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CAPITULO VII

Itinerario Tingo María Vampiros Cerbatanas Navegación en canoa Caza de monos Tocache Sión Colinas de sal de Pilluana.

El siguiente cuadro indica la distancia entre Lima y el punto más alto de navegación en canoa en el río Huallaga:

 
De Lima a Chaclacayo
18
millas
De Lima a Santa Ana
10
millas
De Lima a Surco
18
millas
De Lima a San Mateo,
18
millas
De Lima a Acchahuarcu
13
millas
De Lima a Morococha
12
millas
De Lima a Oroya
17
millas
De Lima a Tarma
16
millas
De Lima a Palcamayo
15
millas
De Lima a Junín
18
millas
De Lima a Carhuamayo
15
millas
De Lima a Cerro Paseo (sic)
20
millas
De Lima a Caxamarquilla
15
millas
De Lima a San Rafael
15
millas
De Lima a Ambo
20
millas
De Lima a Huánuco
15
millas
De Lima a Acomayo
14
millas
De Lima a Chinchao
16
millas
De Lima a Chihuangala
20
millas
De Lima a La Cueva
20
millas
De Lima a Tingo María
10
millas
 
335
millas

 

Esta distancia de trescientas treinta y cinco millas puede acortarse en veintiocho millas si se viaja directaíente de Lima a Cerro Pasco (sic). (Nosotros pasamos por Tarma). El viajero observará en el cuadro que la distancia está dividida aproximadamente en los días de viaje. Así, con las mulas cargadas le tomará veintiún días alcanzar el punto más alto de navegación en canoa en el Huallaga si sigue esta ruta; y diecinueve días si sigue la otra. Las últimas treinta millas entre Chihuangala y Tingo María se viajan a pie aunque no habría dificultad en abrir un camino de mula. En Lima se puede alquilar las mulas que se desee a un precio aproximado de setenta y cinco centavos diarios. Yo pagué más, pero ya me lo esperaba porque había convenido con los muleteros en que se detendrían donde yo lo deseara y por el tiempo que deseara. El alimento para una mula cuesta en promedio doce centavos y medio diarios. La carga pesa doscientas sesenta libras.

Es difícil convencer a un arriero a que acompañe a un viajero durante todo el camino. A ellos no les gusta perder su tiempo y el viajero tiene que cambiar sus mulas aproximadamente cada cien millas.

Durante la época del año en que cruzamos el paso de la Cordillera, éste no se hizo ni muy tedioso ni muy trabajoso. En realidad, disfrutamos mucho del magnífico panorama; estuvimos complacidos con los modales y costumbres de la gente primitiva y en todas partes encontramos hospitalidad y amabilidad. Sin embargo en la época de lluvias el paso debe ser difícil y peligroso.

2 de agosto. Tingo María es un poblado que está muy bien ubicado; tiene cuarenta y ocho hombres fuertes y sanos y una población de ciento ochenta y ocho habitantes. Esta incluye a aquéllos que viven en Juana del Río y aquellas casas que se encuentran a una milla o dos.

El pueblo* está situado en una planicie a la orilla izquierda del río, el cual tiene aproximadamente seis millas de largo y tres millas en su parte más ancha, donde las montañas que están a su espalda se separan del río en un semicírculo. La altura es de dos mil doscientos sesenta pies sobre el nivel del mar. Los productos de la planicie son caña de azúcar, arroz, algodón, tabaco, índigo, maíz, camotes, yucas, sachapapa o papa de los bosques (la raíz tuberosa de una vid, grande, farinácea, con vetas púrpuras, cuyo sabor se parece al ñame y constituye un gran alimento). En los bosques abundan los animales de caza como los pumas o tigres americanos, venados, pecaríes o cerdos salvajes, ronsocos o cerdos de río, monos, &a. Respecto a las aves, hay varias clases de "guaco, una gran ave parecida a un pavo, pero que generalmente tiene pico rojo, una cresta y un brillante plumaje negro azulado; una delicada "pava del monte" o pavo silvestre; una gran variedad de loros; patos salvajes grandes y negros y cormoranes. También hay serpientes de cascabel y víboras. Pero a pesar de ver todo esto, yo aconsejaría al viajero que no confíe en su arma como medio de defensa. Los bosques son tan espesos y enmarañados que sólo un indio puede penetrarlos y los únicos ojos que pueden divisar a estos animales de caza son los del indio. Incluso, sólo caza por necesidad y raramente se aventura, solo, en la espesa selva por temor al tigre o a la víbora. También hay bonitos y delicados peces en el río pero no en abundancia.

Los habitantes son de una tribu llamada Cholones, que alguna vez fue grande y poderosa. Su carácter me gustó más que el de cualquier otro indio que conocí posteriormente. Son apacibles, alegres, solemnes y son los aborígenes más altos y más bien parecidos que he visto. Cumplen con la Iglesia y asisten a sus servicios religiosos y están más civilizados que la mayoría. No usan pintura como adorno a excepción de los brazos y piernas que se pintan con el jugo de una fruta llamada huitoc, de la cual se obtiene un tinte azul oscuro que sirve de protección contra los mosquitos simúlidos, que abundan y que constituyen un gran peligro. Generalmente el lugar es muy saludable. Las enfermedades comunes son hinchazones linfáticas del cuerpo y extremidades (se supone que son causadas por la exposición a la gran humedad mientras uno pesca en la noche) y la sarna (una afección cutánea que cubre el cuerpo con llagas y hace que el paciente se vea repugnante). Estas Hagas se secan, se desprenden en forma de costras y dejan manchas en la piel de modo que a menudo se puede ver a un indio bastante moteado. Me imagino que esta enfermedad se debe a la falta de higiene y a las picaduras de los mosquitos simúlidos. Como remedio, los indios toman la raíz seca de un pequeño árbol llamado sarnango, la cual rallan y mezclan con agua. Se dice que tiene un efecto altamente tóxico y estupefaciente y provoca el desprendimiento de la piel.

El huitoc es una fruta parecida a la nuez. Tiene el tamaño aproximado de una nuez negra común con su capa exterior. Cuando está madura y suave su capa exterior tiene un color bermejo y su pulpa es púrpura oscuro con pequeñas semillas. El árbol es delgado, más o menos de quince o veinte pies de altura, de anchas hojas; el fruto crece en su base y debajo de ésta, como el fruto del árbol del pan. Aquí también hay un pequeño árbol llamado añil o índigo, con una hoja angosta en su base y ancha cerca de los extremos, la cual produce un tinte tan fuerte como el de la planta. Igualmente en las huertas de los indios hay flores fragantes de vistosos colores.

Ijurra mató a un gran murciélago, de la especie de los vampiros, el cual media aproximadamente dos pies con las alas extendidas. Este es un animal muy repugnante a pesar de que su piel es muy suave y de un brillante e intenso marrón. Su boca tiene muchos dientes y se parece a la de un tigre diminuto. Tiene dos grandes y filudos colmillos en la parte frontal de cada mandíbula; tiene dos dientes más pequeños, parecidos a los de una liebre u oveja, entre los colmillos de la mandíbula superior, y cuatro más pequeños entre los de la mandíbula inferior; del mismo modo tiene dientes detrás de los colmillos, que se extienden hasta la parte posterior de la boca. Los orificios de la nariz parecen ser un aparato de succión. Sobre ellos hay un hocico triangular y cartilaginoso casi de media pulgada de largo y un cuarto de pulgada de ancho en la base, y debajo de los orificios hay una aleta semicircular aproximadamente del mismo ancho, pero no tan larga. Supongo que éstos están colocados sobre la perforación hecha por los dientes, esto y el aire que hay debajo y que es exhalado por los orificios de la nariz, los convierten en perfectos vasos en forma de ventosas. Hasta mi regreso a casa, nunca escuché que estos animales fueran succionadores de sangre; antes bien, el distinguido naturista, el Sr. T.R. Peale me cuenta que nunca nadie los ha visto ocupados en este menester y que él ha hecho varios intentos por verlos pero que no lo ha conseguido. En una oportunidad un compañero había perdido gran cantidad de sangre y como estaban cerradas las puertas y ventanas de la casa en la cual su grupo descansaba, se mató varios de estos murciélagos que colgaban del techo, pero a ninguno se lo encontró saciado de sangre o con rastros de haberla estado chupando. Tampoco vi ningún órgano adecuado para hacer un pequeño pinchazo. Los colmillos son tan grandes como los de una rata y si se usaran de la manera común harían cuatro heridas al mismo tiempo y creo que producirían suficiente dolor como para despertar a la persona con el sueño más profundo. Como nunca había tenido esta sospecha, no se me ocurrió preguntar a los indios si alguna vez habían visto a un murciélago chupar la sangre, ni se me ocurrió examinar las heridas de los caballos que había visto sangrar debido a esta supuesta causa. En una ocasión encontré mi frazada manchada de sangre y supuse que el murciélago (saciado con la sangre de los caballos que estaban afuera) había entrado a la casa, se había sujetado firmemente al techo de bálago justo sobre mí, había vomitado sobre mi cobija para luego marcharse. No encontré mucha sangre, sólo cinco o seis manchas en la frazada, como grandes gotas. Además, debido a la forma irregular como estaban esparcidas las gotas sobre una pequeña superficie, supuse que el murciélago se había colgado del techo, justo encima mío y se había balanceado. El descubrimiento de las gotas me produjo una sensación de profunda repugnancia y con frecuencia no he podido dormir por miedo al asqueroso animal. Todo viajero debe saber que en estas regiones se debe dormir con el cuerpo y la cabeza envueltos en una frazada, como lo hacen los indios.

