VIAJES POR EL AMAZONAS Y EL RIO NEGRO
PARÁ
Llegada a Pará - Aparición de la ciudad y su entorno- Los habitantes y sus vestidos- Vegetación- Plantas sensitivas- Lagartos- Hormigas y otros insectos Aves-Clima- La alimentación de los habitantes.
La mañana del 26 de mayo de 1848, tras una corta travesía de 29 días desde Liverpool, anclamos frente a la desembocadura meridional del Amazonas y tuvimos la primera vista de Sudamérica. Por la tarde, el práctico subió a bordo, y a la mañana siguiente zarpamos con un buen viento río arriba. Durante 50 millas, él río sólo se distinguía del océano por la calma y la falta de color de sus aguas, pues la orilla septentrional era invisible y la meridional se encontraba a una distancia de diez o doce millas. Anclamos de nuevo a primeras horas de la mañana del día 28; cuando el sol se levantó en un cielo sin nubes, saludó nuestra vista la ciudad de Pará, rodeada por una densa selva, dominada por palmeras y plátanos, pareciéndonos doblemente hermosa por la presencia de los exuberantes productos tropicales en estado natural, tantas veces admirados en los jardines botánicos de Kew y Chatsworth. Dirigimos nuestra atención a las canoas que pasaban con sus abigarradas tripulaciones de negros e indios, a los buitres que se remontaban sobre nuestras cabezas o caminaban perezosamente por la playa, y a las bandadas de golondrinas sobre las iglesias y techumbres de las casas, hasta que nos visitaron los funcionarios de la Casa de Aduana y pudimos bajar a tierra firme.
Pará tiene unos 15.000 habitantes, y no ocupa un terreno demasiado extenso; sin embargo, es la mayor ciudad del río más grande del mundo, el Amazonas, y la capital de una provincia que iguala en extensión a toda Europa Occidental. Esta es la residencia de un Presidente designado por el Emperador del Brasil, y de un Obispo cuya sede se extiende dos mil millas hacia el interior, en un país poblado de incontables tribus de indios no conversos. La provincia de Pará es la parte más septentrional del Brasil, y aunque por su naturaleza es la zona más rica de ese vasto imperio, es la menos conocida, y por el momento la de menor importancia comercial.
La apariencia de la ciudad desde el río, que es mejor vista que puede tenerse de ella, no resulta más extraña que la de Calais o la de Boulogne. Las casas suelen ser blancas, sobresalen por encima de ellas las torres y bóvedas de varias hermosas iglesias y edificios públicos. El vigor de la vegetación aparece por todas partes. En los rebordes y molduras crecen pequeñas plantas, y en la parte alta de los muros y en las aberturas de las ventanas de las iglesias surgen a menudo abundantes hierbas, y en ocasiones pequeños árboles. Por arriba, por abajo y por detrás de la ciudad, hasta donde la vista alcanza, se extiende ininterrumpidamente la selva; todas las islitas del río están cubiertas de árboles hasta la orilla del agua; y numerosos arenales, que son inundados por la marea alta, se hallan cubiertos de matorrales y arbolitos, de los que ahora sólo las copas sobresalen de la superficie del agua. El aspecto general de los árboles no era distinto del de los de Europa, salvo donde las "plumosas palmeras" elevaban sus graciosas formas; pero nuestra imaginación se hallaba atareada representándose las maravillosas escenas que se podrían contemplar en sus oscuros escondrijos, y esperábamos con ansiedad el momento en que tendríamos libertad para explorarlos.
Al desembarcar, nos dirigimos a la casa de Mr. Miller, consignatario de nuestro barco, quien nos recibió con la máxima amabilidad, invitándonos a quedarnos hasta que pudiéramos establecernos del modo que nos pareciera conveniente. Nos presentaron allí a la mayoría de los residentes ingleses y norteamericanos, que están todos dedicados al comercio, y son poco numerosos. Durante los cuatro días siguientes nos ocupamos de recorrer la vecindad de la ciudad, de presentar nuestros pasaportes y obtener licencia de residencia, familiarizándonos con la gente y la vegetación, y esforzándonos por obtener tina residencia adecuada para nuestros propósitos. Al darnos cuenta de que no podíamos conseguirlo inmediatamente, nos mudamos a la "rosinha" de Mr. Miller, su casa de campo, situada a media milla de la ciudad, cuya utilización nos permitió amablemente hasta que pudiéramos encontrar alojamiento más adecuado. Aquí no se necesitan camas ni armazones para éstas, pues todo el mundo utiliza para dormir hamacas tejidas de algodón, muy convenientes teniendo en cuenta su fácil transporte. Estas, junto con algunas sillas y mesas y nuestras cajas, eran todos los muebles que teníamos o necesitábamos. Contratamos a un viejo negro, llamado Isidora, como cocinero y criado para todo, y comenzamos con regularidad a mantener la casa, a aprender portugués y a investigar los productos naturales del país.
