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CAPITULO IX

Pasando la desembocadura del do Chimoré-Grullas blancas-Río* Mamoré-Atlas,de Woodbridge-Guardia nocturna-Cuartel de la guardia "Mási "-Pampas-Hormigueros-Ganado-Religión- Caña de azúcar-Grupo de pesca de indios mojos-Río,Ybaré (sic: Yavari)-Pampas de Mojos-Tierras de pasturaje-Ciudad de Trinidad-Prefecto-Alojados en Mojos-Don* Antonio de Barras Cordoza-Población del,Beni-Manufacturas de algodón-Productos-Comercio-Botes amazónícos de Don*,Antonio-Jesuitas-Idiomás-Inteligencia natural de los aborígenes-Pinturas-Carga,nwntos de mercancías extranjeras en la plaza de armas.

Descendimos río abajo a la luz de la luna, sondeando de tres y medio a cuatro brazas; la mitad de la tripulación remaba al mismo tiempo, hasta que pasamos la desembocadura del río Chimoré, que desemboca en el Chaparé desde el sur, Nos vimos obligados a detenernos, ya que la mañana se volvió nublada y oscura, lo que hizo peligroso que pasáramos por la madera flotante que fluye desde el Chimoré.

Las canoas ascienden el Chimoré en la estación lluviosa hasta el pueblo. Cerca de su desembocadura, el río se parece al Chaparé en anchura, color del agua y velocidad e la corriente; pero por lo que puedo saber, el Chaparé es el río más grande y el más profundo en su cabecera.

Las lluvias han caído hacia el sureste, por lo tanto, encontramos más madera flotante saliendo del Chimoré de lo que tenemos en el Chaparé.

Las tierras donde confluyen son todas bajas, inhabitadas e imperfectas. La corriente del Chaparé continúa igual debajo de la confluencia. A menos que hayamos visto al Chimoré entrar, probablemente no hubiéramos sabido que la cantidad de agua era casi el doble, siendo el ancho del río y los sondeos los mismos.

El relámpago destella hacia el sur durante la noche y, cuando las nubes se condensan, el trueno ruge entre las montañas distantes.

30 de mayo de 1852.- Tenemos un fuerte viento desde el este esta mañana, con lluvia ligera y truenos hacia el sur. Las gotas son pequeñas comparadas con aquellas que golpean contra los Andes en la región exuberante.

Hileras de unas quince a veinte grullas blancas de igual tamaño están paradas en orden en la playa lodosa, como sargentos, con una alta a cada extremo de la fila. Cuando nos acercamos, un sargento da un paso orgullosamente, da órdenes con un "cuac" y el grupo se vuelve hacia atrás sobre la playa lodosa dentro de un hueco o vuela río abajo. Las costumbres y hábitos de estos pájaros son muy graciosos. Una grulla grande camina bajo la llovizna, manteniendo su cabeza y cuerpo tan derecho como sea posible, lo que le da el aspecto de un caballero entrado en años caminando despacio debido a su salud, con las manos cruzadas bajo sus faldillas.

Entramos al río Mamoré, el cual, en Cochabamba, recibe el nombre de "Grande"* y donde desemboca el Chaparé, se llama Río* "Sara". Parece que los habitantes de las riberas de este gran río lo llaman según le agrade a su propio vecindario. Aquellos que viven en sus partes más delgadas lo llaman "Grande«*, probablemente sin saber dónde fluyó, o si era un tributario del Paraguay o del Madeira; mientras que aquellos que viven en las aguas del curso inferior cambiaron el nombre una y otra vez. "Grande"* es el nombre español y "Mamoré" es el indio.

Encontramos interesante ver cómo la gente de los Andes suponía que los ríos de América del Sur fluían hacia el Atlántico. El Beni, por ejemplo, es representado como el nacimiento del Amazonas, mientras que sólo es el segundo tributario del Madeira. Las cabeceras de los tributarios meridionales del Amazonas, por los cuales pasamos, están trazadas en mapas ordinarios demasiado hacia el oeste. Esto hace parecer al estudiante que están demasiado cerca del Pacífico; hay una franja de tierra montañosa entre las nacientes del Amazonas y la orilla del Pacífico.

El largo viaje del Teniente Smyth, de la marina real, antes de que llegara a las aguas navegables del Marañon (sic: Marañón) desde Lima y el viaje aún más largo del Teniente Maw, de la marina real, por las montañas desde Truxillo (sic: Trujillo), en el Perú, al mismo punto, muestra que estos oficiales no encontraron el punto de partida de la navegacíón tan pronto como todos suponían que lo harían, según el aspecto de los mapas que estudiaron en 1829.

Según publicaciones recientes, no sólo el Beni, sino también el Mamoré, aparecen como afluentes del Amazonas, no a través del Madeira, sino por un curso imaginario, a través de una cadena de montañas, claramente trazada. Este mapa representa tanto al Paraguay y al Madeira fluyendo del mismo nacimiento en el Brasil, mientras que el nacimiento del Madeira está en los Andes, en Bolivia. Se reconocen algunos méritos del señor Woodbridge por sus esfuerzos, hace veinticuatro años, por poner a disposición de las escuelas un mapa, el cual es útil y veraz, con sólo algunos errores que son consecuencia de la falta de información.

Nos sorprendió que el Mamoré, en la confluencia con el Chaparé, sea el menor de los dos ríos, pero la región lluviosa explicó la diferencia. Todos los tributarios del Chaparé están dentro de la faja de lluvias, mientras que la mayoría de los que forman el Mamoré, más arriba de Santa Cruz de la Sierra, están fuera de la faja de lluvias.

Las canoas ascienden el Mamoré hasta la desembocadura del río Piray y río arriba hasta Puerte de Jeres (sic: Puerto de Jerez), o "Quatro Ojos" (sic: Cuatro Ojos), como se le llama más frecuentemente. De allí, los viajeros van a caballo, por un camino a través del bosque, hasta la ciudad de Santa Cruz, donde el cacao de Mojos se envía al Mercado. Durante la última parte de la estación seca, en el mes de noviembre, los viajeros de Trinidad a Santa Cruz van a caballo a través de toda la región, prefiriendo esto a tener que impeler la embarcación con pértigas y remar contra una corriente rápida, la cual en el descenso a menudo hace peligrar la carga al volcarse las canoas por los troncos sumergidos.

Las riberas del Mamoré son iguales que las del Chaparé. Nuestros sondeos ahora son de treinta pies y el Mamoré tiene un ancho de cuatrocientas yardas debajo de la confluencia; este río fluye en dirección septentrional. La corriente del Mamoré corre a la misma velocidad que la del Chaparé - una y media milla por hora.

Mientras que el delfín se arquea en el aire sobre la superficie del río y borbotea al igual que el delfín del mar, pequeños grupos de focas giran alrededor y nos ladran osadamente. Las focas son muy pequeñas; ni de cerca tan grandes como aquellas que vimos en el río La Plata.

A las 9 a.m., termómetro 73 1; termómetro húmedo, 700; agua del río, 75 0. Cuando pasamos cerca de la ribera perpendicular un árbol de regular tamaño se vino abajo con un estruendo terrible exactamente delante nuestro. La ribera se quebró y la corriente arrastró la tierra y dejamos al árbol luchando con el río, el cual más adelante, retrocederá y nos seguirá río abajo o permanecerá firme como cimiento de otra isla.

Nos encontramos con un grupo de indios de pesca en una canoa, con dos mujeres como cocineras de doce hombres. Como nos habíamos banqueteado con pavos silvestres, patos y gansos, ofrecimos comprarles pescado, pero ellos estaban tan necesitados como nosotros y mostraron disposición a mantenerse a distancia -muy probablemente a causa de nuestros casos de viruela.

