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CAPITULO XIV
LA GEOGRAFIA FISICA Y LA GEOLOGIA
DEL VALLE DEL AMAZONAS

La cuenca del Amazonas sobrepasa en dimensiones a la de cualquier otro río del mundo. Se halla situada enteramente en los trópicos, a ambos lados del Ecuador, y recibe abundantísimas lluvias en toda su extensión. Por tanto, el volumen de agua dulce que vacía en el océano es mucho mayor que el de cualquier otro río; y no sólo absolutamente, sino probablemente también en relación con su área, pues como está casi totalmente recubierta la cuenca por densas selvas vírgenes, las grandes lluvias que penetran en ellas no sufren tantas pérdidas por evaporación como cuando caen en los chamuscados llanos del Orinoco o en las pampas desnudas de árboles de La Plata. Por la riqueza de productos vegetales y la fertilidad universal del suelo no tiene igual en el globo y presenta, por lo que sabemos, una región natural capaz de servir de apoyo a una población mayor y de satisfacerle de modo más completo los lujos y necesidades elementales de la vida en mayor medida que cualquier otra zona de igual extensión. Pasamos a describir ahora las principales peculiaridades físicas de esta maravillosa zona.

Desde aproximadamente 4º de latitud Norte hasta 20º de latitud Sur, todas las corrientes que fluyen por la vertiente oriental de los Andes son tributarias del Amazonas. Es como si todos los ríos que hay entre San Petersburgo y Madrid unieran sus aguas en una poderosa corriente.

El Marañón, considerado generalmente como la corriente principal del Amazonas, merece dicho título por varias razones. Surge en un punto más occidental que todos los demás grandes tributarios y recibe todas las aguas que fluyen más cerca del Pacífico, y las más remotas en línea directa desde la desembocadura del río. Fluye durante una considerable distancia por el valle más occidental de los Andes, separado sólo por una cordillera del Pacífico, y en el punto en que sale a través de la cadena oriental de los Andes en la longitud 78º Oeste, es ya un gran río, en un meridiano en donde todas las otras corrientes que puedan reivindicar ser cabeza del Amazonas todavía no existen. Si se sube por el Amazonas desde su desembocadura, es por ese ramal por el que se puede seguir más tiempo en la dirección general oriental y occidental del río; si pasamos a considerar la longitud real de su curso, sigue manteniendo su primera posición, pues creo que no hay más de diez o veinte millas de diferencia entre él y el Ucayali (En el original, "Ucayali". N. del T.), contando el origen más distante del último; y su curso es por el momento tan incierto que las investigaciones futuras lo pueden aumentar o disminuir considerablemente.

Pienso que estas consideraciones bastan para decidir la cuestión de si es adecuado considerar al Marañón como la auténtica fuente del Amazonas. Su longitud desde su origen en el lago Lauricocha hasta su desembocadura en la longitud 50º Oeste, siguiendo las curvas principales pero no prestando atención a las más pequeñas, es de 2.740 millas inglesas.

Su alcance, en línea recta desde el Este al Oeste, es de unas 2.050 millas; y de Norte a Sur, sus corrientes tributarias cubren un espacio de 1.720 millas.

Todo el área de su cuenca, sin incluir la del Tocantíns, al que considero un río distinto, tiene 2.330.000 millas cuadradas inglesas, o 1.760.000 millas cuadradas naúticas. Esto es más de una tercera parte de toda Sudamérica, e igual a dos terceras partes de Europa. Toda la Europa occidental podría colocarse en su cuenca sin tocar sus fronteras, e incluso podría contener a todo nuestro Imperio Indio.

Las numerosas corrientes tributarias del Amazonas, muchas de ellas iguales a los ríos más grandes de Europa, difieren notablemente en el color de sus aguas, en el carácter de la vegetación de las orillas y en los animales que las habitan. Pueden dividirse en tres grupos: los ríos de aguas blancas, los de agua azul y los de agua negra.

La corriente principal del Amazonas es un río de agua blanca, aplicándose este nombre a las aguas de un color aceitunado amarillento claro. El color no parece depender totalmente de la materia terrosa, sino más bien de algún material colorante sostenido en solución; pues en los lagos y canales en donde las aguas, sin movimiento, pueden depositar todos sus sedimentos, siguen manteniendo el mismo color.

Las aguas del Amazonas mantienen el mismo color hasta la desembocadura del Ucayali, en donde se hacen azules o transparentes, extendiéndose el agua de color blanco hasta ese ramal.

Esto se ha tomado como prueba de que el Ucayali es la corriente principal del Amazonas; pero no creo que tenga nada que ver con esa cuestión. Es evidente que si se mezclan cantidades iguales de agua clara y barrosa, el resultado en cuanto al color diferirá muy poco de las últimas, y si el agua clara es considerablemente mayor en volumen la mezcla resultante seguirá siendo barrosa. Pero la diferencia de color entre los ríos de agua blanca y azul se debe evidentemente a la naturaleza del país por el que fluyen: una zona rocosa y arenosa tendrá siempre ríos de aguas claras; una zona aluvial o arcillosa tendrá corrientes amarillas o aceitunadas. Un río puede surgir por tanto en una zona rocosa y al cabo de algún tiempo fluir por una cuenca aluvial, en donde el agua cambiará por supuesto de color con independencia de los tributarios que pueden entrar cerca de la unión de las dos formaciones.

El Iça y el Japurá tienen aguas de color muy similar a las del Amazonas. El Río Branco, ramal del Río Negro por el Norte, es famoso por su color peculiar. hasta que lo vi, no creía que ese nombre le fuera tan bien. Los indios y comerciantes me habían dicho siempre que era realmente blanco, mucho más que el Amazonas; en el año 1852, al descender por el Río Negro, pasé por su desembocadura y descubrí que sus aguas eran de un color lechoso mezclado con aceituna. Daba la impresión de que tuviera una gran cantidad de yeso en solución, y no me cabía duda de que en sus orillas había lechos considerables de la arcilla blanca y pura que se encuentra en muchas zonas del Amazonas y que ayuda a dar a las aguas su blancura peculiar. El Madeira y el Purús tienen también aguas blancas durante la estación húmeda, cuando sus poderosas corrientes llevan hacia abajo el suelo aluvial de sus orillas; pero en la estación seca tienen un color aceituna-marrón oscuro y transparente.

