CAPITULO VI
Plaza del mercado-Banco de quina- Ceremonias fúnebres-Longevidad-Amabilidad de los ministros británico y brasíleño-Maestras de escuela francesas-Habitación antigua-Sucre, la capital-Departamentos de Chuquisaca Y Tarija-Río Bermejo-Distribución de la vida vegetal- Visita al Lago Uarauara-Límite de las nieves perpetuas-Bailes-Teatro-Departamento de Santa Cruz-Población criolla-Vida diaria-Provincia de Chiquitos-Indios-Esfuerzos de los jesuitas-Río Paraguay.
En los días normales la plaza del mercado está atestada de vendedores indios, mientras que los criollos son los principales compradores. El mercado está dispuesto convenientemente; en un lado están las vendedoras de telas y ropa; en otro, aquellas que venden zapatos y cuentas. Las carnes de res, de carnero y de cerdo están aparte, mientras que las frutas ocupan un lugar separado. Al centro, un gran número de mujeres cocina chupe* para aquellos que son de casa. En la calle hay manadas de burros esperando pacientemente con las patas delanteras maneadas. Los niños duermen en mantas colgadas sobre las espaldas de sus madres. La risa alegre de las muchachas indias a menudo hace que a los muchachos del campo el chupe* les salga disparado por la boca. De la ladera más alejada de la cordillera traen pequeños atados de leña y carbón de leña. Los indios salen del pueblo al ponerse el sol y regresan durante la noche, arreando burros cargados de nieve que venden a los heladeros. Estos variados negocios son a pequeña escala, pero todos aportan su granito de arena y el mercado de Cochabamba está bien abastecido con todo lo que los habitantes necesitan. Los candeleros hacen un buen negocio. El aceite cuesta tanto después de su paso por las montañas que rara vez ,se le utiliza. Estuvimos presentes cuando un comerciante desempacó unas cajas de vinos franceses y aceite comestible. De cada cuatro botellas una estaba rota y algunas vacías. Esta pérdida se deducía de la paga del arriero*. El pobre hombre se veía triste ante la pequeñez de sus ingresos después de catorce días de trabajo por las montañas desde la costa. Los artículos franceses, tales como las cajas de herramientas, las cigarreras y el encaje fino estimulan mucho el antojo de la gente. Algunas veces, las mujeres compran a fin de obtener las bonitas cajas de cartón en las que los franceses ponen sus mercaderías. La cristalería muy corriente se vende bien, pero los artículos costosos se dañan más o menos por el viaje y encuentran pocos compradores aquí. A la gente le gusta más el comercio que cualquier otra ocupación; parece que siente placer al comprar y vender nuevamente, y que posee una activa destreza que rara vez se encuentra.
La principal casa comercial de Cochabamba es el banco para el depósito y la compra de quina, que se recolecta a lo largo de la ladera nororiental de una cordillera en la provincia de Yuracares. Esta corteza se recolectó por primera vez en grandes cantidades en 1849, aunque hacía muchos años que se le conocía. La de mejor calidad no es completamente igual a la de Yungas, sino sólo de segunda en relación a ella. Hay otras cuatro clases de corteza de calidad inferior, por algunas de las cuales el banco paga quince dólares por quintal. La mejor, según la ley, vale cincuenta y cuatro dólares. El flete a Arica es de diecisiete dólares por carga de tres quintales por mula. Ya se han recolectado seis mil quintales de corteza de Yuracares. El banco fue establecido en el año 1851. El señor Haenke mencionó la existencia de quina en su visita a Yuracares en 1796, pero nunca se le examinó minuciosamente hasta 1850, cuando se descubrió que era de tan buena calidad que la gente de Cochabamba trató de que se estableciera un banco en base a un plan mejorado. Esto no fue agradable para aquellos de La Paz y cuando se envió la corteza de Yuracares a dicho banco para que se determinase su valor, se declaró que era mala. Los jueces de Tacna, Lima y Valparaíso dieron una opinión diferente. Un astuto hombre de negocios de Cochabamba le pidió a su agente en " Paz que enviara un quintal de la corteza de Yungas que ya hubiera pasado inspección como buena corteza a través de su banco. Entonces se le acomodó al estilo de Cochabamba y llevando una marca de Yuracares, se le envió de regreso al banco de La Paz. Como de costumbre se declaró que era mala. Entonces, el caso fue presentado ante el gobierno; se formó una nueva compañía, y se estableció un banco aquí, pero sin las mejoras propuestas.
El artículo octavo de la última constitución declara, "Todos los hombres pueden ingresar al territorio de Bolivia, vivir en él, y son libres para llevarse su propiedad, pagando impuestos al tesoro, de conformidad con las leyes de la policía y la aduana".
Los bosques están abiertos para todos aquellos que elijan entrar a ellos; el negocio es más preciado que la minería. Algunas veces, los hombres se quedan después de que la estación lluviosa ha comenzado. Tenemos informes terribles de la pérdida de vidas entre los hombres del bosque en este mes (diciembre) debido a la enfermedad ocasionada por la exposición al clima. Muchas familias pobres están sin esposos y padres, quienes han muerto en el monte, mientras buscaban fortunas.
Comparativamente, los indios prestan poca atención al negocio. Ellos utilizan la quina, así como otras cortezas, pero rara vez comercian con ella. Hay una corteza de la provincia de Matto Grosso, en el Brasil, que los indios prefieren en los casos de fiebres y paludismo. Proviene de un árbol grande que tiene hojas muy pequeñas, flores de color violeta y corteza muy dura. La hierven en agua hasta que el cocimiento se pone de color rojo oscuro, y luego lo beben. Ellos dicen que es un remedio seguro, aunque en el comercio aún no se conoce dicha corteza. El banco está obligado a mantener vigilantes a lo largo de los caminos hasta las entradas de los bosques, durante la época en que el gobierno prohíbe la recolección de corteza, para ver que no haya contrabando. Este plan es difícil y costoso. Desde Yungas, los hombres del bosque a veces logran ingresar al Perú por sendas secretas, a través de los enmarañados bosques, e intercambian corteza por oro de Carabaya bajo la sombra de los árboles en la cuenca del Amazonas. Es sorprendente ver la fatiga y el trabajo por los cuales pasan estos pobres hombres bajo el sol y las lluvias tropicales por este artículo de comercio; sin embargo, ni ellos ni aquellos que tienen el monopolio parecen estar acumulando dinero. Los gastos de mano de obra, la distancia del mercado, y la falta de un sistema en el negocio parecen ser obstáculos. La ley obliga al hombre del bosque a vender su corteza al banco; además la compañía está obligada por la misma ley a pagar precios fijos por quintal. Los precios de mercado en las regiones del norte son tan bajos que ocasionalmente el banco se ve obligado a parar. Los hombres del bosque entran por la fuerza y exigen dinero por su corteza; el negocio se llena por completo, y los interesados quedan descontentos. Entonces, se pide al gobierno un alivio temporal de dinero para pagarles a los hombres del bosque, o un decreto que prohíba la recolección de corteza hasta que los precios de mercado se eleven.
Mientras estábamos en Cochabamba presenciamos los ceremoniales para el funeral de un niñito. Un grupo de damas vino a preparar a la criatura para la sepultura. Lo vistieron con una túnica de seda blanca, sujeta con anillos de diamantes, y adornada con hilos de oro y plata; los pequeños pies y la cabeza quedaban desnudos. En su mano derecha colocaron una cruz de oro, y en la izquierda un cordero pequeño de plata. Forraron el ataúd con una seda de color azul oscuro, dentro del cual colocaron una camita; todo iba colgado de tres bandas hechas de cinta azul y blanca. Mientras las damas estaban ocupadas en este preparativo, se reían y conversaban como si estuvieran haciendo preparativos muy diferentes. Trajeron a la madre y a la familia para que vieran los arreglos. Seis muchachitos, vestidos de negro, sujetaron las cintas, y cargaron al niño hacia la iglesia. Las damas, encabezadas por la commadre* (sic: comadre) (madrina) del niño muerto, iban detrás, seguidas por amigos a pie. " hermana mayor fue la única de la familia que siguió hasta la iglesia. A medida que los muchachos avanzaban por las calles, las indias se arremolinaban alrededor para contemplar y admirar el atavío. Se advirtió a los muchachos que vieran que ninguna de las joyas fuese robada. Estas son retiradas después de que el cuerpo sale de la iglesia con dirección al cementerio, donde colocan el ataúd en un nicho de una pared de ladrillos sobre la tierra. Se tiene mucho cuidado de que no vayan a robar el ataúd, especialmente cuando es uno costoso. Venden el mismo ataúd varias veces a ocho dólares. Nos cuentan que entre los mestizos hay mucha gente mala. Veinte sacerdotes, con velas encendidas, se arrodillaron para orar al empezar la música de "misa de las Angelas"* (sic: misa de los ángeles). Las damas regresaron a la casa de la madre, y pasaron la tarde sociablemente, como si nada hubiera pasado. La costumbre común de la región es que haya música y baile en la casa antes de llevar el cadáver a la iglesia, e incluso servir chicha*; pero como el padre de este niño era extranjero, no se permitió tal práctica. La doctrina que enseña la iglesia parece ser, que como el niño está en el cielo, es motivo de regocijo y holgorio. Esto parece ser un premio para la negligencia y la desatención a la vida.
