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CAPITULO VIII

Bosque de quinos-Indios pescando-Departantento del Beni- Vinchuta- Viruelai-Tripulación canichana del bote-Tela de algodón y monedas de plata-Nuestro leal sirviente José Casses (sic: Casas) y las mulas-Comercio en Vinchuta-Una noche en el riachuelo Coni Una embarcación al pie del los Andes-Río Chaparé-La vida en la canoa-Inundaciones-Tela de corteza-Recogiendo a los enfermos-Indios orando en la selva virgen-Enlazando un cocodrilo.

Los quinos de Bolivia se encuentran en esa exuberante región deshabitada en la falda oriental de los Andes que acabamos de pasar, en una especie de faja a todo lo largo de la ladera de las montañas, extendiéndose hasta casi la mitad del camino hasta el pie de los Andes una hermosa falda verde, que viste a estas soberbias montañas y protege su desnudez de los fuertes vientos del este y de los azotes de la lluvia. La impresión general, al otro lado de este valioso bosque, es que el quino puede encontrarse varias millas hacia el este de donde el recolector de corteza ha penetrado. Esto no es así; probablemente la mayoría de ellos ha llegado hasta el borde más bajo de este rico atuendo. En el camino hacia la cabecera del Madre-de-Dios (sic), en el Cuzco, pasé más allá de donde iban los recolectores de corteza y Leechler, quien vivía de la recolección de la corteza, constantemente me decía, después que descendimos hasta la parte más baja de la cuenca del Amazonas, "no veo quinos, señor, y estoy buscando mi fortuna aquí abajo". Cuando regresamos a la exuberante región, allí él estaba llamando mi atención hacia la brillante hoja, que se distingue fácilmente del resto del follaje.

La impresión en Bolivia es que el bosque de Yungas está agotándose y los recolectores de corteza están volcando su atención hacia los bosques de Yuracares.

No hay duda alguna de que casi se ha despojado a los bosques de Yungas de este valioso árbol. La única manera de salvar el quino es sacar la corteza en tiras, de manera que el árbol se cubrirá nuevamente y, entonces el suministro será constante. El decreto emitido por el gobierno, que prohíbe cortar corteza durante los próximos tres años, no es un remedio. El bosque no se enriquece con un nuevo crecimiento de árboles en ese tiempo. Para que el quino alcance su máximo tamaño necesita todos los años de vida de un hombre y probablemente más y luego que se corta el primer crecimiento las especies de este árbol se pierden para siempre en la tierra donde originalmente se le encontraba con tanta abundancia. El quino requiere de cuidado y protección.

Al amanecer, vinieron a vernos hasta el cobertizo de San Antonio doce o catorce indios. Tres de ellos estaban en camino hacia un lago para pescar. Mientras cargaban a las mulas para el trasbordador acompañé a los tres salvajes. Mientras caminábamos me hicieron toda clase de preguntas, ninguna de las cuales pude entender. Cuando vieron un pájaro llamaron mi atención hacia él e hicieron señas para que disparara mi escopeta. Parecían admirar mi escopeta tanto como yo admiraba sus arcos y flechas. Saqué de mi cinto uno de mis revólveres Colt y mostré el número de balas que portaba. Para probar a uno de ellos, se lo ofrecí; meneó su cabeza negativamente, dando golpecitos con la mano en su flecha, como diciendo que admiraba su propio invento más. Cuando nos acercamos al lugar de pesca apuraron el paso y caminaron en fila, como soldados marchando hacia una fortificación. El lago era pequeño y profundo; el agua era tan diáfana que podía verse el fondo claramente. El río que lo alimentaba corría a lo largo de una colina, densamente poblada de árboles. Se había clavado largas estacas en el fondo lodoso y en las puntas, que sobresalían en el agua, se había amarrado palos usando enredaderas, de manera que los indios podían caminar sobre una plataforma justo encima de la superficie del agua. Al tiempo que hacían esto preparaban sus lanzas negras, que tenían unos doce pies de largo, y silenciosamente observaban el fondo, uno a cada extremo del lago y uno en el medio. Sus flechas apuntaban hacia el agua; cuando uno la arrojaba y faltaba había un estallido general de risa y éste de buen grado les hablaba y también al pez, al atrapar la flecha cuando ésta rebotaba a la superficie, entre el arco y la cuerda, una cuerda gruesa, diestramente enrollada, hecha de algodón blanco. El siguiente en arrojarla, atrapó su flecha del mismo modo, la que estaba temblando a causa de un gran pescado, de un pie de largo. Lo mató clavándole el cuchillo en la parte posterior de la cabeza, luego sacó la flecha y arrojó el pescado a la orilla. Volteando la punta de su arma hacia arriba la afiló con su cuchillo y la alistó para la segunda vez. El cuchillo estaba atado a una cuerda que pendía del cuello; después de usarlo, lo tiró por encima de su hombro, donde colgaba sobre su espalda, sin estorbarle, hasta que atrapaba al siguiente pez. El cuchillo parecía un cuchillo de mesa tradicional, roto y afilado en la punta como un cincel y lo usaban como tal, no como un cuchillo cualquiera.

Cuando tiraban los pescados unos tras otros, en rápida sucesión, la excitación se volvió muy grande; ellos charlaban y reían todo ese tiempo y parecían estar bromeando unos con otros. Sus rostros brillaban afablemente cuando sacaban los pescados y cada vez que uno de ellos fallaba se reían estrepitosamente. Cada hombre pescó cinco magníficos pescados y uno de ellos, uno más. Entonces repararon el andamio de pesca y salieron del lago. Después que habíamos regresado una cierta distancia se detuvieron, cortaron hojas verdes frescas de una especie de col y las enrollaron una por una, luego de sacarles las entrañas. Uno de ellos hizo una pequeña canasta de sauce en un instante y protegieron así la pesca del calor del sol, que para ese entonces ya estaba brillando. Me obsequiaron una parte de su pesca de esta mañana. Les reciproqué con anzuelos, lo que los complació más que cualquier otra cosa que les hubiera podido dar. Un pequeño aborigen vino por el pescado y, mientras lo llevaba a casa para las mujeres, los indios fueron con nosotros al trasbordador.

Estos indios son mucho más alegres que los de las montañas. Tienen gran preferencia por los colores brillantes y viven a su manera. Sus hábitos y costumbres son propios y no han cambiado nunca por la influencia del hombre blanco. Al igual que la región donde viven, están tal como el Dios de la naturaleza los hizo - Su disposición natural es pacífica, con un carácter resuelto, lo que demuestra que los españoles pueden venir y vivir entre ellos si lo desean. Pero la vida alegre del cazador no es como para abandonar el cultivo de coca, trabajo más laborioso.

Estos indios ocupan casi la misma región del país aquí que los salvajes e inhóspitos chunchos ocupan en el Perú, en las márgenes de los tributarios del Madre-de-Dios (sic), pero tienen una expresión distinta en el rostro, ahora que los conocemos mejor. Son mucho más nobles en su comportamiento que los chunchos, de los cuales se dice que se arrastran a través del monte con una determinación premeditada de asesinos.

Cargaron la canoa con nuestro equipaje y remaron en un lugar tranquilo del San Mateo, abajo de una catarata muy rápida. En varios viajes, cargaron en forma segura nuestras cajas, y luego hicieron pasar a nado a las mulas. Uno de ellos condujo a la vieja yegua blanca dentro del río y las mulas la siguieron; los indios se lanzaron al agua detrás de ellas y la recua nadó hasta el lado opuesto. " canoa volvió por nosotros y nos embarcamos al pie de los Andes en un viaje a través de un río, que no era navegable, incluso para una canoa, excepto por donde pasamos. El color del agua era lechoso.

Nos encontramos con otra recua de mulas, cargada con cacao, en camino a Cochabamba. Los indios las transportaban del mismo modo que lo hicieron con nosotros.

Nuestras mulas estaban tan exhaustas que se detuvieron en la playa rocosa agachando las cabezas. Mientras el agua les goteaba de los costados, el sol las secaba y los enjambres de moscas de los arenales les molestaba tanto como a nosotros. Cornelio me dijo que sus animales no podían continuar estaban casi agotados, de manera que tuvimos que pasar el día en la ribera del río, mientras los animales andaban errantes en el monte y a lo largo de la ancha llanura, que se inunda en la estación lluviosa.

El departamento del Beni es el noveno y el último en Bolivia. Comprende la parte nororiental. Este y el departamento de Santa Cruz son los dos más grandes y las partes que están más hacia el este del país. Se extienden desde los Andes hasta el territorio del Brasil.

