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CAPITULO XVII

Partida de Santarem-Monte Allegre-Prainha-Almeirim-Gurupá-Rio Xingú-Gran estuario del Amazonas-Región cauchera-Método para recolectar y preparar caucho-Bahía de Limoeiro-Llegada a Pará.

El Sr. Alfonse fue más generoso que el tuchão, aunque no pude hacer nada por él; aun así, me dio su paricá, sus guantes mundrucus y una colección muy valiosa de hojas y plantas que recolectó durante su visita.

Pasé un día muy agradable con él en la casa de campo del Sr. Gouzennes, ubicada en Igarapéassu, casi a tres millas de Santarem. La casa es una bonita y pequeña cabaña construida con pisé que es casi lo mismo que los ladrillos secados al sol, que los españoles llaman adobe, aunque preparado con más cuidado. Debido a que la casa está ubicada en medio de una plantación de cacao, en un terreno bajo, cerca de la confluencia de dos grandes ríos, con un clima y vegetación tropical, pensé que sería una residencia insalubre; pero me aseguraron que allí no había enfermedades.

Sembramos plantas de maranta, jengibre, manacá y algunas flores para llevarlas a los Estados Unidos. Creo que algunas de éstas llegaron vivas y que ahora están plantadas en jardines públicos.

Otros caballeros también fueron amables y educados conmigo. El Sr. Bates, un joven entomólogo, me dio una caja con mariposas muy bellas y el Vicario Gêdal** me dio el feto de un peixeboi**, conservado en licor. El senhor** Pinto, el delegado, me proporcionó caballos de montar, mientras que la mayoría de mis comidas las hice con el Cap. Hislop.

Unas semanas antes de mi llegada, intentaron asesinar al viejo caballero. Mientras dormía en su hamaca, dos hombres se lanzaron sobre él, uno de ellos le dio un golpe violento con un cuchillo en el pecho; al chocar con el esternón, la punta del cuchillo se rompió o torció. Luego los ladrones cogieron su baúl y escaparon, pero los sirvientes del capitán, que éste había llamado, los persiguieron tan intensamente que dejaron caer su botín y se dieron a la fuga.

Un joven inglés llamado Golden, quien se había casado con una dama brasileña y se dedicaba al comercio por el río, también fue amable conmigo al darme muestras de caucho y algodón.

El comercio de Santarem con Pará, se transporta en bergantines casi de cien toneladas, de los cuales había cinco o seis en el puerto mientras estuve allí. El viaje de descenso dura aproximadamente trece días y el de ascenso, veinticinco.

Hay varias tiendas bien surtidas en el pueblo, pero en esa época el comercio era muy flojo. Todo el mundo se quejaba de eso. Un bergantín llevaba varios meses allí, esperando un cargamento; pero la disminución de la cosecha de cacao, la gran baja de la pesca y de la preparación de manteiga** este año, hicieron muy difícil prepararle uno.

Durante nuestra estadía en Santarem, llovió copiosamente, (generalmente de noche) con brillantes relámpagos y fuertes ventarrones del este. El río creció con gran rapidez durante los últimos cuatro o cinco días de mi estadía. La playa en la que acostumbraba bañarme y que tenía cien yardas de ancho cuando llegué, se inundó por completo cuando partí. No había signos de una oleada en esa temporada, aunque me dijeron que en el verano son muy perceptibles. En Santarem, el agua hirvió a 210'.5, lo que indica una altura de ochocientos cuarenta y seis pies sobre el nivel del mar.

Dejé Santarem el 28 de marzo a las 7 p.m. El delegado sólo pudo conseguir me tres tapuios y un piloto y yo embarqué a un voluntario. Creo que pudo darme tantos como yo quería (once), pero tenía a muchos empleados en la construcción de su nueva casa, y más aun, no pensó que yo partiría el día que señalé; creo que la gente de la región no lo hace nunca, ni por casualidad. Si inician un viaje una semana después de la fecha establecida, creen que están haciendo bien; y conozco varios casos en que llegaron un mes después de lo indicado.

Cuando el delegado se dio cuenta que yo partiría con los hombres que tenía, me rogó que esperase hasta la mañana, diciéndome que el comandante militar que estaba a cargo de los trabalhadores** había mandado buscar a dos en el interior y los esperaba en cualquier momento. Pero yo sabía demasiado bien que era inútil tener esperanzas de ese tipo, así que partí de inmediato agradeciéndole por su cortesía.

Varios indios me solicitaron que los embarcara en Santarem; pero fui muy cuidadoso en no contratar a ninguno que ya estuviera al servicio de otro; pues conocía que la costumbre, sino ley, le daba al patrón un tapuio con la condición que éste se endeudara con el primero; creo que el patrón hacía todo lo posible porque tal fuera el caso.