El río estaba tan libre de troncos sumergidos y de madera flotante que los hombres querían continuar durante toda la noche, la que daba muestras de ser clara, aunque el día fue húmedo y desagradable, con una tormenta que vino desde el este, que parecía más bien alentar a la tribu de mosquitos. Por lo tanto tuvimos la comida lista temprano.

Después que el sol se puso, la brillante luna iluminó nuestro camino de agua a través de la selva. La tierra parecía dormida cuando observamos a los indios cabeceando con los remos, los que colgaban goteando sobre los costados de la canoa. En un momento se escuchó un crujido entre las cañas. La corriente nos llevó cerca de la ribera. Los leños ardientes que el viejo capitán mantenía en su parte del bote molestaron al tigre negro, o una serpiente se deslizó suavemente sobre un hato de cañas dentro del agua para evitarnos. Conforme volteamos, la luna brilla directamente sobre el río y la capa de agua parece un camino de plata. Pensamos siempre en obstrucciones y tenemos miedo de que no vamos lo suficientemente rápido para ver las hermosas aguas del Atlántico.

En plena noche el búho da voces, como sorprendido por nuestra osadía y un pez, por error, saltó dentro del bote. Cuando agitaba su cola en el agua, en el fondo de la canoa, cada uno de los indios se despertó. Después de bromear por un rato, sumergieron sus remos en el río y nos marchamos nuevamente.

Pasó la medianoche; se llamó a la guardia y, mientras Richards combatía a los mosquitos, la primera guardia durmió. Manteníamos la sondaleza en el agua noche y día; los puntos cardinales de la brújula trazaban las curvas del río; la distancia cubierta se indicaba abajo al final de cada día y se trazaba cuidadosamente todos los ríos que entraban en el que estábamos navegando.

31 de mayo.- A la salida del sol corrimos a lo largo de una ribera perpendicular de arcilla roja y azul, de dieciocho pies de alto; ascendimos por partes hasta ver una gran pampa extendiéndose exactamente delante nuestro, o un océano de pastos, fleos de cinco a siete pies de alto, ondeando suavemente de aquí para allá por la brisa de la mañana, que venía del este. Cuando nos paramos sobre la ribera, el sol se levantó detrás nuestro; miramos hacia el oeste sobre la parte baja de la cuenca Madeira Plata, la cual es poco profunda y extensa.

En la ribera se yergue un cobertizo y como no había nada bajo éste, tomamos un sendero bien trillado que llevaba desde el río y caminamos sobre una llanura, entre hormigueros de cinco pies de alto y tres pies de diámetro en la base, hechos de arcilla y moldeados en forma de pan de azúcar.

Las hormigas ascienden hasta la cima de sus casas cuando las pampas se inundan y allí esperan el descenso de las aguas. Esta pampa, sin embargo, no se inunda cada año y tenemos una información considerable, gracias a las hormigas, de que el crecimiento nunca es mayor de cinco pies. Cada hormiguero es exactamente de la misma altura, aunque deben diferir un poco en grosor.

Llegamos hasta una gran construcción de madera de dos pisos, el cuartel de la guardia y aduana "Mási", donde todos los comerciantes y viajeros deben mostrar sus pasaportes y documentos. Subimos los peldaños de madera hasta el segundo piso, para visitar al comandante de la estación. En el piso de abajo había un molino de azúcar y encontramos al comandante de la guardia en cama, quejándose de dolor de estómago bajo su mosquitero. Parecía contento de vernos. Mientras se sentó a leer nuestros papeles, con su gorro de dormir puesto, nosotros salimos al balcón para mirar alrededor.

Hacia el norte había una hilera de pequeños árboles que daba a las pampas la apariencia de tierras descampadas, pero el comandante salió y nos explicó que esos árboles crecen cerca de la ribera del río Securé y, para mí, delineaban el verdadero curso de ese río hasta donde yo podía ver, mostrando que los ríos en esta tierra baja tienen una hermosa cortina de espeso follaje, mientras que detrás de la cortina hay una gran llanura, un escenario extendido donde los animales salvajes andan errantes. La alta grulla está parada admirando su blancura reflejada en un charco de agua clara, el que yace como un espejo en el fondo de este magnífico suelo verde.

Las tierras están hermosamente resguardadas por la hilera de árboles del bosque. Aquí el hombre ha colocado delante suyo la protección y el resguardo de la naturaleza. Esta pampa parece un gran apacentadero, cercado por el cauce del Mamoré al sur y del Securé al norte. Bajo la sombra de esos árboles permanece el ganado del campo. Este ha trepado gradualmente las Cordilleras* desde las llanuras de Guayaquil, a través de las mesetas de Oruro, y desde el distrito de la sal de Charcas. Los criollos lo condujeron hacia abajo por el lado del río Mamoré, y lo pusieron en libertad en los llanos cubiertos de pasto de Chiquitos y Mojos.

Desde este balcón vemos a un indio sosteniendo un ternero, mientras que otro ordeña la vaca.

Cuando el ganado estuvo entre los indios, no sabían qué hacer con éste. No había tales animales en sus yermos. El feroz tigre, al cual adoraban junto con la serpiente venenosa, estaban vencidos. La vaca interfería con la creencia que anteriormente tenían de que los animales más grandes eran los favoritos de Dios, particularmente aquellos que tenían los principales medios de agresión activa o de autodefensa.

La vaca ayudó a cambiar tal religión. Era más grande que cualquiera de los dos y ser atacado por un toro en los llanos despejados era casi tan peligroso como ser atacado por un tigre o una serpiente. Grandes cuernos sobresalían valientemente para defender a un cuerpo poderoso.

Gradualmente aprendieron que no muerde, ni araña ni pica; que portaba una ubre llena de leche; que sus dientes le fueron dados para cortar el pasto de la pampa y no para devorar la carne de un ser humano. Que era dócil y amigable con el hombre y no su enemigo. Los jesuitas enseñaron a los indios cómo ordeñar una vaca y cómo usar su leche. Pronto aprendieron cómo cuidar el ganado, enlazarlo, ponerle el yugo en los cuernos y amarrar largos palos a éstos, de manera que arrastren un atado de madera flotante desde el borde del río hasta la mitad de la planicie, y dejaron de lado su primera impresión de que la cola era la parte del animal más apropiada y conveniente para atar los palos de leña.

De este modo mantuvieron un ganado manso entre ellos, mientras que los rebaños que andaban errantes por las pampas se volvieron salvajes y ahora están tan dispersos por las tierras que es difícil contarlos.

El caballo viajó desde España por el mismo camino que el ganado encornado. Las antecesores de las cinco yeguas con sus potros, que vemos pastando delante nuestro, cruzaron el Istmo de Panamá hace más de trescientos años. Esta hermosa y útil criatura atrajo la atención del indio, pero como nunca había visto un animal dispuesto para montar a horcajadas y cabalgar, conocía poco el verdadero valor del caballo que cebaba con el pasto de la pampa. Cuando montó y se encontró volando a toda velocidad a través de la planicie, debe haber estado casi tan contento con el invento como la gente más civilizada lo está con el mecanismo de la maquinaria moderna.

U introducción de estos animales entre los indios por los españoles tuvo una influencia poderosa sobre ellos. Se dice que cuando los indios sudamericanos vieron por primera vez a un hombre a caballo, supusieron que ambos eran un solo animal y no fue hasta que vieron al hombre desmontar que lo distinguieron del caballo.

Se ha escrito informes sobre una raza de mujeres amazónicas defendiendo sus tierras con arcos y flechas en las manos. El vestido del hombre indio en este clima cálido es el mismo que el que llevan las mujeres. Los indios usan arcos y flechas en su totalidad. Parece razonable suponer que este fue el origen de estas historias.