El gran río Beni, que surge entre las montañas de La Paz, el Mamoré, del departamento de Cochabamba, y el Itenez (sic), cuyas cabeceras se inician en las montañas de Matto Grosso, en el Brasil, fluyen a través del departamento del Beni; sin embargo, ésta es la región despoblada de Bolivia y probablemente la más rica de los Estados de esta confederación.

Esa parte del Beni que queda en la frontera oriental de Yungas se llama la provincia de Apolobamba. El chocolate, la coca y la quina de Apolobamba son superiores.

Los vientos alisios del sureste del océano Atlántico Sur se encuentran y las grandes montañas Sorata los detienen. El pueblo de Apolobamba, en la margen del río Tuiché, se encuentra a mitad de camino entre las minas de oro de Tipuani y Carabaya. No existe la quina conocida como la "calisaya" de Apolobamba. A los pies de estos árboles se encuentran las minas de oro más ricas de Bolivia y al otro lado de la cordillera de montañas se dice que están las minas de oro más ricas de América del Sur.

Los vientos alisios del sureste son continuos, desde que se elevan del océano y pasan sobre las hermosas montañas "Organ", visibles desde Río Janeiro (sic), hasta que golpean la ladera en la cual se encuentra el pueblo de Apolobamba.

El mismo viento que impulsa al marinero desde el ecuador hacia el Cabo de Hornos, en el océano Atlántico Sur, en su ruta hacia la corteza peruana, trae la humedad del mismo océano para dar vida a los árboles de los cuales recibe su carga el marinero. Los marinos no creen que hombre alguno tenga derecho al privilegio de quejarse del mundo o de los vientos hasta que haya doblado el Cabo de Hornos.

Habiendo descansado nuestras mulas, seguimos adelante ocho leguas, a través de un camino llano hasta el puerto de Vinchuta, el cual se compone de seis cobertizos, o casas de Yuracares, una de ellas de dos pisos. Como ésta era la del gobernador, desmontamos y subimos las escaleras. Al llegar al segundo piso, un Joven criollo se adelantó y cordialmente nos invitó a tomar asiento; se podía ver todo el pueblo. Nos dijeron que el gobernador y los habitantes habían abandonado el lugar - se asustaron de la viruela; y el joven, señalando a un pequeño indio que tenía la mirada aterrorizada, arropado con un poncho, postrado cerca de mí, dijo, "mi sirviente, señor, está sufriendo mucho con esa enfermedad y en la parte de abajo del país los indios están siendo arrasados a una velocidad terrible". Estas noticias no eran las más agradables, particularmente porque nos vimos obligados a permanecer aquí hasta que el gobernador regresara a su puesto para descargar una gran canoa que estaba lista para partir hacia Trinidad, la capital del departamento y que era el único modo de irnos.

Se envió un mensaje al gobernador, que se encontraba en el pequeño pueblo de Chimoré, donde se habían reunido los indios para refugiarse de la viruela y donde había un padre.

Vinchuta es el punto donde se encuentran los comerciantes de cacao de la provincia de Mojos con los comerciantes de sal de Cochabamba. Un bloque de sal extraído de los Lagos de Oruro o de Potosi (sic), traído hasta Cochabamba, cuesta treinta y siete y medio centavos. Cuando este bloque llega a Trinidad cuesta dos dólares. Una mula carga ocho bloques, o seis arrobas - ciento cincuenta libras. Por lo tanto, la sal se vende, en este departamento, a un poco más de diez centavos la libra. El flete desde Cochabamba hasta Vinchuta es de ocho dólares la carga de una mula. Hemos hecho el viaje en diez días, que es el tiempo promedio; el regreso toma un par de días más, pero lo hicimos en diez días.

El cacao se compra en Trinidad desde un dólar con quince centavos hasta dos dólares con cincuenta centavos la arroba, o veinticinco libras. El precio de mercado en Cochabamba generalmente es seis dólares. Entonces, en Trinidad el chocolate debe estar a seis centavos la libra, mientras que en Cochabamba cuesta veinticuatro.

Las casas estaban rodeadas por el bosque primitivo, siendo el único terreno despejado el espacio de tierra en el centro, donde crecía pasto, mostrando qué hermosas tierras de pastoreo serían estas llanuras si se limpiara el bosque. Observamos un solo papagayo y algunas plantas de pimiento cerca de una de las casas. Llevaron a las mulas al monte y nosotros fuimos hacia nuestro equipaje por la cena. Como el joven criollo y su "sirviente" enfermo estaban sin provisiones, parecían felices de vernos.

Descubrimos que el criollo era un maestro de escuela, dirigiéndose hacia uno de los pequeños pueblos del país para enseñar español a los indios jóvenes. El gobierno mantiene, con un sueldo muy bajo, profesores en todos los pueblos para instruir al indio.

A la mañana siguiente el gobernador hizo su aparición, leyó nuestros pasaportes y dijo que había una gran canoa lista para nosotros, que ésta saldría mañana. Parecía ser un hombrecito activo y muy servicial; quería saber todas las noticias de Cochabamba y se lamentaba constantemente de no tener algo refinado para ofrecernos, además de los cual era muy meticuloso en hacernos saber que había hecho arreglar los caminos, tal como le había ordenado el prefecto de su departamento, ya que sabían que veníamos. Encontramos los caminos, en el mejor de los casos, espantosamente malos.

Mientras el hablaba, vino un hombre que había estado en Potosi (sic) y que estaba de regreso con el propósito de obtener el puesto de gobernador, pero el gobierno se negó a hacer un cambio, así es que el frustrado aspirante a gobernador tenía que presentar su pasaporte al que estaba en funciones, el cual parecía disgustarle.

Se envió a buscar a la tripulación de la canoa; eran indios excelentes, vigorosos, de semblante franco y de aspecto respetable de la tribu de los canichanas, de un pueblo en la provincia de Mojos, cerca del río Mamoré. Estos hombres de modales atentos se pararon delante nuestro con sombreros de paja en mano, vestidos con una camisa* de tela de corteza, escuchando lo que el gobernador decía a nuestro intérprete - que el Presidente de Bolivia quería que tuvieran cuidado especial con nosotros; que queríamos ir hacia abajo y ver los grandes ríos, y estableció cuantas yardas de tela de algodón blanco les daría a cada uno, a saber, tres yardas, aproximadamente lo suficiente para que cada uno se haga una camisa. Ellos prometieron cumplir su deber y obedecer mis órdenes.

Si hubiera sabido en ese momento lo que descubriría después, debería haber hecho mi propio trato con los hombres. Sucedió que el gobernador les pagó con tela de algodón, mientras que yo le pagué a él con monedas de plata. El honesto trabajador indio, que se suponía no iba a saber del hecho, sintió la injusticia y comprendió el agravio mucho más claramente de lo que se suponía debía hacerlo. Un día, tiempo después de nuestro primer encuentro, se me ocurrió preguntar al intérprete qué apreciaba el indio más, si las monedas de plata o la tela de algodón, pensando por supuesto que prefería lo último, pero descubrí que ellos sabían cómo hacer tela de algodón con sus propias manos. Tampoco se preocupan por ésta, que el gobernador tiene cada uno de los remos de la canoa parados en una esquina de su dormitorio por temor a que se vayan sin la carga y regresen a casa con el bote vacío, luego de desembarcar el chocolate que un criollo envió desde Trinidad.

José debía dejarnos aquí. El buen hombre había cumplido su deber al servicio de los Estados Unidos muy lealmente. No había sabido de su esposa y de su familia durante los nueve meses que había estado con nosotros. Lo contratamos como guía, pero su ayuda fue más allá de su conocimiento de la región antes de llegar al Cuzco; su fluidez en el idioma quechua lo hizo indispensablemente necesario para la expedición; se volvió tan útil en nuestro pequeño grupo que recordaremos por mucho tiempo su amabilidad. Como tenía cerca de 60 años, con una gran familia en el valle de Juaja (sic), en el Perú, no pudimos persuadirlo de continuar con nosotros; lo extrañaremos mucho. Le di a «Bill" como Richards llamaba a su mula, para que regresara a casa, además de su paga y una honorable constancia, por escrito, del servicio naval de los Estados Unidos.

José tenía dos defectos, más o menos naturales - tenía la costumbre permanente de emborracharse periódicamente, cada seis meses; y, cuando tenía tiempo, también se escabullía en una casa de juego y perdía su salario del mes en un instante. A menudo lo he persuadido de permitirme guardar su paga y le he dicho que no debería tirarla; a lo que respondía gentilmente: "Ah, señor*, hay muy pocas personas perfectas en este mundo". Nos apegamos mucho a él; Richards a menudo diría, "si tan sólo pudiéramos persuadir a José de ir río abajo con nosotros, estaríamos seguros de lograrlo".

