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CAPITULO XI

Exaltación (sic)-Indios cayavabos-Descendiendo el río Mamoré-Indios pescando Salvajes houbarayos y pájaros a medianoche-Ascendiendo el tío Itenez (sic)-Forte do Príncipe da Beira en el Brasil-Soldados negros-Gentil atención del commandante* (sic)-Mención favorable de la expedición por el Presidente de Matto Grosso-La selva virgen-Amistad de Don* Antonio, su bote y una tripulación de soldados negros-Partida hacia el río Madeira-Pájaros y peces congregados en la desembocadura del Itenez (sic)-En el río Mamoré nuevamente-Un informe de un soldado negro sobre el servicio al Emperador-Rugido de las cascadas de "Guarajá-merim " (sic: Guajara rim).

24 de agosto.- Llegada al puerto de Exaltación (sic). Los indios están elaborando azúcar en el molino en la ribera. El indio más grande que hemos encontrado en el camino estaba vigilando a los trabajadores; medía cinco pies once pulgadas. Esta es la tribu de los cayavabos. Se dice que estos indios son los más valientes del Beni. Indudablemente son un grupo de hombres de apariencia superior.

El pueblo de Exaltación (sic) está situado en el recodo del río, a una milla tierra adentro, cerca de un hermoso lago. El lugar estaba casi desierto, excepto por los sembrados de azúcar y las chacras* que se alinean en las riberas río arriba y río abajo, a donde van los indios, hombres, mujeres y niños, temprano en la mañana y, luego que la jornada de trabajo ha terminado, regresan al pueblo por la noche. Todos los pueblos en Mojos están planificados y construidos de la misma manera, y los trajes de los indios son los mismos, excepto que aquí las mujeres tienen preferencia por el negro, y tiñen sus camecitas* de algodón de ese color, que es todo menos un progreso en una región donde se podría tener mucha agua. Exaltación (sic) se yergue en una llanura seca, agostada e insípida. La catedral y las casas de gobierno son superiores a las de Trinidad, aunque este pueblo es pequeño y más parecido a Loreto. Los árboles de tamarindo y los bosquecillos de naranja plantados aquí por los jesuitas florecen mejor.

Como había algunos casos de viruela en el pueblo, rechazamos la gentil invitación del correjidor* (sic) de alojarnos con él. Este caballero era excesivamente cortés y prometió darnos una canoa y catorce hombres para llevarnos al Brasil tan pronto como fuera posible; Don* Antonio se vio obligado a dejar sus grandes botes en el río Mamoré y cargar su pequeña canoa con aquella parte de su carga reservada para Matto Grosso. Botes con un calado de tres pies no podían ascender el río Itenez (sic) hasta ese pueblo en la estación seca del año. El correjidor* (sic) dio órdenes a un commissario* (sic: comisario) de detener a una tripulación en la mañana, antes de que los indios se pongan en camino a las chacras*, de manera que puedan preparar su "farinha" para el viaje. " yuca* se pone verde y se descompone en algunos días en su estado natural; nos detendremos algunos días, hasta que las mujeres la conviertan en farinha; la lavan, la pelan y la rallan dentro de una gamella de madera; después de lo cual la muelen o la machacan a mano entre dos piedras. A menudo se mezcla con maíz, con lo cual mejora mucho. Después que se ha secado fuertemente, la harina dura lo suficiente como para un viaje de un mes. El ganado es escaso en estos llanos; la carne de res cuesta cuatro dólares; la tripulación la requiere para empezar, pero como la carne dura tan poco tiempo, dependen de la farihna, y de lo que puedan recolectar en el camino.

Don* Antonio perdió dos de sus animales en la travesía y, por la seca apariencia de los pastos, perderá a los otros. El correjidor* (sic) estaba renuente a permitir que los dejaran sueltos en la planicie entre el ganado vacuno y equino; éstos estaban sufriendo las peores etapas de la enfermedad y él temía que afectaran a aquellos que se habían librado.

En la tarde encontramos a los indios regresando de las chacras*, todos armados con arcos y flechas. "s tribus del norte son salvajes y muy hostiles con los cayavabos, que a menudo azotan a sus vecinos cuando éstos se conducen mal. Estaban cargados con yucas*, plátanos verdes, naranjas, caña de azúcar, huevos de cocodrilo y con la única herramienta agrícola que usan, una pequeña pala de fierro, unida a un gran mango recto.

El molino de azúcar está funcionando durante toda la noche; varias parejas de bueyes están listas y, tan pronto como una se cansa, se engancha una pareja fresca; el muchacho que empuja la caña entre tres cilindros perpendiculares ensamblados con espigas y el conductor del equipo, a menudo se quedan dormidos en el trabajo, pero persisten gracias a los que están sobre ellos para mantener el molino funcionando. El molino y los bueyes pertenecen al Estado, al igual que la chacra*, de la cual proviene esta caña. Después que los indios han elaborado el azúcar y ron del gobierno, entonces les prestan el molino y enganchan sus propios bueyes. Los estipendios establecidos de la Iglesia y de los funcionarios estatales del Beni se pagan de los ingresos de estos sembrados de azúcar del gobierno, trabajados gratis por los indios bajo las órdenes de las autoridades.

El precio de mercado del azúcar, en el pueblo de Exaltación (sic), es un real por libra. Una cantidad de jugo fresco se bebe como sidra recién hecha; se le llama guarapo*; a los indios les gusta mucho. Hacen muecas de disgusto ante el aguardiente* (sic: aguardiente), pero se aficionan a la chicha* naturalmente. Un indio siempre "reconoce el maíz." Hay tres tipos de caña de azúcar aquí. La caña blanca de mayor tamaño se considera la menos valiosa; la más dulce y de mejor calidad es la de tallo blanco y pequeño. El tercer tipo tiene un oscuro color azulino, que se dice produce el mejor aguardiente* (sic). Rara vez se elabora azúcar de ésta, siendo inferior a cualquiera de las blancas. Recolecté estacas de cada tipo.

Los indios cavavaños son buenos jinetes. Cuando necesitan ganado, un grupo monta a caballo y cabalga a la pampa, donde encuentra el ganado salvaje. Cabalgan a su alrededor de la forma más hábil, los hacen correr hasta un cercado; enlazan una res desde el exterior de la cerca y la arrastran hasta un aro fijado a un poste. Cerca del lugar donde se mata a la res se mantienen y alimentan bueyes domesticados. A veces amarran los cuernos de un toro salvaje a los de un buey domesticado, cuando se los deja sueltos en la planicie. El buey conoce el camino y naturalmente corre hacia donde lo alimentan en el mercado, y sujeta a su hermano salvaje, mientras el indio lo mata.

El comisario* reunió a la tripulación del bote y, en presencia del correjidor* (sic), les pagué el dinero por concepto de viaje desde Exaltación (sic) hasta Forte do Príncipe da Beira, en el Brasil, con el acuerdo expreso de que en caso de que no hubiera hombres para que los botes de Don* Antonio me llevaran al Amazonas, ellos continuarían conmigo hasta el pueblo de Matto Grosso. Parecía muy evidente que a los indios les disgustaba dejar sus chacras*, prefiriendo mucho más quedarse y recoger su cosecha que ir en este viaje, que los bolivianos rara vez hacen. Eran hombres magníficos y corpulentos, y se dice que era la mejor tripulación perteneciente a la tribu. El correjidor* (sic) les dio instrucciones de hacer cualquier cosa que yo deseara de ellos y de cuidarnos muy bien, ya que vinimos desde las montañas, donde vivía el Presidente. También fue lo suficientemente amable como para permitirme elegir entre todas las canoas en el puerto; la más grande y la mejor medía treinta y nueve pies de largo, por cuatro pies tres pulgadas de manga, y podría cargar, además de la tripulación, mil libras de peso; los remos tenían cinco pies de largo.

El correjidor* (sic) nos obsequió una caja de cuero crudo conteniendo cecina -charque* como la llaman- un poco de pan de maíz y farinha. El superintendente del molino nos envió una jarra de melaza y un poco de su mejor azúcar blanca. Habíamos establecido el 30 de agosto como nuestro día de zarpa, cuando vino la tripulación, encabezada por su capitán, para pedirnos que les permitiéramos celebrar la Fiesta de Santa Rosa*, y mañana* estarían listos para partir. Como había baile y un incentivo inusual de los fabricantes de chicha* del pueblo, vi que no había posibilidad de partir y muy de mala gana acepté.

Cuando observábamos las estrellas del norte para calcular la latitud, varios indios vinieron a ver. Les enseñamos la imagen de una estrella en la vasija del mercurio, parecían atónitos y preguntaron a Don* Antonio qué estábamos haciendo. Les dijo que nosotros vivíamos en el norte y que estábamos averiguando, según las estrellas, cuán lejos de casa nos encontrábamos en su país. Los tipos corrieron inmediatamente y llamaron a otros para que vengan y vean el hogar de los norteamericanos bajo las estrellas. Uno de ellos miró resueltamente por un tiempo la titilante imagen en el azogue y seriamente les dijo a los otros "estaba muy lejos".