Les pagué a estos hombres: al piloto, cuarenta centavos y a la tripulación, treinta centavos por día. A los ticunas, quienes formaban mi tripulación de Tabatinga a Barra, les pagué parte en dinero y parte en ropa, un total de cuatro dólares por mes. A los muras, les pagué la misma cantidad por ir de Barra a Santarem. A los indios peruanos, les pagué generalmente en telas de algodón, la cantidad de doce centavos y medio por día.

Transporté al judío francés que nos hospedó en su casa en Santarem. Tuve muchos problemas para mantener la paz entre él y Potter, quienes sentían tanta antipatía el uno por el otro, como se supone que se tienen un francés y un inglés incultos.

Nos dejamos llevar por la corriente toda la noche y nos detuvimos en la mañana en una pequeña plantación de cacao que pertenecía a alguien en Santarem. En esta época, el agua del río llegaba casi a la mitad de la puerta de la casa y parecía que todo el territorio del interior era pantanoso. Nunca vi un lugar tan desolado e insalubre; pero un hombre que vivía allí con su esposa y sus seis niños (todos de apariencia fuerte y saludable), me dijo que nunca se enfermaban. El hombre me dijo que podría mantener fácilmente a su familia, sino fuera por el servicio militar que estaba obligado a cumplir en Santarem, lo que lo alejaba de su trabajo y su familia por meses cada año.

A treinta millas de la desembocadura del Tapajos, pasamos la desembocadura de un río llamado Igarapé Mahica, que comienza cerca del Tapajos. Encontramos las aguas negras de ese río en la desembocadura de la ensenada y por lo tanto debería llamarse correctamente un furo o desembocadura pequeña del Tapajos.

A las 9 p.m. nos detuvimos bajo unas tierras altas cercanas a la desembocadura de un riachuelo llamado Curuá, debido a los fuertes vientos y lluvia.

30 de marzo. Esta mañana pasamos las tierras altas de la orilla izquierda del río, sobre las cuales está ubicado el pequeño pueblo de Monte Alegre. Este es un poblado de mil quinientos habitantes que se dedican principalmente al cultivo de cacao, a criar ganado y a fabricar alfarería y tazas de calabacines que barnizan y decoran con pan de oro y colores, en un estilo fino y bonito.

En la tarde cruzamos el río que aquí tiene aproximadamente cuatro millas de ancho y nos detuvimos en el pueblo de Prainha.

Prainha es un conjunto de chozas de barro sobre una ligera elevación verde de la orilla izquierda del río, a noventa millas abajo de Santarem. Los habitantes que suman quinientos, se dedican a recolectar caucho y a preparar manteiga**. La isla frente al pueblo, tiene un lago en el centro, donde abunda la tortuga.

En este lugar vimos a varias personas enfermas de sezoens** o tertiana (sic), pero todos dicen que la cogieron en los alrededores del río. Si se confía en la mayoría de las declaraciones, parece que en realidad no hay ninguna enfermedad en el ramal principal del Amazonas, pero sí en sus tributarios; aunque no vi nada ni en el Huallaga ni en el Ucayali.

No dudo del hecho que las enfermedades se adquieren con más frecuencia en los tributarios que en la troncal principal; pero no creo que se deba a que en los tributarios haya un tipo específico de malaria, de la cual está exenta la troncal principal. Creo que la razón es la siguiente: cuando las personas dejan sus hogares para ascender los tributarios, rompen sus hábitos normales de vida, viven en las canoas expuestas al clima, con comida mala e insuficiente y se dedican a un trabajo (recolección de caucho o zarzaparrilla) que las obliga a estar casi siempre mojadas. No es de sorprenderse que después de meses de llevar esa vida, el viajero contraiga la terciana del tipo más maligno.

El simple viajero pasa por estos lugares sin ningún peligro. Es el fanático de la ciencia quien pasa semanas y meses recolectando objetos de historia natural, o el comerciante indiferente a las consecuencias de amasar dólares, quienes contraen sezoens**.

Aunque había ganado que apacientaba en las calles de Prainha, no pudimos conseguir carne fresca; y si no hubiera sido por la oportuna llegada de una canoa con un sólo pescado, nuestros tuyuyús o grullas grandes se hubieran quedado sin cena. Estas aves se quedan varios días sin comer y esto en un río donde abunda el pescado es una muestra de la lánguida indiferencia de la gente.

Las orillas del río entre Monte Alegre y Gurupá, están bordeadas de colinas que merecen llamarse cerros. En esta parte de nuestro descenso llovió bastante y tuvimos mal clima; ya que por cualquier lugar de esta región donde la tierra se eleva un poco, las nubes y lluvias se instalan sobre las colinas. Pero aun así con estos complementos, era agradable ver un territorio atravesado por colinas y valles, y completamente distinto al territorio bajo y llano de arriba, que tanto nos aburrió con su monotonía invariable.

Casi a cincuenta y cinco millas abajo de Prainha, pasamos la desembocadura del pequeño río Parú que desemboca en el Amazonas por la orilla izquierda. En su desembocadura tiene un cuarto de milla de ancho y es de aguas limpias y oscuras.