Mis vagabundeos anteriores se habían visto limitados a Inglaterra y a un corto viaje al continente europeo, por lo que todo tenía aquí el encanto de la novedad absoluta. Sin embargo, en general me sentía decepcionado. El clima no era tan caluroso, las gentes no eran tan peculiares, ni la vegetación tan sorprendente, como la viva representación que había elaborado en mi imaginación, en la que había cavilado durante el tedio del viaje por el mar. Casi siempre sucede así con todo lo que no es una visión única de algún objeto concreto. Una escena maravillosa, al ser contemplada desde un punto dado, a duras penas puede exagerarse; y hay muchas de ellas que no decepcionarán ni siquiera al espectador más esperanzado. Es el efecto general lo que sorprende al instante y exige toda la atención: la belleza no hay que buscarla, está siempre delante de ti. Mas con una zona o un país el caso es muy distinto. Hay objetos (te interés individual que es necesario buscar, observar y apreciar. Los encantos de una zona van creciendo conforme aparecen sucesivamente ante nuestra vista las diversas partes, y en proporción con el grado en que nuestra educación y hábitos nos llevan a entenderlos y admirarlos. Así sucede, particularmente, en los países tropicales. Algunos de estos lugares nos sorprenden sin duda, de inmediato, como algo completamente inigualable, pero en la mayoría de los casos sólo con el tiempo las diversas peculiaridades, los vestidos de la gente, las extrañas formas de la vegetación, y la novedad del mundo animal, se presentan de tal modo que forman en la mente una impresión coherente y definida. Sucede así que los viajeros que acumulan en una sola descripción todas las maravillas y novedades que ellos tardaron semanas, incluso meses, en observar, deben causar en el lector una impresión errónea, y le ocasionan, cuando visita ese lugar, una experiencia muy decepcionante. Como ejemplo de esto, puedo mencionar que durante la primera semana de nuestra estancia en Pará, aunque me hallaba constantemente en la selva de los alrededores de la ciudad, no vi un solo colibrí, loro o mono. Sin embargo, tal como descubrí más tarde, los colibríes, loros y monos abundan en los alrededores de Pará; pero hay que buscarlos, y se necesita familiarizarse algo con ellos para descubrir dónde se ocultan, así como cierta práctica para verlos en la espesura de la selva, incluso aunque oigas que están junto a ti.
Pero Pará sigue teniendo suficientes cosas para redimirla de las imputaciones que supuestamente le han hecho. Todos los días nos enseñaba algo nuevo que admirar, alguna maravilla nueva que habíamos aprendido a esperar como la compañía invariable de un país exuberante situado a menos de un grado del ecuador. Incluso ahora, mientras escribo con la última luz del crepúsculo, el murciélago vampiro aletea por la habitación, revoloteando por entre las maderas del techo (pues allí no hay cielos rasos), y de vez en cuando pasan zumbando junto a mis oídos con un ruido espectral.