Vi pasar un funeral por las calles de Cochabamba, precedido por un hombre con un cántaro de cinco galones de chicha* sobre su cabeza. En las esquinas de las calles, cuando aquellos que cargaban el cadáver se cansaron, todos bebieron y cantaron, hasta que todo el grupo se embriagó, de manera que nunca llegaron al cementerio y postergaron el funeral hasta el día siguiente, cuando practicaron el mismo ritual que habíamos visto el día anterior.
Esta situación se da sólo entre los mestizos; los indios son más tranquilos, muestran un respeto más calmado, un sentimiento natural y apropiado. Con frecuencia se sientan silenciosamente en filas cerca del cadáver toda la noche, lamentando la pérdida de un compañero indio. Hay entre ellos una expresión profunda y sincera, que exterioriza una aflicción interior evidente y verdadera.
Al funeral de un criollo adinerado asisten caballeros vestidos de negro, invitados con tarjetas impresas, quienes llevan largas velas de sebo por las calles, acompañados de música. Se coloca una fila de frailes franciscanos y altares portátiles en las esquinas entre las casas y una iglesia. Celebran las misas según el pedido, y en las cuentas del funeral efectúan un cobro por la chicha*, cigarros, coca, vino y aparatos de cocina, junto con otros gastos de la iglesia, que ascienden a casi trescientos dólares. Presenciamos el pago de una cuenta como esa por un amigo, y no pudimos evitar hacer una comparación entre los artículos y la lista de víveres para las raciones redactada por un viejo marinero la víspera de su partida a un crucero alrededor del Cabo de Hornos.
En Cochabamba, los hombres no viven hasta una edad muy avanzada, siendo ochenta años la más avanzada que se conoce actualmente. Algunas veces las muchachas dan a luz a la edad de trece años; la edad casadera es a los doce, tanto para los criollos como para los indios. La proporción de matrimonios en esta región es pequeña para la cantidad de población. Lamento tener que decir que la porción más moral se encuentra entre la raza aborigen. El indio, con su esposa e hijos a su alrededor, cultiva la tierra, mientras que los criollos y mestizos son perezosos y por lo general gente soltera. Desde el establecimiento del gobierno, en el año 1826 hasta el año 1851, durante veinticinco años, la población ha aumentado de aproximadamente un millón de habitantes a un millón y medio. Pocas personas se van de la región, y pocas emigran a ella.
En las calles de Cochabamba hay muchos mendigos, ciegos y locos. Era costumbre de un amigo abrir su puerta y dejar entrar al patio, el sábado, a aproximadamente cincuenta criaturas de aspecto miserable -hombres, mujeres y niños- ninguna de ellas de raza india; a cada una se le servía dos rebanadas de pan de manos de sus pequeñas hijas.
Gracias a la atenta mediación del ministro de su Majestad Británica en Sucre, el enviado brasileño me envió amablemente pasaportes para las autoridades a lo largo de mi ruta, y también escribió al gobernador de la provincia de Matto Grosso a mi favor.
El Ministro Extraordinario Plenipotenciario del Brasil había pronunciado un corto discurso ante el Presidente y su gabinete, en una comida en Sucre, sobre la navegación del río Amazonas y sus tributarios, a través del cual se entendió que había sido enviado para solicitar el derecho exclusivo de navegar los brazos del Madeira que corren por el territorio de Bolivia. Un caballero emprendedor e inteligente, dedicado al comercio de la quina en Cochabamba, y amigo del Presidente Belzu (sic), respondió al ministro brasileño. Dijo que sería más ventajoso para Bolivia otorgar dicho privilegio a una compañía perteneciente a una nación que introdujera las artes de la mecánica, maquinaria, e implementos para la agricultura en las tierras bajas y herramientas apropiadas para las operaciones mineras. El estaba a favor de que se abriera la navegación a los comerciantes de América del Norte. A esto el ministro brasileño contestó, que los norteamericanos ya se habían anexado un extenso territorio de México, y que él consideraba tal propuesta una invitación para que ellos vengan a América del Sur. Como el gobierno de Bolivia no lo había recibido con carácter oficial solicitó su pasaporte y se retiró del debate.
En opinión de algunos, se consideraba un plan sensato el inducir al Presidente de Bolivia a declarar a los pueblos ubicados por los brazos del Madeira puertos libres de entrada para el comercio mundial. Otros consideraban que era una tendencia inconveniente, ya que podría ser necesario desembarcar cargamentos en territorio del Brasil, en ciertos puntos de obstrucción entre el Atlántico y Bolivia, y que no debería agraviarse de modo alguno al gobierno brasileño, con el cual era necesario estar en buenos términos para la realización de una gran empresa comercial. Los comerciantes de Cochabamba utilizaban su influencia con los ministros del gabinete para desalentar cualquier acto que pudiera ser un obstáculo para el derecho de llegar hasta el océano a través del territorio de Brasil, o en caso de obstrucciones naturales -tales como cascadas y rápidos- para prever un arreglo amistoso para el transporte por tierra entre estas dos naciones.
El Presidente ha designado a dos damas francesas maestras de escuela para los colegios públicos que mantiene el gobierno para la educación de los niños pobres en Cochabamba. Estas damas vienen desde el otro lado del mundo para enseñar, y a petición especial de nosotros una de ellas prometió guiar las ideas de los niños a lo largo de la corriente del pequeño arroyo que corre cerca de la escuela a través de todos sus meandros, hasta que logre hacerles entender qué fácil sería seguir por esa ruta hasta la tierra de sus antepasados.
Una numerosa congregación de la gente inteligente de Cochabamba está presente en la inauguración de esta institución. El prefecto del departamento y el obispo se presentaron con sus vestiduras oficiales. Los caballeros presentes eran de muchos colores.
Las damas de Cochabamba muy raras veces fuman o usan tabaco, salvo como tabaco rapé, y entonces parece ser por el placer de estornudar; práctica a la que frecuentemente recurre el obispo, quien usaba un hermoso anillo de diamantes.
El prefecto se dirigió a la audiencia, y dio su autorización para inaugurar la institución. Una de las damas francesas se levantó y leyó, con una voz clara e inteligible, palabras de agradecimiento al gobierno por su designación, prometiendo esforzarse al máximo de su capacidad, manifestando la amplia diferencia que existe entre la dama bien educada y la mujer salvaje.
En la ciudad hay tres escuelas para muchachos y otras dos pequeñas para muchachas. La gran dificultad parece estar en la selección de profesores. Mientras el gobierno estuvo aquí los muchachos no tuvieron clases, ya que las tropas estaban acuarteladas en los colegios.
No se publicaba periódico público alguno en Cochabamba a nuestra llegada; pero pronto se puso en funcionamiento una prensa Ramage sobre el tema de los ríos navegables y el comercio de Bolivia. Se publicó un folleto, llamado "Revista"*; recibimos el primer número y encontramos que los jóvenes comerciantes de la ciudad habían aportado poesía.
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"Revista"* es el cuarto periódico público del país. Además de dos diarios pequeños en La Paz, hay uno que se publica en Sucre - "El Eco de la Opinión"*, que junto con el resto, tienen todos cuidado de tener la misma opinión que el gobierno sobre asuntos públicos así como privados. En realidad, no percibimos libertad de expresión, tal como la consideraríamos en los Estados Unidos.
