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CAPITULO V

Minas de plata de Sicasica-Productos de la Puna o Mesetas-Un e-xiliado de regreso a casa-Departamento de Oruro-Plata, cobre y estaño-Clima-Elaboradora de chicha*-Expedición fuera de la cuenca del Titicaca hacia la cuenca Madeira Plata-Departamento de Potosi (sic)-Población, clima y productos-Río Pilcomayo Casa de moneda-Comercio de azogue-Operaciones mineras defectuosas-Contrabando de metales preciosos-Datos estadísticos de la plata-Comercio con la Confederación Argentina-Puerto de Cobija-Desierto de Atacama-Ladera oriental de los Andes-Cumbres escarchadas y arroyos de aguas termales-Una lavandera Quina de subida hacia el Pacifico Sur-Departamento de Cochabamba-Aumento de criollos-Colonia inca de indios quechuas-Tormenta de granizo-Huertas-Higueras-Ciudad de Cochabamba-Hospitalidad de los comerciantes-El Presidente de Bolivia Y su gabinete-Propuesta comercial-Ministro brasileño-Presidente Belzu (sic: Belni)-Caballería e infantería-Armadura de las tropas bolivianas-Fuerza pública-Huertas de Calacala-Placeros-Río Mamoré-Poder legislativo-Ceremonia religiosa-Clima-Opinión de un obispo acerca de las consecuencias de la navegación a vapor-Ministros del gabinete-Recepción a un agricultor por parte del Presidente-Fuerte sacudida de un terremoto-Partida repentina del Gobierno Feria de Clisa-Comercio hacia la costa del Pacifico.

Después de cambiar nuestras mulas de carga en el pequeño pueblo indio de Ayoayo, Llegamos a un arroyo sinuoso, tributario del Desaguedero (sic), en el cual había un molino harinero, y arribamos a la casa de postas de Chicta, que se levanta solitaria como una casa de juguete en medio de esta planicie cubierta de prados. A las 5 p.m., 4 de diciembre de 1851, termómetro, 52º; termómetro húmedo, 42º. La vista de la puesta del sol sobre las montañas de picos nevados es sumamente hermosa. Un criollo, que tiene esposa y una numerosa familia de niños, maneja bien la casa de postas.

Trescientos indios explotan las minas de plata de los alrededores. En esta provincia, Sicasica, existen trescientas veinte minas de plata abandonadas. U, producción de las nueve minas que se explotan actualmente rinde ciertas ganancias, pero quienes están involucrados no hacen fortuna alguna. Se ha descubierto antimonio y carbón de piedra de buena calidad.

Aquí durante las noches frías, el rocío de los vientos húmedos se congela. No observamos rocío al oeste del Illimani.

A medida que avanzamos hacia el sureste los arbustos son más grandes; algunos de ellos tienen tres pies de altura. Crece musgo, además de los ramitos de pasto, de los cuales se alimentan las llamas, a medida que avanzan lentamente debajo de cargas de grano con dirección al molino harinero.

La escasez de vegetales parece producir intimidad entre los animales. Aquí las ovejas pastan en rebaños, exclusivos del ganado encornado o de los caballos, y la vicuña se mantiene apartada de todos; pero en lugares menos productivos, se encuentra a las vicuñas comiendo de la misma mesa mezquina junto con las ovejas y las llamas. Los animales que habitan en las atmósferas más elevadas se ven obligados a descender y mezclarse con aquellos que están más abajo.

La Puna parece ser la altura natural para las ovejas; allí medran mejor. La llama no lo hace tan bien. El lugar de la vicuña está entre estas dos distribuciones montañosas de vida animal. Aquí, el ganado encornado y los caballos se encuentran por encima de su ubicación, y medran mal. El puerco desciende y se zambulle en la parte baja que es sumamente lodosa; no podría satisfacer su glotonería en las planicies elevadas; con seguridad perecería por falta de comida, y nunca se le encuentra a tales altitudes, a menos que se le fuerce a subir.

La población está dispersa y se cultiva muy poco la tierra. La gente se abastece de granos y frutas provenientes de las cañadas de los contornos de la cuenca Madeira-Plata. Cambiamos de mulas de carga en el pueblo de Sicasica, un lugar floreciente en los tiempos de los ricos mineros, pero ahora un pueblo indio insulso y sin vida.

En la casa de postas de Oroma, en donde pasamos la noche, un grupo de caballeros se detuvo por mulas de carga. Estaban viajando de prisa, al ir uno de ellos con dirección a " Paz para reunirse con su esposa e hijos después de un destierro de dieciocho meses. Lo que sucedió fue que las opiniones políticas que expresó discordaron con las de aquellos que entraron al poder por la fuerza de los mosquetes. Sus amigos habían obtenido permiso para su regreso, asegurando que no volvería a ofender de la misma manera. Señaló en el mapa su vi* por la selva de la parte oriental de Bolivia y la provincia de Matto Grosso en el Brasil, y narró sus sufrimientos. No había tenido noticias de su familia, y desconocía hace poco, que aún estaban vivos. Se rió e hizo bromas sobre sus problemas, como si estuviera feliz por llegar a casa nuevamente.

Un sacerdote del grupo se sentó sobre el equipaje escuchando la conversación. Uno preguntó si el Presidente de los Estados Unidos enviaba fuera del país a aquellos que expresaban opiniones políticas contrarias a las suyas, y realmente pareció sorprenderle saber que en ocasiones casi la mitad de la nación no estaba de acuerdo con nuestro Presidente en todas la cosas, y que no se interfería con ellos.

Al cambiar de mulas en la casa de pastas de Pandura, llegamos a Caracollo, en el departamento de Oruro, que tiene una población de 8,129 criollos y 86,943 aborígenes. Este departamento ha producido una gran cantidad de plata.

La ciudad de Oruro, la capital y el pueblo más grande del departamento, tiene una población de 5,687 habitantes. Hace ciento veinte años, tenía una población de 38,000 habitantes, sin contar a los indios. Esta disminución se explica por el estado de las minas.

Hay mil doscientas quince minas de plata abandonadas cerca del pueblo, y no menos de doscientas minas de oro, la mayoría de las cuales contiene agua. Aún se explotan once minas de plata.

En la provincia de Poopo (sic. Poopó) se explotan quince minas de plata, y trescientas dieciséis están paradas; además de ellas se, explotan cuatro minas de plata en la provincia de Carangas, y doscientas ochenta y cinco están abandonadas. Cuando se descubre una mina, se da parte de ella y se le registra para ser
gravada. La ley exige que los mineros que buscan minerales de plata vendan el metal al gobierno a un precio determinado. Como los comerciantes están dispuestos a pagar más, la plata de Bolivia frecuentemente sale del país en barras. Es posible exportar oro pagando un impuesto del tres por ciento.

El plomo, hierro, antimonio, azufre, cobre y estaño abundan en este departamento; el estaño se encuentra en la superficie de la planicie.

El clima de Oruro es frío, y el suelo sumamente improductivo. En algunos lugares se cultivan papas, quinua y un poco de cebada. En la costa del Perú se utilizan llamas, alpacas, vicuñas, guanacos y pieles de chinchillos (sic: chinchillas) como objetos de intercambio por ron y vino.

De lagos poco profundos se recoge sal de cuatro pulgadas de espesor, y se intercambia por granos y flores. Los pastos son tan escasos que se cría poco ganado. Los burros al ser más económicos que los caballos se ganan la subsistencia en la planicie al transportar sal a las zonas ganaderas, o al viajar por las montañas cargados de plata y oro una distancia de ciento ochenta y tres leguas hacia el puerto marítimo de Cobija, en donde encuentran barcos de los Estados Unidos cargados de harina.

Cobija es un puerto libre de entrada, y los comerciantes envían por muchos artículos de comercio hasta allí, prefiriendo hacer eso a pagar derechos desde Arica al pasar por el territorio del Perú, Como el burro viaja muy lentamente, y el arriero indio por lo general acomoda su paso al del animal que lleva la carga, ésta necesita treinta y cinco días desde Cobija. Es difícil encontrar hombres dispuestos a hacer el viaje por aquella región árida.

Los habitantes de Corocoro en general estaban ebrios a nuestra llegada; ni el maestro de postas ni el gobernador aparecieron. Dos personas, suponiendo incorrectamente que estaban sobrias, pidieron nuestros pasaportes, diciendo que el gobernador estaba ausente, y que ellas eran las autoridades inmediatas en el mando. Uno de ellos encontró cierta dificultad para leer el documento.

Preguntó a José la razón por la cual no había,sido presentado en la casa del gobernador. José respondió que "era usual que las autoridades visitaran a los extranjeros". El hombre se enojó mucho e insultó a José. Al solicitársele que leyera nuestros documentos y que se fuera, dijo que "él no sabía si éramos gringos ingleses o franceses". Le señalamos las palabras "Los Estados Unidos"*; cuando, sorprendido, levantó la cabeza, saludó con una venía, y un toque de la mano en el sombrero, y dándonos las buenas tardes, se marcharon silenciosa y rápidamente. Menciono este hecho únicamente porque fue el único caso a lo largo de toda nuestra ruta en el que se nos presentó una dificultad personal con las autoridades; al tener que tratar con tantas, fue la única excepción a la cortesía y maneras serviciales - ocasionada posiblemente por algún artículo importado del extranjero.

