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CAPITULO XV

Partida de Barra-Río Madeira-Serpa-Villa Nova-Maues-Río Trombetas-Plantaciones de cacao-Obidos-Santarem.

Con mi bote completamente reparado, calafateado y bien acomodado con cubiertas de palma, que en Brasil se llaman toldos y con una sensación de judío errante destinado a dejar atrás a todos y a no detenerme nunca, zarpé de Barra el dieciocho de febrero. El Presidente me hizo contratar a seis tapuios, pero renuente a desprenderse de una sola mano de obra en esta época, no dejó que me llevaran más allá de Santarem. El Presidente está trabajando en serio por el bien de la provincia y si hay algo que hacer para mejorarla, él lo hará. Durante mi estancia en Barra, me prestó bastante atención y fue amable.

Pero a quien más debo es a mi anfitrión (Antonii, el italiano) por las atenciones e informaciones. Como Smyth lo mencionó como la cabeza del comercio en Barra hace dieciséis años, me imaginé que lo encontraría ya un anciano; sin embargo, es un sujeto simpático, alegre y activo, en la plenitud de la vida. Su cabello negro está algo salpicado de gris, pero me dijo que eso no se debe a la edad sino a las preocupaciones y disgustos que le crea el sistema de crédito en su negocio. Es muy agradable debido a su buen juicio, a la información del país que puede brindar y a su sincera hospital. Le pedí que buscara a Gibbon y que lo hiciera sentirse cómodo y me encantó la manera tan franca y sincera con la que me dijo: "No se preocupe por eso".

Temo que he sido un poco grosero con el correo. Hay oficinas de correos en cada poblado del Amazonas, pero no hay transporte público para llevar las cartas. El propietario o capitán de cada nave debe presentarse al jefe de correos antes de partir para poder recibir los encargos y debe dar un recibo por ellos. No me gustaba que me trataran como un viajero cualquiera por el río y por lo tanto, me negué a recibir el correo, aunque me ofrecí a llevar todas las cartas que me confiaran. Sin embargo, mi razón principal era que mi rumbo no era seguro y no quería tener obstáculos. El jefe de correos no me daría las cartas sin un recibo, pero he traído todas. Ahora me apena, ya que viajé directo, de no dar el recibo requerido a cambio de la amabilidad que me mostraron.

El Sr. Potter, el daguerrotipista y relojero, zarpó conmigo. Encontramos la corriente del "Negro" tan suave que, con nuestro pesado bote y pocos hombres, no pudimos abrirnos camino contra una fuerte brisa que soplaba en el río; por lo tanto, a una milla o dos más allá de Barra, arrastramos el bote hacia la orilla y lo aseguramos bien hasta que el viento amainase, lo que sucedió a eso de las 3 p.m., cuando seguimos nuestro curso y entramos al Amazonas.

Al ingresar a este río por el Negro, parece sólo un tributario de este último y así se le llama generalmente en Barra. Si se le pregunta a un pescador recién ingresado de dónde es, éste dirá "de la desembocadura del Solimoens". Este tiene esa apariencia porque el Negro tiene un curso directo; mientras que el Solimoens tiene una gran curva en la confluencia de los dos ríos.

Es muy curioso ver cómo las aguas oscuras del Negro aparecen en grandes áreas circulares en medio de las aguas lodosas del Amazonas y totalmente diferentes. No vi que las aguas del Amazonas fueran del todo cristalinas después de la confluencia con el Negro. En la bahía o espacio abierto formado por la confluencia de los dos ríos, encontramos ciento noventa y ocho pies de profundidad.

A casi sesenta millas más allá de la desembocadura del río Negro nos detuvimos en el establecimiento de un escocés llamado McCulloch, situado en la orilla izquierda del río. Al frente hay una gran isla que reduce el río en casi cien yardas de ancho; de manera que parece que el establecimiento estuviera ubicado en una caleta .

McCulloch en sociedad con Antonii en Barra, está estableciendo aquí una plantación de azúcar y un trapiche para moler la caña. A un gran costo de tiempo y trabajo está embalsando un pequeño riachuelo que conecta un pequeño lago con el río. Sólo podrá moler durante unos seis meses del año cuando el río disminuye y el agua va del lago al río; pero, cuando el río aumente, se propone moler con bueyes. La diferencia entre la marca de agua alta y baja que hay en este punto del Amazonas, es de cuarenta y dos pies, según la medición exacta de McCulloch. El trabaja con cinco o seis hombres, a quienes les paga un cruzado o un cuarto de dólar por día. Hay bastante escasez de tapuios ahora más que antes. Antonii, que acostumbra emplear cincuenta, ahora no ha podido conseguir más de diez.

