Página Anterior Página Siguiente

CAPITULO VIII

Tarapoto Pongo de Chasuta Chasuta Yurinwguas Sta. Cruz Antonio, el Paraguá Laguna Desembocadura del Huallaga.

19 de agosto. Partimos en compañía de un hombre que con sus peones llevaba a Tarapoto, pescado que había cogido y salado abajo de Chasuta. Una penosa caminata de cinco horas (la última parte de ella bastante rápida para evitar la lluvia que nos amenazaba) nos llevó al pueblo. El camino atravesaba una cadena de colinas en un bosque, durante más o menos la mitad del trayecto. El ascenso y el descenso de estas colinas fue difícil debido al fino aguacero que humedecía el suelo de tierra compacta, volviéndolo tan resbaloso como el jabón. En la otra mitad del trayecto, el camino iba por una planicie cubierta de pasto grande y alargado, y con algunos arbustos; habían algunos montones de pasto más pequeños que proporcionaban bastante forraje. Creo que la distancia entre Shapaja y Tarapoto es de quince millas y que la dirección es hacia el oeste, aunque no lo puedo afirmar con exactitud debido al ensanchamiento del camino. Tarapoto, situado sobre una elevación de moderada altura, cerca del lado occidental de la planicie antes mencionada y rodeado por colinas, es sin lugar a dudas el pueblo más grande que he visto desde que deje Huánuco. El distrito que incluye los pueblos de Tarapoto (de tres mil quinientos habitantes), Chasuta (de mil doscientos), Cumbasa, Morales, Shapaja, Juan Guerra y Juan Comas, tiene un total de seis mil habitantes.

Las principales producciones son arroz, algodón y tabaco, todos artículos de exportación, especialmente la tela llamada tocuyo que tejen las mujeres con el algodón. Tarapoto proporciona este artículo a lo largo de casi todo el curso del río hasta Egas. Se dice que en este lugar se producen casi treinta y cinco mil varas anualmente. Aquí la vara (1) está valorizada en doce centavos y medio, y según vaya río abajo, hasta que en Egas se cambia por artículos de Para, por un valor de cincuenta centavos. También va al interior hasta Moyobamba, donde se le cambia por sombreros de paja y grabados ingleses.

Hay poco dinero o nada. En su lugar se usa tocuyo, cera de Ucayali y ovillos de hilo de algodón. Los productos ingleses que vienen del interior, se venden en Tarapoto a cuatro veces más su costo de Lima, por ejemplo: una yarda de calico estampado que en Lima cuesta doce centavos y medio, en este lugar se vende ya sea por una libra de cera, cuatro yardas de tocuyo o dos libras de algodón en ovillo, (su precio en dinero es de veinticinco centavos).

Me parece que en Huánuco y Chachapoyas hay poco dinero proveniente de estos productos o de forasteros de paso. Pero si así fuera, éste cae en manos de los comerciantes y es acaparado. Estos comerciantes son moyobambinos (habitantes de Moyobamba) o extranjeros de España, Francia y Portugal. Los moyobambinos son los judíos de la región y moverían cielo y tierra para ganar un dólar. Los encontré por todas partes en el río; y creo que no había un solo poblado indio en el que no encontrara un moyobambino residiendo en él y comerciando con sus habitantes. Son delgados, tacaños, de tez oscura y apariencia enfermiza; pero parecen ser capaces de soportar cualquier trabajo arduo y fatigoso, ya que transportan sus cargamentos a mercados que se encuentran a cientos de leguas de distancia, por caminos o ríos que presentan innumerables dificultades.

En el río se ponen de malhumor y se dice que hacen trampa y que abusan de los indios, así cuando no podía encontrar una yuca para mi cena sin tener que pagar por ella por adelantado, descargaba mi bilis abusando de un moyobambino quien había tratado tan mal a la gente que ésta desconfiaba de todo el mundo. Pero una o dos veces tuve razón para abusar de otras personas a parte de los moyobambinos, debido a esta causa; ya que el gobernador de Tarapoto dudaba en confiarme una canoa para descender el río, porque una persona que se había hecho pasar por un compatriota mío, se había ido con una hace años. Creo que éste es el mismo alemán honesto que se la "hizo" al coronel Lucar en Huánuco.

En este lugar encontré a mi compatriota Hacket, de quien había escuchado hablar tan bien en Cerro Paseo (sic) y Huánuco. Se dedica a hacer ollas de cobre (llamadas pailas para destilar, todo tipo de herrería y trabajos de fundición. Parece que se ha establecido de por vida en esta región y ha adoptado las costumbres y modales de esta gente. ¡Pobre hombre, cuan contento estaba de ver el rostro de un compatriota y escucharlo hablar! Estoy en deuda con él por los siguientes datos relacionados con Tarapoto:

"La población de Tarapoto, con sus puertos anexos de Shapaja y Juan Guerra, es de cinco mil trescientas cincuenta almas. Los nacimientos son de doscientos veinte a doscientos cincuenta anualmente, las defunciones, de treinta a cincuenta".

"La ocupación principal de la gente es la manufactura de telas de algodón, la cual producen de treinta y cinco a cuarenta varas anualmente. Este producto se vende en Chachapoyas a doce centavos y medio la vara. Esto, el tocuyo y la cera blanca son los artículos más codiciados de este lugar. El oro y la plata son casi desconocidos, pero son artículos que casi toda la gente desea tener. La libra de cera blanca de Manas, vale cuatro yardas de tocuyo. Un toro o una vaca de buen tamaño se vende a cien varas de tocuyo; un cerdo gordo de tamaño normal, a sesenta; una oveja grande, a doce; veinticinco libras de carne salada del pescado vaca marina* o paishi (igual al bacalao en cuanto a calidad) por doce varas; veinticinco libras de manteca (aceite o grasa) de la vaca marina, doce varas; veinticinco libras de café, seis varas; veinte libras de ron de treinta grados, veinticuatro varas; de dieciséis grados, doce varas; veinticinco libras de algodón en semilla, ocho onzas de cera; una gallina ponedora, cuatro onzas; un pollo, dos onzas; veinticinco libras de arroz en cáscara, media libra; veinticinco libras de maíz, dos onzas; veinticinco libras de habas, cuatro onzas, una canasta de yucas que pesa de cincuenta a sesenta libras, dos onzas; una cabeza de plátanos que pesa de cuarenta a cincuenta libras, por tres agujas; o seis cabezas entregadas a domicilio, cuatro onzas de cera."

"Un platanal dará al máximo por cincuenta o sesenta años. Sin más cuidados que el de quitarle de vez en cuando la malahierba. El algodón da cosecha en seis meses; el arroz en cinco; el índigo es de esta región; el ganado de cualquier tipo aumenta con mucha rapidez".