Las casas de los indios son pequeñas y por lo general tienen sólo una habitación. Al centro hay un muro alto de adobe, construido para obstruir la visión desde la calle. En un rincón hay un armazón de cama de adobe que se utiliza como asiento. Alrededor de la pared terrosa se ha colgado una tira de tela de algodón para proteger la ropa del visitante y que ésta no se ensucie. En una caja pequeña de madera guardan todos los objetos de valor, tales como ropa, dinero y adornos. En la pared hay colgadas unas cuantas imágenes de santos y ángeles, compradas al clero, con una cruz de madera aquí y allí, decorada con flores. En un rincón hay ollas o marmitas de barro y cobre, junto con unas piedras grandes, entre las cuales se hace la fogata. En otro rincón se encuentra usualmente un escuadrón de cuyes blancos, negros o bermejos que gruñen y excavan madrigueras en el piso de tierra para gran diversión de los niños aborígenes, quienes tienen mucha predilección por ellos cuando los convierten en chupe*.
Las habitaciones antiguas de los indios de este valle son redondas, construidas enteramente de barro humedecido y piedra, y tienen sólo una entrada. Estas casas están pasando de moda, aunque en la actualidad se utilizan muchas de ellas. Hay un gran número de ruinas por el valle, que se supone son de un estilo de épocas pasadas. El arte de construir arcos fue una habilidad de la tribu aymara, del cual no encontramos señales cerca de la capital inca.
El indio ara un surco estrecho con una yunta de bueyes, a pesar de que no sabía nada de dichos animales hasta que llegaron los españoles. Monta un caballo joven y cerril, con el lomo desnudo, tan pegado al pellejo que sus piernas con el roce sacan el pelo; sus antepasados ni siquiera tuvieron un burro para practicar. El indio desea que sus hijos reciban instrucción. Un hombre de edad de apariencia agradable quería saber si yo podía tener a su hijo y educarlo, informándome de sus buenas cualidades, y diciendo que José le había dicho que yo era la clase de hombre a quien él debería entregar su hijo. Evidentemente, no le agradó que yo rechazara su oferta, a pesar de que José le explicó que mi hogar se encontraba muy lejos, al norte; a lo que él contestó, "No importa"*.
Hay muchos lagos en el valle y en las montañas de los alrededores de esta ciudad. Cuando hay ausencia de lluvias, no se oye a ninguna rana; pero en el momento en que los truenos rugen, o los relámpagos destellan, cantan cantos de agradecimiento; sus voces alegran el valle después de las lluvias. Los patos silvestres se bañan en las aguas tranquilas, cerca de los sauces que dan sombra a la cabaña del indio, y que también está adornada con fragantes azahares, mientras que las colinas áridas y yermas se resecan formando una costra, y las ovejas esquiladas se ven medio muertas de hambre por la falta de pastos.
El trébol o alfalfa que engorda a los caballos, mulas, ganado encornado y burros no es del agrado de las ovejas y de las llamas. A este último animal rara vez se le encuentra aquí, y a menos que se le obligue a bajar, nunca busca el clima o los pastos de este valle. Medra el caballo así como el ganado vacuno, y el puerco está cómodo. Hay pocas abejas; vemos hormigas en los días claros siempre que el clima no esté húmedo; son muy exclusivas. Los colibríes son numerosos; se ven mirlos y tres o cuatro especies parecidas al pájaro del cedro y al gorrión. Un halcón feo y sumamente indómito habita en las laderas de las colinas entre los cactos y las tórtolas.
Montamos nuestras mulas, que estaban ensilladas y amarradas bajo un limonero, temprano en la mañana. Después de pasar por las fértiles huertas de Calacala, avanzamos serpenteando por entre pequeños arbustos y cactos hacia la hacienda "Miraflores", a donde todos los años va la gente en el mes de enero para comer fresas con crema. A medida que subíamos cabalgando hacia la casa, la cabeza de un anciano indio apareció por un lado de un sembrado de arvejas lleno de flores, a medida que el sol se asomaba por una garganta de las montañas por el otro lado. Estábamos admirando el abundante crecimiento de vegetación en la base de la enorme cadena de montañas, donde aparecen verdes campos de cebada en la boca de una profunda cañada, cuando súbitamente oímos un estrépito al mirar alrededor, vimos a Richards con mulas, montura y pertrechos caído en el suelo rocoso, ya que no había camino y teníamos que ir al azar; afortunadamente no se rompió nada salvo la cincha de la montura la caja de un fusil, que el anciano indio con bastante amabilidad nos ayudó a reparar, y envió a su pequeño hijo a mostrarnos una senda que subía por la ladera, árida e improductiva por una cierta distancia. Nuestras mulas estaban en buenas condiciones, pero padecieron en la empinada subida, ya que estaban bastante gordas para dicho trabajo. Nos encontramos con burros que bajaban con cargas de papa, legumbres, arvejas, cebada y oca, una variedad de papa, de color púrpura, la cual sancochan y comen como una verdura, o la ponen en el chupe*. Los indios prestán una gran atención al cultivo de la oca; su enredadera se parece a la planta de las legumbres. Avanzando aún más lejos, encontramos buen pasto para el ganado. Los bueyes estaban en buenas condiciones, iguales a aquellos del valle quq está abajo. Aquí los indios y sus familias viven todo el año, cultivando sus pequeñas huertas para los mercados de Cochabamba. Nuestras mulas están mojadas de sudor, y llegamos a una zona no cultivada y deshabitada, cubierta con una gruesa tierra herbosa de pastos de las montañas. Se oye el silbido de la vicuña, y desmontamos para disparar a tres perdices grandes, del tamaño de unas gallinas, la "Perdiz Grande"*, que se encuentran en las pampas de Buenos Ayres (sic: Buenos Aires). Súbitamente, nuestras mulas encanecieron por la escarcha que se formó en las puntas de sus pelos. Se están formando nubes, y nos sentamos bajo su fría sombra para desayunar, con una montaña cubierta de nieve arriba, y abajo a lo lejos el valle y la ciudad en toda su magnitud. El lado más alejado del valle se ve levantado fuera de su nivel; más allá están las montañas interminables.
El camino que atraviesa aquellas colinas conduce al sur hacia la capital, Sucre, que tiene una población de 19,235 habitantes. Sucre fue fundada con el título de "La Plata"*, en un distrito que en los inicios de la época de los españoles se conocía como "Charcas". Más adelante se cambió por "Chuqui Chaca", nombre indio para lugar del oro". Parece haber sido una cuestión incierta entre los españoles cual resultaba más apropiado, un título aurífero o uno argentífero, ya que allí se encuentra ambos metales. Los republicanos le pusieron al país el nombre de "su Washington", ya que a menudo se habla de Bolívar.
El departamento de Chuquisaca, del cual Sucre es la capital, tiene una población de 117,503 criollos y 34,287 indios quechuas. La mitad de dicho departamento está ubicada en la cuenca Madeira-Plata, y la otra en la cuenca de La Plata. Sucre se encuentra al borde de las dos; las aguas que corren del lado sur de la ciudad desembocan en el océano Atlántico Sur; aquéllas que corren hacia nosotros pagan tributo al Atlántico Norte. El Mamoré baña este lado del departamento y el Pilcomayo el otro lado. Dejamos este último río, cuando lo vimos por primera vez, donde se abre paso por los Andes en el departamento de Potosi (sic).
Los climas de Potosi (sic) y Oruro son fríos; aquellos de Cochabamba y Chuquisaca, templados. En la noche, por lo general, el cielo está claro en esta estepa. Los productos de Chuquisaca son los mismos de Cochabamba, aparte de los pastos para el ganado y los árboles apropiados para la construcción de las cañadas. En la cuenca de La Plata el viajero encuentra al indio cultivando la caña de azúcar en las riberas del Pilcomayo, y destilando aguardiente y ron. De las uvas hace vino de buena calidad. Construyen los trapiches azucareros con los árboles apropiados para la construcción que están a la mano. Las frutas tropicales como la naranja , limón, chirimoyas, granadillas y limas crecen en los valles, mientras que los productos de las mesetas de las zonas frías se encuentran entre las colinas. Cerca de los Andes, en el Pilcomayo, se ha lavado oro, y entre las montañas hay minas de plata abandonadas. Se informa que cinco minas de plata están en explotación actualmente. El carbón de piedra, el estaño, el cobre, el plomo y el hierro son propios del lugar. Allí, cultivan arroz, y el garbanzo o frijol pardo que tanto aprecian los españoles. Del suelo aluvial que se encuentra cerca del río se han lavado partículas de oro que han rodado hacia abajo desde los pies de los Andes. Parece extraño que se encuentre oro en la ladera occidental de las Cordilleras, y en la base oriental de los Andes, mientras que en la cima predomina la plata. Trazamos un flujo conexo del oro en los tributarios del Pilcomayo, Mamoro, Beni y Madre-de-Dios (sic). Nuestro mapa mostrará los eslabones de esta cadena de oro tan maravillosa como las leyendas de oro que se cuentan de la riqueza de los incas.