McCulloch ya ha plantado más de treinta acres de caña de azúcar en una colina a ochenta o cien pies sobre el nivel actual del río. Parece ser de calidad aceptable, pero con demasiada malahierba a causa de la falta de trabajadores. Compartí un poco de mi experiencia con él y le aconsejé que quemara su campo después de cada cosecha. El suelo es negro y parece fértil, aunque es arenoso y McCulloch supone que en un suelo como ése, no necesitará replantar su caña en veinte años. La caña se siembra en diciembre y está lista para cortar en diez meses.

Este es el hombre que en sociedad con el brasileño, construyó el aserradero que vimos en Barra, el cual luego se incendió. El aserró ciento treinta mil pies el primer año, pero no mucho más que la mitad de esa cantidad el segundo año; el tercer año, al hacer un contrato con Antonii, quien le iba a proveer de madera y recibir la mitad de las ganancias, aserró ochenta mil. Estos tablones se venden en recargos, lo reducen casi a veintiocho dólares. La única madera que se aserra es el cedro, no porque sea tan valiosa como los otros tipos, sino porque es la única madera de algún valor que flota y por eso se le puede llevar al aserradero. No hay caminos ni otros medios para transportar la madera por el bosque. McCulloch me contó que un joven norteamericano en Pará le ofreció unirse a él para levantar un aserradero y adelantarle diez mil dólares para la empresa. Me dijo que ahora piensa que fue imprudente al rechazarlo, ya que con esa cantidad hubiera podido adquirir un pequeño vapor, (además de construir e implementar el aserradero) con él hubiera podido cruzar el río, recoger el cedro y llevarlo al aserradero.

Este no es nuestro cedro, sino un árbol alto y frondoso, con hojas, más parecido a nuestro roble. Hay dos clases: el rojo y el blanco, de los cuales el primero es el más apreciado. Algunos de ellos son de gran tamaño; entre Serpa y Villa Nova amarramos al bote uno que estaba flotando en el río, éste tenía una longitud de noventa pies desde la raíz hasta las primeras ramas (este es un tronco limpio y casi cilíndrico) y diecinueve pies de circunferencia cerca de la raíz, la cual estaba probablemente a ocho pies del suelo, cuando el árbol estuvo sembrado.

McCulloch me dio algunas castanhas** en cascara y unas cuantas raíces de un tipo de caña que crece en arbustos, con hojas muy largas y delgadas y que da una delicada y perfumada flor blanca que debido a su parecido con una mariposa se llama borboleta.

La distancia de aquí a la desembocadura del Madeira es casi de treinta millas. Después de pasar el extremo de una gran isla llamada Tamitari, que está frente al establecimiento de McCulloch, tuvimos que cruzar el río, que aquí tiene casi dos millas de ancho. Las orillas son bajas a ambos lados y llenas de árboles aparentemente pequeños. Siempre sentí algo de ansiedad al cruzar una expansión tan grande de agua en un bote como el nuestro y donde frecuentemente hay violentas tormentas. Nuestros hombres, con sus remos livianos, no podían mantener una niara como nuestro tosco y pesado bote ni al comienzo ni después del viento, por lo tanto, permanecía de costado en el centro de la oleada, balanceándose peligrosamente y a punto de hundirse. Debí ponerle velas en Barra.

Después de cruzar el río, pasamos la desembocadura de dos ríos muy grandes. El más bajo llamado Uauta, tiene doscientas yardas de ancho en su desembocadura y una corriente considerable. Se dice que tiene un gran lago cerca de sus nacientes con desembocaduras que lo comunican con el Amazonas y también con el Madeira; es decir, que es un paranamiri del Amazonas, ensanchándose hasta convertirse en un lago en alguna parte de su curso. A las ocho y media de la noche amarramos el bote a unos arbustos,en la parte baja de la orilla occidental del Madeira para pasar la noche.

En el centro del Amazonas y frente a la desembocadura del Madeira, hay una gran isla. Esta desembocadura está también dividida por una pequeña isla. La desembocadura occidental, más allá de la cual tuve que arrastrar el bote hasta la cabecera de la isla, (una distancia de casi una milla) tiene tres cuartos de milla de ancho, con sesenta y seis pies de profundidad y un fondo de fina arena blanca y negra. La corriente corre a una velocidad de tres millas y un cuarto por hora. Esta corriente, como la de otros ríos, varía mucho de acuerdo a la temporada. Después me dijeron en Obidos, que cuando el río disminuye (en los meses de agosto, setiembre y octubre) hay muy poca corriente y que una nave llegaría a Borba, desde la desembocadura, en tres días; pero que cuando está lleno y desciende (en los meses de marzo, abril y mayo) no hay ningún tributario del Amazonas con una corriente tan fuerte y que entonces se necesita veinte días para llegar a Borba.