"Todo transporte de cargamentos por tierra se hace sobre las espaldas de los indios debido a la falta de caminos. El peso normal de una carga es de setenta y cinco libras; el costo de este transporte a Moyobamba (setenta millas) es seis varas de tocuyo; a Huánuco (trescientas noventa millas), treinta y dos varas, por agua o por tierra; es decir, que ocho indios recibirán ocho paquetes de cualquier producto en Tarapoto y los llevarán sobre sus espaldas al puerto de Juan Guerra, donde los embarcan y transportan en canoa hacia el puerto de Tingo María; allí los vuelven a cargar sobre sus espaldas y los llevan a Huánuco (ochenta millas). Se sobreentiende que el dueño del cargamento debe pagar a los peones."

"El ascenso del Huallaga desde Juan Guerra a Tingo María, toma treinta días; el descenso, ocho. Tiene pasos peligrosos. En un plazo de seis a ocho días es fácil conseguir cincuenta o sesenta peones para transportar las cargas llevando la orden del gobernador y pagando los precios antes mencionados."

"Sin duda alguna este pueblo es el más importante de Manas, debido a su cercanía a los ríos navegables, junto con la extensión de tierras libres de inundaciones. Sus habitantes son numerosos, civilizados y dóciles. »

La gente no tiene idea de la comodidad en sus relaciones domésticas; las casas son de lodo, techadas con palmas y con piso desnivelado. Los acabados consisten en una hamaca de paja, una saliente de barro como cama, una tosca mesa y uno o dos taburetes. El gobernador de este populoso distrito, no usa zapatos y parece vivir como el resto de ellos.

20 de agosto. Nos quedamos en Tarapoto esperando los peones. El gobernador prefirió que les pagara en dinero, pero dudo que los peones lo vieran. Probablemente él se quedó con el dinero y les dio tocuyo y cera. Pagué un dólar y cincuenta centavos para que la canoa me llevara hasta Chasuta, a una distancia de más o menos seis horas probablemente con veinticuatro horas de regreso (esto es veinticuatro horas de trabajo), pagando cincuenta centavos a cada peón y un dólar a la gente que transportó la canoa por la orilla y que al regresar a Shapaja, la guardó en un cobertizo.

Los hombres que nos transportaron de Tocache a Sión, prefirieron la mitad de su paga en dinero; en todos los otros casos, pagué con telas de algodón valorizadas en veinticinco centavos la yarda, (en Lima su costo era de doce centavos y medio). El monto de la paga, establecido generalmente por el gobernador, era de una yarda diaria por hombre y más o menos lo mismo por la canoa.

Un circo norteamericano pasó por Tarapoto hace unos meses; habían venido de la costa del Pacífico y recorría el Amazonas. Esto impulsó a los moyobambinos a concentrar más energías en hacer dólares. Creo que la aventura no resultó, ya que encontré rastros de ellos en varios poblados de la ribera, como caballos viejos y agotados. Ellos transportaban sus caballos en canoas.

Conversé con un joven comerciante español, activo e inteligente, llamado Morey, sobre la posibilidad de la navegación a vapor de estos ríos, trayendo productos norteamericanos y llevando a cambio cargamentos de café, tabaco, sombreros de paja, hamacas y zarzaparrilla a los puertos del Brasil en el río. El pensaba que sin duda enriquecería a cualquiera que lo intentase; pero que la dificultad radicaba en que mi supuesto vapor nunca llegaría tan lejos como hasta aquí y que mis productos se comprarían y pagarían a cambio con otros cargamentos mucho antes de que lleguen al Perú. También opinaba que los brasileños a lo largo del río tenían dinero, el cual cambiarían gustosamente por comodidades y lujos.

Sin prisa a comprometerme en cualquier proyecto de colonización con el propósito de desarrollar los recursos del valle del Amazonas, creo que debería dirigir la atención de los colonizadores hacia este distrito de Tarapoto. Este tiene más ventajas que cualquier otro que conozco; es saludable, fértil y libre de la tormenta de mosquitos y simúlidos. Se puede obtener trigo de las tierras altas que lo rodean; el ganado prospera bien; y su café, tabaco, caña de azúcar, arroz y maíz son de buena calidad. Es verdad que las naves no pueden llegar hasta Shapaja, el puerto del pueblo de Tarapoto, pero se podría abrir un buen camino de este pueblo a dieciocho millas de Chasuta, por medio del cual las naves de cinco pies de calado podrían llegar a la parte más baja del río y las de cualquier calado a las aguas profundas. Tarapoto está situado en una planicie elevada de veinte millas de diámetro, se encuentra a setenta millas de Moyobamba, la capital de la provincia, una ciudad de siete mil habitantes; y tiene cerca a los pueblos de Lamas, Tabalosas, Juan Guerra y Shapaja.

El Ucayali es navegable hasta mucho más arriba de este punto y la calidad del algodón y café parece mejor, con algunas excepciones, más allá del Ecuador. Pero el colonizador de las nacientes del Ucayali tiene que adaptarse a una gran soledad, con la selva y el salvaje a quienes someter, y totalmente dependiente de sus propios recursos. Creo que estaría mejor cerca de donde pudiera conseguir provisiones y ayuda mientras limpia el bosque y siembra sus campos. Me han dicho que los gobernadores de los distritos en toda la provincia de Manas, tienen autoridad para conferir títulos de tierra a cualquiera que desee cultivarla.

Aquí vi muy buenos campos de choclo. El tallo crecía casi tan alto como en nuestras mejores tierras bajas en Virginia, y las mazorcas estaban llenas y con buenos granos. Se le puede sembrar en cualquier época y da en tres meses, así producirá cuatro cosechas al año. También se cultiva una cantidad considerable de tabaco en las cercanías de Tarapoto. Las semillas del tabaco se siembran en octubre en un terreno preparado cuidadosamente. En esta época se limpia el bosque para sembrar. En enero, cuando el bosque ha sido podado y quemado, y la plantación está limpia y lista para recibir las plantas, éstas ya están listas para ser transplantadas. Cuando la planta tiene más o menos los dos pies de altura, se corta la punta y se sacan las hojas de la parte inferior, que generalmente han sido maltratadas por la tierra, de manera que la fuerza de la planta se vuelca hacia las hojas del centro. La cosecha se recoge en julio y agosto conforme maduran las hojas ' Se coloca bajo protección por unos días para que se vuelva amarilla y luego se le expone al sol y a la lluvia por unos tres o cuatro días. Después de esto, a veces se le rocea con melaza y agua, y se le extiende con un rodillo de madera; se separan los tallos largos y luego se les coloca en grandes montones aproximadamente de libra y media de peso, y se les amarra compacta y apretadamente con algunas plantas rastreras del bosque. Este es el método común; el tabaco común de Tarapoto cuesta aquí doce centavos y medio (dinero) el montón. El de mejor calidad, preparado con más cuidado, y colocado en pequeños y gruesos montones, llamado andullo, se prepara también en la provincia. Este cuesta veinticinco centavos. El mejor tabaco se prepara en Xeberos (2), en la Misión Alta y se envía a Lima.