31 de agosto.- La tripulación vino a la canoa, trayendo consigo su farinha y mujeres. Este era un signo favorable de nuestra partida. Sin embargo, el capitán vino a mí y me dijo que estaba muy ebrio y que pensaba que era mejor postergar nuestra partida para mañana, pero los hombres en general estaban sobrios después del día festivo. Hábilmente almacenaron nuestro equipaje en la canoa, besaron a sus hijos y estrecharon las manos de sus mujeres. Uno que se había casado recientemente con una india de buen aspecto, lloró; pero los mayores tomaron la partida con más facilidad. El capitán tenía una hermosa hijita de doce años de edad y parecía muy reacio a separarse de ella, aunque me la prometió corno esposa cuando regresáramos, El "cacique"* del pueblo vino junto con los hombres y vigiló la carga de la canoa. Cuando todos estuvimos listos dio un discurso, diciendo a los hombres cuáles eran sus deberes y les deseó un retorno a salvo con sus familias, Cada hombre puso su arco y su flecha cerca suyo, entre el equipaje y el costado de la canoa, con las puntas cubiertas de plumás hacia arriba, cuando tomó asiento. Presentábamos una apariencia más bien de "buque de guerra". Seguimos adelante río abajo a gran velocidad, dejando a Don* Antonio para seguirnos al día siguiente. Nuestra canoa tiene una falca a todo su alrededor de seis pies de envergadura. Descubrimos que nuestra carga, con la tripulación, la hacía llegar tan profundo que entraba agua. El capitán corrió a lo largo de una ribera perpendicular, llena de arcilla, con la cual calafateamos el barco. Pasamos a varias canoas cargadas con caña de azúcar de las chacras* en camino al molino.

El río tiene aproximadamente el mismo ancho - cuatrocientas yardas, cincuenta y cuatro pies de profundidad, una corriente de una milla y media por hora. Nos quedamos toda la noche en el puerto de San Martin (sic: San Martín) - el puerto más bajo de Exaltacion (sic). " ribera tiene treinta pies de alto y es empinada. La distancia desde el pueblo no llega a ser una milla, pero las comodidades de desembarcar en Trapiche son las mejores. Los hombres pidieron permiso para ir al pueblo y pasar la noche allá, prometiendo volver a primera hora en la mañana. La esposa del capitán apareció con un cántaro de chicha* y, después de prender una fogata, terminar la cena y tender las camás en la ribera, se fueron al pueblo, y nosotros dormimos en la orilla cerca al bote. Había una casa en la ribera, pero estaba llena de pollos y perros, los que se rascaron toda la noche. La fogata en la orilla perturbó a un nido de hormigas y éstas dieron ciertas molestias al destacamento; picaron a Mamoré en la forma más despiadada. Recibimos otro presente de frutas del correjidor* (sic), enviado para darnos alcance aquí, con sus saludos de despedida.

1º de septiembre de 1852.- Los hombres vinieron exactamente como lo prometieron y finalmente partimos, pero vadear a través de esta región es un trabajo terriblemente lento; sólo se preocupa el hombre que pretende apurarse - poco-poco* (sic poco a poco) es la palabra en español. Unas pocas millas más abajo de San Martin (sic) llegamos hasta un lugar pedregoso, la primera roca que hemos visto desde que dejamos Vinchuta. Tomábamos especímenes de rocas, metales, minerales y tierras, cuando avanzábamos. Cerca del río encontramos chocolate, café, caña de azúcar, papaya, plátanos verdes, piñas, yuca*, grandes árboles del bosque dispersos, gruesa maleza, pero ningún habitante. Todos los indios duermen en los pueblos, y trabajan en el día en las chacras*. La hoja de cacao más grande que pude encontrar medía un pie y seis y media pulgadas de largo, con cinco pulgadas y tres cuartos de ancho. El cacao crece silvestre en el monte; cuando se plantan en un huerto solos, incluso muy cerca unos de otros, la cosecha es mucho mayor que cuando crecen a la sombra de los árboles del bosque más grande. El suelo aquí es el del tipo más fértil.

A las 9 a.m., termómetro, 88º; agua, 79º. Las curvas en el río están volviéndose mucho más largas; encontramos sesenta y tres pies de agua. Desembarcamos en la ribera occidental, con una escopeta, y visitamos la pampa de Santiago, donde el Estado tiene un gran rebaño de ganado, cuidado por los indios. Hay grandes cantidades de venado y bandadas de pájaros. El territorio hacia el norte, por el cual fluye el río Mamoré, está habitado por una belicosa tribu de indios, llamados chacobos, que a menudo está peleando con los cayavabos, nuestra tripulación. Los hombres atraparon un gran número de pescados de una laguna en la pampa. Mi frasco, desafortunadamente, tenía una boca muy pequeña para admitir más de una especie. A veces las riberas del río se quiebran a ambos lados perpendicularmente, como aquellas del Misisipi. Cuando éste es el caso el río es más angosto - 350 yardas de ancho - aunque los sondeos son de más de cien pies. Perdimos un escandallo y parte del cordel, pero afortunadamente teníamos duplicados.

Dos de septiembre.- A las 9 a.m., termómetro, 78º; agua, 78º; ligeros vientos del sureste; truenos y relámpagos durante la noche, acompañados de lluvia. La tripulación atrapó un gran número de crías de pájaros y recolectó huevos en la arena de la playa, mientras que los pájaros adultos -una especie de gaviota- volaron sobre ellos, chillaron y se lanzaron abajo hacia las cabezas de los indios cuando ellos escapaban con las crías. Dejaron a Mamoré suelto entre ellos. Cuando puso su pata juguetonamente sobre una cría, los adultos vinieron en bandadas sobre él, mostrando una lucha desesperada en defensa de sus crías. La arena es gris y negra, como las rocas que vimos ayer. Hay algunos troncos sumergidos y comejenes en el canal. Observamos que se atascan en el fondo arenoso más firmemente que en el barro.

Mientras desayunábamos crías de pájaros y huevos, se veía ganado salvaje en la ribera opuesta del río. Este ganado había andado errante hasta el territorio de los salvajes. Un gran número de palmeras se yergue en las riberas y la región parece poblarse más densamente de árboles. Un cocodrilo había guiado a un cardumen de peces cerca de la ribera y, de la forma más cómoda posible, estaba tomando su desayuno. Los peces estaban apiñados; no podían librarse unos de otros para escapar nadando. El cocodrilo se aprovechó plenamente de la dificultad. Nuestra tripulación vio lo que estaba pasando algún tiempo antes de que nos acercáramos rápidamente al cardumen. El capitán condujo la canoa a tres pies de la ribera aproximadamente, separando al cocodrilo de su ración. En un instante la tripulación arrojó una descarga de flechas; casi cada uno de los hombres pinchó su pez. Los peces estaban tan asustados que muchos saltaron afuera a tierra seca y varios brincaron al fondo de la canoa. Los indios rieron, se animaron mucho y continuaron pescando. Algunos saltaron a la orilla y aseguraron la pesca; otros corrieron a la ribera, disparando sus flechas a través del apiñado cardumen. Un hombre se desnudó, saltó al río y recolectó las flechas vibrantes cuando flotaban, con las puntas cubiertas de plumas hacia arriba, y los peces luchando en ellas. La tripulación estaba muy activa y perfectamente encantada ante el número de magníficos pescados que tenían para ayudar a bajar su farinha. Mientras los hombres doraban pescado en palos sobre carbón caliente o hacían una sopa con yuca*, el cocodrilo descansaba con indignación en la orilla opuesta, meneando lentamente su cola de cuando en cuando mientras limpiaba las espinas de pescado de sus dientes, pero constantemente mirando la canoa larga, angosta y negra y la feliz tripulación cuando ésta se sentó riendo alrededor del pote de fierro hirviendo. Los pescados eran del tamaño de un pequeño sábalo, de la misma forma, excepto la boca, y casi tan buenos para comer. Nuestros temores de morir de hambre en la selva virgen están superados. Podemos viajar un largo trecho con peces, aves domésticas y huevos.