La ciudad ha sido trazada siguiendo un plan muy ambicioso; muchas de las iglesias y los edificios públicos son muy hermosos, pero el deterioro y las reparaciones incongruentes han dañado algunas de ellas, y los jardines y terrenos abandonados que hay entre las casas, vallados con empalizadas podridas y llenos de hierbas comunes y algunos plátanos, parecen extraños y desagradables a la mirada europea. Las plazas y los lugares públicos son pintorescos, bien por las iglesias y las hermosas casas que los rodean o bien por las elegantes palmeras de distintas especies, que con el plátano se encuentran por todas las partes; aún así, tales lugares se asemejan más a las plazuelas de césped de los pueblos que a zonas de una gran ciudad. Algunos caminos los cruzan en distintas direcciones a través de una enmarañada vegetación de casias leñosas, convolvuláceas arbustivas y hermosas Asclepias curassavica de flores naranjas; plantas que ocupan aquí el lugar de los juncos; acederas y ortigas de Inglaterra. La calle principal, "Rua dos Mercadores", cuenta casi con todas las tiendas buenas de la ciudad. La mayoría de las casas son sólo de un piso, pero las tiendas, a menudo completamente abiertas por la parte delantera, son muy agradables y están atractivamente amuebladas, aunque con un surtido bastante heterogéneo de artículos. Se ven aquí, a intervalos, algunos metros de pavimentación, aunque son tan escasos que hacen que, en comparación, el resto de la caminata sobre duras piedras o arena profunda resulte más desagradable. Las otras calles son todas muy estrechas. Estas calles están hechas con piedras muy irregulares, por lo visto restos de la pavimentación original, que nunca se ha reparado, y tienen zonas de arena profunda o baches. Las casas son irregulares y bajas, en su mayor parte construidas con una arenisca ferruginosa gruesa, muy común en los alrededores, y están encaladas. Las ventanas, que carecen de cristales, tienen en la parte inferior una celosía que cuelga desde arriba, por lo que se puede empujar la parte inferior hacia fuera y atisbar hacia los lados en ambas direcciones; desde ellas, muchos ojos oscuros nos miraban al pasar. Las capas de pintura amarillas y azules se utilizan con profusión en la mayoría de las casas e iglesias para decorar las pilastras y los vanos de puertas y ventanas, en un estilo de arquitectura italiana falseado pero pintoresco. El edificio que se utiliza ahora como aduana y cuartel, en otro tiempo un convento, es hermoso y muy amplio.
Más allá de las calles propiamente dichas de la ciudad, hay una gran extensión de terreno cubierto de carreteras y caminos que se cortan en ángulo recto. En los espacios que dejan éstos, están las "rosinhas", o casas de campo, en razón de una, dos o más en cada bloque. Son de un sólo piso y tienen varias habitaciones espaciosas y una amplia galería, que generalmente sirve de comedor y es el lugar de trabajo y descanso más agradable. La tierra adjunta acostumbra a ser un fangal o una espesura de hierbas o frutales. A veces se dedica una parte a jardín floral, pero raramente con excesivo cuidado o gusto, prefiriendo las plantas y flores de Europa a las espléndidas y ornamentales del país. Para una persona recién llegada de Inglaterra, la impresión general de la ciudad no es muy favorable. Resulta al principio absolutamente dolorosa la falta de limpieza y orden, un cierto aspecto de dejadez y decadencia, y tantas muestras de apatía e indolencia. Pero esto desaparece pronto, al darse uno cuenta de que algunas de esas peculiaridades son dependientes del clima. Las habitaciones, grandes y de elevados techos, con sucios de madera, escasos muebles, y media docena de puertas y ventanas en cada una de ellas, parecen incómodas al principio, pero están sin embargo exactamente adaptadas a un país tropical, en el que una habitación alfombrada, con cortinas y cojines, resultaría insoportable.
Los habitantes de Pará presentan una variadisima e interesante mezcla (te razas. Vive aquí el inglés de sano color, que parece prosperar aquí tan bien como en el clima más frío de su país natal, el pálido americano, el atezado portugués, el brasileño, más corpulento, el negro alegre y el indio, apático pero hermosamente constituido; y hay entre ellos cientos de matices y de mezclas que sólo un ojo experimentado puede detectar. Los habitantes blancos suelen vestir con gran pulcritud trajes de lino de pureza inmaculada. Han adoptado algunos la chalina y la capa de paño negro, en los que parecen incómodamente apresados cuando el termómetro marca entre 85ºF y 90ºF a la sombra. La vestimenta de los hombres, sean negros o indios, constan simplemente de unos pantalones de algodón rayados o blancos, a los que añaden a veces una camisa del mismo material. Las mujeres y las jóvenes, en las ocasiones de gala, visten de blanco puro, el cual, al contrastar con su brillante piel, negra o cobriza, produce un efecto muy agradable; es entonces cuando el extranjero se asombra al contemplar las gruesas cadenas y adornos de oro que llevan estas mujeres, muchas de las cuales son esclavas. A los niños puede vérselos con distinto grado de vestimenta, hasta la desnudez total, que es la condición general de todos los varones de color de menos de ocho o diez años. Los indios recién llegados del interior parecen a veces muy amables y corteses, y de no ser por los agujeros de sus orejas, lo bastante grandes como para pasar por ellos una cuerda de carreta, y por el peculiar salvajismo con el que miran todo lo que les rodea, apenas serían notados entre la abigarrada multitud de los habitantes cotidianos.