Unas cuantas familias de indios mojos ocupaban las únicas habitaciones en esta pampa. Había niños indios de tez muy blanca alrededor de la puerta del dormitorio del comandante. Uno de los muchos perros que deambulaban, el cual estuvo atrevido con Mamoré, recibió una gran sacudida.

Obtuvimos un gran racimo de plátanos verdes y de bananas, con algunas yucas* y cecina y ordeñaron una vaca para nosotros. Como veníamos de Cochabamba, el lugar natal del calvo comandante, éste era excesivamente amable con nosotros, esperando que volviéramos y nos quedáramos con él, ya que se encontraba muy solo en la pampa. Dice que rara vez las tierras están completamente cubiertas de agua, aunque él vive en los altos por temor a ser sorprendido durmiendo. Al igual que las hormigas, se queda en la parte de arriba de la casa hasta que el agua desciende, y ésta es la tierra más elevada en los alrededores.

Se alienta a los indios a cultivar caña de azúcar en las sinuosidades de la tierra a lo largo de la ribera del río. El gobierno ha puesto un molino debajo de la aduana para comodidad de aquellos que eligieron pagar su contribución en azúcar. La ruta de la caña de azúcar fue originalmente a través de China, vía el Cabo de Buena Esperanza, hasta el Brasil en Río Janeiro (sic), de allí a través del interior hasta la cabecera del río Paraguay, donde los indios mojos la obtenían y la transportaban río arriba hasta esta pampa, e incluso la llevaban hasta Yuracares.

Se dice que la mejor caña de azúcar en el Perú vino de las islas del Pacífico Sur. Lo mismo sucedió con la de Yungas, que colinda con Mojos en la base de los Andes en la cuenca Madeira Plata. Los habitantes allí han recibido esta planta de diferentes lugares de su continente y los emigrantes de caña de azúcar se han encontrado casi en el centro de éste.

Se piensa que las cañas de azúcar que han viajado desde las islas de las Indias Occidentales, a lo largo del Istmo de Panamá hasta el Perú, no son de tan buena calidad como las de las islas del Pacífico Sur. Suponemos que esto se debe a la diferencia de suelo y de clima. Las mejores cañas de azúcar en las plantaciones del sur del Perú vienen de las islas de la Sociedad en un paralelo de latitud que corre al este hasta la longitud. La planta se mantuvo casi en la misma latitud del mismo lado del ecuador. La línea de longitud que pasa por la plantación de Cuba, llega al sur hasta el campo peruano, con un notable cambio de latitud. Las plantas de Cuba, a 20º norte, se trajeron hasta los 350 de latitud norte, desde cerca del Trópico de Cáncer hasta el de Capricornio. Con todo, según mi observación personal, mientras navegaba entre las islas del Pacífico, la caña de azúcar más rica y el azúcar blanca más bella se producía en las islas Sandwich. Los guardias marinas de nuestro rancho declararon que nunca habían visto tal melaza como la que el proveedor compraba en Maui - era como miel.

Como la isla de Maui está en la misma latitud que la isla de Cuba -ambas cerca del Trópico de Cáncer- considerarnos que las cañas de Cuba no son menos dulces que las cañas de las islas de la Sociedad, hasta después que son transplantadas en el sur del Perú.

El indio mojos nunca hubiera sabido que existía tal planta en el mundo, sino le hubieran llevado la caña de azúcar a él. El no viaja fuera del país, sino que permanece en su propio distrito, como lo hacen los animales salvajes, viviendo de lo que sea que llegue hasta su cuenca de tiempo en tiempo. La mano que le trajo el azúcar fue la mano del Soberano de los vientos - aquellos vientos, los vientos alisios del sureste.

El viejo indio parece perfectamente cómodo ahora que tiene leche y azúcar. Si fuera lo suficientemente sabio corno para saber algo sobre las ventajas del comercio, no se sabe cuánto se hubiera esforzado. Es más bien un tipo indolente. Los indios no quieren nada en particular; obtienen ropa de la corteza del árbol, o del producto de la planta de algodón. " yuca* es su pan; hay peces en el río y ganado vacuno en la pampa; café, chocolate y azúcar.

El amable y viejo comandante dijo que sólo producían un poco de azúcar para uso casero, "sólo había otro criollo con él; no tenía guardia y la población india era sólo un puñad."

Había una época en que esta pampa no servía para que el hombre la habitara; cuando la tierra estaba anegada. Nos vemos inducidos a creer que la parte baja de la cuenca Madeira Plata era un gran lago. Nos parece como el lecho de una elevada lámina de agua. El agua fluye en ella por todo el extremo, excepto en la cabecera del Madeira, su desembocadura en el mar.

Todos los ríos que fluyen de las montañas están confinados entre altas riberas; el agua es profunda; el cultivo y la navegación se dan la mano. Aquí encontramos las primeras señales de comercio y de un intercambio amistoso.

Flotamos río abajo, pasando la desembocadura del Securé, que tenía doscientas yardas de ancho, afluyendo desde el oeste, y desembarcamos para disfrutar del desayuno. El frustrado gobernador se distinguió esta mañana por hacer un excelente café, con leche que trajimos en un pote de barro, elaborado por los indios con arcilla de la pampa.

En los costados del río hay varias bahías, que el maestro de escuela llama "Madres"*. Algunas de ellas son bastante grandes. Cuando el agua baja en la estación seca estas madres* abastecen al río y en la estación húmeda se llenan nuevamente. Por el nombre, son consideradas madres del río, de las cuales éste obtiene sustento cuando se seca.

Acampamos por la noche en una playa arenosa, por lo cual considero que el Securé no es navegable más arriba y que la distancia entre su desembocadura y la formación rocosa no está muy lejos. Las tierras al oeste de la desembocadura del río Securé son desoladas y poco conocidas. El ganado anda errante en las planicies y los quinos crecen en el monte.

Encontramos un grupo de catorce hombres y niños acampando en la playa. Habían estado río arriba pescando y cazando. Habían hecho una fogata; su canoa yacía cerca de la orilla y sus hamacas de algodón blanco estaban colgadas de palos clavados en la playa en un círculo. Todos van a la cama a la voz de mando, de otro modo las hamacas se desplomarían por la carrera. Cuelgan sus hamacas afuera donde la brisa de la noche, al pasar sobre el río, alejará a los mosquitos. Cerca de los árboles son muy fastidiosos y en los arbustos intolerables.

Las brillantes e inteligentes caras de los niños nos agradaron. Se veían como niñas pequeñas en sus largas túnicas de algodón blanco, parándose alrededor de la fogata, observando cómo se asan las yucas*. Los más jóvenes repararon en nosotros más que los hombres del grupo, que generalmente tenían entre veinticuatro y treinta años. Estos eran indios mojos, del pueblo de Trinidad. Nuestra tripulación canichanas hablaba un idioma diferente, aunque sólo viven a una corta distancia de la pampa. Los canichanas venían del pueblo de San Pedro y, sin embargo, esta gente no entendía el idioma de los otros.

Cuando nuestros hombres desembarcaron, observé que no les hablaron a los otros. Hicimos una fogata y nuestra área de campamento estaba cerca a la de ellos, pero los niños mojos y los norteamericanos eran los únicos dispuestos a ser sociables. Mamoré parecía el favorito de ambos grupos; ambos lo alimentaban y cuando éste corría de un lado a otro, recibiendo amabilidades de todos lados, el perro se volvió motivo de celos entre ambas tripulaciones.

Los niños tenían arcos y flechas pequeños y remos chicos, pero no traían ni animales de caza ni pescado - nada más que yuca* para comer y agua para beber. Eran gordos, de figura erguida y fornida, con una piel del color de la melaza aguada. Cuando sonríen, sus dientes blancos y sus hermosos ojos negros les dan una apariencia agradable y saludable. Estaban limpios y sin pintura. Se había desechado la costumbre salvaje de perforar sus orejas y narices y parecían pulcros en sus túnicas simples, con sombrero de paja, arcos y flechas. El vestido es ciertamente desagradable para un hombre, pero es una gran protección contra los mosquitos, mientras protege del sol y del rocío de la noche; son frescos y cómodos también.

