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CAPITULO X

Ganado encornado y equino- "Peste "-Comercio de sal-Servicio religioso-Corrida de toros-Mariano Cuyaba (sic: Cayuba)-Reglas y reglamentos del pueblo-Leyes y costumbres de los criollos- Un paseo a través de la plaza a medianoche-Paisajes en el camino al pueblo de Loreto-Diluvio anual-Las bestias, pájaros y peces-Loreto-Habitantes-Bosquecillo de árboles de tamarindo- Vientos de la cuenca Madeira Plata-Un cazador de pájaros-Trapiche-Un tigre negro quemado-Partida en botes brasileños-Entrando al río Mamoré de nuevo-Un indio al agua.

El ganado encornado y equino está disperso en los llanos de Mojos, lejos de las partes pobladas y ahora anda errante en estado salvaje por la región, de manera que es imposible calcular su número. Un criollo que retornó a Trinidad procedente de Reyes informó de varios miles de reses andando errantes en estado salvaje entre los ríos Mamoré y Beni.

Este ganado vacuno y equino está sufriendo los efectos de una epidemia que los criollos llaman "peste". Se dice que esta enfermedad proviene del Brasil, donde el ganado está afectado del mismo modo. Parece que el caballo es el que más sufre. En los últimos años la "peste" ha arrasado con casi todos los caballos de Mojos.

Los primeros síntomas son debilidad en las extremidades. El animal no pierde su apetito, pero se debilita gradualmente, hasta que se le va toda la fuerza; entonces se tira al suelo y come todo el pasto alrededor de él, incluso hasta las raíces, con un hambre voraz. Cuanto más se acerca la muerte, mayor es su deseo de alimento; entonces ya no es capaz de mantener su cabeza en alto y finalmente es derrotado. Hemos visto cómo un fino caballo de silla, en buen estado, se mantiene libre de la peste colocándole un bloque de sal de Potosi (sic) donde lo pueda lamer cuando lo prefiera. Este noble animal parecía realmente alimentarse de sal. Su pelaje estaba liso y brillante y mantenía su cabeza en alto por encima de los caballos de la pampa, a los que nunca se les provee con esta cara mercancía.

Todo el ganado se veía miserablemente delgado y achaparrado, como si no estuviera bien alimentado; sin embargo, las planicies estaban cubiertas de un excelente crecimiento de pasto. Esta epidemia comenzó en 1846. El efecto arrollador que ha tenido sobre el ganado es indescriptible. En cuanto a los caballos, opinamos que han sido casi todos destruidos. Aún los vemos muriéndose en la planicie. Las mulas son afectadas del mismo modo, aunque tardan en morirse más que los caballos. A veces, la sal disuelta en agua los reanima cuando son incapaces de sostenerse sobre sus patas.

Como nunca escuchamos a los gauchos de las pampas de Buenos Aires (sic) hablar de esta enfermedad, hay razón para creer que ésta se confina principalmente dentro de la región de la faja de lluvias, donde gran parte de las tierras de pasturaje están cubiertas de agua dulce. No tenemos ningún informe de que esta enfermedad haya destruido el ganado vacuno y equino de Chiquitos, donde la evaporación es mayor que la precipitación.

A lo largo de nuestra ruta hemos encontrado más mujeres afectadas con bocio que hombres. Casi llegamos a convencernos de que en las profundas cañadas de las montañas los hombres nunca se preocupaban por este abultamiento de la garganta.

Al observar a una manada de vacunos que había llegado en ese instante de las planicies al mercado de Trinidad, notamos que mientras casi todas las vacas, jóvenes y viejas, estaban miserablemente delgadas, los machos estaban en buenas condiciones.

Actualmente no existe en esta parte del país comercio tan importante como el de la sal traída desde fuera de la faja de lluvias. Esta faja de lluvias se interrumpe. En Lima, Perú, nunca llueve, sólo, a veces, caen gotas. Allí la precipitación es muy poca y la evaporación mucha. Lima se encuentra a 12º 03' de latitud sur. Algunas leguas al norte de Lima, en la costa, se encuentran las cuencas de sal de Huacho. El agua salada es guiada hacia cuencas en la planicie. En veinte meses el sol evapora el agua y quedan bloques de sal que proveen el mercado del norte del Perú. El gobierno del Perú aprovecha la interrupción en la faja de lluvias y arrenda las "Salinas"*, como las llaman, a aquellos que pagan una renta anual al tesoro público.

La sal de Huacho se carga hacia el este, sobre las Cordilleras, hasta el valle de Juaja (sic), donde llueve la mitad del año y donde encontramos animales sufriendo por la falta de ésta, a pesar de que se encuentra en vetas. Los vientos alisios del noreste y del sureste traen lluvias desde el norte y sur del Atlántico hasta las cimas cubiertas de nieve de las Cordilleras al oeste del valle de Juaja (sic). Allí los vientos se detienen; después de que han exprimido toda la humedad, no queda nada para pasar sobre las Cordilleras y llover sobre Lima. La interrupción en la faja de lluvias, causada por el encuentro de estos dos vientos alisios, arrastrados de un lado a otro detrás del sol, sucede en la cima de la cadena de montañas de la Cordillera, donde la última gota de humedad en los vientos se congela y cae en forma de copos de nieve. Justo debajo de esto se encuentra la morada natural del camello peruano. El indio que habita el valle de Juaja (sic), necesitado de sal, conduce a la llama abajo hasta la costa del Pacífico y la toma de una franja al nivel del océano. Va hacia el océano en busca de ésta en lugar de recolectarla de la mina. Si fuera al sur, a Chile, encontraría que los vientos del sur traen lluvia a lo largo de la costa y encontraría un mercado, en lugar de suministros. Si va al norte de Huacho hasta el Ecuador (sic: Ecuador), allí los vientos del norte traen lluvia y allí hay otro mercado.

El indio carga su llama con 100 libras de sal y la conduce hacia la ladera occidental de las montañas peruanas, a través de una garganta llena de nieve, a más de dieciséis mil pies de altura, hasta las planicies de Juaja (sic).

Mientras, el indio de Potosi (sic) carga su mula Argentina con trescientas libras de sal, no del océano sino de los lagos de sal de las planicies de Potosi (sic) que se forman por la evaporación natural, por acción del sol, de una corriente de agua dulce que corre sobre sal de piedra en la cima de los Andes; él, también, la lleva bajo la faja de lluvias hacia el mercado de Mojos. Si la sal puede hacerse tan fácilmente del agua del mar en las Islas Turcas en las Indias Occidentales, ¿por qué no podría hacerse en algún lugar en la costa occidental de México? Los hirientes rayos del sol pelan la piel de la nariz de la gente allí al igual que lo hacen en las mesetas de Potosi (sic) y a lo largo de la costa del Perú.

El pueblo de Trinidad es el más grande de Mojos, con una población de más de tres mil habitantes, algunos de los cuales son criollos. La guardia nacional criolla reúne cerca de veinte soldados y cinco oficiales, al mando del prefecto con el rango de General de Brigada *, armados con viejos mosquetes con llave de chispa. Un pedernal común comprará en el mercado una canasta conteniendo una docena de deliciosas naranjas. La parte de pedernales de la carga de Don* Antonio se vendió de inmediato y la plata se pagó de buena gana. Trajo una provisión para mucho tiempo, aún a riesgo de una revolución. Las guerras externas jamás han interferido con Mojos, excepto la guerra de exclusividad.

El 6 de junio se celebró misa en la catedral; el día se llamó Santísima Trinidad (sic: Santísima Trinidad). Después de la misa presenciamos una gran procesión, encabezada por el prefecto y el clero, seguidos de toda la población, vestida con togas blancas, "camecitas"*- (sic: camisetas), como las llaman aquí. Cada vez que los indios realizan servicio religioso, las mujeres se destrenzan el cabello, dejándolo caer con gracia sobre sus vestidos blancos. Los hombres llevan el cabello corto.

En cada esquina de la plaza de armas había una glorieta, construida con follaje verde y flores, con bananos y hojas de palma. Cuando avanzaban en derredor al compás de la música y del canto, la escena era hermosa e interesante. La raza cobriza vestida en trajes de algodón blanco, siguiendo al clero católico con rico atuendo, portando imágenes de madera sobre sus hombros; tres mil salvajes, semicivilizados, cantando cánticos eclesiásticos y viviendo según las leyes de hombres casi blancos. Los pocos criollos que caminaban al lado del prefecto y del clero eran como una gota en el mar.