El pueblo está en decadencia; se ve tan dilapidado, e igual que la región polvorienta e improductiva de los alrededores, que sí no hubiera sido por los campanarios de la iglesia y la chicha, habríamos pasado sin verlo. Un cura*, que viajaba con su sirviente, dejó el camino que tenía fijado y se unió a nosotros en busca de compañía. Había estado de visita en La Paz desde Sucre, la capital de Bolivia, con una remesa de la iglesia. A medida que cabalgábamos por las mesetas, solía señalar un terreno que excepcionalmente era plano, y decir, "Que hermoso lugar para una batalla entre dos ejércitos". El hombre que había cargado la remesa hacia La Paz trotaba a pie detrás de nosotros, y todos los días viajaba tan rápido y tan lejos como el cura* con su excelente mula de color bayo. Cada uno leyó el pasaporte del otro.

Al parar en la planicie en una pequeña cabaña, la única habitación a la vista, salvo una iglesia grande de piedra, preguntamos por agua; no había, pero una mujer gorda dijo que tenía chicha*. El cura* compró un galón por el mismo precio que otras personas pagan usualmente por una pinta. La mujer dijo que "ella misma había masticado el maíz para la chicha*"; así que teníamos el aparato de elaboración delante de nosotros, instalado sin ruedas o agua. Besó la mano del cura, y le pidió su bendición. Con una mano sobre la cabeza de la mujer y la otra ocupada con el cántaro de chicha*, pronunció una corta oración, tomó de golpe un trago de la bebida y montó su mula.

Ahora vamos rumbo al este; dejamos las mesetas y entramos a un desfiladero pequeño y estrecho en los Andes. Al caer el sol sobre las Cordilleras, los halcones van a descansar entre las rocas. Todo está tranquilo a medida que subimos cabalgando hacia una cabaña solitaria - la casa de postas de Condorchinoca; mientras el indio atiende nuestras mulas, su esposa cocina la cena, y su pequeño hijo juega con el perro de la posta. La noche está clara, serena y fría.

Al ascender la ladera occidental de los Andes llegamos a un manantial cuya temperatura era de 68º; el agua corre hacia el oeste. Ahora estamos por salir de la cuenca del Titicaca, que abarca un área de treinta y nueve mil seiscientas millas,cuadradas. Es una cuenca interesante; por todo su contorno se encuentra nieve, de la cual salen numerosas corrientes de agua que arrastran el suelo, como para mostrar que la tierra está hecha parcialmente de plata.

Si durante la estación lluviosa una cantidad inusual de agua cae copiosamente en el lado meridional, el arroyo grande que cruza hasta la parle baja corre hacia el norte; pero por lo general, la mayor parte de agua entra por el lado septentrional, de manera que el agua casi siempre corre hacia el sur. Su clima puede ser saludable, pero no es hospitalario para el hombre.

En algunas partes de esta cuenca medran ovejas y vicuñas, y se consideró que en ella las llamas se manifiestan en mejores condiciones que en cualquier otra parte. Nuestras observaciones demuestran que ellas y las ovejas de los alrededores del valle de Juaja (sic), en el Perú, son superiores.

La riqueza mineral de la cuenca del Titicaca es extraordinaria, pero sus productos vegetales son muy pocos para el sustento de su población actual, que trabaja en la extracción de metales, y que saca de la cuenca Madeira-Plata muchas de las cosas necesarias para vivir, y depende de países del extranjero en cuanto a manufacturas.

Un cielo claro y de un azul intenso abre el día; pero al brillar el sol tropical sobre los blancos contornos de la cuenca, evapora tantos pies de nieve al año, que las nubes que se forman diariamente parecen ocultar a los habitantes del resto del mundo.

La lengua y el pueblo aymara estimulan la imaginación a favor de la creencia de que su historia es de una época anterior a la de los quechuas, y más interesante para aquellos que buscan, en las profundidades de tiempos remotos, el conocimiento del origen de las razas humanas aborígenes de esta parte de la tierra.

Hay una peculiaridad en la cuenca del Titicaca, la cual advertimos, pero no podemos aclarar - el viento sopla todo el año desde el este sobre el lago, mientras que en las planicies es variable y gira violentamente. El agua parece atraer al viento, y mantenerlo en activo movimiento.

Al subir serpenteando los Andes lentamente, encontrando manadas de llamas cargadas de harina, vemos que los estratos de las rocas apuntan hacia el este con un ángulo de 45º. Al llegar a la cima de la enorme cordillera, los estratos son perpendiculares; y en la ladera oriental se inclinan hacia el oeste, también con un ángulo de 45º;.

Ahora observamos la cuenca Madeira-Plata, pero antes de entrar a ella nos volvemos para contemplar, desde estos picos elevados, la parte sur de la cuenca del Titicaca.

Desde la línea de los veinte grados de latitud sur, el agua que corre hacia el norte pertenece a la cuenca del Titicaca y la que corre hacia el sur se dirige hacia la gran cuenca de La Plata. Estas son las aguas del río Pilcomayo, que desembocan en el Paraguay entre los 25º y 26º de latitud sur , después de atravesar más de seiscientas millas de longitud.

El Pilcomayo es un río de vertiginosa corriente, con cascadas y un lecho rocoso, al igual que el Beni. Parece que no es navegable para barcos de vapor en el territorio de Bolivia. Este río nace en el departamento de Potosi (sic), que se encuentra entre Oruro y la Confederación Argentina, y tiene una población de 83,296 criollos de ascendencia europea, y 164,609 indios aymaras.

La ciudad, ubicada en la base del célebre Cerro de Potosi (sic) - el hermano rico de Cerro de Pasco, en el Perú - tiene una población de 16,711 habitantes.

En el Cerro de Potosi (sic) y sus alrededores hay veintiséis minas de plata en explotación, y mil ochocientas están paradas. Además de las cuales, las cuentas del gobierno nos muestran que en las provincias de Porco, Chayanta, Chichas y Lepiz existen tres mil ochenta y nueve minas de plata que han sido abandonadas, y que ahora sólo hay sesenta y cinco minas en explotación. En tiempos pasados el departamento de Potosi (sic) provocaba la envidia del mundo. Se encontraba mineral de plata brotando en la cima del pico; se seguía la veta debajo del nivel del agua, cuando se le abandonaba y se buscaba una nueva. La explotación se realizó de esta manera hasta que quedaron pocas vetas nuevas. Ahora la gente está excavando en la base del pico, esforzándose por descubrir la veta que está debajo, en donde se dejó intacta su riqueza. Este es un negocio costoso y algunos han abandonado el proyecto, después de una entrada infructuosa al mismo centro de la montaña, con fuertes pérdidas.

Hay una casa de moneda en Potosi (sic), en donde el minero encuentra un mercado inmediato para la plata y el oro. En el año 1849, recibió y acuñó un millón seiscientos veintiún mil quinientos treinta y seis dólares en plata, y once mil novecientos ochenta y cuatro dólares en oro.

El gobierno compra azogue para canjear con el minero. Es un hecho singular que, mientras las ricas minas de azogue de Huancavelica están tan cerca, Bolivia importa anualmente doscientas mil libras de este importante mineral líquido, en cántaros de hierro, desde Inglaterra, alrededor del Cabo de Hornos, y cruzando por las Cordilleras, ciento cincuenta y ocho leguas desde Cobija.

Debido al aparato defectuoso que se utiliza para separar el azogue de los minerales de plata, el desperdicio del metal importado es enorme. Cinco mil libras de mineral, que producen ciento cincuenta libras de plata pura, requerían cuatrocientas cincuenta libras de azogue para la amalgamación; de las cuales, me dijeron, se perdían no menos de cien libras. Un quemador simple de hierro fundido para plata, o un aparato de destilación, ahorraría probablemente la mitad de este desperdicio e indudablemente mucha mano de obra - siendo tanto la mano de obra como el mercurio las partidas más costosas en la lista de gastos del minero.

Se supone que cada año sacan de contrabando una gran cantidad de plata de Bolivia. El minero entrega una barra a la casa de moneda, mientras que con otra le paga al comerciante la ropa, el ron, la coca, etcétera, para el uso de los trabajadores indios, de quienes obtiene una ganancia en el negocio de venta al por menor.

Es difícil obtener un cálculo exacto de la cantidad anual real de plata y oro que se saca de las minas de este país. La siguiente tabla, tomada de las cuentas del gobierno, puede resultar interesante. Es la producción que hubo cada cinco años de estos dos metales:

De 1800 a 1806 $ 21,186,460
1811
16,288,590
1816
10,789,816
1821
9,749,350
1826
9,089,787
1831
9,784,620
1836
9,848,342
1841
9,678,420
1846
9,789,640

Por mucho que falte el producto anual, esta tabla muestra a simple vista la disminución bajo el actual sistema de explotación de minas,

El clima de la ciudad de Potosi (sic) es frío y desagradable, al estar a una altura de más de catorce mil pies por encima del océano. Hay menos productos vegetales en sus alrededores que en las planicies de Oruro. Las llamas, alpacas, vicuñas y guanacos, son grandes y valiosos.