21 de agosto. Partimos a caballo hacia Juan Guerra en compañía de un gran grupo de pescadores, formado por el padre* para su propio beneficio; parecía que se había traído al pueblo entero. El grupo que montaba era de ocho. Habían dos damas solas y cuya compañía se agregaba a la alegría y placer de la cabalgata por el bosque. Acostumbrado como estoy a la libertad y comodidad debido a mis viajes por diferentes partes del mundo, debo confesar que me sentí un poco confundido cuando al llegar a Juan Guerra, vi a estas señoras vestidas sólo con un pañuelo de seda alrededor de sus caderas, bañándose en el río a cuarenta yardas y a plena vista de todos los hombres.

Al llegar a Juan Guerra nos embarcamos en el Cumbasa que desagua en el Mayo. Media hora de arrastrar la canoa en las aguas poco profundas y entre árboles caídos en este riachuelo, más una hora y media de navegación por el Mayo, nos llevaron a su desembocadura, la cual está a sólo un cuarto de milla arriba de Shapaja, donde Morey tuvo la amabilidad de atracar la canoa, para que desembarcaran y luego embarcarse y reunirse con el sacerdote, quien acampaba en una playa más arriba.

La partida de pescadores del padre* era una gran empresa, tenía cuatro o cinco canoas y una gran cantidad de barbasco. El modo de pescar era cerrar la desembocadura de un caño* del río con una red hecha con junquillos, y luego, mezclando la raíz del barbasco con una pulpa, la lanzan al agua. Esto blanquea el agua y la envenena de manera que pronto los peces comienzan a aflorar a la superficie de donde se les recoge con pequeños tridentes para colocarlos en las canoas. Casi al momento de haber lanzado el barbasco al agua, los peces pequeños suben a la superficie y mueren en dos o tres minutos; los más grandes sobreviven por más tiempo; por lo tanto una pesca de este tipo demora mediodía o hasta que las canoas están llenas.

Cuando dejamos Shapaja hacia Tarapoto, dejamos nuestros baúles, algunos sin candado, a cargo de las mujeres que vivían en el cobertizo donde dormimos; y a pesar de que sabían que los baúles contenían pañuelos, tela roja de algodón, cuentas, tijeras, &a., (cosas que deseaban mucho) a nuestro regreso no faltaba nada.

22 de agosto. Dos millas abajo de Shapaja, está el malpaso* de Estero. Un grupo de rocas que sobresalen de un riachuelo que viene por la derecha, forman este rápido, considerado como uno de los más peligrosos. Cuando el río choca con estas rocas, se desvía hacia un grupo de rocas que está más abajo, al otro lado; el río se hace a un lado y las olas se unen y bullen abajo. La canoa fue descargada y conducida con sogas* de liana, sobre y entre las rocas del lado izquierdo. Nos tomó una hora descargar, pasar la canoa y volverla a cargar. Tres millas más allá, está el malpaso* de Canoa Yacu (agua de canoa) donde se han hundido varias canoas. Este es en realidad el rápido más formidable que jamás he visto. Hay una pequeña catarata perpendicular a cada lado, con una caída de 20' de declive en el centro y al fondo de la cual, el agua corre a una velocidad de diez millas por hora. La caída se ve tentadora, y uno está dispuesto a intentar bajarla; pero abajo hay rocas sobre las cuales cae el agua desde una altura de dos a tres pies; y creo que ningún bote puede salvar la fuerza del río como para evitar estas rocas.

El río tanto aquí como en Estero, no tiene más de treinta yardas de ancho. La velocidad aproximada del agua por el pongo* es de seis millas por hora. Toma una hora y media pasar este obstáculo. Dos millas más abajo, bajamos el malpaso* de Matijuelo, usando los remos, e inmediatamente después, aquel de Chumia donde se bajó la canoa igual que antes pero sin descargarla; nos tomó media hora hacer esto. Un cuarto de hora después pasamos el rápido de Vaquero; y a las dos y media de la tarde, llegamos a Chasuta. Fuimos cordialmente recibidos y atendidos hospitalariamente por el cura* don Sebastián Castro.

Chasuta es el puerto del distrito de Tarapoto. Los comerciantes cargan sus bultos en las espaldas de los indios, de Tarapoto a Chasuta, y embarcan y desembarcan en el segundo lugar para evitar los rápidos del pongo. Según Hacket, la distancia por tierra es de dieciocho millas; y el costo del transporte es de media libra de cera por una carga de setenta y cinco libras. Desde este punto ya no hay más obstáculos para las canoas y se requerirá de muy poco trabajo para que una nave de seis pies de calado, llegue a Chasuta en el punto más bajo del río.

Habían canoas en el puerto, recién llegadas de más abajo, con pescado salado y cera; y otras que estaban listas para partir con los productos del distrito. El valor anual del comercio entre este lugar y más abajo, es de mil quinientos dólares. Todos los artículos que pueden transportarse rápidamente a lomo de mula o en las espaldas de los indios, vienen de Lima por la ruta de Chanchamayo y Moyobamba. Estos son principalmente artículos de vestir o los materiales para confeccionarlos. Los artículos pesados como el hierro, herramientas de fierro, pailas (para destilar), armas, loza, &a., provienen de más abajo. Las hachas son angostas, cosas muy poco prácticas, fabricadas en Portugal y vendidas sin mango por un dólar en dinero en Tarapoto. El hierro (los habitantes son muy cuidadosos en comprar sólo el sueco), vale doce centavos y medio la libra en Tarapoto. Un plato normal para comer, cuesta veinticinco centavos, una taza con su plato, doce centavos y medio; un vaso con asa para beber agua, cincuenta centavos; un vaso pequeño para beber licor fuerte, veinticinco centavos; un recipiente pequeño para lavarse la cara, veinticinco centavos; un espejo de un pie y medio de largo, por un pie de ancho, setenta y cinco centavos; un cortaplumas de una sola navaja, cincuenta centavos; pequeñas campanas de mano para las iglesias, cincuenta centavos; un par de toscas tijeras, dieciocho centavos y tres cuartos, un cuchillo puntiagudo con mango blanco, treinta y siete centavos y medio; pequeñas pizarras con lápiz y mota, un dólar; toscos sables con mangos de madera, setenta y cinco centavos; un birimbao, doce centavos y medio; botones de cacho, seis centavos y un cuarto la docena. En el Amazonas, Morey pagó diecisiete dólares y cincuenta centavos por un reloj yanqui corriente. Estos son los valores del dinero.

A uno le dirán que estos artículos se venden al doble de estos precios; pero el dinero debido a su escasez, aumenta al doble su valor nominal, así una yarda de tocuyo (la moneda más común) que siempre es valorizada en Nauta, Pebas, Loreto, &a., a veinticinco centavos a cambio de efectos*, podría comprarse allí por doce centavos y medio en metálico. El viajero debe estar enterado de esto, de lo contrario pagará el doble por las cosas.

El pescado salado que se trae de abajo, son piezas grandes de casi ocho libras cada una y se corta de la vaca marina*, el payshi, un pez de ciento cincuenta libras de peso, y de la gamitana, un pez grande y plano como una raya. La pieza cuesta doce centavos y medio en dinero en Tarapoto y veinticinco en Moyobamba.

