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CAPITULO XII
LAS CATARATAS DEL UAUPES

Salida para el Uaupés- São Jeronymo y Jauarité- Los indios escapan- Numerosas cataratas- Llegada a Carurú- Un paso difícil- Una maloca pintada- Música diabólica- Más cascadas- Ocokí- Rocas curiosas - Llegada a Uarucapurí -Los indios Cobeu- Llegada a Mucúra- Una casa y una familia indias- Altura sobre el nivel del mar- Tenente Jesuino- Regreso a Uarucapurí- Prisioneros indios- Viaje a Jauarité- Corrección del calendario- Retraso en São Jeronymo.

Al final, el 16 de febrero, dos meses y veintitrés días después de mi llegada a São Joaquim, partí de allí en viaje hacia el Uaupés. Estaba todavía tan débil que tenía grandes dificultades para entrar y salir de la canoa; pero pensé que allí estaría tan bien como encerrado en la casa; y corno ahora deseaba más que nunca regresar al hogar, quería hacer primero este viaje y conseguir algunos animales y pájaros vivos para llevarme conmigo. Contaba con siete indios Uaupés que el Señor L. había traído desde S5o Jeronymo para que pudiera subir río arriba. Otros tres, que ya habían cobrado el viaje, no aparecieron; y aunque sabían muy bien la fecha de la partida, habían fijado para ese día una fiesta a base de pescado y caxirí. Antonio, mi antiguo piloto en Barra, era uno de ellos. Lo vi cuando llegaba al pueblo desde su sitio y se negó de plano a venir conmigo, a menos que esperara algunos días más por él. Por tanto, hice que enviara a su muchacho Macu, João, en su lugar, para la ida y la vuelta, pagando así por lo que ambos debían. Así lo hizo, y seguimos regocijados nuestro camino pues Antonio era lo que ellos llaman un indio "ladino", o astuto; sabía hablar portugués y se sospechaba de él que era un ladrón experto, por lo que no lamenté partir sin su compañía.

El sábado por la noche, día 21, llegamos a Sao Jeronymo, donde fui cordialmente recibido por el Senhor Augustinho. Ocupé el siguiente día en pagar a los hombres y mandar buscar a Bernardo para que condujera la canoa hasta las cataratas y consiguiera más indios para el viaje.

Llegó el lunes y le dejé llevar la canoa, pero no le acompañé, pues en los últimos días las fiebres intermitentes habían vuelto a atacarme y ése era el día del ataque; por tanto envié a los dos guardas ("Guardas": En portugués en el original. (N. del T.)), que sabían hablar portugués, para que se hicieran cargo de la canoa y la carga, y yo me quedé hasta el siguiente día. Por la tarde llegó de arriba un pequeño comerciante, bastante borracho, y un indio informó al Señor Augustinho de que se habían emborrachado con mi caxaça, pues los hombres a los que había traído especialmente para que cuidaran de mi carga la habían abierto. Al día siguiente descubrí que era así, pues los sellos habían sido rotos y rehechos torpemente con un palo encendido. Estos hombres eran indios semicivilizados que venían conmigo como cazadores, para servirme de intérpretes con los otros indios y hacerse cargo de mis pertenencias, por todo lo cual les pagaba un salario extra. Comían conmigo y no remaban con los otros indios; pero la tentación de estar solo casi un día entero con un garrafao de caxaça había sido demasiado fuerte para ellos. Por supuesto guardé silencio, aparentando que ignoraba totalmente lo que había sucedido, pues si hubiera actuado de otro modo ambos me habrían abandonado, tras haber recibido la mayor parte de su paga de antemano, y yo no hubiera podido proseguir el viaje.

Con la ayuda de Bernardo, tuve pronto diez remos en la canoa; tras pagarles a la mayoría de ellos con hachas, espejos, cuchillos, cuentas, etc., seguimos a paso vivo hasta Jauarité, a donde llegamos en la mañana del día 28. Yo estaba deseoso de pasar inmediatamente la caxoeira, pero tuve un retraso: pagar a dos indios que me dejaban aquí y conseguir otros; entonces, me volvió el ataque de fiebres antes de abandonar el pueblo, y me sentí muy débil y enfebrecido cuando íbamos a cruzar las cascadas. Desembarcamos toda la carga, que teníamos que llevar durante una distancia considerable a través de la selva; y aún así, tirar de la canoa por las cascadas hacia arriba era algo muy difícil. Había dos cascadas, a cierta distancia una de la otra, por lo que el acarreo por tierra fue muy largo.

Volvimos a embarcar entonces pero Bernardo me informó fríamente que no podía ir más lejos, aunque le había pagado por todo el viaje. Me dijo que su hermano iría en su lugar, y que cuando yo regresara él me pagaría lo que me debía. Me vi obligado a aceptarlo de buena gana, pero poco después me enteraba de que su hermano sólo iría hasta la caxoeira Jacaré, y así me vi decepcionado una segunda vez.

Al partir eché en falta a João y me enteré de que nos había dejado en el pueblo, diciendo a los guardas que sólo había acordado conmigo llegar hasta allí, pero éstos no me habían dicho ni una sola palabra hasta ahora, que era ya demasiado tarde. Por tanto la deuda de Antonio siguió sin pagar, y aún fue aumentada por un cuchillo que João había pedido, y yo le había dado, para que realizara el viaje satisfecho.

El río estaba ahora lleno de rocas, hasta tal punto que comparado con él la parte más rocosa de Río Negro era una bagatela. Todas eran rocas bajas que quedarían cubiertas con la creciente, pero otras muchas permanecían bajo la superficie y continuamente nos golpeábamos contra ellas. Esa tarde pasamos por cuatro cascadas más : las caxoeiras de "Uacú" (una fruta), "Uacará" (garceta), "Mucúra" (zarigüeya) y "Japóna" (horno). En Uacará había una "maloca" que tenía el mismo nombre; y otra en Japóna, en donde pasamos la noche. Ascendimos todos estos rápidos sin descargar; pero el Uacará era muy mal6 y nos ocasionó muchos problemas y retrasos. A la mañana siguiente, cuando íbamos a partir, descubrimos que faltaba otro indio: se había fugado durante la noche y era inútil tratar de encontrarlo, aunque sabíamos que habría ido a la "maloca" Uacará, donde el día antes había expresado el deseo de quedarse, pero si hubiéramos regresado a por él todos habrían negado conocerle y le habrían escondido bien. Era uno de los que habían recibido la paga completa, con lo que ya eran tres los que se habían ido debiéndome dinero no era un principio muy estimulante para mi viaje.