El antiguo vestido de corteza parece haber sido la costumbre en todo el interior de esta cuenca. Los indios de las tierras bajas se visten con corteza y tela de algodón, mientras que los de las montañas usan lana y las pieles de los animales. El cuero curtido es mejor en un clima seco y el cuero crudo en el húmedo. Los sombreros de paja se ven en las regiones verdaderamente tropicales, mientras que las gorras de tela y los sombreros de piel se necesitan en las montañas y en las regiones frías. Donde hay la mayor diversidad de climas, se necesita el mayor surtido de géneros.

Poco después de dejar Mási, las riberas de los ríos tienen siete pies de alto, con la apariencia de una inundación de unos cinco pies.

Uno de los indios mojos informó al ex-gobernador que podríamos subir al pueblo de Trinidad por un pequeño arroyo que fluía por el pueblo. Esto interesó a nuestros hombres, ya que se verían obligados a cargar el equipaje sobre sus espaldas alguna distancia sobre las planicies.

Remaron con mucho empeño y entrando a un pequeño canal atravesamos, con la corriente, del Mamoré al río Ybaré (sic). El canal tenía cuatro brazas de profundidad y era apenas lo suficientemente ancho como para pasar.

El Ybaré (sic) tiene sesenta yardas de ancho y tiene una corriente muy pequeña, con veinticuatro pies de profundidad, aunque se dice que este río se vuelve muy poco profundo en la estación seca. Descendiendo el Ybaré (sic) una corta distancia entramos a un arroyo de sólo doce pies de ancho, donde los hombres tuvieron gran dificultad en hacer avanzar la canoa contra la corriente. La tierra a la mano izquierda del Ybaré (sic) es una isla formada por el canal por el cual vinimos desde el Mamoré.

Después que los hombres trabajaron por un tiempo río arriba, descansaron, tornaron desayuno y cortaron varios palos largos, los que almacenaron cuidadosamente en la canoa con el propósito de cargar equipaje. Se cuelga un baúl en el medio del palo y cada hombre coloca un extremo sobre su hombro.

A las 9 a.m., 11 de junio de 1852, termómetro 770, termómetro húmedo, 720; poco tiempo después del desayuno, súbitamente llegamos a donde no había árboles. Los hombres cogieron sus cabos de proa y popa y subieron a la ribera y nosotros los seguimos; al llegar a la cima, allí, extendiéndose hacia el lejano este, había un perfecto mar de fleos. Hasta donde se podía ver, la tierra era tan plana como el suelo; apenas podía verse un árbol, excepto a lo largo del pequeño arroyo que habíamos estado siguiendo, con la creencia de que estábamos en medio de una gran selva virgen; pero la clara luz del día brillaba sobre un despejado apacentadero.

Mientras los indios remolcaban la canoa por el camino, el "Padre" se volteó a preguntar si queríamos ir mucho más lejos tierra abajo; de ser así, el capitán y la tripulación aún querían servimos. Pero, señor*, dijo, "si nos contrata para llevarlo, por favor páguenos a nosotros y no a las autoridades, quienes se quedan con las monedas de plata y nos obligan a tomar tela de algodón." Aquí, por primera vez, descubrí que la tripulación no estaba satisfecha con la manera como el gobernador de Yuracares los había tratado. Dadas las circunstancias, consideré un deber darles una paga adicional, en monedas de plata, por servicios valiosos y fielmente prestados.

Hay dos características del indio que notamos en particular - su honestidad y su veracidad. Nunca perdimos ni la menor cosa de nuestro equipaje o de nuestra persona por causa de indios deshonestos; cada vez que ofrecen información, ésta debe ser solicitada y se puede confiar que lo que dicen es correcto. Esto nunca fue de otro modo con ninguno de ellos - ni entre los habitantes de las tierras altas ni de las bajas - estos rasgos se observan entre todas las tribus.

El maestro de escuela me dijo que nunca supo de una tripulación de bote que se ofrezca voluntariamente a llevar pasajeros, que preferían ir solos y, sin duda alguna, se ofrecieron a llevarnos porque no interferíamos con ellos. Dijo que era usual que el prefecto del Beni "azotara a los indios" cuando se retrasaban en el viaje río arriba. Esto me trajo a la memoria que en el camino hacia abajo el frustrado gobernador me dijo que si los hombres no trabajan lo suficientemente rápido, si los amenazaba con azotarlos en Trinidad, remarían más rápido.

Llegamos a un puente de madera tendido sobre el estrecho río, donde un gran número de canoas y de indios estaban reunidos. El puente está en un camino que conduce desde una plantación hasta el pueblo de Trinidad. Estaba arqueado diez o doce pies sobre los llanos, para prevenir que fuera arrasado. En la estación lluviosa las tierras se inundan cada año alcanzando hasta dos pies de profundidad. El camino hecho a caballo o a pie entonces puede ser navegado por canoas casi hasta el pueblo. Ahora es un camino cubierto de polvo; entonces es un canal estrecho a través de los fleos, que crecen ocho pies de alto. Las inundaciones vienen cargadas de tierra de las montañas e inundan estas tierras. El barro se asienta en la superficie del suelo cuando se filtra a través de los fleos. El agua limpia se drena gradualmente, dejando una capa de tierra detrás. La antigua cosecha de grueso pasto ha caído; las semillas están plantadas en el antiguo depósito y crecen nuevamente. Aquí tenemos un depósito anual de tierra y uno de tallos de pasto.

El puente está tan alto que podemos ver lejos en todas las direcciones. Hay algunos grupos de árboles aquí y allá donde el río se alza sobre la tierra.

Los miles de pájaros que vuelan en el aire o caminan en la planicie son aves acuáticas. A lo lejos en el horizonte hacia el este vemos una larga línea negra. Cuando se aproxima nos escondemos en el pasto, por el movimiento de las alas es un pato silvestre. Cuando se dispara la escopeta, los gansos silvestres y las grullas se levantan, como si lo hicieran desde el extremo de un gran lago. Las agachadizas y las huellas de culebras son visibles.

Mamoré disfruta que le permitan salir de la canoa. Se lanza por el pasto tras el ganado; mientras persigue al ternero, la vaca corre de prisa tras él. Súbitamente se detiene delante de un toro que parece enfurecido. Algunos de estos ganados se ven en forma, mientras que otros parecen pequeños y delgados. " tierra es toda una formación nueva; no se ve ni una piedra en el suelo ni un grano de arena. Ahora entendemos por qué los indios recolectan pedernal de las rocas en los alrededores de Vinchuta. Aquí hay un gran mercado para sal y pedernales.

Descubrimos que el sol calienta cuando caminamos a lo largo del río. A la distancia, vernos los tejados rojos del pueblo de Trinidad.

Bandadas de grandes pájaros azules vuelan cerca nuestro y se alimentan de la semilla de la maleza que crece en lugares pantanosos. Estos pájaros son silvestres, si bien en apariencia son iguales que la paloma común domesticada. Hay un buen número de grandes pájaros que nunca antes vimos. Supuse que uno de ellos era un ñandú, pero voló en el aire, extendiendo un ala más grande que la del cóndor y de un color gris manchado. Entre las partes superiores del pasto están algunos de los más hermosos pájaros color escarlata y azul, todos alimentándose de la semilla.

Un venado brincó a través de la hierba; la región parece estar llena de animales.