Es muy difícil conseguir información de los pilotos indios en el río. Cuando se les pregunta acerca de cualquier río, invariablemente responden: Vai longe, tem caxoeiras, tem gentios, tem tudo (1). Siempre me hacían recordar a los indios peruanos con su hay platanos, hay yucas, hay todo.

Sin embargo, nuestro piloto me dijo que el río era navegable para grandes embarcaciones durante veinte días hasta los primeros rápidos; que la corriente era muy fuerte; que abundaba el sezoens**; y que se podía recolectar bastante zarzaparrilla y clavo de olor.

Las orillas continuas a la desembocadura del río son bajas; pero cerca de la orilla izquierda comienza una pequeña pero bastante alta cadena de colinas que va paralela al Amazonas.

A seis millas más abajo de aquí, pasamos el poblado de Almeirim, en la orilla izquierda pero no nos detuvimos. Un poco más arriba del pueblo y a un cuarto de milla de la orilla, había una pequeña oleada fuerte que según dijo el piloto, se debía a un agrupamiento de rocas que queda al descubierto cuando el río baja. Hay bastante agua a cada lado de él.

A cincuenta millas más abajo de Almeirim, nos dirigimos hacia el río Gurupá, avanzando con las velas de isla en isla. Aquí el río tiene casi diez millas de ancho. Grandes islas lo dividen en los canales de Macapá y Gurupá; el último nos lleva a Pará, el primero va hasta el océano, bordeando las costas de Guyana.

Después de cruzarlo y a media milla de su orilla derecha, entramos en las oscuras aguas del Xingú, cuya desembocadura podíamos ver a unas seis u ocho millas más arriba. Quince millas más allá, llegamos a Gurupá adonde arribamos a las nueve y cuarto de la noche.

Gurupá es un pueblo de una sola calle, ubicado en un lugar elevado y verdoso sobre la orilla derecha, con grandes islas al frente, las cuales disminuyen el ancho del río casi a una milla y media. Tiene alrededor de trescientos habitantes, aunque el subdelegado dijo que tenía dos o tres mil; y a pesar de que el informe oficial suma más de mil.

El artículo principal de comercio es el caucho que se obtiene del Xingú y de los riachuelos vecinos. Aquí como en cualquier lugar más abajo de Barra, encontramos una gran demanda de pescado salado. Todo el mundo nos preguntaba si teníamos algo para vender; y bien hubiéramos podido obtener tres dólares por arroba, por lo que habíamos pagado setenta y cinco centavos en Barra. " escasez de pescado es atribuible al hecho que el río se ha llenado muy poco este año; pero me inclino a creer que no abunda el pescado y que la gente no trabaja tanto como antes para pescarlo. Era divertido ver como en Santarem se agrupó la gente alrededor de una canoa que había llegado recién con pescado, como si fuera algo extraordinario. La gente parece ser tan perezosa que preferiría comer farinha**, en lugar de darse el trabajo de ir al Amazonas y pescar.

En la casa del commandante-militar**, conocí a un viejo caballero que estaba de camino a Porto de Moz cerca de la desembocadura del Xingú, para tomar el puesto de juez municipal del distrito. Parecía ser un hombre bien informado en relación con todo el río más abajo de Barra. Me dijo que a cuatro días de su desembocadura, el Xingú estaba obstruido por rápidos que impedían la navegación de grandes embarcaciones y que los botes no podían ir más lejos debido a los salvajes. Sin embargo, estos rápidos no pueden ser un impedimento serio para los botes, ya que en Santarem me dijeron que las caravanas que van de Cuiaba a Rio Janeiro (sic), pasan el Xingú en botes y que en ese lugar se pueden encontrar marsopas del Amazonas; por lo que han deducido que no hay cataratas, u obstáculos serios más allá.

El juez me pidió información sobre Barra y cuando recibió la respuesta usual que el pueblo no estaba en una situación próspera y que no satisfacía las necesidades para vivir, se encogió de hombros (como lo hacen todos en la provincia baja, cuando se habla de la nueva provincia) como si dijera "ya lo sabía".

Dijo que en cuarenta años podría llegar a algo, pero que no se podía esperar nada de un lugar que no aporta nada para el comercio, a excepción de unos cuan tos aceites y un poco de piassaba (sic), y en donde la población está formada por muras y araras. Se expresó amargamente de la tribu india de los muras y dijo que eran holgazanes y mentirosos.

De acuerdo a su información, el hombre blanco provee al mura de un bote, le paga de antemano: una chaqueta, una camisa, un par de pantalones y un sombrero; le da pescado y farinha** para comer, además de tabaco para fumar, enviándolo a pescar pirarucu; pero cuando el indio parte, es un "adiós mura", o si regresa, se ha demorado tanto en pescar que el pescado ya no vale el gasto y tiempo perdido.

Era cierto, dijo, que hay ganado en río Branco; pero sólo se podía enviar y comerciar cuando el río estaba en crecida; y concluyó haciendo una gran cruz en el aire y mirando hacia arriba, para decir: " ¡El Cielo me libre de Barra."

