padre Revello le Había puesto el nombre de "Río* Madre-de-Dios" desde hacía poco tiempo, debido a que los chunchos Habían asesinado a un gran número de criollos e indios quechuas, y después de destruir su pequeña iglesia, Habían arrojado la imagen católica a un arroyo tributario, de donde Había flotado río abajo, siendo encontrada sobre una roca al centro del Amaru-Mayu.

Este río es muy veloz, de aproximadamente setenta yardas de ancho, y no navegable en el punto en que lo veo, que está a 12º 32' de latitud sur, 70º 26' de longitud al oeste de Greenwich, y según medición barométrica a 1,377 pies sobre el Océano Pacífico; mostrando un declive de 9,723 pies desde la primera flor que está sobre la falda del cerro que tenemos a la vista; unas colinas pequeñas obstruyen nuestra vista del río después de que da la vuelta. Leechler me informa que los cascarilleros*, desde lugares prominentes de este lado de los Andes, han visto indios cruzando el "Madre-de-Dios" en canoas, entre In islas, que se encuentran río abajo a poca distancia de nosotros; y que el río es muy sinuoso en su curso a través de una región plana. El padre ha visto un río Llamado "Marcapata", al oeste de donde nos encontramos, que corre hacia el noroeste, y que probablemente río abajo desemboca en el Madre-de-Dios (sic).

Esta es una bella región; bien irrigada, y por su apariencia general adaptada para la agricultura, aunque desierta y despoblada hasta donde hemos visto, a excepción de monos de diferentes especies, quienes al atardecer están muy ocupados cortando el interior de los tallos de bambú para extraer el agua que hay allí, la cual toman como si fuese su té.

Sentimos una gran ansiedad por visitar la isla en una canoa de los chunchos; por hacer amigos bajo la sombra de un huerto de bananos; por contratar en la puerta de estos indios una travesfa at Amazonas, e ir a casa por dicha ruta. Además, deseaba ver el efecto que un regalo de parte del padre, unos ángeles, ilustraciones sacadas de una caja larga de hojalata que Llevaba bajo su brazo, producía en estos hombres salvajes; pero esto es imposible, y nos echamos cerca de la cabecera del Madre-de-Dios (sic), para dormir hasta la mañana, con treinta y ocho leguas de camino para viajar de regreso al Cuzco.

Las hormigas nos molestaban. Antes de que rompiera el día, todos nos levantamos repentinamente de nuestro lecho arenoso; los perros se escondian con la cola entre las patas; todos nos despertamos más o menos incómodos con el gruflido de dos tigres de gran tamaño que estaban al otro lado del Piñipiñi. Una brisa ligera circulaba de nosotros hacia ellos; olfateaban un desayuno, mientras que los indios asomaban silenciosamente sus cabezas. Miraba el agua, esperando verlos zambullirse y nadar hacia nosotros. Leechler examinó mi escopeta de dos camiones, y riendo exclamó en inglés, "Ies damos las gracias cordialmente, las Lluvias en las montañas han inundado el Piñipiñi durante la noche, y por lo tanto, no podemos desayunar juntos esta mañana".

Después de nuestro desayuno consistente en arroz sancochado, dimos la vuelta, y en nuestra ruta vimos las huellas de cinco chunchos sobre los arenales. Sus pies son muy pequeños, y caminan con los dedos bien metidos hacia dentro.

Cazan en grupos pequeños de cinco a siete indios, siempre acompañados de una mujer, quien Lleva la pesca y la caza, cocina y hace todo el trabajo pesado, mientras ellos van de un lado a otro con sus arcos y flechas. Son implacables con los peruanos, y no les dan cuartel; los acechan en los caminos hacia Porcotambo (sic), y desdecían cualquier ofrecimiento de amistad. Estamos en su territorio de caza. Aquí encuentran peces grandes, pavos silvestres, y una variedad de faisán, del tamaño de las gallinas de Guinea. Se dice que rinden culto a los animales valientes y a los reptiles, tales como los tigres y las serpientes venenosas; por lo general, son hombres y mujeres más pequeños que los indios de los Andes. Los extremos internos de sus ojos están doblados hacia abajo; caminan con las cabezas inclinadas; la expresión del rostro es de malhumor, sin la menor serial de una sonrisa. Tales son las informaciones de los hombres que están conmigo.

Nos detuvimos en Chapemayo, que colinda con San Miguel, para ver al anciano indio seguro en manos de su esposa, a quien los indios Habían dicho, cuando regresamos sin é1, que había sido asesinado por los chunchos. El encuentro fue muy modesto.