La desembocadura oriental tiene una milla y un cuarto de ancho. " isla que divide las desembocaduras es baja y está llena de hierba en su extremo externo y boscosa en el superior. Busqué bastante e intensamente la pronunciada L que Gibbon iba a marcar en un árbol en la desembocadura de cualquier tributario al que llegara, con la esperanza de que ya hubiese llegado al Madeira y que al no poder avanzar río arriba hacia Barra, hubiera descendido, pero no la encontré.

El Madeira es decididamente el tributario más grande del Amazonas. Después de pasar sus cascadas, las cuales están casi a cuatrocientas cincuenta millas de su desembocadura y ocupan un área de trescientas cincuenta millas de largo, es navegable hasta el corazón de Bolivia por embarcaciones grandes a través de sus grandes tributarios: el Beni y el Mamoré; y por el Guaporé o Itenes hasta la rica provincia brasileña de Matto Grosso. Los astrónomos portugueses encargados de la investigación de las fronteras, estiman que éste baña una superficie igual a cuarenta y cuatro mil leguas cuadradas. Sin embargo, sabremos más sobre este río cuando llegue el Sr. Gibbon quien según las últimas informaciones se encontraba en Trinidad de Moxos, en el Mamoré, uno de los tributarios de este gran río.

Los rápidos del Madeira no son impasables; Palâcios, el funcionario brasileño antes mencionado, los descendió y ascendió en una canoa, aunque de vez en cuando tuvo que jalar la canoa para transportarla por tierra. Y al Sr. Clay, nuestro encargado de negocios en Lima, le contaron que un bergantín de guerra brasileño había ascendido el Madeira arriba de los rápidos y saludado con salvas en Exaltación, que se encuentra en Bolivia, más allá de la confluencia del Beni. Palâcios probablemente lo descendió con poca agua y el bergantín lo ascendió cuando estaba lleno.

La aldea de Serpa, a la que llegamos en la tarde, está ubicada en la orilla izquierda del Amazonas, a treinta millas de la desembocadura del Madeira. Es un grupo de barracas de barro casi de doscientas almas, construida sobre una gran elevación, escarpada y verde que se proyecta sobre el río. Hay un lugar justo más arriba de Serpa y al otro lado, que desviando la corriente, la dirige hacia esta aldea y forma una contracorriente casi de media milla cerca de la orilla arriba del pueblo.

Atrás de Serpa hay un gran lago llamado Saracá, en cuyo extremo inferior se encuentra el poblado de Silves, un poco más grande que Serpa. La entrada al lago que se comunica con el Amazonas, cerca de Serpa, no es lo suficientemente grande para que mi bote ingrese y aquélla cercana a Silves admite grandes bergantines. Una marca en un árbol demuestra que el río crece a doce pies de su nivel actual.

Partimos de Serpa a las 6 p.m. y nos dejamos llevar por la corriente toda la noche. Nos vimos obligados a viajar de noche, ya que durante el día hay tanto viento y agua, que no avanzamos nada. Con frecuencia tuvimos que detenernos y a veces con peligro de zozobrar, aun en los pequeños rincones y bahías donde parábamos. la manera más cómoda de navegar es amarrando el bote a un árbol flotante, ya que esto lo mantiene de frente al viento y al río y lo arrastra en contra de éstos a la velocidad de la corriente.

Casi a quince millas arriba de Villa Nova, que está a ciento cincuenta millas abajo de Serpa, salió un bote tripulado por soldados, de una choza en la orilla, quienes nos dijeron que debíamos detenernos allí hasta que fuéramos examinados y despachados por el oficial a cargo, llamado inspector**. Como no podía retroceder en contra de la corriente, pues ya habíamos pasado la choza, mandé decir al inspector** que tenía cartas del Presidente y atracamos donde estábamos. El inspector** tuvo la cortesía de venir hasta nosotros y de revisar mis documentos. Este es un "resisto" o guardacosta, asignado arriba del puerto de entrada de Villa Nova para que detenga a las embarcaciones que pasan y les notifique que no pueden ingresar a ese puerto. Hay otro pasando Villa Nova que detiene a las embarcaciones que vienen río arriba y que examina los permisos de aduana de aquéllos que van río abajo.

