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CAPITULO XV
VEGETACION DEL VALLE DEL AMAZONAS

Posiblemente, no haya ningún otro país en el mundo que tenga tanta materia vegetal en su superficie como el valle del Amazonas. Toda su extensión con excepción de algunas zonas muy pequeñas, está cubierta con una densa y elevada selva primigenia, la más extensa y continua que existe sobre la tierra. Ese es el gran rasgo del país, el que lo categoriza como una región única y peculiar. Aquí no sucede como en las costas meridionales del Brasil, o en las orillas del Pacífico, en donde unos cuantos días de viaje bastan para llevarnos más allá de la zona selvática, a las llanuras agostadas y las sierras rocosas del interior. Aquí se puede viajar durante semanas y meses, en cualquier dirección, encontrando apenas una hectárea de terreno que no esté ocupada por árboles. Pero donde se encuentra la gran masa de esta imponente selva es en el interior y no, como se supone generalmente, en la parte inferior del río, cerca de la costa.

Una línea trazada desde la desembocadura del río Paranaíba, en la longitud 41º 30º Oeste, dirigiéndose hacia el Oeste, hasta Guayaquil, cortará el límite de la gran selva en la longitud 78º 30', y durante una distancia de unas 2600 millas habremos pasado por el centro de ella, dividiéndola en dos partes casi iguales.

En las primeras mil millas, o hasta la longitud 56º Oeste, la anchura de la selva de Norte a Sur es de unas cuatrocientas millas; luego se extiende hacia el Norte y hacia el Sur, de modo que en la longitud 67º Oeste se extiende desde 7º Norte, en las orillas del Orinoco, hasta 18º Sur, en la pendiente septentrional de los Andes bolivianos, lo que representa una distancia de más de 1700 millas. Desde un punto situado a unas sesenta millas al Sureste de Tabatinga, se puede trazar un círculo de 1100 millas de diámetro cercando un área que es por completo selva virgen.

A lo largo de los Andes de Quito, desde Pasto a Guancabamba, se aproxima a la base oriental de las montañas y asciende incluso por sus pendientes inferiores. En la zona moderadamente elevada que hay entre los ríos Huallaga y Marañón, la selva se extiende sólo por la parte oriental, iniciándose en las proximidades de Moyobamba. Luego, hacia el Este de Cuzco y La Paz, se extiende hasta las pendientes de los Andes bolivianos y pasa un poco hacia el Oeste de Santa Cruz de la Sierra, gira hacia el Noreste, cruzando los ríos Tapajóz y Xingú aproximadamente hacia la mitad de su curso, y el Tocantíns no mucho más arriba de su unión con el Araguaya, pasando luego por el río Paranaíba, al que sigue hasta su desembocadura.

La isla de Marajó, en la desembocadura del Amazonas, tiene llanuras abiertas en su mitad oriental, mientras que en la occidental comienza la selva. En el norte del Amazonas, desde su desembocadura hasta más allá de Montealegre, hay llanuras abiertas; pero frente a la desembocadura del Tapajóz, en Santarem, comienza la selva y parece extenderse hasta las sierras de Carumaní, en el río Branco, dirigiéndose luego hacia el Oeste para unirse con la zona boscosa que hay en el lado oriental del Orinoco. Al Este de ese río, comienza al Sur del Vicháda, y tras cruzar las aguas altas del Guaviare y el Uaupés, llega a los Andes por el Este de Pasto, donde comenzarnos nuestra inspección.

En ninguna otra parte del mundo hay bosques tan extensos y continuos como éstos. En comparación, los de la Europa central son una bagatela; ni en la India son tan continuos y extensos; mientras que el resto de Asia parece ser un país de llanuras escasamente arboladas, estepas y desiertos. Africa contiene algunos grandes bosques situados en las costas orientales y occidentales, y en el interior por la parte Sur del Ecuador; pero todos ellos no son sino una pequeña proporción de los del Amazonas. Sólo en Norteamérica hay algo que se le aproxime, en donde toda la zona oriental del Mississippi y cercana a los Grandes Lagos es, o ha sido, una extensión boscosa casi ininterrumpida.

En un análisis general de la tierra, podernos considerar por tanto al Nuevo Mundo la tierra de los bosques, por antonomasia, contrastando mucho con el Antiguo, en donde las estepas y desiertos son sus rasgos más característicos.