Ya he dicho que los productos naturales del trópico no satisficieron al principio mis esperanzas. Esto se debe, principalmente, a las obras de los dibujantes viajeros, los cuales, al describir sólo lo bello, lo pintoresco y lo magnífico, nos hacen pensar que bajo un sol tropical no puede existir nada que no tenga las cualidades, antes mencionadas. El haber llegado a Pará al final de la estación húmeda puede explicar también el hecho que al principio no contempláramos la vegetación en toda su gloria. La belleza de las palmeras apenas puede exagerarse; son peculiarmente características de los trópicos, y sus formas variadas y elegantes, su bello follaje, y sus frutos, útiles con frecuencia al hombre, proporcionan una fuente incesante tic interés para el naturalista y para todo aquel que se halle familiarizado con las descripciones (lo los países en los que abundan. El resto de la vegetación apenas se parecía a lo que había esperado. Encontramos numerosas y bellas flores y plantas trepadoras, pero hay también muchos lugares tan herbáceos en su apariencia como en nuestro frío clima. Pero muy pocos de los árboles de la selva estaban en flor y la mayoría de ellos no tenía nada peculiar en su apariencia. Ciertamente, el ojo del botánico detecta numerosas formas tropicales en las estructuras de los tallos y en la forma y disposición de las hojas; pero por lo que se refiere al paisaje, la mayoría de ellos producen un efecto notablemente similar al de nuestros robles, olmos, y hayas. Estas observaciones son aplicables sólo a la vecindad inmediata de la ciudad, en donde toda la superficie ha sido desboscada y la vegetación actual es bosque secundario. Al alejarse unas millas de la ciudad, hasta la selva que la rodea por todas partes; se contempla una escena muy distinta. Crecen por todos lados árboles de enorme altura. El follaje varía desde el más claro y abierto al más espeso y masivo. Plantas trepadoras y parásitas, de hojas grandes y brillantes, ascienden por los troncos, remontándose a menudo incluso hasta las ramas más altas, mientras otras, de fantásticos tallos, penden de sus copas como si fueran cuerdas y cables. Se hallan esparcidas por el suelo muchas curiosas semillas y frutas; y las hay en número suficiente como para provocar la maravilla y admiración de todo amante de la naturaleza. Pero incluso falta algo que habíamos esperado encontrar. Las espléndidas orquídeas, tan buscadas en Europa, y que nosotros habíamos pensado que abundarían en toda la exuberante selva tropical; sin embargo, no hay aquí más que algunas especies pequeñas con flores de apagado color amarillo o marrón. La mayoría de las plantas parásitas, que visten de verdor los tallos de todos los árboles viejos o caídos, son de carácter muy diferente, como helechos, Tillandsias, y especies de Pothos y Caladium, plantas semejantes al lirio etíope, tan comúnmente cultivado en las casas. Entre los arbustos cercanos a la ciudad que atrajeron inmediatamente nuestra atención, había varios Solanums, muy cercanos a nuestra patata. Una de estas solanáceas alcanza una altura de entre ocho y doce pies, tiene unas hojas grandes y vellosas, espinas en las hojas y en el tallo, y unas flores moradas y hermosas más grandes que las de la patata. Algunas otras especies tienen flores blancas, y una de ellas se asemeja mucho a nuestra dulcámara (Solanum dulcamara). Numerosas convolvuláceas trepaban sobre los setos, así como varias hermosísimas Bignonias, o trompetillas, de floraciones amarillas, naranjas o moradas. Pero las más extraordinarias de todas son las pasionarias (De la familia de las Pasifloraceas (N. del T.), que son abundantes en las lindes de la selva, y de diversos colores-morado, escarlata, o rosa claro: las moradas tienen un perfume exquisito y todas ellas producen una agradable fruta: la granadilla de las Indias Occidentales. Hay también otras muchas flores elegantes, y muchísimas más que no son tan conspicuas. Las papilionáceas, o guisantes, son comunes; las casias son muy numerosas, siendo algunas simples hierbas, y otras hermosos árboles con abundantes flores de color -amarillo vivo. Están también las curiosas plantas sensitivas (Mimosa) que con tanto interés observamos en nuestros invernaderos, pero que abundan aquí tanto como las hierbas comunes. La mayoría de ellas tiene cabezas florales globulares de color morado o blanco. Son algunas muy sensibles, y el mínimo contacto hace que muchas hojas caigan y se cierren; otras necesitan de una mano más ruda para mostrar sus peculiares Propiedades; mientras otras apenas muestran signos de sensibilidad, aunque se les trate con gran rudeza. Todas se hallan armadas, en mayor o menor grado, de afiladas espinas, que pueden dar en parte la respuesta a la necesidad de defender sus delicadas estructuras de algunos de los numerosos golpes que de otro modo recibirían.