En el departamento de Chuquisaca hay algunos restos muy interesantes y antiguos de magníficos edificios que despiertan admiración, pero a quién pertenecieron originalmente continúa siendo un misterio.
Al mirar más hacia el sur vemos en nuestro mapa el departamento de Tarija, que tiene una población de 53,666 criollos y 9,108 indios amigables; sin embargo, la porción oriental de este departamento está habitada por tribus de indios muy salvajes, de quienes se sabe muy poco. Andan errantes por los bosques y las planicies herbosas, o por aquellas enormes montañas que separan Bolivia de los argentinos.
El pueblo de Tarija, capital del departamento, tiene una población de 5,129 habitantes, y está situado por uno de los tributarios del río Bermejo, que corre por la Confederación Argentina y desemboca en el río Paraguay. Mis impresiones, después de recibir cierta información, son que el Bermejo es un río más profundo y de movimiento más lento que el Pilcomayo, y que pequeñas embarcaciones de vela podrían llegar al pueblo de Oran (sic: Orán), a poca distancia al sur de la frontera meridional de Bolivia. Sin embargo, no estamos tan seguros de esto como de que se ha informado que el Pilcomayo no es navegable en Bolivia. Hay un vasto campo a explorar en La Plata. Las parras producen abundantemente en Tarija, y allí se encuentra el té de Paraguay - "yerba del Paraguay"*. Cochabamba, Chuquisaca y Tarija son los departamentos productores de maíz de esta nación; Potosi (sic) y La Paz son los distritos productores de papa.
La distribución de la vida vegetal, tal como se presenta a nosotros en las zonas elevadas, ubica a la papa en la posición más alta; las otras plantas van hacia abajo en orden - quinua, cebada, trigo, café y caña de azúcar. Por lo tanto, los habitantes de este lado de las montañas tienen un aprovisionamiento basado en recursos propios sin necesidad de recurrir a otras regiones por azúcar, vino, flores, papas o té; y las variedades de vida animal les ofrecen carne de carnero y lana procedentes de las tierras altas, junto con carne de res y velas de sebo de la estepa, donde se halla la población más densa.
Descansadas nuestras mulas y terminado nuestro desayuno, montamos y lentamente volvimos a ascender con dificultad; el sol resplandeciente brilla claramente sobre la ciudad que está abajo, mientras que nosotros tenemos un día nublado. Es interesante ver desde abajo de esta cortina de nubes el hermoso paisaje de colores naturales en este escenario de maravillosa creación. El panorama está brillantemente iluminado por el sol, que centellea sobre las aguas del río a medida que avanzan rápidamente por entre el follaje de color verde oscuro. Los lagos son como espejos, que sólo se agitan con el pecho verde del pato silvestre. Una larga recua de mulas serpentea a lo largo del camino que viene del Pacífico; apenas oímos tocar la enorme campana de la catedral, cuando las nubes se desenrollan y caen, tapando la luz y la vista, a medida que chilla un águila de las montañas. El paisaje cambia pronto a medida que ascendemos a mayor altura por los picos rocosos que tienen la cabeza descubierta; a nuestra izquierda hay uno encanecido con las nieves del invierno perpetuo; a la derecha, una gran avalancha de tierra ha caído desde la cumbre de una montaña a la cañada, como si los vientos que prevalecen en el lado opuesto la hubieran soplado. Los burros que encontrarnos están cargados con leña y carbón de leña provenientes de una extensa vegetación en el lado oriental. Los indios llevan el pelo largo en la parte posterior de la cabeza, nunca se dejan barba.
El agua que destila de la nieve forma el Lago Uarauara, el cual se embalsa en su desembocadura durante la estación lluviosa, y sale gradualmente en la estación seca, para el abastecimiento de Cochabamba. El mapa muestra su altura sobre la ciudad. Quedamos decepcionados al no encontrar animales de caza; tampoco vimos aves acuáticas ni peces. Las aguas son transparentes y silenciosas; nada se movía excepto las nubes y las pequeñas venas de fría agua de nieve. Cerca del lago hay capas delgadas de hielo, y unas manchas de nieve sobre la ceja de las montañas parecen unas telas blancas extendidas sobre la tierra para que sequen. Algunas rocas estaban partidas en formas tan perfectas que casi estuvimos persuadidos a pensar que eran casas, y descubrimos a una lavandera. La temperatura del agua era de 59º; aire, 54º. En el valle de Cochabamba la temperatura de un manantial era de 62º Fahrenheit.
Sobre un pico que está cerca de este lago queda una pequeña cantidad de nieve durante la estación seca; en la estación húmeda el límite de las nieves perpetuas se desliza constantemente de arriba a abajo sobre la ladera de las montañas. Cuando está muy húmedo la nieve aparece más abajo, y algunas veces llega a cubrir la mitad del camino a Cochabamba; en la mañana, a medida que sale el sol y se sienten sus efectos, el borde más bajo del límite de las nieves perpetuas se derrite por completo y se ve como si estuviera moviéndose colina arriba. La precipitación regula las nubes. Cuando llueve mucho vienen días nublados, y la cortina que rodea el valle se levanta por la humedad que hay en las montañas. El borde más bajo de la cortina desciende en la mañana exactamente hasta el borde más bajo de la nieve, y a medida que se evapora la cortina se levanta al atardecer, a tiempo para que aquellos que están en el valle contemplen la puesta del sol detrás de picos nevados claramente definidos.
El clima, por lo tanto, es muy variable en el valle entre los meses de diciembre y mayo. En Cochabamba, el doce de enero, he tomado nota del termómetro en 69º; cinco minutos después, llegó a bajar a 52º en el mismo lugar, a la sombra. Un hombre que planta nardos en su jardín, sin chaqueta y en pantalones de tela para sábanas, correrá repentinamente a la casa por una vestimenta de tela gruesa; mientras tanto los duros pedriscos destruyen sus flores y a la fuerza desalojan al ganado de los pastos.
Frecuentemente, se originan fuertes tormentas en la estación lluviosa, y soplan violentamente por el valle, desde el sureste. El granizo golpea los perales con tal fuerza que las delicadas hojas de las ramas superiores están rotas y las flores destruidas. El intenso sol marchita las puntas de las ramas y mueren, de modo que todos los perales son enanos; y en lugar de ramas grandes y completas, las ramas inferiores se desecan por la acción de un gran número de succionadores que se lanzan y despojan al fruto de su vida. Por tanto no es sólo que las peras y las manzanas sean de calidad muy pobre, sino que pueden ser mejoradas podando los árboles, lo cual no parece entender el indio, y al criollo le interesa menos el árbol que la fruta.
El sauce crece como un álamo; sus hojas angostas presentan una superficie tan estrecha para el granizo o el sol que puede decirse que crecen entre las gotas. Es el árbol más alto del valle. El sauce crece naturalmente al lado de los arroyos, en donde las raíces se arrastran en el agua o en la tierra pantanosa. El manzano produce mejor en tierra más alta y seca. Casi todas las plantas de este valle tienen que cultivarse haciendo uso de la irrigación.