Los límites de la selva amazónica no han sido determinados hasta ahora con mucha precisión. Las llanuras desarboladas de Caguan se han considerado mucho más extensas de lo que lo son en realidad; yo he determinado con bastante precisión sus límites al Sur y al Este, por las observaciones que hice y por la información que obtuve en mi viaje por el Uaupés. En el Ucayali hay una zona que en los mapas tiene el nombre de "Pampas del Sacramento", suponiéndose que es una llanura desarbolada; pero por encima de la desembocadura del Ucayali, las orillas del Amazonas están revestidas de denso bosque, y los señores Smyth y Lowe, que cruzaron la pampa por dos lugares, no encontraron esos llanos; por las observaciones de éstos y las del teniente Mawe, debemos extender la zona boscosa hasta cerca de Moyobamba, al Oeste del Huallaga, y hasta los pies de las montañas al Este de Paseo y Tarma. Un nativo del Ecuador, que conocía bien el país, me informó que el Napo, el Tigre, el Pastaza y los ríos adyacentes fluyen a través de densas selvas que se extienden incluso hasta Baeza y Canelos, y sobre todas las pendientes inferiores de los Andes. Tschudi nos dice que las zonas forestales comienzan en todas las pendientes septentrionales y orientales de los Andes peruanos, cerca de Huanta, y en Urubamba, al Norte de Cuzco. Un caballero, nativo de La Paz, me dijo que nada más cruzar los Andes bolivianos desde esa ciudad o desde Oropessa y Santa Cruz se entra en las grandes selvas, que se extienden por encima de todos los tributarios del Madeira. Los comerciantes que han ascendido por el Purús y por todas las ramas meridionales del alto Amazonas nunca encontraron ni oyeron hablar de ninguna tierra abierta, por lo que cabe poca duda de que la extensión aquí señalada es un bosque vasto, continuo y siempre verde.

Las selvas del Amazonas se distinguen de las de la mayoría de los países por la gran variedad de especies de árboles que las componen. En lugar de las extensas zonas cubiertas de pinos, o robles, o abedules, apenas vemos nunca dos ejemplares de la misma especie juntas, salvo en ciertos casos, principalmente el de las palmeras. Una gran extensión de tierra inundada, entorno a la desembocadura del Amazonas, está cubierta por las palmeras mirití (Mauritia flexuosa y M.vinifera), y en muchos lugares abunda casi igualmente la assaí (Euterpe edulis). Sin embargo, por lo general la misma especie de árbol se repite sólo a intervalos distantes. En una carretera de diez millas a través de la selva, cerca de Pará, sólo hay dos ejemplares de masseranduba, o árbolvaca, y en toda la zona circundante son igualmente escasos. En la carretera de Javíta, en el alto Río Negro, observé la misma cosa. Estando en el Uaupés, envié a mis indios en una ocasión al bosque para que obtuvieran una tabla de un árbol particular; lo buscaron durante tres días y sólo encontraron unos arbolitos jóvenes, ninguno de ellos de tamaño suficiente.

Algunos tipos de madera dura se utilizan en el Amazonas y el Río Negro para la construcción de las canoas y goletas que sirven para la navegación por el río. La dificultad para conseguir madera de un tipo para estos barcos es tan grande que se construyen a menudo con media docena de tipos de madera distintos y no siempre del mismo color o grado de dureza. Los árboles que producen fruto, o con propiedades medicinales, pueden estar tan esparcidos que sólo se encuentran dos o tres a una distancia razonable de un pueblo y sirven para abastecer a toda la población. Esta peculiaridad de la distribución puede impedir que se desarrolle aquí un gran comercio maderero para un propósito particular. Pero el caucho indio y los árboles de la castaña brasileña no son excepciones a esta norma y su producto se recoge en una inmensa extensión a la que se tiene fácil acceso por los innumerables lagos y corrientes.

La principal zona en la que se consigue el caucho indio se halla entre Pará y el río Xingú. También lo hay en el alto Amazonas y el Río Negro, pero todavía no se recoge allí.

Las castañas brasileñas, de la Bertholletia excelsa, se traen sobre todo del interior, de la mayor parte, de la zona que rodea la unión del Río Negro y el Madeira con el Amazonas. Este árbol tarda más de un año en producir y madurar sus frutos. En el mes de enero, observé tres árboles cargados al mismo tiempo de flores y frutos maduros, los cuales caían del árbol; de esas flores se formaban los frutos del siguiente año; por eso necesitan probablemente dieciocho meses para su desarrollo completo a partir del capullo. Los frutos, casi tan duros y pesados como balas de cañón, caen con tremenda fuerza de una altura de unos cien pies, atravesando el ramaje y los matorrales y quebrando grandes ramas contra las que chocan ocasionalmente. Pueden matar a una persona y los accidentes no son infrecuentes entre los indios dedicados a recogerlos.