Pasamos temprano por la caxoeira "Tyeassu" (cerdo), y luego tuvimos un buen trecho de aguas tranquilas hasta el mediodía, en que llegamos a la caxoeira "Oomarie" (una fruta), en donde hay un sitio. Cenamos aquí un estupendo tucunaré fresco, que un anciano me vendió; su hijo, que se había visto tentado por un hacha, accedió a ir conmigo. Arrastramos la canoa por estos rápidos sin descargarla, lo que se hace raras veces, salvo cuando el río esta bajo, como ahora. El resto del día tuvimos aguas tranquilas y nos detuvimos en una roca para hacer la cena y dormir.

Primero de marzo: pasamos pronto la caxoeira "Macáco" (mono). Aquí las rocas, y particularmente en la caxoeira Oomarie, estaban tan llenas de venas paralelas que tenían el aspecto de estar estratificadas y lanzadas hacia arriba casi verticalmente; sin embargo, son graníticas y similares a las que ya habíamos visto. Llegamos luego a las caxoeiras "Irá" (miel) y "Baccába" (una palmera); en ambas hay dibujos o petroglifos en las rocas, y me quedé para dibujarlas. Tras pasar el último rápido, perdimos una de las falsas quillas que había puesto en la canoa antes de salir para preservar el fondo por la parte central, pues estaba muy desgastado al haber sido arrastrado por encima de las rocas por su propietario anterior. Nos detuvimos entonces en un arena, descargamos la canoa y taponamos los agujeros de los clavos, por los que el agua entraba rápidamente.

Al día siguiente pasamos sucesivamente por las caxoeiras "Arára Mirí" (guacamayo pequeño), "Tamaquerié" (salamanquesa), "Periquito", "Japoó" (un ave), "Arára" (guacamayo), "Tatú" (armadillo), "Amána" (lluvia), "Camóa" (?), "Yauti" (tortuga); y finalmente, hacia las tres de la tarde, llegamos a "Carurú" (una planta acuática). Las últimas cinco, antes de llegar a Carurú, eran muy malas; generalmente había que pasar por el centro del río, entre rocas, donde el agua se precipitaba furiosamente. Las cascadas no tenían más de tres o cuatro pies cada una; pero tirar de una canoa por encima de ellas, contra las aguas espumeantes de un gran río, era algo de la mayor dificultad para mi docena de indios, pues tenían que ir con el agua hasta la altura del pecho, y resultaba sorprendente que pudieran resistir la corriente, y aún más que pudieran ejercer alguna fuerza para tirar de la canoa. En la cascada Arára, el paso usual es sobre la roca seca, y tuvimos que descargar la canoa para ese fin; pero todos los esfuerzos de los indios no podían lograr que la canoa subiera por la pendiente desigual e inclinada que era el único camino. Se esforzaban una y otra vez, pero en vano; cuando iba ya a mandar a un hombre mayor para que pasara en una pequeña canoa y llegara hasta Carurú en busca de ayuda, éste sugirió que consiguiendo un largo sipó (la soga habitual en estos ríos) podríamos hacer una buena herramienta para llevar la canoa por el margen de la cascada, lo que habíamos intentado ya previamente sin éxito. Así lo hicimos y con grandes esfuerzos superamos el obstáculo, con gran satisfacción por mi parte, pues el enviar a alguien a Carurú nos hubiera ocasionado un molesto y largo retraso.

Puede decirse que desde Jauarité el río tiene por término medio un tercio de milla de anchura, pero las curvas y giros son innumerables; y en cada rápido se extiende casi siempre en bahías tan profundas, y se divide en canales por tantas rocas e islas, que uno puede pensar a veces que el agua de repente fluye hacia atrás en dirección contraria a la que tenía previamente. La caxoeira Carurú es mayor que todas las que habíamos visto; se precipita entre enormes rocas por pendiente de quizás quince o veinte pies. El único modo de pasarla era tirar de la canoa por encima de la roca seca, la cual se eleva considerablemente por encima del nivel del agua, y era bastante desigual, interrumpiéndose a veces por roturas o elevaciones de dos o tres pies de altura. Por tanto descargamos la canoa, cortamos numerosos palos y ramas y los pusimos en el camino para que el fondo no se estropeara demasiado con las rocas, enviando un mensajero al pueblo que había al otro lado del río para pedirle al Tushaúa para que viniera con muchos hombres a ayudarnos. Esté llegó pronto con once indios y se pusieron todos a empujar de la canoa o a tirar de los sipós; pero aún entonces, la fuerza de veinticinco personas solo podía moverla paso a paso y con gran dificultad. Pasamos por fin, sin embargo, y nos dirijimos entonces al pueblo, en donde el Tushaúa nos alquiló una casa.

La canoa era tan débil por una parte del fondo que tuve miedo a tener algún accidente en el descenso, por lo que decidí quedarme aquí dos o tres días para cortar la parte débil y poner en su lugar una tabla fuerte. Me di cuenta también ahora de que la canoa era demasiado pesada para seguir río arriba, pues en muchas de las cascadas no se podía obtener ayuda, y algunas veces los pasos eran tan difíciles como el del Carurú; por tanto, emprendí negociaciones para comprar una "obá" muy grande del Tushaúa, y antes de irme lo había conseguido a cambio de un hacha, una camisa y unos pantalones, dos machetes y algunas cuentas de collar. Nos habíamos retrasado aquí cinco días enteros por la dificultad de encontrar un árbol de buena madera lo bastante grande para conseguir una tabla de doce o catorce pulgadas, de anchura. Finalmente, tuve que contentarme con dos tablas estrechas, torcamente colocadas, para no verme expuesto a más retrasos.