Estos indios hablan muy poco. Reman silenciosamente como si estuvieran durmiendo, pero sus ojos están paseándose todo el tiempo en todas direcciones. Nada se mueve sobre la superficie del agua o entre los árboles del bosque que ellos no vean de inmediato. Entienden perfectamente los hábitos y costumbres de los animales. Sabiendo que el cocodrilo lleva cuenta de los peces, cuando lo ven, se preparan de inmediato para la pesca. Saben a qué hora en la tarde aparecerá el pavo silvestre en la ribera a beber antes de irse a descansar y cuándo buscarlo en las mañanas, cuando se alimenta al amanecer. Los patos silvestres duermen en la playa al sol del mediodía; entonces los indios llaman nuestra atención hacia ellos. Entienden las costumbres de los salvajes también. A veces todos dormimos en la playa, en otros momentos en la canoa. Cuando nos mantenemos a flote, aseguran la proa de la canoa a una estaca que llega hasta el fondo arenoso. Cuando la noche nos alcanza, remamos silenciosamente a lo largo, hasta que se vuelve tan oscuro que nadie puede vernos detenernos para un descanso. Nuestros remos están en movimiento de nuevo antes del alba, para evitar que otros nos atrapen durmiendo. De este modo las posibilidades de que los hombres salvajes nos arrojen sus flechas indudablemente están reducidas a plena luz del día, cuando vamos en medio del canal.

Nuestra tripulación sabe bastante bien qué regiones están pobladas y cuándo hay posibilidades de encontrar a su enemigo. El destacamento se encontró dependiendo totalmente del criterio de esta raza aborigen, que es un generoso grupo de compañeros, constantemente ofreciendo compartir su pesca con nosotros. Devolvemos los cumplidos cuando podemos, pero hay más peces que pavos. Los hombres me dicen que los salvajes chacobos habitan la ribera occidental del río y que una tribu llamada "houbarayos", la más cruel, vive en la ribera oriental; por lo tanto nos encontramos entre dos fuegos. Los sondeos realizados el segundo día desde Exaltación (sic) eran de ciento dos pies de profundidad- el fondo mismo de la cuenca Madeira Plata. Hemos alcanzado una formación rocosa que pasa a través, y más allá de ésta los sondeos disminuyen. Hay rocas en medio del canal, donde encontramos cuarenta y cinco pies de agua; en los lugares donde requiere de una navegación más cuidadosa, el río tiene cuatrocientas yardas de ancho, con espacio suficiente para que pase un vapor.

3 de septiembre, a las 8 a.m., termómetro, 72º; agua, 78º; viento del sureste. La noche estaba neblinosa. Como el día promete estar claro, sacamos nuestra carga, lavamos la canoa y volvimos a almacenar las cosas. Los arreglos internos son los mismos que tuvimos a bordo de la embarcación de los canichanas. Pasamos la desembocadura de un arroyo pequeño que desagua en el Mamoré desde el este. Durante la estación lluviosa esta corriente es navegable para canoas.

4 de septiembre. - Encontramos pequeños riachuelos entrando a ambos lados del río. Después de pasar cerca de cinco millas de riberas rocosas, la región se vuelve cada vez más boscosa. Desayunamos crías de gaviotas y viejos loros verdes, siendo los últimos muy poco sustanciosos, incluso cuando se les prepara en sopa. Los hombres metieron sus dedos en el pote; el capitán lleva consigo una cuchara hecha de cuerno, la que limpia cuidadosamente con la cola de su camecita* antes de tomar asiento para desayunar. Se reclina en la ribera mientras que los otros preparan la comida, después que ha servido al "patrón"*, uno de los hombres se presenta ante él con una taza de agua, o lumbre para su cigarro. La tripulación nunca canta o silba durante un viaje como éste; se entiende generalmente que tales ruidos molestán a los salvajes. Se ríen silenciosamente de los monos al mediodía y bromean sobre los viejos gansos cuando trotan a lo largo de la playa con una camada de pequeñuelos. Cuando el viento sopla del sureste, los hombres tiritan y se estremecen por la falta de ropa apropiada, y trabajan mucho mejor cuando sopla desde el noroeste, bajo un sol ardiente y radiante.

A las 9 a.m., termómetro, 78º; agua, 77º; viento del sureste. A las 3 p.m., termómetro, 80º; viento del noroeste; relámpagos al norte. Los indios decoran sus sombreros con las plumas verde y escarlata de los loros abatidos. Corriente del río, una milla y media por hora. Llegamos hasta un alfaque en medio del río donde el canal tenía sólo quince pies de profundidad; grupos de pequeñas focas nos ladraron y los hombres vieron a la "Gran Bestia"* observando entre el follaje. En el monte hay caminos abiertos por estos pesados animales, que vienen hasta las riberas para beber en el río. Los cocodrilos usan los extremos de los caminos para asolearse. Los tigres no siguen la vieja y abatida visada, sino que andan errantes a través del pasto y de los arbustos tras el olor. Los indios pescaron bastante hoy. El Mamoré está bien provisto de vida animal - aunque los cocodrilos son pequeños, hay un gran número de ellos.

Después que oscureció, se clavó una estaca en la arena al lado oriental del río, cerca de una playa llana, la que se extendía cierta distancia detrás del agua, completamente libre de vegetación. La proa de la canoa se amarró a la estaca y ésta se mecía con la corriente del río. Estábamos tratando de dormir, pero los mosquitos discutían la cuestión con todos nosotros. A medianoche, algunos pájaros que pasaban la noche en la llanura, empezaron a volar y a chillar; en un instante cada indio alzó la cabeza, y mientras miraban fijamente hacia la playa, todos apoyaron sus manos en sus remos. Los chillidos de los perturbados pájaros se hicieron más generales y aquellos más cerca de nosotros empezaron a reanudar el grito de alarma. Mamoré, que yacía en el equipaje, emitió un gruñido soñoliento, cuando el viejo capitán me susurró que los salvajes houbarayos se estaban acercando a nosotros. Arrancaron silenciosamente la estaca, cada uno de los hombres insertó su remo profundamente en el agua, y remando todos juntos con fuerza, la canoa se deslizó silenciosamente en medio del canal. Cuando la corriente nos transportó rápidamente hacia abajo en la oscuridad, los hombres estuvieron listos con arcos y flechas, y nosotros con armas de fuego. No se escuchaba ruido alguno fuera del chillido de los pájaros; no podíamos ver al enemigo, pero el capitán y la tripulación dijeron que vieron a varios hombres. A estos hombres no se les engaña fácilmente; estábamos impresionados por el admirable orden con el que maniobraron la canoa y estuvieron listos para devolver una lluvia de flechas. Observan atentamente los movimientos de todos los animales; pueden decir por el grito de alarma de los pájaros que alguien se aproximó; así como sabían la diferencia entre los trinos de un pájaro perturbado por el hombre y aquellos sonidos producidos por otras causas - animales salvajes, o alguno de su propia condición. Me dicen que estos salvajes robaron y asesinaron a algunos de los de su tribu cuando acampaban en la ribera en estas inmediaciones y que es preferible permanecer en el bote toda la noche. Fuimos a la deriva por el Mamoré y, antes del alba, bajo una luna brillante, doblamos entrando al río Itenez (sic), el que separa el territorio de Bolivia del imperio del Brasil. La tripulación costeó la orilla brasileña, donde no hay habitantes y remó con fuerza contra la corriente de media milla por hora. Aquí nos vemos forzados a desviarnos del camino directo a casa, con el propósito de procurar los medios para llegar allí. El bote en el cual nos encontramos no es apto para la navegación del Madeira, entre nosotros y el Amazonas. Esta valiosa tripulación de hombres civiles es inexperta más allá de su propia región. Ahora debemos tentar nuestro camino a través del Brasil.

Cuando permanecimos en Trinidad, pensé que deberíamos haber tenido algunos buenos carpinteros y marineros norteamericanos con nosotros para construir un bote y echarlo en nuestra ruta al Atlántico, pero la experiencia de la noche pasada me demostró que estaba equivocado; a menos que los marineros entiendan los gritos de los pájaros mejor que yo, nos hubieran matado a todos en la oscuridad de la noche, antes que salga la luna. Estos indios cayavabos son buenos compañeros; dicen muy poco y están pensando tanto de día como de noche. La pregunté al capitán si estaba seguro que estábamos en el río Itenez (sic). "No lo sé patrón* pero," dijo, "ésa es la tierra del Brasil", señalando a la ribera oriental, y éste es el camino a Matto Grosso".

El río Itenez (sic) varía de ancho de cuatrocientas a seiscientas yardas, con un fondo blanco, arenoso y con alfaques. El agua es verde oscuro y transparente; corriente de media milla, con un canal sinuoso, a través de llanuras de arena, disminuyendo de treinta y tres a seis pies de profundidad. Hay gran cantidad de focas y delfines de río, mientras que en las orillas se alinean las aves acuáticas.

A las 9 a.m., termómetro, 80º; agua, 82º. La diferencia entre la temperatura del Mamoré y del Itenez (sic) es 4º Fahrenheit. El agua del Brasil es diáfana y verde, con fondo blanco y arenoso, mientras que la de Bolivia es lodosa y de un color lechoso, con arena gris y fondo arcilloso. El agua lodosa es la mejor; todos estamos quejándonos de dolores después de haber bebido el agua del Itenez (sic); esto produce mal carácter entre los canoeros.