También lamenté deshacerme de mi fiel mula, Rose. Me había transportado casi dos mil millas por los peores caminos conocidos por el hombre blanco, sin haberse caído ni una vez durante toda la ruta. Esta era la tercera vez que descendía la falda oriental de los Andes hacia la montaña*, sin perjuicio ni para ella ni para otros. Cuando veía el peligro se detenía y nunca proseguía hasta que yo desmontaba e incluso entonces se negaba a continuar hasta que otra mula fuera delante de ella.

El jinete puede conducir al caballo al peligro; se puede hacer que un caballo se rompa el cuello sobre un tambaleante puente en la montaña usando la espuela; éste es el favorito del hombre; se le alberga en un establo, se le alimenta, peina y da de beber agua cuando está sano; cuando enferma, tiene un doctor. Pero los asnos no cruzarán un lugar peligroso; si lo fustigan, agacha su cabeza, coloca sus largas orejas hacia atrás y hace volar sus patas traseras sobre quienquiera que intente forzarlo. Se volteará y morderá; en esto demuestra un mayor orden de inteligencia que el caballo. El hombre golpea al asno; lo usa todo el día y durante la noche lo lleva a un lado del camino para que se alimente de cardos y para que encuentre de tomar donde pueda.

Rose tiene las características de ambos animales. En docilidad e inteligencia se parece a su seguro padre, el asno; en actividad, belleza de figura y viveza de espíritu, a su madre, la yegua, de las pampas argentinas. Este híbrido es el único animal valioso como bestia de carga en estas regiones montañosas. El caballo se caería o temería morir donde la mula pasa con facilidad. Sus lomos son cortos y, por tanto, pueden portar una carga mejor que un caballo. Los asnos son muy lentos para un viaje largo, pero al igual que la llama servirá para los propósitos del indio, que armoniza con el modo de andar de esos animales.

Se piensa que los mejores híbridos son las hembras; están mejor dispuestas, trabajan más fácilmente, transportan cargas más pesadas y se conservan en buenas condiciones con menos comida que el híbrido macho. Las hembras son invariablemente los mejores híbridos de silla.

Vinchuta es el emporio comercial oriental de Bolivia, pero los artículos manufacturados extranjeros bajan de las montañas del país en lugar de subir por los ríos desde el mar. Después que los géneros de algodón, cristalería y cubiertos de Europa y América del Norte son desembarcados en Cobija, atraviesan las Cordilleras* por caminos rocosos, a través del desierto de Atacama, las áridas planicies de Oruro, sobre los Andes, y hacia abajo, por esos terribles caminos por los que acabamos de pasar. Luego de pasar a duras penas y de esforzarse durante más de ochocientas millas, toda aquella parte de la carga que no está arruinada por tal viaje a lomo de mula, llega hasta el puerto comercial más importante que este país posee.

Hay muy poco comercio aquí, porque el mercado de un lado es tal como lo describimos y la gente parece ignorar las ventajas que el Atlántico les ofrece directamente, en lugar de la tortuosa ruta desde el Pacífico.

Pero los negocios bajo estos cobertizos en la selva virgen llaman la atención. Encontramos los idiomas aymara, quechua y español mezclándose con el yuracares y el canichanas; nos complace agregar el anglonormando. El arriero* y los hombres de la canoa tuvieron un encuentro con cada uno de ellos y con nosotros.

El martes 25 de mayo descendimos la empinada ribera del riachuelo Coni, metiéndonos en una canoa hecha de un leño de cuarenta pies de largo y cuatro pies de ancho. El modelo de esta canoa nos pareció hermoso cuando se asentó en el agua. Era una de las más grandes usadas por los indios bolivianos y el contorno de la embarcación se asemejaba a un modelo de fragata más que a nada. Se apiñó la carga en la ribera debajo de una rústica casa construida por la tripulación con hojas y ramas de árboles. El encargado de cuidar la canoa estaba lavándola; estaba descubierta de popa a proa.

El riachuelo tenía cincuenta yardas de ancho, con una corriente rápida. Cuando nos paramos en la canoa y miramos hacia el arroyo, a lo lejos podíamos ver los grandiosos Andes entre las nubes. Esta sería la última vez que los veríamos; estaban casi fuera de la vista y estábamos por iniciar una nueva vida. José y las mulas nos habían dejado. Nuestro grupo estaba compuesto por Mamoré, Richards y yo. Cuando la tripulación llegó una a una desde Vinchuta, con parte de la carga en sus espaldas, Mamoré ladró; su fuerte voz hizo retumbar al viejo bosque silvestre. La tripulación se apegó a él de inmediato y reía por el temor expresado por aquellos que venían al último. Descubrimos que era valioso y lo considerábamos nuestro centinela tanto de noche como de día.

La tripulación del bote era deficiente. Había aquí diez hombres; se había dejado a cuatro con viruela a lo largo de las riberas del río camino arriba y uno de los diez se había enfermado aquí; por lo tanto nuestra tripulación se redujo a nueve hombres activos. El chico enfermo estaba tendido en la ribera con esta terrible enfermedad, resguardado durante el día del fuerte sol por unas cuantas hojas verdes y parcialmente protegido de la lluvia durante la noche, sin ninguna atención médica ni alivio alguno. La pobre criatura parecía soportar el dolor con paciencia, pero su mirada era deprimente cuando levantaba la vista entre los arbustos.

Dos de la tripulación estaban ocupados cortando palos de madera con pequeñas hachas de hierro, lo suficientemente largos como para apoyar las puntas en el interior de la canoa a través del fondo, como para dejar un espacio de una o dos pulgadas bajo este entablado para que el agua circule sin mojar el equipaje. Se colocó cinco de estos entablados separados por distancias iguales, suficientemente anchos como para colocar dos troncos longitudinalmente y dos más encima de éstos, con espacio en medio para que dos canoeros se sienten y remen. Se colocó cuero crudo en las plataformas y se puso hábilmente el equipaje sobre éstos. Nuestros baúles y cajas se acomodaron muy bien y los cubrieron con cuero crudo. Como el fondo de nuestras cajas era hermético, estábamos convencidos de que, a menos que nos volcáramos o entrara agua, el equipaje estaría perfectamente seco -un asunto importante en un clima húmedo bajo las mejores circunstancias- y más aún cuando no existen lugares de parada en el camino entre pueblo y pueblo, donde el viajero pueda obtener comida.

Se doblaron y ataron las puntas de las vides y enredaderas a los costados de la popa de la canoa y sobre ellas se tendieron cueros crudos, con el pelo hacia abajo, en una extensión de doce pies de largo. Esta era la cabina. Arrojaron nuestra escopeta arriba, el polvorín y la cacerina, a las proas. La caja de instrumentos se almacenó sin riesgo adentro, de manera que pudiéramos echar mano al papel rayado y trazar el curso del río. También colocamos nuestra brújula adentro. El piso de la cabina era una rústica rejilla hecha por uno de la tripulación, con pequeños palos rectos atados a un pesado travesaño con una enredadera más delgada. Nuestras camas las mantenían dentro de una bolsas de caucho. Cuando estábamos casi listos, descubrimos que todavía quedaba otro cargamento de sal en la casa del gobernador y como había anochecido y comenzó a llover, nos quedaríamos hasta el día siguiente. Entonces, también, el maestro de escuela y el frustrado ex-gobernador debían viajar en la misma canoa; era su única oportunidad, al igual que la nuestra, y como nadie podía decir cuándo habría otra canoa aquí, todos reclamaban derecho a ir. Por supuesto, yo no podía objetar, bajo tales circunstancias, aunque nos estorbarían mucho, ya que estábamos por explorar una parte crítica de la navegación en las aguas del curso superior del Madeira.

De manera que nuestra tienda de campaña se armó en la ribera; ésta había sido nuestra casa en las áridas cimás de las montañas y ahora se levantaba en el monte despoblado. Allá el clima era frío y la tienda de campaña nos protegía y nos mantenía calientes. Aquí el clima es caluroso y cuando la tienda de campaña está cerrada y la lona se humedece, el calor es sofocante. No podíamos dormir, así es que abrimos la puerta de par en par y se atestó de mosquitos. Era evidente que la tienda de campaña no podía albergar a tantos cómodamente; por lo tanto nos vimos obligados a salir afuera. El temporal aumentó. Encontré la forma de llegar hasta la canoa, por la lodosa ribera. Richards se unió al maestro de escuela bajo la rústica cabaña. Los mosquitos pronto me hicieron salir y todos nos reunimos alrededor de una gran fogata encendida por los indios y observamos su manera de pasar semejante noche.