Se cogen los frutos que han caído del árbol. Se juntan en pequeños montones y se abren con un hacha, operación que exige práctica y habilidad, se sacan los frutos triangulares y se llevan en cestas a las canoas. Son abundantes otros árboles de la misma familia (Lecythideae), y notables por sus frutos curiosos, que tienen tapas y forma de ollas o tazas, por lo que reciben el nombre de "árboles-olla". Los nativos llaman a los más pequeños "cuyas de macaco" (calabazas de mono).

El siguiente producto vegetal más importante de la zona amazónica es la zarzaparrilla, las raíces del Smilax syphilitica, y quizá de algunas especies afines. Esta planta se produce en toda la zona forestal del Amazonas, desde Vene7uela a Bolivia y desde el bajo Amazonas a Perú. No suele encontrarse cerca de los grandes ríos, sino más al interior, en las orillas de las pequeñas corrientes y en los terrenos secos y rocosos. Los indios son los que principalmente la cavan y la sacan, a menudo los pertenecientes a las tribus más incivilizadas, siendo un medio de realizar con ellos un comercio considerable.

La nuez moscada brasileña, producida por el Nectandrum puchury, se da en la zona que hay entre Río Negro y Japura.

El cumarú, o judías Tonquín, es muy abundante en el alto Río Negro y se encuentra también cerca de Santarem, en el Amazonas.

Una corteza muy aromática, llamada por los portugueses "cravo de Maranhao" (clavo de Maramhan) la produce un pequeño árbol que sólo crece en una o dos pequeñas corrientes tributarias del Río Negro.

Un peculiar aceite transparente, de olor a trementina, llamado sassafrás por los venezolanos, se obtiene en abundancia sangrando un árbol, común en el alto Río Negro, se exporta desde allí hasta Barra y se utiliza para mezclar pintura al óleo. En el bajo Amazonas se utiliza mucho para las lámparas un aceite amargo llamado andiróba, que se hace con un fruto del bosque.

Una resina blancuzca de fuerte olor a alcanfor se produce en gran abundancia en el Río Negro y Amazonas y se utiliza comúnmente corno brea para las canoas y para todos los barcos grandes de la zona; para el calafateo, en lugar de estopa se utiliza la corteza de los árboles jóvenes de la Bertholletia excelsa, o castaño brasileño.

Entre los árboles del bosque amazónico, las Leguminosae son los más abundantes con diferencia en cuanto a especies, y son también los que llaman más la atención por sus curiosos frutos en forma de judía, a menudo de extraordinario tamaño o longitud. Algunos de los ingás, y géneros afines, tienen vainas de una yarda de longitud, y muy esbeltas; mientras que otras son cortas y tienen una anchura de tres o cuatro pulgadas. Hay unos curiosos frutos de esta familia que crecen de un tallo de tres a cinco pies de longitud, muy esbelto, y dan la impresión como si alguien hubiese suspendido varias vainas de las ramas por largas cuerdas.

Las flores de esta familia son de las más brillantes y conspicuas; y su follaje finamente pinnado tiene un aspecto muy elegante.

He aquí una lista de las principales producciones vegetales con valor comercial en las selvas amazónicas:

Caucho indio, de la savia de la Siphonia elastica.
Castañas brasileñas, las semillas de la Bertholletia excelsa. Zarzaparrilla, las raíces de la Smilax syphilitica.
Judías Tonquín, las semillas de la Dipteryx odorata.
Puxiri, el fruto del Nectandrum puchury.
Aceite de sassafrás, de árbol desconocido.
Aceite de andiroba, del fruto de un árbol desconocido.
Crajurú, un pigmento rojo preparado con las hojas de la Bignonia chica.
Brea, exudación de un árbol del bosque.
Cacao, las semillas del Theobroma cacao y otras especies.
Clavo, de un árbol desconocido.
Canela, la corteza de la Canella alba.
Vainilla, los frutos de diversas especies de Vainilla.
Guaraná, una preparación de una fruta rallada con agua que constituye una bebida agradable y medicinal
Piassába, las fibras de los peciolos de una palmera, Leopoldinia n.s.
Bálsamo de capivi, de la Copaifera officinalis.
Seda vegetal, de varias especies de Bombax

En muchas partes de mi Diario he expresado la opinión de que los viajeros han exagerado la belleza y el esplendor de la vegetación tropical, y revisando con calma todo lo que he visto en las zonas que visité, debo repetir esa afirmación.