Regresamos, después de una pesada cabalgata a Miraflores donde encontramos que la esposa del anciano indio había dispuesto chupe* para nosotros, y alfalfa para nuestros animales. Ella le había puesto tanto "ajé"* (sic: ají) - el pimiento enano - que preferimos su maíz sancochado. Esto le pareció tan extraño que se le soltaron varios puntos de las medias de lana que estaba tejiendo, y miró como diciendo, "¿De dónde vienen, que no les gusta el ajé (sic)?" Cuando se le pagó por su amabilidad, se río, nos dio unas manzanas, y envió a su hijo para que nos mostrara el camino por entre los durazneros y los sembrados de fresas. A los indios les llama mucho la atención el oírnos hablar en inglés. Escuchan, se miran entre ellos, vuelven a escuchar, y dicen "no entiendo eso". Luego se quedan callados y permanecen en profundas meditaciones al reflexionar. Cuando ven que queremos algo ofrecen su ayuda o atención, lo cual muestra una hospitalidad franca y sincera hacia los extranjeros. Rara vez piden algo; cuando reciben un regalo lo hacen con una modestia silenciosa, lo cual expresa su agradecimiento más claramente que las palabras.
A nuestro regreso a Buena Vista, en el pueblo, cerca de la alameda, encontramos a José con un bonito cachorro que había sido enviado por un amigo, al cual le pusimos el nombre de Mamoré. En este país, los perros son a menudo una raza miserable de perros chuscos. Mamoré parece ser un cruce entre un terrier español y el mastín; es a la vez muy valiente y cariñoso, y al ser bastante joven como para engreírse con demasiada compañía, lo entrenamos como centinela nocturno, y lo mantenemos muy exclusivo; podemos necesitar mucho de sus servicios durante el viaje; su color es castaño amarillento, y es de tamaño grande. Los indios tienen tanta predilección por los perros que crían más de los que pueden mantener convenientemente. Los jóvenes aborígenes parecen tener mayor afecto por los animales que por ellos mismos. Hemos visto a dos de ellos arrojarse bolas de barro, mientras que un tercero sentado sobre una marrana, mira con deleite a nueve lechones sirviéndose leche. Cuando la marrana se levantó sobre sus patas delanteras, el niño rodó entre los cochinillos, agarrando sonrientemente la primera cola que estaba en su camino, para gran molestia de sus hambrientos compañeros.
Tenemos noticias de que el correo se encuentra detenido entre Sucre y Oruro debido a una fuerte nevada en los Andes, que fue lo suficientemente intensa como para derribar los techos de las casas de Oruro, mientras que aquí se venden duraznos en el mercado.
El duraznero medra mejor que el manzano, sin embargo, tanto el fruto como el árbol son pequeños. El membrillo llega a tener un tamaño inusual en el valle, y los árboles están cargados de frutos de un color amarillo dorado.
Los comerciantes están reteniendo sus remesas hacia el Pacífico debido a los numerosos robos que se ha informado ocurren en las regiones nevadas.
Los caballeros jóvenes ofrecen un baile cada mes en el palacio, y espectáculos en el teatro, que una vez fue una iglesia. En ambas ocasiones las familias de la ciudad se reúnen sociablemente. Se cree que los bailes generan la concordia política, y son muy alegres. Una dama de Sucre preguntó si las muchachas de Cochabamba se vestían con buen gusto". Los criollos parecen ansiosos por saber la opinión que los extranjeros tienen de ellos. Los guardias marinas norteamericanos solían decir, que su máximo placer era bailar con las muchachas sudamericanas. La belleza, modales y gracia de las damás de aquí son indiscutibles; están dotadas naturalmente de una conversación fluida y agradable, perspicaz e ingeniosa. Sus vivos ojos negros brillan tras una sonrisa recatada e irresistible; fuera de casa llevan su largo cabello negro arreglado elegantemente, pero en casa usualmente cuelga trenzado sobre los hombros y el pecho. Parecen enorgullecerse más de los pies pequeños que de los ojos hermosos y los cuellos blancos como la nieve. Al caminar van erguidas y sus graciosas figuras se ven muy bien; sus movimientos son lentos y continuos. La lozanía de sus mejillas les da una apariencia fresca y saludable al cabalgar briosos caballos al lado de sus novios, por las huertas de Calacala, antes de que salga el sol en la mañana.
Al mediodía, el 12 de mayo de 1852, montamos y seguimos una recua de diecinueve mulas que llevaban carga hacia el este. Redujeron nuestro equipaje a la mitad en cada animal. Según la ley, el arriero* puede cobrar el precio completo, al descender la ladera oriental de los Andes, por la mitad de la carga que se lleva por los caminos de las mesetas. La recua seguía a una burra blanca que llevaba una campana colgada al cuello. Cuatro arrieros* estaban acompañados de un gran número de mujeres, que cargaban cántaros de chicha*. Parecía que el grupo había estado bebiendo toda la noche, y se dirigía a una jarana. Lograron seducir a José, quien cabalgaba con el poste de nuestra tienda de campaña sobre su hombro, y el sombrero encima de los ojos, mandando de acá para allá a los hombres y a las mujeres, hasta que me llamaron para que arreglara una dificultad entre él y la esposa del arriero* principal. Richards vigilaba cuidadosamente a Mamoré por temor a que lo fuésemos a perder. Después de algunos contratiempos para evitar que las mulas de carga se escaparan por las travesías, nos despedimos de Cochabamba. En la ribera del río, las mujeres se sentaron en hilera para tomar el último traguito con los hombres que iban a ir con nosotros. Gritaron, cantaron y bailaron; luego, estrechando la mano a todos, los arrieros* llamaron a sus mulas, y todos avanzamos camino a casa en una sola fila por el lecho del río, que ahora estaba seco nuevamente, al haber terminado hace poco la estación lluviosa.
El ministro de estado envió instrucciones en una circular a todas las autoridades a lo largo de mi ruta, rubricada por el Presidente Belzu (sic), a través de la cual ordenaban a los prefectos y gobernadores facilitar la expedición.
Usualmente, el Presidente firma los documentos públicos sólo con su marca peculiar o rubrica, sin escribir su nombre. En el país, la firma de ningún hombre tiene valor si es que no se le hace "rubricar"* el documento también. Es una costumbre española. Se ha sabido que usaban su propia sangre o tinta roja, pero la tinta negra sirve igual y está permitida. Nuestro libro de recibos es un volumen sumamente adornado. Después de que José firma su nombre al recibir su salario mensual, separa las piernas, voltea la cabeza de costado, y da un trazo sumamente vistoso, que ocupa lo que queda de la página y a menudo atraviesa el papel hasta la siguiente hoja, con la punta de la pluma. Observamos a lo largo de toda la ruta que, por lo general, la gente traza mejor de lo que escribe. La regla puede haberse originado para ventaja de aquellos que no podían escribir.
Al pasar por un camino plano y atravesar el pequeño pueblo de Sacaba, colgamos nuestra hamaca en el pórtico de una hacienda situada al pie de la cordillera. Mamoré venció al perro grande de la casa y jugó con los pequeños, mientras que las pulgas se desquitaban con nosotros. Los arrieros de mulas se rieron entre ellos cuando nos vieron lavarnos las caras en la mañana, mientras que ellos estaban cómodamente envueltos en sus ponchos. Las muchachas del campo son bastante bonitas. Los ganaderos que encontramos en el camino llevando ganado encornado para el mercado de Cochabamba, dijeron que venían de Villa Grande, en el departamento de Santa Cruz, al sureste de donde estamos. El ganado sube en dirección de los vientos, es de buen tamaño y está en buenas condiciones.
Doblamos hacia el noreste, subiendo la montaña. Al salir del valle de Cochabamba, el camino se extiende por la garganta de una cadena de montañas en donde los indios están desenterrando papas y segando cebada. Al descender nuevamente, acampamos durante la noche cerca de una cabaña india de piedra, en medio de los campos de cosecha. Don Cornello (sic: Cornelio), nuestro arriero* principal, compró una oveja en sociedad con nosotros, y sus hombres la prepararon para el viaje. A uno de ellos, que padecía de escalofríos, Cornello (sic) le dio una dosis de una solución de quina de una botella que él llevaba junto con su pan en sus alforjas.