Aquí vi por primera vez la cerbatana de los indios, llamada así por los españoles; los portugueses del río la llaman gravatana (me imagino que ésta es una corrupción del primer término pues no encontré tal palabra en portugués) y los indios la llaman pucuna. Está hecha de cualquier pedazo de madera largo y derecho, generalmente de una especie de palmera llamada chonta, una madera pesada y elástica de la que también se hacen arcos, garrotes y lanzas. El palo o estaca se divide longitudinalmente, éste tiene más o menos ocho pies de largo y dos pulgadas de diámetro cerca del extremo de la abertura y disminuye hasta alcanzar media pulgada en su extremo. Se abre un canal a lo largo del centro de cada parte, se,le alisa y se le pule bien con un poco de arena fina y de madera. Luego se unen las dos partes, muy bien trincadas con hilo bramante y todo el conjunto se cubre con cera mezclada con alguna resina del bosque para hacerlo más resistente. A cada lado del extremo de la abertura se pone un par de dientes de verraco y para dar una buena visión se coloca en la parte superior uno de los torcidos dientes frontales de un pequeño animal que parece ser el cruce de una ardilla con una liebre. El dardo está hecho de cualquier madera liviana generalmente de caña o de la fibra central de un tipo de hoja de palmera; aproximadamente tiene un pie de largo y es del grosor de un antiguo fósforo común. El extremo del dardo, colocado cerca de la boca está enrollado con una liviana y delicada clase de algodón silvestre que crece en una vaina de un gran árbol y que se llama huimba; y el otro extremo, muy bien afilado, se sumerge en un veneno vegetal preparado del jugo de la enredadera, llamada bejuco de ambihuasca, que se mezcla con ají* con barbasco, sarnango y con todas las sustancias que los indios saben que son nocivas. Cuando el tirador usa su pucuna, en vez de extender la mano izquierda a lo largo del tubo, la lleva a su boca para empuñarlo con ambas manos juntas, cerca de la boquilla, de tal modo que se necesita una fuerza considerable en los brazos para mantenerlo siquiera algo firme. Si el tirador es un experto, matará a una pequeña ave a treinta o cuarenta pasos. En un experimento que vi, el indio sostuvo la pucuna horizontalmente y el dardo que salió de ella se incrustó en el suelo a treinta y ocho pasos. Usualmente el indio siente bastante cariño por su arma y es bastante supersticioso en cuanto a ella. No pude persuadir a un indio a que me hiciera el favor de disparar a un ave muy bonita, de color negro y amarillo, porque era una corneja y el indio dijo que ella deterioraría y volvería inefectivo todo el veneno de su calabacín. Tampoco dispararía su pucuna a una serpiente por temor a que su arma se doble como un reptil; también se considera que una escopeta ligera para caza menor o un rifle, que se ha empleado para disparar contra un caimán, son inservibles. Completan el instrumento de caza, un calabacín redondo con un hueco para la huimba y un empalme de caña brava* como dardo.

3 de agosto. Fuimos a la Iglesia. La congregación formada por hombres, mujeres y niños ascendía aproximadamente a cincuenta personas; la ceremonia la realizaba el Gobernador, asistido por el Alcalde*. Un pequeño niño indio, desnudo y patizambo de dos o tres años y el cachorro perdiguero de Ijurra, quien lo había traído en el fuste de su silla durante todo el camino desde que salimos de Lima, molestaban a la congregación con sus jugarretas y cabriolas, pero en general prestaban atención a sus plegarias y eran devotos. Disfruté extraordinariamente del culto comunitario a Dios con estos primitivos niños de la selva y aunque ellos probablemente no comprendían bien por qué estaban allí, creí poder ver su efecto humanitario y fraterno sobre todo.

En la noche tuvimos una fiesta en la casa del Gobernador. El Alcalde*, quien era una buena persona, llevó su violín, otro tenía una rústica guitarra o banjo y bajo la algarabía de su música y del aguadiente (sic) del Gobernador, quien había puesto su piso de caña antes de nuestra llegada, bailamos hasta las once de la noche. La costumbre del baile requiere que un caballero escoja a una dama para bailar en el centro de la habitación hasta que ella se canse (el grupo que los rodea tiene que aplaudir al ritmo de la música y alegrar a los bailarines con vivas* ante cualquier demostración especial de agilidad o de animación en el baile); luego él da a su pareja un vaso de grog (1), la lleva a su sitio y escoge a otra. Cuando él es el que se cansa, se hace un brindis general y la dama es la que escoge a su pareja. El Señor Commandante* (sic: comandante) fue muy solicitado y una dama gorda y vieja (quien no bailaba con nadie más) casi lo mató. El Gobernador disparó varias veces nuestras armas y algunos cohetes que habíamos traído de Huánuco; dudo que Tingo María haya presenciado alguna vez tan magnífico espectáculo.

4 de agosto. Me levanté con dolor en las rodillas y con dolor de cabeza por el baile y encontré a nuestros hombres y canoas listos para embarcarnos. Después del desayuno, el Gobernador y su esposa (aunque dolorosamente temo que no ha habido intervención del sacerdote en su unión) junto con varias de nuestras parejas de la noche anterior, nos acompañaron al puerto. Después de cargar las canoas el Gobernador dirigió un corto discurso a los canoeros, diciéndoles que nosotros "no éramos personas comunes, que ellos debían cuidarnos de manera especial, que debían ser muy obedientes, &a. y que rezaría diariamente para su seguro retorno", luego todos brindamos con una botella que nuestra anfitriona había traído para la ocasión y después de un abrazo conmovedor del Gobernador, de su señora y de mi gorda amiga de la noche anterior, nos embarcamos y partimos. Los boteros soplaban sus cuernos a medida que la corriente nos arrastraba rápidamente río abajo, mientras el grupo que estaba en tierra ondeaba sus sombreros y gritaba sus adioses.

Teníamos dos canoas; la más grande aproximadamente de cuarenta pies de largo por dos pies y medio de ancho, había sido ahuecada de un solo tronco; cada una estaba tripulada por cinco hombres y un niño. Las canoas son conducidas por un puntero* (o boga de proa) quien va en la parte delantera, alerta ante las rocas o árboles hundidos; un popero* (o timonel) quien está parado sobre una pequeña plataforma en la popa del bote para guiar sus movimientos y los bogas* o remeros, quienes parados con un pie en el piso del bote y el otro en la borda, impulsan el bote por medio de un canalete. Cuando el río estaba calmado y libre de obstáculos, nos dejábamos arrastrar por la corriente; los hombres se sentaban sobre los baúles y cajas para conversar y reír, pero cuando nos aproximábamos a un mal paso*, sus serias miradas y la firme posición con la que cada uno se colocaba en su puesto, era señal de que había trabajo. Al principio me sentía un poco nervioso, pero cuando nos encontrábamos en pleno rápido, el veloz ademán del puntero* para señalar el canal, la elegante y graciosa posición del popero* cuando desviaba el bote con un giro de su largo remo, los desesperados esfuerzos de los bogas*, el precipitado avance de la canoa y la desenfrenada, triunfante y estridente risa de los indios después de pasar el peligro, formaban una escena que era demasiado excitante como para admitir otra emoción que no fuera la de admiración.