Después que la procesión regresó a la catedral, los indios demolieron las glorietas y entraron a la Plaza de Armas, portando grandes palos, con los cuales construyeron un encierro en la esquina de la plaza contigua a la prefectura*. Erigieron un corral colindante, donde, uno a uno, colocaron un gran número de toros salvajes, indomesticados, de las pampas.

La gente se reunió alrededor y en el balcón de la prefectura*; los músicos estaban sentados cómodamente y a salvo. Cuando doce o catorce indios fuertes y sanos entraron al encierro, soltaron a un toro y la función comenzó. El toro arremetió contra el primer hombre cerca de él y cuando éste se escapaba, corrió a toda prisa hacia la multitud afuera de los palos. La gente saltó riendo a uno La otro lado y dejó que los cuernos del animal chocaran contra el cerco. Este se enfureció, bramó y arrojó los palos del cerco al aire, pero la multitud afuera pronto los colocó en su lugar.

Se agitaron pañuelos rojos sobre su cabeza; algunos jalaron su cola, mientras que el toro repentinamente metió sus cuernos bajo la camecita* de un hombre que estaba ocupado conversando con otro, levantándolo por los pies. No resultó herido, ya que para ese entonces se había fastidiado tanto al toro que éste estaba agotado; entonces lo sacaron piteando del corro y lo dejaron suelto, para que encontrara su camino de regreso a la planicie.

Este era gran entretenimiento para los indios; parecían disfrutar particularmente de la diversión. Las autoridades del pueblo habían provisto grandes cántaros de chicha* y los pasaban entre la gente que deseaba beber. Había pocos que no aceptaron y, tan pronto como se dejó salir al toro, se vaciaron, desde el balcón, canastas con pan hecho de harina de maíz y de yuca*, sobre las cabezas de la gente, la que bregaba por éste. La forma como se regalaba este pan, del almacén del gobierno, a los indios, era igual a como se arrojaba maíz a las aves de corral en otra parte. Reñían por éste en medio del polvo que acababa de levantar el rabioso toro con sus patas.

Después que terminó la brega entró otro toro y el entretenimiento continuó, mientras se ensillaba a un tercero. Un indio montó, agarrándose de una correa colocada alrededor del pecho del toro; cuando lo dejaron suelto, el esfuerzo por mantenerse en pie y la postura del animal eran de lo más risibles; la cabeza del hombre se inclinaba y era tironeada fuertemente hacia atrás y hacia adelante cuando el toro se encabritaba o levantaba polvo detrás. Era como la sacudida de una pequeña goleta hacia popa y proa en un mar fuertemente alborotado. Las carcajadas de los indios eran divertidas; ellos disfrutaban mucho el día festivo de su ciudad, según el programa dispuesto por la Iglesia y el estado.

El buen orden que se mantenía siempre, los saludos de la gente y la limpieza de la ciudad se deben a ciertos reglamentos internos.

Fratos, un viejo indio, es considerado el hombre rico de Trinidad; es el correjidor* (sic) y comandante del pueblo; todos los demás funcionarios entre los indios están bajo sus órdenes.

Mariano Cayuba, otro respetado indio, de setenta y tres años de edad, tiene el cargo de "casique" (sic: cacique), que es el segundo al mando. Cayuba recibe todos los informes - cuántos enfermos hay y todos los muertos; las condiciones del pueblo, con respecto a la limpieza y al buen orden; cuántas canoas hay en el puerto, sus arribos y partidas y el estado del ganado en las planicies. Cuando Cayuba va a los rezos de la tarde con su mujer e hijos, se detiene en la casa de Fratos y le dice todo; hace un informe regular sobre todo lo que está sucediendo, sean buenas o malas noticias. El prefecto considera a Fratos responsable del buen orden de las cosas; éste le visita a diario, con el propósito de informarle oralmente en orden regular.

Cayuba recibe sus informes de los siguientes funcionarios: un "intendente"*, el que examina parte de los negocios públicos, con un alferes"* (sic: alférez); cuatro "aguacils"* (sic: alguaciles) (condestables); dieciocho "comisarios"*, los que ejecutan las órdenes, vigilan en la noche y están de servicio en la prefectura* - uno de ellos es jefe de camareros en la mesa; dos "policías"*, los que se encargan de ver que los muchachos del pueblo provean agua para beber durante el día. Los muchachos se van fuera del pueblo temprano en la mañana con cántaros de barro sobre sus cabezas - en la estación húmeda van al río y en la seca al lago. A los muchachos no les gusta tal trabajo, pero crecen rápido y sus labores recaen en otros. Cuatro "fiscales"* vigilan las calles y casas; ven que éstas se mantengan limpias y en orden. Un fiscale* (sic: fiscal), en otros tiempos, era un funcionario ministerial - un procurador general. Dieciséis "capitanos"* (sic: capitanes) comandan cuadrillas de cien indios cada una - éstos son trabajadores. Cada vez que el gobierno de Bolivia necesita que se construya una casa, que se haga un puente o que se recolecte y manufacture la caña de azúcar de una plantación de azúcar, se da una orden a Fratos para este efecto, el que convoca a una o dieciséis compañías de capitanes, según sea el caso, y ellos enrolan a sus hombres para el servicio inmediato, por el cual no reciben paga, ya que están trabajando para su país.

Un "teniente de estáncia"* o mayordomo de estáncias* (sic: mayordomo de estáncias) supervisa el ganado en los llanos, lleva cuentas de la cantidad, tan exacta como sea posible, cuál es su condición, si las inundaciones y los tigres lo destruyen, cuál es el estado de las tierras de pasturaje. Cuando encuentra el pasto muerto le prende fuego y cuando comienza a caer la lluvia brota un nuevo pasto y ceba al ganado. Enseña a los indios cómo construir cercados para los terneros, evitando que éstos corran desenfrenados, Esto trae al ganado de regreso de las planicies, cuando las bolsas de leche les duelen - de manera que los terneros y la gente se proveen de leche sin el problema de conducir al ganado. Un "alcalde"* se hace cargo de todas las canoas en los puertos, presta atención a sus reparaciones, da órdenes respecto a cuándo deben construirse o hacerse otras, asigna tripulación adecuada para ellas cuando, por enfermedad o por otras circunstancias, los hombres son relevados. Informa a Cayuba sobre el estado del comercio, cuánto cacao es enviado a la parte de arriba del país y cuánta sal viene a la parte de abajo - de hecho, él es el "lobo de mar" de la tribu.

Bajo este sistema de reglamentos la ciudad se mantiene en orden; jamás se ve una disputa o pelea en la calle. Tan pronto como una persona se enferma, aquéllos cuyo deber es prestar atención en esa área dan ayuda y asistencia a la familia; se envía gente a los hospitales como enfermeras y el gobierno proporciona un doctor en medicina. Todos realizan los deberes diarios con tanta regularidad que nadie parece agotado y todos parecen estar adaptados, ya que cada indio varón está obligado por los reglamentos a hacer algo; no hay holgazanes aquí, excepto los criollos. Un indio hace un viaje en el río; otro es obligado a cultivar una chacra* o granja, vigilar el ganado, cortar maderas para construcción o aprender algo de comercio; mientras tanto los muchachos van donde un maestro de escuela proporcionado por el gobierno.

Las mujeres están libres de hacer lo que les plazca, lo que les convenga más. Son trabajadoras voluntarias para recoger algodón, hilarlo y tejerlo a mano.

El marco para el tejedor es uno simple de madera, que está en una esquina de la casa, donde las mujeres trabajan cuando tienen el algodón hilado, suspendiéndolo de la mano y enrollándolo en una bola, devanando el hilo en un palo liviano; hilar y tejer nos parece un trabajo muy lento, pero el indio nunca piensa en el tiempo; trabaja como si viviera para el presente y piensa más en el pasado que en el futuro.

