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CAPITULO X

Nauta Río Ucayali Sarayacu Los misioneros Los indios del Ucayali.

En su casa el senhor** Cauper tiene cuatro o cinco esclavos negros que trajo del Brasil. Esto está en contra de la ley, pero se le acepta y oí al Gobernador decir que le gustaría mucho tener un par. El Sr. Cauper dijo que sería difícil conseguirlos y que le costarían quinientos dólares en dinero. Un esclavo que es un mecánico cuesta quinientos dólares en Brasil.

Arébalo (sic) nos dio muestras de las maderas de la región; se llaman aguano, ishpingo, muena, capirona, cedro, palo de cruz (nuestro madero santo) y palo de sangre, todas son buenas ya sea para la construcción de casas o para la construcción naval; algunas de ellas son muy duras, pesadas y bonitas. El palo de sangre es de un color rojo intenso, susceptible a un alto pulido y se dice que un cocimiento de su corteza es bueno para detener la sangría. No tuve oportunidad de comprobarlo pero sospecho que se basa en el principio homeopático de "los iguales se curan entre sí", porque es rojo. Pensé lo mismo del guaco en el caso de la picadura de serpiente.

El clima de Nauta es agradable. La temperatura más baja que observé fue 71' a las 6 a.m. y la más alta, 89' a las 3 p.m. Hemos tenido muchos días nublados y lluvias desde que hemos estado en el Amazonas y ahora va a comenzar la temporada de lluvias en este lugar. Nadie padece de calor, aunque ésta es probablemente la época más calurosa del año; la atmósfera está cargada de humedad y casi todos los días, fuertes ráfagas de viento y lluvias se precipitan sobre la región. En los meses de sequía, desde fines de febrero hasta principios de setiembre, una constante y pesada brisa sopla casi todo el día contra la corriente del río; durante todas las estaciones, el viento generalmente va hacia el este, pero en esta época es más irregular y discontinuo, de manera que en esta ¿poca los botes de vela realizan las travesías más largas. El río, el cual tiene tres cuartos de milla de ancho frente a Nauta y tiene una apariencia imponente, ha subido cuatro pies entre el dieciséis y el veinticinco de setiembre.

El pueblo está ubicado en una colina, se ha despejado el bosque de sus alrededores y es un lugar saludable. Sélo vi dos casos de enfermedad durante mi estancia de dos semanas. Se trataba de serios casos a los cuales la gente está expuesta en cualquier parte. Ambos pacientes murieron; probablemente por falta de atención médica. Al hombre que tuvo disentería le di algunas dosis de calomel y opio (una receta que me dio el Dr. Smith en Lima), pero murió con la última dosis. Aunque hubiera querido no hubiera podido hacer nada con el otro caso. Era una mujer y yo no tenía confianza en mi practica. Solamente pude añadir mi óbolo para una suscripción presentada por los blancos para ayudar a sus huérfanos.

Los cocamas de Nauta son grandes pescadores y boteros y creo que son más audaces que la mayoría de las tribus civilizadas del río. De vez en cuando incursionan en la región de los mayorunas, salvajes que habitan las márgenes derechas del Ucayali y el Amazonas, luchan entre ellos y regresan con prisioneros, generalmente niños. Cuando viajan en número reducido o cuando están ocupados en sus quehaceres usuales en el río, cuidadosamente eluden el territorio de sus enemigos, quienes ejercen represalias cada vez que la oportunidad se presenta.

Estos indios son celosos y castigan con severidad la infidelidad conyugal y también el abandono de las leyes de castidad por parte de la mujer soltera.

Arébalo (sic) cree que la población de las Misiones está aumentando y por el censo que cuidadosamente él mismo hizo el año pasado, encontró que el número de las mujeres sobrepasaba en más de mil al de los hombres.

El dieciocho llegó un bote de la zona alta e informó sobre el accidente de otro que pertenecía a Enrique, uno de los comerciantes que conocimos en Laguna. El bote estaba cargado con sal y tela de algodón, y en la noche, al pasar la desembocadura de Tigre Yacu, cayó sobre un "aserrador", se volteó y se hundió. Se ahogó un muchacho. Macready hubiera envidiado el tono bajo, suave y triste y los gestos elocuentes que expresaban lástima y horror con los que un indio nos contó la desastrosa historia.

20 de setiembre. Pagamos a doce remeros y a un popero* y los pusimos a pertrechar nuestro bote con cubiertas y revestimientos. Compré este bote al Sr. Cauper en sesenta dólares, precio que él pagó cuando era nuevo. La mayoría de las personas del río levantaban las manos cuando les decía lo que había pagado por él, pero yo pensaba que era barato, sobre todo porque me veía obligado a con seguirlo de cualquier modo. El lo había reparado y calafateado para nosotros.

El bote (llamado garretea)** tiene treinta pies de largo, siete de ancho en su parte más ancha y tres de profundidad. La popa tiene una cubierta aproximadamente de diez pies de longitud hecha con la corteza de una palmera, la cual se ha separado del tronco y aplanado a la fuerza. La cubierta está revestida totalmente con pequeñas varas, dobladas en forma de aro sobre ella y bien techada con hojas de palma, formando un cómodo y pequeño camarote. El piloto se para o se sienta sobre este techo para dirigir o timonear y en la noche duerme sobre él, ante el peligro manifiesto de volcarse. Aproximadamente doce pies del centro del bote están revestidos y cubiertos de manera semejante; pero el revestimiento es más bajo y más angosto y deja espacio a los remeros para que se sienten a remar a cada lado de él. Casi todo el cargamento está acomodado bajo las cubiertas, dejando así un camarote para Ijurra y para mí. Hay un espacio entre las dos cubiertas que no se ha terminado de revestir, lo cual permite achicar el bote cuando éste se inunda y en la proa se ha dejado un espacio suficiente para colocar una vasija de barro donde prender fuego.

Al senhor** Cauper le compré algunas hachas portuguesas, algunos pequeños anzuelos (llamados por los indios, mishqui) y algunas cuentas blancas que son las más codiciadas por los salvajes del Ucayali.

Hicimos varias excursiones para pescar con el sacerdote y el gobernador y todos juntos pasamos agradables momentos en Nauta.