José estaba fascinado; el viejo habla expresado grandes temores acerca de que él no nos volvería a ver jamás. Las mulas estaban en buenos pastos, Pero tenían muchísimas mordeduras de vampiros, los cuales las muerden en las noches en la piel del cuello, y les sacan tanta sangre que Began a debilitarlas. El padre estaba muy triste por el resultado de nuestro reconocimiento. Fue bastante amable en darme un resumen de una tabla meteorológica que él tiene el hábito de Llevar. Aquí es posible cultivar tres cosechas de maíz en un año, sin embargo la gente no desciende los Andes para establecerse en esta productiva región.

El agricultor trabaja en gran desventaja. En la mañana nunca sale de su casa a cultivar el campo sin armas de fuego. Están a expensas de mantener vigilantes apostados constantemente, para no ser sorprendidos por los chunchos. La gente tiene miedo de ir sola de granja en granja. Algunos han sido asesinados; otros han muerto por enfermedades provocadas por la fatiga, un sol ardiente durante el día, y el hecho de no poder dormir en la noche. Por lo general, el cultivador de coca deja a su esposa e hijos en Porcotambo (sic) antes de emprender sus obligaciones habituales en la montaña*.

Tengo entendido que hay a1gunas tierras despejadas a Poca. distancia. hacia el este de estas cuatro granjas que han sido abandonadas, o cuyos ocupantes fueron casi todos asesinados por los chunchos hace algunos años, no habiéndose aventurado a ir otros desde entonces.

Al Llegar a la cima de los Andes, descubrimos que el tubo del barómetro se Había roto en el camino. Se abrió un agujero en la parte superior de nuestra cafetera, lo suficientemente grande como para introducir un termómetro, y el agua en ebullición determinaba la altura de las montañas.

El día es agradable, damos un úItimo resuello y descansamos; las nubes se disipan y mientras estamos sentados sobre la cima plana de un pico de los Andes, vemos a lo lejos hacia el este la magnífica vista que hemos estado esperando ansiosamente. Hacia abajo observamos las fértiles tierras bajas desde una altura de más de nueve mil pies. Es como observar el océano desde lo alto; aquellas colinas uniformes que se dirigen hacia el noroeste y el sureste, que disminuyen de altura a medida que aumenta la distancia, parecen olas de mar avanzando ondulantes hacia las montañas. Toda la superficie está cubierta de una hermosa vegetación de Árboles del bosque, cuyo follaje se ve de un color azul intenso. Al mirar la brújula, siguiendo la dirección del punto noreste, vemos interrupciones en las colinas, por donde el Madre-de-Dios (sic) se abre camino a través de las grandes ondulaciones hacia el Océano Atlántico, atravesándolas en ángulos rectos. Mirando nuestro mapa en la parte este, vemos que el río Beni corre en dirección este desembocando en el Madeira; y nuevamente en la parte oeste, tal como lo señalan nuestras observaciones previas, el Santa Ana desemboca en el Ucayali. Sabemos que un río extenso desagua por sus cuatro desembocaduras una gran cantidad de agua en el Amazonas a 4º de latitud sur, y él 61º de longitud occidental, en donde se le llama río Purús. La posición geográfica del Madre-de-Dios (sic) nos obliga a creer que es el mismo que el Purús. Este es un asunto de importancia. Si es navegable para barcos de vapor hasta donde vemos ahora, forma la carretera natural hacia la parte sur del Perú. Toda la plata y el oro del Perú no pueden ser Comparados con los recursos comerciales no desarrollados de aquel hermoso jardín. La riqueza, fuerza y grandeza de una nación depende de una tierra y de una gente bien cultivada y productiva, junto con la ayuda del comercio y manufacturas. Las vetas de oro o plata se agotan; sin otra industria, sobreviene la pobreza, particularmente donde la gente ha sido instruida principalmente en poesía y gramática latina, tal como se ha visto es el caso en a1gunas partes de nuestra ruta.

