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CAPITULO XVII
SOBRE LOS ABORIGENES DEL AMAZONAS

Comparando los relatos que han hecho otros viajeros con mis propias observaciones, los indios del valle del Amazonas parecen muy superiores, tanto física como intelectualmente, a los del sur del Brasil y a los de la mayoría de otras zonas de Sudamérica; se parecen mucho más a las razas nobles e inteligentes que habitan las praderas del oeste norteamericano. Esta opinión la confirma el príncipe Adalberto de Prusia, quien vio primero a los indios sin civilizar del sur del Brasil y más tarde a los del Amazonas; registra su sorpresa y admiración ante la gran superioridad de estos últimos en fuerza y belleza corporal y en afabilidad de carácter.

Yo mismo tuve oportunidad después de observar a los aborígenes del interior en lugares en donde conservaban todas sus peculiaridades y costumbres nativas. Muy pocos viajeros ven a estos indios realmente salvajes, y sólo se les puede encontrar yendo muchos más lejos de donde habita el hombre blanco y de las rutas comerciales ordinarias. En la proximidad de la civilización, el indio pierde muchas de sus costumbres peculiares, cambia su modo de vida, su casa, vestimenta y lenguaje, es imbuido por los prejuicios de la civilización y adopta las formas y ceremonias de la religión católica romana. En este estado se diferencia del auténtico habitante de los bosques, y cabe dudar, cuando su grado de civilización no va más allá, si no será un ser degenerado y degradado; y sólo en ese estado lo conocen la mayoría de los que viajan por el Brasil, por las orillas del Amazonas, por Venezuela y Perú.

De mis viajes, no recuerdo una sola circunstancia que me resultara tan sorprendente y tan nueva, o que se ajustara tan bien a todas mi expectativas anteriores, corno la primera vez que vi a auténticos habitantes salvajes del río Uaupés. Aunque llevaba ya tres años en el país y había visto indios de casi todos los tonos de color y todos los grados de civilización, sentí que me hallaba frente a algo tan nuevo y sorprendente como si hubiera sido transportado instantáneamente a un país distante y desconocido.

Los indios del Amazonas y sus tributarios pertenecen a una innumerable variedad de tribus y naciones; todas ellas tienen costumbres y lenguajes peculiares y muchas demuestran características físicas distintivas. Los que se encuentran ahora en la ciudad de Pará y en todas las zonas del Bajo Amazonas han sido civilizados hace tiempo: han perdido su lengua y hablan portugués, y son conocidos con el nombre general de tapúyas, el cual se aplica a todos los indios y parece ser una corrupción de "tupis", nombre que se da a los nativos de las zonas costeras en la primera colonización del país. Estos indios son bajos, robustos y bien constituidos. Aprenden todos los oficios rápidamente y bien y son gentes tranquilas, inofensivas y de buen talante. Forman las tripulaciones de la mayoría de las canoas que comercian en Pará. Su peculiaridad principal es su escasa estatura, más perceptible que en cualquier otra tribu que yo conozca. Pero antes de seguir adelante, creo que debo mencionar las características generales de los indios amazónicos con respecto a las cuales las tribus particulares solo varían muy ligeramente.

Tienen una piel de color cobrizo o tostado de diversos tonos, a menudo muy cercano al tono de la caoba hondureña; pelo recto y negro como el azabache, espeso, nunca rizado; ojos negros y muy poca o ninguna barba. Por lo que respecta a sus rasgos, es imposible dar características generales. En algunos, el rostro es ancho y bastante aplastado, pero nunca pude discernir una oblicuidad inusual en los ojos, o alguna proyección en los pómulos. En muchos indios de ambos sexos hay una perfecta regularidad de rasgos, encontrándose algunos que sólo por el color se distinguen de un europeo de buen aspecto.

Sus figuras suelen ser soberbias; nunca sentí tanto placer mirando la mejor estatua como el que tuve ante estos ejemplos vivos de la belleza de la forma humana. El desarrollo del pecho es tal que creo que no se da nunca en los europeos mejor formados, mostrando una espléndida serie de ondulaciones convexas, sin la menor oquedad en parte alguna de él.

En los ríos Guamá, Capím y Acarrá, un poco más arriba de la ciudad de Pará, hay algunas tribus nativas, pero pude averiguar muy pocas cosas concretas sobre ellas. Más arriba de los ríos Tocantíns y Araguáya hay numerosas tribus de indios altos y bien formados, algunos de los cuales vi en Pará cuando llegaban en canoas desde el interior. La mayoría de ellos tienen unas orejas muy alargadas que caen hacia los hombros, rasgo producido probablemente por los pesos que suspenden de los lóbulos durante la juventud. El príncipe Adalberto visitó alguna de las numerosas tribus nativas que viven en el Xingú. En el siguiente río, el Tapajóz, habitan los Mundrucus, los cuales se extienden mucho hacia el interior, más allá de Madeira y hasta el río Purús; son una tribu muy numerosa y algunas partes de ella están ahora civilizadas. Los Máras, otra de las tribus populosas, se hallan también parcialmente civilizados, viviendo junto a las desembocaduras del Madeira y el Río Negro; pero en el interior y en la parte alta del río Purús, muchos de ellos viven en estado totalmente salvaje.

A lo largo de las orillas de las corrientes principales del Amazonas, Solimoes, Madeira y Río Negro viven indios de diversas razas en un estado semicivilizado, que han perdido en gran medida sus lenguas y hábitos peculiares. Sin embargo, pueden encontrarse aún restos de esas peculiaridades en la cacharrería pintada que se fabrica en Breves, en las elegantes calabazas de Montealegre, las curiosas cestas de algunas tribus del Río Negro y las calabazas de Ega, pintadas siempre con diseños geométricos.

Comenzando cerca de Santarem, y extendiéndose entre todos los indios semicivilizados del Amazonas, Río Negro y otros ríos, se habla la Lingoa Geral, o lengua general de los indios. Cerca de los pueblos y ciudades populosos, se usa indistintamente con el portugués; un poco más allá, es con frecuencia la única lengua conocida; y todavía más hacia el interior existe en común con la lengua nativa de la tribu a la que pertenecen sus habitantes. De este modo, en el Bajo Amazonas, todos los indios hablan portugués y Lingoa Geral; en el Solimões y Río Negro sólo se habla por lo general la Lingoa Geral; y en el interior, en los lagos y afluentes del Sofim5es, son de uso común las lenguas múra y jurí, con la Lingoa Geral como medio de comunicación con los comerciantes. Cerca de las fuentes del Río Negro, en Venezuela, los indios utilizan entre ellos las lenguas barré y baníwa.

La Lingoa Geral, es el tupi, una lengua india que encontraron los jesuitas en el país y modificaron y extendieron para utilizarla entre todas las tribus que incluían en sus misiones. Se ha extendido ahora por todo el interior del Brasil y llega incluso hasta Perú y Venezuela, así como a Bolivia y Paraguay, siendo el vehículo general de comunicación entre los comerciantes brasileños y los indios. Es un lenguaje simple y eufónico que suelen preferir los europeos que se habitúan a él. Conocí a un francés que llevaba veinte años en el Solim6es y siempre hablaba la Lingoa Geral con su esposa e hijos, pudiendo hablarlo con más facilidad que el francés o el portugués; y en muchas ocasiones he visto a colonos portugueses cuyos hijos eran incapaces de hablar otra lengua.

Procedo ahora a dar alguna relación de las diversas tribus que existen, en toda su integridad nativa, entre las selvas vírgenes del Purús, Río Branco, Japurá y los ríos Uaupés e Isanna, cerca de las fuentes del Río Negro.

Como conozco mejor a los indios del río Uaupés, diré primero todo lo que sé de ellos, y señalaré luego las particularidades en las que otras naciones se diferencian de ellos. Las tribus que habitan el Uaupés, hasta donde suben los comerciantes, y de las que tengo alguna información, son las siguientes:

En la corriente principal

1. Queianás, en São Joaquim.
2. Tariánas, cerca de São Jeronymo.
3. Ananás (pifias), más abajo de Jauarité.
4. Cobeus, cerca de la caxoeira de Carurú.
5. Piraiurú (boca de pez).
6. Pisá (red).
7. Carapaná (mosquito), caxoeira de Jurupuri.
8. Tapüra (tapir).
9. Uaracú (un pez), más arriba de Jukeíra Paraná.
10. Cohídias.
11. Tucundéra (una hormiga).
12. Jacamí (trompetero).
13. Mirití (palmera Mauritia), Baccate Paraná.
14. Omáuas.

En el río Tiquié

15. Macunás.
16. Taiassú (cerdos indios).
17. Tijúco (indios de barro).

En Japoó Paraná

18. Arapásso (pájaros carpinteros).

En el río Apaporís

19. Tucános (tucanes).
20. Uacarrás (garzas reales).
21. Pirá (pez).
22. Desannas.

En el río Quiriri

23. Ipécas (patos).
24. Gi (hacha).
25. Coúa (avispa).

En el río Codaiarí

26. Corócoró (ibis verde).
27. Bauhúnas.
28. Tatús (armadillos).

En Canísi Paraná

29. Tenimbúca (cenizas).

Jukeíra Paraná

30. Mucúra (zarigüella).

Estas tribus tienen casi todas alguna peculiaridad en el lenguaje y las costumbres, pero todas se agrupan bajo el nombre general de "Uaupés", y como grupo se distinguen de los habitantes de otros ríos. Desde aquí el río se llama "Río dos Uaupés", (el Río de los Uaupés), aunque el nombre adecuado sea el de "Uacaiarí", y así lo llaman siempre los indios.