Cruzamos muchos rápidos como el de hoy día y nos empapamos completamente debido al agua que caía por ambos lados de la canoa; algunos de ellos fueron simples declives suaves como planos inclinados de cascajo, con sólo tres o cuatro pulgadas de agua en ellos; de modo que los hombres tenían que bajar al agua, mantener las canoas de frente y arrastrarlas. Aquí la velocidad promedio del río es de tres millas y media por hora, pero cuando se precipita por uno de estos declives, debe ser mucho mayor. El ancho del río varía constantemente, probablemente nunca ha sido mayor a las ciento cincuenta yardas y nunca menor a las treinta; las orillas son angostas y están cubiertas con árboles, arbustos y caña brava. A cada lado hay colinas, a cierta distancia de la orilla, pero de vez en cuando están próximas a ella. Es casi imposible calcular con exactitud la distancia que se recorre. La fuerza de la corriente es muy variable y los indios no llevan un ritmo constante al remar: a veces reman media hora con gran vigor para luego dejar que el bote se desplace con la corriente. Calculando el avance de la corriente en tres millas y media por hora y el remo en milla y media, con nueve horas de viaje efectivo, recorremos cuarenta y cinco millas en un día de viaje durante esta temporada. He calculado en nueve el número de horas de viaje, ya que generalmente partimos a las 5 a.m. y nos detenemos a las 5 p.m. Empleamos dos horas en desayunar, al mediodía y perdemos otra hora en los bajos del río o al detenernos para disparar a algún animal o ave.

A las cinco y media acampamos en la playa. Una vez que la canoa está atracada, la primera tarea de los boteros es ir a los bosques y cortar estacas y ramas de palmera para levantar una casa para el patrón*. Al incrustar los largos palos en la arena, aproximadamente a cinco pies sobre el suelo, cortándolos por la mitad y al inclinar las partes superiores, uniéndolos, fabrican en unos cuantos minutos el armazón de una pequeña choza, la cual, con un techo tupido de hojas de palmera, protegerá del rocío o de una lluvia común. Algunos traen la madera que ha sido arrojada a la playa por la corriente y encienden una fogata; los alimentos se cocinan y se comen, la ropa de cama se coloca sobre las hojas que cubren el suelo de la choza, se extiende la redecilla para los mosquitos y después de una taza de café, un vaso de grog y un cigarrillo (si es que los hay), todos se retiran alrededor de las ocho de la noche. Los indios duermen alrededor de la cabaña, cada uno bajo su angosta cortina de algodón para los mosquitos y con el resplandor del claro de luna se parecen a muchas de las lápidas sepulcrales. Todo esto fue bastante agradable mientras hubo abundantes provisiones y el clima era bueno; pero cuando se terminó el café o el coñac, cuando los cigarros se agotaron y sólo había un poco de pescado salado y plátanos, durante una de esas noches de lluvia pesada que son frecuentes en el Marañón, no pude evitar recordar, con cierta amargura, las comodidades del navío de guerra que había dejado y ni qué decir de los lujos de mi hogar.

6 de agosto. Salimos a las ocho. El río tiene setenta yardas de ancho, nueve pies de profundidad, el fondo es guijarroso; la corriente avanza a tres millas por hora. En algunos lugares, donde las colinas se acercan al río, encontramos treinta pies de profundidad. En la orilla derecha hay algunas colinas de regular tamaño que pueden llamarse montañas y que van de norte a sur. Me sorprendió el no ver a ningún animal durante todo el día, sólo vimos aves de río como patos negros, cuervos marinos y alciones; también vimos muchos loros de varias clases y de brillante plumaje, pero siempre se mantuvieron fuera de alcance. Acampamos a las cinco y media, cansados y desanimados, sin haber comido nada en todo el día, salvo un poco de arroz cocido con queso al amanecer. Mis muñecas estaban inflamadas y adoloridas por la exposición al sol y los mosquitos simúlidos eran muy molestos. Cielo encapotado, con truenos y relámpagos al N. 0. En la noche hubo una brisa fresca que venía de esa dirección. Durante la noche escuchamos a tigres y monos; a la mañana siguiente vimos huellas de tigre cerca del campamento.

6 de agosto. Poco después de partir vimos una bonita cierva que descendía hacia el río. La seguimos y cuando estuvimos aproximadamente a ochenta yardas de ella, Ijurra y yo le disparamos; cada una de las armas estaba cargada con balas de rifle. El animal se quedó totalmente quieto por unos minutos y luego lentamente fue hacia los arbustos. Entregué mi arma, cargada con tres balas de rifle, al puntero, quien disparó de cerca pero sin ningún resultado. Recogimos una de las balas un poco aplanada, cerca de donde había estado parado el venado. Estos detalles hicieron que los indios dudasen de si este animal era un venado, y deduzco por sus ademanes y exclamaciones, que pensaban que este animal era algún espíritu maligno a prueba de balas. Me imagino que la bala se aplastó ya sea al pasar a través de la rama de un arbusto o al chocar con un determinado hueso duro del animal; o puede que se haya magullado dentro del arma debido a las otras balas.

Estos indios tienen los sentidos muy agudizados y pueden ver y oír cosas que son inaudibles e invisibles para nosotros. Esta mañana nuestros canoeros empezaron a remar con gran vigor. Les pregunté el motivo y me respondieron que habían escuchado aullidos de monos más adelante. Creo que debimos haber remado una milla antes que oyera el sonido del cual hablaban. Cuando nos acercamos a ellos, encontramos una cuadrilla de grandes monos de color rojo que estaban trepados en algunos árboles altos de la orilla del río produciendo un sonido parecido al gruñido de una piara de enfurecidos cerdos. Desembarcamos y en unos cuantos minutos me encontré abriéndome paso a través de la espesa maleza y cazando monos con la misma excitación que cuando cazaba ardillas de niño. No tenía balas y mi disparo No. 3 sólo sirvió para sacarlos de su elevada posición en las copas de los árboles y ponerlos al alcance de las pucunas de los indios. Ellos cazaron dos y yo uno, después de dispararle cerca de doce tiros. Nunca vi animales que se aferraran tanto a la vida; como los indios lo expresaron, éste estaba bañado en munición*. Estos monos tenían más o menos el tamaño de un perro terrier común y estaban revestidos con un pelo largo, suave y de color rojo oscuro; se llaman cotomonos ya que tienen un gran coto* bajo la mandíbula. Este es un hueso angosto en la tráquea, gracias al cual pueden producir ese sonido peculiar. El macho, llamado curaca (que, también es la denominación que recibe el jefe de una tribu de indios) tiene una larga barba roja. En Brasil los llaman guariba, allí se dice que son negros y rojos y creo que son de la especie comúnmente llamada monos aulladores.

Casi no vale la pena señalar que los indios utilizan algunas partes de este animal para curar enfermedades, ya que sé que ninguna sustancia que posiblemente podría usarse como un agente curativo se utiliza para ese propósito. La madre lleva a su crío sobre su lomo hasta que éste sea capaz de andar solo. Si la madre muere, el padre se hace cargo. Hay una gran cantidad de estos animales en todo el curso del río y no pasa ningún día sin que el viajero los escuche o los vea.

Cuando llegué a la playa con mi caza, vi que los indios habían encendido una fogata y estaban asando la suya. Ellos no se tomaron el trabajo de desollar y limpiar al animal sino que simplemente lo pusieron al fuego y cuando estuvo bien chamuscado, lo sacaron y con un cuchillo cortaron pedazos de las partes carnosas; si no estaban lo suficientemente cocidas, las volvían a asar sobre pequeñas estacas levantadas frente a la fogata. Yo traté de comer un pedazo pero era tan duro que mis dientes no dejaron ninguna marca sobre él. La que yo maté estaba preñada; el feto era casi el doble del tamaño de una rata de muelle. Quise conservarlo pero era tan grande que no cabía en ninguna de las botellas que tenía; luego los indios lo asaron y comieron sin ceremonia.

Hoy día también vimos varios cerdos de río y tratamos animadamente de cazar uno que encontramos en la orilla del río frente a un casi empinado montículo de tierra dispersa, el cual se desmoronaba bajo sus pies, impidiéndole así subirlo. El animal titubeó en ir al agua debido a las canoas; de modo que pensamos que ya lo teníamos pero después de una breve subida y bajada por la orilla del río, se abrió camino a través de la hilera de sus adversarios tumbando a dos indios en su avance, para finalmente meterse al agua. Este animal es anfibio, aproximadamente del tamaño de un cerdo de tamaño medio y su apariencia y movimientos me hacían recordar a los del rinoceronte. Su color también es rojo y pensé que era asombroso que los únicos animales que habíamos visto, el venado, los monos y el cerdo, fuesen todos de este color. Aquí se llama ronsoco y en Brasil capiuara. En cuanto a estos nombres brasileños, me guío por la ortografía de Baeña.