Se colocó una gran olla al fuego. Era medianoche; el viento rugía a través de los árboles del bosque y la lluvia golpeaba fuertemente al pie de los Andes. Los indios sacaron cuchillos y se reunieron alrededor de la luz de la fogata a pelar la yuca*. Algunos las partían en pedazos pequeños y las tiraban a la olla con un pedazo de carne salada. Después que se colgó la olla adecuadamente sobre el fuego, con una fuerte soga de cuero crudo, ellos se tendieron bajo su techo de hojas verdes y con los pies hacia las cenizas calientes y las cabezas cubiertas con una camisa adicional, se echaron para tomar una siesta. Uno se quedó despierto, como cocinero, para atender la olla hirviendo.

Todos durmieron profundamente por un rato. Entonces nos molestaron los mosquitos y la lluvia. Los indios estaban roncando; el cocinero estaba hablando con su olla cuando ésta se derramó y el agua causó un ruido chirriante en el fuego. Súbitamente todos saltaron, dejando sus camisas* de tela de corteza bajo cubierta y se unieron al cocinero bajo la lluvia.

Portábamos una palangana de lata, que estaba muy cerca del fuego. Yo no entendía por qué no la habían puesto en la canoa con las demás cosas. Uno de los desnudos hombres cobrizos la cogió y la colocó cerca del cocinero, quien vertió la sopa de yuca* caliente en la palangana. Una expresión de satisfacción brilló en cada una de las caras mientras se ponían en cuclillas alrededor de nuestra palangana de lata. Cada uno de los hombres juntó sus dedos como si fuera una cuchara y los metió dentro; así pasaron riendo el resto de la noche. Una mano estaba moviéndose activamente entre la palangana y la boca, mientras que la otra estaba constantemente en movimiento ahuyentando los mosquitos que surgían de la oscuridad detrás. Nuestro perro se levantó de su posición de dormir para mirar. Los hombres constantemente lo estaban llamando por su nombre familiar y compartiendo su porción de comida con él. Nos vimos forzados a resignarnos a nuestro destino, sin saber a dónde ir en busca de comodidad, o cómo lograr dormir. Estos hombres salvajes se adaptaban perfectamente a las circunstancias. Contemplamos mientras pudimos mantener los ojos abiertos y finalmente nos dormimos. Al alba me encontré reanimado; pero al abrir los ojos, descubrí que mi almohada había sido el cuerpo del pobre chico enfermo, que estaba tan débil por la viruela que lo hicimos enviar con el gobernador.

Estos hombres de buen corazón prestan toda la atención posible al enfermo; pero no saben cómo tratar la viruela. Esperan pacientemente hasta que ésta llega a su fin. Creo que piensan que es un castigo que les envían y que deben soportarlo lo mejor que puedan.

Los indios yuracares no son navegantes, sino cazadores, y tienen menos influencia de la Iglesia que los cultivadores de la tierra o que nuestros canoeros. No pude averiguar la cantidad de gente que compone la tribu de los yuracares, pero no son muchos. Chimoré es la capital de la provincia y en la lista de "villas"*, que se da a todos los lugares que tienen más de trescientos habitantes, no se encuentra Chimoré. La tribu de los yuracares está dispersa a lo largo de la base de los Andes en esta provincia en pequeñas bandas de siete a veinte personas y debe haber en toda la provincia seiscientos indios yuracares. La producción actual de los yuracares está restringida principalmente a la quina y a la coca.

Como no se ha examinado cuidadosamente los ríos y los suelos, no conocemos su riqueza mineral. Yuracares es una provincia extensa, bien arbolada e irrigada, con una población dispersa en todas partes. En la base de esta cadena de montañas aparece el lugar más atractivo que hemos encontrado en Bolivia para el cultivador de la tierra. Se encuentra dentro de la faja de lluvias. El cafeto de Yuracares está mucho más cargado de granos que aquellos vistos en Río Janeiro (sic), en el Brasil.

Los indios de la parte baja del país trajeron la viruela, quienes a su vez, la adquirieron en el Brasil y finalmente la llevaron ladera arriba hasta la ciudad de Cochabamba.

Debería construirse un depósito en Vinchuta de la manera más cuidadosa, para evitar la humedad del clima. La harina se malogra rápidamente, particularmente aquella hecha de grano producido en clima frío. El grano del sur es el que más dura allí. Los géneros de algodón blanco deben cubrirse para evitar la humedad. Todas las mercancías valiosas deberían empacarse bien en balas de setenta y cinco libras de peso. Una mula lleva la mitad de una carga hasta el lado oriental de los Andes. Dos balas, pesando ciento cincuenta libras, se transportan por el mismo precio que trescientas, en mejores caminos.

Los indios traen cantidades de chocolate de Mojos envueltos con cuero crudo. Almacenan cuatro de estas balas en una plataforma en la canoa; pero cuando llegan aquí, el arriero* debe desgarrar las balas y dividirlas, para formar cargas convenientes para cada una de sus mulas. De este modo, una parte se desperdicia y todo se expone al clima.

A menudo se dejan atrás piezas de maquinaria, cajas de vino, o artículos valiosos, por no ser su peso apropiado. Aún cuando los animales fueran lo suficientemente fuertes para transportarlos, los caminos no son lo suficientemente anchos como para que puedan pasar.

Vimos a un elefante viajar por las mesetas de Bolivia, caminando a través de la cadena de montañas de la Cordillera* en el paso de Antaranguá, a dieciséis mil pies sobre el océano Pacífico. Cuando llegó al puente colgante Apurimac (sic), el pontazguero cerró su puerta y se negó rotundamente a permitir que el elefante intentara cruzar, aún cuando hubiera podido hacerlo. El dueño, un yanqui, lo hizo cruzar a nado a través de la corriente. Había muchos lugares en las montañas donde cortaron las rocas para permitir que una mula de carga pase, en los mismos donde el elefante se arañó el lomo y los costados.

Los géneros cubiertos con cuero crudo se protegen mejor de la lluvia. Este se usa así frecuentemente para proteger corteza, chocolate, azúcar y café.

En la convención nacional de 1851 se hizo una concesión de doce leguas cuadradas, en la provincia de Yuxacares, exceptuando los quinos de dicho suelo, a Don* Carlos Bridoux, con la condición que se esforzara en cultivar la planta de índigo, algodón, tabaco, azúcar, cacao y café, siempre y cuando él tomara posesión de la tierra dentro de un cierto tiempo.

Por la misma ley, se autorizó al poder ejecutivo a hacer concesiones a ciudadanos o extranjeros desde una hasta doce leguas cuadradas, en reconocimiento de ventajas que pudieran ofrecerse para beneficio público al trabajar las tierras. El señor* Bridoux eligió sus tierras cerca del puerto de Vinchuta. Este caballero fue muy amable con la expedición en Cochabamba. Estamos en deuda con él por su esmero personal en su hospitalaria casa. Le estamos muy agradecidos por la ayuda y la asistencia que nos brindó en la forma más generosa.

Los ciudadanos o extranjeros deseosos de cultivar las tierras públicas de Bolivia, pueden hacerlo por medio de una solicitud formal al prefecto del departamento donde se encuentran las tierras y el prefecto tiene autoridad, según la usanza, de procurar al colono una legua cuadrada.

Debido a la falta de leyes referentes a la venta de tierras públicas, los ciudadanos o extranjeros están privados de la ventaja de la compra, pero tienen permiso para establecerse donde les plazca, siempre que no interfieran con otros, o con el tesoro público.

Las tierras públicas de Bolivia son tan extensas y entran tan pocos emigrantes al país, que el gobierno se ha propuesto una política de concesiones liberales a los actuales colonos, tanto a ciudadanos de otros países como a los suyos propios. Estas valiosas tierras están desocupadas por la falta de población.

Los hombres cultos de Bolivia acogieron con entusiasmo la idea de explorar los ríos que desembocan en el Atlántico. En Cochabamba se ha animado a toda la población sobre la importancia de la empresa.

Cuando los ríos crecen en las tierras bajas, los brazos de los canoeros no tienen fuerza para impulsar sus embarcaciones contra la corriente. El comercio durante la mitad del año, cesa; la fuerza humana no iguala las demandas del comercio que se lleva a cabo.

Se presume que hay por lo menos diez mil minas de plata y oro abandonadas en este país; un tercio deben haberse agotado y el resto fueron abandonadas porque los mineros golpearon debajo del nivel del agua.

Quitándonos respetuosamente los sombreros ante los gigantescos Andes, seguimos adelante en nuestra pequeña canoa. Cuando los hombres sumergen sus remos en el agua nos deslizamos rápidamente a lo largo de la corriente del riachuelo Coni. Después de movernos de arriba a abajo en las montañas.durante un año, el cambio es alentador. Sentimos que este transporte fluvial se pone en movimiento gracias al Todopoderoso, en quien hemos depositado nuestra fe y confianza en un largo viaje a través de la selva virgen hacia nuestros hogares.