El prefecto tiene un secretario y oficinista; un capitán de policía vigila todo el departamento del Beni e informa sobre cualquier disturbio interno; vigila a todas las personas para ver que no haya planes revolucionarios y recibe veinticinco centavos de cada persona que desee partir, por un pasaporte escrito otorgando permiso para hacerlo. Cuando un viajero quiere un bote y una tripulación pide ayuda al capitán de policía, el que se encarga de que se pague el precio exacto a los hombres y no más. El es un criollo, al igual que el oficinista del prefecto. El otro funcionario criollo en el pueblo es el juez de paz.

Durante los últimos diez años los indios del Beni han pagado una contribución anual. Antes de ese tiempo, el gobierno les proporcionaba vestimenta, los alimentaba y los alojaba y recibía todos los productos de sus labores para el tesoro público. Los indios, muy apropiadamente, no estuvieron satisfechos y se decidió que era conveniente cambiar el orden de las cosas y exigirles impuestos.

Cayuba era el hombre sabio de la tribu de los mojos. Era respetado por su inteligencia, mientras que Fratos mantenía un rango mayor debido a su riqueza. Cayuba pensaba que esto era injusto; mientras que él realizaba su trabajo bien y su casa era la más llamativa del pueblo, el hombre más importante cerca de él le recordaba constantemente que él debía ser nombrado correjidor* (sic). El era un cultivador y poseía una gran chacra* en el lado opuesto del lago. El prefecto me llevó donde Cayuba y me presentó formalmente. Su primera pregunta fue: "¿Cómo te llamás?" Cuando se lo dije, estornudó, sacudió su cabeza y dijo: "Mucha questa."* (sic: Mucha cuesta).

Cuando los arrieros* llegan al pie de las montañas señalan a las cimas de los Andes y describen las dificultades para alcanzar la cumbre con el cacao, diciendo "mucha questa" (sic). Cayuba usó la misma expresión para explicarme en español cuán difícil le sonaba el inglés. Me miró resueltamente y dijo: ¿otro idioma? ¿Dónde está tu país?" Señalé al norte. "Ah," dijo él, "¿Tienen mujeres allí?" Los indios piensan que los extranjeros viajan solos porque no tienen mujeres en casa para atenderlos.

Cayuba vino a verme a menudo. Hablaba un poco de español y estaba tan ansioso por saber algo sobre mi país, que nos hicimos grandes amigos. Le pregunté si la gente era feliz. Dijo, " Sí; pero todos somos esclavos del hombre blanco; solíamos tener muchas reses y caballos finos. El hombre blanco viene de Santa Cruz y se los lleva todos".

Según las leyes del país, a los indios se les castiga azotándolos en la espalda desnuda con una soga de cuero crudo - doce azotes por insubordinación, ebriedad La ociosidad. La costumbre entre las autoridades ha sido castigar cada vez que lo creyeran apropiado, con tantos latigazos como quisieran, aunque hay menos castigos ahora que en otros tiempos. Un prefecto, que era excesivamente tiránico en su comportamiento con esta gente, fue revocado cuando todos los indios firmaron una demanda en su contra dirigida al Presidente. Fue depuesto y después desterrado al Brasil. En el viaje río abajo del Mamoré la tripulación llenó el bote con agua a la medianoche mientras el ex prefecto dormía. Nadaron hasta la orilla y él se ahogó.

Cayuba me presentó a su esposa - una india de muy buen aspecto, gorda y alegre. Juana Jua Cayuba era muy hacendosa; ella vigilaba a las mujeres empleadas para moldear cántaros de barro, los que se usan en la elaboración de azúcar; mantenía su casa en perfecto orden; constantemente la empleaban para tejer hamacas de algodón, manteles, sábanas y cubrecamás; llevaba dos cadenas de oro alrededor del cuello, de las cuales pendían una cruz de plata y una medalla; llevaba aretes de oro puro natural y los domingos llevaba un muy respetable sombrero castoreño, de apariencia másculina, de color negro; era una estricta feligresa y mantenía a Cayuba en esa dirección, quien a veces rehusaba ir o se quedaba dormido en la hamaca, que estaba colgada atravesando el cuarto.

Los hombres indios adoptan la tendencia europea en el vestir. Los domingos, antes de que las autoridades visiten al prefecto, se quitan las "camecitas"* (sic) y se ponen pantalones, chaqueta, chaleco, botas y sombrero; cada uno lleva un bastón, como indicación de su cargo. En tales ocasiones caminan con un aire de importancia muy divertido. Las ropas de paño son muy diferentes de sus ropas frescas usuales, aunque prefieren sufrir a causa del calor antes que quitárselas antes de la puesta del sol. Todos los sombreros castoreños, de color negro, desechados, que se han roto y torcido en el camino montaña abajo, encuentran un mercado aquí. Todas las estrafalarias levitas negras y fraques que se hacen en el país parecen concentrarse y exhibirse ante el público en ocasiones oficiales en este lugar. La vestimenta nativa que usan los indios se adapta muy bien para las mujeres, pero los hombres trabajan tan torpemente en camecitas* (sic) como lucen con ropas gruesas.

Cayuba fue lo suficientemente amable como para enviarnos leche y frutas; cuando le pregunté qué debía enviarle a cambio, dijo: "un pañuelo de seda negro.

Se le correspondió perfectamente. El interés que los indios expresaron por su país, su pueblo o ellos mismos, a través de representaciones cortas, fue extraordinario. Cayuba estaba muy sorprendido por la fidelidad del daguerrotipo de dos damas. Vino a mi habitación al día siguiente con un grupo de hombres de edad y su esposa para pedir que les enseñe a las mujeres de "mi tribu". Miró las fotografías, luego a su mujer, diciendo que le gustaría cambiarla por el original de esa imagen y luego se volvió a mí y dijo - "¿Tienen muchas de ellas allá?" señalando al norte y mirando muy atento.

Antes del alba, toda la población, excepto los criollos, está de pie; cuando amanece, los tamborileros, los pífanos y los violinistas se reúnen en la iglesia y tocan la diana. Las campanas de la iglesia están colgadas bajo el techo de un pequeño campanario cercano; cuando tañen, los indios se congregan para los rezos de la mañana. Esta ceremonia se lleva a cabo durante todo el año, como lo establecieron originalmente los jesuitas. Mientras se arrodillan en la iglesia, la música se mezcla con sus cantos de alabanza, al tiempo que el sol de la mañana proyecta su luz sobre la ciudad.

Cada tarde la misma ceremonia; cuando el sol desciende sobre los Andes, a las ocho en noches claras, los muchachos del pueblo se arrodillan cerca de la gran cruz de madera en el centro de la plaza de armas y cantan un himno antes de que los habitantes se retiren. Una banda de música acompaña sus voces. Cuando la brillante luna ilumina su mundo, estos pequeños niños declaman a gritos sus versos de agradecimiento por las bendiciones del día recién acabado y ruegan que Dios proteja a su gente mientras duerme. Había algo agradablemente impresionante en estas ceremonias de la Iglesia para llamar la atención de los indios. Este servicio diario era un pasatiempo para ellos; su naturaleza verdadera estaba moldeándose y descubrimos que realizaban tales deberes religiosos en una forma voluntaria, seria y sincera, en tanto que las reglas les permitan jaranearse después de los rezos. Nunca antes habíamos visto unos rostros tan solemnes como los de estos indios, mientras caminan hacia la iglesia y de regreso de ésta; tampoco hemos escuchado un estallido de risa más espontáneo en una corrida de toros como en la plaza de armas de Trinidad después de la misa.

El sacerdote realiza las ceremonias matrimoniales, según los ritos católicos. Antes de la aparición de los jesuitas éstas no se conocían entre los indios, excepto en sus propios corazones.