Conversé con el viejo caballero sobre algunos proyectos de reforma en relación a la población india. Pensaba que debería emplearse una fuerza militar para colocarlos bajo un sistema de subyugación más perfeccionado y que por todos los medios, deberían ser obligados a trabajar. Le conté que un portugués había dicho que la mejor reforma que podría hacerse sería colgar a todos los indios. Mi amigo pareció sorprenderse con esto y dijo que no había necesidad de una medida tan radical. Que aceptaría que se matara a los más viejos para beneficiarse, pero pensaba que deberían ser fusilados y no ahorcados. Creo que dijo esto en "bona fide" (2). Me divirtió la filantropía del viejo caballero, aunque como juez debería preferir la horca.

Descubrí que la mayoría de los caballeros de la provincia baja, están dispuestos a burlarse de la acción del Gobierno para convertir a la comarca del río Negro en una provincia; pero creo que es un paso muy sabio. Esto le costará al Gobierno y especialmente a la provincia de Pará (de donde se obtienen los fondos para sostener a la nueva provincia), algo de dinero para mantenerla por el momento; pero si se quiere mejorar la región, debe hacerse de ese modo. Al enviar allí a funcionarios gubernamentales (gente que sabe lo que es vivir y que tiene necesidades) y al construir oficinas gubernamentales (y así empleando y pagando a los indios) se dan alicientes para el trabajo y se explotan los recursos del territorio; ya que esta gente que viene de Pará y Rio Janeiro (sic), no se conformará con vivir de tortuga, pescado salado y farinha**.

La marea es muy visible en Gurupá. El río disminuyó varios pies por la mañana mientras estuvimos allí. Este lugar se encuentra casi a quinientas millas del mar.

Después de partir, el commandante-militar**, a quien solicité más hombres y quien me dijo que no habían, envió a un hombre en una canoa tras nosotros. Sospeché de tanta amabilidad y consecuentemente encontré que el hombre (un negro) era inválido y decididamente inútil. Evidentemente se le había engañado para que nos siguiera y así librarse de él. Hice que alimentara a los animales y que cocinara para los hombres. Estos hombres fueron la mejor y la más trabajadora tripulación que tuve durante mi viaje.

Aproximadamente a treinta y cinco millas más abajo de Gurupá, comienza el gran estuario del Amazonas. El río se ensancha de repente en una inmensa bahía probablemente de ciento cincuenta millas en su parte más ancha. Esta se debería llamar apropiadamente la "Bahía de las mil islas", ya que está dividida en innumerables canales. La gran isla de Marajo que tiene aproximadamente diez mil millas cuadradas, ocupa casi todo el centro de ésta y la divide en dos grandes canales: uno, el canal principal del Amazonas, que va hacia Cayena; y el otro y el más pequeño, el río de Pará. Me imagino que ninguna de nuestras cartas hidrográficas da una idea correcta de esta bahía. Hace algunos años, el bergantín francés Boulonnaise recorrió el canal principal de Cayena a Obidos, y el canal de Pará, con el fin de hacer un estudio. Pero sólo tuvo tiempo de estudiar los canales por los que pasaba, dejando sin explorar muchos otros. Esto lo pude hacer gracias al permiso del senhor** Coelbo, el patriótico presidente de la provincia; pero cuando pidió permiso para hacer mayores estudios, el gobierno de Rio Janeiro (sic) se lo negó rotundamente.

Creo que un vapor se demoraría un año, trabajando sin cesar, para hacer un mapa hidrográfico del estuario.

En este lugar viramos hacia un riachuelo que penetraba por la orilla derecha y navegamos durante días por canales que variaban entre cincuenta y quinientas yardas de ancho, entre innumerables islas. Esta es la región cauchífera. Las orillas de las islas son bajas y aunque muy pocas veces vimos algo de tierra, los árboles estaban generalmente sembrados en el agua.

Nos detuvimos (el 3 de abril) en uno de los establecimientos del río para fabricar, o más bien para comprar caucho. La casa estaba construida con varas livianas y se apoyaba sobre estacas para evitar el agua, la cual en esta época, corría bajo ella y a su alrededor. El propietario tenía una tienda que contenía todos los productos básicos y artículos de lujo que probablemente atraerían la atención de los indios recolectores de caucho. En este lugar salvaje y de apariencia solitaria, resultaba extraño y muy agradable ver barriles de harina de marca Richmond y algodones llanos y listados de Lowell y Saco con estampados ingleses, aretes y anillos de peltre, peines, pequeñas guitarras, queso, ginebra y aguadiente (sic).

"Esta casa es un palacio en comparación a la primitiva casucha que levanta el seringero** o recolector de caucho, como refugio temporal cerca de donde trabaja.