El número inmenso de naranjos que hay en la ciudad es un rasgo interesante, y hace que esta deliciosa fruta sea siempre abundante y barata. Muchas calles públicas se alinean con ellos, y todos los jardines cuentan con un buen número de naranjos, por lo que el costo de la fruta es el simple resultado de recogerla y llevarla al mercado. También abunda el mango, y en alguna de las avenidas públicas se planta alternadamente con el "mangabeira", llamado en otras partes ceiba (Arbol del género Bombax (N. del T.)), árbol que alcanza un gran tamaño, aunque como sus hojas son caducas, no están siempre adaptados para producir la sombra necesaria en la misma medida que algunos árboles perennes. En las orillas de casi todos los caminos, en espesuras o en los terrenos baldíos, se ve crecer el cafeto, generalmente con flores y frutas, y a menudo con ambas cosas; sin embargo, es tan poca la industriosidad de la gente, o tal su indolencia, que sólo se recoge una pequeña cantidad destinada al consumo privado, de modo que la ciudad se abastece casi totalmente con el café cultivado en otras partes del Brasil.
Pero volviendo la atención al mundo animal, lo primero que atrajo nuestra mirada fueron los lagartos. Abundan en todas partes. En la ciudad se les ve recorriendo los muros y empalizadas, tomando el sol sobre leños, o trepando hasta los aleros de las casas más bajas. En todos los jardines, caminos y lugares secos y arenosos salen huyendo en cuanto nosotros pasamos. Se arrastran hasta rodear el tronco de un árbol, nos vigilan al pasar y se mantienen, cuidadosamente, fuera de nuestra vista, igual que hace una ardilla en circunstancias similares; o suben por una pared o empalizada lisa con tanta compostura y seguridad como si tuvieran la tierra plana bajo ellos. Tienen algunos un color cobrizo oscuro, el lomo de los otros es de un verde y azul brillantísimo y sedoso, y hay otros marcados con delicadas líneas y tonos amarillos y marrones. En este suelo arenoso, y bajo esta brillante luz del sol, parecen disfrutar de todos los momentos de su existencia, solazándose bajo el ardiente sol con la satisfacción más indolente, y huyendo después como si los rayos del astro hubieran dado vivacidad y vigor a su fría constitución. Muy distintos de nuestros pequeños lagartos, que no pueden levantar su cuerpo del suelo y arrastran su larga cola como un estorbo tras ellos, estos habitantes de un clima más feliz llevan la cola erguida en el aire y galopan sobre sus cuatro patas con tanta libertad y potencia muscular como los cuadrúpedos de sangre caliente. Cazar unas criaturas tan vivaces no era, desde luego, nada fácil, y todos nuestros intentos fracasaron rotundamente; pero conseguimos enseguida que los niños negros e indios les dispararan con sus arcos y flechas y obtuvimos así muchos especímenes.