Si hubiéramos descendido los Andes en la estación húmeda, tenemos algunas dudas sobre si hubiéramos encontrado gran parte de la provincia de Mojos por encima del nivel del agua, ya que, según los informes de los hombres, ellos atraviesan la región en toda dirección en sus canoas, mientras que los caballos, las vacas y otras criaturas no anfibias, son conducidos a los lugares altos por seguridad. Permanecen en lo que, en la estación húmeda, se vuelve islas, para esperar allí pacientemente la caída del diluvio anual, Mucho ganado vacuno y equino se pierde por no saber a donde ir.

Conforme nos acercamos al pueblo de Trinidad, las canoas tendidas en la ribera del río, leños remolcados desde la región boscosa, con la semejanza de la catedral a una casa-barco, junto con la cantidad de hamacas de algodón blanco colgadas bajo cobertizos por los canoeros, nos recordaron mucho un astillero.

Los indios estaban todos vestidos de la misma manera, con túnicas de algodón blanco, algunos cargando cántaros de agua sobre sus cabezas desde el río hasta las casas, otros lavando. Los carpinteros cortando leños para las casas, o construyendo canoas con herramientas norteamericanas. Uno de los hombres estaba algo atónito por el interés que prestamos a su cincel, fabricado en Nueva Inglaterra y que, de mano en mano, llegó hasta este carpintero indio, quien lo usaba medianamente bien y lo cuidaba mucho. No tenía ni idea de dónde provenía, excepto que los canoeros de Vinchuta lo trajeron con ellos. Su mazo era de fabricación casera. Su azuela vino con el cincel. No tenía clavos para clavar sus maderajes; usaba taruguillos de madera. Algunos de los canoeros estaban cargando chocolate y azúcar para Santa Cruz y Vinchuta; otros estaban descargando sal, harina y mercancías extranjeras. Las mujeres estaban sacando arcilla de la ribera para alfarería. Los hombres son diligentes y las mujeres son casi tan bien parecidas y tienen una expresión tan agradable en la cara como su apariencia es activa y atractiva. El aspecto del pueblo y de la gente sobresalía por su pulcritud. Había vida y actividad aquí. Lo que nos agradó particularmente fue que ningún policía de aspecto mezquino vino a pedimos nuestros pasaportes. Caminamos por el pueblo al lado de un indio bien parecido guiando una yunta de bueyes sin ser molestados.

Las calles estaban muy bien barridas, eran anchas y perfectamente planas; se extendían en ángulos rectos; cada plaza estaba muy bien marcada por los jesuitas que vinieron a la selva virgen, reunieron a los salvajes y les enseñaron cómo se construye una ciudad.

Las casas son todas de un piso, techadas con tejas, las que se extienden sobre las aceras y están sostenidas por una hilera de postes, por cuya disposición cada casa tiene un pórtico y, en la estación húmeda del año, la gente camina por toda una cuadra bajo cubierta, en todo el pueblo, sólo expuesta a la lluvia en los cruces. Los pisos están en el suelo, un poco elevados sobre el nivel de la calle.

El cuadrado que forma la plaza está completamente abierto en cada extremo de manera que los bueyes y los caballos puedan ser conducidos a través. Una de estas plazas es el mercado, con construcciones a todo el rededor. Una plaza en el centro -del pueblo está perfectamente despejada - ésta es la plaza de armás. Una gran cruz de madera se yergue en el centro, directamente en frente de la catedral. En cada esquina de la plaza de armás se yerguen pequeñas cruces de madera, labradas toscamente. Al costado de la catedral está la casa de gobierno, la única de dos pisos en el lugar. Aquí encontramos al prefecto del departamento del Beni. Como lo Conocimos antes de que fuera nombrado, en Cochabamba, nos recibió como a viejos conocidos.

Se puso en orden una de las casas de gobierno para nosotros, es decir, se colocó una pequeña mesa, tres sillas y armazones de cama, con base de cuero, junto con un cántaro de agua y el piso estaba bien barrido. Nuestro equipaje lo trajeron aquellos de la tripulación que no fueron enviados al hospital, a cierta distancia del pueblo, a donde muchos iban cada día con viruela. Nuestras hamacas estaban colgadas, Mamoré estaba tendido en la puerta y nosotros fuimos alojados en Mojos. La tripulación vino a despedirse después de haber traído todo desde el bote; iban a casa en San Pedro, con sus esposas y familias, después de haber estado ausentes en un viaje de más de un mes. Nos tomó siete días descender desde Vinchuta; tomaba veinte días en el río llegar desde este lugar hasta arriba.

El viejo capitán hizo un corto discurso de agradecimiento para la tripulación, que parecía perfectamente satisfecha con lo que recibió además de la tela de algodón. "Nig" estaba más complacido que ninguno cuando se le obsequió la soga de cuero que usó para lazar el cocodrilo. El "Padre" fue enviado al hospital; los que quedaron se fueron inmediatamente.

El doctor del pueblo está con viruela a unas cuantas puertas de nosotros y hay unos cien casos en el hospital. Nos encontramos en medio de ésta y nos vemos obligados a quedarnos para hacer arreglos para salir de la cuenca Madeira Plata, lo cual se considera difícil. Hay tres modos de llegar al océano Atlántico; uno, por el río Paraguay; el otro, a través del imperio del Brasil, desde el pueblo de Matto Grosso hasta Río Janeiro (sic), y el tercero, por el Madeira hasta el Amazonas. Todos estos caminos están entre tribus de indios salvajes. Debemos probar los tres antes de regresar hacia el Pacífico.

Cenamos con el prefecto y todos los funcionarios de la prefectura*, además de algunos de los correjidores* (sic: corregidores) de los pueblos vecinos de la provincia. El correjidor* (sic) o gobernador de Trinidad, bajo la vigilancia directa del prefecto, es un indio; pero aquellos de los pueblos más pequeños son criollos, nombrados por el prefecto y aprobados por el gobierno.

La carne de res estaba dura a insípida; las yucas*, aguachentas. A los correjidores* (sic) les gustaba en especial la col hervida, los plátanos verdes cocidos y las yucas* servidas como pan, excepto en ocasiones particulares, donde se ofrecía torta de maíz, hecha de grano reducido a pasta entre dos piedras. El maíz se cultiva en la pampa cerca de las riberas del río y las piedras se venden en el mercado después de haber sido transportadas desde Yuracares. Una hilera de grandes vasos conteniendo chicha* se colocó en el medio de la mesa, a los cuales los funcionarios del gobierno prestaron especial atención. Uno de los jóvenes sentados a la mesa sufría muchísimo de bocio, aunque la hinchazón estaba tan abajo en su cuello que podía amarrarse la corbata sobre ésta, to que le daba un aspecto sumamente extraño. Atribuimos el sabor insípido de la carne de res de la cena y la hinchazón en el cuello de este hombre a la misma causa - la falta de sal. El café era excelente, pero el tabaco no era tan bueno como el que encontramos en Cochabamba proveniente de Santa Cruz, donde la planta crece en un clima más seco. Don* Antonio de Barras Cordoza, un nativo de Pará, en el Brasil, vino a vemos. Don* Antonio parece una persona inteligente. Tiene más resolución en la expresión de su rostro que cualquier persona con la que nos hayamos encontrado, mientras miraba como si hubiera cumplido algunos servicios duros como marinero en el Amazonas. El rápido y agradable destello de sus ojos cuando le dije que quería descender el Madeira y el Amazonas hasta Pará, me dio esperanzas. Me dijo que había estado siete meses en el río Madeira en su viaje de Borba hasta aquí; que había arrastrado sus botes por tierra sobre rodillos por varias de las cascadas del Madeira, descargando su carga al pie de cada cascada y, después de transportarlo por la cascada, echó su bote al agua y embarcó nuevamente. Su padre había hecho un viaje del mismo tipo unos años antes. Me advirtió que no llevara una canoa o tripulación de Mojos, que el bote se rompería entre las rocas y que los indios de Bolivia son tan inexpertos que no me servirían para nada, aún cuando no me abandonaran tan pronto como llegaran hasta el sonido del rugido de las aguas de la primera cascada, como ya to han hecho con algunos bolivianos que intentaron cruzar el río con ellos. Estaba bien claro que el único modo era abandonar toda idea de ayuda de los canoeros de Bolivia a este respecto y mirar hacia el Brasil. El prefecto puede ordenar a los hombres que desciendan el Madeira y podremos ir de inmediato; pero los indios no están dispuestos a iruna gran distancia lejos de su casa. Ellos consideran que un mes es un largo viaje, por to tanto querrían regresar en ese tiempo; pero, según el informe de Don* Antonio, les tomaría al menos siete meses regresar solos. Los indios llevaban la cuenta del número de días lejos de sus esposas haciendo un pequeño corte en el mango de sus remos cada séptimo día y se piensa que una tripulación que regresa con más de cuatro cortes ha estado ausente un largo tiempo de Trinidad.