Todos los ríos que surgen en las montañas del Brasil tienen aguas claras o azules. El Tocantíns, el Xingú y el Tapajóz son los principales de esta clase. El Tocantíns fluye por rocas volcánicas y cristalinas en las partes inferiores de su curso, y sus aguas son hermosamente transparentes; sin embargo, la marea penetra durante varias millas y lo vuelve turbio, lo mismo que al Xingú. El Tapajóz, que entra en el Amazonas unas quinientas millas más arriba de Pará, es claro hasta su desembocadura y forma un contraste sorprendente con las aguas amarillas del río.

Por arriba del Madeira nos encontramos por primera vez con el fenómeno curioso de los grandes ríos de agua negra. El Río Negro es el mayor y más famoso de éstos. Sube hasta una latitud de 2º 30´ Norte y sus aguas son allí mucho más negras que en la parte inferior del curso. Todos los tributarios altos, especialmente los más pequeños, son muy oscuros, y al fluir sobre arena blanca parecen de oro por el rico color del agua, que cuando es profunda se asemeja a la tinta china. Las corrientes pequeñas que surgen en la misma zona y fluyen hacia el Orinoco son del mismo color oscuro. El Cassiquiare lleva primero aguas de color blanco o aceituna. Más abajo, el Cababurís, el Maravilha y algunas corrientes más pequeñas de agua blanca ayudan a diluirlo y luego el Río Branco añade su caudal de agua lechosa. A pesar de todo esto, en su desembocadura el Río Negro sigue pareciendo tan negro como la tinta; sólo en las zonas de aguas superficiales se ve más claro que en la parte de arriba, y las arenas no se tiñen de ese tono de oro puro tan notable allí.

En el sur del Amazonas hay también algunas corrientes de agua negra: el Coary, el Teffe, el Juruá y algunos otros. Los habitantes se benefician de éstas para escapar de la plaga de mosquitos y las ciudades de Coary y Ega son lugares de refugio para el viajero que recorre la parte alta del Amazonas, pues estos molestos insectos apenas se encuentran cerca de las aguas negras. Creo que las causas del color peculiar de estos ríos no son demasiado oscuras; me parece que está producido por la solución de hojas, raíces y otras materias vegetales en putrefacción. En la selva virgen, en donde tienen su fuente la mayoría de estas corrientes, los pequeños riachuelos y arroyos están casi sofocados por las hojas muertas y las ramas podridas, lo que da varios tintes marrones al agua. Cuando estos riachuelos se unen y se acumulan en un río, tienen un finte marrón muy oscuro, muy similar al de nuestra agua de pantano o de turba, si no hay otra circunstancia que lo modifique. Pero si las corrientes fluyen por una zona de arcilla aluvial blanda, el color se modificará y desaparecerá totalmente el marrón; creo que esto explica las anomalías observadas de corrientes de la misma zona que tienen distinto color. Aquellos ríos cuyas fuentes son bien conocidas refuerzan esta opinión. El Río Negro, el Atabapo, el Isanna y otros ríos más pequeños tienen su fuente y la totalidad de su curso en la profundidad de la selva; generalmente fluyen sobre rocas graníticas limpias y sobre lechos de arena, y sus corrientes son suaves, por lo que no desgastan las partes blandas de sus orillas.

Por el contrario, el Iça, el Japurá y la parte alta del Amazonas fluyen por una extensa zona aluvial, y como tienen sus fuentes en las pendientes de los Andes su mayor velocidad les hace arrancar una gran cantidad de sedimentos. En realidad, resulta evidente que un conocimiento completo del curso de cada río nos permitiría rastrear el color de sus aguas hasta las diversas peculiaridades del país por el que fluye.

Con la excepción de las corrientes que brotan en los Andes, los límites de la cuenca amazónica, o las fuentes más distantes de sus tributarios del Norte y del Sur están comparativamente poco elevados por encima del nivel del mar. Toda la cuenca ' con excepción de una porción muy pequeña, es una gran llanura del carácter más perfecto y regular.

La verdadera altitud de la fuente del lago Lauricocha no ha sido determinada. En Tomependa, Humboldt afirma que es de 1.320 pies sobre el nivel del mar: y ésto en una distancia de 2.000 millas en línea recta desde la desembocadura; por tanto, la elevación media es sólo de ocho pulgadas por milla. Pero si medimos la altura de Tabatinga, en la frontera del Brasil, que es de 670 pies según Spix y Martius, con una distancia de 1.400 millas, encontramos que la elevación es sólo de cinco pulgadas y media por milla. Si conociéramos con precisión la altura de Barra do Río Negro, encontraríamos sin duda que la elevación hasta ese punto no es mayor de dos o tres pulgadas por milla. La distancia es, en línea recta, de unas 700 millas, y probablemente se podría calcular la altura en menos de 200 pies, y quizá no más de 150.

Me siento inclinado a creer que esa altura es muy grande por algunas observaciones que hice con un termómetro preciso, con lecturas de hasta décimas de grado, de la temperatura del agua hirviendo. Recibí este instrumento de Inglaterra después de abandonar Pará. La media de cinco observaciones en Barra, unas con agua de río y otras con agua de lluvia, me daban 212,5°F. como temperatura del agua hirviendo; un resultado notable que demostraba que el barómetro debía estar allí a más de treinta pulgadas, y que salvo en los meses de mayo y agosto en los que puede tener una elevación considerablemente mayor que esa con respecto al nivel del mar, Barra sólo puede estar a muy escasa altura por encima del nivel del mar.