Los indios repentinamente empezaron a trabajar duro con sus remos; el viejo capitán de buen aspecto hablaba severamente a la tripulación y avanzábamos sobre los rápidos a una velocidad furibunda; las aguas rugían contra los grandes troncos de árboles que yacían sumergidos en el agua; los leños estaban en movimiento constante, como comejenes; el canal era estrecho; un pequeño error del piloto y nos hubiera rodado debajo. Los ojos de cada uno de los hombres parecían, por el momento, haber aumentado de tamaño, ya que la reducida tripulación de la pesada y gran canoa tenía que esforzarse al máximo de sus fuerzas para manejarla y mantenerla fuera de peligro.

Nuestra carga era pesada - los bloques de sal hacían que la canoa llegara tan profundo en el agua que se movía lentamente. Richards, sentado en el equipaje en frente, cuidaba a Mamoré, que no estaba acostumbrado al agua, y era con dificultad que podía evitar que saltara al agua.

El riachuelo Coni no es navegable para un barco de vapor; las tierras a ambos lados son planas y están densamente pobladas con abundante bambú; estas tierras se inundan completamente en la estación húmeda y, por lo tanto, son inhabitables. Temperatura del agua, 74º. Vimos un pequeño león o puma en la ribera, además de un gran número de pavos silvestres, y cazamos un ganso silvestre. Las riberas se quiebran perpendicularmente con una rica superficie de tierra negra de un pie y medio de ancho.

Pronto echaron nuestra canoa a las aguas del río Chaparé, de cien yardas de ancho, y donde entramos tenía doce pies de profundidad; apenas habíamos perdido de vista a los Andes. Se detuvo la canoa para que pudiéramos repetir los sondeos; cuando descendíamos los sondeos aumentaron a dos y medio brazas en una corriente de uno y cinco décimas de milla por hora. El lodoso río dio muchos rodeos a través de los árboles del bosque y de los densos cañaverales como una gran serpiente moviéndose lentamente. Descubrimos que, al pie de las montañas más altas, las tierras a ambos lados de este río navegable se inundan semestralmente; que el incremento de las aguas en la estación húmeda es casi treinta pies, y, por las marcas en los troncos de los árboles, el aspecto de la maleza, junto con la información que obtuvimos de los criollos y confirmada por los indios, las riberas se cubren de agua hasta dos pies de profundidad. En la estación lluviosa, la parte baja de la cuenca Madeira Plata se hubiera encontrado llena de agua, de manera que hubiéramos navegado en la canoa sobre la tierra con un calado menor de dos pies; nuestra canoa tiene un calado de seis pulgadas cuando está completamente cargada.

Los árboles del bosque aquí no son tan grandes como en regiones más altas, tampoco la vegetación está amontonada en tal abundancia como la vimos en nuestro camino hacia abajo a través de la exuberante región. El clima es más templado y benévolo en sus efectos. Cuando llega la noche, los truenos braman y los relámpagos destellan sobre nosotros hacia el suroeste entre las montañas, mientras que aquí el cielo es claro y los vientos soplan suavemente desde el noroeste. Los vientos golpean fuertemente contra la gran elevación de la tierra y la tormenta está rugiendo allí desde el sureste.

El sol desaparece de nuestra vista detrás de oscuras nubes y acorta nuestro día situándose debajo de la gran cadena que se yergue entre nosotros y el Pacífico. Hemos observado el mercurio en nuestro termómetro cuando éste caía por la aplicación de agua hirviendo al ascender esas montañas desde el gran océano occidental y vimos su aversión a subir o caer cuando viajábamos a lo largo de las mesetas de la cuenca del Titicaca. Cuando descendíamos de este lado gradualmente subió de nuevo, hasta ahora que hemos llegado a una llanura. La observación de ayer fue la misma que la de hoy, al final de nuestra jornada.

Volviendo a la tabla de observaciones, en Lima, el 22 de abril de 1851, a las 3 p.m., punto de ebullición 209, 250; temperatura del aire, 77º. Aquí en el río Chaparé, 27 de mayo de 1852, a las 9.30 a.m., punto de ebullición, 209, 500; temperatura del aire, 75º. Esto demuestra cuán cerca se encuentra la parte baja de la cuenca Madeira Plata del nivel del océano. Nos dicen que estamos más abajo que Lima, pero Lima, según nuestras mediciones barométricas, estaba a 403 pies por encima del nivel del mar. En el río estamos a 28 pies por debajo del nivel general de esta parte de la cuenca Madeira Plata.

Los indios reman su canoa con mucho empeño por una corta distancia y luego la dejan surcar las aguas a lo largo de la corriente. Colocan los remos en la borda, ponen una pierna sobre el agarradero y sacando del equipaje un pedazo de panca sirva como envoltura para su cigarros.

Cada uno de ellos porta una pequeña yesca en el extremo cóncavo del cuerno de una vaca, lo que indica que hay ganado vacuno más allá en alguna parte, y con un pedazo de pedernal producen luz con la parte posterior de un cuchillo. Observamos que la tripulación traía pequeñas bolsas llenas de pedernales, los que recolectaron en los alrededores de Vinchuta, y que estaban llevando a la provincia de Mojos para vender. Acabamos de pasar la formación rocosa y encontramos suelo aluvial por más de 30 pies.

Acampamos en una playa de arena baja en la margen occidental del río. La tripulación recolectó un gran número de cañas del cañaveral y el capitán hizo un armazón, sobre el cual se colgó un poncho de caucho; debajo se extendieron las hojas de la caña, como protección de la humedad del suelo, encima de las cuales se colocó la cama y sobre ésta un mosquitero.

La tripulación hizo una casa, apilando hojas de caña y ramas sobre un lado de una pértiga horizontal, del mismo modo que los granjeros hacen un cobertizo con forraje de maíz para ganado. El lado abierto de este cobertizo daba al este. Pronto se hizo una fogata y nuestro frustrado gobernador probó ser tan bueno cocinando como el maestro de escuela comiendo chupe*. Las únicas previsiones que el ex gobernador tenía eran una bolsa llena de residuos de grasa y gordos, unos cuantos pasteles de chocolate, un pote y algunos panes que se han puesto verdes con moho. Los indios pelaron yuca* y nosotros proporcionamos arroz y ganso para el chupe*, y azúcar y potes de lata para el chocolate. El maestro de escuela vino desprovisto de comida; suponemos que usualmente "le dan pensión".

Los indios se reunieron alrededor de la fogata, mientras que los capitanes del bote vieron que se prestara atención a la cama del patrón*. Cuando el chupe* estuvo listo, el cocinero cortésmente avisó a los capitanes y luego que éstos se sentaron cerca de nuestra palangana de lata, los demás se reunieron alrededor. Todos a su vez hablaban y bromeaban mientras disfrutaban su cena. La tripulación elige a sus propios capitanes: se elegía al hombre más activo, enérgico e inteligente, sin importar su edad. Si se comprueba que es incapaz o se conduce mal, lo degradan y lo colocan en el asiento del remero elegido después de él. Todos obedecen sus órdenes y son escrupulosos en el modo de dirigirse al capitán y generalmente alienta a los hombres a mantener buen ritmo con los remos pateando el piso en ocasiones especiales, cuando la tripulación trabaja extraordinariamente bien, desplegando toda su fuerza cuando él les habla. Los capitanes hacen muy poco, excepto dirigir la canoa y atender las necesidades de la persona que los emplea. Cada hombre presta atención a su deber de acuerdo a las costumbres de su servicio. Toman turnos para cocinar o achicar el agua del bote y, mientras que uno o dos aseguran la canoa, un gran número de hombres corren al monte y traen leña para una fogata y cortan caña para la casa. Mientras que un cocinero va a buscar agua, el otro saca las provisiones para la comida de una plataforma en la canoa.

Cuando todos se sentaron, bromeando sobre los arrieros*, mientras fumaban tabaco, se rieron de los indios quechuas que vieron en Vinchuta junto con los arrieros*, mascando hojas de coca, "como caballos", dijeron.

A medianoche el capitán me llamó, hablando en el idioma canichana, el cual no pude entender; sin embargo, cuando se llama a un hombre en el silencio de la noche en una región tan desolada como ésta uno se apresura.

Descubrimos que la tormenta en las montañas ha inundado el río; la cama flotaba cerca a mi cama, la que se recogió antes de que la inundación pase sobre el lugar, donde hace unos instantes estábamos durmiendo. Como el río estaba creciendo muy rápidamente, nos vimos obligados a embarcar o entrar en los cañaverales, que es donde duermen los tigres; los que gruñen si se les molesta en la noche.