Don* Antonio me explicó por qué las canoas de Mojos no eran apropiadas para la ruta hacia abajo del Madeira. Todas las cortan o construyen de un palo, largo y angosto. Cuando la tripulación arrastre la canoa sobre bajos en el río, ésta se atascará en una roca debajo del centro; los grandes pesos de popa a proa, en un barco de cuarenta pies de largo, romperán su parte posterior en dos. El peso, así como el largo de estas canoas, las hace difíciles de manejar entre los rápidos. Cuando lleguemos a navegar sobre tierra, dijo, proseguirá tan bien como otros botes, pero eran inservibles para las aguas del Madeira.

Don* Antonio era un comerciante; había traído un cargamento de fina vajilla de cristal; licores de diferente tipo - vinos franceses, coñac, ginebra y vinos dulces. Los indios toman chicha*; no están acostumbrados al sabor del buen vino y les interesa muy poco; también usan loza de barro. Durante cuatro meses ha estado aquí con los objetos expuestos a la vista en una casa en la esquina de la plaza. Ha vendido, pero muy poco. El hierro que trajo se vende a dieciocho y veinte centavos la libra. Tiene sólo unas cuantas libras que no ha vendido. El aceite de oliva se usa entre los pocos criollos, pero se niegan a llevar la botella, de manera que lo vende al menudeo, seis centavos la copa de vino llena.

Invita a la gente a comprar cohetes haciendo estallar algunos de vez en cuando en la esquina de la plaza de armas. Un criollo viene y le da tantas libras de cacao por tantos cohetes, las que toma, sabiendo que tendrá que enviar el cacao a Santa Cruz para obtener dinero por él.

Viví con Don* Antonio y menciono con discreción y respeto que, cuando teníamos huevos, éstos habían sido comprados con un puñado de sal por cada dos; una copa de vino llenada cuatro veces con aceite de oliva pagaba un pollo; dos copas compraban una libra de azúcar. El correjidor* (sic) nos envió como presente una jarra de melaza y una dama envió un par de patos, a lo cual devolvimos con una botella de vino dulce. En este acto Don* Antonio desplegó la más exquisita galantería y generosidad, según consideraron sus amigas de la puerta contigua.

Don* Antonio poseía los dos únicos botes del Amazonas en las aguas del curso superior que tenían la estructura apropiada para las cascadas del Madeira. Me ofreció uno de sus botes pequeños cuando retornara del río Itenez (sic), pero no tenía hombres. Me veía obligado a esperar e ir con él al Brasil para obtenerlos.

Conocimos a un inglés que había hecho un viaje sobre las cascadas en el Madeira y de regreso con el Señor* Palacios. También me advirtió que no confiara en los indios mojos para tal viaje. Esto era desalentador, ya que no estaba seguro sobre cuánto tiempo estaríamos sin saber si eventualmente tendríamos éxito o no. Esta era la estación seca y el tiempo apropiado para avanzar. Si nos retrasábamos hasta diciembre en esta cuenca, nuestras posibilidades se cancelaban hasta el próximo año.

El Departamento del Beni tiene una población de 30,148 indios y criollos amigables, de los cuales 6,732 indios varones, entre los dieciocho y cincuenta años, y sólo 325 criollos, pagan al gobierno una contribución de dos dólares al año. Hay 985 hombres en este departamento sobre los cincuenta años y están exonerados de pagar este impuesto, al igual que las mujeres y los niños.

El gobierno de Bolivia salda cuentas con la Iglesia por los indios de su ingreso anual de $13,464. Los indios pagan este impuesto con manteles de algodón, sábanas, hamacas, toallas, ponchos y piezas de géneros de algodón hechas por sus propias manos. Ellos cultivan maíz y café, tabaco, yuca*, naranjas, plátanos verdes, limones y papayas; el cacao crece silvestre a lo largo de los ríos; el arroz se cultiva en cantidades pequeñas.

Un mantel hecho en casa vale tres dólares; el año pasado se exportó más de setecientos de este departamento. Un par de sábanas cuesta cinco dólares y cinco centavos; una hamaca, cinco; una toalla, dos. También se exportó más de tres mil yardas de tela india de algodón hecha en casa el año pasado, a treintiún centavos y un cuarto la yarda; los cueros desecados se valoran en doce y medio centavos; pieles de tigre, dos dólares; sombreros de paja, desde quince centavos hasta un dólar; café, tres dólares; tamarindos, dos dólares; tabaco, un dólar y veinticinco centavos y cacao, dos dólares la arroba de veinticinco libras; el chocolate preparado vale dieciocho centavos y tres cuartos la libra.

Es difícil calcular la cosecha anual de cacao - el año pasado se enviaron más de ocho mil arrobas a la gente de los Andes. El ganado encornado de la pampa vale dos dólares por cabeza. Unas cuantas nueces del Brasil se trajeron al mercado de Trinidad, donde se venden a un dólar la arroba.

Esta es una lista de las exportaciones desde las profundidades de la cuenca Madeira Plata - todas las cuales se envían contra la corriente y ladera arriba de los Andes. Hay unos cuantos indios en Yuracares que pagan contribuciones en quina; ésta debe ingresar a la subtesorería aquí; han llegado cuarenta arrobas en un año. Al indio se le concede ocho dólares y setenta y cinco centavos la arroba cuando ésta es enviada al Océano Pacífico.

Mientras que la puerta de este interior está en la cabecera del río Madeira, la gente sube al segundo piso y pasa sus mercancías y bienes muebles sobre el tejado y los baja por la chimenea, hasta el Pacífico, resistiendo la corriente y luchando contra las dificultades entre las nubes, a través de tormentas y peligros, pasando a través de regiones frías y heladas, en camino al mercado; dejando un camino rural más beneficioso y pasando por uno cada vez menos rentable, hasta que llegan a un desierto, a cuyo lado opuesto se puede uno acercar por barco; mientras que Don* Antonio ha traído sus embarcaciones desde el océano Atlántico y está tratando de venderles los mismos artículos por los que están luchando a un costo tan grande desde la otra dirección. El ha traído una carga de vajilla de cristal y hierro de Pensilvania a través del Madeira, mientras que ellos parecen insistir en traer herramientas de Nueva Inglaterra a través de los Andes. Me expresa la gran dificultad que encuentra para vender su carga. Los criollos parecen perfectamente satisfechos con el comercio tal como está; algunos de ellos han ido tan lejos como para expresar su opinión de que si se hace que el comercio fluya a través del Madeira, ello destruiría su prosperidad actual.