A un cuarto de milla de la orilla, encontré ciento veinte pies de profundidad y una corriente de tres millas por hora. La corriente del Amazonas ha aumentado considerablemente desde su unión con el Madeira.

El inspector** me dijo que me encontraba a cuatro horas de Villa Nova; pero permanecí en tierra por temor a las ráfagas de viento, y así, en la oscuridad de la noche, avanzamos hacia la orilla de una profunda había, donde había poca corriente y no llegamos hasta ocho horas después, pasando por la desembocadura de un riachuelo, Limaõ, casi a una milla y media arriba de Villa Nova, adonde llegamos a las 2 a.m.

Villa Nova da Rainha es un pueblo grande y desordenado de chozas de barro de un solo piso, ubicado en una pequeña curva en la ribera derecha del Amazonas. La temperatura del agua hirviendo marcó su altura sobre el nivel del mar, en novecientos cincuenta y nueve pies. Tiene alrededor de doscientos habitantes y el distrito al cual pertenece (y que abarca varios poblados pequeños del interior, con plantaciones de cacao en las orillas del río) tiene un total de cuatro o cinco mil habitantes. Las producciones del distrito son cacao, café y un poco de ganado, pero principalmente pescado salado. Toda la región detrás del pueblo está llena de lagos (cuyas aguas se comunican) de donde se extrae la mayor parte de pescado. El subdelegado* me dio un bosquejo de éste según su conocimiento y observación personal.

Al ser éste el pueblo fronterizo de la provincia del Amazonas, tiene una aduana. Escuché que ha cobrado mil dólares desde que el vapor pasó río arriba en diciembre. Esto nos da un indicio del comercio del territorio; los artículos extranjeros, los cuales son cargas de embarcaciones con destino río arriba, pagan uno y medio por ciento sobre su valor; y los artículos de producción doméstica, que llevan las embarcaciones con destino río abajo, pagan medio por ciento. El cobro de mil dólares se hizo en dos meses.

La gente valoriza sus aves en cincuenta centavos cada una. Pensamos que era excesivo y no las compramos; pero llegamos en un día de carne fresca y conseguimos una pieza para la sopa. Los días de carne fresca son dejando una semana, a pesar de ser una región ganadera. Esto es un indicio de la negligente indiferencia de la gente.

Justo antes de llegar a Villa Nova, mi línea de sondeo se quedó colgando en una roca del fondo y la nueva línea de piassaba (sic) que había hecho en Barra, casi del mismo tamaño de una corredera o cuerda, se rompió como si fuera una pita. Compré otra sonda en el pueblo; ésta también se enredó al primer lance y otra vez el hilo se partió cerca de mi mano, así que perdí casi todo. Mis líneas deben haber sido de fibras viejas de piasava que estuvieron guardadas bastante tiempo. El fondo del río cerca de Villa Nova es muy desigual y rocoso.

Casi a una legua abajo de Villa Nova, pasamos la desembocadura del río Ramos a la derecha. Este tiene doscientas yardas de ancho y es un paranimiri (sic), que deja al Amazonas casi enfrente de Silves. En el interior, tiene riachuelos que desembocan en él y manda canales que se unen a otros ríos, uno de los cuales es el Madeira. Es la ruta normal hacia Maués, un gran pueblo del interior a cuatro días de la desembocadura del Ramos.

La región alrededor de Maués, se describe como una gran planicie verde, intersectada e interrumpida por ríos y canales, todos navegables para las embarcaciones más grandes que ahora navegan el Amazonas. El suelo es muy rico y apto para el cultivo de algodón, café y cacao. Los ríos dan pescado en abundancia y se puede ver bastante ganado pastando en las planicies y los bosques vecinos dan clavo de olor, cacao, castanhas**, caucho, guaraná, zarzaparrilla y copaiba. Si este territorio no fuera insalubre (y el subdelegado* en Villa Nova, quien me dio un pequeño bosquejo de éste, me dijo que no lo era) sería probablemente el lugar más agradable del Amazonas para vivir.

En su ensayo corográfico, sobre la provincia de Pará, Baéna habla de Maués, situada sobre una ligera elevación en una ensenada del río Mauéuassu, el cual desemboca en el furo, o canal de Ururaia, por medio del cual y del río Tupinambaranas, uno, puede ingresar al río Madeira, a trece leguas sobre su desembocadura. Según él, en 1832 el número de habitantes era de mil seiscientos veintisiete. El informe oficial para 1850 establece tres mil setecientos nueve blancos y ochenta y dos esclavos. Este informe oficial da una desfavorable afirmación respecto a la salud; en un año el número de nacimientos es de setenta y cuatro y el de muertes es de ciento treinta y uno. No confío en esta afirmación y parece ser un error de imprenta. Este informe enunció que el número de casas habitadas en Barra era de ciento setenta. Supe que esto era un error y me tomé la libertad de corregirlo en cuatrocientos setenta.