El dueño de la casa me informó que la época para recolectar el caucho, o seringa como aquí se llama, era de julio a enero. Los árboles dan bastante todo el tiempo, pero no se puede seguir trabajando cuando el río está lleno, ya que toda la región está entonces bajo agua. Sin embargo, algo se prepara en esta época puesto que vi una cierta cantidad de éste en la casa del hombre, el cual evidentemente había sido recién preparado.

El proceso de preparación es el siguiente: se hace un corte longitudinal en la corteza del árbol, con una hachuela o tomahawk muy angosta; se introduce un trozo de madera para mantener abierto el corte y se fija una pequeña taza de arcilla bajo el corte. Las tazas se deben fijar lo más posible alrededor del árbol. Después de cuatro o cinco horas, la leche ha terminado de fluir y cada corte habrá dado de tres a cinco cucharadas. Luego el recolector la saca de las tazas, la lleva a su rancho*, la vierte en un recipiente de barro y empieza la operación de darle forma y ahumarla. Esto debe hacerse inmediatamente ya que la leche coagula pronto.

Se prende una fogata con la semilla de las nueces de una palmera, de la cual hay dos clases: una se llama urucari, del tamaño del huevo de una paloma aunque más grande, y la otra se llama inajá, que es más pequeña. Sobre el fuego se coloca un pote de barro con el fondo quebrado, así sube un fuerte humo acre a través de la abertura.

Ahora el fabricante de caucho toma la horma de su zapato, si está fabricando zapatos, o un molde, el cual ata al extremo de un palo; vierte la leche sobre él con una taza y lo pasa lentamente varias veces por el humo hasta que se seque. Luego vierte la leche sobre las otras cubiertas hasta que logre el espesor requerido, ahumando cada capa hasta que se seque.

Los moldes se hacen ya sea de arcilla o de madera; si se hacen de madera, se embadurnan con arcilla para evitar que la leche se adhiera. Cuando el caucho tiene el espesor necesario, los moldes se cortan o se lavan.

El humo varía muy poco el color del caucho. Después que se prepara, es casi tan blanco como la leche y toma su color con el tiempo.

La forma más común del caucho para el comercio es la de una botella gruesa; a pesar de que frecuentemente también se hace en láminas gruesas, al verter la leche sobre un molde de madera en forma de una pala y cuando tiene una capa lo bastante espesa, se pasa un cuchillo alrededor de sus tres lados y se le saca del molde. Pienso que esta es la forma menos problemática y más conveniente para transportarla.

Un par de zapatos se fabrica con un promedio de veinte a cuarenta capas. Por supuesto que las suelas y tacos tienen más capas que la estructura del zapato mismo. Los diseños de los zapatos se hacen trazándolos en el caucho, mientras está suave, con una aguja gruesa o con un pedazo de alambre. Esto se hace dos días después del revestimiento. En una semana los zapatos se sacan de la horma. El revestimiento toma aproximadamente veinticinco minutos.

Un hombre activo es capaz de hacer dieciséis libras de caucho en un día; pero los recolectores no son laboriosos. En Pará escuché decir a un caballero que ellos raramente promedian más de tres o cuatro libras.

El árbol es alto, derecho y tiene una corteza blanda. A veces alcanza un diámetro de dieciocho pulgadas o más. Cada incisión produce una áspera abertura en el árbol, la cual, aunque no lo destruye, lo deja inservible porque se necesita un lugar suave donde se puedan unir las tazas. " leche es blanca e insulsa y se puede tomar con impunidad.

Frecuentemente el caucho se adultera mucho al añadirle tapioca o arena para aumentar su peso y a menos que se tenga cuidado en la fabricación, tendrá muchas células que contienen aire y agua. Cuando se le corta, exuda casi toda el agua, esto siempre se hace con el propósito de examinarlo antes de la compra. Traje a casa algunas muestras que contenían más de la mitad de lodo.

Los seringeros** trabajan generalmente por su propia cuenta y llevan su colecta al establecimiento más cercano o a alguna tienda como ésta, para cambiarla por las cosas que necesitan.

Después de dejar este lugar, navegamos todo el día por un laberinto de canales de islas, generalmente de cien o doscientas yardas de ancho y de cuarenta y ocho pies de profundidad. No se ve tierra que atraviese estos canales, éstos están totalmente cubiertos y parece que los árboles y arbustos salieran del agua. Ocasionalmente se cortan los arbustos y uno ve una casucha montada sobre estacas en el agua; la residencia temporal de un seringero. En un lugar de uno de estos canales, me sorprendió encontrar ciento noventa y dos pies de agua, con un fondo rocoso. El plomo se atascó en las rocas y tuvimos dificultad para sacarlo nuevamente.

4 de abril. Los canales y orillas son como antes, aunque a veces vemos un pedazo de tierra con una casa sobre él Esta se encuentra generalmente rodeada de árboles de nueces de cacao y de otras palmeras, entre las cuales sobresale la miriti por su belleza. Este es un árbol bien alto, derecho, parecido a la magnolia, que tiene grandes racimos con una pequeña nuez comestible.