La región es baja y bastante boscosa; las riberas se inundan en la estación lluviosa; el follaje del lado brasileño del río es del verde más intenso; el rocío en la noche es bastante pesado y durante los días tranquilos el sol es opresivamente caluroso. A las 3 p.m., termómetro, 86º agua, 81º. Después que anocheció aseguramos la canoa a una estaca en una llanura en medio del canal. Poco después que nos quedamos dormidos, un tigre vino a la ribera y, mientras olía al destacamento, gruñó fieramente por un tiempo; entonces los mosquitos, que abundaban a nuestro alrededor, nos mantuvieron despiertos.

6 de septiembre de 1852.- Metieron nuestros remos en el río a las cuatro durante la guardia del alba. Los hombres salieron del canal y a menudo conducían la canoa sobre los alfaques. El termómetro metido en el agua cerca de estas llanuras de arena marca 880, mostrando una diferencia de 7º entre el agua lenta del río y aquella en medio de la corriente, que varía en su velocidad de media milla a una milla con ocho décimas por hora. El lecho de este río es bastante accidentado, con pocos troncos sumergidos, pero en algunos lugares encontramos rocas a lo largo de la ribera y en medio del canal. A las 8:30 a.m., termómetro, 85º; agua, 81º; claro y tranquilo. El follaje y los pastos se extienden abajo de la inclinada ribera brasileña hasta el agua y las palmeras asoman por encima de las copas de otros árboles, mientras que en la orilla boliviana la ribera se quiebra perpendicularmente, con abundancia de árboles del bosque. Antes de la puesta del sol, apareció ante nuestra vista tierra alta hacia el sureste. Ahora nos estamos acercando al lado este de la cuenca Madeira Plata; las colinas aparecen más allá de la región plana como islas en el mar.

7 de septiembre.- Los mosquitos nos molestan toda la noche. El pesado rocío cae sobre la tripulación cuando está durmiendo en medio del canal. Quince de nosotros pasamos la noche en un espacio de treinta y nueve por cuatro pies, con un perro en el medio, lo que es más bien bastante hacinamiento. A las 9 a.m. desayunamos en las rocas, cerca de las riberas del Brasil, huevos de tortuga y de cocodrilo con estofado de cría de gaviota. Dos pequeños riachuelos desembocan en el Itenez (sic) desde el Brasil. Llegamos hasta unos rápidos donde el lecho del río era muy rocoso. Hay menos peces en este río que en el Mamoré; algunos de los pescados tienen una apariencia muy curiosa.

Cuando los hombres impelían la canoa por el canal estrecho y rápido, gritaron las nuevas de que Forté do Príncipe da Beira (sic: Forte do Príncipe da Beira) estaba a la vista. Pudimos ver el asta de la bandera y los baluartes superiores. Su ubicación era dominante. Un vapor de menos de seis pies de calado podría ascender hasta estas rocas, que están a cuatro millas del fuerte, pero no más allá en esta estación del año. Las rocas son tan bajas que muchas de ellas se inundan durante la estación lluviosa. La tripulación tuvo alguna dificultad para impeler la canoa arriba entre las rocas; la corriente corría a través de canales estrechos con gran fuerza.

Cuando nos acercamos al fuerte una flecha cayavabo sostenía nuestro pequeño estandarte norteamericano en la popa. Vimos soldados corriendo como si los hubieran despertado súbitamente o sorprendido. Una canoa con dos soldados negros armados vino a nuestro encuentro; uno de ellos cortésmente me dio los saludos de su comandante, con el requerimiento de que nos detuviéramos. Como esto parecía belicoso, envié mis saludos al comandante diciéndole que nos quedaríamos cerca de la isla rocosa en medio del río hasta que leyera una carta del ministro plenipotenciario brasileño en Bolivia, la que envié con el sargento negro. Dos negros viejos y calvos vinieron, por orden del comandante, para preguntar si teníamos algún caso de viruela a bordo, si la respuesta era negativa, el comandante nos invitaba a desembarcar en el fuerte. Uno de estos negros, todo sonrisas y dientes blancos, era el cirujano del puesto; el otro, con gafas quebradas, era el armero, los que, en conjunto, parecían ser los oficiales saludables del puesto. Nunca habíamos visto gente tan negra.

Cuando desembarcamos, un joven teniente negro del ejército del emperador vino a verme y ofreció, de la manera más cortés, escoltarme hasta una casa en el pueblo. Había un cobertizo a la vista en la ribera, que era el cuartel de la guardia, Cuando pasamos, había tales tirones de los pantalones blancos y de las chaquetas azules, que era evidente que los soldados negros se habían vestido apresuradamente; los oficiales tenían el cabello extraordinariamente rizado. Mientras saludaban respetuosamente al uniforme del Tío Sam, Brasil observamos, por primera vez, cuán torpemente maneja el negro el mosquete. Ascendimos la ribera de cuarenta pies donde se levantaba el fuerte, horadado para cincuenta y seis armas pesadas, apuntando en todas direcciones hacia una perfecta selva virgen. La vista río abajo y río arriba es muy impresionante. Los soldados llevan zapatillas de cuero y un sombrero elaborado en forma de cuña, probablemente para que los rayos del sol vertical puedan dividirse cuando caen sobre la cabeza del negro.

Algunos pasos al norte del fuerte había unas cuantas cabañas, pequeñas y miserables, de los negros, en las cuales vivían las esposas de los soldados, y donde se permitía dormir a una parte de la fuerza, por turnos, durante la noche.

Nos ofrecieron una de estas cabañas; contenía una mesa y dos sillas; estaba construida de caña, recubierta con adobe, con techo de tejas, con huecos de ratas en las esquinas del suelo. Las sillas estaban colocadas en la puerta, y el Señor* Commandante* (sic: Comandante) Don* Pedro Luis País de Carvalho vino a visitamos. Era un brasileño delgado, de talla mediana, de color oscuro, por encima de los cincuenta años, de modales excesivamente suaves y caballerosos; de inmediato se disculpó por la orden general en todo el imperio que prohíbe a los comandantes de todas las fortificaciones invitar a un extranjero al interior de los muros; dijo que el Presidente de la provincia de Matto Grosso, dentro de cuya jurisdicción se encontraba el Forte do Príncipe da Beira, le había dado instrucciones de tener cuidado que la viruela no se introdujera entre los soldados desde el departamento del Beni, razón por la cual se nos había solicitado que no desembarcáramos. Le dije que estábamos ansiosos de ir desde el fuerte hasta el río Madeira y le pedimos su opinión respecto a la viabilidad de hacer el viaje. Me dijo que el presidente de la provincia de Cuyaba (sic), la capital, que era un oficial de marina francés, con el rango de capitán de fragata, le había ordenado hacer todo lo que estuviera a su alcance para ayudarme; el único bote adecuado para el servicio en el puerto era uno pequeño perteneciente a un ciudadano, al que a diario esperaba desde Bolivia -mi amigo, Don* Antonio- y era posible que pudiéramos obtenerlo y que él podía proveer una tripulación de su pequeña fuerza de cuarenta soldados negros.

El commandante* (sic) me aseguró que no había botes en el pueblo de Matto Grosso, tales corno los que se usan para descender el río Madeira, y que la posibilidad de obtener hombres allá era muy incierta. El viaje río arriba por el Itenez (sic), desde el fuerte hasta ese pueblo, tomaría más de un mes. Encontré que nuestra única esperanza se encontraba en la amabilidad de este oficial brasileño y de Don* Antonio, el que aún no nos había dado alcance; pero como ya me había prometido el bote, el commandante* (sic) ofreció cortésmente hacerlo arreglar de inmediato para mí. Corno podíamos colgar nuestras hamacas bajo el cobertizo de guardia, cerca al río, y cuidar mejor nuestros preparativos allí, los cuyavabos movieron nuestro equipaje arriba e instalarnos nuestro cuartel con la guardia negra, en lugar de entre las veinte cabañas habitadas por las familias negras del puesto.