La vaca marina* de los españoles o peixe boy de los portugueses (que también se encuentra en los ríos de nuestra Florida, donde se le llama manatee) se encuentra en grandes cantidades en el Amazonas y sus principales tributarios. Es un animal que cuando ha crecido completamente, mide más o menos nueve pies de largo y seis de circunferencia. Se parece a una gran foca, con una piel suave, negra en el lomo, blanco humo en el vientre, y escasamente salpicado con un pelo áspero. Los ojos y oídos (o mejor dicho los orificios para escuchar) son bastante pequeños. La boca es también chica, a pesar de parecer larga por el exterior, debido a su labio superior muy grueso y ancho, parecido al del buey. Al que examiné, que era una joven hembra, no pude encontrarle ni lengua ni dientes, sólo una membrana carnosa, gruesa, áspera y dura, sujeta tanto a la mandíbula superior como a la inferior que parecían estar muy bien adaptadas para masticar la hierba que crece en las orillas del río y que es su principal alimento. Su cola es ancha y plana, y está colocada horizontalmente, ésta junto con dos grandes aletas, muy cercanas a las mandíbulas, le permite moverse en el agua a gran velocidad. No es capaz de dejar el agua; pero para alimentarse se acerca a la orilla y saca su cabeza. Casi siempre los indios la cazan cuando se alimenta. Una vaca marina* de tamaño normal producirá de treinta y cinco a cuarenta libras de manteca*, la cual se vende en Tarapoto a tres centavos la libra en dinero; además, diez piezas de pescado salado, cuestan doce centavos y medio cada una. En el sitio donde se le pesca, su precio normal es de cincuenta centavos. El gobernador general de las misiones, me dijo que dos hombres que trabajaban para él en Chorococha, en el Amazonas, habían pescado siete en ocho días. La carne salada o seca es un buen substituto del puerco. Se le coloca en grandes recipientes con su propia grasa y se le llama michira.

Chasuta es un poblado indio de mil doscientos habitantes, situado en una elevada planicie de aproximadamente veinticinco pies de altura, sobre el actual nivel del río. Durante la crecida está casi siempre cubierto de agua y la gente lleva sus canoas a sus casas y viven en ellas. Las enfermedades, al igual que en otros sitios a lo largo del río, son la pleuresía, tabardilla (sic: tabardillo) y sarna. 1,a viruela aparece de vez en cuando, pero no provoca mayores daños. Es un sitio muy saludable, pocos mueren.

Los indios de Chasuta son una raza dócil y tranquila, muy obedientes con su sacerdote, a quien siempre saludan arrodillándose y besándole la mano. Son barqueros bastante buenos, pero como cazadores son excelentes. Como todos los indios son muy adictos a la bebida. He notado que los indios de esta región se muestran renuentes a derramar sangre y parecen tener horror de verla. Sé de algunos que han rechazado matar un pollo cuando les llevaban uno para que lo hicieran. El indio al que Ijurra golpeó no se quejó por el dolor del golpe, pero amarga y reiteradamente decía que "su sangre había sido derramada". Se comen a los mosquitos que atrapan en sus cuerpos, con la idea de recuperar la sangre que el insecto les ha sustraído.

El padre* me contó que los honorarios por un matrimonio eran de cuatro libras de cera, que era la gratificación para el sacristán; por un entierro, dos, que iban para el enterrador; y que a él se le obsequiaba un ave por un bautizo. Se quejaba de la falta de un salario o pago; y decía que a un clérigo le era imposible vivir, a no ser que se dedicara al comercio. Cada año, el gobernador escogía a doce hombres para que le sirvieran. La comisión trabajaba "al servicio de nuestra Santa Madre Iglesia", pero esto significaba para el cura. Es un trabajo de distinción, los indios lo anhelan. Son llamados fiscales*, trabajan en la chacra y trapiche del padre*, pescan y cazan para él, (los pescadores y cazadores son llamados mitayos, esto es una secuela de una vieja y opresiva ley española, llamada mita, mediante la cual se imponía a los indios, ciertos trabajos, en especial el de las minas); le hacen el lavado; le sirven la mesa, le transportan sus mercancías por el río, por las cuales obtiene pescado salado y los medios para comprar vajilla para su mesa.

Le compré cera al cura para pagar las canoas y a los barqueros para ir a Yurimaguas. Los hombres deseaban dinero y le dije al cura que mejor me dejara pagarles con éste, ya que el familiarizarlos con su uso los civilizaría. Pero me contestó que ellos no conocían su valor y lo acumularían o lo usarían como adorno. No sé en que más lo usaría él, pero decididamente nunca circula. No he visto un dólar desde que dejé Huánuco, excepto aquellos que estaban en mis manos. Es evidente que los indios no tienen ni idea de su valor. A uno de ellos le compré una pucuna. Quería dinero y su primera exigencia fue de cuatro dólares; cuando moví negativamente la cabeza, entonces dijo seis reales (setenta y cinco centavos). Le di un dólar, con lo que pensé pagaría su tiempo y labor necesaria para hacer otra.

Debido a que ahora habíamos pasado claramente los peligros del río y que estábamos más expuestos al sol y a la lluvia, teníamos cobertores hechos con los mástiles de velas, techados con palmas y adaptados a la canoa. El de popa que era para el patrón, ocupaba aproximadamente seis pies de ésta y era un buen refugio para protegerse durante el mal tiempo. Los indios lo llaman pamacari. El que protege el cargamento y que está en el cuerpo del bote, se llama armayari. Es más estrecho que el otro, dejando espacio para que los indios se sienten y remen a cada lado de él.

25 de agosto. Dejamos Chasuta en dos canoas: una de un portugués, residente de Tarapoto, la cual transportaba un cargamento a Nauta; y la otra manejada por los fiscales* y transportando un pequeño cargamento de sal que pertenecía al padre*. Pasamos las colinas de sal de Callana Yacu, de donde la gente de Chasuta y los indios del Ucayali y del Marañón, obtienen su sal. Las colinas no son tan altas como las de Pilluana, y la sal parece estar más mezclada con tierra roja. "Aflora" en las orillas del río, las que se inclinan en forma de suaves colinas, a medida que se alejan cubiertas por los arbustos y pequeños árboles. Un cuarto de hora después llegamos a una región de colinas; el río es estrecho, poco profundo y rápido; su profundidad, cincuenta pies y su corriente, cuatro millas y media por hora. Poco después, pasamos entre riscos de rocas de color rojo oscuro, donde la profundidad del río aumenta" a cuarenta y dos pies. Sobre una de estas rocas que parecía un gigantesco canto rodado de pórfido, habían toscas figuras talladas de santos y cruces con letras que parecían decir: "El salto del traidor Aguirre", pero estaban demasiado maltratadas por el tiempo y el clima, como para que yo pudiera descifrarlas. Habían más inscripciones en las rocas. Una de ellas eran las letras VR que creo eran el trabajo de un inglés del circo. El paso se llama "El salto de Aguirre". Acampamos en la orilla derecha, habiendo pasado el territorio de los infieles.