En la selva tropical hay grandeza y solemnidad, pero poca belleza o brillantez de colorido. Los enormes árboles con contrafuertes, los troncos hendidos, las extraordinarias raíces aéreas, las trepadoras retorcidas y arrugadas y las elegantes palmeras son lo que llaman la atención y llenan la mente de admiración, sorpresa y respeto. Pero todo es oscuro y solemne, y se siente alivio al ver de nuevo el cielo azul y sentir los ardientes rayos del sol.

En los caminos y orillas de los ríos es donde se ve toda la belleza de la vegetación tropical. Encontramos allí masas de arbustos, matorrales y árboles de toda altura elevándose unos sobre otros y expuestos a la luz y el aire fresco; y mostrando, a nuestro alcance, sus flores y frutos, pues en la selva sólo crecen en las ramas más altas. Allí las coloridas flores y el follaje verde combinan sus encantos, y las trepadoras, con sus festones floridos, cubren los troncos desnudos y en putrefacción. Sin embargo, escojamos el más bonito de los lugares, en donde las alegres flores tropicales abren sus pétalos brillantes, y por cada escenario de este tipo encontraremos en nuestra patria otro de igual belleza y la misma cantidad de colores brillantes.

Miremos un campo de botones de oro y margaritas, una colina cubierta de aliaga y retama, un monte enriquecido por el brezo morado, o un claro en el bosque, azulado por una alfombra de jacintos silvestres, y podremos compararlo con cualquier escena tropical. Nunca he visto nada tan esplendoroso como un manzano silvestre florecido; y el castaño de indias, las lilas y el laburno compiten con los más escogidos matorrales y árboles tropicales. En las aguas tropicales, no hay plantas más hermosas a nuestros nenúfares blancos y amarillos, nuestros iris y juncos floridos; pues no puedo considerar que la flor de la Victoria regia sea más hermosa que la de la Nymphaea alba aunque sea más grande; ni es un adorno tan abundante en las aguas tropicales como lo es la última en las nuestras.

Pero la cuestión no es para decidirla por una comparación entre plantas individuales ni los efectos que puedan producir en el paisaje, sino por la frecuencia con que se producen y en la proporción que tienen las brillantemente coloreadas respecto a las plantas poco notables. Mi amigo, Mr. R. Spruce, dedicado ahora a la investigación de la botánica del Amazonas y del Río Negro, me aseguró que, con mucho, la mayor proporción de plantas que él había recogido tenían flores verdes o blancas poco conspicuas; y con respecto a la frecuencia de su ocurrencia, no era raro para mi el pasarme días recorriendo ríos sin ver ningún matorral o árbol de flores notables. Esto se debe en parte a que las flores de los árboles más tropicales se caen rápidamente: nada más abrirse, empiezan a caer; en particular las melastomas, que generalmente florecen por la mañana y al día siguiente están marchitas, y durante doce meses el árbol no vuelve a dar flores. Esto sirve para explicar la razón por la que los matorrales y árboles floridos del trópico no sean tan espectaculares como cabría esperar.

Por relatos de testigos, creo que los bosques meridionales de los Estados Unidos presentan un aspecto más alegre y brillante que los de la América tropical.

En su obra "Aspects of Nature" Humboldt observa repetidamente el contraste entre las estepas tártaras y los llanos del Orinoco. Las primeras, en la zona templada, se alegran con las flores más brillantes; mientras que los últimos, en los trópicos, sólo producen pequeñas hierbas y juncias, y muy escasas plantas de flores poco notables. Mr. Darwing menciona la brillantez de las flores que adornan los llanos de Montevideo, las cuales, con los lozanos cardos de las pampas, no tienen igual en los campos del Brasil tropical, en donde la tierra es marrón y estéril con algunas excepciones. Los incontables y hermosos geranios y brezos de El Cabo se acaban al entrar en los trópicos y no tenemos referencias de plantas igualmente sorprendentes y brillantes que ocupen su lugar.