A las 11 a.m., llegamos a Breves en la isla de Marajó. Este establecimiento está aproximadamente a doscientas millas bajo Gurupá. Es un depósito de caucho y anualmente envía cerca de tres mil arrobas a Pará. Tiene una iglesia y varias tiendas y parece un lugar laborioso y próspero. Bajo éste encontramos la pleamar lo suficientemente fuerte para obligarnos a descansar, aunque sólo dura tres o cuatro horas. El reflujo dura más y es más fuerte.

Casi frente a Breves, en un lugar llamado Portal, el cual es un poblado de sesenta u ochenta casas, hay dos ríos llamados. Pucajash y Guanapu que desembocan en el Amazonas, uno junto al otro. Un alemán que conocí en Pará me habló de estos ríos. No puedo encontrar ningún dato sobre ellos en el ensayo de Baena. Mi amigo alemán dijo que el Pucajash era un río extenso que bajaba de la provincia de Minas Geraes y que había encontrado oro en sus arenas. Según su relato, el Pucajash puede ascenderse por ocho días en una montaria (el equivalente a veinte días en una embarcación de río) antes que se llegué a los primeros rápidos. En Portal se pueden conseguir tapuios y botes. Los salvajes que habitan en las riberas del Pucajash son casi blancos, andan desnudos pero son civilizados y se les puede emplear como cazadores.

Pasamos el 5, 6 y 7 de abril cruzando a través de pasajes entre las islas, ocasionalmente llegábamos a la corriente principal y anclábamos durante la pleamar.

No pude llevar ninguna relación de la marea en estos pasajes. Encontrábamos dos o tres mareas diferentes en tres o cuatro horas. Me imagino que la causa de esto era que algunos de los pasajes eran los propios canales del Amazonas, algunos de ellos, pequeños ríos independientes y otros, nuevamente furos u otras salidas de estos mismos ríos. En la mañana del 7, descendimos por el río principal, aquí tenía aproximadamente tres millas de ancho y había una poderosa marea menguante. De repente viramos a la derecha, o al sur, hacia una ensenada de cerca de cuarenta yardas de ancho y con doce pies de agua y encontramos una pequeña marea contra nosotros. Luego de avanzar por esta ensenada durante una hora, encontramos una poderosa marea a nuestro favor, sin darnos cuenta que habíamos entrado a otro río, de manera que desde las 5 a.m. hasta las 3 p.m., habíamos tenido sólo una pequeña marea de una hora contra nosotros.

No pude obtener información de nuestro piloto. Me parece que dice justamente las cosas opuestas sobre esto. El viejo es muy tímido y nunca confiará en sí mismo en las turbulentas aguas del río principal si puede encontrar una ensenada, así se alargue la distancia.

Los canales son tan intrincados que en las bifurcaciones encontramos pequeños pedazos de lona colgando de los arbustos, para guiar a los navegantes en el camino hacia Pará. Los canales que conducen a Cametá, en el Tocantins, y a otros lugares, no están señalizados.

De vez en cuando pasábamos por casas hacienda, con ingenios para moler la caña de azúcar. Los ingenios son tan rústicos como los de Mainas y creo que sólo hacen ron.

El 7, a las 8 p.m., llegamos a la desembocadura de la ensenada, la cual desagua en la bahía de Limoeiro, una profunda depresión de la orilla derecha del Amazonas, al final de la cual está la desembocadura del río Tocantins. Tuvimos una noche tempestuosa, con brisa fresca del este y bastante lluvia, truenos y relámpagos.

8 de abril. El piloto se negó a cruzar el pasaje de la bahía, pero otro piloto que estaba esperando tomar una embarcación al día siguiente, lo animó diciéndole que tendría un feliz viagem** (3).

Avanzamos una milla a barlovento y desplegamos las velas con dirección E.S.E. El viento del norte y el este, encontrándose con la marea menguante que corre del sur, pronto hizo que el mar se volviera impetuoso, ofreciéndonos un escabroso pasaje. La canoa que contenía nuestros animales y aves, y que estaba yendo detrás de la nave con nuestro negro lisiado de Gurupá conduciéndola, empezó a navegar a la deriva y tuve gran dificultad en traerla de nuevo; verdaderamente, nuestra canoa se llenó de tanta agua en nuestros esfuerzos por alcanzarla que por un momento pensé que tendría que zarpar otra vez y abandonar a los animales. Sin embargo, la canoa probablemente no se hubiera destruido. Era tan liviana que no se inundó mucho, a lo sumo hubiera sido arrastrada por la marea menguante a alguna zona segura.

Hicimos un rápido recorrido hacia una isla cerca del centro de la bahía y aproximadamente a cinco millas de la costa desde la cual zarpamos. En esta parte de la isla, la bahía tiene varios llanos de arena que están escasamente cubiertos durante la marea baja. Parecen completamente separados de la tierra y tienen aguas profundas a su alrededor.