Había aquí una "maloca" grande y numerosas casas. " parte frontal de la maloca" estaba pintada con mucho gusto a base de diamantes y círculos de colores rojo, amarillo, blanco y negro. En las rocas había una serie de figuras extrañas, de las que hice un bosquejo. Los indios pertenecían a la tribu de las "Ananás" o de las piñas; compré algunos de sus vestidos y ornamentos de plumas; me trajeron en cantidades considerables pescado, tortas de mandioca, etc., artículos que en su mayor parte conseguí a cambio de anzuelos de pesca y cuentas rojas, elementos que poseía en abundancia. Un poco más abajo de la cascada el río no tiene más de trescientas yardas de anchura; mientras que más arriba su anchura es de media milla y contiene varias islas grandes.

Abundaba por aquí el gran pacu negro y, junto con otros peces pequeños, solían traernos una cantidad suficiente para no tener que recurrir a las aves de corral, las cuales son consideradas por los comerciantes como el alimento más ordinario del que puede vivir un hombre. Comí ahora por primera vez la curiosa alga de río, llamada carurú, que crece sobre las rocas. La tomamos como ensalada y también cocida con pescado; de ambos modos era excelente; cocida se parecía mucho a las espinacas.

También fue aquí donde vi y oí por primera vez el "Juriparí" o música diabólica de los indios. Una tarde que estaban bebiendo caxirí, poco antes del anochecer, oímos un ruido de trombones y fagots que venía por el río hacia el pueblo, y de pronto aparecieron ocho indios, cada uno de los cuales tocaba un instrumento grande parecido a un fagot. Tenían cuatro pares de diferentes tamaños y producían un sonido salvaje y agradable. Tocaban todos juntos, en tolerable concierto, una melodía simple, y mostraban el mayor gusto para la música que yo había visto hasta entonces entre estas gentes. Los instrumentos estaban hechos de corteza enrollada en espiral y tenían una embocadura de hojas.

Por la noche fui a la "maloca" y encontré a los ancianos tocando el mayor de los instrumentos. Los blandían de una manera singular, verticalmente y hacia los lados, acompañándose de las correspondientes contorsiones del cuerpo, y tocaban un rato una melodía regular, acompañándose uno a otro con gran corrección. Desde el momento en que se escuchó la primera música, no pudo verse a ninguna mujer, anciana o joven; es ésta una de las más extrañas supersticiones de los indios Uaupés, pues consideran tan peligroso que una mujer vea incluso uno de estos instrumentos, que si lo hace es condenada a muerte, generalmente por veneno. Incluso aunque la visión sea totalmente accidental, o sólo se sospeche de que los artículos prohibidos han sido vistos, ya no hay piedad; se cuenta que los propios padres han sido los ejecutores de sus hijas, y los esposos de sus esposas, cuando éstas los han visto. Evidentemente, tenía grandes deseos de comprar los instrumentos a los que pertenecen tan curiosas costumbres y hablé con el Tushaúa sobre el tema. Finalmente prometió vendérmelos a mi regreso, estipulando que tenían que ser embarcados a cierta distancia del pueblo, para que no hubiera peligro de que los pudieran ver las mujeres.

La mañana anterior a nuestra partida, descubrimos que otros dos indios de los que habían recibido paga completa al salir nos habían abandonado. Se habían apoderado de una canoa y se fugaron durante la noche; la única posibilidad que me quedaba era la de encontrarlos en su casa a mi regreso, y la posibilidad todavía más remota de que tuvieran algo con qué pagarme.

Los indios de por aquí tienen pocas características que los distingan de los de abajo. Las mujeres llevan más cuentas en sus cuellos y brazos. El labio inferior suele estar horadado y se insertan en él dos o tres pequeñas cuerdas de cuentas blancas; pero como las naciones están tan mezcladas por matrimonios interétnicos, esta costumbre deriva probablemente de los Tucanos. Algunas de las mujeres y niños llevan dos ligas, una por encima del tobillo y la otra por encima de la rodilla, lo cual hincha enormemente la pantorrilla, considerándose esto como signo de gran belleza. No vi aquí muchas colas de pelo largas; la mayor parte de los hombres han estado probablemente en el Río Negro con algún comerciante, y llevan por tanto su pelo como los cristianos; o quizá se deba esto a que el último Tushaúa fuera un "homen muito civilizado" (una persona muy bien educada).

Tras cuatro días de retraso, partimos por fin con un complemento comparativamente pequeño de indios, pero con algunos hombres de más para ayudarnos a pasar las caxoeiras que estaban cerca. Estas eran la "Pirewa (herida), "Uacorouá" (chotacabras), "Maniwara" (hormiga blanca), "Natapí" (trampa para peces), "Amána" (lluvia), "Tapíracúnga" (cabeza de tapir), "Tapíra eura" (boca de tapir), y "Jacaré" (caimán). Tres de ellas eran muy malas y la canoa tuvo que ser totalmente descargada y empujada sobre las rocas secas y desiguales. La última era la más alta. El río se precipitaba furiosamente desde cerca de veinte pies de altura sobre una pendiente rocosa desigual. La carga y descarga de la canoa tres o cuatro veces durante el curso de otras tantas horas es una gran molestia. Se derraman las cestas de fariña y de sal, de tortas de mandioca y pacovas. Las panelas (ollas) pueden romperse; y cuando llueve, hay que amontonarlo todo precipitadamente, cortar hojas de palmera y tapar los artículos más perecederos; pero las cajas, rédés y otros muchos artículos se mojarán con seguridad, lo que nos producirá gran incomodidad cuando las volvamos a meter de nuevo, precipitadamente, en la sobrecargada canoa. Si tenía pájaros o insectos secándose afuera, con seguridad eran volcados o llevados por el viento, o mojados por la lluvia, destino que era compartido por los papeles y libros de notas. Los artículos que iban en cajas, a menos que estuvieran bien empaquetados, eran sacudidos y estropeados por el acarreo descuidado, por tanto, todo esto era una excelente lección de paciencia que había que soportar con gran serenidad filosófica. A mediodía habíamos pasado por todas estas cascadas y por la noche dormimos sobre una roca, donde había un pequeño rápido y una casa sin habitantes.