Por lo que respecta a la altura del país en la zona de las fuentes del Río Negro, Humboldt es nuestra única autoridad. Da para Sao Carlos una altura de 812 pies; afirma, sin embargo, que la determinación es insegura por un accidente que le ocurrió al barómetro; por tanto, aunque con gran modestia, me aventuro a dudar del resultado. En línea recta, la distancia desde la desembocadura del Río Negro hasta São Carlos es menor que desde ese mismo punto a Tabatinga, cuya altura es de 670 pies. Sin embargo, la corriente desde Tabatinga es mucho más rápida que la del Río Negro, cuyo curso inferior tiene tan poca caída que en el mes de enero, cuando el Amazonas empieza a crecer, las aguas de éste entran en la desembocadura del Río Negro y estancan ese río hasta varios cientos de millas más arriba. No creo que las cataratas del Río Negro añadan más de cincuenta pies a la elevación, pues ni por arriba ni por abajo de ellas el río es muy rápido. Así, sólo por esta circunstancia, deberíamos situar a São Carlos en una elevación bastante menor que Tabatinga, o en unos 600 pies. Las observaciones que realicé hasta el Río Negro me dan resultados coherentes. En Castanheiro, unas quinientas millas más arriba, la temperatura del agua hirviendo era de 212, 4º, en la desembocadura del Uaupés de 212, 2º y en el punto inferior a São Carlos de 212, 0º. Esto no daría más de 250 pies de altura de São Carlos con respecto a Barra; y como habíamos calculado que ésta se hallaba a 200 pies por encima del nivel del mar, la altura de São Carlos sería de 450 pies, lo que creo no debe estar muy lejos de la verdad.

La velocidad de la corriente varía con la anchura y con la época del año; sobre este tema, tenemos muy poca información precisa. En una obra brasileña dedicada a la provincia de Pará, se afirma que durante la estación húmeda el Madeira recorre 2,970 brazas, o unas tres millas y media, en una hora. En Obidos hice una observación en el mes de noviembre, cuando el Amazonas se halla en el nivel más bajo, y descubrí que su velocidad era de cuatro millas a la hora; y ésto no representa en absoluto la corriente durante la estación lluviosa. Al descender hacia Pará en el mes de junio de 1852, descubrí que a menudo flotábamos hacia abajo unas cinco millas por hora, y como el viento era fuerte y contrario a la corriente del río, probablemente nos retrasaba en lugar de ayudamos, pues nuestro barco no estaba aparejado del mejor modo.

Martius calcula que por Obydos pasan 500 mil pies cúbicos de agua por segundo. Esto concuerda muy bien con mis cálculos de la cantidad en la estación seca; cuando el río vaya crecido, el volumen será probablemente mucho mayor. Si suponemos, haciendo un cálculo moderado, que anualmente caen setentaidos pulgadas o seis pies de lluvia en todo el valle del Amazonas, esto nos dará 1.500.000 pies cúbicos por segundo, volumen que se evaporará o fluirá hasta la desembocadura del Amazonas; por tanto, si aumentamos la cantidad que da Martius en una mitad, para incluir la parte inferior del Amazonas y referimos a todo el año, tendremos la evaporación considerada como una mitad de la lluvia que cae anualmente.

Es un hecho que se ha afirmado con frecuencia, y parece plenamente establecido, que el Amazonas lleva sus aguas hasta el océano, tiñiéndolo de su color por una distancia de ciento cincuenta millas a partir de su desembocadura. También se ha establecido generalmente que la marea asciende por el río hasta Obidos, a unas quinientas millas de la desembocadura. Estas dos afirmaciones parecen irreconciliables, pues no es fácil entender de qué modo pueden recorrer las mareas tan gran distancia sin que entre agua salada en el río. Lo que parece ser cierto es que la marea no sube en absoluto por el río. El agua del Amazonas crece, pero tanto durante la marea alta como durante el reflujo la corriente se dirige rápidamente hacia abajo. Esto tiene lugar incluso en la desembocadura misma del río, pues en la isla de Mexiana, expuesta al mar abierto, el agua es siempre dulce y se utiliza para beber todo el año. Pero como el agua salada es más pesada que la dulce, podría fluir hacia arriba por el fondo, mientras el río sigue bajando por encima de aquella; sin embargo, es difícil concebir que ésto pudiera suceder en alguna medida sin que algo de agua salada apareciera en los márgenes.

La crecida del río hasta tan arriba puede explicarse fácilmente demostrándose también que la pendiente del río hasta donde la marea tiene alguna influencia no puede ser muy grande; pues si crecieran las aguas del océano el río se remansaría, y la velocidad de su corriente seguiría forzando a sus aguas hacia abajo; lo que no es fácil de comprender es cómo la corriente puede elevarse así hasta un nivel superior al de las aguas del océano que causaron la crecida, y debemos suponer por tanto que en Obidos, en donde la subida de la marca deja de sentirse, lo que sucede simplemente es que el río es más alto que la superficie del océano durante las mareas equinocciales más elevadas.

En la desembocadura del Tapajóz se ve un fenómeno de alguna manera similar. Aquí, al final de la estación seca, sólo hay un pequeño volumen de agua y la corriente es muy lenta. El Amazonas sin embargo, se eleva considerablemente con las mareas y sus aguas son entonces más altas que las del Tapajóz, y por tanto entran en ese río y fuerzan la corriente de éste hacia atrás; así vemos que el Amazonas fluye rápidamente hacia abajo al mismo tiempo que el Tapajóz fluye hacia arriba.

Sigue siendo una cuestión disputada entre los geógrafos si el río Pará es o no un ramal del Amazonas. Por mis propias observaciones, soy de la opinión decidida de que no lo es: me parece a mí que es simplemente la salida del Tocantíns y de numerosas corrientes pequeñas más. El canal de Tagipurú, que lo conecta con el Amazonas y por el cual se realiza todo el comercio entre Pará y el interior, es una red completa de canales en la cual la marea tiene flujos y reflujos, enmascarando así en gran medida la dirección y velocidad auténticas de su corriente. Me parece probable que ni una sola gota del agua del Amazonas pasa por este canal hasta el río Pará, y baso mi opinión en los hechos siguientes.