Justo bajo la desembocadura del Ramos, un bote bastante bien equipado que llevaba la bandera brasileña, había partido de una casa en la costa y parecía deseoso de comunicarse con nosotros, pero estaba tan mal dirigido que a pesar de que había una buena brisa (si bien directamente por la proa), no pudo darnos alcance aun cuando nosotros nos dejábamos llevar por la corriente. Si hubiera sabido qué tipo de embarcación era, hubiera remado contra la corriente para permitirle que se uniera a nosotros, pero mi compañero el Sr. Potter dijo que era un bote que pertenecía a la iglesia y que rogaba por Jerusalén.

Al ver que no podía alcanzarnos, el bote se detuvo y una canoa liviana, con un soldado en ella, pronto nos alcanzó. El soldado me informó que éste era otro puesto de aduana y que debía regresar y mostrar mi permiso del recaudador en Villa Nova. Me molesté mucho ante esto, ya que pensé que dicho recaudador, a quien le había llevado cartas del Presidente, debería haber tenido la previsión de informarme sobre este puesto, de manera que me hubiera detenido allí y ahorrándome el tiempo y el trabajo de retroceder. Al ver mi disgusto, el soldado me dijo que si tan solo iba a la orilla y esperaba, el inspector**, quien en ese momento se encontraba a unas millas río abajo, pronto estaría por aquí en su camino de ascenso y allí podría hablar con él.

Para hacer esto, incluso me alejó un poco de mi ruta, pero previamente ya había decidido someterme escrupulosamente a las leyes y costumbres del país, de manera que reprimí mí disgusto, fui hacia la orilla y tuve la suerte de encontrarme con el inspector** antes de llegar a tierra. Este era un simple muchacho que miró mis papeles con indiferencia, sin comentar nada, excepto (a sugerencia de un viejo compañero que conducía su bote) que si no tenía algún documento del recaudador en Villa Nova. Le respondí que no, que no era comerciante (sic), que no tenía nada que vender y que él había leído mi pasaporte emitido por su Gobierno. Después de una breve vacilación me permitió pasar.

La retirada hacia la orilla derecha me llevó hasta el extremo superior de una isla. El inspector** me informó que el pasaje era bastante corto por aquel lado pero que era estrecho y estaba lleno de carapana, así se llaman los mosquitos en el Amazonas. Aunque tengo una tela contra mosquitos que me proteje completamente, los tapuíos no tienen ninguna y cada vez que me detenía por la noche, ellos pasaban momentos desagradables y no podían dormir ni por un momento. Esta era una de las razones por las que viajaba de noche. Todas las personas están tan acostumbradas a descender desde Barra por la noche y a mantenerse lejos de la orilla, que no llevan telas contra mosquitos, sin las cuales perecerían los viajeros del alto Amazonas y sus tributarios.

Nos retiramos hacia la corriente principal y nos dejamos arrastrar por la corriente toda la noche, pasando el pequeño poblado de Parentins ubicado sobre algunas tierras altas que forman el límite entre las provincias de Pará y Amazonas.

Ahora entramos a la región donde se cultiva regularmente el cacao y donde las orillas del río presentan una apariencia mucho menos desierta y salvaje que la de la zona alta. El árbol de cacao tiene una hoja amarilla y ésta, junto con su uniformidad de tamaño, lo distingue del bosque circundante. El 25 de febrero a las 8 p.m. llegamos a Obidos, a ciento cinco millas bajo Villa Nova. Varios caballeros ofrecieron proporcionarme una casa desocupada, pero fui huraño y dormí en mi bote.

Mientras tanto, en Obidos tomé una canoa para visitar los cacoaes**, o plantaciones de cacao, en los alrededores; el fruto se llama cacao. Partimos a las 6 a.m., acompañados por un caballero llamado Miguel Figuero y nos detuvimos en la desembocadura del Trombetas (sic: Trompetas), el cual desemboca en el Amazonas, a cuatro o cinco millas encima de Obidos. Entra al Amazonas por dos desembocaduras, una enfrente de la otra, (la isla que las separa es pequeña) la desembocadura inferior y la más pequeña se llama Sta. Teresa y tiene aproximada mente ciento cincuenta yardas de ancho; la superior (Boca de Trombetas (sic) tiene media milla de ancho e ingresa al Amazonas formando un ángulo muy agudo; sus aguas son claras y la línea divisoria entre ellas y las del Amazonas está bien por más de una milla.