25 de setiembre. Luego de contratar a un sirviente, un tarapotino llamado López y embarcar nuestro equipaje y provisiones, izé una pequeña bandera norteamericana que me habían dado en la fragata Raritan y partimos por el Ucayali. Comenzamos con diez peones, pero a la mañana siguiente se nos unieron otros dos en un esquife (llamado montaria). En cincuenta y cinco minutos llegamos a la desembocadura del Ucayali. Es un hermoso río que tiene bajas e inclinadas orillas verdes en su desembocadura. Sin embargo, me desilusionó su tamaño pues no era más de la mitad de ancho del Amazonas. Es el tributario más largo que se conoce antes del Brasil y por lo tanto, algunos lo llaman el ramal principal del Amazonas. Impelimos el bote y remamos lentamente por la orilla izquierda durante cuatro millas y media y nos detuvimos ante un risco donde había una o dos chozas de la gente de Nauta. Amenazados por la lluvia, intentamos dormir en el bote, pero debido a que nuestras redecillas contra los mosquitos no habían sido adecuadamente preparadas, pasamos una noche pésima.

26 de setiembre. Aprovechamos los remolinos y el agua que aún había cerca de la orilla, para remar e impeler el bote aproximadamente a una milla y media por hora. Nuestros hombres trabajan bien. Al principio su remada es fuerte y lenta, alrededor de quince o veinte por minuto, pero paulatinamente la aceleran hasta que consiguen remadas de medio segundo. Este ritmo lo mantienen más o menos por media hora y al grito del timonel, arrojan sus remos al aire, cambian de lado y nuevamente empiezan a remar lento. No obstante, prefieren impeler el bote con botadores en vez de canaletes y siempre se dirigirán a una playa donde puedan utilizar sus botadores, lo cual lo hacen de una manera perezosa.e ineficiente.

Actualmente, la orilla izquierda del río es abrupta y tiene entre diez y, quince pies de altura. Está compuesta de tierra liviana y floja que continuamente se derrumba por la acción de la corriente, la cual arrastra árboles al río. La orilla opuesta es baja, verde e inclinada. Pienso que son las orillas de islas bajas y angostas. Los árboles no son muy espesos y la región es más despejada que en las orillas del Huallaga. Después del desayuno, avanzamos casi hasta el centro del río y cuando anclamos a treinta y tres pies de profundidad, encontramos que la corriente, según el cuaderno de bitácora, era de una milla y tres cuartos la hora. Pasamos la desembocadura de un riachuelo llamado Chingana. en cuya parte alta hay un establecimiento de los mayorunas. Nuestros hombres le temen mucho a esta gente y siempre duermen en la orilla izquierda mientras, están en su región. Todos los peones de este río tienen sus redecillas contra mosquitos pintadas de negro para que los mayorunas no los vean de noche. El modo de atacar de estos salvajes, es esperar hasta que los viajeros estén dormidos para luego arremeter sobre las redecillas contra mosquitos y hundirles sus lanzas. Ninguno de los indios con los que he viajado parecen tener idea de la conveniencia de colocar a un centinela. A mediodía, el río, el cual desde su desembocadura tiene menos de un cuarto de milla de ancho, se expande y está dividido por islas. Anclamos a doce pies de profundidad, a sesenta yardas de la orilla y dormimos sin la redecilla contra mosquitos. Había viento y estos fastidiosos mosquitos no aparecieron. Llovió casi toda la noche.

27 de setiembre. Ayer murieron dos de nuestras tortugas y hoy los indios se las están comiendo. Ijurra sospecha que ellos las mataron al ponerles tabaco en la boca ya que sabían que así no nos las comeríamos y que en consecuencia, ellos las obtendrían. Pero Ijurra es de naturaleza suspicaz, especialmente en lo que concierne a los indios, de quienes piensa son las personas más viles y despreciables de la humanidad. Hoy día la corriente avanzó a dos millas por hora, Un pez de más o menos dos pies de largo y de apariencia perfilada, como un delfín, saltó al bote. Tenía dos dientes curvos muy filudos en la mandíbula inferior, como los de una ardilla o como los colmillos de una serpiente. Nos causó un gran alboroto. Actualmente el río está muy dividido por islas, los pasos se extienden de cien a ciento cincuenta yardas de ancho. Cuando corre por la orilla principal, el río tiene aproximadamente un cuarto de milla de ancho.

28 de setiembre. Pasamos la desembocadura de un lago que se dice está a un día de distancia. Hay muchos lagos a cada lado del río, donde los indios pescan con barbasco*. En esta época la mayoría de las desembocaduras están secas. Pasamos dos balsas* cargadas con zarzaparrilla, recolectada en el río Aguaytía, sobre Sarayacu. Una estaba a cargo de un negro brasileño, la otra a cargo de un portugués; ambos eran dependientes de un establecimiento comercial en Loreto.

La tripulación estaba compuesta por indios conibos del Ucayali. Tenían consigo un corral de tortugas flotante y nos dieron una. Cuando nos detuvimos para desayunar, nuestra gente escondió sus jarras, vaciándoles el masato que contenían, para recogerlas al regreso. Como siempre, las orillas del río tienen entre diez y quince pies de altura. Las playas son pocas y pequeñas y terminan en arrecifes, de modo que en algunos momentos nuestros hombres no podían tocar el fondo con sus grandes botadores y en otros momentos el bote estaba encallado.

29 de setiembre. Pasamos por una zona del río donde había una playa a cada lado y un árbol en el centro. Por el lado que pasamos, el cual fue el lado derecho del árbol, sólo tuvimos cuatro pies de profundidad y sesenta yardas desde la playa. Sospecho que el árbol estaba plantado sobre una explanada de arena en el extremo superior de una isla, cuyo extremo inferior no habíamos observado y que el canal estaba en el otro lado, cerca de la orilla derecha del río. Pasamos la desembocadura del caño* Pucati, el cual se comunica con el Marañón justo debajo de San Regis. Ahora está totalmente seco y aparece como una simple grieta en la orilla entre la caña y los pequeños árboles que crecen cerca de él. La arena, que está amontonada a su entrada, está a cuatro pies sobre el actual nivel del río.

Nos detuvimos y compramos algunas tortugas, sal y guacos salados (una gran ave negra de caza, casi del tamaño y algo parecida a un pavo llamado piuri) a unas personas de San Regis, quienes habían salado y llevado el pescado a un lago cercano. Sus ranchos* estaban construidos sobre un risco en la orilla derecha. No pude permanecer con ellas por los mosquitos y tuve que retirarme al bote. Dos tortugas grandes, tres aves saladas y unos cuatro kilos de sal nos costaron seis sartas de pequeñas cuentas.