Es bien conocido que en un río sometido a mareas la baja es más prolongada que la alta, pues la corriente del río ha de ser superada y así se retrasa el comienzo de la alta, lo que facilita la marca baja. Esto es muy notable en todos los ríos pequeños que hay cerca de Pará. Tomando este hecho como guía, podremos averiguar la dirección de la corriente en el Tagipurú con independencia de la marca.

En mi viaje desde Pará hasta el Amazonas, nuestra canoa sólo podía avanzar con la marea, teniendo que esperar amarrada a la orilla cuando la marca iba en nuestra contra, por lo que ansiábamos que llegara el momento en que nuestras tediosas detenciones se redujeran. Hasta cierto punto, las esperas eran más largas que los momentos de movimiento, lo que demostraba que la corriente iba en contra nuestra y hacia Pará; pero tras pasar ese punto, donde había una curva y se encontraban varias corrientes, sólo teníamos que esperar muy poco tiempo, y había una larga marea baja a nuestro favor, demostrando que la corriente iba con nosotros o hacia el Amazonas; evidentemente, la situación hubiera sido distinta de haber habido una corriente permanente que fluyera desde el Amazonas, a través del Tagipurú, hacia Pará.

Por tanto, considero al Tagipurú como un canal formado por las corrientes más pequeñas que hay entre el Tocantíns y el Xingú, las cuales se reúnen en la zona de Melgáco y fluyen por un país bajo y pantanoso en dos direcciones, hacia el Amazonas y hacia el río Pará.

Con las mareas altas el agua se vuelve salobre, incluso más arriba de la ciudad de Pará, y unas pocas millas más abajo es completamente salada. La marca fluye rápidamente por encima de Pará, hacia todas las corrientes adyacentes, y hasta la mitad del canal de Tagipurú; otra prueba de que, en todo caso, sólo una parte muy pequeña del agua del Amazonas se le opone allí.

Ya he descrito y tratado de explicar en mi diario (ver página 89 En ésta, y en sucesivas referencias a las páginas del "Diario", se refiere a la edición inglesa de 1972. (Dover Publications, Inc., New York) el curioso fenómeno de la ola arbolada o "pororóca" de los ríos Guamá y Mojú, por lo que no es necesario que lo repita.

Nuestro conocimiento de los cursos de la mayor parte de los tributarios del Amazonas es muy imperfecto. La corriente principal está aceptablemente trazada en los mapas por lo que respecta a su curso general y a las curvas más importantes; sin embargo, los detalles son muy incorrectos. Nos son totalmente desconocidas las numerosas islas y canales paralelos, los grandes lagos y los ramales, las profundas bahías y las diversas anchuras de la corriente. Incluso la investigación francesa realizada entre Pará y Obidos, la única que puede reivindicar una precisión hasta el detalle, no nos da una idea del río porque sólo se traza un canal. Obtuve en Santarem un mapa manuscrito de la parte inferior del río que era mucho más correcto que cualquier otro que hubiera visto. Lo perdí, junto con los demás papeles, en el viaje de vuelta a casa; pero espero poder obtener otra copia de la misma fuente. El Madeira y el Río Negro son los únicos afluentes del Amazonas cuyos cursos se conocen con precisión, pero los mapas de ellos son tan deficientes como los demás en cuanto a los detalles. Los otros grandes ríos, el Xingú, Tapajóz, Purús, Coarí, Teffe, Juruá, Jutaí, Yavarí (En el original, Javari.), Ica, Japurá, etc., aunque están incluidos en nuestros mapas, se han puesto ahí por mera conjetura, o partiendo de una información muy general dada sobre la dirección general de su curso. Entre el Tocantíns y el Madeira, y entre el Madeira y el Ucayali, hay dos zonas de quinientas mil millas cuadradas cada una, dos veces tan grandes como Francia, y tan inexploradas como el interior de Africa.

El Río Negro es uno de los más desconocidos por lo que respecta a sus rasgos característicos; no obstante, como ya dije, su curso general está trazado con aceptable precisión. Ya narré en mi diario que no pude descender por su orilla norte, impidiéndome así que completara mi investigación de su curso.

El rasgo más notable es su enorme anchura; primero entre Barra y la desembocadura del río Branco, y luego desde allí hasta cerca de Santa Isabel. Estoy convencido de que en algunos lugares tiene entre veinte y treinta millas de anchura, y durante una parte muy larga, entre quince y veinte. Las fuentes de los ríos Uaupés, Isanna, Xié, Río Negro y Guaviare están muy incorrectamente trazadas. La sierra de Tunuhy suelo representarse como una cadena de colinas que cortan estos ríos; sin embargo, se trata de un grupo de cimas graníticas aisladas, de unos dos mil pies de altura, situadas en la orilla norte del río Isanna, aproximadamente a 1º de latitud Norte y a 70º de longitud Oeste. El río crece considerablemente más allá, en un país plano y selvático, y más al Oeste que el Río Negro, pues hay un paso a través del Inirizá, un ramal del Guaviare que no atraviesa ninguna corriente, por lo que el Río Negro no existe allí.

Mi viaje por el Uaupés arriba llegó casi hasta la longitud 72º Oeste. Cinco días más allá en una canoa pequeña, o unas cien millas, está la caxoeira del Jurupari, la última cascada del río. Más arriba, los comerciantes han estado doce días de viaje sobre un río tranquilo, casi sin corriente, el cual, por el color de su agua y el aspecto de su vegetación, se parece al alto Amazonas. En toda esa distancia, que debe llegar muy cerca de la base de los Andes, el río fluye a través de la selva virgen. Pero los indios de la parte alta dicen que hay allí campos, o llanuras, y ganado más arriba; y poseen cuchillos españoles y otros artículos, lo que demuestra que tienen comunicación con los habitantes civilizados del país al Este de Bogotá.