Igualmente escuchamos el ladrido de perros en la orilla derecha o lado de los infieles del río, en contraste con la otra orilla, la cual es llamada La parte de la cristiandad*. Se suponía que eran los ladridos de los perros de los indios Cashibos del Pachitea.

Los loros y otras aves también eran más numerosos que antes.

Hoy día encontramos el río muy obstruido por islas, bancos de peces y con madera flotante varada; acampamos a las cinco y media y cenamos sopa de mono. El mono, en lo que respecta a su dureza todavía seguía siendo mono, pero el hígado, el cual comí casi todo, resultó suave y agradable. Sin embargo, el joco se vengó ya que estuve a punto de sucumbir por las pesadillas. Algún demonio con brazos tan movedizos como los del mono, me agarró de la garganta y al fijar la vista en mi con su impasible y cruel mirada, expresó su determinación de mantenerme así hasta la muerte. Pensé que sería difícil morir debido al apretón de este espíritu malévolo a orillas de un río extraño y tan prematuramente en mi marcha; y luego de hacer un esfuerzo desesperado para librarme de él, me di cuenta que me había olvidado quitarme la corbata, la cual me estaba estrangulando, costándome casi la vida.

7 de agosto. Partimos a las ocho y media; a un cuarto para las diez pasamos el puerto de Uchiza. Este es un poblado que queda a nueve millas del río. El puerto en sí, como el de Tingo María, es un cobertizo que sirve para acomodar canoas y pasajeros. Casi todos los pueblos del río se han construido a seis u ocho millas de sus orillas debido a que cuando el río está lleno, inunda la región. Generalmente se escoge como puerto, alguna colina de la orilla y desde allí se abre un camino hacia el pueblo. A veces esta colina mide cuarenta pies fuera del agua, a veces está cubierta y todo el conjunto de tierra entre ella y el pueblo se inunda. A las diez y cuarto pasamos la quebrada* de Huinagua por el lado derecho. Un pequeño arroyo baja hacia esta quebrada y su agua es salada. En un día de viaje, la gente de Uchiza la asciende hasta llegar a una colina de sal donde se abastece de este artículo indispensable. A las once y veinte minutos pasamos otra y a la 1 p.m. otra, de donde la gente de Tocache obtiene su sal. Hay un día de viaje desde Tocache hasta la desembocadura de la quebrada* y otro hasta las colinas de sal.

Para los deportistas, el día de hoy representó un notable contraste con el día de ayer. No vimos ningún animal, sólo unas cuantas aves; incluso hoy vimos muy pocos loros, los que generalmente son muy numerosos. Fue un día de trabajo; los hombres remaron bien y debemos haber recorrido setenta millas. Al aproximarnos a Tocache, la cual era su última etapa con nosotros, los indios casi me ensordecieron con el sonido de sus cuernos. Generalmente éstos se fabrican con trozos de madera que ahuecan hasta dejarlos delgados, los unen, los enrollan con cordel y los cubren con una capa de cera. Se les da la forma de un trabuco y tienen aproximadamente cuatro pies de largo; la boquilla es de caña y el sonido es profundo y dulce. Los indios siempre hacen un gran ruido cuando se aproximan a cualquier lugar para indicar que vienen en calidad de amigos. Ellos se imaginan que de lo contrario podrían ser atacados ya que los grupos hostiles siempre se mueven silenciosamente.

Llegamos a las cinco. Estaba fastidiado por el monótono viaje del día y por el calor y anticipaba la llegada con placer, pensando que íbamos a detenernos en un gran poblado y conseguir algo bueno para comer, pero dolorosamente me decepcioné. Sólo llegamos al puerto, el cual, como siempre, era un cobertizo sobre una colina; el poblado quedaba a nueve millas. Aquí no había nada que comer de manera que decidimos adentrarnos y ver qué es lo que podíamos adquirir. Una rápida caminata de una hora y cuarto nos condujo a Lamasillo, que según sabía era un pueblo* de blancos, sin embargo sólo encontramos una casa con un "platanal"* a su lado. Había otras casas cerca pero ninguna al alcance de la vista. Yo había tenido la impresión de que "pueblo"* significaba un poblado, pero ahora creo que significa cualquier región poblada aunque las casas estén a varias millas de distancia. Con mucha persuasión convencimos a la gente de la casa a que nos vendiera un par de botellas de aguadiente (sic) y un par de pollos. El gobernador de la región había estado en este lugar hacía una hora, pero se había ido a Tocache, que por lo que entendimos, estaba a dos coceadas más adelante, es decir, más o menos la misma distancia que habíamos recorrido desde el puerto hasta este lugar. Frecuentemente la distancia se calcula por el tiempo que un hombre emplea en masticar un poco de coca. Por la distancia entre el puerto y Lamasillo resulta que una mascada de coca equivale aproximadamente a tres cuartos de una legua o treinta y siete minutos y medio.

Regresamos a pie al anochecer e inmediatamente comimos aves de corral, las cuales las devoramos más como tigres que como cristianos ya que al amanecer sólo habíamos tomado un poco de sopa de mono. En el puerto encontramos varios comerciantes viajeros de Moyobamba. Un grupo había viajado a Huánuco por tierra con un cargamento de sombreros de paja y tabaco, el cual vendieron aproximadamente en un cincuenta por ciento más del costo neto. Este es un negocio miserable puesto que el viaje de ida y vuelta dura cuatro meses y es muy penoso. El otro grupo había ido a Huánuco navegando en canoas con el mismo cargamento y además con un poco de arroz y aves exóticas. Los viajeros ascienden por el río cuando su caudal está bajo y por tierra cuando su caudal está alto. El grupo que regresaba descendía en balsas*, las cuales las había construido en Tingo María. Estas balsas* son troncos de un tipo de madera liviana llamada madera para balsa*; éstos se colocan de lado a lado, con medio pie de distancia entre ellos y se les asegura con otros pedazos colocados transversalmente. En medio de la balsa se levanta una plataforma sobre pequeños troncos para que allí se coloque el cargamento, y los remeros, parados sobre los troncos más bajos, tienen que tener sus pies metidos en el agua todo el tiempo. Después que se pasan todos los rápidos de un río, naturalmente estas balsas pueden construirse de cualquier tamaño y se pueden erigir cómodas casas sobre ellas. Debí preferir descender el Amazonas de aquel modo, pero yo tenía en mente ascender otros ríos.

Bajo el cobertizo de las canoas, hicimos nuestras camas y cansados dormimos cómodos. Parece un misericordioso designio de la Providencia el que los mosquitos simúlidos se vayan a la cama al mismo tiempo que lo hace la gente; de lo contrario, pienso que uno no podría vivir en esta región. Todavía no hemos tenido problemas con los mosquitos. Aquí los mosquitos simúlidos se llaman "mosquitos"*, que es el diminutivo de mosca*; nuestros mosquitos se llaman sancudos (sic: zancudos). En el día los mosquitos simúlidos molestan mucho y uno no puede escribir o comer cómodamente. En esta región todas las personas tienen sus manos casi negras debido a los efectos de sus picaduras, las cuales dejan una pequeña mancha oscura redonda que dura semanas. Es mucho mejor soportar la picazón que irritar la zona afectada al rascarla o frotarla.

8 de agosto. Envié a Ijurra a Tocache para que se comunicara con el Gobernador, mientras yo me ocupaba de poner al día mi diario y de secar el equipaje que se había mojado durante el viaje. Por la tarde me interné en el bosque con un indio con el fin de verlo matar con su pucuna a un ave o a un animal. Me asombró la furtiva y silenciosa manera con la que se movía a través de los bosques, de vez en cuando me echaba una ojeada curiosa y reprobadora como si yo fuera a enganchar mi pie en una enredadera y avalanzarme sobre los arbustos con suficiente ruido como para asustar a todos los animales de caza a una milla a la redonda. Por fin me señaló un tucán llamado por los españoles predicador, posado en la rama de un árbol, fuera del alcance de su arma. Le disparé y lo derrumbé con un ala rota. El indio se metió entre los arbustos para buscarlo, pero al ver que el animal corría, volvió a mí por su pucuna, la cual la había dejado atrás. En unos cuantos minutos me trajo al ave con una flecha incrustada en su garganta. El ave murió dos minutos después de que fue cazada. El indio dijo que su veneno era bueno pero que hasta cierto punto fue expelido por el flujo de sangre, el cual cubrió el pecho del ave, lo que demostraba que había sido perforado un gran vaso sanguíneo del cuello. No sé si su razonamiento era correcto o no.