Todos ocupamos nuestros lugares en la canoa y dormimos sentados, tan bien como los mosquitos nos lo permitieron. Se amarró la proa a la raíz de un árbol, cuyas ramas lo mantenían fijo en el fondo.

Estos indios son gente muy cuidadosa, constantemente a la expectativa. En un instante estos vigilantes compañeros nos despertaron de un profundo sueño. Si la tripulación hubiera sido inexperta, la inundación hubiera arrastrado la canoa y nosotros nos hubiéramos quedado en el cañaveral. Los indios esperaban una crecida. En la tarde transportaron nuestros utensilios de cocina lejos del bote hasta la parte más elevada de la playa, que no era la más alta cerca de la ribera. Cuando llegó la inundación, el agua pasó entre nosotros y la ribera, dejándonos en una isla de arena, que después se inundó completamente.

Al amanecer los indios empiezan a remar. Trabajan mejor temprano en las mañanas y en las tardes.

Cuando nos movíamos despacio río abajo, empezó a llover; los vientos eran variables. Unas cuatro o cinco especies diferentes de mono mantenían una excitada cháchara. Un camarada desgarbado, fornido, feo, de pelaje color bayo estaba vociferando un sonido que no parecía distinto a aquél hecho por una rana bramadora. El mono negro de cola con franjas anulares daba chillidos cuando se escapaba entre las copas de los árboles. La pequeña tribu de bigotes blancos bajé hasta la ribera del río entre las cañas y parecía curiosamente dispuesta a examinar las características de la embarcación que se inmiscuyó en sus juegos matutinos. Allí va una pequeña familia color chocolate, como si se asustara de la distracción. Richards les grita en inglés y los canichanas se ríen estrepitosamente. La tripulación quería un mono capuchino para el desayuno. Sus arcos y flechas están en el techo de la cabina, pero ellos prefieren ver caer a uno por un tiro de nuestra escopeta.

El capitán súbitamente llamó a los hombres y todos ellos gritaron. Mirando río abajo, descubrimos dos canoas llenas de gente, maniobrando valientemente contra la corriente cerca de la ribera. Las canoas que van hacia abajo se mantienen en medio del canal, donde la corriente es más rápida. Estas canoas venían de Trinidad e iban camino a Vinchuta, con órdenes del prefecto del departamento de presentarse ante mí para servir a la expedición tan pronto como descargaran su cargamento de cacao, de azúcar y de pasajeros.

Pasaron a bordo una canasta de excelentes naranjas, devolviéndoles el cumplido con galletas. Nuestro capitán recibió noticias de algunos hombres que había dejado en las riberas del río con viruela.

Proseguimos entre las islas del río. Aunque el río se ha desbordado, hay muy poca o nada de madera flotante. Grandes árboles han quedado a lo largo de la playa cuando la faja de lluvias ~ rumbo al norte. Estos árboles están en el lado interno de las curvas del río. Aquel lado es una playa de arena plana, mientras que el lado más largo o externo de la curva se quiebra perpendicularmente. La corriente del río golpea la ribera; la madera flotante se estrella contra el suelo aluvial, destruye los árboles del bosque, arrastra las raíces y las copas caen dentro del río; sus ramás se hunden, las pesadas hojas verdes van al fondo cargadas con barro, se enredan o se anclan. La madera flotante y los desperdicios se acumulan alrededor de ellas y mientras se construye una isla en el pequeño armazón de un solo leño de madera, la ribera cede para que el río pase.

Las curvas en este río son muy cortas. Estamos en un momento dirigiéndonos al noreste, luego al noroeste y, a menudo al sureste, cuando volvemos hacia el noreste nuevamente. La distancia entre las curvas superiores y las inferiores, en dirección norte, constantemente está disminuyendo, porque la ribera perpendicular en la curva superior está penetrando hacia el norte y la misma ribera en la curva inferior está cediendo en el lado meridional. Cuando el trabajo está hecho, las aguas del curso superior fluyen derecho a través de las del curso inferior y cuando el río se hace viejo, como un soldado bien adiestrado, se endereza.

Las aguas abandonan la curva del suroeste y el lecho del río permanece descubierto y resulta una prueba para nosotros que, mientras los ríos se mueven, no siempre descansan en el mismo lado del lecho, pero se cambian de uno a otro según su conveniencia. La velocidad de la corriente del río, después que se ha enderezado a través de la tierra, en lugar de torcer hacia abajo, al igual que la llama desciende la ladera de una montaña, nos parece la misma. Que al hacerse más viejo el río, la corriente se vuelva más rápida, sería una labor directamente opuesta a los propósitos naturales de la navegación, para los cuales fue creado.

Cuando las tierras superiores se desgastan y la pesada carga de tierra se arrastra hacia la desembocadura del río, la cabecera de éste se hace más profunda y constantemente se reduce hasta el nivel del fondo, el cual está llenándose en la desembocadura. Este resultado se explica mejor con la sondaleza, lanzada desde una embarcación entrando a la desembocadura de un río. El piloto es llevado a bordo para transportar el barco en forma segura sobre la barra, o sobre ése bajo de tierra que ha sido arrastrado desde la cabecera de los ríos y depositado en la desembocadura del río. Cuando el barco cruza este alfaque, el hombre a cargo de la sonda enuncia sondeos cada vez más profundos al entrar al río. Continuará haciéndolo así alguna distancia más arriba. Desde este punto hasta la barra, el fondo del río es un plano oblicuo, inclinándose desde la orilla del mar hacía las montañas, hasta los últimos sondeos profundos obtenidos por la persona encargada del escándalo; desde este lugar hasta el océano se puede decir que el río está corriendo cuesta arriba; una cuesta que se produce por su propia acción y que se está extendiendo cada vez más lejos río arriba.

Encontramos algunos troncos sumergidos y comejenes en el canal que deberían removerse para hacer que este río esté en condiciones para la navegación a vapor.

Cuando descendemos, el Chaparé se ensancha doscientas yardas en algunos lugares y tiene una profundidad de dos y medio a tres brazas de agua. El río ha aumentado tres pies debido a las lluvias en el interior del país, aunque la corriente permanece casi igual, que no es ni la mitad de la velocidad de la corriente del Golfo de México entre los arrecifes de la Florida y los bancos de las Bahamas.

Después de remar desde el amanecer hasta las 9 a.m. la tripulación estaba lista para el desayuno. Mamoré retozó en la playa. Perseguimos patos, gansos y pavos silvestres como las únicas válvulas de seguridad para nuestro pote hirviendo. La hermosa cuchareta blanca y rosada pasa rozando los insectos de la superficie del río, mientras que las grullas blancas de aspecto altivo pero sencillamente altas, nos examinan como algunos individuos con los cuellos de la camisa muy almidonados. Temperatura del agua del río, 74º, del aire, 75º; y del termómetro húmedo, 74º.

No hemos tenido suerte en la pesca. Como los indios no le prestan atención sólo aquí, nos vemos inclinados a creer que hay pocos peces, mientras que en las formaciones rocosas encontramos a los indios buscándolos. Allí el agua no es tan lodosa como aquí. En el Lago Titicaca se encuentra mayor cantidad de peces en el lado oriental, donde las aguas estaban clarificadas, que al norte, donde se volvían turbias.

El aire en la noche parece llenarse de mosquitos y de murciélagos; al amanecer aparecen los pájaros en igual proporción. Miles de loros mantienen el monte en un alboroto constante.

Los árboles del bosque disminuyen de tamaño y espesor; cuando descendemos los cañaverales toman su lugar. Algunos de los leños en la playa y de los troncos sumergidos en el arroyo son más grandes que aquellos que generalmente vemos. Estos grandes árboles se encuentran en los bosques altos, como una excepción más que como una regla.

El curso general.del Chaparé es hacia el norte; su fondo es arenoso y lodoso. No hay arroyos que desemboquen en él, tampoco parece haber lechos de ríos que se llenen en la estación lluviosa. Por lo tanto, opinamos que las tierras a ambos lados de éste, hasta donde hemos recorrido, son llanos muertos.

Después del desayuno los hombres entraron en el monte, cortaron algunos árboles, los descortezaron doce o catorce pies de largo y dos pies de ancho, los enrollaron y los trajeron a bordo.

La escopeta con llave de percusión común es el arma apropiada para el viajero en estas regiones; el perdigón lo mantendrá abastecido de animales de caza. En caso de necesidad, una bala cargada en el bolsillo puede introducirse encima del perdigón y responde a todos los propósitos, ya que la bala tiene mucho mayor alcance que la flecha del indio. Las armas más útiles e importantes son la escopeta de dos cañones y el revolver Colt de cinco recámaras.