Los Uaupés suelen ser bastante altos, no siendo infrecuente una altura de cinco pies y nueve o diez pulgadas, y son muy robustos y bien formados. Su cabello es recto y muy negro, volviéndose gris solo con la vejez extrema. Los hombres no se cortan el pelo y se lo recogen por detrás en una larga cola, que atan con una cuerda, dejándola caer hasta la mitad de la espalda y a menudo incluso hasta los muslos; el pelo de las mujeres cuelga suelto por la espalda y se lo cortan hasta una longitud moderada. Los hombres tienen muy poca barba, y la poca que tienen se la quitan tirando, de los pelos; los hombres y las mujeres se depilan también el pelo de las cejas, las axilas y las partes privadas. El color de la piel es un marrón rojizo claro, brillante y uniforme.

Son un pueblo agrícola que tiene una morada permanente y cultiva mandioca (Jatropha manihot) (Manihot esculenta, actualmente ("yuca" en el Perú), caña de azúcar (Saccharum officinarum), boniatos (Convolvulus batatas), carrá o ñame (Dioscorea sp.), palmeras pupunha (Guilielma speciosa), cocura (una fruta parecida a la uva), piñas (Ananassa sativa) (Ananas comosus), maíz (Zea mays), urucú o bija (Bixa orellana) ("Achiote", en Perú), plátanos y guineos (Musa sp.), abios (Lucuma caimito) ("Caimito", en Perú), casho (Anacardium occidentale), ingás (Inga sp.) ('Shimbillo" en Perú. (N. del T.)), pimientos (Capsicum sp.), tabaco (Nicotiana tabacum), y plantas para tintes y cordaje. Todos ellos, incluso en las zonas más remotas, tienen ahora hachas y cuchillos de hierro, aunque todavía conservan las hachas de piedra que utilizaban antiguamente. Los hombres cortan los árboles y los arbustos, y tras dejarlos secar varios meses los queman; entonces las mujeres plantan la mandioca, junto con pequeñas franjas de caña, boniatos y diversas frutas. Las mujeres también recogen la mandioca y preparan con ella el pan que es su sustento principal. Llevan las raíces desde el campo a la casa en unas cestas grandes llamadas aturás, hechas con una enredadera que sólo estas tribus elaboran; y luego las lavan y las pelan, realizando esta última operación generalmente con los dientes; después las rallan en grandes ralladores de madera, de unos tres pies de longitud y un pie de anchura, bastante cóncavos y cubiertos por pequeñas y afiladas piezas de cuarzo, insertadas formando un dibujo diagonal regular. Estos ralladores son un artículo de comercio en todo el Alto Amazonas, y son más baratos que los que se utilizan en otras partes del Brasil. La pulpa se pone a secar en un gran cedazo hecho con la corteza de una planta acuática. Después, se pone dentro de un cilindro largo y elástico hecho con la corteza exterior de una palmera trepadora, una especie de Desmoncus: este se llena con la pulpa semiseca, se cuelga en una viga entre dos postes y se estira por medio de una palanca, en cuyo extremo se sienta la mujer, prensando así para que salga el líquido restante. Estos cilindros, llamados "tipitis", son también un importante artículo de comercio, pues los portugueses y brasileños no han introducido ningún sustituto todavía de esta tosca prensa india. Se saca entonces la pulpa, que es una masa seca y compacta, se deshace y se quitan los trozos y fibras duras, asándose en seguida sobre grandes hornos planos de cuatro a seis pies de diámetro, con un borde en pendiente de unas seis pulgadas de altura. Estos hornos están muy bien hechos, de arcilla mezclada con cenizas de la corteza de un árbol llamado "caripé", y se colocan sobre paredes de barro de unos dos pies de altura, con una abertura grande en un lado por la que se hace un fuego con leña. Las tortas de mandioca o "beijú", son entonces dulces y agradables al gusto; pero los indios generalmente humedecen primero las raíces durante unos días en agua, para ablandarlas y fermentarlas, dando al pan un sabor agrio que gusta mucho a los nativos pero que por lo general no es tan agradable para los europeos. El pan se hace todos los días, pues cuando se enfría y seca resulta mucho menos agradable. Por tanto, las mujeres tienen mucho que hacer, pues todos los días por lo menos tienen que ir hasta el campo, que suele estar a una o dos millas de distancia, arrancar la raíz, y rallarla cada día, prepararla y hornear el pan; este constituye la mayor parte, con mucho, de su alimentación, y a menudo pasan muchos días sin comer nada más, especialmente cuando los hombres se hallan dedicados a la limpieza del bosque. Sin embargo, durante la mayor parte del año los hombres van diariamente a pescar, y entonces tienen un buen suministro de su alimento favorito. Sólo ocasionalmente comen carne y caza; prefieren los jabutís, o tortugas de tierra, monos, inambus (Tinamus sp.), tucanes y la especie más pequeña de jabalí (Dicotyles torquatus). Pero no comen el jabalí grande (D. labiatus), el anta o tapir (Tapirus americanus), o el mutun de ancas blancas (¿Crax globicera?). Consumen gran cantidad de pimientos (especie del Capsicum), prefiriendo los pequeños y rojos, que son excesivamente picantes: cuando no tienen pescado, cuecen varias libras de estos pimientos en un poco de agua y mojan su pan en la ardiente sopa obtenida de la cocción.

Con el jugo venenoso exprimido de la raíz de mandioca, fermentado y cocido de diversos modos, hacen salsas y bebidas de sabores peculiares que les gustan mucho. Para hacer su pan, tienen una peculiaridad desconocida entre las tribus vecinas, consistente en extraer tapioca pura de la mandioca, y al mezclar ésta con la pulpa ordinaria formar un pan muy superior.

Utilizan mucho los plátanos, comiéndolos como fruta y haciendo con ellas un mingau, o gachas, cociéndolos y batiéndolos hasta convertirlos en pulpa, alimento éste que resulta muy agradable. Con los frutos de las palmeras baccába, patawá y assai (Oenocarpus baccaba, Oenocarpus batawa, Euterpe oleracea y especies afines), hacen bebidas saludables y nutritivas.

Además, utilizan mucho los boniatos, ñames, maíz asado y muchas frutas del bosque, con todas las cuales, y con las tortas de mandioca, hacen bebidas fermentadas que reciben el nombre general de "caxirí". El que hacen con mandioca es el más agradable y se parece mucho a una buena cerveza de mesa. En sus fiestas y danzas lo consumen en grandes cantidades sin que parezca producirles malos efectos secundarios. En esas ocasiones, utilizan también una preparación muy excitante de la raíz de una trepadora; se llama capí y ya he descrito (pág. 205) la manera en que la utilizan.

Las armas de estos indios son los arcos y flechas, cerbatanas, lanzas, mazas y también pequeñas redes de mano, caña e hilo para la pesca.

Sus arcos son de diferentes tipos de madera dura y elástica, están muy bien hechos, y miden de cinco a seis pies de longitud. La cuerda es de fibra de hoja de "tucum" (Astrocaryum vulgare), o de la corteza interior de unos árboles llamados "tururi". Las flechas son de diversos tipos y miden de cinco a siete pies de longitud. El astil se hace con el tallo de la inflorescencia de la "hierba-flecha" (Gynerium saccharinum) (Gynerium sagitatum, llamada en Perú "caña brava". (N. del T.)) En las flechas de guerra, o "curubís" la punta es de madera dura, cuidadosamente afilada, y algunas tribus la añaden la espina aserrada de la raya: luego se unta bien con veneno y se hacen dos o tres muescas para que se rompa dentro de la herida. Las flechas utilizadas para la pesca se hacen ahora casi siempre con puntas de hierro, que venden los comerciantes, pero muchos siguen utilizando todavía puntas hechas con huesos de monos, con una lengüeta para retener al pez: las puntas de hierro están curvadas en ángulo de modo que la parte inferior se proyecta y forma una lengüeta, y se amarran fuertemente con cordel y brea. Para matar aves y piezas pequeñas de caza hacen flechas más ligeras y estas son las únicas que llevan plumas en la base. Las plumas que suelen utilizar son de las alas del guacamayo y para ponerlas los indios muestran su conocimiento del principio que se aplica en los cañones con espirales interiores de los rifles: ponen tres plumas formando una espiral, de modo que forma una pequeña rosca en la base de la flecha, para que la flecha gire rápidamente al avanzar y mantenga así sin duda una trayectoria recta.

La cerbatana y las pequeñas flechas envenenadas las hacen y utilizan exactamente como lo describí en mi diario (Capítulo VII).