Se dice que el Trombetas (sic) es un río muy extenso; en algunas zonas es tan ancho como lo es aquí el Amazonas, aproximadamente dos millas. Es muy productivo en pescado, castanhas** y zarzaparrilla y corre a través de una región muy adecuada para la cría de ganado. He oído a varias personas llamarle un mundo; así lo deben llamar debido a sus productos, o debe ser "un mundo de aguas" ya que toda la región, según la descripción de estas personas, está totalmente cortada por lagos y canales de agua. El río sólo es navegable para grandes embarcaciones durante cinco o seis días río arriba, luego se obstruye con rocas y rápidos que lo hacen intransitable. Muy poco se conoce del río que está sobre las cataratas; bajo ellas el lugar es muy insalubre y hay tertianas (sic) de tipo maligno.

Cerca de la desembocadura de este río nos detuvimos en un establecimiento donde generalmente se hacen potes y objetos de barro; éste pertenecía a un caballero llamado Bentez, quien nos recibió cordialmente. Esta casa de campo estaba ordenada, limpia y cómoda. Avisté brevemente a algunas damas pulcramente vestidas y de rostro muy bonito y quedé cautivado cuando ví un hermoso par de lustradas botas de cuero francesas colocadas contra la pared. Este fue el máximo signo de civilización que he encontrado y me mostró que estaba empezando a entrar en contacto con el grandioso mundo de afuera.

El senhor** Bentez me dio algunos huevos del "enambu", un ave de la especie del faisán o de la perdiz, algunas de las cuales son tan grandes como un pavo. Hay siete variedades de ellas y un joven e inteligente caballero llamado D´Andrade me dio los nombres, los cuales eran enambuassu (assu es "lingoa geral"** y significa grande), enambutoro, peira, sororina, macucana, urú y jarsana.

Al cruzar el Amazonas, la corriente nos arrastró más abajo de la plantación que intentábamos visitar y así tuvimos que andar una milla por las plantaciones de cacao, con las cuales está revestida toda la orilla derecha del río entre Obidos y Alemquer. No conozco un lugar más bonito que una de estas plantaciones. Los árboles entrelazan sus ramas y con sus hojas largas dan una sombra impenetrable para cualquier rayo de sol. La tierra está perfectamente nivelada y cubierta con una alfombra de hojas secas y el gran fruto de color dorado, que cuelga de la rama y el tronco, brilla a través del verdor con el efecto más hermoso. El único inconveniente en pasear a través de ellas es la cantidad de mosquitos, los cuales en algunos lugares y en determinados momentos, son insoportables para aquél que no está habituado a sus ataques. Apenas me pude quedar quieto el tiempo suficiente para disparar a algunas de estas hermosas aves que revoloteaban entre los árboles.

Esta es la época de la cosecha y en el espacio abierto frente a la casa, encontramos a la gente de cada plantación ocupada en abrir por la fuerza las cáscaras del fruto y en esparcir la semilla para que se seque al sol en tablas colocadas para este fin. Exprimiendo el jugo de la pulpa gelatinosa que envuelve las semillas, se puede preparar una bebida agradable en un día caluroso; se llama licor de cacao, es un licor blanco, bastante viscoso, tiene un agradable sabor ácido y es muy refrescante; si se le fermenta y destila, se convertirá en una bebida muy fuerte.

Las cenizas del hollejo quemado del cacao contienen un poderoso álcali y se utiliza en todos los "cacoaes"** para hacer jabón.

Fuimos gentilmente recibidos por el caballero al que fuimos a visitar, el senhor** José da Silva, a quien encontramos muy atareado recogiendo la cosecha. Cuando se enteró que no habíamos comido nada desde el amanecer, exclamó en un verdadero estilo hospitalario de la región: "Esposa, prepara algo para estos hombres, están hambrientos" y en consecuencia, comimos un poco de tortuga y carne de ave.

Además de la recolección de su cacao, el senhor** da Silva estaba ocupado en extraer un aceite puro y excelente de la castanha**. Primero, se tuesta la nuez en el horno, luego se pulveriza en un mortero de madera y el aceite se exprime en el mismo tipo de recipiente de mimbre que se usa para prensar la mandioca. El dijo que el aceite ardía bien y que era suave y agradable para untarlo sobre la piel o hacer ungüentos, a pesar de que no olía bien. Este aceite aún no tiene un lugar en el comercio exterior.