Los hombres reman irregularmente. Cuando reman moderadamente, según nuestra corredera, hacen cerca de dos millas por hora; pero yendo con la corriente sólo reman la mitad del tiempo, porque en su viaje hacia arriba se ven obligados a remar incesantemente, excepto cuando se detienen para desayunar, o por la noche. El viaje hacia abajo es el de descanso. Trabajan duro cuando se encuentran con obstáculos y superan las dificultades. Cuando encuentran cosas a su favor, se deslizan hacia ellas tan fácilmente como sea posible.

Después de la cena comenzaron a elaborar tela de corteza a la luz de la fogata. El extremo del pedazo de corteza estaba tendido sobre el extremo de un leño llanamente descortezado y comenzaron a golpearla sobre éste con un mazo, comenzando por la esquina y golpeando diagonalmente la pieza hasta el medio, donde se volteó el mazo hacia el mismo ángulo en la otra esquina. Golpean la corteza regularmente a lo largo. Las fibras se estiran y la pieza de dos pies de ancho se extendió un pie más, hasta alcanzar el grosor de la ropa de un corpulento piloto. Después que se golpea toda, se enrolla. Después se extiende la tela al sol para que se seque; la savia se ha exprimido tan concienzudamente de entre las fibras por la golpiza, que pronto se desvanece con el sol, y la tela queda casi como lanuda al tacto y se pinta con diseños según el gusto del que la usa. Se recorta, por un proceso muy peculiar, para formar una vestimenta muy simple y el indio se viste con una extravagante camisa coloreada, que le llega debajo de las rodillas. Esto, con un sombrero de pasto de la ribera del río, es su guardarropa, excepto por una camisa adicional de algodón fabricado en el extranjero, que lleva en el calor del día cuando no trabaja, o en la tarde cuando los mosquitos fastidian. La tela de corteza se usa más frecuentemente en la noche; cuando ellos se protegen especialmente. A la mitad del día se quitan las ropas, las doblan cuidadosamente y las colocan a un costado hasta que las necesiten. Cuando llueve fuertemente siempre se desvisten, pero tan pronto como termina la tormenta, o después de que el clima ha sido desagradable por un tiempo y el aire se vuelve frío, se visten nuevamente. Se desvisten mientras están en sus sitios en la canoa. Tan pronto como nos detenemos para desayunar, cada uno de los hombres se pone su camisa antes de dejar el bote; los capitanes siempre llevan puestas sus ropas. Los hombres parecen tener mucho cuidado respecto a la temperatura en la noche. Los he visto ponerse una camisa encima de otra y ponerse doble vestimenta.

28 de mayo de 1852.- La noche estuvo nublada y la mañana neblinosa. Al amanecer ya estábamos en camino nuevamente, después de haber dormido cómodamente en el monte en la ribera, que varía de altura desde cuatro hasta cinco pies. Durante la noche el río aumentó tres pies y disminuyó nuevamente uno. Una pequeña distancia más abajo llegamos hasta un cañaveral y allí, para nuestra sorpresa, estaban parados tres hombres pertenecientes a esta tripulación. Las pobres criaturas han estado aquí diecisiete días con viruela. Un pequeño refugio de cañas los protegía del calor del sol, pero la lluvia golpeaba sobre ellos cuando yacían indefensos sobre camas de hojas verdes, sin nadie que los atendiera. Un cuchillo era su única protección contra el tigre salvaje, a menos que el hedor de la enfermedad mantuviera a los animales salvajes a cierta distancia.

Sus caras brillaron cuando vieron a sus amigos; pero había sólo tres. ¿Dónde estaba el cuarto?, preguntó la tripulación. Su respuesta fue, que durante la fiebre, en mitad de la noche, había corrido al río; escucharon un chapoteo y después nunca más vieron a su compañero; la corriente lo arrastró río abajo y se ahogó.

Uno de ellos aún estaba muy enfermo; los demás podían trabajar. Sus sitios usuales estaban en la parte de atrás de la canoa, pero como el olor de sus cuerpos era tremendo, los envié tan lejos como podían ir. Uno de ellos, llamado el padre de la tripulación, se sintió muy agraviado con esta orden y estaba dispuesto a desobedecerla, pero el capitán insistió y él se movió. Sus deberes eran más livianos donde se le envió y allí no estaba tan confinado entre nosotros y los hombres. La idea de que todos padecieran de viruela en esta pequeña canoa no era muy placentera. Constantemente estábamos a la expectativa de ver a otros enfermar.

Los primeros síntomas, como nos los describieron, eran fiebre con dolor en la espalda, los que duran tres días. Luego comienza el brote, con los labios inflamados. Al final de seis días la enfermedad ha alcanzado su punto culminante, cuando se decide si el caso es de vida o muerte. Después de seis días más comienzan a bañarse, si están lo suficientemente bien. Este es el curso que sigue la enfermedad cuando el paciente se queda en el monte, sin ayuda médica ni protección del clima.

Uno de ellos se ocupó en hacer un sombrero de pasto blanco, a manera de sombrero de panamá. Estaban encantados de subir a bordo y cuando remábamos, el que tenía el sombrero nuevo le contaba a la tripulación como lo habían pasado. El maestro de escuela nos transmitía lo que podía entender. La tripulación permanecía en silencio mientras que Sombrero de Paja estaba hablando, pero lo hacían continuar por medio de preguntas cuando él se detenía. Parecían muy afectados y, uno por uno, expresaron sus sentimientos por la pérdida del hombre desaparecido.

A las 9 a.m., como de costumbre, llegó la hora del desayuno. Termómetro, 76º, termómetro húmedo, 74º. Temperatura del agua, 71º. El lecho, cuando descendemos, está menos obstruido con madera flotante, troncos sumergidos y comejenes. Las riberas tienen tres pies de altura, los árboles son más pequeños y el viento, ligero del norte.

Dejamos atrás a un indio tendido en una hamaca que colgaba entre dos palos clavados en una ribera lodosa. La tripulación lo llamó y vio moverse la hamaca, que era nuestra única señal de que la pobre criatura estaba viva. Una de las canoas que encontramos lo había abandonado con viruela. El río inundado había alcanzado la parte de abajo de la hamaca la noche pasada y ahora el fuerte sol estaba brillando sobre él. El viejo capitán meneó la cabeza cuando quisimos que fuera y viera qué se podía hacer por el hombre. La tripulación remó rápidamente.

La playa aquí es lodosa. En la orilla del San Mateo, la playa era rocosa, con grandes y pequeñas piedras redondas, tales como las que se usa para pavimentar las calles. Después que llegamos debajo de la formación rocosa encontramos playas de arena blancas y grises. La riberas del río eran altas. Aquí tenemos riberas bajas y salen de las tierras arenosas y van a parar en el lodo. Por primera vez vimos un cocodrilo.

Las aguas de un arroyo, cuando éste crece de un torrente de montaña a un gran río, realizan la labor de un sistema de tamices. " tierra y las rocas se separan; las inundaciones en la estación lluviosa llevan las piedras, la arena y la tierra por la falda de los Andes. Las grandes piedras se arrojan a los lados del río, cuando éste llega a la base de las montañas, mientras que la tierra y la arena pasan. Finalmente, se separa la arena y se deposita en otro lugar abajo, y el lodo, a su vez, se asienta y deja el tamizador limpio. El agua en la desembocadura de un río lodoso es la más diáfana. Cuando el agua del río se encuentra con el agua Pesada y salada del océano, la corriente del río se detiene y es allí, cuando está detenida, que la suciedad se depura del agua lo más rápido posible; allí los navegantes cuidadosos están atentos a la barra a través de la desembocadura del río cuando ellos llegan desde el mar.

Las lodosas aguas de los ríos no parecen dispuestas a mezclarse con las aguas saladas del mar, antes bien las aguas saladas del océano hacen girar las aguas lodosas a un lado La otro de la desembocadura de los ríos, hasta que han depositado su lodo, y entonces el agua ya diáfana se une cordialmente al viejo mar salino. Cuando un gran río desemboca en el mar, si la corriente del océano fluye paralela a la costa y atraviesa la corriente del río en ángulo recto, la corriente del océano transporta todo el lodo y éste se deposita rápidamente en el fondo. Por medio del sebo del escandallo, los navegantes pueden decir, durante la noche o en medio de una neblina, en que lado de la desembocadura del río se encuentran al acercarse a la costa, siempre que estudien las corrientes del océano. Este, sin embargo, no es siempre el caso. Una corriente del océano, pasando por la desembocadura de un río navegable, no tendrá suficiente fuerza para ser de esta utilidad al marinero; pero éste si es el caso en un río muy importante de este continente. Donde se encuentra arena en el lado meridional y lodo en el lado septentrional de la desembocadura, aquella es arrastrada del fondo del mar, éste desciende de las tierras altas y es transportado por el río.