En esta pequeña cuenca de la montaña, el termómetro se mantiene en 52º, a las 6 p.m., y el termómetro húmedo, 53º, con una gruesa escarcha en la mañana. Desde la última cordillera vemos que las aguas que corren hacia el noreste van directamente hacia el río Mamoré; y aquellas que corren hacia el sureste son tributarias del mismo río, rodeando la cordillera, al extremo de la cual se ubica la ciudad de Santa Cruz, que tiene una población de seis mil almás. El departamento posee una población de cuarenta y dos mil doscientos ochenta y cuatro blancos, y veintiséis mil trescientos setenta y tres aborígenes. Santa Cruz es el estado productor de arroz de este país; estándo situado en su mayor parte en la zona baja de la cuenca Madeira-Plata. Su clima es verdaderamente tropical - caluroso y húmedo. Está bien poblado de árboles e irrigado. Por las tierras planas hay lagos, y en el camino hacia el pueblo de Matto Grosso, hay alternadamente bosques y planicies cubiertas de una vegetación de fleos sobre el cual medra el ganado. Cultivan frutas tropicales en las huertas de Santa Cruz. Los tejedores de Cochabamba reciben el algodón de allí, así como azúcar y melaza. Tanto el café como el chocolate son de excelente calidad, y parte del tabaco es igual al de Cuba. Producen el nanquín de China de un color brillante, y contrasta hermosamente con el blanco. La vainilla crece al lado de la planta de índigo. El indio cultiva el maní a lo largo de las riberas arenosas de los ríos. El hombre blanco informa acerca de indicios de cinabrio por las montañas que están al extremo de esta cordillera, en donde se encuentra trigo, maíz, papas y uvas.
La pieles de tigres con manchas y de color negro son exportadas a los departamentos de clima frío, junto con cueros de ganado encornado, de caballos y del perezoso. Entre los árboles del bosque recolectan las plumas y pieles de pájaros raros, serpientes y lagartijas de los colores más brillantes. La cochinilla tiene su lugar, mientras que diferentes variedades de abejas abastecen a los habitantes de miel y cera.
La distancia del pueblo de Santa Cruz a Cochabamba es de ciento siete leguas. Por lo general, los arrieros* se demoran treinta días por el camino con una carga de chocolate, café y azúcar, o con manufacturas de algodón, vajilla de vidrio y sal a cambio. El viaje de Santa Cruz a Cobija se hace, por lo general, en tres meses por la ruta de Cochabamba y Potosi (sic); siendo la distancia del camino trescientas cuarenta y cinco leguas. La carga de regreso puede llegar en tres meses más, pero no es seguro que puedan hacerse dos viajes hacia y desde la costa del Pacífico en un año. No debe suponerse que se realiza un comercio exterior muy extenso con el departamento de Santa Cruz, aunque en su límite occidental se encuentra una población muy densa. Cuando miramos la lista de productos de dicha región del país, nos impresiona la independencia de sus habitantes de todo comercio exterior. La descripción de una mesa de desayuno en Santa Cruz, construida con una hermosa madera de cedro, señala que está cubierta con un mantel blanco de algodón, platos y fuentes de plata, con tazas, tenedores y cucharas de plata; el café, el azúcar, la crema, la mantequilla, el pan de maíz y de trigo, la carne de carnero, los huevos y las naranjas son todos productos de la provincia. Se encuentran reses vacunas en la pampa, animales de caza en el monte y peces en los ríos. Las papas y todas la verduras de la huerta se cultivan en las plantaciones. La silla de brazos del criollo está hecha de la "Caoba" ornamental, o caobo. Pueden sentarse ocho invitados, cada uno en una variedad diferente de caoba. Sus sirvientes indios recolectan las uvas, hacen vino, recogen las frutas tropicales y el tabaco; mientras que su esposa o hija se enorgullecen de los cigarros bien hechos. El clima es tal que los caballos andan errantes todo el año; no hay que hacer gastos para poner a los animales en un establo. No se necesitan graneros para la protección de sus cosechas durante un crudo invierno. Su casa puede ser tan abierta como un cobertizo. La poca vestimenta delgada y la ropa de cama que su familia necesita las proporciona la tierra, y las manos de los indios, que hilan, tejen en telares y cosen, se encargan de la transformación en finas telas. Le da poca importancia a la plata salvo para su uso en la mesa. Funden onzas de oro para hacer cruces y aretes para las muchachas indias. Por lo tanto, los habitantes de Santa Cruz son los más indolentes del mundo; en su clima hospitalario, pocos hombres se ejercitan más allá de lo absolutamente necesario.
Puede ser bueno proporcionar, a partir de un testimonio personal, un esbozo de la vida diaria de una familia de este pueblo. Muy temprano en la mañana, al levantarse de la cama, el criollo se tira en una hamaca; su esposa se estira en una banca que está cerca, mientras que los niños se sientan en las sillas con las piernas recogidas debajo de ellos, todos en sus ropas de dormir. La sirvienta india entra con una taza de chocolate para cada miembro de la familia. Después de lo cual, trae algunas brasas en un plato de plata. La esposa enciende un cigarro para su esposo, luego uno para ella. Pasan cierto tiempo recostados, conversando y deleitándose. El hombre se pone lentamente sus pantalones de algodón, su chaqueta de lana, sus zapatos de cuero y su sombrero de vicuña, con el cuello expuesto al aire fresco - los pañuelos de seda son escasos - camina hacia la casa de algunos vecinos cercanos, con quienes vuelve a tomar chocolate y a fumar otro cigarro.
Al mediodía, colocan una mesa pequeña y baja al medio de la habitación y la familia va a almorzar. La esposa se sienta junto a su esposo; las mujeres son muy bonitas y cariñosas con sus esposos. El la elige entre cinco, al haber en el pueblo aproximadamente dicho número de mujeres por cada hombre. Los niños se sientan y los perros forman un círculo detrás. El primer plato es un chupe* de papas con trozos grandes de carne. El hombre se sirve primero y tira los huesos por encima de la mesa; un niño mueve rápidamente la cabeza a un lado para que pueda pasar libremente, y los perros se abalanzan al hueso cuando cae al piso de tierra. Luego un niño tira el hueso, la madre lo esquiva, y los perros se abalanzan a espaldas de ella. El segundo plato lleva pequeños trozos de carne de res sin huesos. Ahora, los perros están peleando. Después viene un plato con carne de res finamente picada; luego sopa de carne de res, verduras y frutas; finalmente, café o chocolate. Después del almuerzo, el hombre se saca los pantalones y la chaqueta, y se acuesta en calzoncillos sobre la hamaca. Su esposa le enciende un cigarro. Ella encuentra el camino de regreso a la cama con su cigarro. Los perros saltan y se echan sobre las sillas - las pulgas les pican en el suelo. La muchacha india cierra tanto las puertas como las ventanas, lleva a los niños a jugar afuera, mientras que el resto de la familia duerme.
A las 2 p.m. suenan las campanas de la iglesia para hacer saber a las personas que los sacerdotes están rezando una oración por ellas, lo cual las despierta. El hombre se levanta, estira la mano por encima de su cabeza y bosteza; los perros se bajan y se estiran con gemidos; mientras que la esposa se incorpora en la cama y en voz alta pide "fuego"; la muchacha india vuelve a aparecer con un "trozo" para que su señora encienda otro cigarro a su patrón, y ella misma fuma nuevamente. La comida tiene lugar entre las 3 y las 5, y es casi lo mismo que el almuerzo, salvo cuando los indios han matado recientemente una res vacuna, entonces tienen una barbacoa. A las costillas y otros huesos largos del animal les recortan la pulpa, quedando los huesos cubiertos de una capa delgada de carne; los colocan al fuego y los tuestan; los miembros de la familia, mientras están ocupados con ellos, se ven como si todos estuvieran practicando música.
Un indio trae un caballo al interior de la casa, y lo sujeta mientras el "patrón"* le pone la montura y la brida; luego se pone un par grande de espuelas de plata, que cuestan cuarenta dólares, y montándose, sale cabalgando por la puerta principal hacia la casa del frente; deteniéndose, se saca el sombrero y exclama "Buenas tardes, señoritas«*. Las señoritas hacen su aparición en la puerta; una le enciende un cigarro; otra le prepara un vaso de limonada para que se refresque después de su cabalgata. El se queda en la montura conversando, mientras ellas se apoyan graciosamente en los quiciales, sonriendo con sus cautivantes ojos. Saluda con un toque de la mano en el sombrero y se va cabalgando adonde otro vecino. Después de pasar la tarde de esta manera, cabalga al interior de su casa nuevamente. El indio sujeta al caballo por la brida mientras que el patrón desmonta. Al sacar la montura, la tira en una silla, la brida en otra, sus espuelas en una tercera, y él sobre la hamaca; el indio lleva al caballo afuera, los perros jalan el equipo de montar al piso y se echan sobre sus acostumbrados armazones de cama.