Las pequeñas redes de mano que utilizan para la pesca son de dos tipos: una red circular pequeña, muy semejante a un cazamariposas, y otra que extienden entre dos palos delgados, parecidas a las grandes redes plegables de los entomólogos: éstas las utilizan mucho en los rápidos y entre las rocas y remolinos, consiguiendo con ellas una gran número de peces. También utilizan la caña de pescar, consumiendo una gran cantidad de anzuelos; probablemente, en el río Uaupés se venderán todos los años no menos de cien mil anzuelos; además de éstos, pueden verse entre ellos muchos de los anzuelos que ellos mismos hacen ingeniosamente con espinas de palmera. Tienen otros procedimientos de pesca: uno de ellos consiste en un pequeño cono de mimbre, llamado "matapí", que se coloca en alguna corriente pequeña del gapó; el extremo más grande está abierto y parece a primera vista totalmente inservible para atrapar al pez, aunque los pesca en gran cantidad, pues cuando el pez entra no tiene espacio para girar y no pueden nadar hacia atrás, por lo que con frecuencia se encuentran tres o cuatro peces atrapados en el extremo de esas pequeñas trampas, con las escamas y la piel de la cabeza perdidas por los frotamientos que producen en sus vanos esfuerzos para avanzar hacia adelante. Otros matapís son más grandes y cilíndricos y tienen una embocadura cónica invertida (como en nuestras trampas de alambre para ratas), para impedir que el pez se de la vuelta: suelen hacer estas de un tamaño muy grande y se colocan en las pequeñas corrientes del bosque y en canales estrechos entre las rocas, en donde el pez, al subir, tiene que entrar. Pero el mejor método de capturar peces, y que ha sido adoptado generalmente por los europeos del país, es el de los cacoaries o empalizadas para peces. Lo utilizan principalmente en la época de creciente del río cuando los peces escasean: se construyen en el margen de los ríos, apoyándose en fuertes postes que quedan fijados con seguridad en la época de la vaciante, cuando la zona de la empalizada se ha secado mucho; unen a estos postes una alta valla de tallos de palmera partidos, formando un ángulo de entrada con una abertura estrecha a un cercado vallado. Los peces van casi siempre contra la corriente, y por lo general abundan más en los lados, por donde la corriente es menos rápida; son conducidos por las alas laterales de la empalizada hasta la abertura estrecha, tras lo cual no saben salir de ella. Los cogen entonces metiéndose en la empalizada utilizando entonces la pisá (una red pequeña), o con la mano, o pinchándolos con un cuchillo. En estos cacoaries cogen todo tipo de peces, de los más grandes a los más pequeños, además de tortugas de río. Antes de introducirse en un cacoarí, el indio lo suele tantear con cuidado generalmente con un palo para saber si hay alguna anguila eléctrica, en cuyo caso la saca primero con una red. Las pirañas, una especie de Serrasalmo, son también bastante peligrosas, y en una ocasión vi un muchacho indio que volvía de un cacoarí con el dedo mordido por una de ellas.

El "geraú" se emplea a mayor escala todavía que el cacoarí. Se utiliza sólo en las cataratas y es muy similar a las trampas para anguilas utilizadas en los molinos y acequias de Inglaterra. Es un gran colador de madera sujeto en medio de la catarata de forma que el agua se precipita con fuerza a través de él. Quedan así atrapados todos los peces que bajan arrastrados por la violencia de la corriente, en número tan grande que a menudo sirven de alimento a todo un pueblo. Colocan estos geraús en muchas de las cascadas del Uaupés, necesitándose del esfuerzo combinado de todos los habitantes para construirlas; han de introducir grandes maderos en todos los intersticios de las rocas para que soporten la fuerza del torrente de agua que baja con las crecientes invernales.

Todos los peces que no utilizan en ese momento los ponen sobre una pequeña plataforma de palos encima del fuego hasta que están completamente secos y ahumados, de modo que pueden mantenerse mucho tiempo. Los utilizan entonces durante los viajes y para venderlos a los viajeros, pero corno no tienen sal constituyen un alimento muy insípido.

Estos indios no buscan la sal tanto como los de otras muchas tribus, pues generalmente prefieren anzuelos y cuentas como pago por los artículos que se les compre. En lugar de sal, parecen utilizar los pimientos; sin embargo, extraen de los frutos de la palmera inajá (Maximiliana regia), de la palmera jará (Leopoldinia major) y también del carurú (una especie de Lacis muy común en las rocas de las cascadas) una especie de harina que tiene un sabor salino con la que sazonan sus alimentos. El carurú huele ciertamente a agua salada y es excelente para comer, tanto cocido como con aceite y vinagre a modo de ensalada.

Todas las tribus del Uaupés construyen sus casas siguiendo un plano que les es peculiar. Sus casas albergan a numerosas familias, a veces a una tribu entera. El plano es un paralelogramo con un semicírculo en un extremo. Las dimensiones de una de esas casas situada en Jauarité, eran de ciento quince pies de longitud por setenta y cinco de anchura y unos treinta de altura. Esta casa albergaba a una docena de familias compuestas por casi cien individuos. En épocas de fiestas y danzas, se acomodan en ellas trescientas o cuatrocientas personas. El tejado se apoya en columnas cilíndricas formadas con troncos de árboles, bellamente rectos y alisados. En el centro hay una abertura de veinte pies de anchura, y en los lados unas pequeñas particiones de tejido de hoja de palma divide las habitaciones para las distintas familias: se guardan aquí los utensilios domésticos privados, las armas y los ornamentos; el resto del espacio contiene, a cada lado, los grandes hornos y gigantescas ollas para hacer caxirí y, en el centro, un espacio para que jueguen los niños y para celebrar las danzas. Estas casas las construyen con grandes trabajos y habilidad; los principales soportes, vigas, travesaños y otras partes son rectos, bien proporcionados con la fuerza requerida, y atados con trepadoras hendidas de un modo que provocaría la admiración de un marinero. El techado se hace con la hoja de las numerosas palmeras tan convenientes para ese fin, y se coloca de modo que quede muy compacto y regular. La paredes laterales, que son muy bajas, se forman también con tejido de hoja de palma, pero son tan gruesas y están tan bien atadas que no pueden penetrar en ellas ni una flecha ni una bala. En el extremo del faldón hay una gran puerta de unos seis pies de anchura y ocho o diez de altura: la puerta es una esterilla grande de palma colgada de arriba, que se sujeta con un palo durante el día y se deja caer durante la noche. En el extremo semicircular hay una puerta más pequeña que es la entrada privada del Tushaúa o jefe, a quien pertenece en exclusiva esta parte de la casa. La parte inferior del extremo del faldón, a cada lado de la entrada, está cubierta con una gruesa corteza de árbol extendida y puesta verticalmente. Por encima hay una colgadura rala de hojas de palma, entre cuyas fisuras sale el humo de las numerosas hogueras. En algunos casos, este faldón está muy ornamentado con figuras simétricas pintadas en colores, como en la caxoeira de Carurú.

Los muebles se componen principalmente de maqueiras o hamacas, hechas de cuerda trenzada con las fibras de las hojas de la Mauritia flexuosa; son simplemente una red abierta de hebras paralelas cruzadas por otras a intervalos de un pie; por los lazos de cada extremo pasan una cuerda con la que la cuelgan. Los Uaupés hacen grandes cantidades de cuerda de ésta y otras fibras, trenzándolas sobre sus pechos o muslos con gran rapidez.

Tienen siempre en sus casas una gran cantidad de cacharros de barro, ollas, cántaros y utensilios de cocina de diversos tamaños, que hacen con la arcilla de los ríos y torrentes, mezclándola con ceniza de la corteza de caripé, y cociéndolos en un horno temporal. Tienen también una gran cantidad de pequeñas cestas en forma de plato, llamadas "balaios", muy estimadas río abajo y que son objeto, por tanto, de un comercio considerable.

Dos tribus de la parte baja del río, los Tariános y los Tucános, hacen un curioso y pequeño escabel labrado de un bloque sólido de madera, y muy bien barnizado y pintado que, aunque tardan varios días en terminarlo, venden a cambio de un penique en anzuelos.

Hacen sus canoas de un solo árbol que ahuecan y mantienen abierto por los bancos cruzados; son muy gruesas por el centro, para resistir el rozamiento y el desgaste a que se ven sometidos entre las rocas y rápidos; tienen con frecuencia cuarenta pies de longitud pero en general prefieren las que son más pequeñas. Los remos tienen unos tres pies de longitud, con una hoja ovalada y están recortados de una sola pieza de madera.

Estos pueblos se ven tan libres de las molestias del vestido como es posible concebir. Los hombres tan sólo llevan una pequeña pieza de tururí que pasan entre las piernas y atan con una cuerda por alrededor de los lomos. Las mujeres están dispensadas hasta de este mínimo vestido: van totalmente desnudas, sin nada que las vista o cubra. Tal es la costumbre universal entre los indios Uaupés, y no la abandonan nunca mientras se hallan en estado natural. Entre estas gentes, la pintura parece ser considerada como suficiente vestimenta; nunca dejan de llevarla en alguna parte de su cuerpo, pero es en las fiestas donde muestran todo su arte en la decoración de su persona: utilizan los colores rojo, amarillo y negro y los suelen disponer en dibujos regulares, similares a los que ornamentan sus escabeles, canoas y otros artículos del mobiliario.

Se ponen en la cabeza el jugo de un árbol, que tiene un tono negro azulado oscuro, y dejan que caiga en chorritos por la espalda; el rojo y amarillo suelen disponerlo en grandes círculos sobre las mejillas y la frente.