Después de los lagartos, es imposible dejar de fijarse en las hormigas. Te sorprenden, con su aparición de tiras de papel, hojas muertas y plumas dotadas de facultades locomotoras; procesiones comprometidas en oscuras operaciones de ingeniería que se extienden por los caminos públicos; cubren las flores que coges o las frutas que arrancas, se extienden por tu mano en tal cantidad que tienes que soltar rápidamente lo que habías cogido. Durante las comidas, se encuentran muy a gusto sobre el mantel de la mesa, en el plato y él azucarero, aunque no en número tal que ofrezcan un impedimento serio a la comida. En estas situaciones, y en muchas otras, las encontrarás; en cada caso de un tipo distinto. Muchas plantas tienen hormigas peculiares de ellas. Sus nidos forman a veces enormes masas negras, de varios pies de diámetro, en las ramas de los árboles. En los senderos de los bosques y jardines, vimos con frecuencia una gigantesca especie negra que anda sola o por parejas y que mide cerca de una pulgada y media de longitud; mientras las hormigas de otras especies, que frecuentan las casas, son tan pequeñas que necesitan una tapadera de caja que se ajuste muy bien para evitar que entren. Son los grandes enemigos de cualquier materia animal muerta, especialmente los insectos y pájaros pequeños. Para secar las muestras de insectos que habíamos conseguido, tuvimos que colgar las cajas que los contenían del techo de la galería; pero aún así un grupo consiguió llegar a ellos descendiendo por la cuerda, momento en que lo sorprendimos, descubriendo que en pocas horas habían destruido varios insectos muy valiosos. Nos informaron entonces de que el aceite de andiroba del país (Arbol de la familia de las Meliáceas (Carapa guyanenssis) (N. del T.)), que es muy amargo, las mantiene alejadas, y desde entonces, empapando con él la cuerda de la que colgaban las cajas de los insectos, nos hemos visto libres de sus incursiones.
Como al principio nos dedicamos principalmente a recoger insectos, puedo decir algunas cosas sobre otras familias de esa numerosa clase. Ninguno de los órdenes de insectos era tan numeroso como yo esperaba, con la excepción de los Lepidóptera diurnos, o mariposas; e incluso éstas, aunque el número de las especies diferentes era muy grande, no abundaban en individuos hasta el punto que yo había pensado. En unas tres semanas, Mr. B. y yo habíamos capturado más de 150 especies distintas de mariposas. Había entre ellas 8 especies del hermoso género de Papilio, y tres Morphos, esas espléndidas mariposas grandes de color azul metálico que son siempre las primeras que observan los viajeros que van a Sudamérica, que sólo se encuentran en esa región y que, volando perezosamente entre los senderos de la selva, alternando las sombras oscuras con la brillante luz del sol, presentan una de las visiones más impresionantes que puede producir el mundo de los insectos. Entre las especies más pequeñas, la exquisita coloración y la variedad de los dibujos es maravillosa. Las especies parecen inagotables, y probablemente no se ha descubierto todavía ni siquiera la mitad de las que existen en este país. No encontramos ninguno de los insectos grandes y notables de Sudamérica, como el escarabajo-rinoceronte (Oryctes rhinoceros (N. del T.)) o el arlequín, pero vimos numerosas muestras de una Mantis religiosa grande; o insecto rezador, así como varios ejemplares del gran Mygale o arañas cazadoras de pájaros, impropiamente llamadas "tarántulas", de las que se dice que son muy venenosas. Encontramos una que tenía un nido en un bómbice, formando una telaraña muy parecida a la de nuestras arañas caseras, como lugar de refugio, pero con una textura muy fuerte, casi como la seda. Otras especies viven en agujeros hechos en el suelo. Los escarabajos y las moscas eran en general muy escasos, y de tamaño pequeño con escasas excepciones, pero las abejas y las avispas abundaban, y muchas de ellas eran grandes y hermosas. Los mosquitos son muy molestos en la parte baja de la ciudad y a bordo del barco, pero en las tierras altas y en los barrios no hay ninguno. El isango, una garrapata roja y pequeña, apenas visible, (la "bete rouge" de Cayena), abunda en la hierba, y al subirse por las piernas es muy irritante; pero son menudencias a las que uno se habitúa pronto, y difícilmente podría imaginarse uno en los trópicos sin ellas.