Nos quedamos en Trinidad algún tiempo. Me mortificaba mucho la idea de encontrarme atrapado en medio de una enfermedad durante una larga estación lluviosa, dudando por cuál ruta encontraríamos una salida al Atlántico. Estándo despierto luego de medianoche, me levanté y caminé por la plaza de armas, para alejar pensamientos sobre el día siguiente. La noche estaba clara e iluminada por la luna; el único ruido que se escuchaba al principio era aquél hecho por los murciélagos - el aire estaba lleno de diferentes especies de éstas aves nocturnas, volando en todas las direcciones, alimentándose de mosquitos; los techos de las casas estaban cubiertos de ellos y mantenían el aire tan despejado, cuando volaban rápidamente cerca de mí, que no quedaban insectos para atacar a los habitantes, excepto aquellos protegidos de los murciélagos en los dormitorios de las familias. Supuse que toda la población estaba durmiendo, pero no era así. Caminaba lentamente alrededor de la plaza; cuando llegué a la casa de un criollo se escuchó el retintín de monedas de plata y oro en el interior del portal. La silenciosa repartición de naipes se estaba llevando a cabo; las apuestas se hacían contando una por una las monedas. La porción criolla de la población estaba apostando. Cuando el comisario* indicó la una con el tañido de la campana de la catedral, la población trabajadora dormía. Los indios no tenían tiempo para tales ocupaciones; sus juegos los realizan en el bastidor para tejer o en el campo de azúcar. El aprovisionamiento de granos proviene del trabajador de los llanos de Mojos; los indios cincelan la plata de las rocas de las montañas y, sin embargo, las personas más inteligentes de Bolivia preguntan cómo es que hay tanto progreso y desarrollo en otras partes del mundo y tan poco en Bolivia.

Los criollos de Trinidad son de todas partes del país. Nunca contemplamos un grupo tan burdo - parecían ser los parias de la nación. Hay poca gente casada entre ellos; algunos de los hombres pueden tener esposas y familias en los Andes, pero viven aquí sin ellas.

Los criollos visten calicós y sedas, sombreros de paja y zapatos de cuero, con medias de seda. Prefieren las mercaderías extranjeras a los géneros de algodón blanco de los indios, excepto por los manteles o hamacas y toallas, que los indios hacen a la perfección.

Los indios parecen estar orgullosos de actuar como sirvientes. Cocinan, lavan y traen leña a los blancos por una bagatela.

En la mañana del 17 de junio, el prefecto reunió un grupo, invitando a un brasileño, a un inglés y a mí a acompañarlo en una visita a Loreto, a doce leguas al sur-sureste de Trinidad. Nuestros caballos eran pequeños, pero estaban en buenas condiciones, aunque muy cansados. Es costumbre enlazar un caballo en la pampa, ensillarlo, embridarlo y montarlo. Si un hombre es arrojado, no se hace ningún daño; reposa en el pasto o en el barro. El prefecto ha enviado a los indios a la vanguardia, al amanecer, con nuestras ropas de cama y los utensilios de mesa. El día estaba claro y agradable cuando cabalgábamos por los llanos a lo largo del camino plano. Uno de los comisarios* iba adelante sobre una mula achaparrada.

Montaba bien, tocando con las puntas de los pies los grandes estribos de madera; sus piernas y cuello estaban desnudos; llevaba un chullo escarlata en la cabeza y tenía una camecita* blanca enrollada graciosamente. Era todo un cuadro galopando sobre la planicie, que estaba salpicada con grupos de arbustos, palmeras. o un estánque de agua pura. Aquí y allá el paisaje era ininterrumpido y la vista recaía sobre un horizonte cubierto de pasto claramente definido. Un puente de madera en el camino demostró estar tan estropeado, que nos mojamos los pies al vadear el lento arroyo, cuando nos detuvimos para escuchar una embarazosa historia del brasileño, que era el alma del grupo. Parece que la tarde anterior un compatriota le había enviado un par de botellas para sus alforjas, para que las abriera en el camino. Don* Antonio examinó una botella; resultó que contenía barniz. Su paisano era un ebanista en Trinidad y evidentemente había cometido un desafortunado error. No fue hasta mucho después que entendí por qué el prefecto parecía tan disgustado por el incidente. El ebanista tuvo alguna dificultad y el prefecto le había ordenado dejar el departamento del Beni y regresar a casa en el Brasil. Don* Antonio logró persuadir al prefecto para que permitiera que el hombre recibiera pasaportes para el departamento de Santa Cruz, ya que había estado un buen número de años en Bolivia. Teniendo propiedades en ambos lugares, se vio obligado a liquidar en Trinidad con una gran pérdida y si el prefecto hubiera insistido en que fuera directamente al Brasil, probablemente hubiera perdido lo que poseía en Santa Cruz. El prefecto creía que el ebanista había enviado las botellas con material utilizado con propósitos mecánicos, en lugar de aquéllas para uso medicinal, adrede para barnizarlo. Se supone que el honesto mecánico aprovechó esta oportunidad para demostrar su mala voluntad hacia las autoridades, las que tienen órdenes del gobierno supremo de no ser muy afables con los extranjeros, sino más bien de enviarlos inmediatamente al Brasil ante la menor sospecha de mala conducta. La libertad, la propiedad e incluso la vida dependen de la voluntad del prefecto de este departamento. El poder de los prefectos de todas las demás divisiones de los territorios del Perú y Bolivia es muy grande, pero ninguno está tan lejos de la vista del gobierno como éste, el cual es geográficamente independiente de las regiones montañosas. Las autoridades tienen poderes ilimitados, sobre los extranjeros particularmente.

Cuatro leguas de viaje nos condujeron hasta una hacienda; desmontamos, después de habernos movido con gran dificultad entre fleos, barro y agua que llegaba hasta las rodillas de los caballos. El agua está apartando gradualmente las tierras, se ha establecido entre el pasto, y ahora es perfectamente transparente. Vadeamos por varias millas con el agua a un pie de profundidad; luego la tierra sobresale y se seca. Donde encontramos agua, hay gran abundancia de aves domésticas - bandadas de patos y de grullas de largas patas. Cuando ascendemos al suelo seco, los venados brotan de nuestro camino, y el ñandú camina despacio, manteniendo su cabeza por debajo de las puntas del pasto, como si no viéramos su cola de hermosas y valiosas plumas.

Las dos casas en la hacienda estaban rodeadas de bananos y de papayos. Había varios cercados para ganado, uno de los cuales contenía gran número de terneros: ellos, junto con las mujeres indias y los perros, habían agotado toda la leche de la mañana. El inglés, por lo tanto, sacó el corcho de una botella de vino, el prefecto proporcionó pan, pero el queso se había dejado atrás. Un gran pote de carne de res estaba cocinándose al fuego; estaba tan dura e insípida, por la falta de sal, que no pudimos comerla; mientras la "peste"* permanezca, dudamos que sea comida saludable.

Después de dejar la hacienda, con sus casas de dos pisos, vadeamos una legua a través de aguas de dos pies de profundidad, extendida a través del pasto en la planicie, tan lejos como podíamos ver en todas direcciones. Pájaros del más hermoso plumaje volaban alrededor nuestro y el grupo se mojó bastante. Lo hubiéramos hecho mucho mejor en canoas que en sillas de montar. Al llegar a tierra seca, seguimos adelante a pie, en fila india, hasta el río Yvaré (sic). Un indio del lado opuesto obedeció el llamado de nuestro guía. Desensillaron a los caballos; todos nos embarcamos en una canoa con el equipo de montar y remamos, mientras los caballos nadaban hasta la ribera opuesta. Mientras los indios descargaban, nosotros nos bañamos en el río, con un gran número de resoplantes cocodrilos encima y debajo de nosotros. El río es estrecho, sin corriente, haciendo difícil decir qué era arriba y qué era abajo. Las riberas tienen veinte pies de alto y aún así se inundan en la estación húmeda. El agua era de color oscuro, aunque transparente.