El uso de los distintos tipos de ornamento y joyas se limita casi exclusivamente a los hombres. Las mujeres llevan un brazalete en las muñecas, pero ninguno en el cuello y ninguna peineta en el pelo; llevan una liga por debajo de la rodilla, bien apretada desde la infancia con el propósito de hinchar la pantorrilla, lo que ellos consideran signo de gran belleza. Cuando danzan en sus fiestas, las mujeres llevan un pequeño tanga, o delantal, hecho -de cuentas hermosamente dispuestas; sólo tiene unas seis pulgadas cuadradas, y no lo llevan nunca en otra ocasión, quitándoselo nada más terminar la danza.

Los hombres, en cambio, llevan el pelo cuidadosamente separado y peinado por ambos lados, atándolo por detrás en una coleta. En los hombres jóvenes, cuelga en largos bueles por el cuello, y con el peine, invariablemente sujeto en la parte alta de la cabeza, tienen un aspecto de lo más femenino: este se incrementa con los grandes collares y brazaletes de cuentas y con la cuidadosa depilación de todo síntoma de barba. Teniendo en consideración estas circunstancias, soy de la opinión de que la historia de las amazonas ha surgido de estos guerreros con aspecto femenino que encontraron los primeros viajeros. Y me veo inclinado a esa opinión por el efecto que produjeron en mí mismo, cuando sólo tras examinarlos de cerca vi que eran hombres; y como suelen llevar la parte delantera del cuerpo y el pecho cubierta con escudos, estoy convencido de que cualquier persona que los viera por primera vez llegaría a la conclusión de que eran mujeres. Debemos, por tanto, suponer que tribus con costumbres similares a las que habitan ahora el río Uaupés habitaran las regiones en donde según los informes fueron vistas las amazonas, y tendremos una explicación racional de lo que tanto ha asombrado a todos los geógrafos. La única objeción a esta explicación es la tradición que existe entre los nativos de una nación de "mujeres sin esposos". Sin embargo, yo no pude encontrar el menor rastro de esta tradición, y puedo imaginar fácilmente que se deba a la sugestión y las investigaciones de los propios europeos. Cuando se dio a conocer la historia de las amazonas, todos los viajeros siguientes trataron por supuesto de verificarla, o de echar una ojeada, si era posible, a estas damas guerreras. Los indios, sin duda alguna, habrían sido abrumados con preguntas y sugerencias sobre ellas, y pensando que el hombre blanco debía conocer bien el asunto, transmitirían a sus descendientes y sus familias la idea de que esa nación existía en alguna parte distante del país. Los viajeros siguientes, al encontrar rastros de esta idea entre los indios, lo considerarían como una prueba de la existencia de las amazonas; sin pensar que era el simple efecto de un primer error que se había extendido inconscientemente entre ellos por los viajeros siguientes, cuando éstos buscaban alguna prueba del tema.

En mis comunicaciones e investigaciones entre los indios con respecto a diversos asuntos, he considerado siempre necesaria la máxima precaución para no llegar a conclusiones erróneas. Los indios están dispuestos siempre a afirmar que han visto lo que uno desea creer, y cuando no entienden nada de la pregunta, responden sin vacilar con un "sí". Con frecuencia he obtenido de este modo informaciones que personas más familiarizadas con los hechos me aseguraron eran totalmente erróneas. Sin embargo, estas observaciones sólo deben aplicarse a las naciones menos civilizadas, que no entienden claramente ninguna lengua en la que uno pueda comunicarse con ellos. Siempre he confiado en lo que he obtenido de los indios que hablaban portugués con fluidez, y creo que puede obtenerse de ellos una gran cantidad de informaciones merecedoras de confianza. No es ese el caso, sin embargo, con las tribus salvajes, totalmente incapaces de entender una frase entera de la lengua en que se les habla; y me temo que la historia de las amazonas deba ponerse al lado de la de los hombres-mono que menciona Humboldt, y cuya tradición yo también encontré junto con la del "curupíra", o demonio de los bosques, y la del "carbunculo" en el Alto Amazonas y Perú; aunque estas supersticiones no han sido dilucidadas tal como creo que hemos hecho ahora con las guerreras amazonas.

Pero volvamos a nuestros indios Uaupés y sus tocados. Encontramos que dan vida a su vestir diario con algunos otros ornamentos; suelen llevar por alrededor de la cabeza una corona de plumas de la cola de loro, e invariablemente llevan en el pecho, suspendida en un collar de semillas negras, la piedra cilíndrica de cuarzo blanco que ya describí en mi narración (Capítulo VIII).

En las fiestas y danzas se adornan con un complicado conjunto de ornamentos de plumas para la cabeza, cinturones, brazaletes y adornos para las piernas que ya he descrito suficientemente al referirme a sus danzas (Capítulo IX).

Describiremos ahora algunas peculiaridades relacionadas con los nacimientos, matrimonios y muertes.

Generalmente, las mujeres dan a luz en la casa, aunque a veces lo hagan en el bosque. Cuando se produce un nacimiento en la casa, se saca todo de ella, incluso las ollas y cazuelas, y los arcos y flechas, hasta el día siguiente; la madre lleva al niño al río, lo lava y se lava así misma, y generalmente permanece en la casa sin realizar ningún trabajo, durante cuatro o cinco días.

Los niños, más particularmente las niñas, se limitan a un alimento particular: no pueden comer la carne de ningún tipo de caza, ni de pescado, salvo los muy pequeños y con muchas espinas; su alimentación se compone principalmente de frutas y torta de mandioca.

Al mostrar los primeros signos de pubertad, las jóvenes tienen que sufrir una prueba. Durante el mes anterior, están encerradas en la casa y sólo pueden tomar una pequeña cantidad de pan y agua. Todos los parientes y amigos de los padres se reúnen entonces, llevando cada uno de ellos trozos de "sipó" (una trepadora elástica); la joven sale entonces, totalmente desnuda, situándose en -medio de ellos, y cada persona presente le da cinco o seis golpes fuertes con el sipó en la espalda y pecho, hasta que cae sin sentido, y a veces sucede que muere. Si se recupera, se repite esto cuatro veces, a intervalo de seis horas, y se considera una ofensa a los padres no golpearla con dureza. Durante este, tiempo se ha preparado numerosas ollas con todo tipo de carne y pescado, en los que se introducen los sipós y se los presentan para que los lama, considerándose entonces que ya es una mujer, pudiendo comer de todo y hallándose en situación casadera.

Los muchachos sufren una prueba similar, pero no tan grave; describiremos ahora lo que les inicia a la virilidad adulta y les permite ver a los músicos Juruparí.

Estos indios practican muy poco el tatuaje; sin embargo, todos tienen una hilera de punciones circulares a lo largo del brazo, y una tribu, los Tucános, se distinguen de los demás, con tres líneas verticales azules en la barbilla; también perforan el labio inferior, de donde cuelgan tres pequeños hilos de cuentas blancas. Todas las tribus horadan las orejas y llevan en ellas pequeños trozos de hierba ornamentada con plumas. Sólo la tribu de los Cobeus ensancha el agujero hasta hacerlo de tan gran tamaño que podría introducirse en él un corcho de botella: ordinariamente llevan en él un taco de madera, pero en las fiestas introducen un pequeño manojo de flechas.

Generalmente, los hombres tienen una esposa, pero no hay un límite especial y muchos tienen dos o tres, y más en el caso de alguno de los jefes.

La de más edad nunca se va, sino que permanece como señora de la casa. No tienen ninguna ceremonia particular para sus matrimonios, salvo la de llevarse siempre a la joven por la fuerza, o demostrar que se nace así, incluso cuando ella y sus padres están totalmente de acuerdo. No suelen casarse con parientes, ni siquiera con vecinos, prefiriendo a aquéllos de lugares distantes, e incluso de otras tribus. Cuando un hombre joven desea tener a la hija de otro indio, su padre le envía un mensaje diciéndole que irá con sus hijos y parientes a visitarle. El padre de la joven adivina de qué se trata' y si el candidato es agradable prepara una gran fiesta: suele durar dos o tres días, hasta que de pronto el grupo del novio agarra a la novia y se la lleva a toda prisa en sus canoas; no se hace ningún intento de impedírselo, y se considera que se han casado.

Algunas tribus, como la de los Uacarrás, hacen una prueba de habilidad en el tiro con arco, y si el joven candidato no destaca por su habilidad, la joven lo rechaza alegando que no podrá conseguir suficiente pescado y caza para la familia.

Los muertos son enterrados casi siempre en sus casas, con sus brazaletes, bolsas de tabaco y otros objetos: se entierran el mismo día que mueren, los padres y parientes gimen y se lamentan continuamente sobre el cuerpo, desde que muere hasta el momento del enterramiento; unos días después se elabora una gran cantidad de caxirí y todos los amigos y parientes son invitados, a hacer duelo por el muerto y a danzar, cantar y llorar en su memoria. Algunas de las casas grandes contienen en ellas más de 100 tumbas, pero cuando las casas son pequeñas y están muy atestadas, las tumbas se hacen en el exterior.

Los Tariánas, y los Tucános, así como algunas otras tribus, un mes después del funeral desentierran el cadáver, que está ya muy descompuesta, y lo ponen en una gran cazuela u horno sobre el fuego, hasta que t~ las partes volátiles desaparecen con el más terrible olor, dejando una masa negra y carbonosa, que se machaca hasta convertirla en fino polvo y se mezcla con varios couchés (tinajas hechas con árboles ahuecados) grandes de caxirí. lo beben todos reunidos hasta que se termina; creen que de este modo las virtudes del muerto serán transmitidas a los bebedores.