Me siento por tanto inclinado a creer que los ríos Ariarí y otros, que surgen unas cien millas al sur de Bogotá, no son las fuentes del Guaviare, tal como se ve en todos nuestros mapas, sino las del Uaupés, y que la cuenca del Amazonas se extiende por tanto aquí hasta sesenta millas de la ciudad de Bogotá. Esta opinión se refuerza con la información obtenida de los indios de Javíta, quienes anualmente descienden por el Guaviare para pescar durante la estación seca, y dicen que el río es muy pequeño, y que en su parte alta, donde hay algunas colinas y termina la selva, no tiene más de cien metros de anchura; mientras que el Uaupés, en el punto más alejado al que han llegado los comerciantes, sigue siendo un río grande con una anchura de entre un cuarto de milla y una milla.

El Amazonas y todas sus ramas, como la mayoría de los ríos tropicales, están sometidos anualmente a crecientes y vaciantes de gran regularidad. En la corriente principal y en todas las ramas que fluyen desde los Andes, las aguas empiezan a crecer en diciembre o enero, cuando suelen comenzar las lluvias, y siguen haciéndolo hasta junio, en que se establece el buen tiempo. Las aguas empiezan a decrecer hacia el 21 de junio, desviándose raramente en más de unos días de esa fecha. En los afluentes que tienen sus fuentes en una dirección distinta, como es el caso del Río Negro, no coincide el tiempo de la crecida. En ese río, la lluvia no empieza a caer uniformemente hasta febrero o marzo, fecha en la que el río crece con gran rapidez, y generalmente ha alcanzado su punto máximo hacia junio y empieza entonces a decrecer junto con el Amazonas. Sucede así que en los meses de enero y febrero, cuando el Amazonas está creciendo rápidamente, el Río Negro sigue decreciendo en su parte alta; por tanto, las aguas del Amazonas entran por la desembocadura del Río Negro, haciendo que ese río permanezca estancado como un lago, o incluso, ocasionalmente, que fluya hacia atrás hacia su fuente. La crecida total del Amazonas entre la marca del agua más alta y más baja no se ha averiguado con precisión, pues no se puede determinar apropiadamente sin un nivel de alcohol; sin embargo, probablemente no será menor a cuarenta, o a menudo cincuenta pies. Por tanto, si consideramos la enorme superficie de agua elevada en unos cincuenta pies anuales, tendremos, desde otro punto de vista, una idea de la inmensa cantidad de agua que cae anualmente en el valle del Amazonas. Hemos de considerar que la longitud del Amazonas con sus tributarios principales no será inferior a diez mil millas y su anchura media no será inferior a dos millas; por tanto, tendremos una superficie de agua de veinte mil millas cuadradas que se eleva todos los años cincuenta pies. Pero no es sólo esta superficie la que se eleva, pues con la crecida del agua una gran parte de la tierra de las orillas de todo el río se inunda alcanzando una gran profundidad. En la lengua del país se da el nombre de "gapó" a estas tierras inundadas, que constituyen uno de los rasgos más singulares del Amazonas. A veces por un lado, otras veces por ambos, hasta una distancia de veinte o treinta millas del río principal, estos gapós se extienden por el Amazonas y por muchas partes de todos sus grandes afluentes. Todas esas zonas están recubiertas por una densa selva virgen formada por árboles elevados cuyos troncos se encuentran sumergidos entre diez y cuarenta pies todos los años durante seis meses. En esta selva inundada los indios tienen caminos para sus canoas, que cortan de un río a otro, para evitar la fuerte corriente del río principal. Una canoa puede ir desde la desembocadura del río Tapajóz hasta el Coarí, en el Solimões, sin entrar una sola vez en el Amazonas: el sendero recorrerá lagos, estrechos canales interiores y varias millas de selva inundada, cruzando el Madeira, el Purús, y cientos más de pequeñas corrientes. Desde la desembocadura del Río Negro hasta la del Iça hay una extensión inmensa de gapó que llega también hasta una extensa zona del interior; incluso cerca de las fuentes del Río Negro y en las zonas altas del Uaupés hay extensas regiones de tierra que se inundan anualmente.

En toda la zona que rodea la desembocadura del Amazonas, alrededor de la gran isla de Marajó, y alrededor de las desembocaduras del Tocantíns y el Xingú, se dejan sentir más las mareas diurnas y semimensuales, habiéndose perdido casi las subidas y bajadas anuales. Aquí las tierras bajas se inundan durante todas las marcas equinocciales, o cada quincena, con lo que la vegetación se ve sometida a otra serie peculiar de circunstancias. Zonas considerables de tierra, aún cubierta por la vegetación, son tan bajas que se inundan con cada marea alta, variando así también las condiciones del crecimiento vegetal.


a. FRAGMENTOS INCRUSTADOS EN GRANITO. b. GRANITO CON VETAS RETORCIDAS. c. ROCAS ESTRATIFICADAS SOBRESALIENDO DEL GRANITO. LAMINA IX ROCAS GRANITICAS Y VETAS, ETC.

 

GEOLOGIA

La elucidación plena de la Geología del valle amazónico exige mucho más tiempo e investigación de los que pude dedicarle. Tan grande es el área, y todo el país está cubierto por selvas que hacen tan comparativamente escasas las secciones naturales, que las pocas y distantes observaciones que puede realizar una persona no permiten trazar conclusiones definidas.

Es notable que no pudiera encontrar ningún resto fácil; ni siquiera una concha o un fragmento de madera fósil, ni ninguna otra cosa que pudiera permitir conjeturar por ejemplo, el estado en que existió el valle en un período anterior. Por tanto, somos incapaces de asignar la edad geológica a la que pertenece cualquiera de los diversos lechos rocosos. (Después se ha determinado que las rocas areniscas de Montealegre pertenecen a la edad cretácea).

Perdí mis notas y una buena colección de muestras de las rocas de Río Negro, y tengo por tanto muy pocos materiales en los que basarme.

En Sudamérica, el granito parece estar más extendido que en cualquier otra parte del mundo. Darwing y Gardner lo encontraron en todas partes en el interior del Brasil, en La Plata y en Chile. Hasta en el alto Xingú lo encontró el príncipe Adalbert. Humboldt lo encontró en toda Venezuela y en Nueva Granada. Parece formar todas las montañas del interior de Guiana y yo mismo lo he encontrado en toda la zona alta del Río Negro, y en la parte del Uaupés hacia los Andes.