En las montañas se encuentra sal de piedra en grandes vetas. Brotan pequeños manantiales de agua que descienden hacia la cuenca de La Plata, uniéndose en ríos que arrastran de la tierra la plata, oro, cobre, estaño y piedras preciosas. Estos ríos corren rápidamente hacia la base de las Cordilleras; allí al encontrar planicies expandidas, forman lagos, que se evaporan y dejan una capa de sal. Numerosos ríos, que siguen su camino para unirse entre ellos, finalmente se abren camino intrépidamente a través de los Andes, en donde se vuelven lo suficientemente grandes como para albergar cardúmenes. Entonces se encuentra al indio plantando maíz y papas; sembrando trigo, cebada y alfalfa; criando ganado encornado, ovejas y caballos. El compra sal al hombre de las tierras altas y le da pescado salado a manera de pago o recibe dólares fuertes de plata a cambio de carne de res, de carnero y harina.

Cerca de estos tributarios del Pilcomayo, en su cabecera, el indio planta caña de azúcar y café. Los árboles del valle dan sombra a su cabaña de madera, y su puerta está decorada con plantas de chirimoya y granadilla.

El Pilcomayo es un río lodoso. Se desliza a lo largo de la base de una cordillera, que se extiende hacia el Brasil, como si estuviera buscando una desembocadura hacia el sur antes de dirigirse al río Paraguay, así como el Beni corre hacia el Madeira.

El departamento de Potosi (sic) importa anualmente de la República Argentina alrededor de cinco mil mulas, ochocientos caballos y cinco mil burros, más tres mil cabezas de ganado vacuno. Una mula vale veinte dólares, un caballo quince, un burro seis, y las reses vacunas diez dólares la cabeza.

También entran riendas para bridas, estribos, sudaderos, jabón y tabaco, por los que se paga a cambio con plata.

Las pieles de chinchilla valen siete dólares la docena; los cueros, dos dólares cada uno; el café de Yungas, veinticinco dólares el quintal de cien libras; la lana de oveja, doce dólares; la lana de alpaca, treinta dólares; el estaño, doce dólares; el cobre en barra o puro, dieciséis dólares con cincuenta centavos; el chocolate de Yungas, veinticinco dólares; y las pieles de vicuña, cuarenta y tres centavos y tres cuartos.

Anualmente se importan de la costa del Pacífico, sedas, mercaderías de lana y algodón por un valor de seiscientos mil dólares.

El comercio exterior con Potosi (sic) se realiza principalmente a través del puerto de Cobija. El camino atraviesa el gran desierto de Atacama, al cual llaman "Departamento Litoral"*.

Entre las elevadas y áridas Cordilleras, resulta difícil para el arriero de burros subir por los caminos escarpados, o descender a las cañadas profundas, en donde en pequeñas llanuras se encuentran unas cuantas vicuñas o chinchillas, y se detienen a alimentar a sus fatigados animales. Algunos de estos pastizales o "portreros"* (sic: potreros) - tal como los llaman - están habitados por indios, quienes cultivan la tierra, y son atentos con las personas que llevan manadas de mulas de Chile con dirección al Perú.

Crían un poco de ganado vacuno y unas cuantas ovejas, y los indios guían corrientes de agua sobre las vetas de sal, las cuales ayudan a refrescar y engordar su ganado vacuno.

En las cañadas a través de las cuales corren los tributarios del río Loa hacia el Pacífico, se produce, haciendo uso de la irrigación, un poco de cebada, maíz, papas y árboles frutales; en cualquier parte de estas regiones áridas donde estos indios puedan conseguir un poco de agua, son capaces de lograr una cosecha de alguna cosa que pueda ser utilizada.

En tiempos pasados, se explotaban minas de oro en Atacama, en la ladera de las Cordilleras que da al Pacífico; también se encuentra allí plata, hierro y cobre de excelente calidad.

Antes de que los europeos descubrieran la región, los incas conocían el guano que se halla a lo largo de la costa y lo usaban para abonar la tierra.

Despidiéndonos de la ladera de los Andes que da al Pacífico, entramos a la pequeña aldea de Challa para pasar la noche. La única cosa llamativa a la vista era una torre de gran tamaño, que tenía una iglesia pequeña anexada a la parte inferior, construida de barro y piedra. El lugar tiene un aspecto miserable, sin embargo, los indios se ven alegres y tienen una piel más clara. Algunos de ellos hablan quechua. Le dijeron a José que no había más indios aymaras hacia el este de donde estábamos.

9 de diciembre de 185 1. - A las 7 a.m., encontramos abundante escarcha sobre la tierra. Termómetro, 41º; termómetro húmedo, W. Esta observación se realiza en el mismo contorno de la cuenca Madeira-Plata. El agua corre hacia el este de donde estamos parados.

Toda la región se levanta en formas confusas y abruptas, y no la habitan hombres ni bestias. Unas rocas enormes se hallan libres y limpias de tierra. No se ve un solo arbusto vivo La hoja verde, tampoco un solo pájaro en el aire. El día está tranquilo y cálido.

El sol radiante brilla sobre el lado oriental de los picos, y en la sombra, sobre el lado occidental, hay escarcha. Cuando el sol pasa el meridiano, la escarcha desaparece hasta después de que anochece, cuando se le ve primero sobre el lado oriental. Mientras el sol realiza su recorrido hacia el sur, y cae la lluvia, puede encontrarse escarcha en la parte baja más profunda de las cañadas y valles; el viajero pasa encima de la escarcha que hay por el camino, y ésta permanece todo el día sobre las cimas de los Andes.

Al descender por un camino escarpado y sinuoso, nos sorprendió la súbita aparición de flores, sembrados de grano, indios quechuas, y el aire más delicioso que jamás habíamos respirado. Bajándonos de nuestras mulas, fuimos detrás de ellas a pie. Una temperatura agradable hace que un hombre desee encontrar suelo firme nuevamente.

Al mediodía, el termómetro se mantuvo en 66º a la sombra. Un pequeño arroyo que destilaba sobre unas rocas, cubiertas con un légamo verde, tenía una temperatura de 107º. Uno que desembocaba en él, con una temperatura de 70º, tenía una capa de color rojo herrumbroso sobre las piedras. Las aguas mezcladas de los dos mostraban una temperatura de 104º.

Una india lavaba ropa en el agua que estaba más que medio hirviente. Después de restregarla sobre una piedra lisa, sacaba retorciendo el jabón argentino en el arroyo más frío, y la hacía colgar para que seque en el sol tropical sobre un pequeño arbusto, bajo la sombra del cual se sentaba sosegadamente. Su refajo era notoriamente nuevo. Como nosotros observábamos atentamente ciertas letras que resaltaban sobre el paño, las cuales eran "LoweIl", pareció algo sorprendida, y se rió como si nos considerara muy curiosos al estar examinando tan minuciosamente la vestimenta de una mujer. Sus aretes eran de oro; una cruz de plata colgaba alrededor de su cuello con un cordón de lana de vicuña. El anillo negro de madera que tenía en su dedo estaba tallado en la madera más dura y oscura que crece al este de donde estamos. Sobre la parte superior de la cabeza lleva una pieza doblada en dos de una tela gruesa de color escarlata para protegerse de los rayos de sol, la cual utiliza en las noches para cubrir sus hombros, que ahora están descubiertos. Tiene envidia de nuestros sombreros de paja, y dice que es mezquindad el no darle uno. Usa zapatos y medias sólo los domingos, cuando va a misa; los mismos que son de fino cuero negro y de seda respectivamente. Su lengua es el quechua. Cuando los sabios incas subyugaron a la tribu aymara colonizaron la región situada al este de ellos, enviando a los quechuas por el territorio aymara para rodear a aquellos a quienes nunca se les enseñaría una lengua extranjera, y quienes tampoco renunciarían a la suya.

Mientras que José disfruta de un corto flirteo, sacamos nuestro mapa y encontramos que la mujer estuvo lavando sus prendas de vestir en el nacimiento del río Mamoré; ella está metiendo sus dedos en la cabecera principal del gran río Madeira.

Al descender por el lado del arroyo tibio, encontramos una manada de sesenta mulas briosas, con cargas pesadas sobre sus lomos. Subían corriendo por el camino, impacientándose y tambaleándose debajo del peso; al quedarse sin aliento, hacen una parada, y fuego vuelven a subir trepando con dificultad.

Nos detuvimos, y tuvimos una conversación con los arrieros*; eran de Cochabamba, iban con destino a Arica, en el Perú, con ciento ochenta quintales de quina de la provincia de Yuracares. Hacen el viaje a Arica en aproximadamente doce días cruzando por ambas cadenas de montañas.

Llamando en voz alta a sus mulas, avanzan lentamente colina arriba. Para ellos era un trabajo difícil el llegar a la costa del Pacífico Sur con su corteza, mientras que las jabonaduras de la india pasaban saltando cerca de nosotros, sobre el arroyo que se precipita hacia el Atlántico Norte.