De las declaraciones de este caballero, reuní los siguientes hechos respecto al cacao:

La semilla se planta en almácigos en agosto. Cuando las plantas crecen, a veces es necesario regarlas, también protegerlas del sol con árboles de palma y observarlas cuidadosamente para protegerlas contra los insectos. En enero las plantas se trasladan a su lugar permanente, donde son alineadas en cuadrados de doce palmeras. Se planta plátanos, maíz o cualquier producto de rápido crecimiento, entre las hileras, para que posteriormente las protejan del sol mientras estén tiernas. A estas se les arranca tan pronto como empiezan a presionar sobre los árboles de cacao.

En buena tierra los árboles darán fruto en tres años y continuarán dando por muchos años más, aunque la tradición dice que empiezan a decaer después de setenta u ochenta años.

Los árboles florecen y dan fruto en octubre o noviembre para la primera cosecha y en febrero y marzo para la segunda. La cosecha de verano comienza en enero y febrero y la cosecha de invierno, la cual es la más larga, es recolectada en junio y julio. Una cosecha no está fuera del árbol antes que aparezcan los capullos de la segunda. No vimos brotes y en Obidos escuché que la cosecha de invierno probablemente se había arruinado por completo.

Cada dos mil árboles frutales requieren, para su cuidado y cosecha, la labor de un esclavo.

Cuando están tiernos necesitan mayor atención y son necesarios dos esclavos. A los árboles se les conserva limpios alrededor de sus raíces y los insectos son cuidadosamente destruidos, pero el suelo nunca se encuentra limpio de su espesa cubierta de hojas secas, las cuales se pudren y lo abonan.

La tierra de los cacoaes** que vi frente a Obidos es una tierra vegetal, rica, espesa y negra y es la mejor tierra que he visto. Es baja, sobre todo en la parte posterior de las plantaciones y el río, por medio de ensenadas, encuentra allí su camino y frecuentemente inunda las tierras, destruyendo muchos árboles. Las orillas tienen cinco o seis pies de altura, pero el río constantemente las invade. El senhor** Silva me contó que cuando por primera vez tomó posesión del lugar, tenía siete hileras de árboles entre la casa y el río, ahora sólo quedan tres hileras. Frecuentemente las casas deben moverse más atrás, porque con el transcurso del tiempo, se destruyen estas plantaciones de cacao.

En buena tierra y sin accidentes, mil árboles darán cincuenta arrobas de fruta; pero probablemente el promedio no está por encima de veinticinco. Un árbol en buenas condiciones y rindiendo bien, vale dieciséis centavos; la tierra en la que crece no se incluye en la venta. Un esclavo se encargará de dos mil árboles. En Pará el valor de la arroba es un dólar. Con estos datos, el cultivo del cacao será un pobre negocio en los alrededores de Obidos y ciertamente escuché que la mayoría de los cultivadores estaban endeudados con los mercaderes de la zona baja. Sería un negocio muy provechoso si mil árboles dieran cincuenta arrobas y el precio de la arroba subiera a un dólar y veinticinco centavos y a un dólar y cincuenta centavos como a veces sucede en Pará.

Obidos está situado sobre un punto alto, escarpado y tiene al río entero frente a él (alrededor de una milla y media de ancho). Las orillas son empinadas y la corriente muy rápida. Había escuchado decir que no se podía calcular el fondo del río fuera de Obidos y compré seiscientos pies de cordel y un plomo de siete libras para verificarlo. En lo que se señalaba como la parte más profunda, sondeé ciento cincuenta, ciento ochenta y doscientos diez pies con un fondo guijarroso por lo general. En otro lugar supuse que había alcanzado el fondo a los doscientos cuarenta pies, pero el plomo emergió limpio. Puede ser que no alcanzara el fondo o que éste fuera de fango suave y se lavara con el sebo de jabón que usé. Es muy difícil obtener sondeos correctos con una corriente tan rápida y con aguas tan profundas.

La tierra en la que está situado Obidos puede llamarse montañosa, en comparación con la tierra generalmente baja del Amazonas y a lo lejos, en la dirección del curso del Trombetas (sic), se ven algunas montañas de respetable tamaño.

Desde la desembocadura del Trombetas (sic) hasta Obidos, la costa tiene aproximadamente ciento cincuenta pies de altura; su tierra es roja y su base es una roca rojiza del mismo tipo que aquélla de Barra. Esta roca es muy dura en el fondo pero más suave encima y muchos martín pescadores construyen sus nidos en ella. La altura general está dividida en uno o dos lugares donde hay pequeños lagos. Uno de éstos, llamado lago Tigre, ofrecería un buen lugar para el molino, el cual molería durante seis o siete meses del año.