Por lo que pude ver de la formación granítica del alto Río Negro, parecía extenderse en inmensas áreas onduladas, cuyos huecos, llenados con depósitos aluviales, forman los lechos de tierra y arcilla que, con diversas dimensiones, se encuentran por todas partes en medio de la formación granítica. Crecen en estos lugares altas selvas vírgenes, mientras que en las rocas graníticas escasamente cubiertas, y en donde hay lechos de arena, se encuentran los bosques catinga, más abiertos, tan diferentes por su aspecto y peculiares por su vegetación. Lo que más sorprende de esta gran formación es que es casi perfectamente plana. No hay cadenas montañosas, ni siquiera mesetas ligeramente elevadas; todo es llano salvo las cimas abruptas que surgen de pronto de la Ranura, hasta una altura de cien a tres mil pies. En la parte alta del Río Negro, esas cimas son muy numerosas. La primera es la Sierra de Jacamí, un poco más arriba de Santa Isabel; se eleva inmediatamente de la orilla del río, en el lado sur, alcanzando una altura de unos seiscientos pies. Hay esparcidas varias otras, pero las sierras del Curicuriarí son las más elevadas. La forman un grupo de tres o cuatro montañas que se elevan abruptamente hasta una altura de casi tres mil pies; junto a sus cimas hay 1mensos precipicios y crestas dentadas. Más arriba, en el mismo río, hay otro grupo montañoso de bastante menos altura. En el Uaupés hay numerosas colinas, algunas de ellas cónicas y otras en forma de bóveda, pero manteniendo todas el mismo carácter de elevaciones abruptas totalmente independiente del perfil general de la zona. Alrededor de las cataratas del río Uaupés hay pequeñas colinas de granito, partidas en la mayor confusión. Se producen grandes grietas o huecos y pilares rocosos esbeltos se elevan con respecto a la selva circundante como si fueran troncos muertos de árboles gigantescos. En la parte alta del río Isanna, los montes Tunuhy forman un grupo similarmente aislado. El Cocoí es una masa cuadrangular o cúbica, de unos mil pies de elevación, que sirve de frontera entre Brasil y Venezuela; detrás están los montes Pirapocó, y las sierras de Cababurís, que parecen bastante más extensas y constituyen algo más parecido a una cadena montañosa.

Pero la mayor peculiaridad de todas ellas es que el suelo no se eleva perceptiblemente hasta sus bases; surgen abruptamente, como si hubieran sido elevadas por alguna fuerza local aislada. Ascendí por una de las sierras más pequeñas hasta donde pude y he registrado mis impresiones en el Diario, (ver Capítulo VIII).

Sin embargo, el aislamiento y la proyección abrupta de estas montañas no carece de paralelos en los propios Andes. Esta poderosa cadena, por las informaciones que he podido obtener, surge de un terreno aparentemente llano de modo casi igualmente abrupto. Los Andes de Quito, y hacia el Sur hasta el Amazonas, son como una enorme rampa rocosa, limitando la gran llanura que se extiende en una pendiente continua e imperceptible desde el océano Atlántico hasta su base. Esa vasta llanura continua, esa imponente y escarpada cadena montañosa, es uno de los más grandiosos rasgos físicos de la tierra.

En general, las rocas graníticas del Río Negro contienen muy poca mica; sin embargo, en algunos lugares abunda ese mineral y se encuentra en grandes placas. Son comunes las vetas de cuarzo puro, algunas de gran tamaño; y también las numerosas venas o vetas de granito de color o textura diferente. La dirección de éstas suele ser más de Este y Oeste que de Norte y Sur.

Un poco más abajo de las cataratas del Río Negro hay algunas rocas areniscas que parecen sobresalir del granito formando un ángulo de 60º o 70º en la dirección Sur-Suroeste (Lámina IX, c.). Cerca de ese lugar, una gran plancha de roca granítica muestra numerosas vetas de cuarzo curiosamente torcidas o plegadas (Lámina IX, d.), que varían en tamaño desde una línea a varias pulgadas de diámetro, y están plegadas del modo más diminuto y regular.

En una isla del río, cerca de este lugar, hay rocas cristalinas finamente estratificadas que se inclinan hacia el Sur a 70º de la vertical, y que a veces son onduladas y retorcidas.

LAMINA X.- FORMAS DE ROCAS GRANITICAS.

 

El granito muestra a menudo una disposición concéntrica de láminas, sobre todo en las grandes masas en forma de cúpula del lecho del río (Lámina X, a . c.), o en partes que sobresalen del terreno (Lámina X, b). Cerca de São Gabriel, y en el Uaupés, se encuentran grandes masas de roca de cuarzo puro, y no me cabe duda de que se deben a la misma causa los precipicios blancos y relumbrantes de las sierras. En Pimichin, cerca del nacimiento del Río Negro, el granito contiene numerosos fragmentos de roca arenisca estratificada incrustada en él (Lámina IX, a.); no aprecié esto tan claramente en ninguna otra localidad.

En la parte alta del río Uaupés hay una formación muy curiosa. Todo a lo largo de las orillas del río hay fragmentos irregulares de rocas con los intersticios rellenos por una substancia que se asemeja exactamente a la brea. Al examinarlos, resultan ser un conglomerado de arena, yeso y escorias, a veces muy duro, pero a menudo podrido, por lo que se rompe fácilmente; su posición sugiere inmediatamente la idea de que había sido líquido, pues los fragmentos de roca parecen haberse sumergido en él.

En un área muy amplia se encuentran ásperas escorias volcánicas con superficie vítrea. Las encontramos en Caripé, cerca de Pará; por encima de Baião, en el Tocantíns; en la desembocadura del Tapajoz en Villanova, en el Amazonas, más arriba de Barra, en el Río Negro, y de nuevo en la zona alta del Uaupés. Una pequeña colina cónica que hay tras la ciudad de Santarem, en la desembocadura del Tapajóz, tiene todo el aspecto de ser un cono volcánico.