El gobierno considera al departamento del Beni el calabozo del país. Cuando el presidente piensa que las opiniones de un hombre son un peligro para la paz pública, éste es desterrado al Beni. Deja su domicilio en la cima de los Andes y viene abajo entre los árboles de tamarindo de Mojos. Esta banda de exiliados se establece aquí en medio de una diligente tribu de plantadores indios. Por su inteligencia superior y su mayor audacia, como raza, ellos se aprovechan de los indios. El indio produce todas las cosas necesarias en la vida - hace sombreros, telas de algodón y zapatos de cuero; cuida el ganado; elabora azúcar; cultiva café y chocolate, yuca* y plátanos verdes; construye casas; hornea la alfarería y enlaza al caballo en los llanos para que el criollo lo monte. Se encuentra bajo control y obedece como un sirviente.

Encontramos nuestra empresa menos popular aquí que en ningún otro lugar en nuestra ruta. El prefecto del departamento me dice que duda que alguna persona acceda a ir conmigo abajo hacia el Amazonas; que el Señor* Palacios era una de las autoridades gubernamentales y los indios no osaron desobedecer cuando los llamaron para ir en esta expedición; pero el inglés dice que los hombres pasaron tan mal rato en aquella ocasión, que cuando regresaron y contaron a sus familias y vecinos, dejaron tal impresión que se negaron a ir nuevamente y abandonaron las canoas. Uno de los correjidores* (sic) equipó una expedición para Pará; cuando los indios corrieron, confesó que él también tuvo que correr con ellos por temor a morir de hambre en la selva virgen. Se dice que tenían menos temor de los salvajes que del estrepitoso sonido de las caídas de agua.

Cabalgué dos leguas a través de la pampa con Don* Antonio, para visitar sus embarcaciones, las que estaban ancladas en la ribera del río Ybaré (sic). La más grande, del tamaño de una lancha como las que lleva consigo un buque de guerra, tenía una cabina cubierta y un techo sobre la parte de proa de la bodega, que el marinero del Amazonas llama "Coberta". La segunda, llamada "Igarite", también está cubierta, pero es más pequeña. No tienen mástiles, son propulsadas en el río con remos o pértigas y están preparadas para pasar sobre la tierra encima de rodillos. La más grande llevaba un pequeño cañón de hierro de cuatro libras, el cual Don* Antonio disparó cuando llegó el nuevo prefecto y el sonido de ese pequeño cañón repercutió por todo el país, por medio de los periódicos.

Descubrimos que en los Andes los indios de las grandes tribus hablan dos idiomás, el quechua y el aymara, ambos de la época de los incas, bajo el mismo gobierno. Pero, en la cuenca Madeira Plata los indios que viven en la misma planicie están divididos en pequeñas tribus y hablan diferentes idiomás entre el territorio inca y las tribus de salvajes incivilizados que se encuentran más abajo de ellos. Aquí, en la ciudad de Trinidad, la tribu se llama mojos y habla el mismo idioma que los indios de los tres pueblos más cercanos - Loreto, San Javier y San Ignacio. En Santa Ana el idioma difiere, los indios hablan mobimbos*; en San Pedro, canichanos*; en Exaltacion (sic: Exaltación), cayuvaba*; en San Ramon (sic: San Ramón), Magdelina (sic: Magdalena) y San José del Guacaraje, itonana*; en San Borja, borgano* en Reyes, reyesano*; en San Ivaquin, baures* y yuracares*.

Aquí hay nueve idiomás o dialectos diferentes en el mismo distrito de tierra llana y reconocemos una diferencia en las fisionomías de las tribus de los yuxacares, de los mojos y de los canichanas. Los yuracares son más vivaces, alegres y habladores; son de color más claro, más aficionados a cazar y a vagabundear por el monte que los otros. Los indios mojos son un pueblo serio, sosegado y meditabundo. Son más grandes que los hombres de Yuracares. Las mujeres son consideradas guapas; aquellas de Yuracares son muy feas. Aquí las muchachas son más grandes, bien desarrolladas y agradables; allá son pequeñas y malgeniadas, parece como si quisieran pelear con los hombres. Aquí obtienen sus derechos sin solicitarlos. Los indios mojos tienen afición particular por el cultivo del suelo; guían la yunta de bueyes bien. Los muchachos se escapan del colegio al campo de arado, donde parecen gozar de la labor o reman la canoa con una carga de fruta para el mercado. Tienen poca inclinación hacia el pueblo o la casa; los más viejos gustan mucho de la labranza y las mujeres parecen satisfechas de permanecer en casa, Estos indios no portan ni arcos ni flechas con ellos, excepto en largos viajes arriba y abajo del río. Desde que se introdujo el ganado doméstico, han dejado de lado la flecha y han tomado el lazo, el cual manejan bien. No saben nada de armás de fuego, nunca las han usado. La raza hispana los ha despojado de todos los medios de defensa, excepto la porra de guerra, si decidieran cortar una. Son civiles, tranquilos y pacíficos; rara vez pelean entre ellos y ya se les enseñó las consecuencias si lo hicieran con el criollo, que los trata peor que a esclavos. El humilde indio obedece al criollo más ruin. Las leyes están hechas para el criollo, no para él; él paga el mismo impuesto anual, sin embargo no tiene voto. Ignora las leyes que lo gobiernan. Pero se ha sabido de un caso en que el correjidor* (sic) fue tan arrogante y cruel en su trato hacia ellos que lo mataron y quemaron la casa de gobierno. Estos enviaron decir que obedecerían a cualquier otro que el Presidente nombrara. Construyeron una nueva casa de gobierno y después siempre fueron tranquilos. Estos fueron los canichanas, al igual que nuestros leales canoeros, que parecen ser sujetos fogosos.

La provincia de Mojos se extiende hacia el este tan lejos como llega el río Itenez (sic), que es la línea fronteriza entre ésta y el Brasil. La región está habitada por bárbaras tribus de salvajes, en las cuales los jesuitas nunca pudieron lograr ninguna impresión, ya que ellos no tuvieron relación amistosa ni con la raza hispana ni con los amigables indios. Tienen disposición guerrera y hacen frente a todas las proposiciones de parte de otros con la punta de sus flechas.

Las labores de los jesuitas aquí fueron mucho más difíciles que en las montañas, donde toda la nación parecía un solo hombre cayendo bajo el nuevo orden de cosas después de la conquista española. Aquí había que acercarse a todas las diferentes tribus con una atención distinta, ya que sus idiomas y disposiciones diferían, también sus formas de culto variaban en cierto grado de una a otra. Los jesuitas eran infatigables en sus esfuerzos y se acercaron a todos ellos, Muchos de los sacerdotes fueron asesinados en su lucha moral con el hombre cobrizo.

Los pocos españoles que siguieron hacia abajo de la ladera oriental de los Andes, a los talones de los sacerdotes, y se establecieron cerca del límite, no prestaron ayuda a los trabajos de la Iglesia, ya que, dondequiera que encontraran al salvaje, una dificultad entre ellos causaba continuas guerras y ahora la disposición salvaje del hombre cobrizo excita un deseo constante de venganza.

Las escuelas hispanas están guiando a los niños de estas tribus diferentes a acercarse enseñándoles lecciones del mismo idioma. El gobierno boliviano ha adoptado un sensato plan para unir a esta gente ignorante. A menor cantidad de idiomas, la gente se vuelve más amigable hacia los demás.