Al principio vimos pocos pájaros, y no muy notables. El único pájaro de colores brillantes común en la ciudad es el turpial amarillo (Cassicus icteronotus), que construye sus nidos en colonias, suspendidos en los extremos de las ramas de los árboles. A veces se encuentra un árbol cubierto con sus largos nidos en forma de bolsa, y los brillantes pájaros negros y amarillos que entran y salen de él producen un hermoso efecto. Este pájaro produce una gran variedad de notas altas y claras, y tiene una capacidad extraordinaria para imitar el canto de otros pájaros, que le han hecho acreedor al título de "pájaro imitador" de Sudamérica. Aparte de éste, la tanagra común de pico plateado (Rhamphococlus jacapa), algunos tanagra de color azul claro, llamados aquí "sayis", y papamoscas tirano de pecho amarillo son los únicos pájaros comunes visibles en las afueras de Pará. En la jungla se escucha constantemente las notas curiosas de los alcaudones, "Tuuu-Tuu-tu-tu-t-t-t", sucediéndose unas a otras cada vez más rápido, como los rebotes sucesivos de un martillo en un yunque. En el crepúsculo se escucha a muchos chotacabras volando y lanzando su singular y melancólico grito. Unos, como el pájaro norteamericano del mismo nombre, cantan "Whip-poor-Will", y otros con notable claridad, siguen preguntando "Who are you?" ("¿Quién eres?"); y como sus voces suelen alternar, tiene lugar entre ellos una conversación interesante, aunque bastante monótona.
El clima, por lo que habíamos experimentado hasta el momento, era delicioso. No subía de los 87ºF por la tarde, ni bajaba menos de los 74ºF por la noche. Las mañanas y atardeceres eran agradablemente frescos, y generalmente teníamos alguna lluvia y una fina brisa por la tarde, lo que resultaba muy refrescante, además de purificar el aire. En los atardeceres de luna llena, hasta las 8 de la tarde las señoras pasean por las calles y barrios sin ningún tocado en la cabeza y en atuendo de sala de baile, y los brasileños, en sus "rosinhas", se sientan fuera de sus casas con la cabeza descubierta y en mangas de camisa hasta las nueve o diez de la noche, sin preocuparse de los aires nocturnos ni de los fuertes rocíos de los trópicos, que nosotros estamos acostumbrados a considerar tan dañinos.
Añadiremos ahora algunas palabras sobre la alimentación de la gente. La vaca es casi la única carne utilizada. El ganado está en haciendas que se encuentran a varios días de viaje río arriba, o al otro lado del río, de donde se trae en canoas; los animales se niegan a comer durante el viaje, por lo que pierden la mayor parte de su grasa y llegan en muy malas condiciones. Los matan en la mañana del día en que se van a consumir y los cortan con hachas y machetes, sin prestar la menor atención al aspecto, dejando que la sangre fluya por toda la carne. Hacia las seis de la mañana, pueden verse varias carretas cargadas dirigiéndose a las distintas carnicerías, pareciendo su contenido a la carne de caballo que se lleva a las jaurías de sabuesos, con lo que una persona de estómago delicado se siente bastante incómoda cuando al sentarse a la mesa para cenar sólo encuentra carne de vaca. A veces se obtiene pescado, pero es muy caro, y el cerdo sólo se mata los domingos. La población blanca suele utilizar pan hecho con harina de los EE.UU., mantequilla irlandesa y americana, así como otros productos extranjeros; pero la alimentación principal de los indios y los negros se basa en la fariña, arroz, pescado salado y frutas. La fariña es una preparación hecha con la raíz de la mandioca o cazabe, de la que se saca también la tapioca; tiene un aspecto semejante al de guisantes toscamente molidos, o quizás se asemeje más al serrín, y cuando se pone a remojo en agua o caldo es bastante viscosa y resulta un alimento muy nutritivo. Esto, junto con un poco de pescado salado, ají o pimientos picantes, plátanos, naranjas y "assai" (una preparación hecha con el fruto de las palmeras), constituyen casi el único sustento de una gran parte de la población de la ciudad. Nuestro rancho de viaje comprendía café, té, pan, mantequilla, carne de vaca, arroz, fariña, calabazas, plátanos y naranjas. Isidora era un buen cocinero, y hacía todo tipo de asados y guisos con nuestra porción diaria de carne de vaca seca; y los plátanos y las naranjas eran un tal lujo para nosotros que, con el buen apetito que nos daban siempre nuestros paseos por la jungla, no teníamos razón para quejarnos.