30 de setiembre. Pasamos la desembocadura de un ramal del río, el cual se dice deja al río principal varias millas arriba y forma la gran isla de Paynaco. En época de lluvias es navegable para canoas, pero debido a sus recodos, toma casi el mismo tiempo cruzarlo que cruzar el río principal y raras veces se le navega. Vemos muchas grullas y huananas (el ganso egipcio anteriormente descrito) pero los únicos animales son marsopas de color carne, las cuales son muy numerosas. De vez en cuando escuchamos a los "cotomonos"* o monos aulladores en los bosques. Tediosa labor el ascender el río; anclamos cerca de bajas islas de arena con abruptas orillas, las cuales continuamente caían al río.

01 de octubre. Después del alba, desembarcamos y disparamos a unos cotomonos*. No se tiene noción de la gran altura de los árboles hasta que se intenta disparar a un mono o a un ave que se encuentra en las ramas más elevadas. Entonces uno se sorprende al descubrir que el objeto está totalmente fuera del alcance de una escopeta ligera para caza menor y que sólo un rifle lo alcanzaría. Los árboles de esta región crecen con gran rapidez y debido al suelo liviano, delgado, con un substrato de arena, las raíces son superficiales y los árboles frecuentemente se derrumban. " naturaleza parece haber creado un modo para que se sostengan porque en vez de caer enteros al suelo, el tronco, aproximadamente a diez pies de éste, se divide en gruesas y anchas planchas, las que al ensancharse a medida que caen, se paran como puntales para soportar el árbol; pero a pesar de esta previsión, no pasa un día sin que escuchemos el derrumbe estrepitoso de algún gigante de la selva. Volvimos a acomodar el bote y reparamos el palacio de Ijurra, haciéndolo más angosto y más alto.

3 de octubre. Hay muchas huananas, con sus crías en el río. Disparamos a una gran ave marrón llamada chansu (cigana en Brasil), tiene una cresta erguida a voluntad y parece un faisán. Grandes bandadas frecuentan la caña de las orillas del río; tienen una pronunciada apariencia de aves de caza y son atractivas para el deportista, sin embargo, los indios las consideran aves sucias y no las comen; el buche lo tenían lleno de herbaje verde.

4 de octubre. Despejado toda la noche, con denso rocío. El ancla, que pesa sesenta y cuatro libras, se hundió tan profundo en la espesa y oscura arena del fondo, que se necesitó el esfuerzo unido de todos para sacarla. Nos encontramos con tres canoas que descendían cargadas con zarzaparrilla; compramos algunas yucas y plátanos en un asentamiento compuesto por cinco familias de conibos, en la ribera izquierda del río. También adquirimos muestras de la cera negra de la región y "lacre"*, el cual es la goma de un árbol, coloreada de rojo con achiote. La cera negra es elaborada por una pequeña abeja un poco más grande que una hormiga, que construye su casa en la tierra. La cera blanca se deposita en las ramas de un pequeño árbol, las cuales son huecas y están divididas en secciones como los nudos de una caña. La madera es lo suficientemente blanda para que la abeja la perfore; el árbol se llama cetica y se parece aunque más alto, a nuestro arbusto aliso.

5 de octubre. Nos detuvimos ante un rancho* conibo en la orilla derecha. Tres hombres y seis mujeres conibos vivían en el rancho*, eran muy pobres y no nos pudieron vender nada. El río subió seis pulgadas desde las ocho de anoche hasta las cinco de esta mañana. Hoy día las orillas están bajas, con extensas playas de arena; sólo cuatro pies de agua y a cincuenta o sesenta yardas de ellas. La corriente avanza a dos millas y un cuarto.

6 de octubre. Pasamos un asentamiento de conibos en la orilla izquierda, compuesto por cuatro casas, ocho hombres y veinticinco mujeres y niños. Verdaderamente fue un deleite ver crecer en la orilla una flor tan familiar como el convólvulo. No era tan grande ni tan colorido como la de nuestros jardines, pero tenía una apariencia hogareña que era muy agradable. Pasamos una barranca en cuya parte alta hay un asentamiento de indios amajuacas. Estos hombres son cazadores que viven en el interior y raras veces descienden a los ríos. A veces los pirros y conibos luchan contra ellos y se llevan cautivos. Ayer, dos hombres, un pano de Sarayacu y un amajuaca, se nos unieron para abrirse paso a Sarayacu. El amajuaca era tan buen sujeto y trabajaba tan bien que le pagué como a los otros. La corriente avanza a dos millas y un cuarto.

7 de octubre. El río tiene media milla de ancho y aumenta rápidamente. Los troncos de árboles empiezan a descender. Nos detuvimos en un asentamiento llamado Guanache. Sólo vi dos casas, con cuatro o cinco hombres y mujeres; ellos dijeron que los otros habían salido a recolectar zarzaparrilla. Esta gente no sabe contar y nunca puedo obtener de ellos una idea exacta de los números. Se parecen mucho a las "bestias que perecen". Son sucios y están cubiertos con las llagas y cicatrices de la sarna. Las casas eran bastante grandes, medían entre treinta y cuarenta pies de largo y entre diez y quince de ancho. Consisten en inmensos techos de pequeñas varas y cañas, cubiertos con palmera y sostenidos por cortas estacas de cuatro pies de altura y tres pulgadas de diámetro, plantadas en la tierra a una distancia de tres o cuatro pies y los espacios los tienen llenos de caña, excepto entre dos delanteros. Muchas personas viven "apiñadas" en una de estas casas. Aquí crece el algodón. La corriente avanza a tres millas y un tercio.