En el Uaupés, solo los Cobeus son verdaderamente caníbales. Comen a los miembros de otras tribus a quienes matan en batalla, e incluso hacen la guerra con el fin expreso de procurarse carne humana como alimento. Cuando tienen más de la que pueden consumir en el momento, la secan y ahuman sobre el fuego y la conservan durante mucho tiempo. Queman a sus muertos y se beben las cenizas en caxirí del mismo modo que describimos antes.

Toda tribu y toda "maloca" (nombre que dan a sus casas) tiene su jefe o "Tushaúa", cuya autoridad es limitada y se refiere principalmente a la guerra, a la preparación de fiestas, a la preparación de la "maloca" y el mantenimiento de la limpieza del pueblo, y a la plantación de campos de mandioca; él es también el encargado de tratar con los comerciantes y suministrarles hombres para proseguir su viaje. La sucesión de estos jefes es estrictamente hereditaria en la línea masculina, o a través de la hembra a su esposo, el cual puede ser un extranjero: el jefe hereditario nunca es desposeído de su cargo, por muy estúpido, torpe o cobarde que pueda ser. Tienen muy pocas leyes; lo que sí practican es una ley del talión estricta: ojo por ojo y diente por diente; el asesinato es castigado y vengado del mismo modo y con la misma arma con la que se cometió.

Tienen numerosos "pagés", una especie de sacerdotes parecidos a los "hombres medicina" de los indios norteamericanos; Se piensa que tienen gran poder: curan todas las enfermedades con encantamientos, que aplican por medio de fuertes soplidos a la parte que deben curar y cantando determinadas canciones y encantamientos. Creen que tienen el poder de matar a los enemigos, de atraer o alejar la lluvia, destruir los perros o la caza, hacer que los peces abandonen un río y afligir con diversas enfermedades. Se les consulta mucho, y se cree mucho en ellos, y son bien pagados por sus servicios.

Cuando un indio se ve amenazado por un peligro real o imaginario, puede dar a un pagé casi todo lo que posee.

Raramente creen que la muerte se pueda producir naturalmente, achacándola siempre a un envenenamiento directo o a los encantamientos de algún enemigo, y en consecuencia proceden a vengarla. Lo hacen generalmente mediante venenos, de los que tienen muchos de efectos mortales: lo dan en alguna fiesta en un cuenco de caxirí, y como es de buena educación vaciarlo siempre, están seguros de que la víctima se tomará toda la dosis. Uno de los venenos utilizados a menudo tiene unos efectos terribles, pues hace que la lengua, la garganta y los intestinos se pudran, por lo que el afectado pasa algunos días en la mayor agonía: ésta es de nuevo vengada, quizá equivocadamente, y así una primera sospecha sin fundamento puede convertirse en una larga sucesión de asesinatos.

No encuentro que tengan ninguna creencia que pueda llamarse religión. No parecen tener una idea definida de Dios; si se les pregunta quién creen que hizo los ríos; los bosques y el cielo, contestarán que no lo saben, o a veces que se supone que fue "Tupánau", una palabra que parece referirse a Dios, pero de la que no entienden nada. Tienen ideas mucho más concretas de un espíritu maligno, "Juruparí" o diablo, a quien temen, tratando de propiciarselo por medio de sus pagés. Cuando truena, dicen que Juruparí está enfadado, y su idea de la muerte natural es la de que "Juruparí" los ha matado. Ante un eclipse, piensan que este espíritu malo está matando la luna y hacen todo el ruido que pueden para asustarle y obligarle a huir.

Una de sus supersticiones más singulares se refiere a los instrumentos, musicales utilizados en sus fiestas, a los que llaman la música de Juruparí. Se componen de ocho, o algunas veces doce flautas o trompetas hechas con bambú o tallos de palmera ahuecados, algunos de ellos con embocaduras de corteza en forma de trompeta y con agujeros para la boca de arcilla y hojas. Cada dos instrumentos producen una nota distinta y resulta *de ello un concierto bastante agradable, algo semejante al sonido de los clarinetes y fagots. Sin embargo, esos instrumentos encaman a un misterio que hace que ninguna mujer pueda verlos nunca, bajo pena de muerte. Se guardan siempre en un igaripé, a cierta distancia de la "maloca", y se traen desde allí en ocasiones particulares: cuando se aproxima el sonido que hacen, todas las mujeres se retiran al bosque o algún cobertizo cercano, que generalmente tienen cerca, y no se dejan ver hasta que la ceremonia ha terminado, momento en el cual los instrumentos se llevan a su lugar oculto, y las mujeres pueden salir de su escondrijo. Si se supone que alguna mujer los ha visto, accidentalmente o por propia voluntad, es invariablemente ejecutada, generalmente por envenenamiento, y un padre no dudará en sacrificar a su hija, ni un esposo a su esposa si tal es el caso.

Tienen muchos prejuicios más con respecto a las mujeres. Creen que si alguna mujer come algún tipo de carne durante el embarazo, cualquier otro animal que la comparta con ella sufrirá: si es un animal doméstico o un ave domesticada, morirán; si es un perro, en el futuro no será capaz de cazar, e incluso un hombre será incapaz de matar ese tipo particular de caza. Un indio que cazaba para mí cazó un hermoso ejemplar de gallo de las rocas y se lo dio a su mujer para que lo alimentara, pero la pobre mujer se vio obligada a vivir a base de pan de cassava y frutas, absteniéndose totalmente de alimentos animales, pimientos y sal, pues pensaban que eso causaría la muerte del ave; sin embargo, a pesar de todas las precauciones el ave murió y la mujer fue golpeada por su esposo, pues éste pensaba que ella no había sido lo bastante rígida en su abstinencia de. los artículos prohibidos.

La mayoría de estas supersticiones y prácticas peculiares se mantienen con gran tenacidad, e incluso por parte de indios que nominalmente son civilizados y cristianos, muchos de los cuales han sido adoptados incluso por europeos residentes en el país: en realidad, hay portugueses en el Río Negro que tienen miedo del poder de los pagés indios, creen en ellos plenamente y comparten todas las supersticiones indias con respecto a las mujeres.

El río Uaupés es el canal a través del cual los artículos europeos pueden llegar a las extensas y desconocidas regiones que hay entre el río Guaviare por una parte y el Japurá por la otra. Todos los años entran por el Uaupés unas mil libras de mercancías, sobre todo hachas, machetes, cuchillos, anzuelos, puntas de flechas, sal, espejos, cuentas y algo de algodón.

Los artículos entregados a cambio son zarzaparrilla, brea, fariña, cuerda, hamacas y escabeles indios, cestas, ornamentos de plumas y curiosidades. La zarzaparrilla es con mucho el producto más valioso, y el único exportado. Grandes cantidades de artículos de manufactura europea son cambiados por los indios con los de las zonas remotas a cambio de la zarzaparrilla que éstos dan a los comerciantes; y así numerosas tribus, entre las cuales no ha penetrado nunca el hombre civilizado, tienen un buen suministro de mercancías de hierro y envían el producto de su trabajo a los mercados europeos.

Para dar alguna idea del estado de la industria y las artes entro estos pueblos, Incluyo una lista de artículos que recogí cuando estaba entre ellos, a fin de ilustrar sus costumbres, maneras, y grado de civilización, pero por desgracia lo perdí todo en el viaje de regreso a casa.

LISTA DE ARTICULOS FABRICADOS POR LOS INDIOS DEL RIO DOS UAUPES

Utensilios y muebles domésticos

1. Hamacas, o maqueiras, de fibra de palmera, de diversos materiales, colores y textura.
2. Pequeños escabeles de madera, de diversos tamaños, pintados y barnizados. (Lámina XIV, d.)
3. Cestas planas de cortezas trenzadas, con diseños regulares y en diversos colores.
4. Cestas más profundas llamadas "aturás". (Lámina XIII, d.)
S. Calabazas de diversas formas y tamaños.
6. Jarros de agua hechos de arcilla.
7. Cazuelas de barro para cocinar.

Artículos utilizados en la manufactura del pan de mandioca

8. Ralladores de mandioca, con fragmentos de cuarzo incrustados en madera. (Lámina XIII, a.)
9. Tipitis, o cilindros de presión elásticos de mimbre.
10. Coladores de mimbre para colar la pulpa.
11. Hornos para asar el pan de cassava y la fariña. (Lámina XIII, b.)
12. Aventadores trenzados para soplar el fuego y dar la vuelta a las tortas.

Armas utilizadas en la guerra, caza y pesca

13. Arcos de diferentes maderas y distintos tamaños.
14. Carcajes de curabís, o flechas de guerra envenenadas.
15. Flechas con punta de hueso de mono.
16. Flechas con punta de hierro para la pesca.
17. Gravatánas, o cerbatanas, de ocho a catorce pies de longitud.
18. Carcajes de mimbre y madera con flechas envenenadas.
19. Pequeños cacharros y calabazas con veneno de curarí o ururí.
20. Grandes mazas talladas de madera dura.
21. Lanzas talladas y adornadas con plumas.
22. Grandes escudos circulares de mimbre.
23. Los mismos, recubiertos con piel de tapir.
24. Redes para la pesca (pisás).
25. Cañas e hilo para la pesca.
26. Anzuelos de espina de palmera.
27. Pequeñas trampas de mimbre para pescar (matapís). Instrumentos musicales

28. Un tambor pequeño.
29- Ocho trompetas grandes, la música Juruparí.
30. Numerosos pífanos y flautas de junco.
31. Pífanos hechos con huesos de ciervo.
31.a Silbato de cráneo de ciervo.
32. Instrumentos vibradores de conchas de tortuga.