El pueblo de Obidos propiamente sólo tiene cerca de quinientos habitantes, pero el distrito es populoso y se dice que suma aproximadamente mil cuatrocientos. En el pueblo hay una iglesia bastante grande, construida de piedra y barro con algunas pretensiones de arquitectura, pero a pesar de haberse construido tan solo en 1826, ya parece estar derrumbándose y requiere muchas reparaciones.

Hay varias tiendas, aparentemente bien aprovisionadas con telas inglesas y norteamericanas y con baratijas francesas. Escuché quejas referentes a que el comercio era monopolizado por unos cuantos que fijaban sus propios precios, pero por el número de tiendas, supuse que había suficiente competencia como para mantener los precios bajos haciendo que las ganancias fueran pequeñas. El valor de las importaciones del distrito de Obidos es casi el doble del de las exportaciones, cuyos artículos básicos son cacao y ganado vacuno.

Obtuve la información del senhor** Antonio Monteiro Tapajos, quien fue muy amable conmigo durante mi estadía en Obidos. Me dio algunas muestras de la alfarería india y su esposa, una dama delgada, de apariencia delicada, evidentemente muy agobiada con ojos irritados y cansados y con niños (nueve, el mayor sólo tenía trece años), me dio una hamaca muy bonita.

El senhor** Joao Valentín de Couto, a quien conocí accidentalmente, me regal6 una cría de peixeboi** viva, que desafortunadamente murió después de haberla tenido sólo un día. También me obsequió algunos cuadros estadísticos de los negocios de la provincia y al no poder encontrar en ese momento el informe del Presidente que acompañaba a estos cuadros, tuvo la cortesía de enviármelo en una canoa, después que yo había dejado el lugar y estaba ocupado en sondear el río.

Se podrá observar que aquí, como en todas partes, durante mis viajes encontré atención personal, amabilidad y generosidad. Toda la gente con quien conversé sobre el tema del Amazonas, apoya seriamente la libre navegación del río y afirma que nunca prosperarán hasta que el río se abra a todos y que se invite a los extranjeros para que colonicen sus riberas. Creo que son sinceros porque tienen la suficiente inteligencia para darse cuenta que se beneficiarán al hacer uso de los recursos de la región.

Obidos tiene una escuela recientemente establecida, que recibe un poco de ayuda del Gobierno. Hasta ahora tiene sólo veinticuatro alumnos y un profesor, un joven eclesiástico, modesto e inteligente y muy entusiasta y esperanzado en los asuntos de su escuela.

Antonio, un portugués, con quien generalmente tomaba desayuno, me contó que habían muchas serpientes venenosas en los alrededores de Obidos y me mostró una protuberancia oscura en el brazo de su pequeño hijo, como resultado de la picadura de un escorpión. Después de cinco minutos de la picadura, el niño se puso frío y se desmayó y echó espuma por la boca, de manera que por algunas horas se temió por su vida. Los remedios usados eran homeopáticos y lo que es algo nuevo para mí, éstos se los pusieron en las esquinas del ojo ya que el niño no podía ingerirlos. Descubrí que la homeopatía era el método predilecto desde Barra hacia las zonas bajas. Hace unos años lo introdujo un francés y ahora hay varios médicos principiantes que lo utilizan.

El 29 de febrero, a la 1 p.m., dejarnos Obidos mientras llovía. Debido a nuestra larga estancia en Barra, nos alcanzaron las lluvias y ahora teníamos lluvias todos los días.

Viajamos toda la noche y el primero de marzo, a las nueve y media de la mañana, entramos a un furo del Tapajos, el cual, en una hora y tres cuartos, nos llevó a aquel río frente al pueblo de Santarem. Este canal tiene un ancho general de cien yardas y en esta temporada tiene una profundidad de treinta pies. Hay varias casas de campo y plantaciones de cacao en sus orillas. Se llama Igarapé Assu.

El Tapajos en Santarem, el cual está a una milla de la desembocadura, tiene aproximadamente milla y media de ancho. Sus aguas son casi tan oscuras como las del Negro, pero donde las agitamos con el remo, no tienen el color rojo pálido de aquel río, sino que parecen aguas espumosas y transparentes. Extensas porciones de la superficie estaban cubiertas con diminutas hojas verdes y sustancias vegetales.

Presentamos nuestros pasaportes y cartas al delegado*, senhor** Miguel Pinto de Guimaraéns y conseguimos alojamiento en la casa alquilada de un judío francés de Pará, quien se dedicaba a vender de puerta en puerta, relojes y joyas en Santarem.

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