9 de octubre. Nos detuvimos en el poblado de Sta. María, un asentamiento de pirros en la orilla izquierda, de ciento cincuenta almas. El curaca, quien parecía un ser más inteligente y respetable que el resto y a quien después vi en Nauta, me contó que había treinta y tres Matrinionios*. Estos indios ascienden el Ucayali en sus canoas hasta un punto no muy lejano de Cuzco, donde van a intercambiar aves exóticas y animales por cuentas, anzuelos y pequeños adornos de plata que usan en sus narices. Entierran a sus muertos en sus canoas bajo el piso de sus casas. El curaca dijo que los conibos entierran los efectos personales del difunto con él, diferenciándose en esto de su gente, los pirros. Su idioma también es diferente, pero en todas las otras cosas son como guisantes. No tienen idea sobre su condición futura y no tienen ningún culto. En realidad, creo que no tienen ideas en lo absoluto, a pesar de que pueden hacer un arco o una canoa y pescar y sus mujeres pueden tejer una gruesa tela de algodón y teñirla. Nos preguntaron si no teníamos en nuestras cajas alguna gran enfermedad infecciosa que podíamos coger y soltarla entre sus enemigos, los cashibos del Pachitea.

Había dos moyobambinos que vivían en el poblado y estaban comprando pescado salado a los indios. Uno de ellos me dijo que un indio ~a proporcionar ochenta unidades de pescado salado por ochenta yardas de tocuyo; este hombre debió haber "revelado un secreto" y me mostró cómo estafaban a los indios. Una yarda de tocuyo es el precio general de tres unidades. Un pez llamado payshi, el cual es el pescado comúnmente salado, fue traído y cortado en pedazos mientras estuvimos aquí. Es un pez grande, aproximadamente de seis pies de largo y uno y un cuarto de diámetro. La cabeza tiene catorce pulgadas de largo, con pequeñas mandíbulas y una boca bastante pequeña. Cuando la lengua está seca, es tan dura como un hueso y se usa comúnmente como lima. Las escamas del vientre y de la cola están bordeadas por una línea roja y brillante, que hace que el pez esté casi cercado por una serie de anillos escarlata y esto le da una bonita apariencia. (En Brasil se llama pirarucu).

Justo debajo de Sta. María está la desembocadura de un arroyo o pequeño canal del río, el cual atraviesa un estrecho de tierra para conectar dos partes de un gran recodo del río. Estos canales que atraviesan un istmo son llamados por los indios, tepishka. Este es sólo navegable cuando el río está lleno.

Dos horas después que dejamos Sta. María, llegamos a una playa donde había un establecimiento del senhor* Cauper, para salar el pescado. Estos establecimientos se llaman factorías. Un sobrino del anciano ha estado aquí por dos meses atendiendo el negocio. En vez de emplear infieles, trae consigo indios de Nauta, gente que generalmente está en deuda con el Sr. Cauper. En seis semanas, veinticinco indios recogen y salan cuatro mil unidades de pescado.

Compramos cincuenta unidades a seis centavos y un cuarto para la manutención de mis peones. Desde las ocho de anoche hasta las seis de esta mañana el río sólo subió dos pulgadas y ahora parece que está bajando.

Los indios de este río tienen en sus casas, algodón, maíz, maní*, camotes, yucas, plátanos, aves de corral, pescado, arcos, flechas, lanzas, porras, canaletes y bonitas canastas hechas de caña. Las mujeres se cosen su propia ropa y la de sus maridos y se las ingenian para pintar figuras y dibujos sobre el algodón después de tejido. Los pirros y los conibos parecen más altos de lo que realmente son debido a su vestimenta, que consiste en una túnica larga de algodón. He visto a un sujeto con una de esas túnicas caminando a zancadas por una playa y a cierta distancia parecía un patricio romano con su "toga"*.

10 de octubre. Anoche el río bajó cuatro pulgadas. Nos detuvimos en la isla Puiri para desayunar. Hay un bonito y pequeño lago que ocupa casi todo el centro de la isla. Cruzamos un ramal del río poco profundo y angosto entre la isla Puiri y la orilla derecha. El río tiene un cuarto de milla de ancho sobre la isla.

En la playa nos encontramos con un conibo, con su esposa y dos niños. Este hombre era evidentemente el dandi de su tribu. Estaba pintado con una ancha raya roja bajo cada ojo; tres rayas azules angostas empezaban en una oreja y atravesa han el labio superior hasta llegar a la otra; las dos rayas inferiores eran sencillas y la superior estaba rodeada con figuras. El conjunto conformado por la mandíbula inferior y el mentón, estaba pintado con una cadeneta azul de dibujos, algo parecido a los caracteres chinos. Alrededor del cuello tenía un ancho y ajustado collar de cuentas negras y blancas, con un peto de las mismas que colgaba de él y parcialmente cubierto con la larga túnica o cushma. Sus muñecas también estaban adornadas con anchos brazaletes de cuentas blancas y sobre éstos había un brazalete de piel de lagarto rodeado con dientes de mono. De su nariz colgaba una pequeña nariguera de plata y una angosta y delgada placa de plata, en forma de canalete, de dos pulgadas y media de largo, se insertaba a través de un orificio en el labio inferior y colgaba sobre el mentón. El había estado en Cuzco, donde había adquirido sus adornos de plata y dijo que había sido un viaje de cuatro lunas. Anclamos a treinta y seis pies de profundidad y encontramos una corriente que avanzaba a tres millas por hora. Una noche tranquila y despejada; mucho rocío.

11 de octubre. Nos detuvimos a desayunar en una playa a la orilla izquierda detrás de la cual, en tierra firme, había dos casas de indios remos. Había veintidós de ellos, hombres, mujeres y niños, con tres hombres de la tribu de los shipebos* (sic: shipibos). Parecía no haber uniformidad en su pintura, cada uno se había pintado a su gusto; aunque había un hombre y una mujer quienes supuse eran marido y mujer, porque estaban pintados de la misma manera. Los remos eran bajos y pequeños; mientras que los shipebos (sic) eran más altos. Estaban vestidos con el traje típico del Ucayali (la cushma) y tenían el pelo cortado derecho sobre la frente, justo encima de los ojos, para así mostrar el rostro, como si éste estuviera encajado en un marco de pelo. Todos son sucios y algunos tienen sarna. Hasta donde he podido observar, esta enfermedad la tienen más mujeres que hombres. Luego pasamos más chozas y algunos indios que en una playa buscaban crías de tortuga. Esta gente come cualquier cosa. Sé que comen los huevos de la tortuga con la cría en ellos y también comen la tortuga que ha tenido una muerte natural y que se ha podrido.

12 de octubre. Pasamos un asentamiento de conibos en la orilla derecha; eran veinticinco o treinta. Nos dijeron que los habitantes de un poblado llamado Huamuco, el cual Smyth lo sitúa cerca de este lugar, se habían ido al Pachitea.