Los muros del fuerte están construidos de piedra, delineando un cuadrado, con esquinas en forma de diamante, con treinta y cinco pies de alto. Hay dos entradas en el frente noroccidental; una, un gran portal, en el cual hay permanentemente un centinela, y un pasaje subterráneo desde el interior, que lleva hasta la ribera, exactamente por encima de la crecida anual del río en la estación lluviosa, o treinta pies por encima de su nivel actual. La tercera entrada es por el muro suroccidental, asegurada por enormes puertas dobles de madera, revestidas de hierro. Las trincheras alrededor de los muros tienen veinte pies de profundidad. Al caminar alrededor de las murallas, sólo vi montadas dos armás pesadas de hierro, que apuntaban río abajo hacia el territorio de Bolivia. La fecha sobre la entrada principal del fuerte estaba casi borrada por el clima. Con dificultad pudimos descifrar "José I, 20 de junio de 1776." El commandante* (sic) no pudo decirnos mucho respecto a su historia pasada. Los ingenieros portugueses que lo construyeron vinieron desde el Amazonas río arriba del Madeira, trayendo consigo una pequeña colonia, que se estableció aquí por orden del Rey de Portugal y, después de construir el fuerte, se mudó, sin dejar a nadie excepto la guarnición dentro de sus inmensos muros, que encierran más de un acre de tierra. La piedra con la cual está construido se sacó de un lugar cercano. El polvorín en el lado suroriental, a media milla de distancia, también construido de piedra, se ha convertido en ruinas y no se usa. Un pasaje subterráneo conduce desde el fuerte hasta éste.

La tierra alrededor es baja y se inunda en la estación húmeda, con excepción de tres pequeñas colinas a la vista, hacia el noreste. Estas están situadas hacia el suroeste de aquella cadena de montañas marcada en el atlas común - "montañas Geral". La ubicación de este fuerte usualmente se llama "Larnego" y el río "Guaporé". Hay algunos indios salvajes andando errantes por la región a ambos lados del ríe), de los cuales se sabe muy poco. Nunca se aparecen por el fuerte y el commandante* (sic) nunca se inquieta a causa de ellos. Se sienta en su castillo durante meses, sin ver a un extraño, quejándose de los fríos vientos del sureste. Sus dolores reumáticos están mejor cuando los cálidos vientos del noroeste despejan las nubes. Los soldados negros plantan caña de azúcar, piñas, y producen algunas naranjas. Las raciones gubernamentales consisten en farinha, enviada desde Matto Grosso, y carne de res, cuando pueden obtenerla de los indios "baure", en Bolivia, de donde esta porción de habitantes del Brasil recibe su café, chocolate y azúcar , a través de los ríos Machupo y Magdelina (sic).

Este lado de la cuenca Madeira Plata presenta una apariencia muy diferente a aquélla del lado de los Andes. El commandante* (sic) me dice que él ha navegado las tierras bajas entre este fuerte y el pueblo de Matto Grosso, en otro tiempo llamado Villa Bella. El cocinero negro del commandante* (sic) nos preparó una cena de pollo y arroz. Dormimos cómoda y profundamente en el cuartel de la guardia después de nuestro pesado viaje. La tripulación de cuyavabos quería volver a Exaltación (sic) de inmediato. Les dije que debían esperar hasta que decidiéramos si era necesario proseguir hasta Matto Grosso. El capitán meneó su cabeza y dijo, no, Señor*. Cada uno de los hombres de la tripulación declaró que el correjídor* (sic) de Exaltación (sic) les había ordenado regresar a casa tan pronto como nos desembarcaran aquí. Si esto era cierto o no, no lo sabemos, pero como el correjidor* (sic) expresamente les dijo delante mío que nos llevaran a Matto Grosso, tenía curiosidad por saber cuáles hubieran sido nuestras posibilidades en caso de que dependiéramos totalmente de la tripulación de este bote. Se negaron rotundamente a ir río arriba por el Itenez (sic), diciendo que nunca habían estado en Matto Grosso y que no sabían nada del río, pero que debían apurarse en regresar y recolectar su cosecha de azúcar. Cambiaron tres cueros crudos por al unos anzuelos. El commandante* (sic) les dio un pasaporte escrito para regresa a Exaltación (sic) Su canoa era liviana y remaron rápidamente río abajo entre las rocas, con la corriente, como si estuvieran felices de escapar de un viaje más largo. Dudo respecto a si los hubiera podido persuadir, bajo cualquier circunstancia, de hacer el viaje a Matto Grosso. Nos desembarcaron aquí al séptimo día y les llevará nueve días enteros regresar yendo en contra de la corriente del Mamoré.

Cada día se asigna dos de los soldados para pescar para la guarnición. Aunque el viaje desde San Joaquin (sic San Joaquín) hasta el fuerte, trayendo carne de res, se puede hacer en tres días, los hombres dicen que rara vez la obtienen. El correo mensual se despachó desde el fuerte mientras estábamos allí. Se cargó un pequeño bote con las bolsas y el equipaje de cinco hombres y el mismo número de mujeres. Todos ellos vinieron a despedirse del commandante* (sic), cuando éste estaba sentado con nosotros bajo el cobertizo de la guardia. Les dijo que no esperaba verlos de nuevo: sabía que todos ellos se proponían abandonarlo. Pero tanto los hombres como las mujeres manifestaron su intención de volver. Estos correos realizan la travesía hasta Matto Grosso en cuarenta días; desde allí los despachos se transportan en mulas durante veintidós días a través de la región hasta Cuyaba (sic), desde donde hay un servicio de correo mensual en forma regular a Río Janeiro (sic). Impelen la canoa con pértigas o reman río arriba por el Itenez (sic), que se dice es muy poco profundo en esta estación del año y tiene un lecho rocoso y arenoso. Es posible, cuando el río crece treinta pies en la estación húmeda, que un barco de vapor pueda llegar hasta Matto Grosso desde la desembocadura del Itenez (sic); pero durante la estación seca éste no es navegable para nada más grande que una canoa de primera clase.

Don* Antonio llegó e informó que nuestra tripulación estaba regresando. De inmediato tuvo su bote arreglado y nos dio a "Pedro" -uno de sus hombres, que había pasado el Madeira con él- como nuestro piloto. El commandante* (sic) asignó a cinco hombres para llevarnos a Borba. El bote era una Igarite pequeña, con veintitrés pies de largo y cuatro pies siete pulgadas de manga. Su fondo era de una sola pieza, cortada de un árbol muy grande, con falcas clavadas, toscamente a los lados, calafateado con estopa y bien armado por dentro y por fuera. " proa y la popa, o los dos extremos, estaban asegurados con una pieza sólida de madera, también a prueba de agua. Tenía más la forma de un barril cortado a la mitad longitudinalmente que la de un bote. Era fuerte, pequeño y tenía buena manga - los principales propósitos. Podía soportar que lo arrastraran sobre rocas, que lo llevaran en trineo sobre la tierra, y avanzaba veloz en una corriente rápida entre rocas y comejenes. Surcaba olas pequeñas en forma segura. Los soldados estaban acostumbrados a manejar botes en los rápidos y entre las rocas cerca del fuerte, y tenían algo de experiencia, pero nunca habían descendido el río Madeira. No se habían movido de su provincia natal, Matto Grosso, y estaban, como casi todos los negros, ansiosos por viajar, y particularmente deseosos de irse. Tuvimos un gran número de voluntarios entre los soldados, pero el commandante* (sic) dijo que algunos de ellos querían desertar y me dio aquellos que suponía serían los más aptos para regresar.

No hay caminos que conduzcan desde la fortaleza excepto los ríos, de manera que cada hombre entiende algo acerca del manejo de un bote. Tres de la tripulación eran negros; uno era un indio, cuya madre era salvaje y su padre un indio civilizado - lo que un inglés podría llamar "mitad y mitad". El quinto era de una composición tan mezclada que no pudimos descubrir su linaje. Era más un hombre blanco que uno negro, no tenía muy buena salud, y su expresión era extremadamente maliciosa. Pedro, el piloto, era un indio amazónico, bastante flojo y no muy valioso, aunque necesitábamos sus servicios, ya que era el único del grupo que había navegado el Madeira. A los soldados se les suministró un juego decente de uniforme, municiones, mosquetes y farinha. Nos vimos obligados a reducir nuestro equipaje; incluso tuvimos que disminuir la cantidad de cecina, al igual que las provisiones de los hombres. El bote era demasiado pequeño cuando estábamos todos a bordo para flotar aprisa. Cuatro de los soldados tomaron asiento en la proa como remeros. Mamoré montó sobre el equipaje con Pedro como piloto; mientras "Titto", el sargento, un negro corpulento, bien formado, se paró detrás nuestro y dirigió el bote. El commandante* (sic) me dio un pasaporte para la tripulación, con la relación de la propiedad pública a su cargo. Don* Antonio me encargó una remesa para su padre, que era la única señal que teníamos de la gente de que alguna vez llegaríamos hasta la desembocadura del Madeira. Estamos en deuda con él por muchas conspicuas amabilidades. Si él no hubiera estado aquí seguramente habríamos ido hasta Río Janeiro (sic) por la ruta del correo, o hubiéramos tratado aquélla de Cuayaba (sic Cuyabá), bajando por el Paraguay, hasta Buenos Ayres (sic).