Hemos visto en las montañas el efecto de la lengua quechua enseñada por la familia inca a las tribus salvajes que habitaban esas regiones. Allí quedaron sólo dos idiomás desde el Ecuador hasta el límite meridional de Potosi (sic), y el más alto estado de civilización. De lo que observamos de los indios mojos, son casi tan inteligentes, e incluso más, que los quechuas o que los aymaras, quienes nunca elaboraron la lana de la alpaca o de la vicuña tan bien como los indios mojos hacen el algodón. El trabajo en piedra de los quechuas o de los aymaras no supera al labrado de carpintería de éstos. El cincel de piedra en la mano del indio del Cuzco o de Tiahuanco (sic: Tiahuanaco) es usado hábilmente, pero vemos de un vistazo en qué forma superior el indio mojos empleo herramientas de carpintería. Los indios de la montaña han sido alabados por su talento natural para pintar. Algunos de los productos en Trinidad divertirían al crítico, sin embargo, el mayor gusto se encuentra aquí. En ninguna parte la lección de colores está puesta delante del ojo más simplemente. Hemos visto en la mano del indio mojos un pájaro del tamaño de un gorrión, con siete colores diferentes entre sus plumás; probablemente no hay otra parte en el mundo donde exista una mayor variedad de pájaros hermosamente coloreados como en la cuenca Madeira Plata.

La aptitud de esta gente para aprender no tiene comparación con aquella de los de la montaña. Ellos cultivan la caña de azúcar casi tan bien como los otros la cebada y cuando examinamos los géneros de lana de las muchachas de la montaña y los comparamos con los vestidos de algodón blanco de las hermosas mujeres de las riberas de los ríos en las tierras bajas, ambos hechos por sus propias manos, debemos dar preferencia a las manufacturas de Mojos, con toda deferencia a la memoria de la esposa de Manco Cápac (sic), quien enseñó a las muchachas de las montañas a ovillar y a tejer, a hilar y a tejer en telar. Las mujeres mojos son pocas y la gente de la siguiente tribu es tan exclusiva como aquella del Japón que los fabricantes de la primera tribu no tienen oportunidad de intercambiar ideas con ellos.

Los indios mojos tienen una inclinación natural para pintar figuras humanas y representar pájaros y animales, particularmente los pollos comunes y la vaca. La última parece haberles causado una profunda impresión a primera vista; a menudo pintan a la vaca peleando o persiguiendo a un hombre. Estos indios describen las observaciones nuevas. No he visto ni una sola pintura de un indio o de un animal que originalmente perteneciera a esta pampa. El hombre blanco, la vaca y los pollitos son sus estudios favoritos. En las paredes blancas de sus casas, adentro y afuera, aparecen tales figuras como decoración. En los cuartos de las casas de gobierno el mejor artista exhibía su talento y aquellos dibujos en las paredes de la plaza del mercado son admiradas por todo el que va allí. Tan buen gusto y cuidado tienen los muchachos y los niños pequeños, que no se sabe de ninguno de ellos que haya desfigurado alguna de esas pinturas en el mercado público.

Las indios del Cuzco han tenido algunas de las más hermosas, grandes y costosas pinturas colgadas ante ellos en las iglesias de esa antigua ciudad. La Iglesia alienta este gusto; sin embargo, no vimos nada allí como lo que encontramos entre esta gente, los que nunca recibieron lecciones y el escenario natural aquí está menos calculado, para dibujar según la imaginación. Todo la región es una llanura muerta; la vista sólo se extiende hasta el horizonte, con el cielo encima y una continua lámina de fleo debajo.

El indio mojos hace una escena para sí mismo y la describe con coloridas pinturas. En un día ventoso enciende la lumbre y prende fuego al pasto seco de los llanos. Cuando el viento repentinamente transporta el fuego y la cortina de llamas vivas crece rápidamente bajo la pesada nube de humo, el indio esboza el efecto producido en el ganado, que sacude el rabo en el aire y corre despavorido con la cabeza erecta, a la máxima velocidad, en la dirección opuesta a aquella de donde viene el viento. El decora la pared interior de su casa con esta escena, que es común en estos llanos.

Los indios mojos también tienen talento musical, lo que le falta a los indios quechuas. Los aymaras tienen un poco, pero los mojos tienen indudablemente características naturales: tocan la guitarra, el violín y la flauta, las zampoñas orgánicas y el tambor. Acompañan los instrumentos con una voz dulce y leen música con facilidad. Todos ellos toman parte en música eclesiástica, mientras que en las montañas se emplea un coro regular.

El altar de la catedral está hermosamente tallado en maderas ornamentales, adornado con plata por un valor de cientos de dólares. Los candelabros están hechos de estaño y las velas son de sebo. 1,a plata y el estaño vienen de Potosi (sic). La madera y el sebo están al alcance de la mano.

Ignoramos los medios usados por los jesuitas para inclinar a los salvajes a reunirse en una ondulación de la pampa y colocar la piedra angular de esta catedral. Ellos no podían entender el idioma del hombre blanco; adoraban lo que vieron delante de ellos en la planicie, en los cielos y por el monte; y sin embargo se les indujo a erigir una iglesia, arrodillarse en ella y adorar al Dios que los hizo a ellos al igual que a los animales. Todo esto se realizó por medio de una serie de signos con la mano.

Don* Antonio trajo entre su carga algunos ornamentos de oro fabricados en Francia y Portugal; en medio de otros artículos similares, un gran número de rosarios dorados. A las mujeres indias del pueblo de Exaltación (sic) les gustaron y compraron una cantidad de ellos. Se vendieron como rosarios de oro, tal como ,un joyero dispone de tales cosas. Las mujeres indias pusieron uno de ellos al fuego y después de calentarlo bien y luego enfriarlo, lo colocaron al lado de algunos otros. El cambio de color les probó que los rosarios contenían aleación. Inmediatamente fueron puestos en manos de la policía y enviados a Don* Antonio, quien había partido para este lugar. Expuso el caso ante el prefecto e informó que los rosarios no habían sido vendidos como oro puro, sino como ornamentos. Los rosarios fueron remitidos a un joyero en Cochabamba para determinar su verdadero valor, el cual era tal como Don* Antonio dijo. Pero los indios no los recibirían. Respondieron que los rosarios no eran puros y que por esa razón no los querían, que no usarían tales cosas aunque fueran elaboradas en París. Tuvo que devolverles el dinero.

En este país, en general, los ornamentos elaborados de oro se trabajan tal como este viene del río, sin la aplicación de ninguna aleación artificial. Los indios no entienden este arte de mezclar. Los españoles a menudo lo hacen y los indios tienen sus propios modos de probar las imposiciones a veces ejercidas sobre ellos. El mercader brasileño estaba sumamente fastidiado con la idea de ser considerado deshonesto por aquellos con los cuales había estado tratando limpiamente. En vano trató de demostrar que vendió los rosarios por menos que si hubieran sido puros. Era inútil; los indios tenían sus ideas de lo que debía ser; no querían el razonamiento, sino rosarios de oro puro.

Don* Antonio regaló a una joven mestiza una cadena dorada, porque ella le había comprado un gran número de cintas y pañuelos de seda. Ella lo devolvió poco tiempo después y le agradeció por éste, diciendo que no tenía utilidad. Lo habían puesto al fuego y pronto se volvió cobrizo. El estaba muy disgustado con ella, porque se lo había regalado, pero ella respondió, « Si su regalo hubiese sido puro, yo lo hubiera valorado. «

Las escopetas son valiosas; pero la gente se niega a pagar un centavo por ellas; aquí hay muy poco en verdad. El comerciante del Amazonas, que viene de un país productor de cacao, es invitado a aceptar tantas libras de chocolate por una escopeta o a intercambiar perdigones por el mismo artículo.

La moneda de cobre y el papel moneda del Brasil no tienen valor aquí. Las monedas más pequeñas en Bolivia son piezas de plata de tres centavos. No hay moneda de cobre. El metal se encuentra en las planicies de Oruro en demasiada abundancia. Tampoco tienen en Bolivia papel moneda como en el Brasil.

Las autoridades mencionaron a Don* Antonio que se espera que pague un impuesto por cada mil dólares que reúna en plata y oro en el país. La gente parece estar celosa del extranjero que les trae mercancías y se lleva plata.

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