En la casa del barquero conocimos a su vieja esposa india, la que cultivaba algunos arbustos de algodón alrededor de su cabaña, con algunas plantas de tabaco. Un arbusto de ocho a diez pies de alto produce el algodón. Es difícil encontrar una persona que haya observado cuánto tiempo estos arbustos producirán sin tener que plantarlos de nuevo. La opinión es siete años. " misma planta de tabaco rinde de dos a tres años. Un gran número de naranjos daba sombra a la cabaña, de los cuales la mujer recolectó para nosotros la fruta más deliciosa. No hay nada como ésta en la costa del Brasil ni en las Islas del Cabo Verde. La cáscara es delgada, casi reventando por el jugo. Los árboles eran tan grandes como un manzano de tamaño moderado, y cargados de naranjas, mientras que el fragante capullo florecía para dar otra cosecha. Los plátanos verdes constituyen el pan de esta región; los árboles se encuentran cerca de cada casa. Esta cabaña se yergue en el límite norte de lo que se llama las Planicies de Loreto. Aquí la tierra es un .poco más alta; el camino es llano y, como la tarde está pasando, nos apuramos. A nuestra derecha un rebaño de ganado levantó la vista; toros de aspecto fiero se encontraban entre nosotros y sus compañeros; éstos no son muy amistosos, y a menudo atacan al viajero solitario; pero los ladrones criollos de Santa Cruz han reducido su número, viniendo aquí y llevándoselos por rebaños. Hubo una época en que se contaba sesenta mil cabezas de ganado en estas planicies. Cuando la coneja brincó a través del pasto, siguiendo a sus crías, el pécari - una especie de puerco salvaje - saltó bajo las narices del caballo y, con sus gruñidos civilizados y su corto rabo, se precipitó a lo largo del mismo camino. Hay tigres en gran cantidad; sus pieles se venden en el mercado de Trinidad. Cuando cabalgábamos cerca de un grupo de árboles a nuestra derecha, escuchamos a un toro bramando y vimos al ganado salvaje corriendo en su ayuda. Me dijeron que el tigre salta de su escondite en el pasto, coge al toro por la oreja, clava sus garras de adelante en forma segura en el cuello y sus garras de atrás en los brazuelos de adelante; su cabeza se encuentra entonces exactamente detrás de los cuernos del toro y su cola cuelga al lado de su pata delantera. En esta posición el tigre empieza a cortar los grandes vasos del cuello, mientras que el toro corre por la pampa, su cabeza en alto en el aire, bramando de dolor. A menos que la manada vaya a ayudarlo, se reúna alrededor y ataque al tigre, éste vence a su presa pronto. El sufrido animal se desangra hasta morir rodeado de los de su especie, mientras que el jadeante tigre merodea a poca distancia, sabiendo que cuando el toro muera el ganado se dispersará y entonces podrá disfrutar del banquete. Estos tigres a veces atacan a un hombre cuando éste está solo, pero rara vez cuando está acompañado. Pocas personas escapan cuando traban una lucha a muerte con éste. Los indios usualmente van juntos o llevan perros consigo, los que atraen su atención y evitan que éste busque una batalla con el hombre. Los tigres hacen un trabajo terrible entre los terneros cuando se les permite ir en todas direcciones en el pasto. Durante el día generalmente están guardados y los indios y perros los vigilan. Durante la noche los colocan con sus madres en un cercado, a donde los tigres no osan ir. Su única oportunidad de matar ganado se encuentra entre el momento en que lo atrapa y que el rebaño viene hasta donde está la víctima, el que corre a toda velocidad ni bien el tigre lo toca. El trabajo de matar se hace rápidamente.

Cuando el sol estaba poniéndose, llegamos hasta una planicie que se extendía lejos hacia el oeste. Los venados estaban paciendo en parejas. Todos espoleamos a nuestros caballos y les dimos caza, pero mostraron sus colas blancas y brincaron fuera del alcance de un rifle. Los caballos se inquietaron pronto corriendo por el pasto. El tapir o alce del Brasil, se encuentra en estas planicies, manteniéndose cerca del río. Los españoles lo llamaron "gran bestia"*. Su color es gris oscuro, con pelaje corto y grueso. Su carne es muy suave. La pezuña se divide en tres partes a manera de dedos. En el interior de la pata delantera hay un cuarto dedo; y las patas traseras se doblan en la articulación al igual que las de las llamas y del elefante. La fuerza de este animal es muy grande. Los indios a veces lo enlazan, pero tienen cuidado de no tener el final del lazo atado a la silla de montar, como es usual, ya que el tapir puede con tres o cuatro jinetes con facilidad. El tapir vive en el pasto y, aunque es inofensivo, los indios se emocionan ante la perspectiva de encontrar uno, como si temieran la fuerza de estos animales. Sólo lo pueden capturar por medio de una bala o de una flecha. A pesar de que su piel es gruesa, no es muy difícil de matar. En el Brasil hay gran cantidad de estos animales. Los indios dicen que el tapir y la mula son primos, porque sus cabezas se parecen un poco cuando se miran de frente en la cara. El tapir mantiene su cabeza casi tan alto como la de una mula; sus partes posteriores son más parecidas a las del elefante.

La noche nos sorprendió entre las bestias de los llanos. Cuando el guía informó que el camino estaba seco, galopamos en fila por un largo tiempo a través de las silenciosas planicies y, finalmente, llegamos al pequeño pueblo de Loreto. En las afueras pasamos cercados llenos de ganado. Era después de las ocho y los habitantes se habían ido a la cama. Un silencio de muerte reinaba cuando desmontamos frente a la puerta de la casa de gobierno, a donde ya habían llegado los indios con nuestras camas y provisiones.

El correjidor* (sic) era un indio de buen aspecto, vestido con chaqueta y pantalón, que le sentaban bien. Siendo de materiales nacionales, estaba más a gusto que aquellos que se meten dentro de viejas ropas de paño muy ajustadas. Los armazones de cama, sillas y mesas se colocaron en diferentes cuartos, con cántaros de agua dulce. Los indios vinieron restregándose los ojos y, minándonos, se ofrecieron sonriendo a ayudar al correjidor* (sic). Encendieron una fogata, calentaron agua e hicieron una excelente sopa de pollo, mientras colgaban las hamacas de algodón blanco a través del cuarto. Extendieron un mantel blanco; después de la sopa prepararon café y el grupo descansó en las hamacas, con cigarros hechos en casa.

El viaje a caballo del día había sido agotador. El movimiento de un caballo vadeando en el agua es desagradable y tormentoso, tanto para el hombre como para la bestia. Este viaje a Trinidad no se puede hacer a caballo durante la estación lluviosa. Los caminos son navegables para canoas la mitad del año, cuando viajar es mucho más fácil que en la llamada estación seca. El indio construye su cabaña en esos lugares elevados que quedan como islas; cuando las grandes inundaciones de agua llegan, los grillos, lagartijas y serpientes se arrastran hasta su techo empajado; manadas de ganado salvaje rodean su habitación. Los armadillos frotan sus armaduras contra los cacharros en la esquina de su cabaña, mientras que el tigre y el ciervo están cerca sumisamente. El cocodrilo sube amigablemente, cuando la "gran bestia"* se sienta en las escaleras cerca de la puerta. La familia animal se congrega así extrañamente junta bajo la influencia del diluvio anual. Aquellos de tierra seca se encuentran donde los anfibios son obligados a ir, y cuando caen las lluvias, esperan pacientemente. Los pájaros vuelan y se posan sobre los árboles y sobre el techo de la cabaña, mientras los peces salen a la superficie de los ríos y exploran los llanos. Los animales empiezan a buscar un lugar de refugio en el mes de enero, cuando el suelo se cubre gradualmente. Como las aguas bajan en marzo, éstos se dispersan por la tierra que está secándose y apacentan en pastos recientes, que florecen según va pasando la inundación. En esta reunión anual de las bestias, los pájaros viven de los peces y unos de otros. Todos los animales carnívoros, incluido el hombre, se alimentan mejor; mientras que el ganado encornado, los tapires, venados y caballos sufren privación y se vuelven una presa fácil. Como la fluctuación es incierta, muchos se ahogan o mueren exhaustos de correr con el agua hasta el cuello, fuera de la vista o alcance de un refugio.

Los indios de Mojos en el fondo no son amigables con la raza hispana; que quieren y respetan las influencias y disposiciones de la Iglesia, no hay duda. Los indios de Loreto son de la tribu de los mojos y sobresalen por su belleza e inteligencia. Los hombres son muy independientes. Uno de los más ricos fue a su chacra*, mientras el prefecto estaba aquí y permaneció allí, no sólo porque le disgustaba él en particular, sino toda la raza criolla.

Loreto tiene en cierta forma un aspecto ruinoso. Las calles y la plaza de armas están llenas de pasto, en el cual apacentan los puercos, las cabras y las ovejas. Un pequeño arroyo corre cerca del pueblo y provee a la gente de agua. Se ha armado un puente de madera a través de éste, sobre el cual pasan los indios en dirección a sus chacras*. Sólo hay algunos criollos viviendo entre ellos. La población es pobre y el hospital está lleno de casos de viruela. Mientras caminábamos por el pueblo vimos demasiados hombres evidentemente aquejados de consunción - uno de ellos un platero. Encontramos a una anciana de noventa años, desdentada, con el cabello tan blanco como la nieve; nos abrazó a todos. Don* Antonio devolvió el saludo con tanto entusiasmo, que toda la vida de la mujer partió en peligro, para gran diversión de todas las jovencitas.