26 de agosto. Estando en compañía de Antonio, el portugués que sabe como arreglar las cosas, conseguimos una taza de café al amanecer y partimos a las cinco y media de la mañana. A cinco millas de distancia, pasamos el lado inferior del pongo* que comienza en Shapaja. "Pongo" es una palabra india y se aplica para designar el sitio donde el río avanza entre una cadena de colinas y donde por supuesto, la navegación es obstruida por rocas y rápidos. El lugar donde el Marañón se abre paso entre la última cadena de colinas que obstruye su curso, se llama el Pongo de Manseriche. Este es el pongo de Chasuta. Sélo hay un malpaso* abajo de Chasuta: se llama el malpaso* del Gabilan (sic: Gavilán) y se encuentra justo después del Salto de Aguirre. Es insignificante y no me hubiera percatado de él, si no es porque me lo señalaron y porque se dice que es peligroso para canoas cuando el río está con la corriente en crecida.

Después de pasar el pongo; entramos en un territorio bajo y llano, donde el río no era muy ancho y estaba obstruido por islas y bancos de arena. Este es el depósito del pongo*. En el canal por donde pasamos había escasamente cinco pies de agua; creo que en otros canales hay más agua, pero no pude comprobarlo. Esta disminución de agua sólo se da en un pequeño tramo, ya que los sondeos pronto aumentaron a doce y a dieciocho pies de profundidad. Se están formando pequeñas islas guijarrosas en el río, donde van a parar troncos arrastrados por la corriente. Después de detenernos por dos horas para desayunar, pasamos la desembocadura del Chipurana, la cual es de aproximadamente veinte yardas de ancho.

Este río proviene de la Pampa del Sacramento y cuando su caudal crece al máximo, permite la navegación en canoa durante unas cuarenta millas, tomando cuatro días el realizarlo, debido a los bajíos y a los árboles caídos. Esta distancia lleva al viajero al puerto de Yanayacu, donde en 1835, cuando el teniente Smyth viajó por esta ruta, había una choza; ahora no hay ninguna. Una caminata por una planicie de veinticinco millas, nos conduce al poblado de Sta. Catalina que en ese entonces tenía treinta familias, ahora tiene ciento sesenta habitantes; así, ha cambiado muy poco en todo este tiempo. Embarcándose en Sta. Catalina, en el río del mismo nombre, y luego de dos días de navegación muy difícil e interrumpida, el viajero entra al Ucayali; después de ascender el río en día y medio, llega a Sarayacu.

Yo estaba deseoso de llegar a Sarayacu por esta ruta, pero en esta estación el río no tiene suficiente agua para que las canoas lleguen a Yanayacu, además, no quería dejar de navegar la parte baja del Huallaga.

El río ahora tiene doscientas yardas de ancho, libre de obstrucciones, con una corriente suave y entre dieciocho y veinticuatro pies de profundidad. Hoy día vimos por primera vez huellas de tortuga en la arena; acampamos en la playa.

27 de agosto. Vimos marsopas color carne; también una pequeña foca que parecía una nutria; conseguimos huevos de tortuga. Las tortugas se arrastran hasta la playa durante la noche, depositan sus huevos y se retiran antes del amanecer; dejando, sin embargo, huellas en la arena, por las cuales se descubren sus depósitos. Debimos recoger unos mil; conté ciento cincuenta en un solo hoyo. Desde que pasamos el pongo, no hemos encontrado rocas; las playas son todas de arena.

28 de agosto. Llegamos a Yurimaguas. Este pequeño poblado, ubicado sobre una colina continua a las orillas del río, y con doscientos cincuenta habitantes, ahora parece casi desierto. No pudimos conseguir ni peones ni canoas. Los hombres enviados por el cura, estaban en el bosque recolectando cera para una fiesta*; y el subprefecto de la provincia, quien había estado buscando oro arriba del Santiago, se había llevado todas las canoas por el Cachiyacu a su regreso a Moyobamba. Me contaron que su expedición para buscar oro en el Santiago, la cual consistía en una fuerza de ochenta hombres armados, había sido un fracaso; que no habían encontrado oro y que habían perdido a cinco del grupo debido a los ataques de los huambisas y otros salvajes del Santiago. Esto puede no ser cierto. El subprefecto (me contaron) dijo que la expedición había cumplido con su propósito, que era simplemente el establecer comunicación amistosa con los salvajes, con miras a próximas operaciones.

Con gran dificultad y pagando el doble, persuadí a nuestros Chasutinos para que nos llevaran a Sta. Cruz, donde me aseguraron que podía conseguir tanto hombres como botes. En Yurimaguas sólo pudimos comprar unas cuantas manos de plátanos y algo de pescado salado de un bote que pasó.

Una isla divide el río a tres cuartos de milla sobre Yurimaguas. El ramal sur es el canal, el del norte está cerrado en la parte baja por un banco de arena frente al poblado.

Dejamos Yurimaguas después del desayuno. A una milla y media más abajo del poblado, se encuentra la desembocadura del Cachiyacu. Este río es la ruta normal entre Moyobamba y los puertos del Amazonas. Es navegable para canoas gran des cuando está lleno (lo cual sucede de enero a junio) hasta Balzapuerto (sic: Balsapuerto), un poblado bastante grande, a cinco días de viaje de Moyobamba. A una canoa con carga le toma nueve días ascender hasta Balzapuerto (sic). El teniente Maw descendió este río en 1827. También hay comunicación por medio del Cachiyacu, entre los varios poblados ubicados en el rico territorio del Marañón y del Huallaga: así se puede considerar que Yurimaguas, ubicado en la desembocadura de este río y con comunicación abierta al Atlántico, ocupa un lugar importante en cualquier proyecto de navegación y comercio.

Nos encontramos con varias canoas que iban río arriba por sal; las canoas que pasan una al lado de la otra, se hablan a gran distancia. Los indios usan unos tonillos monótonos que se escuchan y entienden desde muy lejos, sin tener que hacer un gran esfuerzo con la voz. Cada año, en esta estación, los indios del Marañón y del Ucayali hacen un viaje río arriba por el Huallaga para proveerse de sal. Viajan lento y se alimentan de lo que cazan, pescan y roban de algunos platanales, durante su trayecto.

Aproximadamente a ocho millas abajo de Yurimaguas, una isla de grandes extensiones de arena ocupa casi toda la mitad del río. Pasamos por la derecha donde encontré que escasamente habían seis pies de agua. El botero* dijo que había menos en el otro lado; pero Antonio, el portugués, fue allá y dijo que había más.

Sin embargo, no sondeó. Probamos un experimento para establecer la velocidad de la canoa a todo remo y me sorprendí al descubrir que seis hombres no pueden remar más rápido de dos millas por hora; pero, la nuestra era una canoa pesada y tosca. Sostuvimos frecuentes carreras con Antonio y los fiscales*, quienes siempre nos derrotaban. Era un bonito espectáculo ver el bote de estos últimos bailar ante nosotros a pesar de que estaba lleno de sal hasta el nivel del agua; y aunque derrotados, a veces no podíamos evitar lanzar un hurra por los sirvientes de la iglesia (cuando su puntero*, un indio alto y moreno, sacudía su remo en el aire en señal de triunfo a medida que pasaba).