Al ganar la base de las montañas, entramos cabalgando al bonito pueblo de Tapacari (sic: Tapacarí). Las elevadas torres de las iglesias apenas se veían por encima de las copas de los sauces de un color verde intenso. Los duraznos estaban semimaduros en las huertas, y nuestras mulas que estaban cansadas pidieron comida ansiosamente al pasar un burro con una carga de alfalfa verde recién segada con la hoz de los indios. A las 3 30 p.m., termómetro, 72º; termómetro húmedo, 60º; nubes cúmulo.

La gente es más blanca que aquella que hemos visto últimamente, tanto que algunos apenas parecen indios. Están vestidos con ropa delgada. Las mujeres usan volantes alrededor de sus cuellos, y las partes bajas de sus vestidos las bordan caprichosamente con sus propias manos.

Esta es la tierra de la chicha*; las cañadas parecen estar inundadas con ella. La gente pasa rápidamente a caballo, gozando y divirtiéndose por las cercanías. El maestro de postas, un viejo sumamente cortés y atento, atendía su negocio mientras que participaba en la jarana. Evidentemente tenía su parte de chicha*, la cual le hacía mostrar la falta de dientes cuando se reía. Su esposa, una de las que ayudan a mantener el mundo en equilibrio, nos cocinó una comida muy buena. Tenía siete hijas bonitas, pero como nuestras mulas frescas estaban cargadas seguimos adelante.

Las calles del pueblo son muy estrechas, están pavimentadas y limpias. Las casas son pequeñas, y están bien llenas con familias numerosas, que son tan alegres y se ven tan felices, que nos vamos con pena.

La cañada es estrecha; en medio del lecho seco del río corre un arroyo pequeño. La lluvia cae copiosamente en la estación debida, y las laderas de las colinas adquieren la forma de badenes profundos. El contraste entre las colinas y las montañas áridas y yermas, y el pequeño valle verde y alegre, es enorme. Pero lo que llama nuestra atención son las multitudes de niños; algunos están durmiendo sobre las espaldas de sus madres, otros se cuelgan perezosamente al frente; gatean cerca de las puertas, y detuve mi mula ya que un chiquitín desnudo hacía pininos a la manera de una tortuga por la calle.

Los indios tienen buen aspecto; sus formas son rectas y bien desarrolladas, Los criollos son más numerosos y abiertos en su forma de ser. Los efectos del clima y las provisiones en la gente son admirables, y sorprenden bastante al viajero.

Estamos en el departamento de Cochabamba, que tiene una población de 231,188 criollos y 43,747 indios quechuas. Se observará que la proporción entre las dos razas está invertida, cuando se compara con la población de los departamentos que están a mayor altura que nosotros en los Andes. Los españoles han cruzado por las montañas, hacia el este, para encontrar aquí un clima más agradable que en otras partes de Bolivia, y se deleitan con las frutas y flores.

En la provincia de Arque, a poca distancia al sureste de donde nos encontramos, hay tres minas de plata en explotación, y cien están abandonadas, además de varias que han sido dejadas en la base de estas montañas.

Después de unos cuantos truenos por las alturas, al norte, unas nubes espesas se doblaron sobre nuestras cabezas, y cayó una lluvia incesante de pedriscos del tamaño de unas arvejas. Las mulas corrían de un lado a otro con nosotros como si las estuviéramos golpeando sobre sus cabezas. En el momento en que se levantaba una ligera brisa, dirigían sus colas hacia ella y permanecían con sus narices cerca de la tierra. La lluvia que acompañaba el granizo se congeló en las cubiertas de nuestros sombreros y en nuestros ponchos de caucho, mientras que el granizo batía con ruido de matraca al golpear sobre nosotros. Un pedrisco que cayó sobre la punta de mi bota me dejó un dolor que sentí hasta una hora después. Los relámpagos destellaban justo en medio de nosotros, mientras que los fuertes truenos bramaban por los valles como el ruido de un cañón de potente calibre. Pronto brilló el sol, la tormenta se disipó y todo estuvo claro nuevamente. Parecía el final de un invierno agradable.

Como nos sorprendió la noche, nuestra senda, aunque plana, era difícil de encontrar entre la arena y el cascajo del lecho del río. Cerca de algunas cabañas de indios, los oímos cantar y tocar una pequeña guitarra. Rara vez oímos cantos por las montañas. José estaba delante con el equipaje, y cuando la brillante luna se levantó por encima de las bajas colinas delante de nosotros, descubrimos que habíamos tomado el camino equivocado. Los indios nos corrigieron pronto; estábamos casi con los huesos molidos por el trabajo del día, al descender los Andes, pero disfrutábamos la tranquila noche de verano. El cuerno de nuestro postillón nos indicó que habíamos llegado a la casa de postas de Zizque.

A las 8 a.m., termómetro, 70º; termómetro húmedo 61º. La diferencia entre esta temperatura y aquella del día de ayer por la mañana a las 7 a.m., en las montañas, es para el aire 29º, y termómetro húmedo 25º. Frescos manantiales de agua dulce brotan a lo largo del borde de unas pequeñas praderas verdes; un ganado vacuno excelente se alimenta bajo la sombra de enormes sauces. El maestro de postas tiene un buen caballo, y su casa está rodeada de higueras cargadas de frutos. Al lado de un arroyo pequeño las agachadizas levantan vuelo. Las tórtolas y los pichones se arrullan entre los árboles y arbustos, mientras que el gallinazo remonta por encima de las cumbres de las pequeñas colinas que están cerca de nosotros.

El camino es estrecho pero plano. Por un lado tenemos el maíz listo para el segador; mientras que por el otro, recién está asomando en la tierra; más allá, en un campo, los indios están plantando maíz, y otros están recolectando su cosecha. La cebada y el trigo producen cabezuelas grandes y abundantes granos; las legumbres parecen ser las favoritas. Unas gallinas viejas corren por los sembrados de maíz con sus familias, mientras que los gallos españoles se alistan en el camino delante de nosotros para una pelea.

Bajo una arboleda de higueras, que son enormes, un grupo de alegres muchachas indias estaban sentadas, cosiendo, hilando y bebiendo chicha* con sus novios.

El 10 de diciembre de 1851, entramos cabalgando a la hermosa ciudad de Cochabamba, que tiene una población de 30,396 habitantes, y está ubicada cerca de la ladera sur de una cadena de montañas, que sobresalen del tronco principal de los Andes, a los 17º de latitud sur, y se extienden a la cuenca Madeira-Plata, a lo largo de doscientas millas en una dirección este cuarta al sureste, separando a este valle del de Yungas.

Como el prefecto recientemente designado estaba enfermo y en cama, con fiebre y escalofríos, y su familia aún no estaba en su propia casa, nos vimos obligados a buscar alojamiento en la casa de postas. No había hotel alguno, y nuestras cartas de presentación eran para el prefecto. Teníamos horror a la casa de postas, que usualmente no es tan habitable en una ciudad grande como lo es en el camino, y pensamos que sería mejor regresar al campo y armar nuestra tienda de campaña debajo de las higueras. Pero los postillones y las mulas parecían cansados, así que los dejamos ir adelante por las calles bien pavimentadas.

Las casas están perfectamente pintadas y algunas tienen una altura de tres pisos, con un aire de respetabilidad en el lugar que nunca pensamos encontrar. Las calles estaban atestadas de gente de todos los tipos y tamaños, y casi todos parecían estar ocupados. La enorme plaza estaba decorada con unos sauces viejos y bonitos.

Al llegar a la casa de postas encontramos a una mujer miserable y a un niño, sus únicos ocupantes. Apilaron nuestro equipaje en un rincón de la habitación . El niño levantó una polvareda terrible al barrer la habitación y echar fuera a los pollos, que ponían huevos en los rincones, y descansaban en la mesa de centro. Nuestros postillones se despidieron de nosotros, y se puso a nuestras mulas en un corral que estaba cerca. " mujer cocinó un poco de chupe* de carne de carnero y papas. Estábamos cansados, quemados por el sol y muy fastidiados con nuestra situación.

Sobre una plataforma, construida de adobe, extendimos nuestras frazadas. Después de un intento infructuoso por dormir sobre dicha cama de ladrillos secados al sol, me levanté y encendí un fósforo para poder ver a ciertos ocupantes groseros y no invitados que estaban en la posta*, quienes se estaban familiarizando demásiado con nosotros, y encontré que eran piojos de pollo, garrapatas, chinches y pulgas. Resultaba difícil decir cual especie predominaba. No hubo descanso para el cansancio aquella noche. Richards daba vueltas y se movía de un lado a otro mientras dormía, como si sus ladrillos estuvieran horneándose. Por lo general me fijo en José en busca de información acerca de puntos en los cuales él ha tenido alguna experiencia. Al mirar afuera en la noche iluminada por la brillante luz de las estrellas, encontré al viejo durmiendo profundamente en el corral del establo al pie de las mulas. Había sacudido sus frías frazadas en el aire frío y se había enrollado en ellas, donde los insectos no irían.