Había un gran número de casos de fiebre intermitente, uno de ellos un negro. Se dice que hay unos dos mil esclavos fugitivos del Brasil en el territorio de Bolivia. Según el primer artículo de la última constitución son libres e iguales a la gente blanca ni bien ingresan, El negro del Brasil tiene más, derechos y privilegios garantizados por ley en Bolivia, que el indio en su propia tierra.

Visitamos a una india vieja con una casa llena de hijas; estas muchachas indias son hermosas y muy respetadas; varios de los criollos han querido casarse con ellas, pero el padre está disgustado con los blancos y se niega a permitir que su hija se case con nadie excepto un hombre de su propia raza. La casa estaba amoblada mejor que cualquier casa de cualquier indio que hayamos conocido; sus camás estaban elegantemente encortinadas; los pisos alfombrados parcialmente; las hamacas blancas y los manteles pulcros. Una de las hijas era indudablemente hermosa; su tez blanca y clara, con características regulares; sus ojos grandes y de color negro oscuro, al igual que su cabello; era de tamaño mediano, con la figura más perfecta; manos y pies exquisitamente formados y dientes perfectamente blancos; sus modales eran modestos y tímidos, mientras que al mismo tiempo, hablaba español extraordinariamente bien; se había prestado atención a su educación. Esta familia de indios es más respetada que ninguna otra en el Beni, tanto por los blancos como por los cobrizos; sin embargo, el padre tenía tan poco que ver con las autoridades como le fuera posible. Era un líder entre los indios y no dudaba en hacerles saber su opinión sobre los agravios que se hacen a la tribu cada día. Fuimos desafortunados al no ver a este hombre; preguntando, descubrimos que no se había quedado en su granja, sino que estaba visitando a los indios de la región.

Cerca del pueblo hay un bosquecillo de grandes árboles de tamarindo, plantado por los jesuitas. Bajo la sombra de uno de ellos algunos carpinteros estaban cortando una gran canoa, como aquella con la cual descendimos desde Vinchuta. Cuando esté terminada valdrá entre treinta y cinco y cuarenta dólares.

Las inundaciones llegan hasta las calles de Loreto y el piso de la iglesia está tan húmedo que han comenzado a construir en alto los cimientos de otra al lado de ésta.

Los vientos del sureste fueron sumamente fríos y húmedos durante nuestra estadía de dos días en Loreto, así es que tuvimos muy poca oportunidad de ver a los habitantes. Ellos se quedan en sus casas durante estos días fríos y húmedos; tal clima es el más agradable para viajar. Regresamos a Trinidad por el mismo -Y único camino, que continua hasta Santa Cruz, a través de una región despoblada.

En el mes de junio, a veces soplan vientos frescos desde el noroeste, sobre la parte baja de la cuenca Madeira Plata, desviándose a menudo hacia el norte y noreste; pero rara vez se da el caso. Cuando el viento viene del noroeste, el termómetro fluctúa entre 82º en la mañana hasta 90º en la tarde. Aunque el polvo se agita demásiado debido a esto, la población se sienta afuera de las casas en las tardes claras y calmadas después que el viento se va junto con el sol. Este viento rara vez dura más de tres días consecutivos; entonces cambia y sopla del sureste, bastante más ligero, pero trae neblina. Cae lluvia de las nubes y en la última parte de junio, durante estos vientos, el termómetro desciende hasta 66º en la mañana y 70º en la tarde. Los nativos entonces cierran sus puertas y se quedan en sus casas; usan doble camecita* de algodón, o se ponen una de tela de corteza. Los indios sufren por la falta de ropa apropiada; tiritan y están perfectamente indefensos hasta que el viento cambia hacia el noroeste, cuando el pueblo se vuelve animado de nuevo - siendo los vientos del sureste vientos húmedos y los vientos del noroeste, secos. Estas dos corrientes parecen estar peleando una contra otra. Los vientos del noroeste parecen aguadores regresando con baldes secos; cuando pasan el pueblo de Trinidad, empujan a los vientos del sureste fuera del camino, y después que han pasado, entonces los vientos del sureste surgen como una columna de regaderas y cae una lluvia ligera, y la atmósfera seca, al igual que el suelo caliente se enfría y se moja. Las lluvias rara vez son fuertes en el mes de junio, tampoco los vientos son fuertes, excepto los soplos del sureste. Nunca hemos visto tal regularidad en la distribución del calor y del frío como encontramos en la cuenca Madeira Plata. Los vientos secos y húmedos son independientes de las estaciones secas y húmedas. Aquí las frutas de los árboles maduran, mientras que, al mismo tiempo, brotan botones y pimpollos nuevos. La vida vegetal prosigue en rápida sucesión y parece ser tan regular como el año yendo y viniendo. En el mes de julio, los vientos del sureste soplan un poco más frescos y a veces se desvían hacia el suroeste. El viento del noroeste a menudo comienza a soplar ligero desde el noreste y norte; y en este mes el viento del noroeste es mucho más fresco de lo que es en junio. Regresan como si mostraran cierto temple por la forma como se arremolinan los vientos del sureste. Mientras los vientos del noroeste soplan, el termómetro fluctúa entre 76º en la mañana y 82º en la tarde. Los vientos del noreste son más cálidos que los vientos del noroeste, siendo ambos vientos secos. Durante los vientos del sureste el termómetro baja a veces hasta 62º a las 9 a.m. y se mantiene en 67º a las 3 p.m. Las brisas del suroeste generalmente son un poco más cálidas que las del sureste, con relámpagos destellando entre ellas -ambos vientos son húmedos. Después de un viento fresco del sureste, podemos esperar uno del noroeste; este viento parece muy combativo a veces.

En agosto la corriente del noroeste a menudo se convierte en un ventarrón en una lucha con su oponente y el termómetro se eleva hasta 80º en la mañana y 90º a las 3 p.m. Cuando el viento del sureste lleva la ventaja, hace bajar el termómetro hasta 73º a las 9 a.m. y a 81º en la tarde.

Estos vientos a veces soplan durante tres días desde el sureste y luego exactamente tres días de nuevo desde el noroeste. Este es tan frecuentemente el caso, que los habitantes dicen que cuando comienza de uno La otro punto, ellos esperan el mismo viento por tres días. En varias ocasiones nos afectó este fenómeno, y cada vez que los domingos resultaban días tranquilos, el hecho nos recordaba sobre el precepto del descanso periódico.

Mojos invita al zoólogo. Los diferentes hábitos de los pájaros, desde el ñandú hasta el más delicadamente formado colibrí, son observados con gran interés. El ñandú pone sus huevos en el espeso pasto en la llanura seca; dos huevos llenan el sombrero de un hombre y pesan tanto como dos libras cada uno. El ñandú pone un gran número, extendido en el nido sobre un espacio tan grande que es muy cierto que una sola ave no puede cubrirlos todos para empollarlos, aún cuando extienda todas sus plumas sobre ellos. Sin embargo, todos los huevos se rompen cuando termina de empollar y las crías dejan el nido. El ñandú es tan silvestre que es difícil estar bien informado sobre sus hábitos. El número de crías que aparecen en la planicie no se compara con el número de cascarones encontrados; algunos suponen que el ñandú pone un huevo con el propósito de reproducirse y otro para alimentarse. Las crías crecen muy rápido, saliendo de los huevos; sus patas son enormes, comparadas con otras partes de su sistema.

Cuando el ñandú está yendo a toda prisa a través de la planicie, su cabeza se mantiene erecta, como la chimenea de una locomotora; su cuerpo se parece a la caldera y las hermosas y magníficas plumas, que salen rectas, revolotean detrás. La gran velocidad con la que pasa a través de la región plana, con la apariencia externa del pájaro, le recuerda mucho a uno a una locomotora distante, cuando corre sin ningún tren acoplado.