Ijurra regresó a las ocho, cansado y de mal humor. Nos informó que todo el día había seguido al Gobernador de sitio en sitio y que finalmente se había reunido con él y obtenido la promesa de que se nos proporcionarían canoas y hombres para proseguir nuestro viaje. Mi compañero, quien ha sido subprefecto o gobernador de toda la provincia en la que ahora estamos (Mainas) y quien ha nombrado y transferido a voluntad a estos gobernadores de distritos, encuentra difícil pedir algo donde anteriormente lo ordenaba. Por consiguiente, generalmente pelea con las autoridades y yo tengo que cargar con parte del problema y recurrir ampliamente a mi "afabilidad" para reconciliar las diferencias y para calmar los ánimos, los cuales a menudo se alteran debido a su impaciencia e irritabilidad. Sin embargo, contribuyó a la causa al comprar un cerdo y algunos pollos, los cuales se suponían iban a aparecer mañana.

9 de agosto. Conseguimos gente para que matara y sazonara a nuestro cerdo. Tuvimos dificultad en encontrar a alguien que realizara esta tarea, pero el hombre al que le compramos el cerdo se hizo nuestro amigo y trajo a su familia de Lamasillo para realizar este requerimiento. Al hacerlo de esta manera, obtuvimos muy pocas ganancias con nuestro experimento. Pagamos ocho dólares por el cerdo, veinticinco centavos por la sal, veinticinco centavos a Don Isidro, quien lo trajo al puerto y cincuenta centavos a los mismos caballeros por matarlo. La esposa y los hijos del propietario tomaron su paga por sazonarlo y ahumarlo, aparte del precio del cerdo. Nuestros amigos que iban río arriba (según Ijurra) robaron la mitad y lo que quedó se descompuso antes de que pudiéramos comerlo.

En esta región todos reciben el tratamiento de don. A nuestros boteros indios, al menos los poperos* se les dice don y se necesita mucha cortesía ceremoniosa para comunicarse con ellos. Tengo que tratar a los gobernadores de los distritos con toda clase de ceremonias; pero aunque él exija este trato y se muestre resentido y no me dé facilidades si no se lo doy, considerará la proposición de acompañarme como si fuera mi sirviente.

Recibí una carta del Gobernador, él no la había escrito sino sólo firmado, en la cual me preguntaba cuántos hombres necesitaba y en la que expresaba su deseo de vernos en el pueblo* mañana muy temprano. Nos excusamos por no ir al pueblo y le solicitamos que enviara a los hombres al puerto para su paga. Esto no lo iba a hacer pero insistió en que nosotros debíamos pagar, al menos hasta llegar a 1,amasillo. Nosotros siempre pagamos por adelantado y los boteros generalmente dejan, con sus esposas, las telas de algod6n con las que casi siempre se les paga. Estos prefieren que su paga sea parte en dinero.

10 de agosto. Esta mañana partió el grupo de Huánuco y dejó el cobertizo para Ijurra y para mí. Mientras me bañaba en el río, vi un animal que nadaba río abajo en dirección a mí y supuse que era un zorro o un gato. Le lancé piedras, nadó hacia la otra orilla del río y fue hacia el bosque. Poco después un perro que evidentemente estaba de caza, vino nadando y luego de perder su presa en el río, nadó en círculos por unos minutos antes de darse por vencido. Según mi descripción, este animal debía ser un leopardo de las nieves o gato montés. En toda esta región se le llama tigre pero nunca es tan grande o feroz como el tigre africano. Ellos son más bien moteados como el leopardo que listados como el tigre. Se dice que cuando están hambrientos son lo suficientemente peligrosos y nadie se atreve a provocarlos sin tener buenos perros y un buen arma.

Hablamos tanto sobre tigres y de su matanza de gente mientras ésta duerme, que me puse nervioso después que me acosté y cada ruido cerca del cobertizo hacía que cogiera ansiosamente las empuñaduras de mis pistolas. Después de la medianoche me adormecí con las notas melancólicas de un ave que el teniente Smyth llama "Alma Perdida"*. Su salvaje y doloroso llanto desde lo recóndito de la selva parece, efectivamente, tan triste y desesperado como el de aquél que no tiene esperanzas.

11 de agosto. Ijurra fue a Lamasillo para pagar a los boteros, algunos de ellos habían descendido hasta el puerto para llevarse las telas de algodón. Esto me dejó completamente solo. La sensación de soledad y la perfecta tranquilidad de la gran selva, me hizo darme cuenta en toda su magnitud, de la verdad que encierra la bonita frase de Campbell:

"La soledad de la tierra que intimid."

Fue extraño no oír absolutamente nada cuando cesó el rasguño de mi pluma sobre el papel. Sentí tanto la necesidad de compañía que intenté hacerme amigo del ágil y astuto lagarto que corría paralelo a la canoa por mi lado y que de vez en cuando se detenía, alzaba su cabeza y me miraba aparentemente maravillado.

No podía ver señales de la altura del río en el crecido (sic: crecida), pero por una marca indicada por uno de los indios, supuse que aquí el río tiene una subida y bajada perpendicular de treinta pies. El lo representa con un pie de profundidad en la crecida sobre la colina en la cual estamos ahora y sus orillas las representa con tres cuartos de milla tierra adentro. Smyth cuenta que en una sola noche el río bajó diez pies.

La colina en la cual está situado el puerto de Tocache tiene aproximadamente treinta pies sobre el actual nivel del río y por el punto de ebullición tiene mil quinientos setenta y nueve pies sobre el nivel del mar.

Una canoa llegó de Juan Juy (sic: Juanjuí) y un grupo de dos procedente de Saposoa llegó por tierra. Estos son pueblos que están ubicados río abajo. Cada grupo tenía sus pitakas (sic: petacas) (baúles de cuero) que contenían sombreros de paja, arroz, tabaco y tocuyo listado*, una tela de algodón rayada muy usada en Huánuco para "cutíes". Es asombroso ver cuán lejos puede viajar esta gente, generalmente holgazana, por un dólar.

12 de agosto. Anoche recibimos la visita del Gobernador. Es un pequeño mestizo descalzo, vestido a la usanza de los indios, con una túnica corta y un pantalón. Parecía dispuesto a hacer todo lo que estuviera en sus manos para ayudarnos e incentivarnos en nuestro viaje. Le pregunté sobre los tigres y me respondió que sabía que en tres oportunidades habían atacado a unos hombres durante la noche; dos de ellos quedaron muy heridos y el tercero murió.

A las 10 a.m. llegaron nuestros boteros acompañados de sus esposas, trayendo masato para el viaje. Las mujeres cargan a sus hijos (tendidos sobre la espalda y sujetados a un armazón de caña) con una tira alrededor de la frente, como lo hacen con cualquier otra carga. A los chiquillos se les ve cómodos y contentos y todo el mundo opina que parecen pequeños monos.

Los indios de este territorio son los Ibitos, son menos civilizados que los cholones de Tingo María y son los primeros cuyos rostros he visto comúnmente pintados. No parecen tener un modelo determinado porque cada hombre se pinta de acuerdo a su gusto; sin embargo sólo usan dos colores, el azul de huitoc: y el rojo de "achote"*.

La población del territorio abarca los poblados de Tocache, Lamasillo, Isonga, y Pisana y suma un total aproximado de quinientas almas. El camino entre el puerto y Tocache es nivelado y llano, la tierra es oscura, liviana y muy fértil aunque fina. Desde este territorio no se envía nada para la venta, los habitantes compran el algodón para hacer su ropa, a los comerciantes ambulantes del río y les pagan con tabaco. Por el periódico aniego de la tierra, por el calor y por la liviandad y riqueza del suelo, debería afirmar que éste es el territorio donde se produce el arroz de mejor calidad del mundo.