Después de un tiempo considerable, el amanecer llegó para mi alivio; con una aplicación de agua fría y un cambio de ropas, me libré de los pequeños y horribles bichos molestos para el hombre.

Después del desayuno caminé por la ciudad. Las calles están trazadas en ángulos rectos. En el lado sur de la plaza principal se levanta una catedral enorme, y al frente de ella el palacio ocupa todo el lado de la cuadra. Es notable por su primoroso aspecto, siendo muy superior al palacio de Lima. Las damas también son hermosas. Al centro de la plaza hay una fuente que se alimenta del agua que proviene de un pico nevado de la cordillera que está a la vista. Por el aspecto de las casas y tiendas, indudablemente, debe haber aquí riqueza para un pueblo del interior.

Yendo de un lado a otro mirando a la gente, llegue a una esquina donde había una tienda de apariencia inusualmente limpia, y en cuya puerta se hallaba un caballero de aspecto inteligente, que parecía ser un extranjero en este país. Era un alemán. La casa pertenecía a un francés, de quien había oído. Tan pronto como se enteraron de que yo venía a hacer un examen de los ríos, llamaron a unos hombres para que fueran a traer nuestro equipaje y las mulas, y de inmediato estuvimos hospedados cómodamente. El caballero francés había estado muchos años en Bolivia, estaba casado con una cochabambina*, y lo rodeaba un hermoso grupo e críos, quienes se rieron mucho de nuestra aversión a las pulgas.

El río ubicado entre las montañas y el pueblo es un tributario del Mamoré. Corre alrededor del pueblo, y después de deslizarse cierta distancia a lo largo de la cordillera hacia el sur y el este, pasa alrededor de las montañas, y entra hacia el norte desembocando en el Madeira.

El Presidente de Bolivia con su gabinete, estaban aquí de visita, y se irían en breve, protegidos por una numerosa escolta de tropas regulares. Como no había mucho tiempo que perder, me ocupé de inmediato en la preparación de una propuesta comercial para el gobierno. Un ministro brasileño había concluido un tratado de límites y navegación entre su país y el Perú. Ahora estaba esperando la acción de este gobierno en Sucre, la capital, con el propósito de asegurar el uso de los ríos navegables de Bolivia sólo para los brasileños. Decidí solicitar el derecho y el privilegio de navegar los ríos que corren por el territorio de Bolivia en barcos de vapor La otras embarcaciones.

El domingo en la mañana, conforme a lo acordado, dos comerciantes influyentes de la ciudad me acompañaron al palacio.

Los soldados que hacían ejercicios en la plaza eran hombres jóvenes, de aspecto animoso y bien disciplinados, aunque de baja estatura. Eran de contextura gruesa y casi todos mestizos, excepto los oficiales, quienes eran blancos. Sólo había un negro entre ellos; era el tambor mayor, y el hombre más grande del regimiento. Los oficiales se paseaban perezosamente por las puertas del palacio en uniforme de gala, abotonados hasta la garganta, y se veían tan incómodos como los soldados en su gruesa indumentaria para pasar la revista de tropas de los domingos.

Al entrar a un patio grande, y subir por una escalera de piedra, llegamos a un balcón, en donde dos oficiales en uniformes costosos se levantaron y saludaron. Al entrar a una sala grande, bien alfombrada y provista en un extremo de cortinas con los colores nacionales - rojo, amarillo y verde - que colgaban sobre los lados de un sillón grande, delante del cual había una mesa pequeña, un oficial de mediana edad, alto y elegante se levantó de su asiento en uniforme de gala, con una gorra de terciopelo bordada en oro que bajaba sobre sus cejas. Dicho caballero era su Excelencia, Capitán General Manuel Isidoro Belzu (sic), Presidente de la república de Bolivia. Después de estrecharnos las manos y ser invitado a tomar asiento en el sofá, le dije: "Que siendo el deseo del Presidente de los Estados Unidos, un intercambio de productos más activo entre las dos Américas, yo tenía la esperanza de que pudiera encontrarse una ruta más directa entre los Estados Unidos y Bolivia que la de Cabo de Hornos". A lo que el Presidente respondió que: "El había oído de mi llegada a La Paz, y le complacía verme". "mi país", dijo, "está en su infancia. Estaré sumamente complacido de combinar esfuerzos con los Estados Unidos, porque todos somos americanos. Usted puede contar conmigo para ayuda y asistencia en su empresa." Al entrar unas personas en uniforme, nos levantamos a fin de despedirnos. Sin embargo, antes de hacerlo fui presentado al Ministro de Guerra, quien era un soldado cuya apariencia indicaba que era de mayor edad que el mismo Presidente.

Al preguntar cual fue la causa de las heridas en el rostro del Presidente, me contaron que en septiembre de 1850, invitaron a Belzu (sic) a dar una caminata por la alameda de Sucre. Un amigo lo convenció para continuar más allá del paseo habitual, en donde se encontraron con unas personas montando a caballo, cuyos pistoletazos hicieron caer a Belzu (sic), habiéndole entrado tres balas en la cabeza. Los rufianes escaparon del país; el amigo fue fusilado en la plaza del capitolio antes de que Belzu (sic) estuviera lo suficientemente restablecido como para interferir en su nombre. El plan estuvo bien trazado, y tan seguros estuvieron los asesinos premeditados de que los días de Belzu (sic) habían acabado, que se fueron cabalgando, dejándolo en el suelo, gritando "viva Ballivian"* (sic: Ballivián), un ex presidente, de quien en aquel tiempo se sabía que deambulaba por la línea fronteriza entre Bolivia y la república Argentina.

Dicho intento de asesinar a Belzu (sic) lo hizo ser el más popular. El país sabe que su escape fue Providencial, y que él había sido perdonado por el bien del pueblo.

Al volver a cruzar la plaza, mil soldados de caballería estaban esperando órdenes. Los caballos pequeños, pero briosos, estaban en buenas condiciones. Los hombres, también, son más grandes y forman un grupo de muchachos de apariencia más intrépida que aquellos de la infantería que vimos; cada hombre usaba una capa pequeña de color escarlata, y al observar minuciosamente encontré que cada uno de ellos tenía petos de armadura de latón, tales como los que se lee fueron utilizados por los antiguos.

Visitamos a los diferentes ministros del gobierno, los cuales son tres, según la última constitución. Sus familias están con algunos de ellos, y los funcionarios del gobierno viajan por el país con el Presidente. Una parte del ejército permanente marcha adelante, y otra parte en la retaguardia, a medida que la administración va serpenteando por los estrechos caminos que atraviesan los Andes. La artillería no viaja, ya que los caminos son demasiado estrechos y accidentados como para que el cañón pase sobre ruedas. Podría llevarse de Oruro al Cuzco por la cuenca del Titicaca, ya que allí la región es plana, y podría construirse una vía férrea sin muchos gastos en puentes o cortes a través de las colinas.

Las armas que utiliza este ejército son antiguos mosquetes de pedernal para torres, a los que mantienen en malas condiciones. La caballería tiene una carabina corta colgada a la montura, y llevan una lanza que mantienen muy brillante y afilada, a la cual atan una pequeña bandera en forma de cola de golondrina. Ellos maniobran al sonido de la corneta; cuando están en movimiento el ruido que hacen las enormes espuelas y los bocados de las bridas no suena diferente al del carretón del buhonero de latas. Los caballos no están bien adiestrados a un trote regular, y algunos de los hombres son malos jinetes; todos se retrepan, como si cabalgaran colina abajo todo el tiempo. No había mucha disciplina entre la caballería, a no ser que fumar cigarros de papel y beber chicha* sean reglas para el adiestramiento de la caballería. A las mujeres les gustan los soldados de caballería; ellas forman una multitud al reunirse para mirar. Algunas de ellas traen chicha*, y de la manera más audaz introducen secretamente entre los caballos un cántaro o un fósforo para un cigarro. La población de Cochabamba está compuesta de aproximadamente un hombre por cada cinco mujeres, o más cuando viene el gobierno. Hay un número inusual de bodas, ya que se cree que las bellezas de Cochabamba superan a aquellas de otros pueblos del país.

La fuerza pública de Bolivia está compuesta de un ejército permanente, una guardia nacional organizada, o milicia, y una policía. El ejército permanente consta de tres mil hombres, con un oficial por cada seis soldados. Los indios no son enlistados, al ser considerados los agricultores del país.

Bolivia tiene una población de aproximadamente un millón quinientos mil habitantes; más de la mitad son indios, así es que hay un soldado en el ejército permanente por cada porción de menos de doscientos cincuenta criollos. El costo para mantener este ejército no es menor de un millón de dólares al año, que se sacan del trabajo de los aborígenes. Este es un impuesto fuerte, cuando se considera que el valor de las exportaciones, de plata y oro exclusivamente, no están por encima de los quinientos mil dólares al año.