El día 8 tuvimos unas aguas tolerablemente tranquilas, con sólo dos rápidos pequeños, la caxoeira "Taiéna" (niño), y la 'Periquito". El día 9 llegamos por la mañana a la cascada "Pacu", y luego tuvimos una corriente tranquila, aunque llena de rocas, hasta la tarde, en que pasamos las caxoeiras "Macucú" (un árbol), "Anacás" (Probablemente una errata = Ananás. (N. del T.)) (piña), y "Uacú" (una fruta); todas ellas muy malas y difíciles. Habíamos dejado Carurú con muy poca fariña, pues no pudimos conseguir allí ninguna, y no habíamos visto sitios habitados donde pudiéramos comprarla; por tanto los indios vivían ahora de una pequeña ración a base de "beijú", que habían traído con ellos. A un indio que pasó le compré una cesta de ocokí y algunos peces. El ocokí es una fruta grande en forma de pera con una piel exterior gruesa y dura de textura casi leñosa, después una pequeña cantidad de materia pulposa muy dulce y en el interior un hueso ovalado, negro y grande. La pulpa es muy sabrosa, aunque tan acre que deja la boca y la garganta doloridas si se comen más de dos o tres frutos. Sin embargo, el zumo pierde esta propiedad cuando se cuece; y cuando se convierte en mingau añadiéndole tapioca es muy agradable y estimado en la zona alta de Río Negro en donde abunda. Se necesita por lo menos un peck (Peck: medida inglesa equivalente a 9 litros o 2 celemines. (N. del T.)) de fruta para obtener una pequeña panela de mingau.

Al día siguiente, el 10, por la tarde, los indios se lanzaron de pronto como nutrias al agua, nadando hasta la orilla y desaparecieron en la selva. "Ocokí" fue la respuesta a mis preguntas sobre la causa de su repentina desaparición. Me di cuenta en seguida de que habían descubierto un árbol de ocokis y que estaban cogiendo muchas frutas para satisfacer su hambre, pues por lo visto la boca y la garganta de un indio es invulnerable a esas sustancias que lesionan al hombre civilizado. El árbol es uno de los más elevados de la selva, pero la fruta cae en cuanto madura y su cubierta dura y leñosa impide que se estropee. En seguida habían llenado cestas, camisas, pantalones, etc. con la fruta para vaciarla en la canoa; mandé a cada uno de los indios que me trajera una pequeña cesta para mí; de ese modo, tuvimos "mingau de ocoki" durante tres días.

Las rocas del Carurú suelen presentar un aspecto escoriáceo, como si el granito hubiera sido refundido. A veces son una masa de fragmentos quemados, otras veces una roca con la apariencia de un panal y con una superficie brillante. En algunos lugares hay fragmentos incrustados de roca de grano más fino, aparentemente arenisca, y numerosas venas y vetas que suelen cruzarse unas con otras en tres o cuatro grupos. En muchos lugares, las rocas están tan rotas y hendidas verticalmente que parecen estratificadas y puestas de pie. La forma redondeada y la disposición concéntrica, observada en Río Negro, se da aquí constantemente. Los intersticios de las masas redondeadas y angulares de roca, suelen estar llenos con una curiosa sustancia volcánica, que por el exterior parece brea, pero está compuesta de escorias, arena, arcillas, cte.. diversamente cimentadas.

El día 10 pagamos las caxoeiras "Tapioca", "Tucáno" (Tucán), "Tucunaré" (un pez), "Uaracú piními" (un pez) y "Tyeassú" (cerdo). La primera era muy mala, y ambas, difíciles y peligrosas de pasar; se componía de varias cataratas entre enormes masas de roca. En un lugar la canoa quedó atrapada, entre aguas espumeantes, en el borde mismo de una catarata durante casi una hora; a pesar de todos los esfuerzos de los indios, no podíamos llevarla hacia delante. La inclinaban de un lado o del otro, pero en vano; empecé a desesperar de poder pasar la dificultad antes de la noche. Por fin la canoa se movió, aparentemente sin tanto esfuerzo como el que se había hecho antes; pero los indios, como eran de varias naciones y no entendían un lenguaje común no podían actuar en concierto ni obedecer a ningún jefe. Probablemente se debió a una casual combinación de fuerzas el que al final pudiéramos salir de esa desagradable situación. En las rocas de esta catarata había numerosas, figuras o petroglifos y me detuve a hacer dibujos de ellas; para entonces tenía ya una extensa colección de dibujos de este tipo.

Las tres cataratas siguientes eran pequeños rápidos; pero la última, a la que llegamos en las últimas horas de la tarde, era terrible. El río hace una curva repentina y se mete en un canal muy estrecho en donde7 hay una confusa masa de rocas de todo tamaño y forma, apiladas unas sobre otras y amontonadas en la mayor confusión posible. Todas las piedras que se elevan por encima del nivel del agua están cubiertas de vegetación; y entre ellas el río se precipita y espumea, haciendo muy difícil la tarea del piloto. Cuando estaba empezando a oscurecer pasamos por estas sombrías estrechuras llegando a una parte más amplia y alegre del río, y nos detuvimos en una roca para cenar y dormir.

El día 11, temprano, llegamos a Uarucapurí, donde hay un pueblo y varias malocas. La primera en la que entramos estaba habitada por gentes de la nación Cobeu. Había en ella una docena de hombres de buen aspecto, todos ellos con los miembros desnudos y bien pintados, con brazaletes y collares de cuentas blancas y las orejas incrustadas con una madera del tamaño de un corcho de botella, a cuyo extremo habían encolado un trozo de porcelana que presentaba una superficie blanca y brillante. Acordamos con estos hombres que nos ayudarían a pasar la canoa hasta las cataratas y luego seguirnos paseando por el pueblo. Estaba aquí mi antiguo amigo el Señor Chagas y desayuné con él una hermosa pirahíba que habían cogido sus hombres esa mañana y que era la primera que comía desde mi enfermedad.

Con alguna dificultad conseguí comprar dos o tres cestas de fariña; y como estaba ansioso de llegar al término de mi viaje, que estaba ahora cercano, partimos hacia el mediodía. El piloto y su hijo nos dejaron, y teníamos ahora sólo seis remos; pero vinieron con nosotros cuatro o cinco hombres más para pasar las restantes caxoeiras , que estaban cercanas.