13 de octubre. En el desayuno encontramos una especie más pequeña de tortuga llamada charapilla, mejor y más tierna que la gran tortuga llamada charapa. Nos detuvimos en un pequeño establecimiento de shipebos (sic) en la orilla derecha; veinticinco contados. Nos encontramos con tres negros, con una tripulación de conibos, quienes habían ido río arriba para recolectar zarzaparrilla. La parte principal de lo que tenían (más o menos sesenta arrobas), la habían reunido en el Aguaytía pero habían empleado cinco días por el Pachitea y seis por el Ucayali, sobre el Pachitea. Según ellos, los cashibos de aquel río vendrían a la playa con una actitud hostil, pero que huirían cuando vieran que los extraños no eran indios del Ucayali sino que llevaban pantalones y tenían armas.

Pasamos dos casas de conibos, éstos eran aproximadamente quince. Uno de ellos nos confundió con padres* e insistió en, que Ijurra debía bautizar a su hijo; lo cual se hizo como correspondía. Le puso el nombre del sacerdote oficiante, lo escribió en un pedazo de papel y se lo dio a la madre, quien lo guardó cuidadosamente. Creo que en Sarayacu el sacerdote reprochó a mi compañero por su acción. La cabeza de la criatura había sido amarrada con tablas, enfrente y atrás y estaba achatada y alargada. No veo que las cabezas de los adultos tengan alguna huella de esta costumbre.

15 de octubre. Llegamos al poblado de Tierra Blanca, que pertenece a la Misión, después de haber pasado ayer por varios asentamientos de indios y visto por primera vez las colinas de los alrededores de Sarayacu. Es un pueblo limpio y pequeño, de doscientos habitantes, situado sobre una elevación en la orilla izquierda aproximadamente a veinticinco pies sobre el actual nivel del río. Durante la crecida del río el agua se aproxima a unos cuantos pies de las casas más bajas.

Un sacerdote de Sarayacu, el "padre Juan de Dios Lorente", se encarga de los asuntos espirituales y de varios de los asuntos seculares del poblado. Ahora está aquí, celebrando alguna festividad y es el único blanco presente. Como siempre sucede en época de festividad, casi todos los indios se emborracharon y también embriagaron a mis hombres. Cuando quise partir, envié a Ijurra a una casa grande donde estaban bebiendo, para que trajera a nuestra gente al bote; pronto regresó rabiando de ira y me pidió un arma para que así le obedecieran; yo lo calmé, sin embargo subí hacía la casa, donde, después de tomar un trago con ellos y emplear la táctica que a menudo he ejercido para llevar al barco a intratables marineros que estaban bebiendo en tierra, logré conducir al barco a la tripulación más ebria de un bote que se puede encontrar, dejando el pequeño bote para que los demás nos siguieran; esto seguro que lo van a hacer cuando descubran que se han llevado sus trajes y sus ropas de cama. El padre* dijo que si Ijurra hubiera disparado a alguno, ellos nos hubieran asesinado a todos; pero lo dudo ya que todos estábamos bien armados y los indios temen a las armas.

Cuando el padre* Lorente se unió a la Misión, descendió el Pachitea en nueve días, desde Mayro hasta Sarayacu, en el mes de agosto; sí así lo hizo, debe haber habido una enorme corriente en lo alto del Pachitea y del Ucayali ya que toma treinta días llegar a la desembocadura del Pachitea desde Sarayacu, distancia que el padre* Lorente descendió en seis y el padre* Plaza (sin embargo se dice que es un viajero lento) empleó dieciocho en ascender el Pachitea desde su desembocadura hasta Mayro, distancia que el padre* Lorente descendió en tres. Por el corto recorrido de este río y por el gran descenso, estimo que el río tuvo una poderosa corriente. El padre* contó que en un día de viaje por la desembocadura del Pachitea, sus hombres tuvieron que bajarse de la canoa y arrastrarla sobre sus base por quinientas yardas. También dijo que sería inútil intentar ascender en esta época, que sólo se puede hacer en Pascua de Resurrección, cuando la corriente no es tan rápida. El Aguaytia y el Pishqui también son ríos pequeños, donde los indios tienen que vadear y arrastrar las canoas.

16 de octubre. Partimos a las 6 a.m.; nos detuvimos a las cinco y media frente a la desembocadura del río Catalina. Parecía tener treinta yardas de ancho y delante tenía una pequeña isla.

El ascenso del río es muy tedioso; con las justas pudimos avanzar contra la fuerza de la corriente y día tras día uno se "aburre" debido a la monótona rutina. Frecuentemente desembarco y con una escopeta al hombro y vestido sólo con camisa y calzoncillos, camino varias millas por las playas. Es un gran placer para mí el observar que el bote lucha contra la marea. Esto siempre va acompañado por sentimientos de orgullo, mezclado con una curiosa y poco definida sensación de sorpresa. Era algo casi alarmante ver en el tope del mástil, la hermosa y bien amada bandera de mi país, bailando alegremente en la brisa por las aguas del extraño río y flameando sobre las cabezas de las oscuras y siniestras figuras de abajo. Sentí un orgulloso cariño por ella; la había llevado donde nunca antes había estado; había un lazo entre nosotros; estábamos solos en una tierra extraña y ella y yo éramos hermanos en la soledad.

17 de octubre. Nos encontramos con diez canoas de conibos, veintiocho hombres, mujeres y niños que habían ido de excursión, tan lejos como las primeras piedras del Ucayali, sin ningún objeto en particular. Este lugar está aproximadamente a treinta y ocho días de Sarayacu y en Quichua se llama "Rumi Ccallarina" o comienzo de las rocas; el río ha subido en estos dos o tres últimos días; pasarnos un poblado de shipebos (sic) llamado Cushmuruna; hay colinas a la vista hacia el sur.

18 de octubre. A las 11 a.m. entramos al caño* de Sarayacu; en esta época no tiene más de quince o dieciocho pies de ancho y está casi todo cubierto con hierba alta, parecida al millo de una escoba o una pequeña variedad de caña, (este es el alimento de la vaca marina*). El caño* tiene seis pies de profundidad en el centro, por dos millas, pero se angosta tan pronto que apenas deja espacio para que mi bote pase y se vuelve poco profundo y obstruido con las ramas de pequeños árboles que se inclinan sobre él. Aproximadamente a dos millas de su desembocadura, también cambia su carácter de caño* o ramal del río principal y se convierte en el pequeño río de Sarayacu, el cual se retira y avanza de acuerdo a los movimientos de su gran vecino.