Mientras las inundaciones están trasladando constantemente el suelo, de las montañas a las tierras bajas y la tierra es empujada hacia el mar, sus olas están lanzando regularmente toda la tierra que ha obtenido al borde de la playa. Se ha notado que entre las corrientes de los ríos y las olas del mar, la tierra está aumentando.

Acampamos por la noche en el lado oriental del río, donde los tupidos árboles del bosque impidieron que obtuviera la latitud por medio de las estrellas. Esta es la primera noche clara que hemos tenido desde hace mucho tiempo. Dudo que, aun cuando las ramas de los árboles hubieran estado fuera de mi camino, los enjambres de mosquitos me hubieran permitido observar. Richards generalmente está alerta con un arbusto cuando las moscas de los arenales o mosquitos fastidian, pero éstos pican a través de los huecos en la bota de un hombre a pesar de sus medias.

Entramos al monte cierta distancia con la escopeta, justo antes de que oscurezca, y descubrimos que cuando dejamos el río los árboles se volvían más pequeños y, en algunos casos, la tierra estaba aún ahora cubierta de agua, alto pasto y cañaverales.

Las riberas de los ríos que fluyen a través de un suelo bajo, llano, recientemente formado, se alzan debido a los sedimentos, tanto que la superficie del agua, por momentos, está por encima del nivel general de las tierras cercanas a éstos. Cuando el río crece, fluye sobre las riberas e inunda las tierras lejanas.

Los árboles más grandes del bosque se encuentran inmediatamente en las riberas; las corrientes destruyen estos árboles frecuentemente y éstos son arrastrados río abajo. El tamaño de los árboles encontrados al salir de la desembocadura de un río no es suficiente para formarse una opinión de las características generales de un país. Cuando los primeros navegantes del Amazonas vieron grandes leños flotando afuera de la desembocadura del río, en cuyos tributarios nos encontramos, le llamaron "Madeira". Este hecho nos hizo a todos mirar alrededor en busca de los árboles más grandes del mundo, pero no se pueden encontrar aquí.

Después de la cena la tripulación se arrodilló a la luz de la luna en plegaria. El "Padre" anunció un himno y todos cantaron según las enseñanzas de la Iglesia Católica. Era una escena solemne. Sus voces resonaron sobre las aguas del río y a través del monte, hasta donde las fieras salvajes de la selva virgen escuchaban. Vestidos con "camisas«* de algodón blanco, se arrodillaron con los rostros levantados, orando con el sombrero en la mano. Pudimos ver sus semblantes, los que eran solemnes y serios, con una expresión de veracidad y una devoción honesta.

Habiendo terminado los rezos de la tarde, el capitán, un indio viejo, alto, de buena complexión, de aspecto noble, se paró y dio un discurso a los demás que estaban tendidos sobre el lado peludo de los cueros crudos en el suelo. Era un obituario, de cierta extensión, por el desaparecido miembro de la canoa. Este indio de facciones finas tenía las aptitudes naturales de un orador; era fluido y hablaba rápidamente. Cuando llegó al desenlace de su arenga, estaba agobiado por sus sentimientos y derramó lágrimas al hablar sobre las penosas noticias que les correspondía comunicar a la madre y a la viuda. Extendió su animoso brazo para señalar el remo del desaparecido hombre, como la última y única prenda que el padre dejó al hijo.

Cuando el capitán terminó, todos se dijeron "buenas noches" * (sic: buenas noches) y dormimos al lado del río.

Al amanecer, los monos empezaron su cháchara de costumbre. Estábamos perplejos ante la facilidad con que un feo y jovial indio, que busca troncos sumergidos bajo la proa, y que generalmente está tendido sobre su barriga vigilando por la proa, repetía palabras en inglés imitando a Richards. El maestro de escuela decidió que el idioma inglés le resultaba más fácil a esta gente que el español. "Nig", como Richards lo llamaba, era el bromista de la tripulación. Pronunciaba claramente cada palabra tal como se la decían y, sin embargo, este hombre era uno de aquellos que no podía hablar español, generalmente considerado lo más fácil de aprender. El idioma de estos indios suena como el alemán. Los yuracares hablan rápida y constantemente, como los franceses. El aymara suena como el inglés más que ningún otro. El quechua, tanto en el tono como en el acento de las palabras, corresponde al galés o al irlandés, los que he escuchado hablar.

Los indios arrastraron la canoa a la playa y por primera vez tomaron un baño total. Cuando pasamos una cruz que estaba en la ribera, la tripulación se quitó el sombrero; esto era una muestra de respeto por un amigo que había sido enterrado allí. Pasamos varias de estas cruces de madera; cerca de algunas de ellas crecían bananos. El viento es muy suave y generalmente del norte; la corriente de aire parece seguir el lecho del río hacia arriba. El río se ensancha hasta doscientas cincuenta yardas. Hallamos la corriente agarrándonos del extremo de un tronco sumergido en medio del canal, mientras medíamos la velocidad de la corriente usando la corredera. No teníamos ni ancla ni cadena.

Los indios observaban nuestro trabajo con cierto asombro y cuando Richards estaba lanzando su sondaleza con un escandallo de dos libras sobre ésta, el "Padre" le informó muy hábilmente que era inútil tratar de atrapar un pez de esa forma en el Chaparé. Sentimos mucho descubrir que el padre era un malhumorado y frecuentemente peleaba con los hombres el día. Hablaba español y siempre se dirigía a nosotros en ese idioma. El maestro de escuela decía que cuando un indio se convertía en el guía con pretensiones religiosas, invariablemente era un pleitista y arrogante en sus modales hacia los demás, que parecían tratarlo con desdén, excepto cuando llamaba para formalidades ceremoniales.

Hemos visto enlazar ganado en las pampas de Buenos Aires (sic) y en México, muchachos practicar este arte con pollos, pero hoy, "Nig", nuestro proel nos dio ese placer.

Un cocodrilo de buen tamaño estaba tendido cerca de la lodosa playa, con su cabeza justo sobre la superficie del agua. La canoa fue a parar en el cañaveral, unas cincuenta yardas más abajo. Un hombre cortó una gran caña, mientras "Nig", sonriendo modestamente, con los ojos cerrados y la boca abierta, sacó una soga de cuero de la parte de abajo del equipaje. Haciendo un lazo corredizo en un extremo, la colgó en la punta del palo y enrolló la soga alrededor del otro extremo, de manera que pudiera agarrar el palo y la soga en una mano. Se sacó la camisa*, se agachó dentro del río, donde podía caminar en el fondo con su mentón justo afuera del agua. El palo llevaba el lazo corredizo cerca de la superficie y "Nig" se movía lentamente hacia el cocodrilo, que parecía estar algo dudoso del resultado. Después de observar el ojo de "Nig" por un rato, desapareció; por el movimiento del agua era evidente que estaba escapándose. L»s hombres rieron, pero 'Nig" se detuvo; el río seguía pasando en silencio. En un momento la cabeza del cocodrilo apareció nuevamente casi en el mismo sitio, sólo que se mantuvo más altanero, al mirar atentamente a "Nig" en plena cara. Se movió lenta y seguramente hacia el monstruo del río y puso el lazo corredizo sobre la cabeza del cocodrilo; cuando saltó, parecía como si quisiera saltar a través del lazo. "Nig" dejó ir el palo y al hacerlo perdió la cuerda también y mientras el cocodrilo nadaba con un extremo de la soga, «Nig« nadó tras su extremo, para gran diversión de nuestro grupo. "Nig" alcanzó la cuerda y poniéndosela sobre su hombro, se acercó a la playa. Cuando el cocodrilo fue conducido al borde del agua, "Nig" sonreía al otro extremo de la cuerda en la orilla, mientras que el cocodrilo yacía quietamente esperando una bala de mi arma o un golpe del destral en la mano de un hombre. Pero estábamos decepcionados; "Nig" no tenía el peso para colgarse de la parte de abajo del lazo corredizo para mantenerlo bajo el agua, así cuando el cocodrilo saltó atrapó el lazo corredizo en su boca y, mientras "Nig" estaba sonriendo, con los ojos cerrados con deleite, el cocodrilo cortó la soga y se escapó.

Hay partes del cocodrilo cerca del espinazo que los indios comen. Es la única manera en que capturan cocodrilos aquí; sus flechas no penetrarán las escamas, que a menudo desvían una bala de rifle. He visto a la tripulación de un bote en México disparar una salva de balas de mosquete a un cocodrilo y no matarlo. Los cocodrilos aquí son mucho más pequeños que aquellos encontrados en los ríos de Tobasco (sic: Tabasco). Los indios hacen botones, abalorios, pájaros ornamentales y animales de sus dientes.

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