La milicia organizada, de aproximadamente veinte mil hombres, está lista para defender a su país, y cuando se le hace entrar en acción lucha valientemente. Aquellos que son nativos de los Andes tienen una ventaja sobre los soldados de las regiones más bajas, al ser capaces de esforzarse en una atmósfera que les es natural. Cuando los hombres que viven en las tierras bajas viajan a una altura de quince mil pies por encima del nivel del mar, se dan por vencidos por falta de aliento, y se tienden inofensivos en el suelo, mientras que el soldado boliviano fuma su cigarro de papel con comodidad, y se ríe de la imprudencia de su enemigo.

Visitamos a la familia de un compatriota, la viuda y dos bellos hijos de La n caballero muy respetado por el pueblo de esta región. Su hijo, un muchacho pequeño de apariencia agradable, de diez años de edad, tenía los modales de un español, y hablaba la lengua de su madre; sin embargo, el vivo destello de sus ojos negros, y su deseo de unirse a nuestra expedición, revelaba claramente su relación con el Tío Sam. Su hermana, la mayor de los dos, promete ser la belleza de Cochabamba.

Al amanecer en la mañana pasamos el río Mamoré; aquí se le llama Río* Grande. Los indios cruzaron vadeando con el agua hasta las rodillas. El ancho del lecho del río era de aproximadamente ciento cincuenta yardas, con un fondo de piedras y cascajo. En esta época del año sacan el agua para irrigar las hermosas huertas de Calacala, situadas al otro lado de la ciudad, y casi al pie de las montañas. Al salir el sol encontramos a unos indios que iban al mercado con las verduras de Calacala. El paseo a caballo por caminos que están bajo la sombra de sauces es delicioso a esta hora de la mañana. Los caballos de mis compañeros fueron los caballos de paso y de movimientos más elegantes que vi en América del Sur. Los indios estaban segando alfalfa para cargar sus burros. Los asnos son grandes*, se presta atención a la reproducción de los mismos teniendo en consideración el tamaño. Los campesinos los necesitan más a ellos que a las mulas o a los caballos. Utilizan los bueyes para arar, y los burros para vender sus mercancías .

Las flores están en plena florescencia; las fresas están casi maduras. La Navidad no está lejos; los durazneros, naranjos e higueras están cargados de frutos. A esta hora de la mañana se puede contar las bodas, a medida que los grupos nos pasan a caballo.

Los indios cultivan con una azada; trabajan la tierra muy cuidadosa y hábilmente, abonando y manteniendo a las plantas de fresas libres de malas hierbas. Los sembrados de cebollas, coles y maíz son excelentes. En un huerto de duraznos vernos una parra que está invadiendo un árbol, y está cargada de frutos. Hubo una ¿Poca en que se elaboraban quince mil botellas de vino al año en una hacienda, cerca de la base de esta cordillera hacia el sureste, pero su manufactura ha sido abandonada en favor de la chicha*.

Al regresar oímos truenos hacia el este, y una espesa nube negra cubre por completo el brillante sol de la mañana. Delante de nosotros, en el camino, había un burro con carga caminando lentamente delante de una india que llevaba un peso enorme sobre su espalda, mientras que cargaba a un niño lactante en sus brazos; detrás de ella un pobre caballo viejo y ciego llevaba a dos mestizos gruesos, de buena complexión y apariencia perezosa, que tenían en su composición más de indio que de español. Sus piernas largas colgaban tan derechas que se veían como accesorios naturales del animal que montaban. Alrededor de sus hombros cada uno tenía un cómodo poncho.

Después de pasar cierto tiempo en una hacienda llegamos al río nuevamente, al ir de regreso, y nos sorprendió encontrar que el río había crecido tanto que los indios no podían cruzar con sus cargas. Cerca de nosotros había un gran número de criollos a caballo discutiendo las probabilidades que tenían los jinetes para cruzar. Un hombre montado en un caballo alto, se arriesgó; entrando al río, vadeó, volteando la cabeza del caballo diagonalmente río arriba, y pasó sin contratiempos.

Me divertí cuando vi que nuestros dos compañeros perezosos pateaban con sus talones los costados de su pequeño poni ciego, y lo impulsaban hacia donde el caballo, evidentemente, con razón suficiente sabía que no debía aventurarse. Sin embargo, los jinetes se salieron con la suya, pero se dirigieron río abajo en lugar de río arriba. Cuando llegaron a la parte más profunda, las aguas que corrían rápidamente se levantaron sobre las caderas del caballo, y el animal se cayó, las ancas primero, llevándose abajo los ponchos y compañía. Cuando sus cabezas aparecieron en el agua, los estallidos de risa de no menos de cien indios hicieron resonar el valle. Los hombres estaban tan asustados que se agarraron del caballo tan pronto como éste pudo levantarse a respirar, y todos se fueron abajo nuevamente. Finalmente, se ayudaron entre ellos y así encontraron su camino de regreso, dejando al caballo para que se las arregle él solo. En dos horas el agua disminuyó, y cruzamos sin chapuzones.

El valle de Cochabamba abastece de harina a muchas partes de Bolivia; transportan trigo, maíz y cebada a los mineros de Potosi (sic) y Oruro, y a los cultivadores de café y chocolate de Yungas. Se le ha denominado el granero de Bolivia; aunque se encuentra en la base de los Andes, está sin embargo a mayor altura que la huerta de Yungas. Siguiendo el curso del Mamoré, desde Tapacari (sic) a la parte baja de la cuenca Madeira-Plata, el descenso es largo y gradual.

El valle de Cochabamba produce manzanas, peras y membrillos; Yungas, café y chocolate. Estas no son plantas que florecen una al lado de otra. Yungas está densamente poblada de árboles. Aquí las colinas y algunas de las planicies son demasiado áridas como para producir cualquier vegetación sin la ayuda del hombre.

Los vientos parecen levantarse en el valle de Yungas más que aquí, mientras que las cosechas sufren por falta de lluvias, y los cielos de Cochabamba están perfectamente claros. Hemos visto nubes espesas impulsadas a lo largo del lado norte de la cadena, y caer fuertes lluvias justo sobre el borde de la cordillera, lo suficientemente lejos en el lado sur como para inundar los tributarios del río que corre más allá de la ciudad. Las nubes entran en contacto con las laderas de los Andes, y parecen estar dobladas y enrolladas hacia arriba, de manera que caen cortinas de agua a la tierra, y producen una vegetación de árboles del bosque. Los vientos se impulsan bien arriba hacia Yungas, cargados de humedad, y al encontrar al gran Illimani y al Sorata, forman una cantidad enorme de nieve y hielo.

La humedad de este valle es llevada hacia arriba por las cañadas de Tapacari (sic) y choca con las mesetas de los Andes, en donde encontramos los arbustos de cedro.

En algunas temporadas el periodo de lluvias fluctúa un mes. En Cochabamba usualmente comienza alrededor de la primera semana de diciembre, pero en ocasiones hay pocos aguaceros hasta la primera quincena de enero; sin embargo, a partir de nuestras observaciones, parece que las lluvias fuertes se han puesto a la vista de la ciudad; mientras que aquí, al 15 de diciembre, no ha empezado a llover.

En la huerta del ministro de haciendas, nos mostraron los morus multicaulis que habían sido importados recientemente. Comparados con aquellos que hemos visto crecer en América del Norte, parecían estar en un clima y suelo compatibles. Al ministro le gustaba la horticultura, y estaba trabajando temprano en la mañana, dando instrucciones a los indios antes de ir a una reunión del gabinete. Mientras el esposo viajaba de un lado a otro con el gobierno, su esposa se quedaba en casa cultivando seda. Ella apareció con una canasta de capullos. " mayoría de las familias del gabinete eran de Sucre. Las damas de dicha ciudad son célebres, de un extremo a otro del país, por sus maneras elegantes. Es imposible resistir la tentación de observar la belleza del sexo débil en esta parte del país.

En Calacala se cultivan limones, limas y naranjas, pero no a la perfección; los zapallos y los pimientos parecen medrar mejor. Aquí realizan siete cortes de alfalfa en el año. Con ella mantienen en buenas condiciones al ganado vacuno y a los caballos. Atan a los burros de la pata delantera a una estaca que está clavada en la tierra; al ganado vacuno lo amarran de los cuernos para ser alimentado. Rara vez los sacan al campo a pastar. Los indios plantan una hilera de quinua alrededor del maíz, camotes La otros sembrados. Los animales no se la comen, e incluso les da miedo tocarla. Esta es la única cerca que hemos visto en el país, salvo aquellas construidas de adobe, que por lo general son tan altas que la vista de la huerta queda completamente obstruida desde el camino. " planta de quinua crece entre cuatro a seis pies de altura, y se ve como una mala hierba gruesa. El grano es pequeño, como la semilla de nabo, y muy nutritivo. Es un cultivo importante en esta región, especialmente en las mesetas. Cuando se sancocha como el arroz, y se come con leche, es muy sabroso.

Las flores que se cultivan en las huertas son por lo general aquellas que se importan de otros países; el nardo y otras son cultivadas a la perfección. No hay flores bonitas autóctonas de esta parte del país, salvo las muchachas indias.