No pudimos acercar nuestro bote más de un cuarto de milla al pueblo; de manera que tomamos pequeñas canoas de la orilla y pusimos nuestro equipaje en ellas. Los padres* nos recibieron hospitalariamente y se nos dio habitaciones en el convento*, una casa grande con varios cuartos.

Sarayacu es un poblado indio bastante limpio, aproximadamente de mil habitantes; incluyendo Belén, un pequeño pueblo de ciento cincuenta habitantes, a una milla y media de distancia. Este, o más bien la Misión, incluyendo los pueblos de Sta. Catalina y Tierra Blanca está gobernado por cuatro frailes franciscanos del Colegio de Ocopa. Como ahora el director y prefecto, padre* Juan Chrisostomo (sic: Crisóstomo) Cimini está ausente en una visita a Ocopa, la dirección general está en manos del padre Vicente Calvo, asistido por los padres Bregati y Lorente, quienes están a cargo respectivamente de Sta. Catalina y de Tierra Blanca.

Mi tipo ideal de un monje misionero era el padre Calvo, bondadoso y humilde en cuanto a asuntos personales, aún lleno de fervor y ánimo en su oficio, vestido con su larga túnica de sarga, ceñida con un cordón, descalzo y con una tonsura bien cortada, habitual encorvadura y generalmente llevando sobre su hombro una linda y atrevida ave, un tipo de loro llamado chiriclis (sic: chirricles). El es aragonés y ha servido como sacerdote en el ejército de don Carlos. Bregati es un joven y apuesto italiano, a quien el padre Calvo a veces llama San Juan. Lorente es un catalán alto, serio y de mirada fría. Completaba el asentamiento un hermano lego llamado Maquin, quien cocinaba y no se cansaba de prodigarnos atenciones. Aquí estuve enfermo y creo que siempre recordaré con gratitud la cariñosa amabilidad de estos piadosos y devotos frailes de San Francisco.

El pueblo está situado sobre una llanura elevada a cien pies sobre el riachuelo del mismo nombre, el cual desemboca en el Ucayali a tres millas de distancia.

El riachuelo no proporciona suficiente agua para una canoa en la temporada de sequía, pero en aquella época se puede abrir un buen camino a través de la selva hacia las orillas del Ucayali, el cual probablemente estará fangoso y profundo en la temporada de lluvias que dura desde el primero de noviembre hasta la Pascua de Resurrección. Llovió casi todo el día que estuvimos allí, pero fueron aguaceros pasajeros, alternados con un fuerte sol. El clima de Sarayacu es encantador; a las 3 p.m. la temperatura máxima es 841/2', a las 9 a.m. la mínima es 74. La temperatura promedio del día es de 79; las noches son lo suficientemente frescas como para permitir que uno duerma con comodidad bajo la redecilla contra mosquitos hecha de quinga. Estos insectos son menos molestos aquí de lo que se espera, lo cual se puede observar por el hecho que los sacerdotes vivan sin usar medias; pero debería pensar que es una continua penitencia, completamente igual a la autoflagelación una vez por semana.

La tierra es muy fértil pero es fina y liviana; a medio pie debajo de la superficie hay arena pura y ningún indio cultiva la misma chacra por más de tres años, después limpia el bosque y planta otro cultivo. En los alrededores del pueblo sólo se produce un poco de café para la venta. Los padres extraen más o menos trescientas arrobas de zarzaparrilla de los pequeños ríos de la parte alta y la venden al senhor** Cauper en Nauta. Esta les da una ganancia aproximada de quinientos dólares". El Colegio de Ocopa les asigna un dólar por cada misa rezada o cantada. Los cuatro padres* están en capacidad de oficiar alrededor de setecientas misas anualmente (no son pagadas las de los domingos ni las de las festividades) y este ingreso de doce mil dólares se destina a los arreglos de los templos y conventos*, para los muebles del templo, para las vestiduras de los sacerdotes, para los utensilios de cocina y accesorios del dormitorio y algunos pequeños lujos, como azúcar, harina, vinagre, &a. que se compran a los portugueses de la zona baja.

Recientemente los padres* han conseguido un permiso del Prefecto del departamento de Amazonas, quien les ha dado el derecho exclusivo de recolectar zarzaparrilla del Ucayali y sus tributarios; pero dudo que esto los beneficie mucho ya que como no hay poder que haga cumplir el mandato, los portugueses enviarán allí a sus comisionados como lo han hecho anteriormente.

Cada padre* tiene dos Mitayos designados mensualmente, un cazador y un pescador, para aprovisionar su mesa con los productos de la selva y del río. Los fiscales* le cultivan una pequeña chacra de yucas y plátanos y él mismo cría aves de corral y recoge los huevos; ellos también le preparan ron de caña de azúcar, el cual se necesita en gran cantidad para abastecer a los alguaciles, (Varayos, de "vara", cada uno lleva un bastón) a los fiscales* y a los mitayos.

El gobierno es paternalista. Los indios reconocen en el padre* el poder de nombrar y cambiar curacas, capitanes y otros dignatarios, de imponer galones y confinar en el tronco. Ellos obedecen sin demora las órdenes del sacerdote y parecen tratables y dóciles. Sin embargo, se aprovechan de la bondad del padre Calvo y a veces son un poco insolentes. Por ejemplo, en una ocasión mi amigo Ijurra, quien siempre es defensor de las medidas drásticas y dice que en el gobierno de los indios no hay nada como el santo palo*, le preguntó al padre Calvo por qué no mandaba al tronco al atrevido pilluelo. Pero el buen padre respondió que no le gustaba hacerlo, que eso era cruel y lastimaba las piernas del pobre muchacho.

Aquí, como en todas partes, los indios son borrachos y flojos. Las mujeres hacen la mayor parte del trabajo; llevan casi todas las cargas hacia y desde las chacras* y canoas; preparan el masato y las vasijas de barro en las cuales se bebe; hilan el algodón y tejen la tela; cocinan y cuidan a los niños. Sin embargo, su recompensa es ser maltratadas por sus esposos y en sus juegos de borrachos las golpean cruelmente y a veces las hieren de gravedad.