Ornamentos, vestidos, y otros

33. Unos veinte artículos distintos que forman el tocado de cabeza.
34. Peines de madera de palmera, adornados con plumas. (Lámina XIV, a.)
35. Collares de semillas y cuentas.
36. Piedra de cuarzo taladrada y cilíndrica.
37. Aretes de cobre y tapones de madera para las orejas.
38. Brazalete de plumas cuentas, semillas, etc.
39. Cinto de dientes de jaguar.
40. Diversas cuerdas hechas con fibra de "coroá" mezclada con pelo de mono y jaguar, formando un cordel elástico y suave utilizado para atarse el pelo, y con diversos fines ornamentales.
41. Delantales pintados, o "tangas", hechos con la corteza interior de un árbol.
41 Tangas de cuentas de las mujeres.
43. Sonajeros y adornos para las piernas.
44. Ligas de "coroá" muy anudadas.
45. Calabazas y envases tallados, llenos con un pigmento rojo llamado "crajurú". Paños grandes de corteza preparada.
47. Horquillas de madera tallada muy grandes para sostener los cigarros. (Lámina XIV, d.)
48. Cigarros grandes utilizados en las fiestas.
49. Espádices de palmera bussu (Manicaria saccifera), utilizadas para conservar los ornamentos de plumas, etc.
50. Esterillas cuadradas.
51. Cazuela de barro pintada, utilizada para guardar el "capi" en las fiestas.
52. Cazuela pequeña de pimientos secos.
53. Maracas utilizadas en la danza, hechas con calabazas talladas y adornadas, que contienen en su interior pequeñas piedras. (Lámina XIV, c.)
54. Vestidos pintados de corteza preparada (tururí).
55. Bolas de cuerdas de diversos materiales y grados de finura.
56. Cestas en forma de botella para conservar las hormigas comestibles.
57. Cajas de yesca de bambú tallado, rellenas con la yesca de un nido de hormigas.
58. Pequeña canoa hecha ahuecando un árbol.
59. Remos utilizados para la canoa.
60. Herramienta triangular utilizada para hacer los pequeños escabeles.
61. Morteros y mazos de mortero utilizados para machacar los pimientos y el tabaco.
62. Bolsa de corteza, llena de sammaúma, la seda vegetal de un Bombax, utilizada para hacer las flechas de las cerbatanas.

63. Caja de hojas de palmera trenzadas utilizada para guardar los adornos de plumas. 64. Hachas de piedra utilizadas antes de la introducción del hierro.
65. Cilindros de arcilla para sujetar los utensilios de cocina (Lámina XIII, c.)
[Ejemplares de los números 1, 2, 3, 9, 13, 14, 16, 17, 18, 21, 34, 36, 41, 47, 49, 63 de esta lista han sido traídos a Inglaterra por mi amigo R. Spruce, y pueden verse en el interesantísimo museo de Los Jardines Botánicos Reales, en Kew,].

Los indios del río Isánna son pocos en comparación con los del Uaupés, pues
el río no es tan grande ni tan productivo en peces.

Las tribus se llaman:
Baniwas o Manívas (mandioca)
Arikénas.
Bauatánas.
Ciuçi (estrellas).
Coatí (Nassua coatimundi).
Juruparí (diablo)
Ipéca (patos)
Papunauás, nombre de un río tributario del Guaviare pero con sus fuentes cercanas
al Isánna.

Estas tribus son muy semejantes en sus costumbres, diferenciándose sólo por la lengua; sin embargo, en conjunto ofrecen notables puntos de diferencia con respecto a las del río Uaupés.

En estatura y apariencia son muy similares, pero tienen bastante más barba y no se depilan el cuerpo y el rostro, cortándose el de la cabeza con un cuchillo, o con una hoja de hierba afilada, si no tienen cuchillo. Por tanto, la ausencia de la larga coleta de cabellos constituye una notable diferencia característica en cuanto su aspecto.

Las mujeres se distinguen por su vestimenta, pues llevan siempre un pequeño tanga de turúri, en lugar de ir completamente desnudas como las de las tribus del Uaupés; también llevan más collares y brazaletes, y los hombres menos, y estos últimos no utilizan tantos adornos de plumas y ornamentos en sus fiestas.

Cada familia tiene su propia casa, pequeña, de forma cuadrada, que tiene puerta y ventanas; las casas se unen formando pequeños pueblos esparcidos. Los indios Isánna hacen pequeñas cestas planas corno los del Uaupés, pero no hacen ni los escabeles, ni los aturás, ni tienen las piedras cilíndricas blancas que los otros tanto estiman. Se casan con una, dos o tres esposas, y prefieren a las parientes, casándose con primas, tíos con sobrinas, y sobrinos con tías, por lo que en un pueblo todos están relacionados. Los hombres son de disposición más belicosa y arisca que los del Uaupés los que les tienen mucho miedo. Entierran a sus muertos en las casas y hacen duelo por ellos durante mucho tiempo, pero sin hacer ninguna fiesta para la ocasión. Los indios Isanna se dice que no son tan numerosos ni se multiplican tan rápidamente como los del Uaupés; esto quizá se deba a que se casan con sus parientes, mientras los otros prefieren a los extranjeros.

Los Arekaínas hacen la guerra contra otras tribus para obtener prisioneros que sirvan de alimento, como los Cobeus. En sus supersticiones e ideas religiosas, se parecen mucho a los Uaupés.

Los Macás son una de las tribus inferiores y menos civilizadas de la región Amazónica. Habitan en los bosques y sierras de la zona de los ríos Marié, Curicuriarí, y Urubaxí, llevando una vida errante, sin casa ni lugar de morada fijo, y por supuesto sin ropas; tienen poco o ningún hierro, y unos los colmillos de jabalí para raspar y formar sus arcos y flechas, haciendo un veneno mortal para untarlo en ellas. Por las noches, duermen sobre un mano o de hojas de palmera, o ponen unas cuantas hojas colgadas de un palo para que les sirvan de cobertizo por si llueve, o a veces, con "sipós", se construyen una ruda hamaca que sin embargo sólo les sirve en una ocasión. Comen todo tipo de aves y peces, asados o cocidos en espádices de palmera; y todo tipo de frutos silvestres.

Los Macás atacan a menudo las casas de otros indios situados en lugares solitarios y asesinan a todos los habitantes; han despoblado incluso varios pueblos provocando que algunos de ellos desaparecieran. Todas las demás tribus de indios los capturan y los tienen como esclavos, y en casi todos los pueblos se puede encontrar a alguno de ellos. Se distinguen en seguida de las otras tribus circundantes por el pelo ondulado y casi rizado, y porque son desgarbados y tienen los miembros mal formados; sin embargo, me veo inclinado a pensar que esto se debe en parte a su modo de vida y a las penalidades y exposición a la intemperie a que se ven sometidos; pues algunos que he visto en casas de comerciantes estaban tan bien formados y eran tan bellos como cualquier indio de otra tribu.

Los Curetús son una nación que habita la región cercana al río Apaporís, entro el Japurá y el Uaupés. Encontré algunos indios de esta tribu en el Río Negro, y la única peculiaridad que observé en ellos fue que sus pómulos eran bastante más prominentes de lo usual. De ellos, y de un indio Isánna que los había visitado, obtuve alguna información sobre sus costumbres.

Llevan el cabello largo como los Uaupés y como ellos, las mujeres van totalmente desnudas; se pintan los cuerpos, pero nos los tatúan. Las casas son grandes y circulares, con paredes de hoja trenzada, tienen un tejado alto y cónico, parecido al tejadillo de algunas chimeneas, con la parte superior sobresaliente para que pueda salir el humo sin que entre la lluvia. No llevan vida nómada, sino que residen permanentemente en pequeños pueblos, gobernados por un jefe, y se dice que viven mucho tiempo y muy pacíficamente, sin pelearse nunca ni hacer la guerra a otras naciones. Los hombres sólo tienen una esposa. No hay pagés, o sacerdotes, entre ellos, y no tienen ninguna idea de un Ser superior. Cultivan mandioca, maíz y otros frutos y utilizan más caza que pescado para alimentarse. Nunca ha estado entre ellos un hombre civilizado, por lo que no tienen sal, y sólo algunos escasos objetos de hierro, obteniendo el fuego por fricción. Se dice también que se distinguen de la mayoría de las otras tribus porque no hacen bebidas embriagadoras. Su lenguaje está lleno de sonidos ásperos y aspirados, y es algo semejante al de los Tucanos y Cobeus, entre los Uaupés.