Al atardecer frecuentan la alameda; hay muchos asientos, pero por la falta de agua las plantas y las avenidas están en desorden. " avenida, que es plana, tiene aproximadamente ochocientas yardas de largo desde una entrada grande en forma de arco hecha de ladrillos hasta la ribera del río. Los arcos estaban decorados con representaciones de batallas y hombres ilustres. Observamos una figura blanca sumamente salpicada por el barro que le había sido arrojado. Sobre la cabeza de la figura, unas letras talladas en piedra expresaban el nombre de Balivian (sic: Ballivián). Así lo habían atacado los soldados de su sucesor, demostrando cada hombre, al pasar, su amor por la patria lanzando un puñado de barro a la imagen del último Presidente.

El poder legislativo está representado por un Congreso compuesto de dos cámaras - una de representantes, la otra de senadores - todos elegidos por el pueblo por un periodo de cuatro años. Hay un senador para el departamento de Litoral; tres para cada uno de los departamentos más grandes; uno para el Beni, y dos para Tarija - actualmente veintidós senadores. Ningún hombre que tenga un ingreso anual menor de mil dólares, o que haya sufrido encarcelamiento por ley, puede ser elegido senador. El valor que se establece para un representante es un ingreso de mil quinientos dólares.

De acuerdo a la última constitución, el Congreso está obligado a reunirse en la capital cada dos años, el 6 de agosto, y permanecer en sesión por setenta días.

El Presidente está facultado para cambiar el lugar de reunión en sesiones ordinarias o extraordinarias a cualquier parte del país, cuando en su opinión hay peligro de guerras internas o externas.

Un representante es elegido por treinta mil criollos, y uno para la fracción de veinte mil, contados por departamentos, cuyos gobernadores o prefectos son designados por el Presidente.

Se elige un Presidente para un periodo de cinco años, y no puede ser reelegido hasta que otro periodo de cinco años haya expirado. Creemos que nunca ha habido una elección presidencial a través del voto popular. El último Presidente entró en funciones derrocando al gobierno.

El poder del gobierno de Bolivia se apoya en su fuerza armada. La población con derecho a votar se encuentra diseminada escasamente sobre un territorio extenso, y el ejército es numeroso. La gente inteligente de este país le tiene mucha aversión a la madre patria - España. Culpa a sus soberanos por la manera en que trataron a la porción criolla de América del Sur mientras dominaba la región. Mantenerlos ignorantes y apropiarse de la plata fue la única política de aquel gobierno.

Me sorprendió que me invitaran a la casa de una familia que se encontraba sumamente acongojada. Se pensaba que el esposo y padre estaba muriendo. Sin entender por qué me invitaron, fui. " casa estaba ubicada en la esquina de una calle, al frente de una iglesia. Estaba atestada de damas y caballeros. El patio estaba lleno de armazones, hechos de caña, algunos de diez pies de altura, a los cuales se había atado fuegos artificiales. " calle del frente estaba atestada, y al centro estaba alfombrada abarcando el largo de la casa. "s damas que estaban en los balcones, hasta donde podíamos ver a lo largo de la calle, estaban vestidas de blanco, y habían recolectado una gran cantidad de flores en unas canastas. Los caballeros estaban vestidos de negro intenso, como si fueran a la iglesia. Nos presentaron a la señora de la casa, quien parecía estar muy acongojada, la cual, sin embargo, se dedicaba a prestar atención a la gente como en un baile. Sus hijas estaban arregladas con flores, y con tanto cuidado que bien podían hacernos perder el camino. Era evidente que el padre se estaba muriendo en la habitación de al lado, se decía que los doctores lo habían desahuciado.

El sonido de la música nos atrajo a todos a los balcones para ver una procesión imponente. Sobre una plataforma cargaban una imagen grande, de madera, de una mujer; una compañía de soldados regulares iba detrás con la música; luego venían los sacerdotes y los asistentes, con velas encendidas, y una gran fila de jóvenes padres, todos bajo una lluvia de flores que caía del balcón. Cuando la imagen de madera apareció frente a la casa, los hombres que estaban bajo la parte delantera de la plataforma la bajaron a la alfombra; los sacerdotes se arrodillaron a su lado. Las campanas de las iglesias de la ciudad tañeron, y la población se quitó los sombreros y se arrodilló a orar por el moribundo. Después de cantar un himno se marcharon al compás de la música. Retiraron las alfombras de la calle, y como llegó la noche, empezaron los fuegos artificiales. Unos alambres que iban de la habitación del hombre enfermo hacia el altar de la iglesia, llevaban mensajeros de fuego hacia atrás y hacia adelante, mientras que a lo largo de la calle hacían estallar los brillantes fuegos artificiales que estaban atados a los enormes armazones. El ruido que se hacía alrededor del pobre hombre era ensordecedor.
La muchedumbre de personas regresaba a casa, deteniéndose en el camino por unos helados que vendían en unas tiendas pequeñas a lo largo de la plaza. Pocos días después los doctores anunciaron que el hombre estaba fuera de peligro. El costo de estos actos fue de doscientos dólares.

El clima de Cochabamba tiende mucho a engañar a las personas de los Andes. Aquí la gente es muy cuidadosa en relación a su atuendo, y nunca se expone bebiendo agua o sentándose en una corriente de aire cuando está con el cuerpo caliente; los resfríos severos que se cogen de esta manera, con dolores de garganta, frecuentemente causan la muerte.

Observamos el mismo fenómeno que en la cuenca del Titicaca. Un sol vertical brilla sobre el valle, y al mediodía sus efectos son muy poderosos; mientras que a todo el rededor, en las cimas de las tierras altas, cuelgan cortinas de nubes que llegan a cubrir la mitad de las montañas. El aire que está debajo y sobre la nieve, cerca de la ciudad, se vuelve muy frío, y súbitamente baja un ventarrón, trayendo las nubes, y la población empieza a tiritar. En un instante se ponen sus ponchos de lana y cierran sus puertas.

Hemos tenido procesiones por las calles por algunos días. Los padres, con bandas de música e imágenes de madera, rezan por lluvia, ya que las cosechas están sufriendo en algunas partes del valle. Un gran número de indios se unen a ellos a medida que van pasando. Los rezos continuaron hasta que cayó la lluvia, y entonces los indios creyeron que los sacerdotes tenían el poder de persuadir al todopoderoso para que les enviara alivio.

Encontramos al obispo de Cochabamba acompañado. El preguntó ansiosamente si La gente de los Estados Unidos quería navegar los ríos de Bolivia". Se le dijo que "deseaba comerciar con los bolivianos". Después de que se fue, una dama dijo que él se oponía a la apertura de los ríos navegables del país para el comercio de los Estados Unidos, y que había informado a la gente que dicha apertura sería la causa para declarar la libertad religiosa.

Los ministros del gabinete devolvían las visitas, y se manifestaban muy a favor de la empresa. El ministro de estado dijo que mi propuesta sería atendida tan pronto como ellos llegaran a la capital, y que a él le complacería tener noticias mías, en caso de que yo deseara dirigirme a él sobre el asunto.

El Presidente adjuntó una pequeña nota a las principales familias de la ciudad, diciendo que lamentaba que sus obligaciones públicas lo mantuvieran tan confinado que no tenía tiempo de visitarlos, pero que si tenían cualesquier pedidos para Potosi (sic) o Sucre, tendría gusto en atenderlos.

El domingo 21 de diciembre de 1851, formaron a las tropas del gobierno en la plaza, y después de inspeccionarlas, se ordenó partir a la caballería antes que el presidente, cuya partida estaba fijada para el lunes en la mañana.

Un hombre de apariencia agradable, que había sido coronel bajo las órdenes de Balivian (sic), y que había salido del país cuando Belzu (sic) tomó el poder, había regresado recientemente a Cochabamba. Como él no tomaba parte especial o activa en la política, y estaba cultivando la tierra exitosamente en el valle, sus amigos lo persuadieron para que fuera y presentara sus respetos al Presidente antes de que partiera. Así es que entró con algunas personas. Como él comió con nosotros después de su visita, ofrecemos el informe que dio de ella a un gran número de caballeros, con el espíritu y el regocijo de un buen actor en escena.

"He venido, señor," dijo el coronel, haciendo una venia, "a presentar mis respetos al Presidente de Bolivia". Belzu (sic) en un arrebato de ira. «¡Tú eres el bribón que reclutó voluntarios y luchó contra mí!". El coronel, haciendo de nuevo una venia respetuosamente: "Sí, señor; y al hacerlo hice lo que se espera que todo oficial haga - obedecí a las autoridades de mi país." Belzu (sic) en un mayor arrebato de ira. "Retírese de mi vista, señor; si alguna vez vuelvo a oír de su participación en contra mía, será fusilado en el centro de la plaza. " Todos los bolivianos se rieron, y al igual que él parecieron considerarla una visita muy divertida. Observé atentamente el efecto producido en los rostros del grupo a medida que escuchaban; ninguno de ellos se veía serio. Parecían escuchar como si esperaran algún chiste de esa clase, o con admiración hacia un sujeto de apariencia noble por atreverse a hablar tan libremente de lo que había ocurrido. Nos dejó después de la cena, y al atardecer lo vimos parado en la plaza contándole a un gran número de amigos la misma historia. Muchos cabecillas que pertenecieron al bando de Balivian (sic) se mantuvieron bien ocultos mientras el Presidente permaneció aquí. Usualmente la elección de un presidente es un asunto de lucha.