Nuestro piloto debe haber navegado por instinto o en dirección del viento, ya que la mayor parte del tiempo no pudo ver tierra debido a que la lluvia estaba muy densa y pesada. El sonrió con deleite cuando pasó a sotavento de la isla y yo le asentí con la cabeza en señal de aprobación y le dije bem feito piloto (4).

Desayunamos en la isla y navegamos con pleamar hacia el extremo sur, don de, volteando hacia el norte, tuvimos la crecida contra nosotros y nos vimos obligados a detenernos.

La bahía de Limoeiro tiene aproximadamente diez millas de ancho, se extiende de norte a sur, y el Tocantins ingresa por su extremo sur. A treinta y nueve millas de la desembocadura de aquel río está situado el próspero pueblo de Cametá, el cual, por la declaración oficial de 1848, contiene trece mil setecientas cuarenta y dos personas libres y cuatro mil treinta y ocho esclavos. Supongo que en este caso, como en otros, están incluidos en este cálculo, los habitantes de las casas hacienda de millas a la redonda.

Refiriéndose a la situación de este pueblo en 1833, Baena señala:

"La ciudad y su termo (una división territorial de una comarca, la cual es además una división territorial de una provincia), tiene una población de ocho mil sesenta y ocho blancos y mil trescientos ochenta y dos esclavos. La mayor parte se encuentra en el pueblo durante Semana Santa o durante alguno de los grandes festivales; pero la mayor parte del tiempo viven dispersos entre las islas adyacentes, en sus plantaciones de cacao y granjas."

"Cultivan mandioca, cacao, algodón, arroz, tabaco, urucú y caña de azúcar. Fabrican bastante aceite de la nuez de la andiroba, la cual recogen en las islas y también cal de las conchas fósiles."

"Las mujeres pintan calabacines y fabrican aguamaniles y vasijas de arcilla blanca, las cuales pintan bellamente. También hacen figuras de tórtolas y cocodrilos de la misma arcilla."

"Los habitantes gozan de un agradable clima, vistas encantadoras, agua transparente y buena del río, abundantes peces y toda clase de animales de caza que se encuentran en las márgenes del río y en las islas; tal es la fertilidad que la naturaleza ofrece espontáneamente y podrían disfrutar mucho más si tuvieran un mejor sistema de cultivo en esas tierras, todas admirablemente preparadas para todo tipo de labor."

"Existen aquéllos que dicen que el agua del Tocantins tiene una sutil y petrificadora cualidad que causa ataques de gravela a quien la emplea."

Según el Sr. Castelnau, quien descendió este río desde cerca de la ciudad de Goyax, por uno de los tributarios llamado el Crixas, el Tocantins se bifurca aproximadamente a trescientos cuarenta millas de su desembocadura, en dos grandes ramales llamados el Tocantins propiamente y el Araguay, siendo este último, según él, el río principal. "Ya que" señala: "Cuando consideramos que el Tocantins presenta una casi continua sucesión de cascadas y rápidos, mientras que el Araguay (como lo hemos dicho anteriormente) está libre la mayor parte de su curso, observaremos cómo este último ofrece una mayor ventaja para la navegación, sobre todo cuando se recuerda que uno puede embarcarse allí en toda época a cincuenta leguas de la capital (Goyaz) y en la época de lluvias a sólo muy pocas leguas de ella. Por el contrario, debido a los recovecos de la ruta, el Tocantins no puede considerarse navegable más arriba de Porto Imperial, el cual está casi a trescientas leguas bajo Goyaz."

Además señala: "Aunque los ríos de los que hemos hablado son secundarios en un continente bañado por el Amazonas y el Misisipí, deberían considerarse de primer orden en cualquier parte, ya que el Tocantins tiene casi cuatrocientas cuarenta leguas de curso y el llamado propiamente Araguay, no tiene menos de cuatrocientas veinte. Sin embargo este último, después de unirse al Tocantins, corre en el cauce del segundo, una nueva distancia de ciento trece leguas; entonces, si se considera al Araguay como el río principal por ser el ramal más grande y el más directo en su curso, tiene una longitud total casi de quinientas treinta y tres leguas." (1,599 millas).

No obstante, para ascender estos ríos es necesario descargar los botes en muchos lugares y arrastrarlos con cuerdas por las rocas. El viaje desde Porto Imperial hasta Pará, toma de veinticinco a treinta días, pero más arriba toma de cuatro a cinco meses.

En treinta y cuatro días, el Sr. Castelnau descendió el Araguay desde Salinas (cincuenta leguas por tierra desde Goyaz) hasta su confluencia con el Tocantins. Justo bajo Salinas, encontró al Amazonas con más de quinientas yardas de ancho. En la confluencia de los ríos, el Tocantins tiene dos mil yardas de ancho, con una corriente de tres cuartos de milla por hora. La altura de este punto sobre el nivel del mar, es de ciento noventa y siete pies, y su distancia de Pará, en línea recta, es más o menos de ciento sesenta y un millas; dando así al río, en esta distancia, una caída aproximadamente de ocho décimos de pie por milla.