En la zona baja del Japurá residen los "Uaenambeus" o indios-colibrí. Conocí a varios de ellos en el Río Negro y obtuve información sobre sus costumbres y lenguaje. Se parecen bastante en muchos aspectos a la última tribu mencionada, sobre todo por sus casas circulares, su alimentación y modo de vida. Como ellos, tejen las fibras de la palmera tucúm (Astrocaryum vulgare), para hacer sus hamacas, mientras que los indios Uaupés e Isánna, utilizan siempre la hoja de la mirití (Mauritia flexuosa). Se distinguen de otras tribus por una pequeña marca azul que llevan en el labio superior. Tienen de una a cuatro esposas y las mujeres llevan siempre un pequeño delantal de corteza.

Muy cercanos a éstos son los Jurís del Solimões, entre el Ica y el Japurá. Algunos de ellos han emigrado al Río Negro y se han asentado y civilizado parcialmente aquí. Se destacan por la costumbre de tener un tatuaje en círculo, (no un cuadrado, como en una lámina de la obra del Dr. Prichard) alrededor de la boca, por lo que se parecen a los pequeños monos ardilla de boca negra (Callithrix sciureus); por esa causa les llaman a menudo Juripixúnas (Jurís Negros), y los brasileños "Bocapreitos" (Bocanegras). De esto han surgido extraños errores: encontrarnos en algunos mapas la nota "Juríes, negros de pelo rizado", cuando son indios puros de pelo recto. Son buenos trabajadores para la canoa y la agricultura, y los más habilidosos de todos en el uso de la gravatána o cerbatana.

En las proximidades viven los Miránhas, que son caníbales; y también los Ximánas y los Cauxánas que matan a su hijo primogénito: en realidad, entre el Alto Amazonas, el Guaviare y los Andes hay una zona tan extensa como Inglaterra en la que sus habitantes están totalmente sin civilizar y son aún desconocidos.

También en el lado sur del Amazonas, entre el Madeira y el Ucayali, y extendiéndose hasta los Andes del Perú y de Bolivia, hay una zona todavía mayor de selva virgen desconocida, que no ha habitado ni un solo hombre civilizado: residen aquí numerosas naciones de la raza americana nativa, conocidas sólo por los informes de las tribus fronterizas, que sirven de comunicación entre ellos y los comerciantes de los grandes ríos.

Uno de los ríos mejor conocidos y más visitados de esta gran zona es el Purús, cuya desembocadura se halla un poco más arriba del Río Negro, pero a cuyas fuentes no se llega ni en un viaje de tres meses. He podido obtener alguna información de los indios que se encuentran a las orillas de este río.

Los comerciantes han encontrado cinco tribus:

1. Los Múras, desde la desembocadura hasta dieciséis días de viaje río arriba.
2. Los Purupurús, desde allí hasta treinta días de viaje.
3. Los Catauxís, en la zona de los Purupurús, pero habitando en igaripés y en lagos interiores.
4. Los Jamamarís, tierra adentro por la orilla occidental.

S. Los Jubirís, en las orillas del río más arriba de los Purupurús.

Los Múras son una raza bastante alta, tienen bastante barba para ser indios y el pelo de la cabeza ligeramente ondulado. Antiguamente acostumbraban a ir desnudos, pero ahora todos los hombres llevan pantalones y camisas y las mujeres enaguas. Sus casas se agrupan formando pequeños pueblos y apenas son algo más que un tejado apoyado en postes; pocas veces se toman el trabajo de construir paredes. No hacen hamacas, pero cuelgan tres tiras de una corteza llamada "invíra" y duermen sobre ellas; los más civilizados compran ahora a los comerciantes hamacas hechas por otros -indios. Apenas cultivan nada, salvo un poco de mandioca en algunas ocasiones, viviendo generalmente a base de productos silvestres y de la abundancia de pescado y caza: su alimentación está producida totalmente por el río, componiéndose principalmente de Manatus o manatí, que es tan bueno como la carne vacuna, tortuga y diversos tipos de pescado, todos los cuales los encuentran en gran abundancia, por lo que los comerciantes dicen que no hay ningún pueblo que viva tan bien como los Múras; por tanto, no tienen ocasión para utilizar las cerbatanas, que no fabrican, aunque sí una gran variedad de arcos, flechas y arpones, siendo además constructores de canoas muy buenas. Ahora todos se cortan el pelo; los más ancianos tienen un gran agujero en el labio inferior que rellenan con un trozo de madera, pero esa costumbre está desapareciendo. Cada hombre tiene dos o tres esposas, pero no hay ceremonia de matrimonio; entierran a sus muertos a veces en la casa, pero más comúnmente en el exterior, y ponen en su tumba todos los bienes del fallecido. Las mujeres utilizan collares y brazaletes de cuentas, y los hombres atan a sus piernas las semillas del árbol del caucho indio cuando danzan. Cada pueblo tiene su Tushaúa: la sucesión es hereditaria, pero el jefe tiene muy poco poder. Tienen pagés y piensan que poseen una gran habilidad, por lo que les temen y les pagan bien. Antiguamente eran muy belicosos y atacaban mucho a los europeos, pero ahora son más pacíficos; son los indios más habilidosos para matar tortugas y peces y para capturar el manatí. Entre ellos mismos, siguen utilizando su propia lengua, aunque entienden también la Lingoa Geral. Los comerciantes blancos obtienen de ellos zarzaparrilla, aceite de huevos de tortuga y manatí, castañas del Brasil y estopa, que es la corteza del castaño del Brasil joven (Bertholletia excelsa), muy utilizada para el calafateo de las canoas; les pagan con mercancías de algodón, arpones y puntas de flecha, anzuelos, cuentas, cuchillos, machetes, etc.

La siguiente tribu, los Purupurús, es en muchos aspectos muy peculiar, diferenciándose notablemente en sus hábitos de todas las naciones que he descrito hasta ahora. Se llaman así mismo Pamourís, pero los brasileños les dan siempre el nombre de Purupurús, nombre que se aplica también a una enfermedad particular que les afecta a casi todos: consiste en que aparecen en su cuerpo unas zonas punteadas y manchadas de color blanco, marrón o casi negro, de forma y tamaño irregulares y de aspecto muy desagradable: de jóvenes tienen la piel limpia, pero al crecer se les vuelve invariablemente más o menos punteada. Cuando otros indios se ven afectados de este modo, se dice de ellos que tienen el purupurú; lo que no se sabe es si se da el nombre de esta enfermedad por la tribu de indios que más se ven afectados por ella o si se ha dado a los indios el nombre de la enfermedad. Algunos dicen que la palabra es portuguesa, pero creo que esa opinión es errónea.

Los Purupurús van totalmente desnudos, tanto los hombres como las mujeres; sus casas son de construcción muy ruda, semicilíndricas como la de nuestros gitanos, y tan pequeñas que las ponen en las playas arenosas y se las llevan en las canoas siempre que desean mudarse a otro lugar. Estas canoas son de la construcción más basta posible, con un fondo plano y lados verticales: una simple caja cuadrada, muy distinta a las de todos los demás indios. Pero lo que más les diferencia de sus vecinos es que no utilizan ni cerbatanas ni arcos con flechas, sino un instrumento llamado "palheta", que es un trozo de madera con una proyección en el extremo para asegurar la base de la flecha, cuya parte central es sostenida con el mango de la palheta en la mano, lanzándola así como si se hiciera con una honda: tienen una sorprendente destreza en el uso de este arma y con ella matan fácilmente piezas de caza, aves y peces.

Cultivan algunos frutos, como ñame y plátanos, pero raramente tienen mandioca, construyendo cazuelas de barro para cocinarlos. Duermen en casas construidas sobre la arena de las playas, sin hamacas ni ningún tipo de ropa; no hacen fuego en sus casas, que son muy pequeñas, pero se mantienen calientes por las noches por el número de personas que se meten en ellas. Llevan grandes agujeros en el labio inferior y superior, en el tabique nasal y en las orejas; en las fiestas introducen en esos agujeros palos de seis u ocho pulgadas de longitud; en las otras ocasiones sólo llevan un palito corto para mantener abiertos los agujeros. Durante la estación húmeda, cuando las playas y orillas del río están todas inundadas, construyen balsas de troncos amarrados con trepadoras y levantan sobre ellas sus chozas, viviendo allí hasta que las aguas vuelven a descender, momento en el que guían su balsa hasta la primera playa arenosa que aparece.

Se sabe muy poco de sus costumbres domésticas y sus supersticiones. Los hombres sólo tienen una esposa; los muertos son enterrados en la playas arenosas y no se sabe que tengan pagés. Sólo viven juntas unas cuantas familias, en pequeños pueblos nómadas, y en cada uno de ellos hay un Tushaúa. Celebran a veces danzas y fiestas, en las que hacen bebidas embriagantes con frutos silvestres, y se divierten con rudos instrumentos musicales hechos con juncos y huesos. No utilizan sal y prefieren que se les pague en anzuelos, cuchillos, cuentas y fariña, a cambio de la zarzaparrilla y el aceite de tortuga que venden a los comerciantes.

¿No estará producida su curiosa enfermedad, que todos padecen, por su costumbre de dormir siempre desnudo sobre la arena en lugar de en una cómoda, aireada y limpia hamaca, utilizada casi universalmente por todas las otras tribus indias de esta parte de Sudamérica?