29 de agosto. Nos encontramos con una canoa de indios Conibos, un hombre y dos mujeres, que venían del Ucayali e iban río arriba por sal. Compramos (con cuentas) algunos huevos de tortuga y les propusimos comprarles un mono que tenían, pero una de las mujeres abrazó al pequeño animalito entre sus brazos y lanzó un gran grito por temor a que el hombre lo vendiera. El hombre vestía un traje de algodón, largo y marrón, con un hueco en el cuello para que pase la cabeza, las mangas eran cortas y anchas. En su brazo tenía un brazalete de dientes de mono; y las mujeres tenían cuentas blancas colgando del tabique de la nariz. Su traje era una pequeña enagua de algodón amarrada a la cintura; y todos estaban sucios.

Ahora estamos ingresando a la región de los lagos, por lo tanto a la confluencia del Amazonas; hay lagos de diferentes tamaños y a distancias irregulares que bordean los ríos. Todos se comunican con los ríos por medio de canales que normalmente están secos en esta temporada. Son la morada de numerosas aves acuáticas, especialmente de las grullas y cormoranes, y durante la estación correcta, los indios pescan en ellos muchos peces y tortugas.

Según las tradiciones indias, varios de estos lagos ocultan una inmensa serpiente que es capaz de provocar tal tempestad en el lago como para hundir las canoas y luego se come a la gente. Se le llama "lengua Inga", "Yacu Mama" o madre de las aguas; y los indios nunca entran en un lago que no conocen sin lanzar un sonido estrepitoso con sus cuernos, que según se dice, la serpiente responde; de esta manera, les advierte de su presencia.

Nunca vi este animal, pero voy a dar una descripción de él, escrita por el padre Manuel Castrucci de Vernazza en un relato de su visita a los Givaros del río Pastaza en 1845:

"La maravillosa naturaleza de este animal, su figura, su tamaño y otras circunstancias, llaman la atención y hacen que el hombre reflexione sobre el majestuoso e infinito poder y sabiduría del Supremo Creador. La simple vista de este monstruo confunde, intimida e infunde respeto en el corazón del más valiente de los hombres. Nunca busca o sigue a las víctimas de las que se alimenta; pero es tan grande la fuerza de su inspiración que atrae con su respiración a cualquier cuadrúpedo o ave que le pase a una distancia de veinte a cincuenta yardas, de acuerdo con su tamaño. El que maté desde mí canoa en el Pastaza (con cinco tiros de escopeta) tenía dos yardas de grosor y quince de longitud, pero los indios de esta región me han asegurado que aquí hay animales de este tipo de tres o cuatro yardas de diámetro y de treinta a cuarenta de largo. Este engulle con gran facilidad cerdos, tigres y hombres enteros; pero, debido a la misericordia divina, se mueve y dobla lentamente a causa de su gran peso. Cuando se mueve parece un grueso tronco cubierto con escamas, que se arrastra lentamente por el suelo, dejando una gran marca que los hombres pueden ver a distancia y evitar sus peligrosos ataques". (3)

El buen padre cuenta que observó "que la sangre del animal salía a chorros* y en gran cantidad. El prejuicio que sentían los indios en relación con estas especies de grandes serpientes (que consideraban como un demonio con la forma de una serpiente) impidió que pudiera conseguir la piel seca, a pesar de que ofrecí una buena gratificación".

Es casi imposible dudar de un relato narrado con esta minuciosidad de detalles. Indudablemente, el padre* se encontró y mató la boa constrictor; pero dos yardas de grosor es algo poco creíble. Escribió dos varas de grosor*. Creo que el padre tal vez quiso decir dos yardas de circunferencia, pero luego dice que los indios le avisaron de una de tres y cuatro yardas de diámetro*.

Tuvimos una fresca ráfaga de viento y lluvia del noreste. El portugués que es un navegante cuidadoso y precavido, cuyos movimientos seguíamos por ser un buen proveedor, y quien llevaba una esposa para cocinar, desembarcó en la playa donde acampamos por una noche. Esta playa pertenecía a una isla o mejor dicho a lo que es una isla cuando el río crece, a pesar que ahora el cauce derecho está seco; el izquierdo corre cercano a la orilla y sólo pude encontrar seis pies de agua en él, aunque probablemente había más cerca de la orilla que era escarpada. La obstrucción es estrecha y puede pasarse rápidamente.

Setenta millas abajo de Yurimaguas, está Sta. Cruz. Este es un poblado indio de una tribu llamada Aguanos, con trescientos cincuenta habitantes. El teniente gobernador es el único hombre blanco. Los niños van completamente desnudos y las mujeres sólo hasta las caderas. Fui objeto de gran curiosidad y temor por parte de ellos; y nunca parecían cansarse de mirar mis gafas. Para evitar las inundaciones, el pueblo está situado en una elevación como la mayoría de los poblados de esta región. Tiene un riachuelo que corre cerca y el cual desagua en las cercanías del puerto; éste es navegable para canoas con carga durante la época de lluvias. El convento* es la construcción más decente del río. Esta dividido en varias piezas, tiene techos, y está tarrajeado por adentro y por afuera con arcilla blanca. Había un pórtico en el fondo y en conjunto parecía como si hubiera sido diseñado por una persona que tenía algo de gusto y cierta idea de lo que es la comodidad.

En este lugar conseguí la savia de un gran árbol llamado catao, la cual se dice es muy venenosa. Parece ser acre y es un poderoso caústico. El hombre que corta la corteza para dejar correr la savia, siempre voltea la cara cuando lo golpea por temor a que le salpique a los ojos. Los indios la emplean para curar heridas difíciles. El árbol es generalmente bastante grande; tiene una corteza suave, pero con nudos de los que brotan espinas. La hoja es casi circular; en el Brasil se le llama assacu y se cree que cura la lepra. También recolectamos algunas hojas y raíces de una planta rastrera llamada guaco, la cual se cree es un antídoto para las picaduras de serpientes, cuando se le remoja en licor fuerte y se le aplica interna y externamente. Probablemente es una fantasía de los indios, originada del hecho que la hoja se parece un poco a la serpiente, además de tener el color de la piel de ésta. Abunda mucho en toda la Montaña.

Tuvimos problemas para encontrar canoas en este lugar. La única que nos podía transportar junto con nuestro equipo, pertenecía a la Iglesia y al igual que ésta en el Perú, estaba en muy malas condiciones. Negociamos por ella con el curaca (jefe de los indios y segunda autoridad después del teniente gobernador); pero cuando el teniente regresó de su chacra**, donde había estado sembrando plátanos, se negó a dárnosla con la excusa que necesitaba reparaciones. Por lo tanto nos vimos obligados a tomar dos pequeñas que con las justas transportarían los baúles y las cajas, y a embarcarnos en la canoa del portugués.