El pueblo es muy salubre, no hay enfermedades endémicas, sólo agudos ataques debido a los excesos o imprudencia en comer y beber. En el registro parroquial aparece que en el año 1850 hubo diez matrimonios, sesenta y dos nacimientos y veinticuatro muertes. Por el análisis de, los otros años, éste parece ser un promedio razonable; aun así la población está constantemente disminuyendo. El padre Calvo atribuye esto a la deserción. Dice que muchos descienden el Amazonas con viajeros y cargamentos y que nunca más regresan ya que esto o se les hace difícil o se establecen en los poblados a orillas del río o bien se unen a los Ticunas, u a otras tribus de infieles.

Frecuentemente las familias indias venden sus hijos jóvenes a los españoles del Huallaga y éstos se los llevan para que realicen las labores domésticas. El padre Calvo habló con gran indignación de esta costumbre y dijo que si agarrara a alguna persona robando su gente, la colgaría en la plaza*. Nuestro sirviente López quería un adelanto de nueve hachuelas con el fin de comprar un joven indio cuyo padre deseaba vender. Yo le hice saber a López la opinión del padre Calvo respecto a este asunto y no acepté. Sin embargo dos muchachos se embarcaron en una canoa el día anterior y se nos unieron debajo de Tierra Blanca. No entendí claramente quiénes eran porque sino los hubiera enviado de regreso.

Más adelante nos encontramos con una tripulación de un bote formada por doce personas, quienes habían partido con un joven español de Rioja (un poblado entre el Huallaga y el Marañón) quien no intentó regresar y temo que muchos de los que descendieron conmigo no regresen por años, sí es que alguna vez regresan; a pesar de que hice todo lo que pude para enviarlos de regreso.

Así Sarayacu se está despoblando a pesar de la amabilidad paternal y de la benevolente autoridad del padre Calvo. Mi opinión en cuanto a la razón de su deserción no es que ésta se deba a las dificultades para el regreso, o a la indiferencia o a una inclinación por retroceder a la vida salvaje; sino que se da porque los misioneros han civilizado a los indios en cierto grado; les han enseñado el valor de la propiedad y han despertado en sus mentes la ambición y el deseo de mejorar su condición. Por esta razón el indio deja Sarayacu y va al Brasil. En Sarayacu no hay relativamente nadie que lo emplee y le pague por sus servicios. En el Brasil, el "commerciante" (sic: comerciante) portugués, a pesar de que lo maltrata y que no le da suficiente comida, le paga por su trabajo. Así, junta dinero y se convierte en un hombre acaudalado y con el tiempo posiblemente regresa donde su familia en posesión de un baúl de madera pintado de azul, con un candado y llave, lleno de hachuelas, cuchillos, cuentas, anzuelos, espejos, &a. El ha visto el mundo y es objeto de envidia por parte de sus parientes y vecinos.

Entre las muertes de 1850 no están incluidas las de cuatro hombres que murieron envenenados. En uno de sus juegos de borrachos, los indios estaban discutiendo sobre las propiedades de un pequeño árbol o arbusto de la selva llamado sublimado corrosivo ("solimán del monte")* y decidieron averiguarlo. Rasparon una porción de la corteza echándola dentro de su masato y cinco hombres y dos mujeres la bebieron. Cuatro de los hombres murieron en tres cuartos de hora con gran agonía y los otros estuvieron enfermos por largo tiempo.

En la huerta del padre* crecía un pequeño árbol que tenía un fruto del tamaño aproximado de nuestro nogal americano, el cual contiene adentro una pequeña y oblonga nuez llamada piñón. Esta tiene una cáscara blanda y el jugo de la nuez es un purgante suave, seguro y efectivo. También había un arbusto llamado "guayusa " y se dice que el cocimiento de sus hojas es bueno para el resfrío y el reumatismo. También se cree que es bueno para la cura de la esterilidad.

En la tarde del domingo, los frailes nos agasajaron con una danza de indios. Estos estaban vestidos con túnicas y pantalones pero tenían tocados hechos con una cinta para sujetar el pelo o con un anillo de pequeñas y coloridas plumas coronadas con las largas plumas de la cola del guacamayo escarlata. Tenían fibras de cáscara de nuez alrededor de sus piernas, lo cual producía un ameno estribillo en la danza. " rodilla media doblada y el gracioso ondeo del sombrero emplumado que le hacían al sacerdote antes de comenzar la danza, con la uniformidad de la figura, daba una inconfundible evidencia de la enseñanza de los jesuitas, quienes parecen no haber descuidado nada, por trivial que sea, que pueda ganarse el afecto de los conversos y ganarles influencia.

Los habitantes de Sarayacu están divididos en tres distintas tribus llamadas panos, omaguas y yameos. Habitan en diferentes zonas del pueblo. Cada tribu tiene su dialecto peculiar pero generalmente se comunican en el dialecto pano. Estos últimos son los indios más blancos y mejor parecidos que he visto.

No pude reunir mucha información auténtica sobre los infieles del Ucayali. Los padres* sólo han estado en Sarayacu unos cuantos años y nunca han dejado su puesto para viajar entre los indios.

Los campas son la tribu mas numerosa y belicosa y están resueltos a impedir que los extraños entren en su territorio. Habitan en la parte alta del Ucayali y juzgo probable que ellos son los mismos que, bajo el nombre de chunchos, son tan hostiles hacia los blancos en los alrededores de Chanchamayo y en las haciendas* al este del Cuzco. Esta es la gente que en 1742 bajo la dirección de Juan Santos Atahaulipa (sic: Atahualpa) arrasó con todas las Misiones del Cerro de la Sal y casi puedo afirmar que descienden de la raza inca. Por la extensión de su territorio, uno puede suponer que ellos son el grupo más numeroso de salvajes en América, pero no se puede hacer un cálculo sobre su número ya que nadie capaz de hacerlo se ha aventurado entre ellos.

Los cashibos o Callisecas se encuentran principalmente sobre el Pachitea. También luchan contra los invasores o visitantes que entran a su territorio, pero sólo se arriesgan a atacar a los indios que visitan su río, quienes vienen a menudo para declararles la guerra y para llevarse a sus niños. Raramente confían en sí mismos ante el tiro de fusil del hombre blanco; son barbudos y se dice que son caníbales. Una pequeña tribu llamada Lorenzos vive más arriba en las nacientes del Pachitea y a orillas del río Pozuzu.