Cerca del pueblo se hallaban la catarata de "Cururú" (un sapo), y la de "Murucututú" (un búho), ambas bastante malas; y poco después llegábamos a la de "Uacoroúa" (chotacabras), la última gran catarata que hay en el río más abajo de la de "Juruparí", la cual se encuentra a varios días de viaje río arriba. Aquí el río se precipita sobre una roca casi vertical, de unos diez pies de altura, y rota por muchos lugares. Había que descargar totalmente la canoa y empujarla por encima de las rocas por la orilla de la cascada, lo que resultaba bastante difícil. Para aumentar nuestras incomodidades, empezó a llover copiosamente mientras pasábamos la canoa; los indios, tras esparcir la carga con gran confusión, se amontonaron como de costumbre y se cubrieron con esteras y hojas de palmera hasta que cesó la lluvia, que por fortuna fue muy breve. Cargamos de nuevo y avanzamos pasando tres rápidos pequeños, las caxoeiras de "Tatu" (armadillo), "Ocokí" (una fruta) y "Piranterá" (un pez); los indios que se habían unido a nosotros nos dejaron cobrando su paga en anzuelos y puntas de flecha, pues ahora solo teníamos aguas tranquilas ante nosotros. Por la tarde pasamos junto a una "maloca" en donde uno de los indios deseaba desembarcar para ver a sus amigos; como no íbamos a quedamos, por la noche se marchó y ya no lo vimos más.

A primeras horas de la mañana siguiente llegamos a Mucúra, en donde residían, comerciando con salsa, dos jóvenes brasileños a los que había conocido río abajo. Me hallaba ahora en la zona de las tortugas pintadas y el pájaro-sombrilla blanco, y decidí quedarme al menos quince días para tratar de obtener estas rarezas tan deseadas.

Los señores Nicoláu y Bellarmine estaban fuera y sus pequeñas cabañas de hoja de palma eran inadecuadas para mi acomodo. La única otra casa era una pequeña, maloca" india, hecha también enteramente de "palha", acordé con el propietario que me dejara la mitad, dándole como pago un pequeño cuchillo y un espejo, con lo que quedó muy contento. Por tinto, limpiamos y barrimos nuestra parte de la casa, descargamos y acomodamos nuestras cosas y envié entonces mis guardas a una l4maloca" en la que se decía había muchos indios para ver si podían vendernos fariña o pacovas; y también para hacerles saber que compraría aves, peces o cualquier otro animal que pudieran obtener. Los hombres estaban todos fuera; pero esa misma tarde llegaron en tropel para ver al "branco", arremeter sobre mis anzuelos y cuentas y traerme pescado, pacovas, fariña y torta de mandioca, a cambio de los dos artículos anteriores.

Me hallaba ahora en el límite de mi expedición, pues no podía pensar en proseguir una semana más allá sólo para ver la caxoeira del Juruparí, perdiendo el escaso tiempo que tenía para descansar antes de descender de nuevo. Habíamos tenido un viaje favorable, sin ningún accidente grave, subiendo por un río que quizá no había sido sobrepasado por las dificultades y peligros de su navegación. Habíamos pasado cincuenta caxoeiras , grandes y pequeñas; algunas eran simples rápidos, otras furiosas cataratas; y algunas de ellas cascadas casi perpendiculares. Unas veinte eran rápidos que, con la ayuda de un largo sipó atado a la canoa, en lugar de cuerda, habíamos pasado sin muchas dificultades. Alrededor de dieciocho de ellas eran muy malas y peligrosas, exigiendo que la canoa fuera parcialmente descargada donde se pudiera y requiriendo el esfuerzo de todos los indios, a menudo con alguna ayuda adicional, para pasarlas; y doce eran tan altas y furiosas que exigían descargar totalmente la canoa, empujándola sobre rocas secas, a menudo muy escarpadas, o subiendo casi con igual dificultad por la orilla de la cascada. En la de Carurú, tal y como dije, veinticuatro hombres apenas pudieron empujar mi canoa vacía por encima de la roca, a pesar de haberla recubierto con ramas y arbustos para suavizar las asperezas que de otro modo habrían dañado mucho el fondo: ésta fue la razón por la que compré, para poder avanzar, la obá más pequeña del Tushaúa; e hice muy bien, pues de otro modo habría tenido que volverme sin llegar al punto en donde por fin me encontraba.

El siguiente día, el 13, lo empleé en dibujar algunos peces nuevos que me habían traído la tarde anterior. Mis cazadores habían salido pero sólo me habían traído un halcón común. Por la tarde llegaron el padre y el hermano del indio que había encontrado en la casa junto con sus esposas y familias; por tanto ahora, con mis seis indios y dos cazadores, estábamos bastante apretados; no obstante, algunos de ellos dormían en un cobertizo y estábamos todo lo cómodos que se podía esperar dadas las circunstancias. Las esposas del padre y los dos hijos iban totalmente desnudos, pareciendo además que no se daban cuenta de ese hecho. La mujer mayor poseía una "saía", o enaguas, que se ponía a veces, y en esos casos parecía casi tan avergonzada de sí misma como las personas civilizadas lo estarían en caso de que se quitasen las suyas. ¡Qué poderoso es el efecto de la educación y la costumbre!

Como el Señor Chagas me había dicho que había un cazador excelente en el Codiarí, un río que entra desde el norte a poca distancia más arriba del Mucúra, envié a Philippe, uno de mis guardas, para que tratara de contratarlo, y además para que comprara todos los animales y aves vivas que pudiera encontrar. Regresó al día siguiente, trayendo un "Macaco barrigudo" (Lagothrix humboldtii) y un par de papagayos. Casi todos los días tenía uno o dos peces nuevos para dibujar, pero las aves y los insectos eran muy escasos. Este día regresó el Señor Nicoláu. Cuando llegué me dijeron que él tenía para mí una "tataruga, pintata" (tortuga pintada), pero que me la daría él mismo a su regreso; por esa razón no la cogí aunque mis indios la vieron en un "corral" que había en una pequeña corriente cercana a la casa. Al llegar, envió a buscarla, pero se había escapado, aunque había sido vista en su jaula el día anterior.