Repiten chocolate y cigarros. Si un extranjero que viaja por el país le entregara una carta de presentación al criollo, éste inmediatamente le ofrecería su hamaca y una taza de chocolate. Atenderían el equipaje y, durante el tiempo que permanece el viajero, la familia lo trata con un grado de amabilidad y cortesía que rara vez se encuentra en los lugares elegantes del mundo. No harían modificación alguna en su modo de vida a causa de su presencia entre ellos, salvo mantener fuera de la casa a los perros y a los caballos, y esquivar menos huesos. El orgullo y una sensibilidad natural para los buenos modales impiden que el extranjero vea tales hechos. El criollo habla de la riqueza de su país de una manera sumamente exagerada; tiene tantas de las cosas buenas del mundo a sus puertas, que alardea de manera natural; piensa poco en otras partes del mundo; no tiene intención alguna de dejar sus propias frutas y flores. Los caminos son malos; se interesa poco en su uso. Cuando sale de su ciudad natal, es más por placer que por negocios. No se ve obligado a construir vías férreas para poder recibir a un flete de bajo precio el té de China; el azúcar de las Indias Occidentales; la harina, el hierro o las mercaderías de algodón de América del Norte. Su propio clima es tan agradable que rara vez desea viajar; "¡no existe lugar alguno como su hogar!" Cuando el viajero le pregunta qué tanto le gustaría ver llegar un barco de vapor a la desembocadura del río Piray, cuyas aguas bebe, sus ojos brillan y con una sonrisa dice que "él estaría encantado"; diciendo de inmediato lo que pondría a bordo del barco como carga para la gente que lo había enviado. Está contento con los caminos que el Creador de todas las cosas ha construido; sin embargo, el criollo es sincero en su deseo de ver lo que nunca antes ha visto - una máquina de vapor moviendo una embarcación. Está dispuesto a vender sus productos a aquellos que vengan a él; sin embargo cuando se le pregunta qué es lo que él desea de otras partes del mundo, es muy seguro, por el espacio de tiempo que le toma contestar, que él rara vez piensa que le hace falta algo; y si se le pregunta con cuánto está dispuesto a subscribirse para la compra de un barco a vapor, su respuesta habitual es, que "no tiene dinero, y que "¡es muy pobre."
Por lo general, la lengua española se habla más en Santa Cruz que en otras partes de este país. A los indios se les enseña y practican dicha lengua con exclusión de la suya. Los habitantes de Santa Cruz se enorgullecen de la pureza de su español, y se burlan del habla de aquellos que son de otros pueblos. Los profesores de la mayoría de escuelas de Cochabamba son naturales de Santa Cruz, así como los más inteligentes del clero, quienes, por lo general, son los primeros en hablar de las ventajas del establecimiento del comercio con el Océano Atlántico a través del camino fluvial natural, en lugar de mirar constantemente hacia el Pacífico. Se puede llamar a Santa Cruz el pueblo fronterizo de la raza española, la cual ha recorrido el país desde el Pacífico. " bahía de Arica se encuentra directamente al oeste de Santa Cruz. Como la costa de América del Sur se curva en Arica, de esta manera los españoles han arremetido hasta muy adentro hacia el centro del continente, ubicándose aquellos que están en la frontera oriental de Bolivia más cerca del Atlántico que los habitantes del Perú; aunque parecen ser los más alejados de los mercados del mundo, son los que están más cerca, y están mejor preparados para entablar relaciones comerciales con los Estados Unidos del Norte.
Las personas de esta región que se dedican a la industria, agricultura y manufactura, se encuentran principalmente entre los aborígenes. Ellos plantan la caña de azúcar, recolectan el café, explotan las minas y transportan plata, cobre y estaño hacia la costa del Pacífico. Al mirar el mapa, y recorrer con la vista el camino que va desde el pueblo de Santa Cruz hacia el sureste, el viajero encuentra una región casi plana. Entre colinas, cerca del río Paraguay, en la provincia de Chiquitos, la población se compone de muchas tribus de indios; algunos salvajes son belicosos, mientras que otros son inofensivos y amigables con los blancos. A aquellos de las pequeñas aldeas de Santiago y Jesús se les describe de un color más parecido al de la tiza que al del cobre, y como habitantes robustos e inteligentes, deseosos por que se les enseñe la lengua española, a cultivar la tierra, cuidar el ganado, y por abandonar la vida nómada por aquella del hombre civilizado, bajo la instrucción y esfuerzos de los jesuitas; mientras que las tribus que están al sur de ellos, cerca de las desembocaduras de los ríos Pilcomayo y Bermejo, rechazaron obstinadamente toda interferencia de ese tipo, y permanecen salvajes hasta el día de hoy. Son los indios del Gran Chaco, y se les llama tobas. Como son hostiles, no tenemos cuenta de su número, y nos limitaremos a los chiquiteños, quienes entienden el arte de plantar y recolectar una cosecha, el manejo de ganado en las planicies herbosas, y el acopio de cera de los árboles del bosque, con la cual, junto con el algodón que cultivan, pagan tributo al Estado, así como con la sal de los lagos que se encuentran en las zonas desiertas. En sus pequeñas cabañas están los carpinteros, herreros, plateros, zapateros, sastres y curtidores. Usualmente, construyen sus casas de adobe y las techan con pastos gruesos; a pesar de que les enseñaron a cocer tejas para el techo de su pequeña iglesia. Con la finalidad de elaborar azúcar y derretir cera, levantaron fundiciones para el derretimiento, y fabricaron sus propias calderas de cobre. El algodón de sus pequeñas granjas lo tejen en telares, a mano, en forma de ponchos, hamacas y sudaderos; y las finas telas con las cuales hacen sus túnicas blancas, según un estilo de su propia invención, las hacen de corteza. Las mujeres de Chiquitos son buenas agricultoras; ellas realizan la mayor parte del hilado, así como la elaboración de la chicha* de maíz y de yuca*.
Encuentran oro y plata en los tributarios del río Otuguis (sic: Otuquis), con los que decoran los altares de sus iglesias y los martillan en forma de cruces, aretes y anillos.
Los hombres hacen sombreros de paja, más para la venta que para su propio uso - ya que ambos sexos van con la cabeza descubierta - una buena señal de un clima muy agradable, tal como se dice que es. Al viajar por la región, llevan sobre la espalda las canastas que hacen con la hoja de la palmera que crece en las planicies. En dichas ocasiones están armados con arcos y flechas. En los poblados españoles, cerca de las tribus hostiles, les permiten asistir a la iglesia con porras de guerra y otras armas, para proteger a sus esposas e hijos de cualquier ataque mientras rezan. La campana de la iglesia es una señal para el salvaje, pero a veces se aprovecha de la ocasión para cometer un asesinato durante su llamado.
Sus casas son muy pequeñas, con sólo una entrada, tan estrecha y baja que se supone que se llamó Chiquitos a la región, debido a las puertas pequeñas. En un primer momento, cuando el viajero mira a hurtadillas el interior de la casa todo es oscuridad; al ingresar, la luz del agujero por el que entró brilla sobre unas cuantas ollas de barro hechas por las mujeres, sobre un hacha, un macheta (sic: machete) o alfanje, unos arcos y flechas, unas muchachas indias bonitas, y un sinnúmero de perros. Los muchachos están vagando por ahí; el anciano indio y su esposa están cultivando la chacra*. Su gran ambición parece ser celebrar los días de fiesta de la iglesia, bailando, bebiendo chicha* y enamorando a las mujeres.
Estos indios son grandes músicos, tocan el violín y la pandereta, mientras que las mujeres cantan y bailan con gracia. Pocos de ellos pelean; si una dificultad tuviera lugar, rara vez se darían más de tres o cuatro golpes. Todos ellos cargan cuchillos, pero no los sacan a menudo. Si un hombre mata a otro, tengo entendido que su vergüenza, compunción y temor a la vida después de la muerte son mucho peores que la muerte.
Los chiquiteños tienen una gran aptitud para aprender a leer, escribir y hacer cálculos. Tienen la suficiente inteligencia para saber que el conocimiento es valioso para ellos, y los niños hablan español con gran facilidad.