Los Catauixis, aunque en vecindad inmediata con los últimos, son muy distintos. Tienen casas permanentes, cultivan mandioca, duermen en hamacas y tienen su piel limpia. Van desnudos como los otros, pero sin hacer agujeros en la nariz y los labios; llevan en los brazos y piernas aros de pelo trenzado. Utilizan arcos, flechas y cerbatanas, y fabrican la ervadúra, o veneno ururí. Hacen las canoas con la corteza de un árbol, quitándola entera. Comen sobre todo caza del bosque, tapires, monos y aves grandes; sin embargo, son caníbales y matan a todos los indios que pueden de otras tribus, comiéndolos y conservando su carne ahumada y seca. El Señor Domingos, un comerciante portugués de la zona del río Purús, me dijo que una vez se encontró con un grupo de ellos, los cuales le tocaron el vientre y las costillas, como haría un carnicero con una oveja, y hablaron mucho entre ellos, insinuando aparentemente que estaba gordo y sería una comida excelente.

Con respecto a los Jamamarís no tenemos información auténtica, sabiendo sólo que se parecen mucho a los últimos en sus maneras, costumbres y aspecto.

Los Jubirís son igualmente desconocidos; sin embargo, se parecen más a los Purupurús en sus hábitos y modos de vida, y como ellos tienen el cuerpo punteado y moteado, aunque no en tan gran medida.

En la zona que hay entre el Tapajóz y el Madeira, en el laberinto de lagos y canales de la gran isla de los Tupinambarános, residen los Mundrucús, los indios más belicosos del Amazonas. Creo que son los únicos totalmente tatuados en Sudamérica: sus marcas se extienden por todo el cuerpo; lo hacen pinchándose con las espinas de la palmera pupunha, y frotándose la herida con brea caliente para producir el tono azulado indeleble.

Hacen sus casas con paredes de barro en pueblos regulares. En cada pueblo hay una edificación grande que sirve como una especie de cuartel o fortaleza, en donde duermen todos los hombres por la noche, armados con sus arcos y flechas y preparados para una alarma: por la parte interior la casa está rodeado con las cabezas disecadas de sus enemigos: las ahuman y secan para que conserven el pelo y sus rasgos perfectamente. Todos los años hacen la guerra a una tribu vecina, los Parentintins, llevándose a las mujeres y niños como esclavos y conservando las cabezas de los hombres. Construyen buenas canoas y hamacas. Viven principalmente de la caza del bosque y son buenos agricultores, consiguiendo grandes cantidades de fariña y cultivando muchos frutos. Cada hombre tiene una esposa, y cada pueblo su jefe. Los principales artículos de su comercio son el clavo y la fariña; a cambio reciben algodón, mercancías de hierro, sal, cuentas, etc.

En el Río Branco hay numerosas tribus, diciéndose que alguna de ellas practica la circuncisión.

Otros, cerca de las fuentes del Tapajóz, someten a las jóvenes a la misma iniciación cruel que ya he descrito como rasgo común entre los indios del Uaupés y del Isánna.

En las orillas septentrionales del Río Negro hay muchas tribus sin civilizar que son muy poco conocidas.

En las orillas meridionales, los Manaós eran antiguamente una nación muy numerosa. Parece ser que de estas tribus han surgido los diversos relatos de imaginaria riqueza que tanto predominaron tras el descubrimiento de América; todos ellos están ahora civilizados y su sangre se mezcla con la de algunas de las mejores familias de la provincia de Pará, se dice que todavía existe su lengua y que la hablan muchas personas ancianas, pero nunca tuve la suerte de encontrarme con nadie que la entendiera.

Uno de los hechos singulares relacionados con estos indios del valle del Amazonas es el parecido que existe entre alguna de sus costumbres y las de las naciones más remotas a ellas. La cerbatana reaparece en el sumpitán de Borneo; las grandes casas del Uaupés se parecen mucho a las de los Dyaks, del mismo país; muchas de las pequeñas cestas y cajas de bambú de Borneo y Nueva Guinea son muy similares en su forma y construcción a las del Amazonas, hasta el punto que parecería que pertenecen a tribus vecinas. Además, los Mundrucús, como los Dyaks, cortan la cabeza de sus enemigos, las ahuman y secan con igual cuidado, conservando la piel y los cabellos, y la cuelgan por alrededor de sus casas. En Australia se utiliza un lanzapalos similar a la palheta, y en un brazo remoto del Amazonas hemos visto una tribu de indios, diferentes de todos los que les rodeaban, y que habían sustituido el arco por un arma que sólo se encuentra en esa remota porción de la tierra, en medio de pueblos distintos a ellos en casi todos los rasgos físicos.

Será necesario obtener mucha más información sobre el tema antes de aventurarnos a decidir si esas similaridades muestran alguna conexión remota entre esas naciones o son simples coincidencias accidentales producidas por las mismas necesidades, actuando sobre personas sometidas a las mismas condiciones de clima y en un estado de civilización igualmente bajo; de todos modos, el tema ofrece materia adicional para las extendidas especulaciones del etnógrafo.

El rasgo principal del carácter personal de los indios de esta parte de Sudamérica es un cierto grado de timidez, vergüenza o frialdad que afecta a todas sus acciones. Esto es lo que produce su tranquila deliberación, su modo sinuoso de introducir o presentar un tema del que han venido a hablar, refiriéndose durante media hora a temas distintos antes de mencionarlo: debido a este sentimiento, escapan si no se sienten a gusto en lugar de quejarse, y nunca se niegan verbalmente a realizar lo que se les pide, aunque sean incapaces de hacerlo o no tengan la menor intención de realizarlo.

Esa misma peculiaridad es la que hace que los hombres no muestren nunca ningún sentimiento al encontrarse o separarse; aunque sientan un gran afecto por sus hijos, y lo demuestren, y nunca se separen de ellos; y no pueda inducírseles a ellos ni siquiera por un breve tiempo. Apenas se pelean entre ellos, trabajan duramente y se someten voluntariamente a la autoridad. Son artesanos laboriosos y habilidosos, adoptando fácilmente las costumbres de la vida civilizada que se introduzca entre ellos; y parecen capaces de formar, mediante la educación y el buen gobierno, una comunidad pacífica y civilizada.

Sin embargo, posiblemente este cambio no se producirá nunca: están expuestos a la influencia del rechazo de la sociedad brasileña, y antes de que pasen muchos años se verán probablemente reducidos a la condición de los otros indios semicivilizados del país, los cuales parecen haber perdido las buenas cualidades de la vida salvaje, ganando a cambio sólo los vicios de la civilización.

 

 

APENDICE SOBRE LOS PETROGLIFOS DEL AMAZONAS

Podemos mencionar, en relación con las lenguas de estos pueblos, las figuras curiosas que hay en las rocas, llamadas comúnmente petroglifos y que se encuentran en toda la zona amazónica.

Las primeras las vi en la sierra de Montealegre, y las describí en mi diario (pág. 104). Estas se diferenciaban de todas las que he visto desde entonces por estar pintadas o frotadas con un color rojo, y no cortadas o arañadas en la roca como en la mayoría de los otros casos con los que me he encontrado. Se hallaban a gran altura en la montaña, a una distancia considerable de cualquier río.

Las que encontré después se hallaban en las orillas del Amazonas, en las rocas cubiertas con la crecida del río, un poco más abajo del pequeño pueblo de Serpa. Estas son principalmente figuras del rostro humano, y están cortadas toscamente en la roca dura, hallándose ennegrecidas por los depósitos de las aguas del Amazonas, lo mismo que en el caso del Orinoco.

También en la desembocadura del Río Branco, en una pequeña isla rocosa del río, hay raspadas, en la dura roca granítica, numerosas figuras de hombres y animales de gran tamaño. Cerca de Santa Isabel, San Jozé y Castanheiro hay más figuras de este tipo, y encontré otras en el Alto Río Negro, en Venezuela. Hice unos dibujos cuidadosos de todas ellas, pero por desgracia los he perdido.

También son muy numerosas estas figuras en el río Uaupés, pero de éstas conservé mis dibujos. Son rústicas representaciones de utensilios domésticos, canoas, animales y figuras humanas, así como círculos, cuadrados y otras formas regulares. Todas están raspadas sobre la durísima roca granítica. Algunas se hallan por encima del máximo nivel de agua y otras por debajo, y muchas están totalmente recubiertas por líquenes, aunque pueden verse muy bien a través de éstos (Láminas XV y XVI). Es imposible saber por ahora si tenían alguna significación para los que las ejecutaron, o fueron simplemente los primeros intentos de un rústico arte guiado sólo por el capricho. Lo que está fuera de toda duda es que son de alguna antigüedad, y no han sido ejecutadas nunca por ninguna de las razas actuales de indios. Incluso entre las tribus más salvajes en donde se encuentran estas figuras, los indios no tienen ninguna idea sobre su origen; si se les pregunta dicen que no lo saben, o que suponen que las hicieron los espíritus. Muchos de los comerciantes portugueses y brasileños insisten en que son producciones naturales; o, para utilizar su propia expresión, que "Dios las hizo"; si se les pone alguna objeción, preguntan con aire de triunfo: "¿Es que Dios no pudo hacerlas?", con lo que se acaba la cuestión. En realidad, la mayoría de ellos son incapaces de ver ninguna diferencia entre estas figuras y las marcas y venas naturales que se producen frecuentemente en las rocas.

INDICE DE ILUSTRACIONES

10. Formas de rocas graníticas 325

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