Perdí así quizá mi única oportunidad de obtener la tan deseada tortuga de río, y probablemente todavía no descrita, pues la época de la puesta de huevos ya había pasado y se habían retirado ya a los lagos, siempre muy escasas y difíciles de encontrar.

Como mis indios no tenían ahora nada que hacer, envié a tres de ellos, acompañados por Sebastiao, para que subieran por el Codiarí, con cuentas, anzuelos, espejos, etc., para comprar monos, papagayos o cualquier otra cosa que pudieran encontrar, además de un poco de fariña, pues no deseaba que nos volviera a faltar de nuevo. Los envié con instrucciones de que viajaran durante cinco o seis días para que llegaran hasta el último sitio y compraran todo lo que pudieran. Sin embargo, regresaron a los dos días, no habiendo llegado más allá de donde había llegado Philippe, pues según me dijo Sebastiao sus compañeros no querían seguir. Me trajo algunos papagayos y pájaros pequeños, arcos, pieles de pájaro y más fariña de la que mi canoa podía transportar, todo ello comprado a un precio muy caro, a juzgar por los artículos que trajeron de vuelta.

Hallándome ahora en una parte del país que no había visitado antes ningún viajero europeo, lamenté mucho la falta de instrumentos para determinar la longitud, latitud y altura sobre el nivel del mar. Estas dos últimas magnitudes no tenía ningún medio de conocerlas ya que se había roto mi termómetro para el punto de ebullición y había perdido el otro más pequeño, sin que pudiera reemplazar ninguno. En una ocasión pensé cerrar un frasco con aire, para pesarlo con precisión a mi regreso y conocer la densidad que había tenido el aire en ese momento particular, pudiendo así deducir la altura a la que habría estado el barómetro. Pero además de que esto sólo me daba un resultado igual al de la observación de un solo barómetro, había dificultades insuperables para sellar la botella, pues aunque hubiera utilizado cera de sellar o brea, o incluso hubiera cerrado herméticamente la botella, necesitaría aplicarle calor, y en el momento de la aplicación se habría ratificado el aire dentro de la botella, produciendo así en una operación tan delicada resultados muy erróneos. Sin embargo, mi observación de las alturas de las cascadas que pasamos daba una suma de unos doscientos cincuenta pies; si le añadimos cincuenta por la pendiente del río entre ellos, obtendremos trescientos pies como altura probable del punto al que llegué más arriba de la desembocadura del río; y como tenía motivos sobrados para creer que esta se hallaría a quinientos pies por encima del nivel del mar, obtendríamos unos ochocientos pies como límite probable de la altura del río por encima del nivel del mar en el punto que había alcanzado. Sin embargo, este hecho no se podía determinar con precisión salvo con una serie de observaciones del barómetro o del "punto de ebullición"; y determinar esta altura por encima de la siguiente cascada, y averiguar el auténtico curso, y las fuentes de este poco conocido pero interesante e importante río, sería un objetivo digno del peligro y de los gastos del viaje.

Dicen que a partir de aquí hay una semana de aguas tranquilas hasta la caxoeira de Juruparí, la cual está más alta que todas las otras; y más arriba no se han encontrado más cascadas, aunque algunos comerciantes han estado diez o quince días más arriba. Dicen que el río sigue siendo tanto o más ancho que en la zona inferior, que el agua es tan "blanca" o barrosa como la del Solimões, que se reencuentran allí muchos árboles, pájaros y peces peculiares del Solimões, que los indios tienen monedas, ponchos y cuchillos españoles, y refieren que, más arriba, hay extensos "campos" con ganado y hombres montados a caballo. Todos estos interesantes puntos parecen demostrar que el río tiene sus fuentes en las grandes llanuras que se extienden en la base de los Andes, cerca de donde se sitúan en la mayoría de los mapas las fuentes del Guaviare; pero este último río, por las informaciones que pude obtener, es mucho más pequeño y tiene un curso mucho más corto. Como sólo tenía un sextante de bolsillo, sin modo alguno de ver dos objetos que difirieran mucho en brillo, traté de obtener la latitud con la mayor precisión que pude, primero por medio de la distancia del cénit al mediodía, obtenida por una plomada y la imagen del sol formada con una lente de unas quince pulgadas de foco-, y después por la altitud meridiana de una estrella, obtenida en una noche de ,gran visibilidad, por el reflejo en una cuya de agua. Puse mucha atención en asegurar un resultado preciso, y tengo todos los motivos para creer que la media de las dos observaciones no se separaría más de dos o tres minutos de la verdad.

Mis esperanzas de encontrar aquí aves raras y hermosas se vieron totalmente frustradas. Mi cazador y el Señor Nicoláu mataron algunas aves-sombrilla de la especie del Río Negro; pero del ave blanca escuché muchas afirmaciones contradictorias -muchos no sabían nada sobre ella, otros decían que la había a veces, pero que se veía en raras ocasiones-, por lo que me vi obligado a pensar que es una simple variedad blanca, tal como la que se produce a veces en nuestra patria con los mirlos y los estorninos, y como la que se encuentra en ocasiones entre los agutis y los guacos. Mataron aquí un ave que llevaba mucho tiempo buscando, el "anambé de catinga", una especie de Cyanurus; y antes de irme obtuve cuatro o cinco ejemplares de ella, así como otros muchos de la especie de cabeza negra, más común. También obtuve uno o dos pájaros pequeños que no conocía; todo esto, junto con dos o tres mariposas escasas y una docena de nuevas especies de peces, compusieron mi colección de historia natural de esta zona remota y aún no visitada. Creo que ello se debió totalmente a mi desafortunada e imprevista enfermedad, pues habían abundado aves de gran variedad, pero ahora la época de la fruta había terminado; también los peces y tortugas abundaban extraordinariamente al comienzo de la cascada del río dos meses atrás; y durante el período que yo estuve medio muerto en São Joaquín, espacio de tiempo que constituye el corto verano de estas zonas, los insectos fueron sin duda más numerosos.