En una o dos ocasiones las hicimos salir en las pampas; Mamoré corrió muy rápido y lo mismo hizo nuestro caballo, pero el ñandú nos dejó atrás con la facilidad de una máquina a vapor. Mientras corre, echa sus patas desproporcionadas hacia los lados en círculos, como para despejar el alto pasto, pero mantiene el cuerpo y la cabeza extraordinariamente firmes. Nunca hemos visto plumás de ñandú en el mercado de Trinidad y creemos que los indios nunca los cazan, aunque a veces juegan con ellos disfrazándose con piel de tigre y merodeando cerca de ellos por diversión. Los indios tienen gran deferencia hacia esas aves, originalmente adoradas por ellos. Es posible que el ñandú mantuviera la misma relación en la adoración religiosa de los indios de estas tierras bajas que la llama de las montañas ocupaba entre los indios allá. Estos indios parecen no tener ningún uso en particular para el ñandú y por esa razón no los cazan, porque un indio rara vez da muerte a algún animal innecesariamente; hace uso de lo que encuentra alrededor suyo y es cuidadoso de no destruir, de no devastar sin necesidad.

Hay algunas personas entre los criollos de Santa Cruz que entienden el arte de coleccionar y preservar las pieles de los pájaros con jabón de arsénico. Se ganan la vida rellenando pájaros con algodón, para colocarlos en cajas y exportarlos. El coleccionista de pájaros difiere del recolector de corteza; se le encuentra en las planicies al igual que en el monte; sus municiones son buena pólvora, en pequeñas cajas de lata, perdigones de diferente tamaño y una pequeña cantidad de azogue. Los perdigones son para pájaros ordinarios. Coloca algunas gotas de azogue en un pequeño pedazo de papel y carga su escopeta con éste, en lugar de perdigones. El azogue golpea al colibrí sin desgarrar su piel o afear su plumaje; éste lo aturde y antes de que el pájaro se recupere, el cazador ya lo tiene en la mano. Después que el cazador ha recolectado quinientas especies, entonces se vuelve difícil de complacer; quiere al hermoso y pequeño pájaro cantor que se posa en la base de los Andes y hace llegar su música antes de la salida del sol. Hay muchos pájaros que se alimentan en la noche y duermen durante el día; algunos roban los huevos de sus vecinos; otros echan a los padres, alimentan y cuidan a sus crías, o se echan sobre los huevos y los empollan como legítimos propietarios. Todos estos pájaros que vemos alrededor nuestro tienen sus horas regulares para alimentarse, cantar, bañarse, descansar y dormir.

Encontramos un cazador de pájaros en Trinidad; ha estado en el trabajo dos años recolectando cerca de seiscientas especies diferentes. El opinaba que hay más de mil variedades de pájaros diurnos y nocturnos que pueden encontrarse en la cuenca Madeira Plata, además de serpientes, lagartijas y cualquier cantidad de insectos. Trinidad era su centro de operaciones desde donde se bifurcaba en todas direcciones durante la estación seca. Su habitación era una perfecta tienda de curiosidades. Los pájaros se envolvían en papel después de haber sido perfectamente curados Y se almacenaban en grandes cajas de madera. Cada día, a diferentes horas, iba al campo; después de días de trabajo, se le vería regresar con un único pájaro, diferente de cualquiera en su habitación. Consigue serpientes venenosas partiendo la punta de un palo para formar una horca, la que coloca sobre el cuello de la serpiente y la sostiene hasta que fija un mate o un frasco sobre su cabeza, cuando suelta la horca y la serpiente se arrastra dentro de la cavidad. Entonces tapona el mate y lo pone en su bolsillo. Después que la serpiente se muere de hambre o se ahoga en bebidas espirituosas, saca su piel, la preserva y la rellena, lista para exportarla a los museos del mundo civilizado.

Durante la estación lluviosa el cazador de pájaros entra en una canoa Y se dirige a aquellos lugares donde los diversos animales se reúnen. Obtiene varias especies allí, lo que requeriría más tiempo si tuviera que perseguirlas, y llena su canoa con carne y pieles de venado.

La longevidad no es tanta en la parte baja de la cuenca Madeira Plata como lo es en las montañas. Encontramos muy pocas personas viejas en Mojos. La población está compuesta principalmente por hombres de mediana edad. Las mujeres parecen alcanzar una mayor edad, tanto en las montañas como aquí. Llegan a la madurez aproximadamente al mismo tiempo en ambas regiones.

Los hombres de Mojos son menos aficionados a bebidas estimulantes; usan tabaco con moderación, mientras que aquellos de las montañas no son moderados al usar la coca. Los hombres de Mojos parecen poseer mayor fuerza física; son más sumisos y activos que los indios de la montaña. Todos concuerdan perfectamente en cuanto a la indolencia. La porción criolla de la población de Bolivia es la más ociosa de las dos razas.

El 14 de agosto de 1852 Don* Antonio descubrió que no podía vender su carga en Trinidad y que debía regresar al Brasil con sus botes. Don* Antonio tenía barqueros brasileños - negros y mestizos. Estos hombres vinieron con él desde el Amazonas y se pensó que era la única clase de gente que podía emplearse para la expedición.

Al amanecer, Cayuba vino con su esposa y treinta indios, portando palos, para cargar nuestro equipaje hasta el puerto en Trapiche. La esposa de Cayuba nos trajo yuca* y naranjas para consumir en el viaje. Nos extendieron nuestros pasaportes y, respecto a mi oferta de pagar lo usual, el Intendente*, que era una persona muy cortés, dijo que el gobernador no me cobraba.

Los pasaportes de Don* Antonio y sus doce personas le costaron la suma de cuatro dólares, por permiso para regresar por el río Mamoré a su propio país, siendo más de la mitad de la distancia a través de la selva virgen, más allá del límite de la civilización. Las autoridades insistieron en esto; él requería un pasaporte boliviano para presentar a las autoridades de su propio país cuando llegara allí, "de otro modo no sabrían de dónde venía". Se mostró cierto disgusto hacia Don* Antonio porque no tuviera mil dólares en plata. El, por su palie, estaba disgustado por verse obligado a recibir cacao, en lugar de plata, por sus mercaderías.

El prefecto del Beni me dio una carta para el prefecto del departamento de Santa Cruz, en caso de que fuera imposible encontrar hombres en el pueblo de Matto Grosso para que el bote de Don* Antonio descendiera el Madeira, y no pudiéramos pasar por los fuertes en el río Paraguay o a través de la región hasta el Atlántico, a través del Brasil. Tendríamos un pasaporte para regresar a Bolivia. Es necesario tener permiso para entrar así como para salir.

Más de cien indios murieron de viruela mientras estuvimos en Trinidad. La gente aún estaba sufriendo de ésta cuando partimos.

Trapiche está situada a dos leguas al oeste-noroeste de Trinidad. El camino en agosto está seco, pero en febrero es navegable para canoas. Toda la superficie de la región está salpicada de hormigueros, aunque no tan altos como los de las planicies de Mási. Examinamos el interior de uno y encontramos la tierra moldeada en una perfecta corteza de miel, no regular como los enjambres de abejas hacen su panal, sino como las abejas que excavan el suelo y depositan su miel en un montón de cavidades. El interior del hormiguero estaba construido de manera que las hormigas puedan entrar en la base y serpentear hasta la punta. No había salida en la punta; el exterior era una sola masa sólida de arcilla cocida, quemada fuertemente por el calor del sol. Suponemos que las hormigas viven en el ático cuando las tierras se inundan; no se arrastran por el exterior y llegan hasta el techo por seguridad o curiosidad. Algunas de estas hormigas son pequeñas y de color rojizo, mientras que otras son negras. No pican como aquellas del monte, hasta que no se les molesta mucho, y entonces atormentan a un perro considerablemente.

Hay un gran número de palomas grandes que se alimentan en estas planicies; las crías están completamente crecidas, muy gordas, y constituyen un buen sustituto de la miserable carne de res.

Los indios transportan sus cargas de plátanos verdes, yuca* y madera en las horcaduras de dos ramas. Los palos solos se atan al yugo de los bueyes, asegurándolos de cada lado a los cuernos, mientras que las dos puntas caen sobre el suelo detrás. Algunas veces aseguran una gran caja cuadrada o canasta a las horcaduras y dejan a los niños montar en este transporte de Mojos. La caña de azúcar generalmente se planta en la margen del río y se transporta en canoas. En Trapiche los encontramos manufacturando azúcar, melaza y ron.