A las doce partimos con dos canoas y doce hombres; el río tiene cincuenta yardas de ancho, dieciocho pies de profundidad y una corriente de tres millas por hora; un riachuelo llamado el Tocache desemboca en él aproximadamente a media milla bajo el puerto. Se abre paso a través de cinco canales, sobre un montículo de piedras y arena. Cuando hay crecida es sin lugar a dudas un bonito y extenso río. El territorio es escarpado en el lado derecho y llano en el izquierdo. A las 3 p.m. entramos a una región más escarpada y empezamos a encontrar nuevamente los malos pasos*; pasamos el Río Grande de Meshuglla, el cual ingresa por el lado izquierdo de la misma forma que el Tocache y poco después pasamos el puerto de Pisana; no había casas en el puerto, en la playa vimos a un viejo blanco, era inválido y nos dijo que desde los nueve años había estado postrado en cama. Nos rogó que le diéramos agujas o anzuelos o cualquier cosa que tuviéramos, le dimos un dólar. Este es el primer mendigo que veo pedir únicamente por caridad desde que dejé Lima. Hay bastantes mendigos, pero piden obsequios u ofrecen comprar algún artículo a la espera de obtenerlo.

Ahora el río está completamente obstruido por islas y rápidos. Al pasar uno de éstos, estuvimos a punto de zozobrar. Al voltear repentinamente por el extremo inferior de una isla, nos embistió con toda su fuerza la corriente del otro lado, la cual nos golpeó en el través y casi derribó la canoa. Los hombres alarmados se lanzaron a la borda superior del bote, lo cual hizo que el otro lado del bote se inclinara y que casi se inundara. Si el popero hubiese caído de su puesto (se tambaleó tremendamente), probablemente hubiéramos estado perdidos, pero con grandes esfuerzos logró que la proa del bote fuera río abajo, así pasamos sin peligro las rocas que amenazaban destruir la canoa.

A las seis llegamos al puerto de Balsayacu. Para ir al pueblo*, que como siempre consistía en una sola casa, realizamos una placentera caminata de media milla desde el puerto. Dormimos allí en vez de hacerlo en la playa y fue un acierto lo que hicimos ya que llovió copiosamente toda la noche. Los únicos habitantes del rancho* parecían ser dos pequeñas niñas; pero en la mañana me enteré que una de ellas tenía un bebé aunque ella no parecía tener más de doce o trece años. Supongo que hay más casas en el vecindario pero como anteriormente he señalado, un pueblo* es simplemente un asentamiento y puede extenderse varias leguas. La parte arenosa del puerto está cubierta por grandes piedras, la mayoría de un conglomerado rojo oscuro, aunque habían piedras de casi todo tipo que el río había traído y depositado allí. Hoy día recorrimos aproximadamente veinticinco millas, siguiendo el rumbo N.O. cuarta N.; la profundidad promedio de los trechos del río es de dieciséis pies; la corriente viaja a tres millas y media por hora.

13 de agosto. Anoche Ijurra golpeó con una tea a uno de los boteros, quien estaba borracho y dispuesto a ser insolente, y le ennegreció y quemó su rostro. El hombre, un fuerte indio de seis pies de altura, lo soportó como un niño castigado con un tipo de conducta llorona y malhumorada. Esta mañana se ha quitado la pintura de su rostro y se le ve tan humilde como un perro, aunque después de unas horas observé que nuevamente se había pintado y había recobrado el alegre y buen carácter característico de su tribu.

Entre las diez y las once, cruzamos el malpaso* de Mataglla, justo debajo de la desembocadura del río del mismo nombre, el cual ingresa por el lado izquierdo, desagua y se mezcla con el Huallaga. La temperatura de este río era de 69, mientras que la del Huallaga, de 74. Ijurra pensaba que sus aguas eran indudablemente saladas aunque no lo pude verificar. Este malpaso* es el peor que hasta ahora he encontrado. No nos atrevimos a cruzarlo a remo, de manera que conducimos la canoa a lo largo de la orilla, primero la proa, por medio de una soga amarrada a sus bogas y guiada entre las rocas por el popero*, algunas veces con su remo y otras veces tuvo que meterse al agua la cual le llegaba hasta la cintura. Sé que las "balsas"* pueden pasar por el medio del canal pero estoy seguro que una canoa se voltearía y se inundaría. El malpaso* mide un cuarto de milla de largo y constituye un obstáculo eficaz, salvo quizás en crecida, para cualquier embarcación excepto para una canoa o balsa*. Justo antes de llegar a Sión pasamos el Pan de Azúcar, una isla en forma de pan de azúcar, compuesta por pizarra que se torna blanca cuando se expone al aire durante largo tiempo; tiene setenta u ochenta pies de altura y está cubierta con pequeños árboles. Parece haber sido un promontorio que se ha separado del continente y ha adquirido su configuración actual por la fuerza de la corriente.

Hoy día el río alcanza un promedio de cien yardas de ancho, dieciocho pies de profundidad y la corriente viaja a cuatro millas por hora. Sus orillas son escarpadas y corre más recta y directamente hacia el norte que como. lo hacía anteriormente.

A la 1 p.m. llegamos al puerto de Sión. Este es el puerto de la madre*, o del río principal. Hay otro puerto situado en un caño* o ramal del río principal que queda cerca del pueblo*. Este se ubica en dirección S. 0., más o menos a una milla del puerto. Como nuestros hombres de Tocache nos iban a dejar aquí, todo el equipaje lo habíamos llevado al pueblo. La caminata es agradable, por un camino a nivel de fina arena, muy bien ensombrecido con grandes árboles. Ijurra, que había partido antes que yo, encontró al sacerdote de Saposoa (quien realiza la visita anual a su parroquia) que se dirigía hacia el sur y a punto de embarcarse en el puerto del Caño y al Gobernador del distrito que se dirigía hacia el norte, a Pachiza, la capital. Este último dejó órdenes de que nosotros debíamos ser bien recibidos; así, el Teniente Gobernador del pueblo* nos hospedó en el convento*, o casa del sacerdote y puso a nuestra disposición un cocinero y un sirviente.

Dormí cómodamente sobre al armazón de la cama del padre*, cubierto con esterillas para protegerme de los murciélagos. Parece que la gente le da gran importancia a la visita de su sacerdote. En la esquina de la sala* o recibidor de la casa, vi una especie de rústica litera, la cual supuse había sido construida para llevar a su reverendo de un lado a otro, entre la ciudad y el puerto.

14 de agosto. Pasamos la mañana limpiando las armas y secando el equipaje. Recibimos la visita de algunas damas, de mestizos simpáticos (descendientes de blanco e indio), quienes con curiosidad y deleite examinaron el contenido de nuestros baúles abiertos. Sin embargo, se abstuvieron de preguntar algo hasta que ya no pudieron contenerse cuando vieron un poco de chancaca con la que íbamos a endulzar nuestro café matutino; pidieron un trocito de ella. Este parece ser un artículo de gran demanda ya que apenas se propagó la noticia de que nosotros teníamos chancaca, el Alcalde* nos trajo un huevo para intercambiarlo e incluso el Teniente Gobernador también expresó su deseo de tener un poco de ella. Nosotros rechazamos a los dignatarios a pesar de que le habíamos dado un poco a las damas, ya que sólo teníamos para dos o tres tazas más. Sin embargo sus deseos no se limitaban al azúcar. Después de un momento preguntaron sin recelo por cualquier cosa que veían y el Teniente quiso un poco de algodón de coser y un poco de jabón que habíamos traído para lavamos, para utilizarlos como medicamentos. Estas cosas podíamos dividirlas más fácilmente y no tuve objeción en darle un poco y también en regalarle a su esposa un par de aretes de fantasía. Aquí no hay nada que se fabrique o que se cultive para la venta. Ellos crían unas cuantas aves de corral y cultivan algunas yucas y plátanos para su propio consumo y fue un acierto que hayamos traído nuestras propias provisiones, pues de lo contrario nos hubiéramos muerto de hambre.

No me extraña la indiferencia de la gente en cuanto a mejorar su nivel de vida. Esta puede ser ocasionada por la autoridad que ejerce el Gobernador para sacarlos de su trabajo y mandarlos de viaje durante semanas con cualquier comerciante o viajero que pasa. A estas alturas ya han proporcionado canoas y remeros ,al sacerdote y a un señor* Santa María, río arriba; y al Gobernador y a nosotros río abajo; para lo cual se han necesitado treinta y ocho hombres de una población de noventa personas. (Tomando en cuenta a las mujeres y niños, toda la población del pueblo y alrededores da un total de trescientas personas).