Pero como ahora ya no había remedio, me contenté como pude y traté al menos de completar mi colección de armas, artículos y ornamentos de los nativos. Los indios de aquí pertenecían en su mayor parte a la nación "Cobeus", y obtuve varios vestidos y ornamentos peculiares que pude añadir a mi colección. También aproveché la visita de un Tushaúa o jefe, que entendía bien la Lingoa Geral, para obtener un vocabulario de su lengua.

Cuando estaba a punto de partir en mi viaje de descenso, recibí una nota del Señor Chagas quien me pedía, en nombre del Teniente Jesuino, que le prestara mi canoa para subir por el río; como era muy incierto el tiempo que iba a durar su estancia allá arriba, me vi obligado a negárselo Este Teniente, un mestizo ignorante, había sido enviado por el nuevo gobierno de Barra para que llevara allí a todos los Tushaúas, o jefes, de los ríos Uaupés e Isanna, para que les dieran allí diplomas y regalos. Un indio que él había enviado llegó a la caxoeira de Carurú y quiso comprar la obá del Tushaúa, cuando yo ya la había pagado y tomado posesión de ella, y tuvo éste la desfachatez de pedirme que se la devolviera para que él pudiera comprarla o prestarla; mi rechazo, lógicamente, fue suficiente para ofender seriamente al mencionado Teniente.

El día 25, cuando llevaba una quincena en Mucúra, me fui muy decepcionado por las colecciones que había conseguido. Ese mismo día llegué a Uarucapurí desde donde ya no podía seguir sin un piloto, pues las cascadas que había más abajo eran muy peligrosas. Apenas quedaba ningún hombre en el pueblo, pues los señores Jesuino y Chagas se habían llevado a todos río arriba para que les ayudaran a atacar a una tribu india, los "Carapanás", esperando conseguir muchas mujeres, muchachos y niños para llevarlos como regalos a Barra. Apenas había nada que comer: no se pescaban peces, aunque enviábamos a los indios todos los (tías; y aunque las aves de corral abundaban, sus propietarios estaban fuera y los que se encontraban a cargo de ellas no las vendían. Finalmente, al cabo de cuatro días, conseguí persuadir al hijo del Tushaúa para que fuera conmigo como piloto hasta Jauarité, pues no pudo resistirse a los cuchillos, cuentas y el espejo que puse ante él.

Apenas había coleccionado nada en este lugar, salvo un ejemplar del hermoso y raro colibrí de garganta de topacio (Trochilus pyra), y una mariposa nueva del género Callithea. Había oído que se encontraba por aquí la hermosa jacana de color de bronce, pero mis cazadores la buscaron en vano.

La mañana que nos fuimos, vimos un hermoso ciervo en una playa arenosa, por lo que envié a Manoel a la selva para que lo persiguiera, mientras nosotros esperábamos en silencio en la canoa. Tras caminar un breve tiempo por la playa, se metió en el agua para cruzar el río cuando nosotros empezamos a perseguirlo; y a pesar de sus vueltas y requiebros pronto volvió a la superficie y el pobre animal fue muerto de un golpe en la cabeza e izado hasta la canoa. Los indios prosiguieron entonces con redoblados esfuerzos alegrándose ante la certeza de la cena para los días siguientes, alegría a la que me uní sinceramente. En la caxoeira Tapioca nos detuvimos dos horas para cocer y salar el ciervo y descendimos luego sin ningún accidente.

El 1 de abril pasamos una serie de cascadas, la mayoría de ellas entre temibles olas y enormes rompientes, llegando sanos y salvos a Carurú, donde el 7'ushaúa nos dio su casa; como teníamos dos canoas nos vimos obligados a esperar hasta conseguir más indios. Yo estaba aún demasiado débil para entrar en la selva; además, tenía que atender a los animales vivos, que en aquel momento eran cuatro monos, una docena de loros y seis u ocho aves pequeñas. Era un problema constante el conseguir comida para ellos en variedad suficiente e impedir que se escaparan. La mayoría de las aves son criadas sin encerrarlas, y si se las coloca en una jaula tratan constantemente de salir y se niegan a comer hasta que mueren; en cambio, si están libres, deambulan por las casas de los indios, o por la selva, y a menudo se pierden. Conseguí que me hicieran aquí dos nuevas toldas para las canoas, pero todos los intentos de contratar hombres no dieron frutos. Las aves de corral y el pescado abundaban relativamente, por lo que nos encontrábamos mejor que en Uarucapurí.

El día 4 llegaron por la tarde los Señores Jesuino y Chagas con toda una flota de canoas, y más de veinte prisioneros, todos ellos, salvo uno, mujeres y niños. Habían matado a siete hombres y una mujer; el resto de los hombres escapó, mientras que sólo había muerto un hombre del grupo atacante. El hombre estaba atado y las mujeres y niños bien guardados, y eran llevados todos por la mañana y por la tarde al río para que se bañaran. Por la noche hubo abundante caxirí y caxaça en honor de los recién llegados, y todos los habitantes se reunieron en la gran casa. Hablé con Jesuino para que me obtuviera algunos indios y prometió hacerlo. Sin embargo, lo primero que hizo a la mañana siguiente fue llamar a mi piloto y reñirlo por haber venido conmigo, asustándole tanto que inmediatamente se fue con su padre río abajo. Sin embargo, como antes de irse le había contado a mis guardas lo que estaba sucediendo, le hablé a Jesuino sobre el asunto, negando éste que le hubiera dicho nada al piloto, pero negándose también a llamarlo de nuevo o hacer que cumpliera su compromiso conmigo. Jesuino se fue poco después, enviando primero a cinco indios para que me llevaran a Jauarité; por tanto, partí inmediatamente después de él. Sin embargo, los hombres tenían instrucciones para recorrer conmigo sólo una corta distancia y dejarme en donde no pudiera conseguir más. Hacia el mediodía, con gran sorpresa por mi parte, se subieron a una pequeña obá y me refirieron su intención de regresar, diciendo que les habían pedido que llegaran sólo hasta allí. Alcancé a Jesuino en ese lugar y apelé a él; pero aunque los hombres habrían obedecido inmediatamente una orden suya, se negó a darla, diciéndome que él los había puesto en mi canoa y que yo ahora debía arreglarme con esos lo mejor que pudiera. Por tanto, les dije a los indios que si iban conmigo hasta Jauarité les pagaría bien, pero que si me dejaban en este lugar no obtendrían ni un sólo anzuelo; mas como ellos sabían bien lo que quería el Señor Jesuino, y sin decir una sola palabra más se fueron remando y me dejaron para que me las arreglara por mi cuenta. Tenía ahora solo un hombre y un muchacho en cada canoa, para pasar rápidos que requerían de seis u ocho buenos remeros para cruzarlos con seguridad; pero quedarme aquí era inútil, por lo que continuamos; nos dejamos llevar por la corriente detrás del Señor Jesuino, que sin duda se regocijaba con la idea de que probablemente perdería mis canoas en las caxoeiras, cuando no la vida, considerándose así bien vengado del extranjero que se había atrevido a comprar la canoa que él quería.