Los alrededores de Pará se componen totalmente de una arenisca áspera de hierro que es probablemente una continuación de las rocas observadas por Mr. Gardner en Maranham y en la provincia de Piauhy, y que él pensaba pertenecían a la formación cretácea. Por la parte alta del Tocantíns encontramos finas rocas cristalinas estratificadas, ásperos conglomerados volcánicos y pizarras de grano fino. En estas cascadas había pizarras metamórficas y otras rocas cristalinas duras; muchas de ellas se partían en planchas planas, útiles para la construcción o incluso para el pavimentado, mucho más conveniente que las piedras que se importan ahora de Portugal a Pará. En las sierras de Monte Alegre, en la orilla norte del Amazonas, hay una gran variedad de rocas: desiguales conglomerados de cuarzo, areniscas cristalinas finas, lechos blandos de areniscas amarillas y rojas, y rocas de arcilla endurecida. Estos lechos son todos casi horizontales, pero están muy hendidos y rotos verticalmente, son alternativamente duros y blandos, y por su desigual proceso de descomposición han formado las piedras colgantes y las cuevas curiosas que describí en mi Diario.

La impresión general producida por el examen del país es que aquí presenciamos la fase última de un proceso que se ha producido durante todo el período de elevación de los Andes y de las montañas de Brasil y Guayana desde el océano. Al inicio de este período, la mayor parte de los valles del Amazonas, Orinoco y La Plata debieron formar parte del océano, separando unos de otros a los grupos de islas (que estas elevadas tierras formaron en su primera aparición). Los sedimentos acarreados al mar por las rápidas corrientes que bajaban por las pendientes de estas montañas tenderían a llenar y nivelar las depresiones más profundas e irregulares, formando esas extensas regiones de depósitos aluviales que encontrarnos ahora en medio de las zonas graníticas. Actuaron al mismo tiempo fuerzas volcánicas, como demuestran las cimas graníticas aisladas que surgen en muchos lugares de una zona selvática plana, como islas en un mar de vegetación, porque sus pendientes inferiores y los valles que había entre ellas han quedado cubiertos y rellenados por los depósitos sedimentarios. Esta acción simultánea de las fuerzas acuáticas y volcánicas, de los terremotos submarinos y las corrientes marinas, agitándose por así decirlo, y nivelando las masas de materia sedimentada arrastrada desde la ahora creciente superficie de tierra seca, fue lo que produjo esa maravillosa regularidad de la superficie, esas pendientes graduales e imperceptibles que existen ahora en un área tan inmensa (Los pilares y bóvedas de granito aislados demuestran que todo el área había estado anteriormente cubierta por gruesas rocas sedimentarias que fueron eliminadas por erosión).

En el punto en el que las montañas de Guayana se aproximan más a la cadena de los Andes, la acción volcánica parece haber sido continua en el intervalo entre ellas; produciendo las sierras de Curicuriarí, Tunuhy y las numerosas y más pequeñas montañas graníticas del Uaupés; aquí es donde probablemente apareció primero la tierra firme, conectando Guayana y Nueva Granada, y formando la cresta ligeramente elevada que constituye ahora el divorcio de aguas entre las cuencas del Amazonas y del Orinoco. Lo mismo sucede en la parte meridional del continente, pues donde las montañas del Brasil y la cordillera oriental de los Andes bolivianos se extienden para encontrarse es donde los depósitos sedimentarios de esa parte parecen haberse elevado primero por encima del nivel del agua, y así han determinado los límites de la cuenca del Amazonas por la parte sur. Entonces, el valle del Amazonas habría formado un gran mar o golfo interior de unas dos mil millas de longitud y setecientas u ochocientas de anchura.

Los ríos y torrentes montañosos que van a dar a él desde todos los lados llenarían gradualmente esta gran cuenca; y la acción volcánica, todavía visible en las escorias del Tocantíns y el Tapajóz, y en las rocas despedazadas de Montealegre, tenderían a nivelar la vasta área y a determinar los canales de los futuros idos. Este proceso, que ha durado varias eras, estrecharía finalmente este mar interior casi hasta los límites de lo que es ahora el gapó o tierra inundada. Las crestas, elevándose gradualmente unos cuantos pies por encima de las aguas, separarían los ríos tributarios; y entonces los remolinos y corrientes levantarían las riberas arenosas tal como existen ahora, definiendo gradualmente los límites del río que ahora conocemos. Pero los cambios prosiguen. Todos los años se forman nuevas islas en la corriente, grandes extensiones de tierra inundada se elevan perceptiblemente por los depósitos que se sedimentan sobre ellos, y los numerosos y grandes lagos van asfixiándose por las plantas acuáticas y llenándose de sedimentos.

Las tres curvas superiores muestran las medias de las temperaturas más altas, medianas e inferiores en Pará durante cuatro años. Las dos curvas inferiores muestran las medias mensuales más alta y más baja de las temperaturas de Londres. LAMINA XI

La gran extensión de tierra llana que hay en las orillas del río seguirá inundándose hasta que nuevos terremotos la eleven gradualmente por encima de las aguas; durante ese tiempo, la corriente seguirá haciendo un lecho más ancho y profundo, capaz de contener su caudal acumulado. En el curso de los tiempos, quizá esto pudiera haberse producido por la acción del propio río, pues en cada inundación anual se forma un depósito sedimentario y estas tierras por tanto irán creciendo y con el tiempo llegarán a estar permanentemente elevadas por encima de la máxima crecida del río. Esto, sin embargo, tomará mucho tiempo, pues cuando las orillas se elevan , el río, al no poder extender sus aguas sobre las tierras cercanas, crecerá todavía más y fluirá con más rapidez que antes, inundando así una zona elevada más allá del nivel de las antiguas inundaciones.