El pueblo parece haber estado alguna vez en mejores condiciones de las que ahora se encuentra. Hay rezagos de una huerta junto al convento y también de herramientas de labranza y manufactura, como toscos morteros, ahuecados del tronco de un árbol para sacar (con majaderos) la cáscara del arroz, y una prensa para moldear la cera cruda reunida por los indios de los árboles ahuecados y utilizada por los frailes "hace mucho tiempo"; ahora todo esto parece estar en deterioro. Esta gente es holgazana e indiferente. Sólo cultiva los plátanos necesarios para comer y la yuca suficiente para preparar y beber el masato y parece que esto es todo lo que necesita. La mayor parte de su tiempo la pasan durmiendo, bebiendo y bailando. Ayer bailaron todo el día, tuvieron un festín preliminar para ir a limpiar la tierra y para hacer una chacra* para nuestra "Señora de Algo", que había ordenado construir el sacerdote en su reciente visita; (la producción de esta chacra* es sin lugar a dudas para beneficio de la Iglesia o de sus ministros) y no dudo que los indios harán otro festín cuando terminen el trabajo.

La danza era muy simple en lo que se refiere a la figura del baile: las mujeres daban vueltas en el centro y los hombres (quienes también eran los músicos) se movían en un circulo alrededor de ellas. La música era tocada con rústicos tambores y flautines de caña y era bastante divertido ver al Alcalde*, un indio alto, pintado, de mirada grave, dar vueltas como un perro en un molino de rueda de andar con un pequeño silbato en su boca. Sé que bailan de esta forma hasta que se termina la bebida, incluso pueden pasarse así hasta un mes. Yo mismo he escuchado su música por varios días y en todo momento; la última cosa que escuchaba de noche a la hora de acostarme era su música y también era la primera cosa que escuchaba en la mañana a la hora de levantarme. El tono nunca cambia y parece ser el mismo por todas partes en la Montaña. Es un monótono golpe ligero del tambor, muy parecido a nuestro llamado naval para que la tripulación ocupe los puestos de servicio.

Nos embarcamos en el puerto del Caño y avanzamos una milla y media por el caño* hacia el río. Lo encontramos profundo y sinuoso y generalmente corriendo entre altos peñascos de una roca blanca. No obstante, el color blanco es superficial y parece que se origina por el tiempo y el clima. Donde la acción del agua ha sacado el color blanco, la roca muestra un marrón oscuro y en capas aproximadamente de dos pies de espesor, los extremos van en dirección N.N.O. y S.S.E. y con un ángulo elevado hacia el norte de 45º. Es esquisto arcilloso, el cual es el tipo más común de roca en esta región.

Cruzamos el malpaso* de Shapiania y con quince minutos de intervalo los de Savalayacu y Cachihuanushca. En los primeros dos se bajaron las canoas con sogas y el tercero lo cruzamos a remo, lo cual me sorprendió porque había oído que era uno de los peores malos pasos del río. Sin embargo, estos malos pasos*, los cuales son temibles cuando el río está alto, son relativamente seguros cuando el río está bajo y vice versa. Smyth los pasó cuando el río estaba alto, yo lo hice en la época contraria, cuando estaba bajo; por esta razón nuestros informes sobre los rápidos podrían variar y parecer contradictorios.

Después de pasar el último, encontramos las colinas más bajas, la región más descampada y el río más ancho, con una corriente más mansa. Hoy día la profundidad promedio es de treinta pies en las partes más llanas; la corriente, tres millas.

Pasamos el puerto de Valle por el lado izquierdo. Aquí ingresa un riachuelo. A seis millas del puerto se encuentra el pueblo, el cual está compuesto por quinientos habitantes.

Cerca del atardecer llegamos a Challuayacu, un establecimiento de veinte casas. Todos los habitantes, excepto los de una casa, estaban ausentes. Se nos informó que habían desobedecido en algún asunto al gobernador del distrito y que éste los había sometido por la fuerza y los había llevado prisioneros a Juan Juy (sic), un pueblo grande que queda más lejos, río abajo, donde la autoridad se encargaría de castigarlos.

El poblado está situado en una extensa y fértil llanura que se extiende casi desde el pueblo de Valle al S.O., hasta Pachisa, al N., pero éste aún no está poblado ni cultivado y al igual que en Sión, sólo se producen los artículos necesarios para subsistir. Sin embargo, se han hecho esfuerzos por poblarlo, puesto que habían dos pequeñas casas en regular condición que vagaban entre las deshabitadas casas del poblado. Los habitantes comen la parte superior de la caña de azúcar, la cáscara del plátano y casi todas las verduras. A ellos se les trajo de algún lugar más abajo para hacer girar un trapiche, pero ahora todo parece abandonado y no hay nadie que se haga cargo de los caballos; me imagino que los murciélagos pronto les chuparán la sangre y les producirán la muerte.

16 de agosto. Una mañana hermosa. Al salir de la casa, atrajo mi atención una telaraña que cubría casi todo un limonero. El árbol era ovalado y de buena apariencia y la telaraña estaba sobre él, de la manera más artística y con el resultado más bonito. Anchas cuerdas planas se extendían como las cuerdas de una tienda de campaña, desde su circunferencia hasta los arbustos cercanos, y parecía como si algún genio de la lámpara, ante la orden de su amo, hubiera agotado todo el gusto y destreza para cubrir con su delicado cortinaje el magnífico fruto que había debajo. Calculo que la telaraña debe haber medido diez yardas de diámetro.

El río que está frente a Challuayacu tiene cien yardas de ancho, es poco profundo y veloz. Unas cuantas millas más abajo se ensancha para alcanzar ciento cincuenta yardas y en lo que parecía ser el medio del canal, sólo había seis pies de agua con un fondo de arena fina y con una corriente de cuatro millas la hora. Al lado derecho había colinas pero estaban retiradas de la orilla, al lado izquierdo había una llanura perfecta, cubierta con árboles, arbustos y caña brava.

Al mediodía llegamos a la desembocadura del Huayabamba, el cual tiene cien yardas de ancho, seis pies de agua y un hermoso fondo guijarroso. Después de arrastrar la canoa durante un cuarto de hora a lo largo de la orilla derecha, llegamos al poblado de Lupuna, el puerto de Pachiza. Está formado por quince casas y aproximadamente por setenta y cinco habitantes. Se cultiva algo de arroz, pero el producto principal es el algodón, el cual parece abundar. Este puede llamarse un lugar fabril ya que casi todas las mujeres se dedican a hilar y se podía ver que de los pares de cada casa colgaban muchos ovillos de algodón. Una mujer que hila con esmero todo el día hará cuatro de estos ovillos. Estos pesan una libra y cuestan veinticinco centavos. Generalmente se le utiliza mucho como moneda puesto que hay poco dinero en la región. Vi algunos estampados ingleses que costaban treinta y siete centavos y medio la yarda (en Lima costaban doce centavos y medio), éstos vienen ya sea por la ruta de Huánuco o a través de la región, por Truxillo, Chachapoyas y Moyobamba y son pagados con sombreros, cera o con estos ovillos de algodón.

Recibimos la visita del Gobernador de Pachiza, dicho pueblo está situado sobre la orilla derecha del río, a tres millas sobre Lupuna. Le pregunté por qué se había llevado a los presos, los cuales constituían casi toda la población de Challuayacu. Simplemente me contestó que ellos habían sido rebeldes y se habían resistido a su autoridad y que por lo tanto se les había llevado a Juan Juy (sic) donde estarían seguros y serían castigados. Pensé que era una lástima que un establecimiento próspero se disolviera, probablemente debido a alguna reyerta personal.

El distrito comprende los pueblos* de Pachiza con ochenta matrimonios, Valle, ochenta; Huicunga, treinta; Sión, treinta, Archiras, dieciséis; Lupuna, quince; Shepti, doce; Bijao, cuatro y Challuayacu, tres. El número de habitantes de un poblado, se calcula en proporción al número de matrimonios*, generalmente en cinco por uno. Esto hará que la población de la región sea de mil trescientos cincuenta habitantes. La gente es indolente y descuidada y con las justas subsiste, a pesar de que no podría haber un territorio mejor o más productivo, que toda esta región.