Al mediodía del 14 de septiembre de 1852 partimos con Don* Antonio, quien esperaba estar dos años más trocando las cargas de sus dos pequeños botes, los que dejó en Exaltación (sic) durante un viaje a Matto Grosso. Parece desilusionado de su empresa y declara que nunca hará tal viaje de nuevo. Mantiene a un grupo de doce personas. Ellos se quedan cerca de él ociosamente durante el tiempo que él está ocupado disponiendo de su carga; cada hombre cobra una paga regular, de cuatro a seis dólares al mes. Cuando nuestro pequeño bote pasó rápidamente corriente abajo entre las rocas, los hombres remaban como si temieran les mandaran retomar. Todos cantaban cuando nos despedimos del tétrico y viejo fuerte. El commandante* (sic) nos trató con marcada atención y parecía apenado por permitirnos marchar tan pronto. Dijo que había pasado varios años en el fuerte al iniciar su carrera como oficial. Los oficiales generalmente evaden las órdenes aquí, porque el lugar tiene fama de no ser saludable. Después de la muerte de su último comandante, él fue seleccionado para el puesto porque estaba aclimatado.

Hay una enfermedad horrible entre los soldados, llamada la "fiebre del Fuerte", la que, por la falta de medicinas, destruye la guarnición lentamente. Encontramos el clima bastante agradable, pero su carácter general, según los informes, es todo menos favorable.

Treinta millas debajo del fuerte sellé una botella y la arrojé al río Itenez (sic), con una nota adentro, solicitando al que la encontrara que la remita a la ciudad de Washington. Titto estaba algo sorprendido respecto a lo que nos vio haciendo y preguntó a quién estaba dirigida la nota dentro de la botella y por qué la habíamos arrojado a la corriente, Cuando se le dijo que la botella iría a América del Norte en el agua, si no la molestaban, les dijo a los otros negros que los caballeros habían enviado una carta a casa en esa botella. Un negro alto, de feo aspecto, en la proa, respondió en portugués: "No va allá." Todos los negros trabaron una disputa sobre el terna. Titto dijo que seguramente iría a algún lado; que no podía ir a Matto Grosso porque la corriente del río fluía desde allí hacia el fuerte. Un pequeño negro de aspecto saludable, al lado del otro, se sacudió, se rió en voz alta, y remando con todas sus fuerzas, dijo: "Vamos, muchachos, sigamos andando; ese negro en la popa tiene razón."

En la tarde del 16 de septiembre desembarcamos silenciosamente en la arena plana, cerca de la desembocadura del Itenez (sic), con el propósito de observar las estrellas para obtener la latitud. Los hombres se pararon en posición de descanso con sus armas, mientras Richards alejaba a los mosquitos con una rama de arbustos verdes, ya que el observador necesita que lo abaniquen constantemente, Estábamos en la orilla brasileña, mientras que un gran fuego en los llanos iluminaba la noche a los salvajes "houbarayos" en el lado boliviano del río. Tuvimos éxito en obtener una buena observación y, después de continuar alguna distancia no abajo, nos amarramos a un tronco sumergido en medio del canal durante la noche.

Temprano en la mañana del 17 de septiembre llegamos hasta la confluencia donde el Itenez (sic) desemboca en el Mamoré. La playa estaba llena de aves acuáticas; los cocodrilos yacían en la arena como canoas, la mitad fuera del agua; los delfines estaban jugando alrededor, mientras los peces estaban saltando. Incluso los pájaros de los llanos y de los bosques parecían venir para unirse a la congregación. Era evidente, por la conducta de los pájaros y de los peces, que se habían reunido juntos en un lugar por algún propósito público en particular.

El agua del Itenez (sic) es 40 más cálida que el agua del Mamoré. Durante las noches frías, los peces y los pájaros duermen en o cerca de las aguas más cálidas, las que los protegen. Vimos a un puerco salvaje alimentándose cerca de la ribera; él, también, había estado durmiendo cerca del lecho cálido del Itenez (sic). Hay excepciones a esta práctica, tanto entre los peces como entre los pájaros; algunos de los peces ascienden la corriente lodosa, mientras que otros buscan la transparente. Reconocemos a muchos peces en el Mamoré; son parecidos a aquellos que encontramos en los ríos del norte de los Estados Unidos; mientras que aquellos vistos en el Itenez (sic) dan la impresión de parecerse a familias que sabemos viven en ríos que fluyen a través del arenoso suelo de Florida. Los delfines del mar son de un color azul oscuro; aquellos de las turbias aguas del Mamoré son más claros. En las límpidas aguas del Itenez (sic), el delfín tiene un color blanco claro y rosado, aunque todos resoplan y saltan por encima de la superficie del agua y son del mismo tamaño, tienen la misma forma y hábitos. La madera flotante y la corriente más activa del Mamoré, producen un efecto alentador. Después de reparar uno de nuestros remos, que se rompió por remar fuertemente, echamos nuestro bote al agua, y nuevamente fuimos transportados gallardamente en el Mamoré.

La distancia a través del río desde la desembocadura del Itenez (sic) hasta Fort Beira (sic: Forte Beira) es aproximadamente cincuenta y cinco millas en una dirección este-sureste; en el lado opuesto de la confluencia de estos ríos hay tres pequeñas colinas en el lado brasileño. El Mamoré varía su curso de una dirección norte un poco hacia el oeste. El río aquí entra en contacto con la sólida formación de grueso granito en el Brasil. El commandante* (sic) del fuerte me dijo que su padre hizo una fortuna recolectando diamantes en las cabeceras del Paraguay en el Brasil y que había encontrado rastros de las mismas piedras en el lecho del Itenez (sic). Los aguzados filos angulares del diamante, puesto en movimiento por el agua ondeante, labran un pequeño orificio en las rocas más duras. Cuando las aguas se precipitan sobre éste en la estación húmeda, el diamante labra cada vez más profundo, de manera que piedras comunes pueden entrar al orificio. El agua se arremolina en este orificio, las piedras comunes desgastan los lados e incrementan el tamaño de la cavidad, mientras los diamantes están trabajando diligentemente en el fondo. En tales orificios el buscador de diamantes trata de obtener su riqueza. No encontramos rastros de plata La oro en este lado de la cuenca Madeira Plata. Pasamos por un rápido, entre rocas en las riberas, logrando lanzar el escandallo sin tocar fondo.

17 de septiembre.- A las 9 a.m., termómetro, 78º; agua, 79º; viento del sureste. las riberas tienen treinta pies de alto y son bastante boscosas. El río tiene quinientas yardas de ancho, con una profundidad de treinta a sesenta pies. La tierra a ambos lados de nosotros parece bien adaptada para el cultivo, estándo muchas partes de ella por encima del nivel de las inundaciones. Pedro me dice que tenemos a los salvajes "sinabos" en el lado brasileño y la igualmente incivilizada tribu de los "jibos" en el lado boliviano. Nuestros hombres trabajan bien; con una corriente de una milla, proseguimos de día y de noche. Grandes moscas verdes y negras nos molestán mucho, además de lo cual tenemos moscas de los arenales y mosquitos durante la noche. A las 3 p.m., termómetro, 870; agua, 801; viento del sureste. Cuando la luna bajó, pesadas nubes subieron hacia el este y un relámpago destelló allá. Los hombres durmieron mientras flotábamos entre troncos sumergidos. Aquí y allá un comején sacudía rápidamente su cabeza. La única manera de mantenerse libre de ellos es escuchando la música de las aguas agitándose contra los leños cuando pasamos en la oscuridad de la noche. Un hombre hace guardia con su remo en la proa. Vigila y nos habla al mismo tiempo. Me dice que el Emperador del Brasil le paga dieciséis mil reis (sic: milreis) al mes y le encuentra comida y alojamiento. Mil* reis varían de valor; actualmente valen cincuenta y cinco centavos. El no es un esclavo, sino un negro nacido libre, que es el caso de la mayoría de los que entran al ejército. Cada hombre que nace libre tiene que servir al Emperador o pagar un impuesto en dinero. Como él no tenía dinero, se vio obligado a enrolarse. No sabía por cuánto tiempo estaba enrolado, o cuando se le permitiría regresar a casa en Cuyaba (sic), donde vivía su madre. En numerosas oportunidades había pedido que se le pague y se le despida, pero le respondieron que el Emperador requería sus servicios, de manera que no está seguro cuando podrá librarse; aunque, cuando retorne lealmente de este viaje y se reporte ante el commandante* (sic), se le permitiría ir a Matto Grosso con el correo, y entonces piensa apartarse no regresando. Me dice que los esclavos no son empleados como soldados, sólo los negros libres. Por su tono, él considera que el hombre que cultiva caña de azúcar y algodón está degradado, comparado con su propia ocupación. Según su informe, hay un gran número de gente negra nacida libre en la provincia de Matto Grosso. Considera al pueblo de Matto Grosso un lugar miserable comparado con Cuyaba (sic). La gente en aquel lugar es toda muy pobre -principalmente la gente de color- y la tierra alrededor está muy poco cultivada; pero en el último pueblo hay gente blanca y rica, dice, que tiene esclavos y cultiva maíz y legumbres. Siempre tiene gran cantidad de tabaco para fumar en Cuyaba (sic), pero en Fort Beira (sic) los hombres tienen muy poco; a menudo no lo tienen, ni tampoco piñas o plátanos verdes. Los negros en Cuyaba (sic) tienen bailes y fiestas, música y danza, cada noche. No toman chicha*, tampoco entienden cómo hacerla; pero beben grandes cantidades de aguardiente* (sic) que el Emperador no les da como parte de sus raciones. Nunca la obtienen en el fuerte excepto por el bote del correo. Cuando llegan cartas del Emperador, entonces los soldados obtienen un cántaro o dos de aguardiente* (sic) gracias a los correos y ésta se consume de inmediato.