A las doce y cuarto, de la medianoche, tuvimos una fuerte sacudida de un terremoto. Oí que la puerta se sacudió y mi cama se movió como si alguna persona hubiera sujetado uno de los postes y le hubiera dado un violento tirón. La gente de la habitación contigua salió de prisa, y toda la población se levantó en un instante. La raspadura de fósforos y la cogedura de velas fue terrible. Los perros aullaban de la manera más lastimera por toda la ciudad; los caballos corrían asustados por el corral como si estuvieran a punto de morir. La atmósfera estaba llena de un fuerte olor a azufre. " noche estaba clara e iluminada por las estrellas, el termómetro se mantenía en 72. " población temblaba en silencio esperando que los enormes Andes se sacudieran nuevamente; pero la noche continuó tranquila.

A lo largo de toda nuestra ruta hemos observado un gran trabajo de desplazamiento en marcha. La tierra parece estar dándose forma a si misma. Las inundaciones están llevando las montañas a las tierras bajas, y las tierras áridas parecen estar creciendo a expensas del mar.

En la mañana, montamos nuestros caballos, y un gran número de personas se preparó para acompañar al Presidente a entrar a la calle. Nos dijeron que hacía mucho rato, a las 4 en punto, que se había ido con todo el ejército.

Muchas de las muchachas y muchachos indios han seguido al ejército. Las familias tienen grandes dificultades para impedir que los sirvientes se vayan. Es divertido ver tropas de mujeres siguiendo detrás de la caballería, a veces tres en un caballo, o dos en un burro, con utensilios de cocina y muebles de dormitorio, sirviendo como equipo de montar, pero sin la menor idea de que están yendo hacia los helados picos de Potosi (sic).

Hay unos cuantos forasteros en Cochabamba - ingleses, franceses, alemanes y escoceses; algunos de ellos dedicados a la minería. Todos esperan hacer fortuna muy pronto; pero dicen que han estado treinta y cuarenta años en el país, y que son más pobres ahora que cuando vinieron. Un escocés trabajador, alegre y honrado, que había estado muchos años en una fábrica de lana de Nueva York, me dijo que la cosa más desafortunada que jamás había hecho fue dejar los Estados Unidos.

Los salarios que se paga a los indios por extraer la plata varían según el valor y la dureza de las vetas - de doce a sesenta dólares la yarda. Las minas que contienen agua son despejadas por medio de baldes de piel de llama, que pasan de mano en mano. Esto requería de un gran número de indios, trabajando día y noche. Si bien un hombre no pudiera hacer fortuna con una máquina desgranadora de maíz en este país, sorprendería mucho a los nativos al utilizar un implemento tan conveniente.

Los comerciantes de Cochabamba envían todas las semanas un surtido de mercaderías al valle de Cliza, a poca distancia al sureste de esta ciudad. Los indios de la región circunvecina vienen los domingos a comprar a lo que se denomina la feria semanal. En estas ferias se ha vendido chicha* por un valor de seiscientos dólares en un día. Una vez un forastero hizo preparar este licor triturando el maíz entre piedras, y lo ofreció a una de las damás de la región para que lo bebiera. Ella, un bebedora de chicha* experimentada, después de probarla, dijo, "por su parte, ella prefería más la chicha* hecha con maíz másticado, el cual le daba un sabor diferente al de aquella que se hacía con piedras, y a ella le gustaba la buena chicha*".

Los comerciantes hacen sus remesas a la costa marítima poniendo dos mil doscientos dólares en plata en unos sacos bien cubiertos con cuero, siendo la carga de una mula cuatro mil cuatrocientos dólares. El arriero* firma el conocimiento de embarque y se arma para protegerse de los ladrones. Por la carga de una mula se paga dieciséis dólares por entregarla en Tacna, en el Perú, cerca de Arica. El viaje se hace en catorce días. Es extraño que sean pocas las veces que roben a estas recuas por las despobladas regiones de los Andes y Cordilleras, en donde el arriero* duerme solo en la cima de una montaña o en una profunda garganta.

El viaje de Cochabamba a Cobija se hace en cuarenta días. " distancia es de doscientas diecinueve leguas.

Desde 1830, el gobierno ha considerado prudente desvalorizar sus monedas alrededor de un veintiséis por ciento por debajo del contenido y peso legal del dólar común; en ocasiones han excedido dicho contenido y peso legal. Sus doblones de 1827 a 1836 contienen ochocientas setenta partes de oro puro por cada mil. Los dólares y las subdivisiones de 1827 a 1840 tienen una pureza de seiscientos setenta a novecientos tres por cada mil, mostrando enormes irregularidades.

El consumo de sus telas de algodón y sedas aumenta a medida que vamos hacia el este, y donde el clima es más cálido. Aquí las muchachas indias son costureras, y son trabajadoras muy diestras con la aguja. Del Perú importan vino, ron y pescado seco, por los cuales dan a cambio trigo, maíz y jabón, compensando la balanza comercial con el Perú en plata.

La ubicación, tierra adentro, de esta gente la sitúa tan lejos de los mercados de otros países, que está obligada a satisfacer sus propias necesidades en gran medida, y encontramos varias descripciones de industria. Los tejedores producen hermosas telas de algodón y de lana; los sombrereros hacen sombreros de la lana de vicuña como si fueran trabajadores bien instruidos. Los encontramos mucho más cómodos que los nuestros. Las mujeres cortan y hacen vestidos, y los sastres abundan. Hay un mayor número de herreros, y los talleres de carpinteros, un establecimiento raro en las montañas, indican nuestra proximidad inmediata a los bosques. Los ebanistas proveen a la ciudad de muchos muebles, aunque la deficiencia es todavía aparente. Vimos a una recua de burros entrando a la ciudad cargados de sillas con asiento de bejuco fabricadas en los Estados Unidos, y a otra recua cargada de armazones de cama de hierro traídos de Francia, mientras que las tiendas están bien abastecidas de maderas ornamentales. La dificultad para producir proviene de una falta de enseñanza adecuada de los oficios. Un muchacho sujeta un cincel norteamericano de una manera muy torpe, mientras que el jefe de la tienda está parado en la puerta fumando un cigarro de papel, con una chaqueta de velarte sobre su espalda, y un poncho encima de ella.

Mientras el Presidente estuvo en Cochabamba, le presentaron un hombre joven, de quien se decía que "inventó" un piano. Lo alababan mucho, y consideraban su piano como un producto local. Los hojalateros son buenos trabajadores a su manera, pero parecen faltos de entusiasmo para ser empleados fuera de su rutina habitual. Necesitábamos un embudo, de una pulgada perpendicular en la boca, con la finalidad de recoger lluvia, y medir la cantidad de agua durante la estación lluviosa. El estañero más experimentado del pueblo observó el dibujo y las medidas, pero devolviéndolo, dijo, "nunca le doy esa forma a mi estaño"; aunque gustosamente nos hizo un embudo común; parece no haber disposición a ser descorteses o poco serviciales, pero hay una aversión muy fuerte a usar el cerebro. Vemos que pocos hombres ahorran trabajo a sus manos gracias a la práctica del trabajo mental.

En la cuenca del Titicaca se encuentra estaño, se lleva de un lado a otro de las Cordilleras, y se embarca alrededor del Cabo de Hornos hacia los Estados Unidos; se manufactura, luego se reembarca, y después de doblar Cabo de Hornos por segunda vez, regresa por la boca de la mina, cruza los Andes, y se vende aquí para hacer sartenes, embudos y cafeteras de hojalata para los mineros originales.

Hay pocos joyeros en la ciudad; de vez en cuando un viajero alemán abre una tienda, y hace un buen negocio por algún tiempo. Los obispos y sacerdotes llevan sus relojes, y lo visitan antes del desayuno. Muchas personas que tienen negocios con la iglesia, van donde los joyeros a saldar cuentas; entonces tienen oportunidad de ver relojes de bolsillo y de otros tipos que estimulan una inclinación por las antigüedades.

Los armeros son medianamente buenos. En sus tiendas hay más piezas viejas que nuevas. Es incierto si un cochabambino "inventó" alguna vez una escopeta, pero reparan satisfactoriamente las cajas y los cañones, y cobran el doble.

Las indias compran a los comerciantes mercaderías de algodón, agujas, hilo, cuentas, tijeras, dedales de latón o plata, y espejos pequeños, que ellas venden al por menor en la plaza bajo los sauces y a lo largo de los lados sombreados de las calles, trabajando en sus labores, o hilando lana o algodón a mano, durante cualquier rato libre; otras venden zapatos. Las regatonas de fruta son invariablemente las más gordas, y las vendedoras de telas y ropa las mejor parecidas, y siempre, sorprendentemente, bien vestidas. Las muchachas de Calacala, que traen papas y quinua, tienen un aire más campesino.

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