Después que nos habíamos retirado a nuestras esteras bajo el cobertizo para dormir, le pregunté al Gobernador si conocía a un ave llamada El Alma Perdida. El no la conocía por ese nombre y me pidió que la describiera. Yo imité sus notas, después de esto una vieja fea se tendió sobre una estera cerca de nosotros y con alegres tonadas y ademanes, empezó a contar una historia en la lengua de los incas, la cual, traducida sería algo así:

Un indio y su esposa salieron del poblado para trabajar su chacra* y llevaron a su hijo con ellos. La mujer fue al manantial a recoger agua, mientras que el hombre se había quedado a cargo del niño y había tomado muchas precauciones para cuidarlo bien. Cuando ella llegó al manantial, lo encontró seco y se alejó más para buscar otro. El esposo, alarmado por su prolongada ausencia, dejó al niño y fue en su busca. Cuando ambos regresaron, el niño se había ido y a pesar de sus continuos llamados mientras rondaban por los bosques, buscándolo, no obtuvieron respuesta, salvo el doloroso llanto de esta pequeña ave, oída por primera vez, y debido a su perturbada y alterada imaginación, creyeron que sus notas "silabeaban" papa, mama, (el actual nombre Quichua del ave). Supongo que los españoles oyeron esta historia y con ese religioso y poético cambio de idea que parece característico en esta gente, llamaron al ave "El alma perdida".

"Las circunstancias bajo las cuales se contó la historia le hubieran dado un interés lo suficientemente romántico a un hombre imaginativo: la hermosa y aún estrellada noche; el profundo y oscuro bosque circundante; el tenue centelleo rojo del fuego, oscilando sobre el pelo gris y el rostro grave de la anciana cuando producía a borbotones los sonidos guturales del idioma de una gente que ahora ya no existe. La anciana misma era un atractivo novelesco. Mientras preparaba nuestra cena la había observado atentamente. Usaba un traje que a veces, aunque no a menudo, se ve en esta región. La parte superior del vestido que era negra, consistía en dos partes, una que subía desde la parte trasera del talle y cubría la espalda y la otra de frente cubría el pecho; ambas estaban unidas en cada hombro con cordones y dejaban completamente descubiertos sus delgados costados y sus largos brazos flacos.

17 de agosto. Conseguimos una canoa lo suficientemente grande como para llevar todo nuestro equipaje (hasta ahora habíamos tenido dos) y ocho peones. Ahora vimos colinas en ambas orillas del río, el cual, un poco más abajo de Lupuna, tiene ciento veinte yardas de ancho y treinta pies de profundidad. Pasamos una pequeña balsa que tenía una casa construida de caña y palma sobre ella con una imagen de la Virgen que hacía un recorrido río arriba con el fin de obtener donaciones. De esta manera la gente compra un peldaño hacia el Cielo con sus pequeños ovillos de algodón.

Pasamos Juan Juy (sic) de lado a lado pero no pudimos verlo porque se interponía una gran isla. Es un extenso poblado de quinientos habitantes; está ubicado en una llanura, gran parte de la cual está completamente inundada por el río. Allí se cultiva mucho arroz; por todas partes del río vi el arroz de Juan Juy (sic). Poco después pasamos la desembocadura del río Sapo que tiene cincuenta yardas de ancho, es lodoso, es navegable para grandes canoas durante un trecho de veinte millas hasta el pueblo de Saposoa, formado por mil habitantes y el cual es la capital del relativamente populoso distrito de ese nombre.

El Huallaga, que unas millas más arriba de este lugar sólo tiene seis pies de agua, aquí alcanza dieciocho pies pero pronto disminuye a seis nuevamente.

Nos detuvimos delante de un grupo de tres o cuatro chozas llamado Oge donde había un trapiche para moler caña de azúcar, pero la gente sólo lo utilizaba para preparar un ron malo. Intentamos comprar yucas y plátanos pero aunque la gente los tenía no se preocupaba por venderlos. Solamente planta lo justo para sus propias necesidades. Para preparar el masato se emplean grandes cantidades de yuca. Más abajo de este lugar pasamos un rancho* que estaba al lado derecho donde había un bonito campo de maíz. Este es el primer establecimiento que hemos visto en esa orilla; tuvimos temor de los salvajes (o infieles) como son llamados quienes habitan en ese lado y lo obstaculizan.

Al anochecer nos detuvimos en Juan Comas, un pequeño poblado situado en la orilla izquierda, sobre un risco cuyo suelo es de arena fina. En el lado opuesto las colinas están más desnudas que lo acostumbrado y sobre ellas sólo hay unos cuantos árboles pequeños y arbustos dispersos. Fuimos objeto de bastante curiosidad y la mayoría de la gente del poblado vino a vernos; un sujeto robusto, entró y después de darme un breve pero cortés saludo, se volvió a una de las mujeres y la condujo fuera de la casa con patadas y blasfemias. La siguió y poco después oí sollozos y gritos de una mujer; supongo que el sujeto estaba celoso o la dama había descuidado algún deber doméstico por satisfacer su curiosidad.

18 de agosto. Justo bajo Juan Comas, el río tiene cien yardas de ancho y cuarenta y dos pies de profundidad. Esta parte del río se llama el "pozo" de Juan Comas; tiene media milla de largo y la corriente sólo viaja a un cuarto de milla por hora. Las colinas terminan justo bajo éste y a ambos lados la región se extiende llana. Pasamos algunas colinas rocosas al lado derecho, en una de ellas hay una cueva llamada "Pumahuasi" o casa del tigre. Se dice que es bien amplia. Poco después pasamos la desembocadura del río Hunanza, un riachuelo que ingresa por el lado infiel del río. Nuestro popero* dice que los infieles viven cerca de aquí y que la gente de Tarapoto recorre un corto trecho río arriba para capturar a los jóvenes indios y llevarlos a sus casas en calidad de esclavos. Yo creo esta historia porque en Tarapoto encontré sirvientes de esta clase, a quienes se les compraba y vendía como esclavos. La esclavitud está prohibida por las leyes del Perú, pero este sistema es tolerado con el pretexto de que el infiel es cristianizado y por este hecho mejora su condición.

Es muy fácil que un pequeño grupo de blancos, armados con escopetas, separen a los salvajes de sus hijos, ya que éstos raramente viven en poblados y prefieren vivir en familias, a lo sumo en tres o cuatro chozas y muy separadas unas de otras. Nunca se juntan, excepto para la guerra; se reúnen por el sonido de un cuerno que recorre de asentamiento en asentamiento. También son gente tímida que no se enfrentaría a la escopeta de un blanco.

Es posible que la historia del popero* sea falsa y que los blancos compren a los hijos de los indios, pero si es así, me imaginó que las ventajas del negocio están todas de un solo lado.

Bajo la desembocadura del Hunanza tenemos las mismas colinas relativamente desnudas que observé frente a Juan Comas. Ellas presentan lomas de tierra roja y de piedra oscura, las cuales doblan del sur hacia el noreste y se elevan en aquella dirección hasta más o menos 20`. Sospecho que tienen vetas de sal, especialmente porque las colinas de sal de Pilluana son de la misma cadena y a cierta distancia tienen casi la misma apariencia.

Las colinas de Pilluana, que ahora pasamos rápidamente, tienen su base inmediatamente sobre la orilla derecha del río. Tienen aproximadamente trescientos pies de altura y se extienden a lo largo de las riberas del río por un cuarto de milla. A una cierta distancia la sal parece escarcha sobre la tierra roja pero a medida que uno se acerca, las fuertes lluvias parecen haber sacado la tierra desmenuzada y dejado la sal casi pura sobre los innumerables pináculos cónicos, de manera que los ásperos flancos de las colinas se asemejan a los dibujos que representan el cráter de un volcán o el fondo de un géiser. Donde se han excavado las colinas, hermosas estalactitas de sal perfectamente pura cuelgan del techo en variadas formas. Detrás de éstas hay colinas mucho más altas que también parecen contener sal; por lo tanto, parece que aquí hay un eterno suministro de este producto para toda la gente.

Pasamos la desembocadura del río Mayo que ingresa por el lado izquierdo entre colinas moderadamente altas y después de cinco minutos llegamos a Shapaja, uno de los puertos de Tarapoto. El río que está justo encima de la unión del Mayo, se angosta a cuarenta yardas, tiene treinta y treinta y seis pies de profundidad y su velocidad aumenta considerablemente. Esta es la etapa preliminar para su embestida sobre el "Pongo", un estrecho de cuarenta y cinco millas de longitud, donde el río se confina entre altas colinas, muy obstruido, con malos pasos* y cuyo último declive es considerable.

Shapaja tiene veinte casas, la mayoría están ocultas por las altas arboledas de plátanos que las rodean. Casi todos los hombres estaban fuera pescando pero las mujeres (como siempre) nos recibieron amablemente y nos prepararon nuestra cena.

NOTAS AL CAPITULO

(1) Grog. Mezcla de aguardiente con agua. (N.T.)

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