Cruzamos el otro brazo de la bahía (cerca de cinco millas de ancho) con pleamar y anclamos en la desembocadura de un pequeño río llamado Anapui, el cual desagua en la bahía cerca de su apertura en el río principal de Pará.

Hay extensas tierras bajas inundadas con la marea alta cerca de la desembocadura de este río, que están encerradas con pequeñas estacas muy juntas, hundidas en el lodo, con el propósito de pescar cuando no hay marea. Para la comida de los esclavos y tapuios, se pesca y sala una gran cantidad de peces pequeños llamados mapará, que son más o menos del tamaño del arenque. En canoas ridículamente pequeñas, los pescadores nos rodearon admirando nuestras aves y haciéndonos muchas preguntas extrañas.

Este río tiene aproximadamente doscientas cincuenta yardas de ancho y tiene una profundidad usual de treinta y seis pies. Sus orillas están alineadas con plantaciones de caña, ingenios azucareros y talleres de cerámica. En este distrito se fabrica casi todo el ron y los potes para vertir el aceite de tortuga que se utilizan en el río. En esta ¿poca, los propietarios de estos establecimientos están casi todos fuera, celebrando la Semana Santa en Sta. Ana, o en otros poblados vecinos.

Los establecimientos se quedan a cargo de los criados y no vimos señales de actividad o prosperidad entre ellos. La mayoría de éstos tienen bonitas y pequeñas capillas que les pertenecen.

El río Sta. Ana desemboca en el Anapui. Anclamos en su desembocadura para esperar la pleamar. Nuestro piloto que siempre duerme sobre la arqueada cubierta de la popa del bote, cayó al agua en la noche. Afortunadamente la marea estaba casi calmada y el anciano nadaba bien, o de otra manera se hubiera perdido.

El poblado de Sta. Ana está a ocho millas de la desembocadura del río y a doscientas cincuenta millas bajo Breves. Es el centro del comercio del ron y melaza del distrito. Es un pequeño poblado de apariencia limpia, aproximadamente de quinientos habitantes; sin embargo, la región de los alrededores está densamente poblada y así, el informe oficial estima la población del pueblo de Igarapé Mirím (que yo asumo que es Sta. Ana) en tres mil cien personas libres, con doscientos ochenta y un esclavos.

El río frente al pueblo tiene cien yardas de ancho y una profundidad de treinta pies. Justo encima del poblado ingresamos a la desembocadura de una ensenada llamada Igarapé Mirím. Esta ensenada tiene una anchura promedio de treinta yardas y en esta temporada, su profundidad es de quince pies.

Después de navegar seis millas por esta ensenada llegamos a un canal que conecta el Sta. Ana con el río Mojú.

El canal tiene cerca de una milla de largo y seis pies de profundidad en esta temporada. Actualmente parece estar en buenas condiciones y tiene un ancho suficiente para permitir el paso de una embarcación de cincuenta toneladas.

Descubrimos que el Mojú es un bonito río de más o menos cuatrocientas yardas de ancho y cuarenta y cinco pies de profundidad frente a la entrada del canal. El agua era marrón y clara, y por todos lados las orillas estaban a tres o cuatro pies fuera del agua. Me sorprendí al ver tan pocas casas en sus orillas. Era casi tan desolado como el Marañón en el Perú.

Luego de descender cuarenta y cinco millas por el Mojú, llegamos a la confluencia del Acará, el cual ingresa por el sureste. El estuario formado por la unión de los dos ríos, tiene cerca de dos millas y media de ancho, y éste se llama río Guajará.

Cinco millas de descenso por el Guajará, nos condujeron a la entrada del río Pará, a cinco millas sobre la ciudad, adonde llegamos el 11 de abril a las nueve y media de la noche.

Estaba tan cansado cuando llegamos, que aunque no había escuchado nada de mi hogar y sabiendo que aquí debían haber cartas para mí, no me tomé el trabajo de ir a buscarlas a la casa del cónsul; pero enviando al Sr. Potter y al francés a tierra con sus familias, anclé en el río y envolviéndome en mi frazada, me fui a dormir malhumorado.

Sin embargo a la mañana siguiente, el encanto de la mesa de desayuno del Sr. Norris, con damas y niños sentados alrededor, conversando en inglés, podría haber resucitado a un muerto. Bajo el cuidado y amabilidad de él y su familia, mejoré paulatinamente y pronto estuve en condiciones de ver lo que se tenía que ver y de aprender lo que se tenía que aprender de la ciudad de Pará.

NOTAS AL CAPITULO

(1) En portugués en el original. En español significa: "Todavía corre más arriba; tiene rápidos; en sus orillas viven salvajes, todo crece allí". (N.T.)
(2) En latín en el original. Significa "de buena fe". (N.T.)
(3) En portugués en el original. En español significa "feliz viaje". (N.T.)
(4) En portugués en el original. En español significa "bien hecho piloto". (N.T.)

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