Lo que tenemos que conceder en justicia a la vegetación tropical es que, en comparación con la de las zonas templadas, hay un número mucho mayor de especies y una mayor variedad de formas. Entre esta gran variedad se encuentra, tal como cabía esperar, las flores más brillantes y notables y las formas más sorprendentes de tallos y follaje. Pero no hay evidencia de que la proporción de especies de colores brillantes, en comparación con la de flores que no tienen nada de notables, sea mayor en los trópicos que en regiones templadas; y por lo que respecta a los elementos individuales, que es, después de todo, lo que produce los efectos de la vegetación, parece probable que hay una mayor masa de belleza pintoresca y de brillante colorido en las plantas de las regiones templadas que en las de las zonas tropicales.

Varias razones nos llevan a esta conclusión. En los trópicos, la mayor proporción de la superficie está cubierta o por densos bosques o por desiertos estériles, ninguno de los cuales puede tener muchas flores. Las plantas sociales son menos comunes en los trópicos, y por tanto se producen con menor frecuencia las masas de color. Los objetos individuales pueden ser más brillantes y notables, pero el efecto general no será tan grande, como en el caso de un número menor de plantas menos conspicuas agrupadas en masas de diversos colores que se distribuyen de forma tan impresionante en los prados y arboledas de las regiones templadas.

Los cambiantes tonos del otoño, y el verde suave de la primavera, son de una belleza particular que no se ve en las zonas tropicales y que no es superada por nada de lo que allí existe. También faltan los grandes espacios de prados verdes y ricos pastos; y por mucho que puedan gustar y asombrar algunos elementos individuales, el efecto del paisaje distante es decididamente superior en las zonas templadas del mundo.

Las sensaciones de placer que experimentamos viendo los objetos naturales depende mucho de la asociación de ideas con sus usos, novedad o historia. ¿Cuál es la causa de la sensación que sentimos al observar un ondulante campo de dorado trigo? Seguramente, no sólo la mera belleza de esa vista, sino también las asociaciones que relacionamos con él. Lo consideramos como una bendición nacional, como el sostén de la vida, como lo más precioso que produce el suelo; y esto lo hace hermoso para nuestros ojos.

Por eso en los trópicos la banana de hoja ancha, hermosa por sí misma, lo es más cuando se considera que produce la mayor cantidad de alimento en un tiempo dado, y en un espacio limitado, en comparación con cualquier otra planta. La consideramos como un prototipo de la exuberancia de los trópicos, miramos sus hojas anchas, el resultado de seis meses de crecimiento, pensamos en su delicioso y natural fruto: todo eso es belleza y así la miramos.

Del mismo modo, un campo de caña de azúcar o una extensa plantación de algodón producen sensaciones similares: pensamos en los miles de personas a los que alimentará y vestirá, y ese pensamiento los reviste de belleza.

También las palmeras están sometidas a la misma influencia. Son elegantes y graciosas por sí mismas; son casi todas útiles a los hombres; son asociadas con la brillantez y el calor de los trópicos; y adquieren así un interés adicional, una nueva belleza.

Para el naturalista, por una u otra razón, todo lo que hay en los trópicos adquiere este tipo de interés. Una planta es una forma tropical y la examina con curiosidad y placer. Otra está relacionada con alguna especie europea bien conocida, y también ésta atrae su atención. La estructura de algunas le es desconocida y se complace en examinarlas. La localización de otra es dudosa y siente un gran placer al determinarla. El está examinando siempre objetos individuales y confunde su propio interés por ellos, debido a varias causas, con las sensaciones producidas por su belleza, y se deja llevar así a descripciones exageradas de la lozanía y esplendor de la vegetación.

Como la mayoría de los viajeros son naturalistas, esta suposición explicará la idea de los trópicos que se suele obtener de la lectura de muchas de sus obras.

Si he llegado yo a una conclusión diferente no es porque sea incapaz de apreciar el esplendor del paisaje tropical, sino porque creo que no es como se le suele representar y que el paisaje de nuestra propia tierra no ha sido sobrepasado en su estilo: no hay nada que se le aproxime en los trópicos, ni se encuentra entre nosotros el paisaje tropical. Allí, en los trópicos, los rasgos característicos son las formas singulares de los troncos y las trepadoras, las hojas gigantescas, las palmeras elegantes y las plantas individuales de coloridas flores. Aquí hay una interminable alfombra de verdor, con grupos de alegres flores, diversos tonos de follaje, y una constante variedad de llanuras y bosques, prados y zonas arboladas, más que objetos individuales, y todo eso es lo que llena de placer a quien lo contempla.

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