Descubrimos que este hombre, don Antonio da Costa Viana, y su familia eran un tesoro para nosotros en el camino. Es un hombre valiente, activo y pequeño; de unos cincuenta años; de ojos negros penetrantes; rulos largos y negros; rostro bronceado por el sol casi hasta el negro oscuro y marcado por la viruela; y con una nariz con la cual, según decía Ijurra, podría hacer un tajamar para una fragata. Se le llama el paraguá (especie de loro) debido a su incesante plática; se jacta de ser "tan conocido en el río como un perro". En Tarapoto, tiene una chacra de azúcar y tabaco, además de un trapiche. Vende el licor que prepara a cambio de tocuyo, y lleva a Nauta éste último, tabaco y chancaca, vendiéndolos o mejor dicho intercambiándolos conforme avanza. Su canoa tiene cincuenta pies de largo y tres de ancho; y lleva una carga valorizada en quinientos dólares, es decir quinientos en efectos; lo que equivale a doscientos cincuenta en dinero. Está bien provista de un armayari y de un pamacari, y puede transportar a seis peones, además del mismo Antonio, su esposa, su hija adoptiva, una niña de diez años; aparte de brindar espacio para los llamados de la hospitalidad. Mi amigo es el perfecto amo de todo lo que lo rodea (posiblemente un poco tiránico con su familia); conoce todas las salientes y playas del río, y cada árbol y arbusto que crece en sus riberas. Es inteligente, activo y servicial; siempre ocupado: ya sea enrollando los hilos de pescar de fibra de una palma llamada chambira; ya sea recogiendo huevos de tortuga, robando platanales o preparándome cigarros con hojas de tabaco que me dio el cura de Chasuta. Cada playa es una casa para él; sus peones le construyen su rancho* y le extienden su mosquitero; su esposa e hija, le preparan la comida. Su cena de pescado salado, huevos de tortuga y plátanos, es un banquete para él; y su mate con café y luego su pipa, un lujo que un rey envidiaría. Siempre está bien y alegre. Creo que ha juntado y guardado unos cuantos dólares que están flotando por allí, para mantenerse en su vejez o para dejarle a su mujer a su muerte; en resumen no conozco persona más envidiable. Es verdad que doña* Antonia se emborracha de vez en cuando, pero él la aporrea si ella provoca problemas y parece que le da pocas preocupaciones.

A veces lo he sorprendido en la inmoralidad de robar platanales de los pobres indios, pero se defiende diciendo "que tomar plátanos no es robar, tomar un cuchillo, un hacha o un vestido, sí; pero plátanos no. Todo el mundo lo hace en el río. Es necesario tenerlos y él está perfectamente dispuesto a pagar por ellos si pudiera encontrar a sus dueños y si ellos quisieran vendérselos". Asimismo, el viejo pícaro es muy religioso, colgando bajo el pamacari de su bote, tiene un espejo de plata y un San Antonio de madera. Piensa que un sacerdote es un pariente cercano de un santo y que el santo es la perfección. Mientras que su esposa se peinaba en la canoa, me dijo: "creo don Luis que una mujer calva debe ser una cosa muy fea, no tanto un hombre calvo, porque usted sabe que San Pedro era calvo", y verdaderamente creo que está muy orgulloso de sus negros rulos y si los perdiera encontraría consuelo en la reflexión de que se ha acercado, al menos en apariencia, a su gran modelo.

Partimos de Santa Cruz al atardecer y acampamos en una playa a una milla más abajo. Es correcto hacer esto porque así se aleja a los remeros de la canoa de las tentaciones de los poblados, y están sobrios y listos para partir temprano a la mañana siguiente.

31 de agosto. Partimos a las 6 a.m. A las cinco y cuarto de la tarde acampamos en la playa.

01 de setiembre. Nubes cargadas y lluvias del norte, este, sur y oeste, con ocasionales lloviznas sobre nosotros, pero retamos a la lluvia bajo el techo de palma de Antonio. A las tres y media de la tarde, llegamos a Laguna. Este pueblo, el principal del distrito y residencia del gobernador, se encuentra a milla y media del puerto. La caminata a través del bosque es agradable en esta época; pero en época de lluvias, el lodo llega hasta las rodillas. Tiene mil cuarenta y cuatro habitantes; los productos de los alrededores son: cera, zarzaparrilla, copal, copaiba y pescado salado. He visto todos estos productos en manos de los indios, pero en pequeñas cantidades; hay poca demanda de ellos.

Los Cocamillas, quienes constituyen la mayoría de la población de Laguna, son haraganes y borrachos. Sin embargo, cuando no tienen licor son buenos navegantes y me he sentido más cómodo con ellos que con otros indios, a excepción de aquellos de Tingo María.

2 de setiembre. Esperamos a los botes y a los boteros. No hay canoas grandes y nuevamente nos vemos obligados a tomar dos. Me sorprendí ante esto y deduje como algo probable que cuanto más nos acercáramos al Marañón, tanto más perfeccionados encontraríamos los botes y los medios de navegación. Pero durante todo mi viaje, sólo me encontré con afirmaciones erróneas. La impresión que recibí en Lima sobre la Montaña, fue que ésta era una región rica no sólo en las cosas indispensables, sino también en artículos de lujo, incluyendo la alimentación. Sin embargo, estoy convencido que si cien hombres hubieran partido sin provisiones, siguiendo la ruta que yo seguí, la mitad hubiera perecido inevitablemente por falta de comida. No hay casi nada de carne, incluso el pescado salado, las yucas y plátanos son escasos, y a menudo no son fáciles de conseguir. Los animales de caza son recelosos y los peces los cuales abundan, no cogen el anzuelo fácilmente. En cuanto a la fruta, no he visto literalmente nada comestible desde que deje Huánuco.

En Chasuta me aseguraron que en Yurimaguas encontraría todo tipo de facilidades para proseguir mi viaje; sin embargo, no pude conseguir ni bote ni hombres, y tuve que persuadir a mis boteros de Chasuta para que continuaran conmigo hasta Sta. Cruz donde la gente de Yurimaguas dijo no habría más dificultades. En Santa Cruz sólo pude conseguir dos pequeñas y deterioradas canoas con tres hombres para cada una, para ir a Laguna que al ser el gran puerto del río, podía según la gente de Santa Cruz, facilitarme los medios para cruzar el Atlántico si era necesario. Siempre había estado convencido que en Laguna podría conseguir cien cocamillas si los quería, como una fuerza para entrar entre los salvajes del Ucayali, pero aquí nuevamente pude conseguir con dificultad seis hombres y dos pequeñas canoas para que me hicieran cruzar hasta Nauta, a la que me imaginaba como un pequeño, Nueva York por la descripción de la gente de la zona alta. Si en aquel lugar no hubiera estado el senhor (4) Cauper, quien justo entonces tenía un bote desocupado que deseaba vender, hubiera tenido que abandonar mi expedición por el Ucayali y construirme una balsa para descender el Marañón.