Embarqué en una pequeña canoa con mi escopeta y un pequeño niño indio me llevó remando por el Ybaré (sic) para mirar un campo o sembrado de caña de azúcar. Los indios acaban de prender fuego a las semillas secas en él, y la brisa ligera pronto creó una llama. Un gran tigre negro corrió en la ribera, se sumergió en el río y nadó delante nuestro hasta la orilla opuesta, donde se volvió a mirar con enfado al fuego. Sacudiéndose, prosiguió ribera arriba y a través del cañaveral, sin dignarse a observarnos de nuevo. Su cuerpo parecía tener cinco pies de largo, con patas cortas, pesadas, larga cola, y una expresión desagradable en la cara muy notoria, como si quisiera vengarse por haber sido quemado. El pequeño niño indio miró rápidamente y simplemente dijo, en español, "Es uno grande."

En las riberas del Ybaré (sic) encontramos plátanos verdes, piñas, papayas, pimientos de España, limones y semillas de aceite; en el río, pequeños peces y anguilas, y serpientes venenosas en el pasto.

Nuestro equipaje se almacenó a bordo del "Igarite", en el cual se izó la bandera de los Estados Unidos. Don* Antonio embarcó su carga en el "Coberta", del cual colgaba la bandera del Brasil. Cinco indios mojos fueron empleados además de la tripulación brasileña. Dos caballos y dos mulas afectadas con peste fueron embarcadas en una canoa. Cuatro perros y un hombre llenaron un pequeño batel. Cuatro de los brasileños tenían a sus esposas con ellos. Justamente antes de que la flota de barcos se pusiera en camino, hubo contratiempos a bordo del "Coberta" - los hombres azotaron a sus mujeres por todos lados. Luego de lo cual nos siguieron río abajo. El ruido y la actividad para arrancar era nuevo para nosotros. Los indios se amontonaban en las riberas, mientras que los negros brasileños parecían dispuestos a mostrar su mayor pericia en la navegación. Estábamos encantados de partir.

El Ybaré (sic) es un pequeño arroyo sinuoso, de cincuenta pies de ancho, con riberas perpendiculares de treinta pies de alto, con una profundidad de nueve a doce pies y una corriente de media milla. Un pequeño barco de vapor puede ascender el Ybaré (sic) desde el río Mamoré hasta Trapiche. Las curvas son muy pequeñas para admitir un vapor de río grande. Los indios consideran que la distancia es de tres leguas. Hay algunos troncos sumergidos y cantidades de mosquitos. En la noche cae rocío y la luna nueva aparece extraordinariamente roja. Observamos esta peculiaridad en la base de los Andes al este del Cuzco.

Al entrar a las aguas del río Mamoré nuevamente, encontramos treinta y tres pies de agua. Un navío de línea podría flotar en la parte baja de la cuenca Madeira Plata en la estación seca. La corriente ahora es de una milla por hora. La temperatura del agua, 76º. Uno de los indios quería que le diéramos nuestra brújula, después de preguntar qué era, diciendo que no había ninguna en Mojos, Las riberas del río tienen veinticinco pies de altura; con la profundidad del río, el lecho está a cincuenta y ocho pies debajo de la superficie de la planicie. El río es menos sinuoso, con un ancho de cuatrocientas yardas, y el canal poco obstruido por troncos sumergidos. Avanzamos muy despacio en este burdo bote. Los hombres lo impulsan casi una milla por hora, cuando quieren. A veces lo impelemos con pértigas a lo largo de la ribera. Mide treinta pies de largo y ocho pies dos pulgadas de manga, teniendo un calado de tres pies cuando está cargado.

Aquí encontramos peces. Don* Antonio atracó al costado con su pequeño batel y su red de mano, y cortésmente me dio una de cada una de las diferentes especies que pescó en unas cuantas redadas. Esta era una buena adición a nuestra colección.

La región alrededor es una perfecta llanura. Grupos de árboles salpican la planicie aquí y allá, aunque predominan los cañaverales y los pastos. Las riberas de los ríos a menudo son pintorescas, metiéndose en el agua, cubiertas de pasto, mientras que en otros lugares los grandes árboles arrastrados por la corriente yacen en la playa, donde los indios cultivan maíz, chufas o cacahuetes en pedazos de tierra.

19 de agosto de 1852.- A las 9 a.m., termómetro, 80º; temperatura del agua, 78º. El trueno ruge entre las densas nubes que se acercan a nosotros desde el sureste, y un arco iris va hacia los Andes. Patos, gansos, pavos y grullas se alinean densamente en el río; los delfines soplan y los halcones chillan. La tripulación del bote y sus esposas disfrutan de un mono capuchino asado para el desayuno.

Desembarcamos en el lado oriental en una ribera de treinta pies de alto y visitamos el Trapiche de San Pedro. Los bueyes hacían funcionar cuatro molinos de azúcar. Los indios habían recolectado grandes rumás de caña de los sembrados y estaban elaborando ron y melaza bajo la supervisión del correjidor* (sic), un criollo, que tenía a su esposa e hijos con él. Nos abastecimos con azúcar de buena calidad para el viaje.

La misma plantación produce azúcar durante veinte años en Mojos. Los retoños rinden un zumo que aumenta en dulzura durante doce años, después de los cuales empieza a perder su materia sacarina. El cacao se recolecta en noviembre, el café en mayo, y el azúcar en agosto y septiembre.

Tenemos cantidades de mosquitos durante la noche, pero ninguno en el día. A las 3 p.m., termómetro, 91º agua, 78º. Contamos dieciocho especies diferentes de peces en el Mamoré, donde el río tiene una profundidad de treinta y nueve pies. En algunos lugares la región se ha vuelto irregular; la tierra está seca y amontonada muy por encima del nivel del río, mientras que en otros lugares se hunde pantanosa. Fuimos arrastrados por la corriente durante la noche después de enredarnos con un comején o de deslizarnos al lado de la orilla.

Uno de los indios que se quedó dormido, estaba sentado durmiendo la siesta en el techo redondeado del bote en forma de barril, con la cabeza entre sus rodillas y la camecita* doblada bajo sus dedos del pie, para mantener a los mosquitos lejos. Perdió el equilibrio, rodó en su sueño una y otra vez fuera del bote, cayendo al río. El extraordinariamente corto tiempo que le tomó al hombre despertarse y alcanzar de nuevo el bote, divirtió al viejo capitán, que estaba parado adelante como un mascaron de proa, con un cigarro en la boca; mirando ahora hacia la luna brillante y luego hacia la superficie del agua en busca de troncos sumergidos, ambas manos peleando contra los mosquitos en todas sus partes desnudas. En lugar de dar la voz usual de un vigía, "Hombre al agua", riéndose comentó para sí mismo, sin ofrecer ayuda - "Mucha fiesta esta noche".*

Los pastos de los llanos están encendidos y, al pasar las horas de la medianoche, los rayos relampaguean hacia el este. El ganado salvaje anda errante bramando más allá de los estragos de las llamas. Nuestro escandallo se enreda aquí en el fondo del río y nos molesta, donde el agua tiene cincuentiún pies de profundidad.

22 de agosto.- El viento del sureste refrescó casi hasta convertirse en un ventarrón. En una curva del río nos colocamos cerca de la ribera por el día; los hombres no podían forzar al bote a ir contra el viento, que hacía un poco de oleaje contra la corriente y nos llevaba río arriba.

A las 9 a.m., termómetro, 77º, y a las 4 p.m., 69º. El 23 de agosto, lluvia y truenos, con un fuerte viento del sureste. Nos asimos a la ribera toda la noche.

A las 9 a.m., termómetro, 62º. A las 3 p.m., termómetro, 61º. A los indios les dio mucho frío al estar confinados en el bote, al lado de una empinada ribera. Para calentarse sacaron una soga por la proa y nos jalaron despacio contra el viento y el oleaje hasta la siguiente curva del río, lo que nos dio un viento favorable. Erigieron nuestros palos como mástiles y, con viejos saquillos y cubiertas de equipaje, levantamos una vela, la que nos condujo a una velocidad de cuatro millas, para gran deleite de los indios, que nunca usan velas en sus canoas. Al llegar a otra curva, fue necesario recoger completamente la vela; al hacerlo, nos enredamos con un grupo de árboles encallando rápidamente en el fondo del río, cuando los indios rieron y declararon que la navegación a vela era un fraude.

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