Por las porciones montañosas de la provincia se encuentra cal y yeso blanco. La sal de los lagos es de gran valor en los lugares donde se cría ganado. Hay mercado para la sal en la República Argentina, Paraguay y en el distrito brasileño de Matto Grosso. En todas partes de esta provincia se encuentra salitre, con el cual los aborígenes elaboran pólvora, para hacer fuegos artificiales para las iglesias. Los cohetes, que lanzan hacia el cielo, bajo la oscura sombra de la noche, iluminan la selva inhóspita de los alrededores, y fue un recurso que utilizaron los jesuitas para atraer la atención del hombre salvaje para que buscara la religión. Los chiquiteños son una raza pacífica; sólo utilizan su pólvora con la finalidad de iluminar el camino hacia el cielo - una lección para el hombre civilizado que algunas veces la emplea con demásiada libertad para la destrucción de sus semejantes en la tierra, de la cual hacen un infierno.
Los indios moldean campanas para las iglesias. Los indios aymaras de la cuenca del Titicaca envían latón, cobre y zinc a cambio de azúcar y cera. Ignoran el proceso para moldear cañones, o el arte de hacer la armadura de latón de los tiempos antiguos.
El indio de Chiquitos, al igual que el criollo de Santa Cruz, tiene una porción completa de las delicias de esta tierra, las cuales disfruta a su propio modo. Cuando se aficiona al uso de pantalones rayados, planta una hilera de algodón blanco y una hilera de amarillo. Dichos colores contrastan sin el problema de materias colorantes; si él deseara azul, planta una hilera de índigo; cuando necesita rojo, recolecta cochinilla por el monte, en donde también encuentra una corteza que produce un negro intenso, que las mujeres emplean a menudo para teñir sus vestidos blancos.
La bija de hojas acorazonadas crece silvestre; la vainilla perfuma la puerta, mientras que el cafeto y el cacao le dan sombra. La caña de azúcar puede cultivarse en cualquier parte de la provincia, para elaborar con ella azúcar, ron y melaza durante el año de plantación. El indio entiende el arte de la destilación. Por lo general, no se le puede considerar intemperante; considerando su predilección por la chicha*, nos inclinamos a darle crédito por su abstinencia, salvo cuando celebran los días festivos de la iglesia católica, entonces parece entenderse que el beber en abundancia es una de las condiciones. Cualesquiera ideas buenas que puedan inculcarse en sus mentes a través del culto de la mañana, se pierden, por lo general, bajo los efectos de bebidas fuertes en la noche. Esta costumbre sorprende al extranjero. Algunos que vivían entre la raza de hombres más salvaje, han ofrecido la excusa de que en los esfuerzos de los jesuitas por modificar el culto de esta gente, en cuanto a sus bárbaras imitaciones de las acciones de los tigres y la serpientes venenosas, los sacerdotes se vieron obligados a permitirles continuar con muchas de las costumbres populares más inocentes, tales como bailar, cantar y beber, así como luchar en simulacros de combate el domingo por la tarde, hasta llevarlos gradualmente a percibir que aquellas no eran las formas de culto que más agradarían al Todopoderoso. Entre estos indios, como entre los habitantes del Japón, "cada costumbre es parte de su religión". La música tiene un efecto poderoso en los salvajes y, por lo tanto, los jesuitas los alentaban a cultivarla, y como su influencia en las extremidades de las mujeres era tan grande, que aquellas no podían mantenerse quietas durante esa parte del servicio religioso, se pensó que era mejor permitirles bailar en la puerta, después de lo cual entraban tranquilamente a rezar sus oraciones. Pero cuando la música comenzaba nuevamente volvían a bailar a su manera salvaje. Naturalmente, son gente buena y tratable, dispuesta, finalmente, a realizar sus bailes en casa, o sólo en ocasiones especiales en la iglesia, después de que los jesuitas estaban el tiempo suficiente entre ellos. Actualmente, hay veces en que se permite la danza guerrera al frente de la iglesia, ejecutada por los hombres sanos y fuertes de la nación con porras de guerra y destrales en las manos.
El beber chicha* era una parte del culto primitivo de los aborígenes. Sin duda, creían sinceramente que, mientras más felices se hacían al venerar al Creador de todas las cosas, El estaba más satisfecho. Eran sinceros en su agradecimiento a Dios por las bendiciones que recibían de sus manos. Los jesuitas encontraron que el indio había adoptado este medio de alabanza, y los efectos que se producían eran tan agradables, que no era un asunto sencillo persuadir al indio anciano para que abandonara el licor. Si se aplicaba la fuerza, indudablemente, lucharía por el licor, así es que tenía que optarse por una actitud indulgente hasta que el tiempo hiciera sus milagros. Los jesuitas se veían obligados a callar cualquier expresión que desaprobara dicha costumbre con la finalidad de convertir al salvaje de cualquier modo, y lo convencieron para que asista a la iglesia en la mañana, y posponga la bebida hasta después del servicio. El indio aceptó dicho compromiso de buena gana, y después de ser encerrado en la iglesia, bajo nuevas formalidades que él no entendía, encontró que era bastante seco, en comparación a lo que había estado acostumbrado. De modo que una vez que estaba fuera, volvía a su forma de culto, y en la tarde, por lo general, se embriagaba. Las mujer. bailan al ritmo de la música a lo largo de todo el camino de regreso a casa; la jarana dura la mayor parte de la noche. El lunes por la mañana, la congregación, por lo general, se quejaba de los efectos de la disipación. Este era el momento en que la influencia del sacerdote recaía sobre ellos. Les enseñaban el arte de cultivar; nuevas empresas distraían sus mentes. Alentaban a las mujeres a hilar, a cuidar la planta del algodón y a utilizar el chocolate. Tenían poca o ninguna dificultad para mantenerlos alejados de la chicha* durante la semana, ya que rara vez hacían uso inadecuado de ella, salvo en la ocasión dedicada al culto religioso, y que ahora los jesuitas habían fijado, es decir - después de seis días de trabajo.
Por los bosques se encuentran gomas que se utilizan en el altar; los indios las recolectan y las venden a la iglesia para ser empleadas como incienso. También recolectan el cují, del cual extraen aceite. Buscan copal transparente y bálsamo de copaiba, la goma del estoraque, y las raíces de la jalapa*, la ipecacuana y la zarzaparrilla.
En Chiquitos cultivan el "mate", el té de Paraguay, junto con numerosas variedades de palmera. Hay maderas ornamentales y de tinte, muchas de las cuales son conocidas sólo por el indio; pocas han sido puestas totalmente en conocimiento del artesano.
Chiquitos se encuentra dentro del trópico de Capricornio. Los nativos disfrutan de frutas como la banana, el plátano verde, y las naranjas, tanto dulces como ácidas. " uva produce vino, y del albaricoque silvestre se hace un vinagre puro. La muy apreciada chirimoya se encuentra allí, al lado de la granada y la granadilla, la piña y la sandía, la mandioca, el camote y la papa, las guayabas, el maní, el maíz y el trigo. Este es el distrito agrícola de Bolivia. Chiquitos le robaría a Cochabamba el nombre de "Granero", y demostraría ser una huerta muy superior a la de Yungas. El comercio de cueros y sebos de Buenos Aires (sic) se extendería con la producción de las pampas de Chiquitos. El comercio de La Plata deberá incrementarse cuando los productos de esta hermosa tierra sean enviados por sus aguas, y puestos a flote río abajo en dirección al mar.
En el pequeño pueblo de Oliden, el indio lleva al mercado lechuga, cebollas, pimiento, tomates, la planta de comino, la mejorana silvestre, el perejil, la mostaza, rábanos y la perfumada semilla del anís, junto con una variedad de la uva moscatel.
Por lo que puedo saber a través de personas que han navegado las aguas del curso superior del río Paraguay, existen todas las razones para creer que la navegación está abierta desde Cuyaba (sic: Cuyabá), la capital de la provincia de Matto Grosso, en el Brasil, río abajo con dirección al océano. Se dice que no hay cascadas, y que si hubiera muy poca agua en los ríos altos en la estación seca del año, la producción de estas regiones podría enviarse río abajo con facilidad en las estaciones húmedas, cuando los ríos crecen varios pies, y su corriente no es muy vertiginosa.