En el puerto de Laguna encontramos a dos comerciantes viajeros, uno portugués y el otro brasileño. Tenían cuatro botes grandes, aproximadamente de ocho toneladas cada uno y dos o tres canoas. Su cargamento consistía en hierro, acero, herramientas de fierro, vajilla de loza, vino, aguardiente, calderos de cobre, telas ordinarias, machetes (herramienta muy común entre los indios), armas, municiones, pescado salado, &a. Todo lo cual esperaban cambiar en Moyobamba y Chachapoyas por sombreros de paja, tocuyo, azúcar, café y dinero. También compraron toda la zarzaparrilla que pudieron encontrar y la despacharon en canoas. Por la arroba de veinticinco libras, pagaron tres dólares y cincuenta centavos en mercadería; lo que en Pará costaría un dólar. Calculaban en cinco mil dólares el valor de su cargamento. Estoy seguro que con dos mil dólares en dinero hubiera podido comprar el negocio íntegro, botes y todo, y que con esto los comerciantes hubieran navegado alegremente río abajo, muy satisfechos con su negocio del año. Nos invitaron a desayunar chancho asado y pensé que nunca había saboreado algo mejor que la farinha (5), la cual veía por primera vez.

La farinha** es el sustituto general del pan en todo el curso del Amazonas, más allá de la frontera brasileña. Todas las clases la consumen, pero los indios y labriegos lo hacen en grandes cantidades. En Brasil, nuestros boteros siempre estaban contentos con bastante pescado salado y farinha**. Cuando viajan, cada dos o tres horas detienen los remos, vierten un poquito de agua sobre un gran calabacín lleno de farinha** y pasan la masa (que llaman pirão) como si fuera una golosina.

Generalmente las mujeres son quienes preparan la farinha**. Remojan la raíz de la mandioca (iatropha manihot) en agua hasta que se suaviza un poco, entonces quitan la cáscara, la raspan y la rallan sobre una tabla untada con algunos de los pegamentos adhesivos del bosque y le rocían guijarros. La masa blanca y rallada se pone en una bolsa de forma cónica hecha con las fibras gruesas de una palmera que se llama tapiti. La bolsa se cuelga de una clavija colocada en un árbol o en una columna del cobertizo; mediante una presilla se inserta una palanca en la base de la bolsa, el extremo pequeño de la palanca se coloca bajo una cuña clavada en la columna inferior y la mujer se cuelga con su peso en el extremo largo. Esto hace que la bolsa se estire y se produzca una fuerte presión sobre la masa que está adentro, para así hacer que todo el jugo se escurra a través de las rendijas del trabajo de mimbre de la bolsa. Cuando ya ha sido presionada lo suficiente, se pone la masa sobre el piso de un horno de barro y se le aplica calor, se remueve con un palo hasta que se formen granos muy irregulares (el más grande aproximadamente del tamaño de nuestra bala NO 2) y esté lo suficientemente tostada para eliminar todas las cualidades venenosas que tiene en su estado crudo. Luego se le empaca en canastas (forradas y cubiertas con hojas de palmera) aproximadamente de sesenta y cuatro libras de peso, las que por lo general se venden a lo largo de todo el río, a un precio que fluctúa desde los setenta y cinco centavos hasta un dólar. El sedimento del jugo que sale del tapiti, es tapioca y se usa para preparar natillas, budines, almidón, &a.

3 de setiembre. A las 8 a.m., nuestros boteros descendieron al puerto. Como siempre estaban acompañados por sus esposas, llevaban su ropa de cama, sus jarras de masato e incluso sus canaletes, ya que cuando están en tierra estos sujetos son demasiado perezosos para cambiar de oficio; sin embargo, cuando se embarcan, trabajan bastante (estos cocamillas) y son alegres, joviales, hábiles y obedientes. El vestido de las mujeres sólo se compone de un pedazo de tela de algodón, generalmente marrón oscuro, doblado alrededor de las ijadas y que les llega hasta las rodillas. Me sorprendí ante la apariencia de la única muchacha india bonita que he visto. Parecía tener alrededor de trece años y era la esposa de uno de nuestros boteros. Era divertido ver el servil respeto con el que atendía al joven salvaje (el tenía alrededor de diecinueve años) y la señorial indiferencia con la que él recibía sus atenciones. Era tan recta como una flecha delicada, elegantemente formada, tenía una mirada india libre y salvaje que era bastante atractiva.

Partimos a las nueve y cuarto, al mismo tiempo que los mercaderes; hoy día el padre* también regresa a Yurimaguas, de manera que transportamos a parte de la población de Laguna y nos llevamos aproximadamente a setenta de sus habitantes. A veinticinco millas más abajo de Laguna, llegamos a la desembocadura del Huallaga. Varias islas ocupan el centro. El canal corre próximo a la orilla izquierda, cerca del centro del río tuvimos nueve pies; al pasar hacia la orilla izquierda, repentinamente caímos en cuarenta y cinco pies. Justo más arriba de la isla, el Huallaga tiene trescientos cincuenta yardas de ancho; en la confluencia el Amazonas tiene quinientas. El agua de ambos ríos es turbia y sucia, sobre todo la del primero, la cual durante algún trecho dentro de la desembocadura, está cubierta con una espuma glutinosa que supongo es el excremento de los peces, probablemente el de las marsopas.

El Huallaga desde Tingo María, cabecera de la navegación en canoa, hasta Chasuta (desde cuyo punto hasta su desembocadura es navegable con un calado de cinco pies en el punto más bajo del río) tiene trescientas veinticinco millas de largo; para descenderlo son necesarias setenta y cuatro horas de trabajo, disminuyendo cuatro pies y veintisiete centésimos por milla.. Desde Chasuta hasta su desembocadura tiene doscientas ochenta y cinco millas de longitud y se emplean sesenta y ocho horas para descenderlo, disminuyendo un pie y veinticinco centésimos por milla. Se podrá observar que estas distancias se pasan en tiempos casi proporcionales. Esto se atribuye al tiempo empleado en descender los malos pasos ya que la corriente es más rápida arriba que abajo. La diferencia entre el tiempo de ascenso y descenso es un promedio de tres por uno. Es conveniente señalar aquí que todos mis cálculos sobre la distancia que hice después que comenzamos a navegar por los ríos y que se han obtenido por la medida de la corredera, están en millas geográficas de sesenta por grado.

NOTAS AL CAPITULO

(1) Este es su valor en trueque. Se le puede comprar en dinero por seis centavos y un cuarto. Es el mismo caso para la cera y los ovillos de hilo, cuyo precio aumenta al doble de lo que valdrían en moneda. (N.A.)
(2) Así parece en el original. (N.T.)
(3) Retraducción de texto del padre Castrucci, por no encontrarse el original. (N.T.)
(4) En portugués en el original. En español, significa "señor". (N.T.)
(5) En portugués en el original. En español, significa "Harina". (N.T.)

Página AnteriorPágina Siguiente