18 de septiembre.- Los negros reunieron una cantidad de crema o nueces del Brasil de un gran árbol en el lado boliviano. Las nueces están encerradas en una cáscara dura, que los hombres rompieron con nuestro destral. El árbol era uno de los más grandes del bosque y el único de esta especie que vimos. Pedro lo señaló, de otro modo probablemente hubiéramos pasado sin saber que tan buenas cosas estaban cerca nuestro. Las nueces, junto con un pavo y un ganso, cazados en la playa, nos sirvieron de desayuno. Los negros son malos pescadores comparados con los indios. Aparecen menos peces debajo de la confluencia del Itenez (sic) con el Mamoré; el agua aún es lodosa. A las 9 a.m., termómetro, 80º; y el agua de la misma temperatura, que es más cálida para tomar; claro y tranquilo. A las 3 p.m., termómetro, 88% agua, 83º. El río tiene media milla de ancho en algunos lugares y el canal está libre de madera flotante, con una profundidad de veinticuatro a cuarenta y ocho pies.

19 de septiembre.- Al tomar una curva en el río llegamos a ver tierra alta hacia el norte. Los negros tocaron dos cuernos de vaca y gritaron al verla. Dejando sus cuernos, remaron con mucho empeño al ritmo de sus propias canciones melodiosas, con las cuales seguían el compás. Encontramos un viento del norte, el que creó una pequeña ola al encontrar la corriente del río, incrementando su velocidad. La tierra se ha vuelto baja a ambos lados y es pantanosa, con señales de haber sido completamente inundada en la estación lluviosa.

A las 9 a.m., termómetro, 82º; agua, 81º. A las 3 p.m., termómetro, 87º; agua, 80º. Pasamos una isla, rocosa y cubierta de árboles. Las flores brotan y decoran el rico follaje verde en las riberas. La corriente es bastante rápida y avanzamos raudamente a una velocidad a la que no hemos podido ir antes en el Mamoré, pasando la desembocadura de un pequeño río - Pacanoba - que fluye desde el Brasil y por varias islas. Atracamos al costado de una de ellas por la noche. Extendieron nuestros cueros crudos, con los pelos hacia arriba, a modo de mesa y sillas, en medio del sonido quedo y lastimero de las cascadas "Guajará-merim" (sic). Mientras los hombres prendían una fogata, yo estaba escuchando las estrepitosas aguas y pensando que gente tan sensible eran aquellos indios cuyavabos como para huir de éstas. La noche estaba estrellada; pero el viento del norte impulsó la bruma levantándose de las espumosas aguas debajo nuestro sobre la isla, lo que impidió que obtuviera la latitud. Pequeñas colinas se levantaban a una distancia muy corta detrás de las islas, en el Brasil. La tierra parece estar por encima de las inundaciones en ambos lados. Como estamos libres de mosquitos durante la noche y los salvajes no habitan nuestra pequeña isla, dormimos profundamente.

20 de septiembre .- Al amanecer estábamos levantados y partiendo, remando al otro lado a la orilla boliviana hacia la cabecera de las cascadas. Teníamos dudas respecto a cómo se portaría nuestro bote en los rápidos. Después de sacar parte del equipaje, el mismo que pasamos sobre una orilla rocosa debajo, el bote salió del apuro sin ninguna dificultad. El canal tenía cerca de cincuenta yardas de ancho, con poca pendiente; todo el lecho del río estaba dividido en islas boscosas y rocas negras, con grandes y pequeños canales de agua corriendo entre éstas a una velocidad tremenda. Un barco de vapor, sin embargo, podría pasar río arriba y río abajo sobre esta catarata sin mucho problema. Embarcamos y encontramos nuestro pequeño bote, al que habían llamado "Narmie", deslizándose hermosamente sobre las pequeñas olas formadas por el rápido movimiento del agua. Las rocas se desgastan en grandes tiras y se dividen en confusos trocitos por la acción del no que constantemente las arrastra. En la parte superior de las islas, se amontonan cantidades de madera flotante y pastos de los llanos.

Una de estas islas ocupaba el medio del lecho por un largo de tres cuartos de milla. Seguimos bajando por el canal en el lado boliviano hasta su extremo más bajo a gran velocidad; cuando llegamos al pie de la primera cascada miramos atrás cuesta arriba para ver la cantidad de arroyos afluyendo rápidamente, cada uno contribuyendo una pizca al tormentoso ruido que se mantenía constantemente. No vimos ningún pez, pero la noche pasada vimos grandes manadas de cormoranes, volando en una línea que se extendía a través del río, cerca de la superficie del agua; esta mañana vinieron nuevamente. Estos pájaros pasan la noche sobre el cálido lecho del Itenez (sic) y regresan aquí en el día para alimentarse.

Apenas habíamos pasado estas cascadas, nos encontramos en la cabecera de otro rápido, más empinado, llamado "Guajará-assu". Pedro nos condujo hasta el extremo superior de un camino en el monte, en la orilla brasileña, donde Don* Antonio había transportado su carga por tierra, trescientos cincuenta pasos hasta el pie de las cascadas. Arrastraron sus grandes botes a través del agua por medio de fuertes sogas atadas a grandes poleas. Desembarcaron nuestra carga y, mientras Richards, junto con un hombre, se ocupaba de transportar el equipaje, llevé el bote al lado boliviano y lo arrastramos trescientas yardas sobre las rocas y a través de los pequeños canales, por un inclinado bajío con un declive de unos doce pies. El canal principal está en el medio del río, con olas que crecen hasta cinco pies de alto por la velocidad de la corriente, por la cual un barco de vapor no podría pasar ni hacia arriba ni hacia abajo.

El río se abre paso a través de una inmensa masa de roca, que se extiende a través de la región hacia el este y oeste como una gran barra de hierro. La navegación del río Mamoré está completamente obstruida aquí; la entrada del río está cerrada y no vemos forma alguna de transportar los productos de Bolivia hacia el Amazonas, excepto por un camino a través del territorio brasileño. En el lado oriental del río, se avistan colinas y entre ellas, se puede encontrar un camino donde la carga pueda pasar libre de las inundaciones.

La distancia navegable por los ríos Chaparé y Mamoré, desde cerca de la base de los Andes, en Vinchuta, hasta las cascadas Guajará-merim (sic), es aproximadamente quinientas millas. Remamos ansiosamente hacia el equipaje, ya que la división de un destacamento en esta región salvaje se realiza con gran riesgo. Esta jornada de trabajo nos dio una pequeña experiencia respecto al nuevo modo de navegación. El sol es sumamente fuerte, pero los negros se desvisten y, poco a poco, hacen pasar al pequeño bote en el torrente, entre escabrosas rocas. El consejo de Don* Antonio fue de gran importancia para nosotros al elegir el bote y los hombres. Las grandes canoas de Bolivia se hubieran roto en pedazos durante este primer día de viaje entre los rápidos. No hay caminos a través de la selva virgen por los cuales podamos viajar en caso de un accidente y hemos visto suficientes balsas en la cabecera del Madre-de-Dios (sic). Embarcamos nuestro equipaje y continuamos a través de una fuerte tronada, que venía del noreste y remolinaba sobre nuestras cabezas, mandando grandes gotas de lluvia. Las riberas del río tienen veinte pies de alto. La región del lado boliviano es plana y allí las tierras se inundan la mitad del año; pero el lado brasileño es montañoso; las colinas parecen correr en ángulos rectos con el río, que pasa al pie de las montañas. Toda la región está densamente cubierta de árboles del bosque de tamaño moderado. El río debajo de estas cascadas ocasionalmente tiene tres cuartos de milla de ancho, con una profundidad de doce a treinta y seis pies. La corriente es rápida cuando dejamos el pie de las cascadas, decreciendo gradualmente su velocidad hasta que el bote entra en el agua estancada, que el siguiente arrecife de rocas represa al obstruir el libre paso por el río.