Por la tarde pasamos una caxoeira de considerable peligro, y luego, por fortuna, conseguí persuadir algunos indios que habitaban un sitio para que vinieran con nosotros hasta Jauarité. Por la tarde estuve en varias casas comprando aves de corral, papagayos, arcos y flechas y plumas; en una de ellas encontré el piloto que había escapado y le hice darme dos cestas de fariña a cambio de la paga que había recibido por el viaje desde Carurú hasta Jauarité. En la última caxoeira, cerca de Jauarité, estuvimos próximos a perder la canoa, que bajaba cogida de una cuerda conmigo en ella; en el momento de pasar torció y se puso de costado, y el agua que se levantaba desde el fondo produjo el curioso efecto de empujarla contra la cascada, donde permaneció un tiempo considerable totalmente tumbado sobre un lado, dando la impresión de que a cada momento iba a naufragar. Sin embargo, al final salió de allí y llegamos al pueblo, con gran sorpresa del Señor Jesuino, quien había llegado allí unas horas antes que nosotros. Estaban también allí el Señor Augustinho, de São Jeronymo, y pasé la tarde muy agradablemente con ellos.

Descubrimos que diferíamos en un día de la semana y un día del mes en nuestros cálculos de la fecha. Como yo había estado tres meses en el río, se suponía que era yo el equivocado, sin embargo, como yo había mantenido un diario regular todo el viaje, no veía como me podía haber equivocado. Sin embargo, esto es algo común en esas zonas remotas. Cuando se encuentran los grupos, uno que sube por el río y el otro que baja, lo primero que pregunta el último, tras los cumplidos usuales, es "¿En que día está usted?", y no es infrecuente que si hay tres grupos presentes, todos piensen estar en días distintos; luego hay una comparación con las autoridades y una determinación del último día festivo para establecer la corrección del calendario en discusión. Cuando estábamos en la caxoeira de Carurú, los Señores Jesuino y Chagas diferían de nosotros en este importante particular; pero como habían estado algún tiempo fuera pensamos que tanto ellos como nosotros podíamos haber errado. Sin embargo, el Señor Augustinho había venido recientemente de São Gabriel trayendo la fecha correcta, y estuvo de acuerdo con ellos, imponiéndose su autoridad. Un minucioso examen de mi diario me permitió descubrir que en nuestra primera estancia en Carurú había considerado el retraso como de cinco días en lugar de seis. Los indios suelen llevar con mucha precisión el tiempo del viaje, haciendo muescas en un palo, como hacen los chicos en la escuela cuando se acercan las vacaciones. Sin embargo, en nuestro caso la mayoría de ellos se equivocaba, pues algunos estaban de acuerdo conmigo mientras que otros iban un día adelantado y otros retrasados, por lo que estábamos completamente confusos. A veces, los comerciantes que residen en los pueblos indios pasan muchos meses sin ver a una persona de una zona civilizada, y se equivocan en dos o tres días en sus cálculos. Incluso en los lugares más populosos, en donde los habitantes dependen del sacerdote o del Comandante, se han cometido errores y se han perdido domingos y días festivos observándose en su lugar lunes y días comunes, con gran horror de todos los buenos católicos.

A la mañana siguiente di una vuelta por el pueblo; compré algunos periquitos y papagayos, algunos ornamentos de plumas y cacharros al Tushaúa; luego, como no había nada que me hiciera quedarme en Jauarité y me había esforzado en vano para obtener tripulantes que fueran conmigo, partí para São Jeronymo. Al llegar a la primera gran catarata de Pinupinú, sólo encontramos un indio y tuvimos que enviarlo al pueblo a buscar más. No vinieron esa tarde y perdimos un hermoso día. A la mañana siguiente empezó, tal y como esperábamos, una lluvia muy fuerte; pero partimos en cuanto llegaron los indios y hacia el mediodía, habiendo amainado un poco la lluvia, pasamos la catarata de Panoré y llegamos sanos y salvos al pueblo de Sao Jerónymo. Desembarcamos aquí y descargamos las canoas, tomando posesión de la "casa da nação" que no tenía puertas, decidiéndonos a esperar tranquilamente hasta que encontráramos hombres para descender por el río.

Esa misma tarde llegó Jesuino, quien se fue a la mañana siguiente; me preguntó amablemente cuándo pensaba irme y me dijo que había hablado con el Tushaúa para conseguirme indios. Sin embargo, al cabo de dos días el Tushaúa se fue también para Barra, sin darme un solo indio a pesar de las promesas y amenazas que yo había empleado alternativamente.

Los dos indios que se habían quedado conmigo se fueron ahora y los dos muchachos procedentes de São Joaquim escaparon, dejándome solo en mi gloria con mis dos "guardas" y dos canoas. En vano enseñaba mis hachas, cuchillos, cuentas, espejos y ropas a todos los indios que pasaban; no podía persuadir a ninguno para que fuera conmigo, y probablemente hubiese quedado prisionero durante meses de no ser por la llegada del Señor Victorino, el "Juiz de Paz", y también de Bernardo, mi antiguo piloto, que me había dejado en Jauarité y estaba bajando ahora hacia São Joaquim. Entre ellos, y tras un retraso de algunos días más, persuadimos a algunos indios para que recibieran la paga a cambio de acompañarme hasta Castanheiro, donde esperaba encontrar el Capitão Ricardo para que les ordenara ir a Barra.

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