La historia completa de estos cambios -los períodos de elevación y de reposo, el tiempo en que las crestas divisorias se elevaron por primera vez sobre las aguas, y la antigüedad comparativa de las corrientes tributarias- no podrá determinarse con precisión hasta que el país haya sido explorado de modo más completo y los restos orgánicos, que sin duda existan, sean encontrados y nos den una información más precisa respecto al nacimiento y crecimiento del Amazonas.

CLIMA

El clima del valle del Amazonas es notable por la uniformidad de temperatura y por la presencia regular de humedad. En la mayor parte de él hay seis meses de estación húmeda y otros seis de estación seca, ninguna de las cuales es tan severa como en otros países tropicales. La estación seca va de junio a diciembre y la húmeda de enero a mayo. En la estación seca hay algunas lluvias ocasionales, especialmente en las proximidades del día de Todos los Santos, en noviembre; y en la estación húmeda hay intervalos de buen clima, y frecuentes mañanas soleadas, así como muchos días de lloviznas suaves.

Este es el carácter general del clima en toda la corriente principal del Amazonas y su vecindad inmediata. Sin embargo, en algunas localidades particulares se producen notables desviaciones de esa rutina general La propia ciudad de Pará es uno de esos lugares excepcionales. Aquí las estaciones se hallan tan modificadas que su clima es uno de los más agradables del mundo. Durante toda la estación seca, no suelen pasar más de tres días o una semana sin una pequeña tormenta y una buena lluvia que se produce hacia las cuatro de la tarde y ha aclarado hacia las seis, dejando la atmósfera deliciosamente pura y fresca y la vida vegetal y animal refrescada y vigorizada. Si tuviera que juzgar el clima de Pará sólo por mi primera residencia allí, de un año de duración, me habría sentido impresionado por la novedad del clima tropical; pero a mi regreso, tras una estancia de tres años en el alto Amazonas y el Río Negro, me sentí igualmente sorprendido por la maravillosa frescura y el brillo de la atmósfera, por la suavidad tranquila de las noches, las cuales, a buen seguro, no tienen igual en ninguna otra parte del mundo que yo haya visitado.

La estación húmeda no está formada por tantos días tormentosos y nublados como en otras partes. El sol y la lluvia alternan, y los días son comparativamente brillantes y alegres, incluso cuando llueve. Generalmente, la variación del termómetro en cualquier día no excede de los 15° F; 75 °F es la temperatura inferior y 90 °F la superior. La mayor variación en un día no creo que sea de más de 20° F; y en cuatro años las temperaturas más baja y más alta fueron de 70° y 95°F, dando sólo una variación extrema de 25°F. Probablemente no existe en la Tierra un clima más uniforme. (Ver diagrama, en la Lámina XI).

En el lado de Guayana del Amazonas, en las islas de Mexiana y Marajó, las estaciones están mucho más marcadas que en la parte alta del río. Durante la estación seca no llueve en tres meses; y en la estación húmeda lo hace casi continuamente.

Pero donde se produce la modificación más curiosa de las estaciones es en la zona de las cataratas del Río Negro. Aquí ha desaparecido casi la estación seca tropical regular, produciéndose durante prácticamente. todo el año una constante alternancia entre la lluvia y el sol. En los meses de junio, julio, agosto y septiembre, cuando el verano amazónico se halla en todo su esplendor, sólo tuvimos un poco de buen tiempo hacia junio, y luego volvió a llover de nuevo como siempre; pero en enero o febrero, cuando se inicia la estación húmeda en el Amazonas, generalmente hay aquí uno o dos meses de buen clima. Entonces es cuando el río, que ha estado decreciendo lentamente desde julio, se vacía rápidamente, encontrándose en marzo en su punto inferior. A principios de abril empieza a crecer repentinamente, habiéndose elevado veinte pies hacia finales de mayo, y luego sigue creciendo lentamente hasta julio, mes en el que alcanza su punto máximo, empezando a decrecer con el Amazonas. La zona con la mayor cantidad de lluvia, o más bien el mayor número de días lluviosos, parece ser muy limitada, extendiéndose sólo desde un poco más abajo de las cataratas de Sao Gabriel hasta Marabitanas, en los confines del Brasil, donde las montañas de Pirapocó y Cocoí y la Sierra de Tunuhy parecen formar una separación con respecto a la zona venezolana, en la cual hay un verano más regular durante los meses de diciembre, enero y febrero.

 

Presión atmosférica media en Pará durante tres años

 

 

PRESION ATMOSFERICA MEDIA EN PARA DURANTE TRES AÑOS
LAMINA XII

Durante el mes de septiembre, el agua de Río Negro no varió de temperatura más de 2ºF. Por desgracia había perdido mis termómetros y no pude realizar una serie regular de observaciones de las aguas de las zonas más altas de los ríos por los que ascendí.

La variación extrema del barómetro en Pará, durante tres años, fue sólo de tres décimas de pulgada (Ver diagrama, Lámina XII). La altura media, con todas las correcciones necesarias, seda casi exactamente de treinta pulgadas; sin embargo, ya he dado mis razones para creer que hay una diferencia considerable en la presión de la atmósfera en el interior del país. En el mes de mayo se dice que se producen algunos días muy fríos en el alto Amazonas y Río Negro; pero yo personalmente no experimenté nunca nada semejante. Muchas personas inteligentes me han asegurado que el frío es a veces tan severo que los habitantes sufren mucho y, lo que es todavía más extraordinario, mueren los peces de los ríos. Concediendo que así sea, soy totalmente incapaz de explicármelo, pues es difícil concebir que una disminución de la temperatura de cinco o diez grados, que es todo lo más que puede suceder, pueda producir algún efecto en ellos.

Conozco un relato auténtico de una granizada que cayó una vez en el alto Amazonas, algo notable en un lugar que está sólo a tres grados al Sur del Ecuador y a unos doscientos pies de altura por encima del nivel del mar. Los niños estaban jugando al aire libre y lo llevaron a sus padres, quienes se asombraron ante una substancia que había caído de las nubes, que cm totalmente desconocida para ellos y estaba tan fría. La persona que me lo contó era un portugués y confío plenamente en su información.

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