21 de septiembre.- A las 3 p.m., termómetro, 83º; agua, 81º. El viento del sur sopló toda la noche pasada, acompañado de lluvia. Temprano esta mañana llegamos hasta la cabecera de las cascadas "Banareira", a ocho millas de distancia del bajío superior. Descubrí que Pedro era útil para señalar los extremos de los caminos sobre la tierra que Don* Antonio atravesó. Sus servicios como piloto, sin embargo, no son confiables. Titto parece estar perfectamente en su elemento en el manejo de un bote entre las rocas y, de los dos, es el que más me ayuda. Se desembarcó la carga en una isla cerca de la orilla boliviana. El camino conducía a través de arbustos y árboles, colina abajo, cerca de cuatrocientas yardas. El trabajo de transportar las cajas, en medio de la molestia de enjambres de moscas de los arenales, era atormentador y con dificultad Richards podía hacer que el miembro malicioso de la tripulación cargara tantas cajas como él lo hacía. El río fluía tortuosamente; el equipaje podía enviarse directamente a través; pero debían _jalar, remolcar, alzar y empujar el bote a través de las escabrosas rocas y torrenciales aguas por más de una milla. Este era un trabajo difícil. El sol estaba muy fuerte; los negros se resbalaban y, por momentos, era con gran dificultad que podían impedir que la fuerza de las aguas se llevara el bote cuando pasaban difícilmente a través de atascados pasajes. Los hombres perseveran en hacer avanzar el bote con el agua hasta el cuello. Las rocas están sólo a algunos pies sobre el nivel del agua; la erosión del agua y de la madera flotante las suaviza. No es fácil para los hombres mantener sus pies bajo el agua. Estos negros son buenos para tal servicio; se arrastran entre las rocas como culebras negras. Las cascadas Bananeira toman su nombre de la gran cantidad de bananos silvestres encontrados aquí en otro tiempo, pero no vimos rastros de éstos. La cascada tiene aproximadamente veinte pies. las islas generalmente son muy bajas, algunos pies por encima de la superficie actual del río. Todas las rocas y una gran parte de las islas se inundan en la estación lluviosa. Grandes pilas de madera flotante se apoyan contra los árboles. En las rocas más altas encontramos hoyos desgastados hasta una profundidad de ocho y diez pies por la acción de pequeños guijarros, puestos en movimiento por la corriente cuando ésta pasa y se remolina, perforando la sólida masa de grueso granito. Estos hoyos generalmente están a medio llenar de piedras, estando las piedras grandes encima; descendiendo gradualmente hacia el fondo, éstas eran más pequeñas, hasta que al final estaban compuestas por pequeñas piedras brillosas, transparentes, de forma angular, de menor tamaño que la cabeza de un alfiler; entre éstas el buscador de diamantes busca aguzadamente. Algunos de estos hoyos tienen tres pies de ancho en la boca, disminuyendo uniformemente los bordes hacia el fondo. Cuando llegamos al pie de estas cascadas, sobre las cuales es totalmente imposible que un barco de vapor pase en ninguna estación del año, tuvimos que ascender un canal en la orilla boliviana en busca del equipaje. Mamoré estaba tendido en una parte de éste, como vigía, mientras que el resto del destacamento estaba al otro lado de la isla. Estábamos casi exhaustos; los hombres no tuvieron nada para comer por medio día y el perro se veía delgado y enfermo. No se veían peces, pájaros, monos o indios, tampoco tuvieron éxito los hombres para encontrar castanhas, nueces del Brasil, las que necesitaban mucho, ya que no tenían nada para comer excepto su ración de farinha. Los negros estaban muy cansados, pero observé que esta vida los mejoraba; se veían más fuertes y estaban engordando. Esto era un gran alivio, ya que nosotros éramos los más desgastados. Yo me mantenía en una constante agitación, no sea que le ocurriera un accidente a nuestro bote, o que los salvajes atacaran al destacamento que transportaba el equipaje. A las 3 p.m., termómetro, 85 º; agua, 81º, y menos lodosa; la arremetida sobre las rocas parece filtrarla.

La corriente, que fluía con violencia y formaba grandes oleadas globulares, arrastró al bote a gran velocidad, el que danzaba alegremente sobre éstas en su camino a casa. La satisfacción que sentíamos después de haber pasado estas terribles cataratas nos animaba. Durante casi todo el día habíamos conseguido dos millas. Nos previnieron sobre el peligro que había en nuestro camino de proseguir durante la noche. Se amarró el bote a la ribera brasileña y después de cenar un ganso silvestre, que Titto tuvo la suerte de cazar, dormimos profundamente hasta la medianoche, cuando repentinamente nos despertó un escopetazo. Los hombres yacían cerca de una fogata en la ribera, cerca de un alto y denso crecimiento de pasto, el que bordeaba los grandes árboles del bosque. Richards estaba cerca de mí. Escuché la voz de Titto inmediatamente después del escopetazo, diciendo "el demonio" - todos estábamos de pie armados; Titto dijo que había disparado a un tigre que se estaba acercando a los hombres mientras dormían; Mamoré había estado rondando lealmente en el monte, vigilándonos rigurosamente mientras todos dormíamos; ya que les había dado algunos problemas a los hombres en el bote, ellos planearon esto para matar a nuestro fiel amigo. Richards encontró al perro con un disparo en el corazón, cerca de las cabezas de los hombres, cuatro de los cuales formaban parte de la intriga, mientras que Pedro y el indio estaban durmiendo. Depositamos gran confianza en la vigilancia de Mamoré; esperábamos de él un rápido informe respecto a bárbaros o a animales salvajes. Con él de guardia dormíamos sin temor, ya que los indios temen más al ladrido de un gran perro que a los soldados brasileños.

De lo que habíamos visto de los hombres, estábamos convencidos de que era un grupo rudo, salvaje, que nos mataría casi tan descortésmente como al perro. Expresaron descarado disgusto cuando ordené a Titto que pusiera un hombre a vigilar y que mantuviera guardia toda la noche. Pernoctamos hasta el amanecer con nuestras pistolas listas para un ataque desde cualquier dirección. Los asesinos negros en las carreteras del Perú son más peligrosos y despiadados que el español o que el mestizo; es igual con un negro africano semicivilizado. Al alba fui meticuloso en dejar ver a cada uno de ellos mi revólver. Manteníamos una rigurosa vigilancia sobre ellos, tanto de noche como de día. Por una razón La otra, que desconocemos, le tienen aversión a Richards, el que nunca les dio una orden, excepto cuando se le dejó en la orilla para ayudar en el acarreo del equipaje. Ellos tenían la impresión de que nosotros ignorábamos lo que decían cuando hablaban en su propio idioma, ya que Titto y Pedro me hablaban en español. En una ocasión, después de la pérdida de Mamoré, alcancé a oír al malicioso, después que Richards le indicó que echara el agua del bote con su remo, decir a la tripulación: "No sé porqué aún no le pegué un tiro a ese tipo, por accidente." Después de lo cual no tengo confianza en ninguno de ellos y le dije a Richards que nuestra única seguridad consistía en la vigilancia constante y la buena condición de nuestras armas de fuego.

22 de septiembre.- El río debajo de las cataratas Bananeira tiene setenta y ocho pies de profundidad y media milla de ancho, pasando entre rocas e islas, donde encontramos al pato almizclado silvestre. Con una rápida corriente pronto llegamos hasta la desembocadura del río Yata, un pequeño arroyo que fluye desde el territorio de Bolivia, no navegable por una embarcación más grande que un bote. En los rápidos "Pau Grande" la región es montañosa a ambos lados y poblada de grandes árboles, hecho del cual proviene el nombre de los rápidos. Estos rápidos están aproximadamente a cinco millas de los anteriores, con una caída de quince pies en cien yardas. El bote pasó cuidadosamente a través de estrechos canales entre rocas de catorce pies de alto. Don* Antonio subió estas cascadas, cuando el río estaba inundado, manteniéndose cerca de la orilla. Amarró la polea superior de su aparejo a grandes árboles o a pesadas rocas, y tirando fuerte, pulgada a pulgada, arrastró sus botes. Ningún vapor podría pasar río arriba o río abajo por "Pau Grande". A las 9 a.m., brisas ligeras del norte; termómetro, 81 % agua, 810. Dos millas más abajo nos condujo hasta los rápidos Lajens. El bote se mantuvo en medio del canal y los hombres remaron con todas sus fuerzas; pasamos entre las rocas a una velocidad tan rápida, que había que agarrarse los sombreros . Esta fue una travesía gloriosa; el pequeño bote parecía volar a través de un canal que puede ser atravesado por un barco de vapor.

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