Los Sencis ocupan la región sobre Sarayacu en el lado opuesto del río. Gracias a la información suministrada por el padre Plaza (el gobernador misionero reemplazado en sus funciones por mis amigos), quien los ha visitado, sabemos que el teniente Smyth dice que es una tribu numerosa, valiente y belicosa. Según él, algunos de los que vio en Sarayacu mostraron mucho interés por sus observaciones astronómicas. Tenían nombres para algunas de las estrellas y planetas permanentes, dos de los cuales me sorprendieron por ser particularmente adecuados. A la brillante Canopo la llamaban "Noteste" o cosa del día y al feroz Marte, Tapa" (audaz), a Júpiter lo llamaban Ishmawook; la Cabra era Cuchara* y la Cruz del Sur, Nebo (caída del rocío). En Sarayacu vi a alguna de esta gente. Frecuentemente vienen a la Misión para bautizar a sus niños, ceremonia a la cual la mayoría de los indios parecen atribuir alguna virtud (como probablemente lo harían con cualquier otra ceremonia) y también vienen para comprar herramientas de hierro que pueden necesitar; pero no veo diferencia en la apariencia entre ellos y la de otros indios del Ucayali y no escuché que hubiera algo peculiar respecto a ellos.

Smyth también afirma (todavía citando al padre Plaza) que los sencis son gente muy activa, que cultiva la tierra en común y que mata a aquéllos que son ociosos y que no están dispuestos a hacer la parte que les corresponde de su trabajo. Si esto es verdad, son muy diferentes de los salvajes del Ucayali con que me he encontrado, los que en su mayoría son holgazanes y estarían más dispuestos a matar a la gente activa que a la ociosa, si estuvieran del todo resueltos a matar, lo cual no lo creo.

Los conibos, shipebos (sic), setebos, pirros, remos y amajuacas son los errantes del Ucayali, que deambulan de sitio en sitio y se establecen donde les gusta. Son grandes barqueros y pescadores y son la gente que contrata los comerciantes para reunir zarzaparrilla y pescado salado y para preparar aceite o manteca de la grasa de la vaca marina* y huevos de tortuga. En las orillas del río tienen asentamientos, pero muchos de ellos viven en sus canoas; cuando el clima es malo construyen chozas de caña y palma en las playas. No pude averiguar si rendían culto a algo o si tenían idea de un estado futuro. Muchos tienen dos o tres esposas, se casan jóvenes y tienen muchos hijos, pero no crían a más de la mitad de ellos. Parecen dóciles y tratables, aunque son perezosos y desleales. No confían en el hombre blanco, para ello probablemente tienen un buen motivo y el hombre blanco no confía en ellos si es que lo puede evitar; pero el indio no hace nada a menos que se le pague por adelantado.

Finalmente, los mayorunas ocupan la orilla derecha del Ucayali, cerca de su desembocadura y se extienden a lo largo de las márgenes meridionales del Amazonas hasta el Yavarí. Se conoce muy poco acerca de esta tribu. Se dice que son blancos que los de las otras tribus, que usan barba y que andan desnudos. Atacan a cualquier persona que ingresa a su territorio y nuestros boteros de Nauta fueron cautelosos de no acampar en su lado del río.

Cuando dejé Nauta, intenté ascender el Ucayali, de ser posible hasta Chanchamayo y también intenté inspeccionar el Pachitea. Cuando llegué a Sarayacu, consulté al padre Calvo sobre el asunto. Al principio habló desalentadoramente; dijo que la mayor parte de la población había salido a pescar y que yo tendría gran dificultad en reclutar un número suficiente de hombres para la expedición, ya que el año antepasado, el padre Cimini, con una dotación de ciento cincuenta hombres fue rechazado por los campas cuando estaba a un día de Jesús María, en la confluencia del Pangoa y el Perené y había declarado que era una tontería intentarlo con un número menor pues éstos estaban bien armados. El padre Calvo también dijo que si él pudiera reunir a los hombres mediante contribuciones de Tierra Blanca y Sta. Catalina, probablemente no podría proporcionar la mitad de aquel número. Yo le dije que estaba listo para partir con veinticinco hombres; quince para mi propio bote y diez para una canoa más liviana, para actuar como una patrulla de avanzada y depender del río para su sustento; además le dije que no tenía intención de invadir la región de los infieles o abrirme paso por la fuerza y que regresaría en el momento que encontrara resistencia o me faltaran provisiones.

Con este razonamiento el padre* dijo que haría todo lo posible y envió un correo urgente a los padres Bregati y Lorente con instrucciones de reclutar hombres en Tierra Blanca y Sta. Catalina y enviarlos a Sarayacu con todas las provisiones que pudieran reunir. Mientras tanto, nosotros empezamos a hacer trabajar a los reclutas y dimos órdenes de preparar farinha**, recoger barbasco para pescar en el camino y destilar aguadiente (sic).

Sin embargo, a pesar de que ofrecí doble paga, descubrí que no podíamos conseguir más de ocho hombres en Sarayacu que estuvieran deseosos de ir en esta época. Mucha gente de Sarayacu ha estado con el padre Cimini en su expedición. Dicen que en ese entonces la corriente era tan fuerte cuando el río estaba bajo, que se vieron obligados a arrastrar con sogas las canoas a lo largo de las playas; que ahora la corriente es más fuerte y el río está tan subido que no hay playas y en consecuencia no hay sitios para dormir o encender una fogata para cocinar. En resumen, dieron mil excusas para no ir, pero creo que la razón principal era el miedo a los campas.

Los padres Bregati y Lorente informaron que no podían conseguir ni un hombre, de manera que tuve que abandonar la expedición en la que había puesto mi alma ya que creí posible ganar una gran reputación con mis amigos de Chanchamayo al reunirme nuevamente con ellos desde la zona baja y al mostrarles que su querido deseo (una comunicación con el Atlántico por el Perené y el Ucayali) podía cumplirse.

Al voltear la proa de mi bote río abajo, sentí que el placer y la excitación de la expedición había pasado, que estaba perdido y que no había hecho nada. Me enfermé y me desanimé y nunca recuperé completamente la alegría y adaptabilidad de espíritu que me habían animado al principio, hasta que recibí las felicitaciones de mis amigos en casa.

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