Leechler me dice que no ha oido hablar su propio idioma desde hace diez años; que le gustaría mucho ir conmigo; "pero", dijo, "tengo una esposa y dos excelentes hijos en Porcotambo (sic)". Ha sido de tanta ayuda y ha estado cerca de mí en mis problemás, que me siento dispuesto a no moverme y conversar con él en buen inglés. Los cascarilleros* han visto islas en el lecho del Madre-de-Dios (sic). Durante la estación Lluviosa los torrentes de montaña arrastran la tierra que estA alrededor de las raíces de los árboles grandes; un árbol cae a un arroyo, y es flevado por las aguas; dicho árbol es arrastrado rápidamente hasta Llegar a una región plana, en donde la corriente de un río más grande corre lentamente; allí se Voltea, las ramás se hunden, y las raíces sobresalen del agua; las ramás evidentemente se prenden al fondo del río, mientras que sobre ellas se acumula tierra y arena; la madera flotante y la materia vegetal queda enredada en las rakes o se amontona junto al tronco. Este es un trabajo hecho según las leyes del Todopoderoso. De este modo se forma una isla; crece más y más cada aflo; a medida que aumenta de tarnafio, en medio del río, ocupa un espacio que antes estaba cubierto de agua. Debe pasar el mismo volumen de agua; al hacerlo abre un cauce más profundo, socavando tambión las riberas, cuya tierra y vegetación es arrastrada una gran distancia río abajo por las crecidas. Un cauce crece más que el otro; el más pequeño probablemente se Ilena por completo, y luego nuestra isla pierde su enlace con la tierra firme. Si el río fuera lo suficientemente extenso Como para poner a flote una embareación, y no hubiera cascadas entre él y el mar, dicha isla seria el punto de partida de la navegación. Suponiendo que se encuentre a 12º de latitud sur, 70º de longitud al oeste de Greenwich, la distancia desde la isla a la desembocadura del río Pur(is es de 735 millas; rumbo N.E. 1/2 E. desde la desembocadura del Purús río abajo por el Amazonas hacia el mar, se tiene una Iínea recta de 806 millas; rumbo E.N.E. 3/4 E. 735 + 806 = 1541, distancia que un vapor puede recorrer en seis días . Si se triplica este tiempo, por los virajes y paradas por combustible, entonces tenemos dieciocho días desde la desembocadura del Amazonas hasta esta isla.

Un barco, cargado con mercancías de lana y de algodón, y con arados de metal, y utensilios para la agricultura - de los cuales no hay ninguno, a excepción de algunos mosquetes viejos y miserables - con maíz, arroz, trigo sarraceno, cañamo, tabaco, todo tipo de semillas de flores para jardín, plantas, enredaderas, y zapatos, necesitaría veinticinco días hasta. la desembocadura. del Amazonas, dieciocho días hasta la isla, y diez días hasta el Cuzco: en total 53 días . Por la ruta que se viaja actualmente, por Cabo de Hornos hasta Way (sic: Islay), en el Pacífico - el puerto marítimo más cercano al Cuzco - la travesía duraría 105 días, y 15 días desde allí al Cuzco: en total 120 días. Para los comerciante el tiempo es Oro.

Sin embargo, el extenso río debe ser explorado arriba de su desembocadura. Cuando atravesamos a nado el Cosnipata (sic), con nuestra balsa de bambú, perdí mi sombrero de paja en medio del río. Si fuera encontrado en la desembocadura del Punis, en lo sucesivo afirmará que a él le corresponde todo el honor de haber decidido que el Cosnipata (sic) es un tributario del Purús. El comercio de caucho se está incrementando cada año. Actualmente, es la exportación más importante del Amazonas, y está destinada a ser de un valor mucho mayor. Hay unos cuantos árboles cerca, de nosotros.

Luego de que las mulas descansaron y se alimentaron bien en los pastos de las montañas, alcanzamos a un hombre pelirrojo, delgado y de piel cetrina, que caminaba lentamente detrás de un caballo viejo, cargado, con corteza peruana. Era un cascarillero* que regresaba del bosque al término de las faenas propias de la estación. Había estado enfermo y se dirigía a casa con una escasa recompensa. Mostraba un contraste impresionante con su esposa, quien le dio el encuentro a él y a su caballo. Ella era una negra sonriente, muy oscura, con dientes hermosamente blancos, quien había sido una esclava, pero que compró su libertad cuando su antiguo amo murió. El le dejó dinero, por el cual se casó el cascarillero* y lo gastó por ella.

Entramos cabalgando a Porcotambo (sic) tarde a la luz de la luna. Una muchacha india me hizo entrar a la habitación del subprefecto, en donde él y su esposa estaban acostados. Yo retrocedí sorprendido, pero no a tiempo para escapar sin ser visto. El y su esposa exclamaron que pasara. Yo me disculpé a través de la puerta; esto no fue considerado necesario; ambos insistieron en que entrara. A medida que se incorporaban en la cama, yo, en. un asiento que estaba cerca, les contestaba muchas preguntas, mientras que los sirvientes preparaban la cena y una cama para mí en otra habitación. La cantidad de labor ornamental alrededor de un gorro de dormir de mujer le sentaba bien al cabello y a los ojos oscuros. Veo que las mujeres están sumamente interesadas en la navegación a vapor y en los productos de otros países. Este pueblo se distingue por sus hermosas señoras*.

Al cabo de seis días , desde la. cabecera del Madre-de-Dios (sic), Llegamos al Cuzco, después de una ausencia de veintiún días. Richards todavía estaba muy débil, pero estaba recuperándose. El prefecto expresó sus excusas por no haber sido autorizado a enviar tropas conmigo y pidió el favor de que redactara. un informe escrito sobre mi visita al este, en nombre del gobierno peruano.

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